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El gigante Tifón es uno de los protagonistas de los mitos fundacionales griegos. En el principio de los tiempos, Zeus, rey del Olimpo, engendra sin intervención de Hera (su esposa y diosa del hogar, la familia y el matrimonio) a Atenea, la diosa de la sabiduría. Esta nace de la cabeza de su padre únicamente con la ayuda del doble hacha de Hefesto y sin intervención femenina alguna. Enterada Hera de tal alumbramiento (entendido en toda la amplitud semántica del término), entra en cólera llevada por unos terribles celos. Y aquí comienza la historia de la creación de uno de los mayores monstruos de los mitos clásicos: el gigante aberrante Tifón.
La familia monstruosa de Tifón de la mitología griega
Hera, movida por la envidia, se deja llevar por la rabia y reta a su esposo Zeus. Pretende crear otra criatura sin su intervención, tal como el dios del rayo había hecho con Atenea. Hera conjura a Gea, la tierra, y la hace aparearse con Tártaro, lo hueco o lo cavernoso. Pervierte, así, la unión, ya que despoja a Gea de toda la grandeza de crear vida de manera generosa al unirla, por medio de la ira, a Tártaro. De esta unión sale Tifón, un gigante que provoca terremotos y tempestades. El asunto no acaba aquí, ya que el monstruo se enfrenta a Zeus con el fin de arrebatarle el trono del Olimpo y ningún dios es capaz de escapar a su extrema violencia. Ayudado por la astuta Atenea, únicamente lo vence Zeus, que, con uno de sus rayos, lo envía al interior cavernoso del monte Etna.
Esta cruel narración, base de uno de los mitos fundacionales paganos, es una de las más antiguas de la literatura griega. Dejemos hablar a Homero:
¡Escuchadme dioses todos y diosas todas! ¡Sabed cómo Zeus ensamblador de nubes me ultraja el primero, después de haber encontrado en mí la esposa perfecta! He aquí que ahora ha puesto al mundo, sin mí, a Atenea, la de los ojos garzos, que brilla entre todos los bienaventurados Inmortales… miserable, cerebro retorcido, ¿qué maquinarás aún? ¿Cómo haber osado poner al mundo, tú solo, a Atenea la de los ojos garzos?¿No podía yo parirla? Sin embargo los Inmortales, amos del vasto cielo, me llamaban tu esposa. Cuida que desde ahora no trame para el futuro proyectos que te perjudiquen: desde ahora voy a buscarle medio de tener un hijo que brille entre los Inmortales, y ello sin mancillar tu santo lecho, ni el mío. Yo no frecuentaré tu cama; pero, aun estando lejos de ti, no dejaré de estar con los Inmortales… Expresándose así, golpeó el suelo con su fuerte mano, y la tierra, fuente de vida, se estremeció; viéndolo, estaba feliz en el fondo del corazón, porque creía llegar a sus fines… Pero cuando los meses y los días tocaron a su término y vinieron las horas con el retorno del ciclo del año, ella dio a luz a un ser que no se parecía ni a los dioses ni a los hombres, el espantoso y siniestro Tifón, el azote de los mortales.
Homero, Himno a Apolo
¿Cómo era Tifón y cómo se comportaba?
Tifón era un gigante que podía llegar a alcanzar las estrellas o el este y el oeste solo con sus brazos. De sus ojos salían llamas con las que arrasaba todo aquello que era presa de su ira. Tenía unas enormes alas que, al batirlas, formaba tormentas, huracanes y maremotos. De sus manos se escurrían serpientes monstruosas y tenía a víboras venenosas por piernas. Todo en él era la manifestación de la fiereza y de la violencia extrema. Irracional al máximo, jamás piensa. Se deja llevar por los instintos y a su alrededor solo nace la destrucción o la monstruosidad.
Tifón y Equidna, padres de todos los monstruos de los mitos griegos
Cuando fue confinado en las entrañas del monte Etna (un volcán recordemos) por parte de Zeus, Tifón se une a Equidna. Era esta una ninfa de gran belleza con sugestivos ojos negros y un precioso cabello rizado. Sin embargo, como su esposo, tenía serpientes por piernas. Además, Equidna era la manifestación de la lascivia, tanta que incluso se une a uno de sus hijos Ortro, el perro de dos cabezas, para engendrar la esfinge. Además, de la aberrante unión entre Tifón y Equidna nacen, además, buena parte de los monstruos de la mitología griega.
Porque ellos son, también, los progenitores de Cerbero, el perro de tres cabezas que guarda las puertas del infierno. También engendran al dragón Ladón, que nunca duerme y protege las manzanas de oro que otorgan la inmortalidad del jardín de las Hespérides. Ortro, ya mencionado, era un perro de dos cabezas al que dio muerte Heracles (o Hércules romano). Este héroe también mató a otro de los hermanos: el fiero león de Nemea con cuya piel impenetrable se realizó una coraza y con su cabeza un casco. La Quimera que escupía fuego y la hidra de Lerna con múltiples cabezas que se duplicaban cuando se cortaba una de ellas completaban el elenco de esta familia monstruosa.
Significado simbólico de Tifón
Esta oposición de Tifón, el monstruo nacido de los celos y la venganza de la Tierra, a Atenea, salida del cerebro de Zeus, dios celeste, confirma la interpretación dada: las fuerzas violentas de un instinto pervertido, simbolizadas por Tifón, se desencadenan contra la Sabiduría, que Atenea simboliza. Es el rechazo de la sublimación y el abandono a las pulsiones terrenales. O también puede decirse que la diosa Tierra, mediante sus erupciones volcánicas y sus coladas de lava ardiente como víboras encolerizadas, rivaliza con el dios del Cielo, con su rayo y sus centellas.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Tifón de la mitología griega, por tanto, es el símbolo perfecto de la perversión y la aberración surgido de los instintos, la ira o la violencia. Mientras Atenea, la inteligente y protectora de todo lo bueno de la civilización, sale de la cabeza, de lo noble, de la razón, Tifón, por el contrario, es producto de los celos y la venganza. Nace de un terremoto, de un choque de fuerzas. Condenado a las entrañas cavernosas de un volcán, se une a Equidna, otro monstruo como él. Y esta peculiar pareja solo podría engendrar más monstruos en una espiral sin fin. Ambos hacen crecer hasta el infinito, por tanto, el inconsciente oscuro, el instinto irracional y la violencia que solo busca la destrucción.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El gigante Tifón es uno de los protagonistas de los mitos fundacionales griegos. En el principio de los tiempos, Zeus, rey del Olimpo, engendra sin intervención de Hera (su esposa y diosa del hogar, la familia y el matrimonio) a Atenea, la diosa de la sabiduría. Esta nace de la cabeza de su padre únicamente con la ayuda del doble hacha de Hefesto y sin intervención femenina alguna. Enterada Hera de tal alumbramiento (entendido en toda la amplitud semántica del término), entra en cólera llevada por unos terribles celos. Y aquí comienza la historia de la creación de uno de los mayores monstruos de los mitos clásicos: el gigante aberrante Tifón.
La familia monstruosa de Tifón de la mitología griega
Hera, movida por la envidia, se deja llevar por la rabia y reta a su esposo Zeus. Pretende crear otra criatura sin su intervención, tal como el dios del rayo había hecho con Atenea. Hera conjura a Gea, la tierra, y la hace aparearse con Tártaro, lo hueco o lo cavernoso. Pervierte, así, la unión, ya que despoja a Gea de toda la grandeza de crear vida de manera generosa al unirla, por medio de la ira, a Tártaro. De esta unión sale Tifón, un gigante que provoca terremotos y tempestades. El asunto no acaba aquí, ya que el monstruo se enfrenta a Zeus con el fin de arrebatarle el trono del Olimpo y ningún dios es capaz de escapar a su extrema violencia. Ayudado por la astuta Atenea, únicamente lo vence Zeus, que, con uno de sus rayos, lo envía al interior cavernoso del monte Etna.
Esta cruel narración, base de uno de los mitos fundacionales paganos, es una de las más antiguas de la literatura griega. Dejemos hablar a Homero:
¡Escuchadme dioses todos y diosas todas! ¡Sabed cómo Zeus ensamblador de nubes me ultraja el primero, después de haber encontrado en mí la esposa perfecta! He aquí que ahora ha puesto al mundo, sin mí, a Atenea, la de los ojos garzos, que brilla entre todos los bienaventurados Inmortales… miserable, cerebro retorcido, ¿qué maquinarás aún? ¿Cómo haber osado poner al mundo, tú solo, a Atenea la de los ojos garzos?¿No podía yo parirla? Sin embargo los Inmortales, amos del vasto cielo, me llamaban tu esposa. Cuida que desde ahora no trame para el futuro proyectos que te perjudiquen: desde ahora voy a buscarle medio de tener un hijo que brille entre los Inmortales, y ello sin mancillar tu santo lecho, ni el mío. Yo no frecuentaré tu cama; pero, aun estando lejos de ti, no dejaré de estar con los Inmortales… Expresándose así, golpeó el suelo con su fuerte mano, y la tierra, fuente de vida, se estremeció; viéndolo, estaba feliz en el fondo del corazón, porque creía llegar a sus fines… Pero cuando los meses y los días tocaron a su término y vinieron las horas con el retorno del ciclo del año, ella dio a luz a un ser que no se parecía ni a los dioses ni a los hombres, el espantoso y siniestro Tifón, el azote de los mortales.
Homero, Himno a Apolo
¿Cómo era Tifón y cómo se comportaba?
Tifón era un gigante que podía llegar a alcanzar las estrellas o el este y el oeste solo con sus brazos. De sus ojos salían llamas con las que arrasaba todo aquello que era presa de su ira. Tenía unas enormes alas que, al batirlas, formaba tormentas, huracanes y maremotos. De sus manos se escurrían serpientes monstruosas y tenía a víboras venenosas por piernas. Todo en él era la manifestación de la fiereza y de la violencia extrema. Irracional al máximo, jamás piensa. Se deja llevar por los instintos y a su alrededor solo nace la destrucción o la monstruosidad.
Tifón y Equidna, padres de todos los monstruos de los mitos griegos
Cuando fue confinado en las entrañas del monte Etna (un volcán recordemos) por parte de Zeus, Tifón se une a Equidna. Era esta una ninfa de gran belleza con sugestivos ojos negros y un precioso cabello rizado. Sin embargo, como su esposo, tenía serpientes por piernas. Además, Equidna era la manifestación de la lascivia, tanta que incluso se une a uno de sus hijos Ortro, el perro de dos cabezas, para engendrar la esfinge. Además, de la aberrante unión entre Tifón y Equidna nacen, además, buena parte de los monstruos de la mitología griega.
Porque ellos son, también, los progenitores de Cerbero, el perro de tres cabezas que guarda las puertas del infierno. También engendran al dragón Ladón, que nunca duerme y protege las manzanas de oro que otorgan la inmortalidad del jardín de las Hespérides. Ortro, ya mencionado, era un perro de dos cabezas al que dio muerte Heracles (o Hércules romano). Este héroe también mató a otro de los hermanos: el fiero león de Nemea con cuya piel impenetrable se realizó una coraza y con su cabeza un casco. La Quimera que escupía fuego y la hidra de Lerna con múltiples cabezas que se duplicaban cuando se cortaba una de ellas completaban el elenco de esta familia monstruosa.
Significado simbólico de Tifón
Esta oposición de Tifón, el monstruo nacido de los celos y la venganza de la Tierra, a Atenea, salida del cerebro de Zeus, dios celeste, confirma la interpretación dada: las fuerzas violentas de un instinto pervertido, simbolizadas por Tifón, se desencadenan contra la Sabiduría, que Atenea simboliza. Es el rechazo de la sublimación y el abandono a las pulsiones terrenales. O también puede decirse que la diosa Tierra, mediante sus erupciones volcánicas y sus coladas de lava ardiente como víboras encolerizadas, rivaliza con el dios del Cielo, con su rayo y sus centellas.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Tifón de la mitología griega, por tanto, es el símbolo perfecto de la perversión y la aberración surgido de los instintos, la ira o la violencia. Mientras Atenea, la inteligente y protectora de todo lo bueno de la civilización, sale de la cabeza, de lo noble, de la razón, Tifón, por el contrario, es producto de los celos y la venganza. Nace de un terremoto, de un choque de fuerzas. Condenado a las entrañas cavernosas de un volcán, se une a Equidna, otro monstruo como él. Y esta peculiar pareja solo podría engendrar más monstruos en una espiral sin fin. Ambos hacen crecer hasta el infinito, por tanto, el inconsciente oscuro, el instinto irracional y la violencia que solo busca la destrucción.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El Manierismo fue un movimiento artístico que surgió a finales del siglo XVI por agotamiento estilístico del Renacimiento. Camina hacia las características del Barroco aunque puede considerarse que tiene entidad propia. Fue de capital importancia en literatura ya que los tres grandes de las letras europeas pueden encuadrarse en el primer movimiento. Hablamos de nombres de la talla de Miguel de Cervantes (1547-1616), algunas obras de William Shakespeare (1564-1616) y el poeta portugués Luis Vaz de Camôes (1524-1580), autor de Las Luisiadas. Resumiendo y reduciendo mucho, Manierismo y Barroco van de la mano y se contraponen a los postulados renacentistas.
Mínima aproximación histórica para entender el Manierismo y Barroco
Si el siglo XV y la primera mitad del XVI fue una época de espíritu positivo, de crecimiento y de creencia en las posibilidades de la raza humana, a finales de la centuria comienza a instalarse crisis de todo tipo. Y con ellas irían llegando paulatinamente el pesimismo e, incluso, la resignación. En el Renacimiento se afianzan las lenguas vernáculas apoyadas por el avance imparable de la imprenta. Se dan a conocer los textos antiguos en ediciones filológicamente impecables (como las de Aldo Manuzio) combinando los fragmentos conservados a través de los libros medievales. En esas páginas se desplegaban mundos de dioses paganos, de héroes brillantes y de humanos con una cosmovisión desvinculada del cristianismo. A ello se unen avances de todo tipo, desde el descubrimiento de nuevas tierras a ojos europeos (América) hasta innovaciones en el ámbito de la ingeniería que hacen más fáciles y llevadera la existencia. Se retoma la vida urbana y se inauguran universidades en las principales capitales europeas.
Todo este crecimiento, y el espíritu positivo que lleva aparejado, se da de bruces a finales del siglo XVI. Es la época de la Contrarreforma y de la acumulación de poder del Vaticano. Las guerras de religión ya habían mermado la capacidad económica de una población progresivamente empobrecida. Los artistas, escritores e intelectuales van paulatinamente abandonado el idealismo para poner el foco en otros modelos vitales. Aparecen los místicos y también los fracasados. Se olvidan los reyes gloriosos y se mira hacia el marginado. Y para afianzar aún más la decadencia, todo ese progreso del Renacimiento, salta por los aires con la peste del año 1522 y con el Saco de Roma en 1527.
Características comunes del Manierismo y del Barroco
Aunque hay críticos que señalan que el Manierismo es el primer estadio del Barroco, los investigadores contemporáneos le dan carta de naturaleza propia a cada movimiento. En líneas generales ambos estilos tienen lo siguiente en común:
1.- Se abandonan los temas y modelos paganos en una búsqueda de los asuntos religiosos cristianos.
2.- Esto va unido a una pérdida de confianza en la raza humana. El hombre, de nuevo, deja de ser el centro del universo. Ya no hay confianza en sus posibilidades. Se renuncia a la búsqueda de la felicidad para volcarse en ser merecedor de la gracia divina. Y conforme nos adentramos en el siglo XVII el pesimismo se hace tan fuerte que ya solo hay esperanza en un más allá tras la muerte. El ambiente es, especialmente en España, de absoluta resignación.
3.- Los goces de la vida, por tanto, que se habían antepuesto en el Renacimiento, quedan aparcados. El consuelo solo se encuentra en la religión (un buen ejemplo de ello son las últimas obras de El Greco, las de su etapa toledana). Por tanto, la actividad artística (en lo correspondiente a la pintura y la escultura) queda circunscrita a lo sacro. El incipiente espíritu cívico e, incluso, laico (aunque con sus matices) de la época anterior queda olvidado en una búsqueda de una liberación que solo se encuentra en la religión.
4.- La libertad, por tanto, únicamente puede ser interior. De hecho manierismo proviene de la palabra italiana “maniera” que no es más que el estilo individual de cada uno de los creadores. Esa independencia, que se hace personal, propicia el avance de la mística (cuyos mejores nombres pertenecen a la literatura española, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz) y las visiones más escabrosas de la vida de los santos.
5.- Las virtudes morales de la vida cotidiana quedan empequeñecidas ante una visión dramática de la existencia. Esta es una de las principales características del Barroco que irán afianzándose conforme avance el siglo XVII.
6.- La sobriedad clásica, la elegancia y el estatismo se va perdiendo en favor del movimiento, de la línea curva, del desorden e, incluso, del caos. El siglo XVII es ya dionisiaco (según la nomenclatura de Nietzsche) y ha perdido la luz de Apolo. Se recurre a la embriaguez de los sentidos, como Los Borrachos de Velázquez.
7.- Se pone el foco en personajes marginales (otro ejemplo es la novela picaresca), en perdedores, aunque hayan gobernado el mundo (como El Rey Lear de William Shakespeare) y los soñadores (como Don Quijote) que se convierten en fracasados. No son héroes buscadores que abren mundos posibles (aunque a la postre lo hagan). Esa no es la intención. El objetivo es poner de manifiesto la pequeñez del alma. El ser humano (de creerse grande) se vuelve criatura.
8.- Hay, por tanto, un olvido del idealismo y una vuelta al realismo más obsceno. Hay un paulatino regodeo en la muerte, en las penas del Apocalipsis, en lo grotesco, en el fracaso existencial, en la inutilidad de cualquier gloria o heroicidad. Andando el siglo, este sentimiento desembocará en el Carpe diem, en el atrapa el momento, no ya como un brindis al hedonismo sino como la última acción desesperada ante un tiempo que se escapa entre sufrimientos.
9.- Por primera vez en la historia del arte se busca reflejar lo interior del alma humana en el exterior. Por eso se presta especial atención al drama cuando no a la crueldad extrema. Los personajes aparecen contorsionados, en movimiento olvidando la contención elegante anterior.
Diferencias entre ambos estilos: Manierismo frente a Barroco
1.- Una de las características del Manierismo es que aún no acusa el gusto por lo monstruoso, por lo obsceno o por lo grotesco del estilo barroco a pesar de que se desliza hacia el drama, hacia el pathos, hacia el sentimiento tormentoso.
2.- El Manierismo, a pesar de su pesimismo creciente, aún no ha llegado a la resignación del Barroco. Es a finales del siglo XVII cuando el pesimismo se instala de tal manera en el ánimo de la sociedad europea que únicamente se ponen esperanzas en una vida más allá. En este sentido el Barroco español es la apoteosis de estos sentimientos. Y no es de extrañar que algo así sucediera, ya que fue de tal magnitud la decadencia que desde escritores hasta artistas veían este mundo como un auténtico valle de lágrimas, como un lugar de paso hacia la otra vida donde únicamente podía darse la gracia y la salvación. Las obras de Francisco de Quevedo, por poner otro ejemplo, reflejan perfectamente este estado de ánimo como el conocido
Miré los muros de la patria mía,
Si un tiempo fuertes, ya desmoronados
3.- En pintura comienza el gusto por colores extraños, por combinaciones de tonos extravagantes o por no seguir los dictados de la naturaleza. Paralelamente, se va instalando el horror vacui y no queda ni un solo centímetro sin pintar. Los retratos, incluso, van perdiendo el fondo negro (aún presente en el Manierismo) para representar todo tipo de escenas abigarradas.
4.- Conforme va avanzando el siglo XVII, el arte se va quedando acotado a las grandes obras de la Iglesia hasta llegar a los fastos palaciegos del último Barroco y del Rococó decadente.
Y, por último, no podemos olvidar, al menos en literatura, que el Manierismo, al aparcar los moldes en los que hay que reflejarse, puso en escena los más sublimes tipos de la historia. Se dejan atrás los protagonistas prefijados por la tradición. Se olvidan los héroes perfectos repletos de virtudes sobrehumanas (como los de la novelas de caballería) y progresivamente se va reflejando toda la complejidad del alma. Nacen Hamlet y su duda o Don Quijote y Sancho Panza poniendo en evidencia todas las sombras y luces del espíritu. Se pone el foco en los perdedores, en los lisiados (los enanos de la corte de Velázquez). Se mira sin miedo a la fealdad y a los defectos. Todo esto aparece con el Manierismo y se va afianzando con el Barroco, aunque en arte desemboque en fuegos de artificio y rebuscamiento (el gongorismo) que ya nada tiene que ver con ese enfoque de verosimilitud que se buscaba a finales del siglo XVI.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla
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El Manierismo fue un movimiento artístico que surgió a finales del siglo XVI por agotamiento estilístico del Renacimiento. Camina hacia las características del Barroco aunque puede considerarse que tiene entidad propia. Fue de capital importancia en literatura ya que los tres grandes de las letras europeas pueden encuadrarse en el primer movimiento. Hablamos de nombres de la talla de Miguel de Cervantes (1547-1616), algunas obras de William Shakespeare (1564-1616) y el poeta portugués Luis Vaz de Camôes (1524-1580), autor de Las Luisiadas. Resumiendo y reduciendo mucho, Manierismo y Barroco van de la mano y se contraponen a los postulados renacentistas.
Mínima aproximación histórica para entender el Manierismo y Barroco
Si el siglo XV y la primera mitad del XVI fue una época de espíritu positivo, de crecimiento y de creencia en las posibilidades de la raza humana, a finales de la centuria comienza a instalarse crisis de todo tipo. Y con ellas irían llegando paulatinamente el pesimismo e, incluso, la resignación. En el Renacimiento se afianzan las lenguas vernáculas apoyadas por el avance imparable de la imprenta. Se dan a conocer los textos antiguos en ediciones filológicamente impecables (como las de Aldo Manuzio) combinando los fragmentos conservados a través de los libros medievales. En esas páginas se desplegaban mundos de dioses paganos, de héroes brillantes y de humanos con una cosmovisión desvinculada del cristianismo. A ello se unen avances de todo tipo, desde el descubrimiento de nuevas tierras a ojos europeos (América) hasta innovaciones en el ámbito de la ingeniería que hacen más fáciles y llevadera la existencia. Se retoma la vida urbana y se inauguran universidades en las principales capitales europeas.
Todo este crecimiento, y el espíritu positivo que lleva aparejado, se da de bruces a finales del siglo XVI. Es la época de la Contrarreforma y de la acumulación de poder del Vaticano. Las guerras de religión ya habían mermado la capacidad económica de una población progresivamente empobrecida. Los artistas, escritores e intelectuales van paulatinamente abandonado el idealismo para poner el foco en otros modelos vitales. Aparecen los místicos y también los fracasados. Se olvidan los reyes gloriosos y se mira hacia el marginado. Y para afianzar aún más la decadencia, todo ese progreso del Renacimiento, salta por los aires con la peste del año 1522 y con el Saco de Roma en 1527.
Características comunes del Manierismo y del Barroco
Aunque hay críticos que señalan que el Manierismo es el primer estadio del Barroco, los investigadores contemporáneos le dan carta de naturaleza propia a cada movimiento. En líneas generales ambos estilos tienen lo siguiente en común:
1.- Se abandonan los temas y modelos paganos en una búsqueda de los asuntos religiosos cristianos.
2.- Esto va unido a una pérdida de confianza en la raza humana. El hombre, de nuevo, deja de ser el centro del universo. Ya no hay confianza en sus posibilidades. Se renuncia a la búsqueda de la felicidad para volcarse en ser merecedor de la gracia divina. Y conforme nos adentramos en el siglo XVII el pesimismo se hace tan fuerte que ya solo hay esperanza en un más allá tras la muerte. El ambiente es, especialmente en España, de absoluta resignación.
3.- Los goces de la vida, por tanto, que se habían antepuesto en el Renacimiento, quedan aparcados. El consuelo solo se encuentra en la religión (un buen ejemplo de ello son las últimas obras de El Greco, las de su etapa toledana). Por tanto, la actividad artística (en lo correspondiente a la pintura y la escultura) queda circunscrita a lo sacro. El incipiente espíritu cívico e, incluso, laico (aunque con sus matices) de la época anterior queda olvidado en una búsqueda de una liberación que solo se encuentra en la religión.
4.- La libertad, por tanto, únicamente puede ser interior. De hecho manierismo proviene de la palabra italiana “maniera” que no es más que el estilo individual de cada uno de los creadores. Esa independencia, que se hace personal, propicia el avance de la mística (cuyos mejores nombres pertenecen a la literatura española, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz) y las visiones más escabrosas de la vida de los santos.
5.- Las virtudes morales de la vida cotidiana quedan empequeñecidas ante una visión dramática de la existencia. Esta es una de las principales características del Barroco que irán afianzándose conforme avance el siglo XVII.
6.- La sobriedad clásica, la elegancia y el estatismo se va perdiendo en favor del movimiento, de la línea curva, del desorden e, incluso, del caos. El siglo XVII es ya dionisiaco (según la nomenclatura de Nietzsche) y ha perdido la luz de Apolo. Se recurre a la embriaguez de los sentidos, como Los Borrachos de Velázquez.
7.- Se pone el foco en personajes marginales (otro ejemplo es la novela picaresca), en perdedores, aunque hayan gobernado el mundo (como El Rey Lear de William Shakespeare) y los soñadores (como Don Quijote) que se convierten en fracasados. No son héroes buscadores que abren mundos posibles (aunque a la postre lo hagan). Esa no es la intención. El objetivo es poner de manifiesto la pequeñez del alma. El ser humano (de creerse grande) se vuelve criatura.
8.- Hay, por tanto, un olvido del idealismo y una vuelta al realismo más obsceno. Hay un paulatino regodeo en la muerte, en las penas del Apocalipsis, en lo grotesco, en el fracaso existencial, en la inutilidad de cualquier gloria o heroicidad. Andando el siglo, este sentimiento desembocará en el Carpe diem, en el atrapa el momento, no ya como un brindis al hedonismo sino como la última acción desesperada ante un tiempo que se escapa entre sufrimientos.
9.- Por primera vez en la historia del arte se busca reflejar lo interior del alma humana en el exterior. Por eso se presta especial atención al drama cuando no a la crueldad extrema. Los personajes aparecen contorsionados, en movimiento olvidando la contención elegante anterior.
Diferencias entre ambos estilos: Manierismo frente a Barroco
1.- Una de las características del Manierismo es que aún no acusa el gusto por lo monstruoso, por lo obsceno o por lo grotesco del estilo barroco a pesar de que se desliza hacia el drama, hacia el pathos, hacia el sentimiento tormentoso.
2.- El Manierismo, a pesar de su pesimismo creciente, aún no ha llegado a la resignación del Barroco. Es a finales del siglo XVII cuando el pesimismo se instala de tal manera en el ánimo de la sociedad europea que únicamente se ponen esperanzas en una vida más allá. En este sentido el Barroco español es la apoteosis de estos sentimientos. Y no es de extrañar que algo así sucediera, ya que fue de tal magnitud la decadencia que desde escritores hasta artistas veían este mundo como un auténtico valle de lágrimas, como un lugar de paso hacia la otra vida donde únicamente podía darse la gracia y la salvación. Las obras de Francisco de Quevedo, por poner otro ejemplo, reflejan perfectamente este estado de ánimo como el conocido
Miré los muros de la patria mía,
Si un tiempo fuertes, ya desmoronados
3.- En pintura comienza el gusto por colores extraños, por combinaciones de tonos extravagantes o por no seguir los dictados de la naturaleza. Paralelamente, se va instalando el horror vacui y no queda ni un solo centímetro sin pintar. Los retratos, incluso, van perdiendo el fondo negro (aún presente en el Manierismo) para representar todo tipo de escenas abigarradas.
4.- Conforme va avanzando el siglo XVII, el arte se va quedando acotado a las grandes obras de la Iglesia hasta llegar a los fastos palaciegos del último Barroco y del Rococó decadente.
Y, por último, no podemos olvidar, al menos en literatura, que el Manierismo, al aparcar los moldes en los que hay que reflejarse, puso en escena los más sublimes tipos de la historia. Se dejan atrás los protagonistas prefijados por la tradición. Se olvidan los héroes perfectos repletos de virtudes sobrehumanas (como los de la novelas de caballería) y progresivamente se va reflejando toda la complejidad del alma. Nacen Hamlet y su duda o Don Quijote y Sancho Panza poniendo en evidencia todas las sombras y luces del espíritu. Se pone el foco en los perdedores, en los lisiados (los enanos de la corte de Velázquez). Se mira sin miedo a la fealdad y a los defectos. Todo esto aparece con el Manierismo y se va afianzando con el Barroco, aunque en arte desemboque en fuegos de artificio y rebuscamiento (el gongorismo) que ya nada tiene que ver con ese enfoque de verosimilitud que se buscaba a finales del siglo XVI.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla
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Manierismo y Barroco
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El manierismo fue un movimiento artístico que surge en la mitad del siglo XVI en Italia y desde allí se expande a toda Europa. Aunque hasta hace unas cuantas décadas se ha considerado un estilo decadente y en transición desde el Renacimiento hacia el Barroco, la crítica contemporánea le otorga entidad propia. Y lo hace ya sea por la calidad e importancia de los artistas que en él se engloban como por las fórmulas artísticas que aúnan a más de una generación de creadores. Podemos encontrar las características del manierismo en todas las artes y los géneros. En pintura sobresalen, nada más y nada menos, que el último Leonardo (1452-1519), Tiziano (1490-1576), El Tintoretto (1518-1594), Sofonisba Anguissola (1530- 1626) o El Greco (1541-1614). Algunas obras de Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) también se adscriben al movimiento, aunque las más importantes pertenecen con plena carta de naturaleza al estilo barroco. Manieristas son también los arquitectos Andrea Palladio (1508-1580) y Jacopo Vignola (1507-1573). Y los grandes nombres de la literatura europea también entran en esta clasificación. Estoy hablando de los imprescindibles Miguel de Cervantes (1547-1616) en español, algunas obras de William Shakespeare (1564-1616) en inglés y el poeta portugués Luís Vaz de Camôes (1524-1580).
El término manierismo procede de la palabra italiana maniera que puede traducirse como estilo, entendido este como una forma individual de enfrentarse al arte. El primero que lo describió fue el gran crítico italiano Giorgio Vasari (1511-1574). Por tanto, la genealogía de la palabra ya nos dice de una de las principales características del manierismo, que no es más que la libertad individual a la hora de enfrentarse a las mieles y las hieles de la creación artística. Por supuesto, esto último no hay que entenderlo tal como lo conocemos al día de hoy sino en su proceso histórico. Así, por vez primera los artistas abandonaban la imposición casi de los moldes clásicos en búsqueda de una mayor originalidad. Esto supondría, en primer lugar el acercamiento a personajes marginales y alejados del ideal heroico por primera vez en la historia. Un buen ejemplo que ilustra este proceso es el desarrollo de la novela picaresca en España.
El manierismo, además, surge como conciencia de una transformación social. Estamos en plena Contrarreforma y todo lo aceptado con anterioridad empieza a cuestionarse. Es un periodo de crisis en todos los órdenes que hacen saltar por los aires los fundamentos sociales. La crítica y la historiografía anotan como determinantes la peste del año1522 (que propició que los artistas italianos emigraran a distintas cortes europeas en busca de generosos patronos) y el Saco de Roma en 1527 que sumió en absoluta devastación a la cristiandad.
1.- La primera de las características del manierismo es el abandono de la elegancia clásica para ir adentrándose en el gusto por lo sinuoso del Barroco
Si la pintura del Renacimiento, por poner un caso, se desarrolló según unos cánones establecidos en los que primaban el orden, la estructura, la línea y el encasillamiento, con el manierismo nos vamos adentrarnos en el caos de la libertad. Se busca lo sinuoso, lo trágico, la contorsión y el movimiento, extremos que se ajustan mejor a los temas dramáticos que comienzan a gustar. Estamos, por tanto, ante un cambio desde lo apolíneo (sobrio y sereno) del Renacimiento hacia lo dionisiaco (ebrio, caótico y vibrante) del Barroco, según la clasificación que posteriormente haría Friedrich Nietzsche (1844-1900).
2.- Se abandonan los temas centrados en los mitos clásicos en favor de los religiosos
El Renacimiento quiso ser un retorno a la antigüedad clásica tras lo que creían un paréntesis, el de la Edad Media. A ello contribuyó el avance de la imprenta y las nuevas ediciones impecables desde el punto de vista filológico de un Aldo Manuzio, por poner un caso, junto con los nuevos descubrimientos arqueológicos. Por eso, los protagonistas y las fórmulas de la literatura griega y romana se imponen. Hay un gusto por la temática pagana, por los mitos fundacionales clásicos y las Metamorfosis de Ovidio (siglo I) se convierte en un libro de cabecera casi. Los dioses, titanes, ninfas, faunos y sátiros vuelven a ser familiares. Todo esto que era cotidiano en el Renacimiento se va progresivamente aparcando conforme avanza el siglo XVI priorizando temas religiosos. Además, cuando se vuelve la mirada a la antigüedad pagana, el enfoque es siempre el más grotesco o, incluso, la obsceno. Y se comienza a andar la senda para los temas más dramáticos e, incluso, escatológicos que es una de las principales características del Barroco.
3.- El manierismo es un estilo intelectual y dirigido a la élite aristocrática o de la iglesia
Por eso, encontramos sus mejores obras formando parte de grandes murales. Mientras que el estilo barroco se centra en lo sensorial, en las emociones, en ese resbalarse por los toboganes de las pasiones (la vida frente a la muerte, la pérdida en todos sus aspectos o la degradación) el manierismo se caracteriza por una contención heredada del Renacimiento. Se acerca a las fronteras pero aún mantiene ciertas formas y no llega a lo monstruoso, a lo grotesco, a los límites, al drama de la vida y la muerte o a zambullirse de lleno en el tema de la fugacidad de la vida.
4.- Una de las principales características del manierismo es la sensación de decadencia
Esa evolución que iba acorde con una nueva forma de estar en el mundo se entiende incluso como una degradación. Se avanza hacia la nueva maniera pero casi añorando la elegancia y la sobriedad anterior. El ensayo con el grotesco encuentra un buen ejemplo en los antihéroes de la literatura universal. El Quijote es un soñador y no un idealista. Por eso es el prototipo de perdedor. En él se reconcentran las luces y sombras de la condición humana. Un tanto de lo mismo podemos encontrar en El rey Lear de Shakespeare: un rey que baja a los espacios simbólicos de la abyección y que ya ha perdido la luz heroica de los clásicos. Tanto las pinturas como los nuevos textos literarios nos presentan prototipos complejos en los que habitan las luces y las sombras de la raza humana. Aparecen, además, las máscaras en el sentido de careta que oculta la verdadera personalidad o intenciones.
5.- Otra de las características del manierismo reside en su espíritu caótico e individual
De hecho, como estamos viendo, las grandes figuras de la literatura europea se forjaron en este estilo. Y un tanto de lo mismo sucede con las artes plásticas. Con el manierismo, los artistas pierden los resortes de lo moldes clásicos que hay que seguir sí o sí para comenzar a innovar. Y en esas innovaciones nos encontramos los mejores ejemplos artísticos del arte occidental. Quizás por eso, fue reivindicado, primero, por los románticos y, posteriormente, por las distintas vanguardias históricas de las primeras décadas del siglo XX.
6.- Una de las características del manierismo es la búsqueda de la realidad
Aunque esta esté distorsionada, se va alejando de la idealización de los modelos renacentistas. Un buen ejemplo en literatura es la novela pastoril que se entretiene en describir mundos utópicos, perfectos e irrealizables. Otro ejemplo lo encontramos en las novelas de caballería, favoritas del público lector de las décadas anteriores a este movimiento. Si los héroes de este género responden a un ideal perfecto y sin una mancha tanto en el espíritu como en la armadura, con el manierismo se desemboca en El Quijote. El idealismo, por tanto, da paso a la realidad de las pasiones, a los protagonistas fracasados que, a la vez, muestran todos los vicios y virtudes del alma humana. Por otro lado, en el manierismo también tiene cabida la mística literaria (con Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz a la cabeza) ya que este modelo literario busca una libertad interior imposible de encontrar en los encorsetados géneros renacentistas. De hecho, se ha asociado a artistas plásticos del movimiento (tal es el caso de El Greco) con la mística, entendida como una búsqueda de espacio religioso personal e individual al margen de la ortodoxia establecida.
7.- Aparece el horror vacui característico del estilo barroco
Y con él se olvidan los fondos oscuros que daban profundidad a los retratos de la pintura del Renacimiento. Las escenas se hacen complejas y cada uno de los elementos de la misma se valen de un amplio abanico de símbolos y alegorías que hay que conocer para entender el significado último de las mismas. Paralelamente que se ensaya con la línea sinuosa en detrimento de las rectas se empieza a usar una pincelada fluida que es novedad en la historia del arte.
8.- Hay un gusto por los colores difíciles que no se encuentran en la naturaleza
La paleta se amplía y se olvidan los grandes tonos (conseguidos con materiales lujosos) de otras épocas. Paralelamente, se utilizan colores que no están en la naturaleza o, si lo están, no es el característico del objeto representado. Hay un gusto por los fuertes contrastes. Y esto es otra base también para la reivindicación por parte de las vanguardias históricas de las primeras décadas del siglo XX.
10.- Otra de las características del manierismo es el acercamiento a la naturaleza
Los paisajes comienzan a ser protagonistas y, por tanto, significan dentro de la obra. No son un mero decorado sino que ella misma realiza un diálogo en la narración o representación. Un claro ejemplo es La tempestad (1508) de Giorgione o Vista de Toledo (1596-1600) de El Greco. También empieza el gusto por esos paisajes dramáticos que interrogan a los miembros de la raza humana sobre lo divino y lo humano. Este aspecto se retomaría, de otra manera y con mayor intensidad anímica, en el Romanticismo.
10.- En este periodo el dibujo adquiere categoría autónoma
Ya no solo es un boceto para una obra posterior. El genio que empezó a despuntar en el manierismo escoge este formato para dejar plasmadas no solo ideas o proyectos sino también obras terminadas. Para el artista manierista se abre, por tanto, un abanico de posibilidades expresivas, que empiezan a echar por tierra los encorsetados moldes de los cánones clásicos.
En definitiva, las características del manierismo apuntan a un alejamiento de la sobriedad renacentista que se antoja demasiado estática a la hora de representar las nuevas inquietudes. Y se va caminando hacia el espíritu caótico, suntuoso, abigarrado, dramático y extremo que supuso el Barroco.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El manierismo fue un movimiento artístico que surge en la mitad del siglo XVI en Italia y desde allí se expande a toda Europa. Aunque hasta hace unas cuantas décadas se ha considerado un estilo decadente y en transición desde el Renacimiento hacia el Barroco, la crítica contemporánea le otorga entidad propia. Y lo hace ya sea por la calidad e importancia de los artistas que en él se engloban como por las fórmulas artísticas que aúnan a más de una generación de creadores. Podemos encontrar las características del manierismo en todas las artes y los géneros. En pintura sobresalen, nada más y nada menos, que el último Leonardo (1452-1519), Tiziano (1490-1576), El Tintoretto (1518-1594), Sofonisba Anguissola (1530- 1626) o El Greco (1541-1614). Algunas obras de Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) también se adscriben al movimiento, aunque las más importantes pertenecen con plena carta de naturaleza al estilo barroco. Manieristas son también los arquitectos Andrea Palladio (1508-1580) y Jacopo Vignola (1507-1573). Y los grandes nombres de la literatura europea también entran en esta clasificación. Estoy hablando de los imprescindibles Miguel de Cervantes (1547-1616) en español, algunas obras de William Shakespeare (1564-1616) en inglés y el poeta portugués Luís Vaz de Camôes (1524-1580).
El término manierismo procede de la palabra italiana maniera que puede traducirse como estilo, entendido este como una forma individual de enfrentarse al arte. El primero que lo describió fue el gran crítico italiano Giorgio Vasari (1511-1574). Por tanto, la genealogía de la palabra ya nos dice de una de las principales características del manierismo, que no es más que la libertad individual a la hora de enfrentarse a las mieles y las hieles de la creación artística. Por supuesto, esto último no hay que entenderlo tal como lo conocemos al día de hoy sino en su proceso histórico. Así, por vez primera los artistas abandonaban la imposición casi de los moldes clásicos en búsqueda de una mayor originalidad. Esto supondría, en primer lugar el acercamiento a personajes marginales y alejados del ideal heroico por primera vez en la historia. Un buen ejemplo que ilustra este proceso es el desarrollo de la novela picaresca en España.
El manierismo, además, surge como conciencia de una transformación social. Estamos en plena Contrarreforma y todo lo aceptado con anterioridad empieza a cuestionarse. Es un periodo de crisis en todos los órdenes que hacen saltar por los aires los fundamentos sociales. La crítica y la historiografía anotan como determinantes la peste del año1522 (que propició que los artistas italianos emigraran a distintas cortes europeas en busca de generosos patronos) y el Saco de Roma en 1527 que sumió en absoluta devastación a la cristiandad.
1.- La primera de las características del manierismo es el abandono de la elegancia clásica para ir adentrándose en el gusto por lo sinuoso del Barroco
Si la pintura del Renacimiento, por poner un caso, se desarrolló según unos cánones establecidos en los que primaban el orden, la estructura, la línea y el encasillamiento, con el manierismo nos vamos adentrarnos en el caos de la libertad. Se busca lo sinuoso, lo trágico, la contorsión y el movimiento, extremos que se ajustan mejor a los temas dramáticos que comienzan a gustar. Estamos, por tanto, ante un cambio desde lo apolíneo (sobrio y sereno) del Renacimiento hacia lo dionisiaco (ebrio, caótico y vibrante) del Barroco, según la clasificación que posteriormente haría Friedrich Nietzsche (1844-1900).
2.- Se abandonan los temas centrados en los mitos clásicos en favor de los religiosos
El Renacimiento quiso ser un retorno a la antigüedad clásica tras lo que creían un paréntesis, el de la Edad Media. A ello contribuyó el avance de la imprenta y las nuevas ediciones impecables desde el punto de vista filológico de un Aldo Manuzio, por poner un caso, junto con los nuevos descubrimientos arqueológicos. Por eso, los protagonistas y las fórmulas de la literatura griega y romana se imponen. Hay un gusto por la temática pagana, por los mitos fundacionales clásicos y las Metamorfosis de Ovidio (siglo I) se convierte en un libro de cabecera casi. Los dioses, titanes, ninfas, faunos y sátiros vuelven a ser familiares. Todo esto que era cotidiano en el Renacimiento se va progresivamente aparcando conforme avanza el siglo XVI priorizando temas religiosos. Además, cuando se vuelve la mirada a la antigüedad pagana, el enfoque es siempre el más grotesco o, incluso, la obsceno. Y se comienza a andar la senda para los temas más dramáticos e, incluso, escatológicos que es una de las principales características del Barroco.
3.- El manierismo es un estilo intelectual y dirigido a la élite aristocrática o de la iglesia
Por eso, encontramos sus mejores obras formando parte de grandes murales. Mientras que el estilo barroco se centra en lo sensorial, en las emociones, en ese resbalarse por los toboganes de las pasiones (la vida frente a la muerte, la pérdida en todos sus aspectos o la degradación) el manierismo se caracteriza por una contención heredada del Renacimiento. Se acerca a las fronteras pero aún mantiene ciertas formas y no llega a lo monstruoso, a lo grotesco, a los límites, al drama de la vida y la muerte o a zambullirse de lleno en el tema de la fugacidad de la vida.
4.- Una de las principales características del manierismo es la sensación de decadencia
Esa evolución que iba acorde con una nueva forma de estar en el mundo se entiende incluso como una degradación. Se avanza hacia la nueva maniera pero casi añorando la elegancia y la sobriedad anterior. El ensayo con el grotesco encuentra un buen ejemplo en los antihéroes de la literatura universal. El Quijote es un soñador y no un idealista. Por eso es el prototipo de perdedor. En él se reconcentran las luces y sombras de la condición humana. Un tanto de lo mismo podemos encontrar en El rey Lear de Shakespeare: un rey que baja a los espacios simbólicos de la abyección y que ya ha perdido la luz heroica de los clásicos. Tanto las pinturas como los nuevos textos literarios nos presentan prototipos complejos en los que habitan las luces y las sombras de la raza humana. Aparecen, además, las máscaras en el sentido de careta que oculta la verdadera personalidad o intenciones.
5.- Otra de las características del manierismo reside en su espíritu caótico e individual
De hecho, como estamos viendo, las grandes figuras de la literatura europea se forjaron en este estilo. Y un tanto de lo mismo sucede con las artes plásticas. Con el manierismo, los artistas pierden los resortes de lo moldes clásicos que hay que seguir sí o sí para comenzar a innovar. Y en esas innovaciones nos encontramos los mejores ejemplos artísticos del arte occidental. Quizás por eso, fue reivindicado, primero, por los románticos y, posteriormente, por las distintas vanguardias históricas de las primeras décadas del siglo XX.
6.- Una de las características del manierismo es la búsqueda de la realidad
Aunque esta esté distorsionada, se va alejando de la idealización de los modelos renacentistas. Un buen ejemplo en literatura es la novela pastoril que se entretiene en describir mundos utópicos, perfectos e irrealizables. Otro ejemplo lo encontramos en las novelas de caballería, favoritas del público lector de las décadas anteriores a este movimiento. Si los héroes de este género responden a un ideal perfecto y sin una mancha tanto en el espíritu como en la armadura, con el manierismo se desemboca en El Quijote. El idealismo, por tanto, da paso a la realidad de las pasiones, a los protagonistas fracasados que, a la vez, muestran todos los vicios y virtudes del alma humana. Por otro lado, en el manierismo también tiene cabida la mística literaria (con Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz a la cabeza) ya que este modelo literario busca una libertad interior imposible de encontrar en los encorsetados géneros renacentistas. De hecho, se ha asociado a artistas plásticos del movimiento (tal es el caso de El Greco) con la mística, entendida como una búsqueda de espacio religioso personal e individual al margen de la ortodoxia establecida.
7.- Aparece el horror vacui característico del estilo barroco
Y con él se olvidan los fondos oscuros que daban profundidad a los retratos de la pintura del Renacimiento. Las escenas se hacen complejas y cada uno de los elementos de la misma se valen de un amplio abanico de símbolos y alegorías que hay que conocer para entender el significado último de las mismas. Paralelamente que se ensaya con la línea sinuosa en detrimento de las rectas se empieza a usar una pincelada fluida que es novedad en la historia del arte.
8.- Hay un gusto por los colores difíciles que no se encuentran en la naturaleza
La paleta se amplía y se olvidan los grandes tonos (conseguidos con materiales lujosos) de otras épocas. Paralelamente, se utilizan colores que no están en la naturaleza o, si lo están, no es el característico del objeto representado. Hay un gusto por los fuertes contrastes. Y esto es otra base también para la reivindicación por parte de las vanguardias históricas de las primeras décadas del siglo XX.
10.- Otra de las características del manierismo es el acercamiento a la naturaleza
Los paisajes comienzan a ser protagonistas y, por tanto, significan dentro de la obra. No son un mero decorado sino que ella misma realiza un diálogo en la narración o representación. Un claro ejemplo es La tempestad (1508) de Giorgione o Vista de Toledo (1596-1600) de El Greco. También empieza el gusto por esos paisajes dramáticos que interrogan a los miembros de la raza humana sobre lo divino y lo humano. Este aspecto se retomaría, de otra manera y con mayor intensidad anímica, en el Romanticismo.
10.- En este periodo el dibujo adquiere categoría autónoma
Ya no solo es un boceto para una obra posterior. El genio que empezó a despuntar en el manierismo escoge este formato para dejar plasmadas no solo ideas o proyectos sino también obras terminadas. Para el artista manierista se abre, por tanto, un abanico de posibilidades expresivas, que empiezan a echar por tierra los encorsetados moldes de los cánones clásicos.
En definitiva, las características del manierismo apuntan a un alejamiento de la sobriedad renacentista que se antoja demasiado estática a la hora de representar las nuevas inquietudes. Y se va caminando hacia el espíritu caótico, suntuoso, abigarrado, dramático y extremo que supuso el Barroco.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Características del manierismo
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El símbolo de la rosa roja es el más extendido en Occidente. Es parejo al de la flor de loto en Oriente. Su significado se asocia con la manifestación. El Cristianismo la ha asemejado a la sangre derramada de Cristo y al amor infinito e inmortal. A pesar de ser un icono occidental, como veremos, adquiere el carácter de arquetipo universal y la encontramos en culturas dispersas por el espacio y el tiempo, desde la India hasta la Grecia clásica pasando por los alquimistas medievales. Su sentido simbólico es paralelo al de la rosa blanca y la mezcla de ambas, el color rosa, se considera la unión de la pureza y de la pasión.
Blanca o roja, la rosa es una de las flores preferidas por los alquimistas cuyos tratados se intitulan a menudo rosales de los filósofos. La rosa blanca como el lis está ligada a la piedra al blanco, fin de la pequeña obra, mientras que la rosa roja se asocia a la piedra al rojo, fin de la gran obra. La mayor parte de estas rosas tienen siete pétalos, cada uno de los cuales evoca un metal o una operación de obra.
Van Lennep: Arte y Alquimia
El significado de la rosa roja en el Cristianismo y en la mística europea
La rosa roja se ha asimilado en la iconografía cristiana a la sangre y las llagas de Cristo. Por su forma, también toma el sentido semántico del cáliz sagrado. Por tanto, la imagen nos remite al Santo Grial, al objeto que redime y otorga la inmortalidad a través de la resurrección de las almas. A partir de esta semejanza, la rosa roja se asocia al alma cristiana, al poder de la vida sobre la muerte, a la resurrección y a la inmortalidad.
Es una alegoría frecuente en la mística tanto cristiana como musulmana. Es tomada como imagen del renacimiento a partir de las experiencias de libertad que suponen los estados interiores de la mística. Y con ellas se forman jardines perfumados donde tienen lugar todas las virtudes espirituales y todas las gracias terrenales. A través de la rosa roja se produce la regeneración de los iniciados, los mismos que superan las pruebas del infierno para elevarse sobre los problemas de la tierra e iniciar el camino de la trascendencia.
En el poema medieval de Guillaume de Lorris y Jean de Meung Roman de la Rose, la rosa adquiere todos los significados y ejemplos de alegoría atribuidos a la Virgen María. Es protección. Es belleza. Es inspiración. Es guía hacia el camino de la espiritualidad. En ella misma se encierra toda la gracia, los dones del espíritu y de la tierra. Y Dante, en su Divina Comedia, la sitúa en el centro mismo del paraíso, allí donde habita el amor incondicional de Beatriz quien obsequia a su amado con una rosa roja. Por tanto, la flor se reviste, en el poema, de un amplio significado, que va desde la paz hasta la devoción pasando por la entrega y la pasión del amor platónico.
Y el interponerse entre lo de arriba y la flor
de tanta plenitud volante
no impedía sin embargo la vista ni el esplendor,
pues la luz divina es penetrante
por el universo, según éste sea digno,
a tal punto que nada puede serle obstante.
Dante: Divina Comedia
Símbolo, por tanto de completez absoluta, es tomada también por los rosacruces quienes colocaban un rosa roja en el centro de una cruz. Unen, así, ambas imágenes para formar, con sinergia, un poderoso símbolo de reunión, de amor y de trascendencia. Con él querían mostrar públicamente esa gota divina (como la sangre) que habita en el interior de cada miembro de la raza humana. Tanto la organización como su estandarte simbólico, por tanto, reivindican el sustrato anímico inalienable y digno de cada individuo. Y todo ello cuando aún no se ha dado por finiquitada la cultura medieval, ya que la primera hermandad aparece en Alemania en el siglo XIV. Esa rosa cristiana y mística es, además, la portadora de la libertad y del triunfo de la razón (unida al alma amorosa) sobre los instintos.
La rosa roja en la India
Se representa en forma de mandala o de rueda. Por tanto, la rosa roja adquiere el significado de la eternidad, de lo que nunca termina, de la completez de las cosas del mundo fundidas con las criaturas de la naturaleza. Esta imagen, también, es utilizada en los rosetones, una de las principales características de la arquitectura gótica. Estamos, por tanto, una vez más, ante un símbolo presente en el inconsciente colectivo, ante una representación que, con los mismos o parecidos sentidos simbólicos, se repite por culturas dispares sobre el planeta Tierra.
En la India, la rosa roja es la antorcha cósmica denominada Triparasundari y ella es la representación de la madre divina (a igual que la Virgen en el Cristianismo). Es la imagen de la perfección, del alma purificada, del corazón rebosante y del amor pleno. Es, también, considerada como un centro místico, allí donde se reúnen la oscuridad del inconsciente y la luz de la razón.
La rosa roja en la Grecia clásica
Según la literatura griega, la rosa roja y los rosales están consagrados a Afrodita, la diosa del amor, y se mezclan con los olivos sagrados de Atenea, diosa de la sabiduría, la inteligencia y la artesanía. Las flores eran, en sus inicios, blancas denotando, por tanto, pureza y paz. Sin embargo, según narra Ovidio (siglo I) en sus Metamorfosis cambiaron de color al recoger la sangre derramada de Adonis.
Todo comenzó con Mirra quien fue convertida en árbol como castigo por mantener relaciones incestuosas con su padre. De sus raíces, nació Adonis, diez meses después de esta transformación. El niño, dotado de gran belleza, fue reclamado tanto por Afrodita como Perséfone. Y fue tal el grado de disputa entre las dos diosas que tuvo que intervenir el mismísimo Zeus. Para acabar con las peleas entre las diosas, se acordó que Adonis pasara dos tercios del tiempo bajo tierra (en el inframundo de Perséfone) y un tercio con Afrodita. Estamos, por tanto, ante un poderoso símbolo del ciclo vital de la naturaleza. Desafortunadamente, todo esto se vino abajo con la muerte (atacado por un jabalí) del bello Adonis. Y fueron tan amargas las lágrimas de Afrodita y tan dolorosos sus lamentos que los dioses volvieron a apiadarse de ella. Y así fue como transformaron las rosas blancas en rojas.
Esta bella flor también es la escogida, para adornarse el cabello con una corona, por Hécate, la diosa de los muertos y los espíritus de Grecia. Existe otra correlación con los difuntos, ya que la denominada “rosalía” era una festividad que consistía en llevar rosas rojas a las tumbas.
Volvemos, por tanto, una y otra vez a los mismos sentidos simbólicos: sangre derramada y redención por el amor; muerte y resurrección que nos dice de la vida eterna, de la salvación de las almas y de la superación a través de una existencia de espiritualidad. Todos estos significados tiene la rosa roja y son compartidos por culturas diversas a lo largo del tiempo histórico.
Y, por último, la rosa roja es una imagen recurrente en el mundo de los sueños donde aparece como guía o llave hacia los espacios paradisiacos, los mismos que informan al soñante de la necesidad de aceptación de las luces y de las sombras del interior del alma humana.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El símbolo de la rosa roja es el más extendido en Occidente. Es parejo al de la flor de loto en Oriente. Su significado se asocia con la manifestación. El Cristianismo la ha asemejado a la sangre derramada de Cristo y al amor infinito e inmortal. A pesar de ser un icono occidental, como veremos, adquiere el carácter de arquetipo universal y la encontramos en culturas dispersas por el espacio y el tiempo, desde la India hasta la Grecia clásica pasando por los alquimistas medievales. Su sentido simbólico es paralelo al de la rosa blanca y la mezcla de ambas, el color rosa, se considera la unión de la pureza y de la pasión.
Blanca o roja, la rosa es una de las flores preferidas por los alquimistas cuyos tratados se intitulan a menudo rosales de los filósofos. La rosa blanca como el lis está ligada a la piedra al blanco, fin de la pequeña obra, mientras que la rosa roja se asocia a la piedra al rojo, fin de la gran obra. La mayor parte de estas rosas tienen siete pétalos, cada uno de los cuales evoca un metal o una operación de obra.
Van Lennep: Arte y Alquimia
El significado de la rosa roja en el Cristianismo y en la mística europea
La rosa roja se ha asimilado en la iconografía cristiana a la sangre y las llagas de Cristo. Por su forma, también toma el sentido semántico del cáliz sagrado. Por tanto, la imagen nos remite al Santo Grial, al objeto que redime y otorga la inmortalidad a través de la resurrección de las almas. A partir de esta semejanza, la rosa roja se asocia al alma cristiana, al poder de la vida sobre la muerte, a la resurrección y a la inmortalidad.
Es una alegoría frecuente en la mística tanto cristiana como musulmana. Es tomada como imagen del renacimiento a partir de las experiencias de libertad que suponen los estados interiores de la mística. Y con ellas se forman jardines perfumados donde tienen lugar todas las virtudes espirituales y todas las gracias terrenales. A través de la rosa roja se produce la regeneración de los iniciados, los mismos que superan las pruebas del infierno para elevarse sobre los problemas de la tierra e iniciar el camino de la trascendencia.
En el poema medieval de Guillaume de Lorris y Jean de Meung Roman de la Rose, la rosa adquiere todos los significados y ejemplos de alegoría atribuidos a la Virgen María. Es protección. Es belleza. Es inspiración. Es guía hacia el camino de la espiritualidad. En ella misma se encierra toda la gracia, los dones del espíritu y de la tierra. Y Dante, en su Divina Comedia, la sitúa en el centro mismo del paraíso, allí donde habita el amor incondicional de Beatriz quien obsequia a su amado con una rosa roja. Por tanto, la flor se reviste, en el poema, de un amplio significado, que va desde la paz hasta la devoción pasando por la entrega y la pasión del amor platónico.
Y el interponerse entre lo de arriba y la flor
de tanta plenitud volante
no impedía sin embargo la vista ni el esplendor,
pues la luz divina es penetrante
por el universo, según éste sea digno,
a tal punto que nada puede serle obstante.
Dante: Divina Comedia
Símbolo, por tanto de completez absoluta, es tomada también por los rosacruces quienes colocaban un rosa roja en el centro de una cruz. Unen, así, ambas imágenes para formar, con sinergia, un poderoso símbolo de reunión, de amor y de trascendencia. Con él querían mostrar públicamente esa gota divina (como la sangre) que habita en el interior de cada miembro de la raza humana. Tanto la organización como su estandarte simbólico, por tanto, reivindican el sustrato anímico inalienable y digno de cada individuo. Y todo ello cuando aún no se ha dado por finiquitada la cultura medieval, ya que la primera hermandad aparece en Alemania en el siglo XIV. Esa rosa cristiana y mística es, además, la portadora de la libertad y del triunfo de la razón (unida al alma amorosa) sobre los instintos.
La rosa roja en la India
Se representa en forma de mandala o de rueda. Por tanto, la rosa roja adquiere el significado de la eternidad, de lo que nunca termina, de la completez de las cosas del mundo fundidas con las criaturas de la naturaleza. Esta imagen, también, es utilizada en los rosetones, una de las principales características de la arquitectura gótica. Estamos, por tanto, una vez más, ante un símbolo presente en el inconsciente colectivo, ante una representación que, con los mismos o parecidos sentidos simbólicos, se repite por culturas dispares sobre el planeta Tierra.
En la India, la rosa roja es la antorcha cósmica denominada Triparasundari y ella es la representación de la madre divina (a igual que la Virgen en el Cristianismo). Es la imagen de la perfección, del alma purificada, del corazón rebosante y del amor pleno. Es, también, considerada como un centro místico, allí donde se reúnen la oscuridad del inconsciente y la luz de la razón.
La rosa roja en la Grecia clásica
Según la literatura griega, la rosa roja y los rosales están consagrados a Afrodita, la diosa del amor, y se mezclan con los olivos sagrados de Atenea, diosa de la sabiduría, la inteligencia y la artesanía. Las flores eran, en sus inicios, blancas denotando, por tanto, pureza y paz. Sin embargo, según narra Ovidio (siglo I) en sus Metamorfosis cambiaron de color al recoger la sangre derramada de Adonis.
Todo comenzó con Mirra quien fue convertida en árbol como castigo por mantener relaciones incestuosas con su padre. De sus raíces, nació Adonis, diez meses después de esta transformación. El niño, dotado de gran belleza, fue reclamado tanto por Afrodita como Perséfone. Y fue tal el grado de disputa entre las dos diosas que tuvo que intervenir el mismísimo Zeus. Para acabar con las peleas entre las diosas, se acordó que Adonis pasara dos tercios del tiempo bajo tierra (en el inframundo de Perséfone) y un tercio con Afrodita. Estamos, por tanto, ante un poderoso símbolo del ciclo vital de la naturaleza. Desafortunadamente, todo esto se vino abajo con la muerte (atacado por un jabalí) del bello Adonis. Y fueron tan amargas las lágrimas de Afrodita y tan dolorosos sus lamentos que los dioses volvieron a apiadarse de ella. Y así fue como transformaron las rosas blancas en rojas.
Esta bella flor también es la escogida, para adornarse el cabello con una corona, por Hécate, la diosa de los muertos y los espíritus de Grecia. Existe otra correlación con los difuntos, ya que la denominada “rosalía” era una festividad que consistía en llevar rosas rojas a las tumbas.
Volvemos, por tanto, una y otra vez a los mismos sentidos simbólicos: sangre derramada y redención por el amor; muerte y resurrección que nos dice de la vida eterna, de la salvación de las almas y de la superación a través de una existencia de espiritualidad. Todos estos significados tiene la rosa roja y son compartidos por culturas diversas a lo largo del tiempo histórico.
Y, por último, la rosa roja es una imagen recurrente en el mundo de los sueños donde aparece como guía o llave hacia los espacios paradisiacos, los mismos que informan al soñante de la necesidad de aceptación de las luces y de las sombras del interior del alma humana.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Significado de la rosa roja
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Tres eran las Hespérides, las ninfas que guardan las estrellas de la tarde. Como espíritus protectores de la naturaleza eran jóvenes de gran belleza, delicada sutileza y adornadas con virtudes y gracia. Era su padre Atlas, el titán condenado a separar la tierra de los cielos y a llevar el peso del firmamento sobre sus espaldas tras la rebelión fallida contra Zeus y los dioses del Olimpo. A pesar de tal trabajo, se unió en amores con Héspero, estrella de la tarde. Y de aquí nacieron las Hespérides. Estas habitaban en un jardín tan hermoso que se asemejaba al paraíso donde crecían manzanas de oro que otorgaban la inmortalidad. Un dragón fiero e insomne guardaba sus puertas. Así que de primeras tenemos, por tanto, tal cúmulo de símbolos en el jardín de las Hespérides que este espacio mítico adquiere múltiples sentidos superpuestos.
El mito representa la existencia de una especie de paraíso, objeto de los deseos humanos, y una posibilidad de inmortalidad (la manzana de oro); el dragón designa las terribles dificultades de acceso a este paraíso; Heracles el héroe que triunfa sobre todos los obstáculos. El conjunto es uno de los símbolos de la lucha del hombre para llegar a la espiritualización que le asegurará la inmortalidad.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
¿Cómo se formó el jardín de las Hespérides de la mitología?
En el inicio de los tiempos paganos, cuando los dioses crean todo lo que está en el Universo infinito y se separan de los hombres (aunque no renuncian a amoríos, celos, pasiones y venganzas), Zeus (el dios del rayo y jefe del Olimpo) se casa con Hera (diosa de la familia, el matrimonio y la vida ordenada). A la boda están invitados todos los dioses y héroes y cada uno de ellos aporta un regalo. Gea, diosa de la tierra, queriendo ofrecer también un presente a los mortales, regala un manzano mágico cuyos frutos otorgan la vida eterna. Entusiasmada Hera, pide permiso para plantar el árbol. Al parecer, este va creciendo y se va extendiendo hasta crear un auténtico jardín de plantas maravillosas donde crecen árboles con manzanas de oro que, al morderlas, otorgan la inmortalidad.
Para evitar que estos frutos mágicos sean robados, el jardín es vallado y se invita a vivir a las Hespérides, las hijas del condenado Titán. Las bellas ninfas se dedican a retozar, a cantar y a comer de las frutas que allí crecen. Tal emplazamiento paradisiaco tiene que estar guardado por un ser fiero que dé miedo. Así, los dioses dejan un violento dragón que es prácticamente una mascota para las Hespérides ya que con ellas se muestra manso y amigable. Sin embargo, todo extraño que ose adentrarse en este espacio perecerá bajo sus garras. Este dragón, además, no duerme y no descansa aunque sí es mortal.
¿Dónde está situado el jardín de las Hespérides?
Los textos de la historia y de la literatura griega que han llegado hasta nosotros a través de retazos en los libros medievales son claros con el emplazamiento. Todos coinciden en situarlo en el extremo occidental del mundo, en el sur, en la tierra fértil que bordea el Atlas. Y esto es la Península Ibérica, el trozo de mundo que baña el Guadalquivir (hoy ocupado por Sevilla, Cádiz, Córdoba o Granada). Es la tierra que, siglos después, los árabes, al llegar a ella, también coincidieron en su esencia paradisíaca. No en vano, Al-Andalus significa Paraíso como lo es el jardín de las Hespérides.
Puedes buscar este emplazamiento en esta bella tierra. Lamentablemente, hace mucho que ha desaparecido. Eso ocurrió cuando Heracles (o Hércules romano) se enfrascó en sus doce trabajos. El penúltimo consistía en matar al dragón y robar todas las manzanas de oro. Así lo hizo. Quedó muerta la bestia y el jardín sagrado profanado. Sin más frutos todo se secó, se perdió y se olvidó. ¿O no?
El jardín de las Hespérides en el arte
La Edad Media supuso el avance del cristianismo y se arrinconan los mitos paganos. Estos pervivieron únicamente tras los muros de monasterios y conventos donde se copiaban pacientemente todo aquello que llegaba a sus scriptoria. Durante esos siglos, la historiografía entendió el mito del jardín de las Hespérides como una suerte de paraíso pagano en el que el dragón era el trasunto de la serpiente bíblica. Recuperado en el Renacimiento, la iconografía fue favorita para los artistas del prerrafaelismo y su gusto por retratar lánguidas muchachas de belleza inefable en espacios naturales de sublime hermosura. Al día de hoy, el topónimo subsiste en los modernos cómics y videojuegos junto con todos los seres híbridos rescatados de la cultura clásica pagana.
El símbolo del jardín de las Hespérides
Aunque hay investigadores que apuntan a que, en verdad, en el jardín crecían naranjas en lugar de manzanas, es esta fruta la que ha pervivido en la tradición. Actúa como un símbolo primigenio del paraíso o casi como un arquetipo según C.G.Jung. Es un lugar sobre la tierra y, por tanto, condicionado por la mortalidad y la finitud. Sin embargo, sus frutos (las manzanas de oro) otorgan esa trascendencia que solo se puede conseguir a través de la espiritualidad. Como símbolo primigenio que es, la manzana tiene sentidos contrapuestos, ya que también es la causante (según la tradición bíblica) de todo el mal que acaece a la raza humana. Su fruto genera el afán de conocimiento que no es más que la semilla de la desobediencia y de la libertad. Sin embargo, esto supone, también, la caída, el fin de la inocencia, el pecado y, en último extremo, la expulsión.
Según el análisis de Paul Diel la manzana, por su forma esférica, significaría globalmente los deseos terrenales o la complacencia en tales deseos. La prohibición pronunciada por Yahvéh pondría en guardia al hombre contra el predominio de esos deseos, que lo arrastrarían hacia una vida materialista por una especie de regresión, en sentido opuesto a la vida espiritualizada, que es el sentido de la evolución progresiva. Esta advertencia divina da a conocer al hombre esas dos direcciones y a escoger entre la vía de los deseos terrenos y la de la espiritualidad. La manzana sería el símbolo de semejante conocimiento y de la aparición de la necesidad de escoger.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Las manzanas de oro del jardín de las Hespérides también otorgan la inmortalidad y la única manera de sobrevivir en el paraíso donde crecen es atenerse a las leyes impuestas por los dioses. Es imposible que estas permanezcan lozanas y con todo su poder más allá de las fronteras sagradas. Estamos, por tanto, ante la luz y las sombras de todo espacio paradisíaco. La felicidad, por tanto, solo es posible dentro de los muros. Esto es, si queremos vivir en el emplazamiento del paraíso hay que renunciar al afán de conocimiento (de lo que se encuentra más allá) y, en último extremo, a la libertad. El jardín de las Hespérides, por tanto, al ser la simbolización del paraíso, nos invita a elegir entre la obediencia (para quedarse en él) o el afán de conocimiento que antecede a la libertad.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Tres eran las Hespérides, las ninfas que guardan las estrellas de la tarde. Como espíritus protectores de la naturaleza eran jóvenes de gran belleza, delicada sutileza y adornadas con virtudes y gracia. Era su padre Atlas, el titán condenado a separar la tierra de los cielos y a llevar el peso del firmamento sobre sus espaldas tras la rebelión fallida contra Zeus y los dioses del Olimpo. A pesar de tal trabajo, se unió en amores con Héspero, estrella de la tarde. Y de aquí nacieron las Hespérides. Estas habitaban en un jardín tan hermoso que se asemejaba al paraíso donde crecían manzanas de oro que otorgaban la inmortalidad. Un dragón fiero e insomne guardaba sus puertas. Así que de primeras tenemos, por tanto, tal cúmulo de símbolos en el jardín de las Hespérides que este espacio mítico adquiere múltiples sentidos superpuestos.
El mito representa la existencia de una especie de paraíso, objeto de los deseos humanos, y una posibilidad de inmortalidad (la manzana de oro); el dragón designa las terribles dificultades de acceso a este paraíso; Heracles el héroe que triunfa sobre todos los obstáculos. El conjunto es uno de los símbolos de la lucha del hombre para llegar a la espiritualización que le asegurará la inmortalidad.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
¿Cómo se formó el jardín de las Hespérides de la mitología?
En el inicio de los tiempos paganos, cuando los dioses crean todo lo que está en el Universo infinito y se separan de los hombres (aunque no renuncian a amoríos, celos, pasiones y venganzas), Zeus (el dios del rayo y jefe del Olimpo) se casa con Hera (diosa de la familia, el matrimonio y la vida ordenada). A la boda están invitados todos los dioses y héroes y cada uno de ellos aporta un regalo. Gea, diosa de la tierra, queriendo ofrecer también un presente a los mortales, regala un manzano mágico cuyos frutos otorgan la vida eterna. Entusiasmada Hera, pide permiso para plantar el árbol. Al parecer, este va creciendo y se va extendiendo hasta crear un auténtico jardín de plantas maravillosas donde crecen árboles con manzanas de oro que, al morderlas, otorgan la inmortalidad.
Para evitar que estos frutos mágicos sean robados, el jardín es vallado y se invita a vivir a las Hespérides, las hijas del condenado Titán. Las bellas ninfas se dedican a retozar, a cantar y a comer de las frutas que allí crecen. Tal emplazamiento paradisiaco tiene que estar guardado por un ser fiero que dé miedo. Así, los dioses dejan un violento dragón que es prácticamente una mascota para las Hespérides ya que con ellas se muestra manso y amigable. Sin embargo, todo extraño que ose adentrarse en este espacio perecerá bajo sus garras. Este dragón, además, no duerme y no descansa aunque sí es mortal.
¿Dónde está situado el jardín de las Hespérides?
Los textos de la historia y de la literatura griega que han llegado hasta nosotros a través de retazos en los libros medievales son claros con el emplazamiento. Todos coinciden en situarlo en el extremo occidental del mundo, en el sur, en la tierra fértil que bordea el Atlas. Y esto es la Península Ibérica, el trozo de mundo que baña el Guadalquivir (hoy ocupado por Sevilla, Cádiz, Córdoba o Granada). Es la tierra que, siglos después, los árabes, al llegar a ella, también coincidieron en su esencia paradisíaca. No en vano, Al-Andalus significa Paraíso como lo es el jardín de las Hespérides.
Puedes buscar este emplazamiento en esta bella tierra. Lamentablemente, hace mucho que ha desaparecido. Eso ocurrió cuando Heracles (o Hércules romano) se enfrascó en sus doce trabajos. El penúltimo consistía en matar al dragón y robar todas las manzanas de oro. Así lo hizo. Quedó muerta la bestia y el jardín sagrado profanado. Sin más frutos todo se secó, se perdió y se olvidó. ¿O no?
El jardín de las Hespérides en el arte
La Edad Media supuso el avance del cristianismo y se arrinconan los mitos paganos. Estos pervivieron únicamente tras los muros de monasterios y conventos donde se copiaban pacientemente todo aquello que llegaba a sus scriptoria. Durante esos siglos, la historiografía entendió el mito del jardín de las Hespérides como una suerte de paraíso pagano en el que el dragón era el trasunto de la serpiente bíblica. Recuperado en el Renacimiento, la iconografía fue favorita para los artistas del prerrafaelismo y su gusto por retratar lánguidas muchachas de belleza inefable en espacios naturales de sublime hermosura. Al día de hoy, el topónimo subsiste en los modernos cómics y videojuegos junto con todos los seres híbridos rescatados de la cultura clásica pagana.
El símbolo del jardín de las Hespérides
Aunque hay investigadores que apuntan a que, en verdad, en el jardín crecían naranjas en lugar de manzanas, es esta fruta la que ha pervivido en la tradición. Actúa como un símbolo primigenio del paraíso o casi como un arquetipo según C.G.Jung. Es un lugar sobre la tierra y, por tanto, condicionado por la mortalidad y la finitud. Sin embargo, sus frutos (las manzanas de oro) otorgan esa trascendencia que solo se puede conseguir a través de la espiritualidad. Como símbolo primigenio que es, la manzana tiene sentidos contrapuestos, ya que también es la causante (según la tradición bíblica) de todo el mal que acaece a la raza humana. Su fruto genera el afán de conocimiento que no es más que la semilla de la desobediencia y de la libertad. Sin embargo, esto supone, también, la caída, el fin de la inocencia, el pecado y, en último extremo, la expulsión.
Según el análisis de Paul Diel la manzana, por su forma esférica, significaría globalmente los deseos terrenales o la complacencia en tales deseos. La prohibición pronunciada por Yahvéh pondría en guardia al hombre contra el predominio de esos deseos, que lo arrastrarían hacia una vida materialista por una especie de regresión, en sentido opuesto a la vida espiritualizada, que es el sentido de la evolución progresiva. Esta advertencia divina da a conocer al hombre esas dos direcciones y a escoger entre la vía de los deseos terrenos y la de la espiritualidad. La manzana sería el símbolo de semejante conocimiento y de la aparición de la necesidad de escoger.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Las manzanas de oro del jardín de las Hespérides también otorgan la inmortalidad y la única manera de sobrevivir en el paraíso donde crecen es atenerse a las leyes impuestas por los dioses. Es imposible que estas permanezcan lozanas y con todo su poder más allá de las fronteras sagradas. Estamos, por tanto, ante la luz y las sombras de todo espacio paradisíaco. La felicidad, por tanto, solo es posible dentro de los muros. Esto es, si queremos vivir en el emplazamiento del paraíso hay que renunciar al afán de conocimiento (de lo que se encuentra más allá) y, en último extremo, a la libertad. El jardín de las Hespérides, por tanto, al ser la simbolización del paraíso, nos invita a elegir entre la obediencia (para quedarse en él) o el afán de conocimiento que antecede a la libertad.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El jardín de las Hespérides
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El mito de Galatea, Acis y Polifemo aparece en las Metamorfosis de Ovidio (siglo I). En él se narran los desgraciados amores de la ninfa Galatea y del joven mortal Acis (hijo de un fauno y de una náyade, ninfa de los ríos). La idílica relación entre ambos fue interrumpida por los celos de Polifemo, uno de los más famosos cíclopes de la historia. Vamos por partes.
Protagonistas del mito
1.- Polifemo fue uno de los más famosos cíclopes y, como todos los de su especie, tenía un solo ojo a la altura de la frente. Era de la talla de un gigante y ejercía su fuerza con la brutalidad de un monstruo. Polifemo vivía de una forma simple en su cueva excavada en la roca cuidando del ganado y arropado por los montes de Sicilia de donde procedían todos los protagonistas. Su carácter impetuoso, instintivo, pasional y de corta inteligencia hacía que, ante cualquier contratiempo o amenaza, se pusiera a arrancar piedras para arrojarlas contra sus víctimas. Así se comportó con Ulises (el protagonista de la Odisea de Homero) y sus hombres en un intento por atraparlos (o matarlos) tras escaparse de la cueva en la que estaban prisioneros. Hay que decir que la noche antes, Ulises logró adormecerlo con vino, engañarlo, robarle sus quesos y cegarlo con una rama de olivo en llamas. Sin embargo, esta aventura sucedió después del encontronazo con Galatea y Acis, ya que, en este punto de su biografía (aunque sesgadamente) aún podía ver.
2.- Galatea era una hermosa nereida (ninfa de los mares) siciliana dotada de una gran belleza. Aunque el cíclope Polifemo la perseguía y la requería en amores, ella lo rechazó en contadas ocasiones, ya que tenía preferencia por Acis, un mortal. Llegados a este punto no hay que confundir a la protagonista de nuestra historia con la de Pigmalión y Galatea. Son dos seres totalmente distintos y de caracteres diferentes, ya que esta última era una escultura que, por mediación de la diosa Afrodita, toma vida. La única relación entre ambas es el nombre, común, por cierto, en las obras de lírica renacentista y de la novela pastoril.
3.- Acis es el tercero de este triángulo amoroso. Es un apuesto joven mortal, hijo de un fauno y de una náyade que pasaba largos ratos al borde del mar. Allí conoció y se enamoró de la hermosa Galatea.
Resumen de la fábula de Polifemo, Galatea y Acis
Polifemo ardía de pasión por la ninfa y la requería de amores constantemente. Sin embargo, Galatea siempre conseguía zafarse de estas pretensiones. Un día que se encontraba a la orilla de la playa se encontró con Acis, un apuesto joven del que quedó prendada al instante. La pasión fue mutua y correspondida regalando felicidad y alegría a los dos amantes, que no podían presagiar el drama que se cernía sobre ellos.
En lo alto de un risco, Polifemo espiaba los amores de los jóvenes. Carcomido por los celos, cuando ambos se solazaban y besaban arrancó una enorme piedra de la montaña y la arrojó sobre el muchacho. Mortal como era, quedó aplastado y nada pudo hacer la desdichada ninfa para regresarlo a las mieles de vida.
Llegados a este punto las versiones difieren. Aún así todas coinciden en la posterior metamorfosis del muchacho. La más común apunta a que, conmovidos los dioses por las lágrimas amargas que derramaba la ninfa, se apiadaron de ella. Así, la roja sangre esparcida de Acis se mezcló con el llanto doloroso de Galatea para que, bajo la piedra arrojada por Polifemo, brotara primero una fuente que iría aumentando en caudal hasta convertirse en un río azul, el Acis de Sicilia. Así, de alguna manera u otra, estarían juntos para siempre. La fábula de Polifemo y Galatea fue completada posteriormente con elementos ajenos a esta tragedia. En esta versión de la historia, tras la muerte de Acis, la ninfa se une al cíclope naciendo tres hijos.
Estos desgraciados amores fueron del gusto de poetas y artistas plásticos a partir del Renacimiento. Y fueron protagonistas de telas y poemas. El más famoso y conocido texto en lengua castellana sobre estos desdichados amores es la Fábula de Polifemo y Galatea, una de las obras de Luis de Góngora (1561-1627), el poeta del Barroco, al que rindieron homenaje en la primera de las etapas de la Generación del 27. En el ámbito del arte plástico, a la ninfa se la suele representar dirigiendo una nave en forma de concha tirada por delfines y rodeada por numerosos cupidos y pretendientes de todas las edades y condición. Ella se resiste al amor carnal (no hizo lo mismo con Acis) buscando el platonismo que era del gusto renacentista. Una de las pinturas más famosas con esta temática es el Triunfo de Galatea (1511) de Rafael Sanzio (1483-1520) realizada, con la técnica al fresco, en la Villa Farnesina de Roma. El mito, por último, nos pone de manifiesto el carácter oscuro del cíclope que, en esencia, es el símbolo de aquello monstruoso, falto de razón y espíritu crítico del carácter humano más impulsivo.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El mito de Galatea, Acis y Polifemo aparece en las Metamorfosis de Ovidio (siglo I). En él se narran los desgraciados amores de la ninfa Galatea y del joven mortal Acis (hijo de un fauno y de una náyade, ninfa de los ríos). La idílica relación entre ambos fue interrumpida por los celos de Polifemo, uno de los más famosos cíclopes de la historia. Vamos por partes.
Protagonistas del mito
1.- Polifemo fue uno de los más famosos cíclopes y, como todos los de su especie, tenía un solo ojo a la altura de la frente. Era de la talla de un gigante y ejercía su fuerza con la brutalidad de un monstruo. Polifemo vivía de una forma simple en su cueva excavada en la roca cuidando del ganado y arropado por los montes de Sicilia de donde procedían todos los protagonistas. Su carácter impetuoso, instintivo, pasional y de corta inteligencia hacía que, ante cualquier contratiempo o amenaza, se pusiera a arrancar piedras para arrojarlas contra sus víctimas. Así se comportó con Ulises (el protagonista de la Odisea de Homero) y sus hombres en un intento por atraparlos (o matarlos) tras escaparse de la cueva en la que estaban prisioneros. Hay que decir que la noche antes, Ulises logró adormecerlo con vino, engañarlo, robarle sus quesos y cegarlo con una rama de olivo en llamas. Sin embargo, esta aventura sucedió después del encontronazo con Galatea y Acis, ya que, en este punto de su biografía (aunque sesgadamente) aún podía ver.
2.- Galatea era una hermosa nereida (ninfa de los mares) siciliana dotada de una gran belleza. Aunque el cíclope Polifemo la perseguía y la requería en amores, ella lo rechazó en contadas ocasiones, ya que tenía preferencia por Acis, un mortal. Llegados a este punto no hay que confundir a la protagonista de nuestra historia con la de Pigmalión y Galatea. Son dos seres totalmente distintos y de caracteres diferentes, ya que esta última era una escultura que, por mediación de la diosa Afrodita, toma vida. La única relación entre ambas es el nombre, común, por cierto, en las obras de lírica renacentista y de la novela pastoril.
3.- Acis es el tercero de este triángulo amoroso. Es un apuesto joven mortal, hijo de un fauno y de una náyade que pasaba largos ratos al borde del mar. Allí conoció y se enamoró de la hermosa Galatea.
Resumen de la fábula de Polifemo, Galatea y Acis
Polifemo ardía de pasión por la ninfa y la requería de amores constantemente. Sin embargo, Galatea siempre conseguía zafarse de estas pretensiones. Un día que se encontraba a la orilla de la playa se encontró con Acis, un apuesto joven del que quedó prendada al instante. La pasión fue mutua y correspondida regalando felicidad y alegría a los dos amantes, que no podían presagiar el drama que se cernía sobre ellos.
En lo alto de un risco, Polifemo espiaba los amores de los jóvenes. Carcomido por los celos, cuando ambos se solazaban y besaban arrancó una enorme piedra de la montaña y la arrojó sobre el muchacho. Mortal como era, quedó aplastado y nada pudo hacer la desdichada ninfa para regresarlo a las mieles de vida.
Llegados a este punto las versiones difieren. Aún así todas coinciden en la posterior metamorfosis del muchacho. La más común apunta a que, conmovidos los dioses por las lágrimas amargas que derramaba la ninfa, se apiadaron de ella. Así, la roja sangre esparcida de Acis se mezcló con el llanto doloroso de Galatea para que, bajo la piedra arrojada por Polifemo, brotara primero una fuente que iría aumentando en caudal hasta convertirse en un río azul, el Acis de Sicilia. Así, de alguna manera u otra, estarían juntos para siempre. La fábula de Polifemo y Galatea fue completada posteriormente con elementos ajenos a esta tragedia. En esta versión de la historia, tras la muerte de Acis, la ninfa se une al cíclope naciendo tres hijos.
Estos desgraciados amores fueron del gusto de poetas y artistas plásticos a partir del Renacimiento. Y fueron protagonistas de telas y poemas. El más famoso y conocido texto en lengua castellana sobre estos desdichados amores es la Fábula de Polifemo y Galatea, una de las obras de Luis de Góngora (1561-1627), el poeta del Barroco, al que rindieron homenaje en la primera de las etapas de la Generación del 27. En el ámbito del arte plástico, a la ninfa se la suele representar dirigiendo una nave en forma de concha tirada por delfines y rodeada por numerosos cupidos y pretendientes de todas las edades y condición. Ella se resiste al amor carnal (no hizo lo mismo con Acis) buscando el platonismo que era del gusto renacentista. Una de las pinturas más famosas con esta temática es el Triunfo de Galatea (1511) de Rafael Sanzio (1483-1520) realizada, con la técnica al fresco, en la Villa Farnesina de Roma. El mito, por último, nos pone de manifiesto el carácter oscuro del cíclope que, en esencia, es el símbolo de aquello monstruoso, falto de razón y espíritu crítico del carácter humano más impulsivo.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Fábula de Polifemo, Galatea y Acis
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Los cíclopes de la mitología griega eran monstruos mortales, gigantes de fuerza descomunal, antropófagos, que vivían en cuevas y cuya característica física más evidente era un solo ojo en mitad de la frente por encima de la línea de las cejas. Seres de escasa inteligencia, brutales, pasionales y destructores, manejaban el fuego, las tormentas, rayos y terremotos. Eran hijos de Urano (dios del cielo) y de Gea (diosa de la tierra). Ayudaban a Zeus con la fragua y tenían protección del señor del Olimpo hasta que Apolo los mató en venganza por el asesinato de uno de sus hijos. La tribu de los cíclopes, según la tradición clásica, estaba situada en la actual Sicilia arropada por los grandes montes de esta isla italiana.
Han sido representados con profusión desde los inicios de la literatura griega. Aparecen en la Teogonía de Hesiodo, escrita entre el 700 y el 730 a.C, donde se narra el origen del mundo pagano. Además, el cíclope Polifemo es protagonista del Canto IX de la Odisea de Homero. Ulises daña su único ojo y puede engañar al gigante con esa famosa frase, “Mi nombre es Nadie”. Es el protagonista de una obra de teatro de Eurípides estrenada en el 438 a.C. Aparecieron, especialmente Polifemo, el más famoso de ellos, en los poemas de Calímaco (s.III) o de Virgilio (siglo I). Posteriormente y tras el Renacimiento, estos seres fieros y deformes fueron recogidos en poemas diversos, obras de teatro u óperas de la cultura occidental. Uno de los textos más famosos es el que narra los amores entre Polifemo, rendido ante la ninfa Galatea. Ambos son protagonistas, por poner un solo ejemplo, de una de las obras de Luis de Góngora más conocidas. Y todo ello sin contar las innumerables obras plásticas que tienen como tema central la representación e, incluso, la simbolización de los cíclopes de la mitología clásica y su mundo bestial, básico, primigenio y pasional.
Sentido simbólico de los cíclopes en la cultura occidental
El origen imaginario de estos monstruos, por tanto, está tan cimentado en el inconsciente colectivo y universal que llegan a funcionar como arquetipos. Son seres de fuerza descomunal y tan elementales que la mejor versión de ellos mismos se encuentra en la Odisea de Homero. Al tener un solo ojo no pueden ver más allá de lo básico, lo irracional, inconsciente, instintivo y pasional. Por ello no dudan en matar arrojando enormes piedras que mueven sin esfuerzo. Son el símbolo del estado primitivo de la humanidad, el emplazamiento en el que aún no se han desarrollado no solo todas las posibilidades de la civilización con su juegos de relaciones sociales sino también la conciencia interior por medio del autoconocimiento.
Al demonio se lo representa a menudo, en la tradición cristiana, con un solo ojo en medio de la cara, lo que simboliza el dominio de las fuerzas obscuras, instintivas y pasionales. Entregadas a sí mismas, no asumidas por el espíritu, estas no pueden sino desempeñar un papel destructor en el universo y en el hombre. El Cíclope de la tradición griega es una fuerza primitiva o regresiva, de naturaleza volcánica, que no puede ser vencida más que por el dios solar, Apolo. El Cíclope reúne en él dos tradiciones, la de forjador, servidor de Zeus y de Hefaistos, que maneja el rayo para los dioses; y la del monstruo salvaje de fuerza prodigiosa, escondido en las cavernas, de las que no sale más que para cazar.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Los cíclopes en la Odisea
Homero nos da cuenta de los cíclopes en el canto IX de la Odisea. Allí Ulises y sus hombres arriban a las tierras de estos gigantes que son retratados como seres de una enorme simpleza dedicados al pastoreo y que viven en estado salvaje sin someterse a ningún dios (trasunto del estado religioso o de trascendencia) o rey (simbolización del estado terrenal, de la civilización y del orden por la ley). Su emplazamiento es descrito en los siguientes términos:
…desde allí, con dolor en el alma, seguimos bogando hasta dar en la tierra que habitan los fieros cíclopes, unos seres sin ley. Confiando en los dioses eternos, nada siembran ni plantan, no labran los campos, mas todo viene allí a germinar sin labor ni semillas: los trigos, las cebadas, las vides que dan un licor generoso y son nutridas tan solo por las lluvias de Zeus. Los cíclopes no tratan en juntas ni saben de normas de justicia. Habitan las cumbres de altas montañas y hacen de las cuevas su casa. Cada cual da la ley a su esposa y a sus hijos y no piensan en los otros.
Ulises desembarca en la isla de los cíclopes junto con doce hombres y provisto de una vasija de vino. Llegan hasta la cueva de Polifemo repleta de leche y quesos de cabra. Hambrientos, los hombres se adueñan de la mercancía a pesar del parecer en contra de Ulises. En estas están cuando llega el cíclope que, henchido de ira, mata y se come a dos de los navegantes sellando la entrada de la cueva con una enorme piedra. Ante la ferocidad del gigante, Ulises empieza a urdir una artimaña. Así, emborracha al cíclope con el vino que llevaba en la vasija y que, en principio, iba a ser un regalo para los habitantes de aquella desconocida isla. Además, le dijo al monstruo que su nombre era “Nadie”, que así lo llamaba su padre y su madre cuando era pequeño.
Cuando se adormece por los efectos del alcohol, Ulises aprovecha para prender fuego a una rama de olivo (árbol sagrado) y, a continuación, clavársela al gigante en su único ojo. A los gritos de dolor de Polifemo, los otros cíclopes comienzan a preguntar qué está sucediendo. Y el monstruo, en su simpleza, responde: “Nadie me causa dolor”. Así que los demás monstruos pensaron que aquello era una de las múltiples venganzas de los dioses. Ciego, Polifemo, al día siguiente, quita la enorme piedra que cerraba su cueva para dar de pastar a los rebaños. Ulises y sus hombres pueden escapar, por tanto, sin ser vistos.
Polifemo se da cuenta de la huída de sus prisioneros cuando estos, a salvo en la embarcación, comienzan a burlarse del cíclope con grandes carcajadas y fuertes gritos. Es en ese momento cuando, sin ton ni son, ya que no ve, comienza a tirar piedras sobre el barco sin que ninguna llegara a alcanzarles. Atrapado en la ira y con deseos de venganza, pide al dios de los océanos que Ulises pierda su camino. Y así lo hace Poseidón haciendo que el héroe de la Odisea tardara más de veinte años en llegar a su tierra, a Ítaca, tras la guerra de Troya.
El cíclope Polifemo enamorado de Galatea
La siguiente historia nada tiene que ver con la anterior, aunque tiene al mismo protagonista: Polifemo, enamorado de la ninfa Galatea. Era la joven una de las cincuenta nereidas, una ninfa marina, adornada de virtudes y de inigualable belleza. No hay que confundirla con la protagonista de la historia de Pigmalión y Galatea. Nada tienen que ver y simplemente ambos personajes femeninos comparten nombre. Se movía feliz por los ríos nuestra Galatea hasta que se topó con un apuesto mortal, Acis. Ambos, tal como recoge las Metamorfosis de Ovidio (sigo I) y las obras a partir de la literatura renacentista, se correspondían en su sentimientos. Nada hacía presagiar la tragedia hasta que entra en escena el cíclope Polifemo que espiaba, desde su cueva, a la bella ninfa que se bañaba desnuda en el río.
Preso de los celos, no puede soportar la intimidad entre ambos amantes y un día, con esas enormes piedras que ya utilizó para intentar matar a Ulises y a sus hombres, aplasta a Acis, que como mortal, fallece en el acto. Fueron tantas las amargas lágrimas de su amada Galatea que los dioses, apiadándose de los amantes, juntan, para que estuvieran así siempre unidos, la sangre del joven y las lágrimas de la ninfa transformando ambos fluidos en un río eterno.
Esta historia fue favorita no solo de los poetas europeos sino también de pinturas y esculturas occidentales, especialmente del arte barroco. Así, llegado el siglo XVII, la narración toma un cariz totalmente distinto y desde el estilo inicial de la novela pastoril o de la lírica renacentista va evolucionando hacia un carácter truculento tan característico de esta época estilística. Por tanto, se pone el énfasis en el aspecto bestial del cíclope Polifemo contrastándolo con la dulzura y nobleza de Galatea.
Y, por último, para terminar este resumen sobre los cíclopes de la mitología griega y su más famoso representante, Polifemo, según la tradición, Micenas y sus expresiones artísticas, con sus grandes obras arquitectónicas de piedras descomunales, fue construida por estos seres de un solo ojo. Estos, además, aparecen en la cultura popular contemporánea en títulos de anime o videojuegos reflejando siempre su carácter brutal, irracional, oscuro, imprevisible y pasional.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Los cíclopes de la mitología griega eran monstruos mortales, gigantes de fuerza descomunal, antropófagos, que vivían en cuevas y cuya característica física más evidente era un solo ojo en mitad de la frente por encima de la línea de las cejas. Seres de escasa inteligencia, brutales, pasionales y destructores, manejaban el fuego, las tormentas, rayos y terremotos. Eran hijos de Urano (dios del cielo) y de Gea (diosa de la tierra). Ayudaban a Zeus con la fragua y tenían protección del señor del Olimpo hasta que Apolo los mató en venganza por el asesinato de uno de sus hijos. La tribu de los cíclopes, según la tradición clásica, estaba situada en la actual Sicilia arropada por los grandes montes de esta isla italiana.
Han sido representados con profusión desde los inicios de la literatura griega. Aparecen en la Teogonía de Hesiodo, escrita entre el 700 y el 730 a.C, donde se narra el origen del mundo pagano. Además, el cíclope Polifemo es protagonista del Canto IX de la Odisea de Homero. Ulises daña su único ojo y puede engañar al gigante con esa famosa frase, “Mi nombre es Nadie”. Es el protagonista de una obra de teatro de Eurípides estrenada en el 438 a.C. Aparecieron, especialmente Polifemo, el más famoso de ellos, en los poemas de Calímaco (s.III) o de Virgilio (siglo I). Posteriormente y tras el Renacimiento, estos seres fieros y deformes fueron recogidos en poemas diversos, obras de teatro u óperas de la cultura occidental. Uno de los textos más famosos es el que narra los amores entre Polifemo, rendido ante la ninfa Galatea. Ambos son protagonistas, por poner un solo ejemplo, de una de las obras de Luis de Góngora más conocidas. Y todo ello sin contar las innumerables obras plásticas que tienen como tema central la representación e, incluso, la simbolización de los cíclopes de la mitología clásica y su mundo bestial, básico, primigenio y pasional.
Sentido simbólico de los cíclopes en la cultura occidental
El origen imaginario de estos monstruos, por tanto, está tan cimentado en el inconsciente colectivo y universal que llegan a funcionar como arquetipos. Son seres de fuerza descomunal y tan elementales que la mejor versión de ellos mismos se encuentra en la Odisea de Homero. Al tener un solo ojo no pueden ver más allá de lo básico, lo irracional, inconsciente, instintivo y pasional. Por ello no dudan en matar arrojando enormes piedras que mueven sin esfuerzo. Son el símbolo del estado primitivo de la humanidad, el emplazamiento en el que aún no se han desarrollado no solo todas las posibilidades de la civilización con su juegos de relaciones sociales sino también la conciencia interior por medio del autoconocimiento.
Al demonio se lo representa a menudo, en la tradición cristiana, con un solo ojo en medio de la cara, lo que simboliza el dominio de las fuerzas obscuras, instintivas y pasionales. Entregadas a sí mismas, no asumidas por el espíritu, estas no pueden sino desempeñar un papel destructor en el universo y en el hombre. El Cíclope de la tradición griega es una fuerza primitiva o regresiva, de naturaleza volcánica, que no puede ser vencida más que por el dios solar, Apolo. El Cíclope reúne en él dos tradiciones, la de forjador, servidor de Zeus y de Hefaistos, que maneja el rayo para los dioses; y la del monstruo salvaje de fuerza prodigiosa, escondido en las cavernas, de las que no sale más que para cazar.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Los cíclopes en la Odisea
Homero nos da cuenta de los cíclopes en el canto IX de la Odisea. Allí Ulises y sus hombres arriban a las tierras de estos gigantes que son retratados como seres de una enorme simpleza dedicados al pastoreo y que viven en estado salvaje sin someterse a ningún dios (trasunto del estado religioso o de trascendencia) o rey (simbolización del estado terrenal, de la civilización y del orden por la ley). Su emplazamiento es descrito en los siguientes términos:
…desde allí, con dolor en el alma, seguimos bogando hasta dar en la tierra que habitan los fieros cíclopes, unos seres sin ley. Confiando en los dioses eternos, nada siembran ni plantan, no labran los campos, mas todo viene allí a germinar sin labor ni semillas: los trigos, las cebadas, las vides que dan un licor generoso y son nutridas tan solo por las lluvias de Zeus. Los cíclopes no tratan en juntas ni saben de normas de justicia. Habitan las cumbres de altas montañas y hacen de las cuevas su casa. Cada cual da la ley a su esposa y a sus hijos y no piensan en los otros.
Ulises desembarca en la isla de los cíclopes junto con doce hombres y provisto de una vasija de vino. Llegan hasta la cueva de Polifemo repleta de leche y quesos de cabra. Hambrientos, los hombres se adueñan de la mercancía a pesar del parecer en contra de Ulises. En estas están cuando llega el cíclope que, henchido de ira, mata y se come a dos de los navegantes sellando la entrada de la cueva con una enorme piedra. Ante la ferocidad del gigante, Ulises empieza a urdir una artimaña. Así, emborracha al cíclope con el vino que llevaba en la vasija y que, en principio, iba a ser un regalo para los habitantes de aquella desconocida isla. Además, le dijo al monstruo que su nombre era “Nadie”, que así lo llamaba su padre y su madre cuando era pequeño.
Cuando se adormece por los efectos del alcohol, Ulises aprovecha para prender fuego a una rama de olivo (árbol sagrado) y, a continuación, clavársela al gigante en su único ojo. A los gritos de dolor de Polifemo, los otros cíclopes comienzan a preguntar qué está sucediendo. Y el monstruo, en su simpleza, responde: “Nadie me causa dolor”. Así que los demás monstruos pensaron que aquello era una de las múltiples venganzas de los dioses. Ciego, Polifemo, al día siguiente, quita la enorme piedra que cerraba su cueva para dar de pastar a los rebaños. Ulises y sus hombres pueden escapar, por tanto, sin ser vistos.
Polifemo se da cuenta de la huída de sus prisioneros cuando estos, a salvo en la embarcación, comienzan a burlarse del cíclope con grandes carcajadas y fuertes gritos. Es en ese momento cuando, sin ton ni son, ya que no ve, comienza a tirar piedras sobre el barco sin que ninguna llegara a alcanzarles. Atrapado en la ira y con deseos de venganza, pide al dios de los océanos que Ulises pierda su camino. Y así lo hace Poseidón haciendo que el héroe de la Odisea tardara más de veinte años en llegar a su tierra, a Ítaca, tras la guerra de Troya.
El cíclope Polifemo enamorado de Galatea
La siguiente historia nada tiene que ver con la anterior, aunque tiene al mismo protagonista: Polifemo, enamorado de la ninfa Galatea. Era la joven una de las cincuenta nereidas, una ninfa marina, adornada de virtudes y de inigualable belleza. No hay que confundirla con la protagonista de la historia de Pigmalión y Galatea. Nada tienen que ver y simplemente ambos personajes femeninos comparten nombre. Se movía feliz por los ríos nuestra Galatea hasta que se topó con un apuesto mortal, Acis. Ambos, tal como recoge las Metamorfosis de Ovidio (sigo I) y las obras a partir de la literatura renacentista, se correspondían en su sentimientos. Nada hacía presagiar la tragedia hasta que entra en escena el cíclope Polifemo que espiaba, desde su cueva, a la bella ninfa que se bañaba desnuda en el río.
Preso de los celos, no puede soportar la intimidad entre ambos amantes y un día, con esas enormes piedras que ya utilizó para intentar matar a Ulises y a sus hombres, aplasta a Acis, que como mortal, fallece en el acto. Fueron tantas las amargas lágrimas de su amada Galatea que los dioses, apiadándose de los amantes, juntan, para que estuvieran así siempre unidos, la sangre del joven y las lágrimas de la ninfa transformando ambos fluidos en un río eterno.
Esta historia fue favorita no solo de los poetas europeos sino también de pinturas y esculturas occidentales, especialmente del arte barroco. Así, llegado el siglo XVII, la narración toma un cariz totalmente distinto y desde el estilo inicial de la novela pastoril o de la lírica renacentista va evolucionando hacia un carácter truculento tan característico de esta época estilística. Por tanto, se pone el énfasis en el aspecto bestial del cíclope Polifemo contrastándolo con la dulzura y nobleza de Galatea.
Y, por último, para terminar este resumen sobre los cíclopes de la mitología griega y su más famoso representante, Polifemo, según la tradición, Micenas y sus expresiones artísticas, con sus grandes obras arquitectónicas de piedras descomunales, fue construida por estos seres de un solo ojo. Estos, además, aparecen en la cultura popular contemporánea en títulos de anime o videojuegos reflejando siempre su carácter brutal, irracional, oscuro, imprevisible y pasional.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Cíclopes de la mitología griega
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Cerbero es el perro de tres cabezas que, en la mitología griega, guarda las puertas del Tártaro, que no es más que el mismísimo Infierno. También se le conoce como Cancerbero, al unir el término can (perro) con Cerbero.
¿Quién era (o es) Cerbero el perro monstruoso de los mitos griegos?
Pertenece a la extirpe deforme engendrada por Equidna (conocida con el sobrenombre de la Víbora) y Tifón. Era la madre una ninfa de gran belleza con profundos ojos negros que, entre otras señas, lucía serpientes por piernas. Unida eternamente al gigante Tifón, la apariencia del padre era aún más terrorífica, ya que sus enormes alas provocaban huracanes, tormentas y terremotos. Y, además, incendiaba todo aquello que se le ponía por delante con el fuego de sus ojos. Con cabeza de dragón, también tenía serpientes por piernas. No en vano, Tifón era hijo de la diosa de la tierra, Gea, y del mismísimo Tártaro, allí donde uno de sus hijos guarda, con la más agresiva de las iras, las puertas por donde deben pasar los muertos.
La familia no se acaba aquí, ya que eran hermanos de Cerbero, de doble vínculo además; esto es, de padre y madre, la Hidra, la Quimera, la Esfinge, el León de Nemea y unos cuantos dragones y seres abominables. Todos ellos vivían en cuevas atormentando, de alguna manera u otra, a los miembros de la raza humana. Cerbero heredó de sus progenitores el aspecto deforme y el carácter fiero. Las múltiples serpientes de su lomo eran de genética materna y la cola de dragón provenía de la parte paterna. Con esta mezcla solo podía tener tres cabezas, aunque algunas versiones apuntan a cincuenta o incluso cien. Su sola visión causaba pavor, aunque, en principio, solo se enfrentaban a él los que ya habían muerto y, por tanto, poco o nada tenían que perder. Encadenado a las puertas del Infierno, dejaba pasar únicamente a aquellas almas que, según el dictamen de los dioses, se habían ganado este espacio.
Cerbero y el último de los doce trabajos de Heracles
Heracles, el Hércules romano, debía completar doce trabajos y domeñar a Cerbero fue el último de ellos. Con la ayuda de Atenea (la diosa de la inteligencia) y Hermes (el mensajero) se adentra en las profundidades del inframundo. Allí está prisionero Teseo, el héroe que mató al minotauro con la ayuda del hilo de Ariadna, se enfrentó a las amazonas y formó parte de la expedición de argonautas en busca del vellocino de oro. Heracles lo liberó no sin dejar parte de su cuerpo (las nalgas) en la columna a la que estaba atado. Llegados a este punto las versiones, como es frecuente en los mitos y en la literatura griega, difieren.
Y son tan distintas que algunos investigadores defienden que Cerbero se dejó coger sin más mientras que la gran mayoría nos narra una lucha cruenta entre el perro de tres cabezas y el héroe. Heracles, para complicar la hazaña, no podía dar muerte al perro ya que había prometido al dios Hades, el del Infierno, no hacerle daño. Y ya sabía que los dioses no se andan con chiquitas cuando los mortales rompían los pactos y acuerdos. Sea como fuere, Heracles pudo coger, cazar o amansar a Cerbero y tal cual se lo presentó a Eristeo como prueba del objetivo cumplido. El rey, horrorizado por la visión y el comportamiento del animal, mandó que fuera devuelto a su lugar donde sigue al día de hoy.
Orfeo calma a Cerbero en su búsqueda de Eurídice
Este no fue el único encuentro de Cerbero con mortales de distinta índole. Otro capítulo de su mito fue protagonizado por Orfeo quien tañía la lira con tal talento y belleza que los animales, ante su música, quedaban amansados. Orfeo tenía un fuerte motivo para adentrarse, estando vivo, en las profundidades del Tártaro. Su amada Eurídice había muerto (al parecer por la mordedura venenosa de una serpiente). Sin poder afrontar el duelo y el dolor por tal pérdida, llega a un acuerdo con Hades que le permite acceder a las profundidades infernales donde es conducido hasta Eurídice después de pagar el peaje al barquero Caronte.
Con su lira, tal cual hacía con los animales, entona tal bella melodía que Cerbero queda sumido en un profundo sueño. Los dioses se apiadan de los amantes y permite que Eurídice vuelva al reino de los vivos. Sin embargo, había una condición, como siempre. Orfeo debía caminar delante y no mirar hacia atrás, hacia Eurídice, hasta que no estuvieran completamente en la superficie y todo el sol hubiera bañado el cuerpo de la mujer. Así lo hace Orfeo. Sin embargo, ya en la tierra, movido por la impaciencia se vuelve antes de tiempo. Eurídice aún tenía un pie en el inframundo y, por tanto, inmediatamente se volatizó convirtiéndose en polvo. De nada sirvieron las lágrimas de amargura de su amado quien, según otras versiones, fue castigado con este trágico final debido a su cobardía, ya que tendría que haberse dejado morir para reunirse con su amada.
Sentido simbólico del mito
Cerbero aún se toparía con otro mortal obligado a bajar al inframundo. La ninfa Psique, como prueba impuesta por Afrodita y para defender su amor por Eros, se enfrentó al perro de las tres cabezas. Lo hizo con la delicadeza que le caracterizaba y lo drogó utilizando una torta de cereales con miel. Con todos estos encuentros no es de extrañar que el monstruo del Tártaro, desde los inicios del mundo pagano, haya sido protagonista de obras pictóricas, esculturas o poemas. Aparece, por poner un solo ejemplo, en la Divina Comedia de Dante, en el círculo del Infierno, su hogar. Y este ser abominable es descrito en los siguientes términos:
Cerbero ladra con tres gargantas. Ni un momento cesan la lluvia y aullidos en tormento continuo. Hiede la tierra, vertedero, lodazal, agua sucia, sumidero de dolor, soledad y desaliento.
Desde el inicio de los tiempos se ha entendido su presencia y existencia misma como una simbolización perfecta de los horrores internos personales e individuales. Esta caracterización se hizo aún más evidente tras los estudios del inconsciente de Freud y de los arquetipos de Jung.
Perro de Hades, simboliza el terror de la muerte, para aquellos que temen los Infiernos. Mas aún, simboliza los propios Infiernos y el infierno interior de cada ser humano. Es conveniente subrayar que es, en efecto, sin sus armas que Heracles consigue vencerlo por un momento; que es por una acción espiritual, el canto de su lira, como Orfeo lo aplaca un instante. Dos índices militan en favor de la interpretación neoplatónica que ve en el Cerebro el genio mismo del demonio interior, el espíritu del mal. Solo puede dominarse sacándolo del infierno y llevándolo a la tierra, es decir, por un cambio violento de medio (ascensión) y empleando fuerzas personales de la naturaleza espiritual. Para vencerlo solo se puede contar con uno mismo.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Y Paul Dies, en su obra El simbolismo en la mitología clásica, hace suyas las palabras de Jorge Luis Borges al comparar las tres cabezas de Cerbero con las tres coronas papales. Las primeras son las guardianas del Infierno mientras que las segundas son las protectoras del cielo.
Borges precisa que el último trabajo de Hércules fue sacar el Cancerbero a la luz del día. Dice también que Butler (Huidibras) compara las tres coronas de la tiara del Papa que es el portero del Cielo, con las tres cabezas del perro que es el portero de los Infiernos.
Cerbero es, por tanto, la bestia interna que hay que domeñar con autoconocimiento, no sin antes enfrentarse a los peligros que supone una bajada al Infierno. Quizás por esta fuerte simbolización de carácter arquetípico, el perro mitológico de tres cabezas sigue siendo favorito en el imaginario cultural y artístico contemporáneo. Es protagonista de videojuegos, obras de anime e, incluso, su nombre es utilizado en series de fantasía como la reciente 1899. El buque en el que viajan todas esas almas perdidas (trasunto de la barca de Caronte) lleva por nombre Cerbero, el guardián de los infiernos. Y la nave anterior perdida y excusa de la trama fue bautizada con el sugestivo nombre de Prometeo, el mismo que robó el fuego de los dioses para que los hombres crearan la civilización. La dicotomía entre cielo e infierno, vida y muerte queda, por tanto, presente en la serie prometiendo mucho juego psicológico.
Estrabón (siglo I), en su Geografía, indica que la puerta de entrada al inframundo se llama Plutonio. Allí los vapores volcánicos se encargan de dar muerte a todo aquel que se atreve a traspasarla. La localización de este importante punto fue secreta hasta el año 2012 cuando se encontró en Turquía. Allí una colosal estatua metálica de Cerbero, el perro de tres cabezas de la mitología griega, guardaba el acceso a una cueva con agua de origen volcánico. Las capas del tiempo no han podido con este ser monstruoso que aún sigue atormentando los temores más profundos de la raza humana.
Por Candela Vizcaíno, Doctora por la Universidad de Sevilla
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Cerbero es el perro de tres cabezas que, en la mitología griega, guarda las puertas del Tártaro, que no es más que el mismísimo Infierno. También se le conoce como Cancerbero, al unir el término can (perro) con Cerbero.
¿Quién era (o es) Cerbero el perro monstruoso de los mitos griegos?
Pertenece a la extirpe deforme engendrada por Equidna (conocida con el sobrenombre de la Víbora) y Tifón. Era la madre una ninfa de gran belleza con profundos ojos negros que, entre otras señas, lucía serpientes por piernas. Unida eternamente al gigante Tifón, la apariencia del padre era aún más terrorífica, ya que sus enormes alas provocaban huracanes, tormentas y terremotos. Y, además, incendiaba todo aquello que se le ponía por delante con el fuego de sus ojos. Con cabeza de dragón, también tenía serpientes por piernas. No en vano, Tifón era hijo de la diosa de la tierra, Gea, y del mismísimo Tártaro, allí donde uno de sus hijos guarda, con la más agresiva de las iras, las puertas por donde deben pasar los muertos.
La familia no se acaba aquí, ya que eran hermanos de Cerbero, de doble vínculo además; esto es, de padre y madre, la Hidra, la Quimera, la Esfinge, el León de Nemea y unos cuantos dragones y seres abominables. Todos ellos vivían en cuevas atormentando, de alguna manera u otra, a los miembros de la raza humana. Cerbero heredó de sus progenitores el aspecto deforme y el carácter fiero. Las múltiples serpientes de su lomo eran de genética materna y la cola de dragón provenía de la parte paterna. Con esta mezcla solo podía tener tres cabezas, aunque algunas versiones apuntan a cincuenta o incluso cien. Su sola visión causaba pavor, aunque, en principio, solo se enfrentaban a él los que ya habían muerto y, por tanto, poco o nada tenían que perder. Encadenado a las puertas del Infierno, dejaba pasar únicamente a aquellas almas que, según el dictamen de los dioses, se habían ganado este espacio.
Cerbero y el último de los doce trabajos de Heracles
Heracles, el Hércules romano, debía completar doce trabajos y domeñar a Cerbero fue el último de ellos. Con la ayuda de Atenea (la diosa de la inteligencia) y Hermes (el mensajero) se adentra en las profundidades del inframundo. Allí está prisionero Teseo, el héroe que mató al minotauro con la ayuda del hilo de Ariadna, se enfrentó a las amazonas y formó parte de la expedición de argonautas en busca del vellocino de oro. Heracles lo liberó no sin dejar parte de su cuerpo (las nalgas) en la columna a la que estaba atado. Llegados a este punto las versiones, como es frecuente en los mitos y en la literatura griega, difieren.
Y son tan distintas que algunos investigadores defienden que Cerbero se dejó coger sin más mientras que la gran mayoría nos narra una lucha cruenta entre el perro de tres cabezas y el héroe. Heracles, para complicar la hazaña, no podía dar muerte al perro ya que había prometido al dios Hades, el del Infierno, no hacerle daño. Y ya sabía que los dioses no se andan con chiquitas cuando los mortales rompían los pactos y acuerdos. Sea como fuere, Heracles pudo coger, cazar o amansar a Cerbero y tal cual se lo presentó a Eristeo como prueba del objetivo cumplido. El rey, horrorizado por la visión y el comportamiento del animal, mandó que fuera devuelto a su lugar donde sigue al día de hoy.
Orfeo calma a Cerbero en su búsqueda de Eurídice
Este no fue el único encuentro de Cerbero con mortales de distinta índole. Otro capítulo de su mito fue protagonizado por Orfeo quien tañía la lira con tal talento y belleza que los animales, ante su música, quedaban amansados. Orfeo tenía un fuerte motivo para adentrarse, estando vivo, en las profundidades del Tártaro. Su amada Eurídice había muerto (al parecer por la mordedura venenosa de una serpiente). Sin poder afrontar el duelo y el dolor por tal pérdida, llega a un acuerdo con Hades que le permite acceder a las profundidades infernales donde es conducido hasta Eurídice después de pagar el peaje al barquero Caronte.
Con su lira, tal cual hacía con los animales, entona tal bella melodía que Cerbero queda sumido en un profundo sueño. Los dioses se apiadan de los amantes y permite que Eurídice vuelva al reino de los vivos. Sin embargo, había una condición, como siempre. Orfeo debía caminar delante y no mirar hacia atrás, hacia Eurídice, hasta que no estuvieran completamente en la superficie y todo el sol hubiera bañado el cuerpo de la mujer. Así lo hace Orfeo. Sin embargo, ya en la tierra, movido por la impaciencia se vuelve antes de tiempo. Eurídice aún tenía un pie en el inframundo y, por tanto, inmediatamente se volatizó convirtiéndose en polvo. De nada sirvieron las lágrimas de amargura de su amado quien, según otras versiones, fue castigado con este trágico final debido a su cobardía, ya que tendría que haberse dejado morir para reunirse con su amada.
Sentido simbólico del mito
Cerbero aún se toparía con otro mortal obligado a bajar al inframundo. La ninfa Psique, como prueba impuesta por Afrodita y para defender su amor por Eros, se enfrentó al perro de las tres cabezas. Lo hizo con la delicadeza que le caracterizaba y lo drogó utilizando una torta de cereales con miel. Con todos estos encuentros no es de extrañar que el monstruo del Tártaro, desde los inicios del mundo pagano, haya sido protagonista de obras pictóricas, esculturas o poemas. Aparece, por poner un solo ejemplo, en la Divina Comedia de Dante, en el círculo del Infierno, su hogar. Y este ser abominable es descrito en los siguientes términos:
Cerbero ladra con tres gargantas. Ni un momento cesan la lluvia y aullidos en tormento continuo. Hiede la tierra, vertedero, lodazal, agua sucia, sumidero de dolor, soledad y desaliento.
Desde el inicio de los tiempos se ha entendido su presencia y existencia misma como una simbolización perfecta de los horrores internos personales e individuales. Esta caracterización se hizo aún más evidente tras los estudios del inconsciente de Freud y de los arquetipos de Jung.
Perro de Hades, simboliza el terror de la muerte, para aquellos que temen los Infiernos. Mas aún, simboliza los propios Infiernos y el infierno interior de cada ser humano. Es conveniente subrayar que es, en efecto, sin sus armas que Heracles consigue vencerlo por un momento; que es por una acción espiritual, el canto de su lira, como Orfeo lo aplaca un instante. Dos índices militan en favor de la interpretación neoplatónica que ve en el Cerebro el genio mismo del demonio interior, el espíritu del mal. Solo puede dominarse sacándolo del infierno y llevándolo a la tierra, es decir, por un cambio violento de medio (ascensión) y empleando fuerzas personales de la naturaleza espiritual. Para vencerlo solo se puede contar con uno mismo.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Y Paul Dies, en su obra El simbolismo en la mitología clásica, hace suyas las palabras de Jorge Luis Borges al comparar las tres cabezas de Cerbero con las tres coronas papales. Las primeras son las guardianas del Infierno mientras que las segundas son las protectoras del cielo.
Borges precisa que el último trabajo de Hércules fue sacar el Cancerbero a la luz del día. Dice también que Butler (Huidibras) compara las tres coronas de la tiara del Papa que es el portero del Cielo, con las tres cabezas del perro que es el portero de los Infiernos.
Cerbero es, por tanto, la bestia interna que hay que domeñar con autoconocimiento, no sin antes enfrentarse a los peligros que supone una bajada al Infierno. Quizás por esta fuerte simbolización de carácter arquetípico, el perro mitológico de tres cabezas sigue siendo favorito en el imaginario cultural y artístico contemporáneo. Es protagonista de videojuegos, obras de anime e, incluso, su nombre es utilizado en series de fantasía como la reciente 1899. El buque en el que viajan todas esas almas perdidas (trasunto de la barca de Caronte) lleva por nombre Cerbero, el guardián de los infiernos. Y la nave anterior perdida y excusa de la trama fue bautizada con el sugestivo nombre de Prometeo, el mismo que robó el fuego de los dioses para que los hombres crearan la civilización. La dicotomía entre cielo e infierno, vida y muerte queda, por tanto, presente en la serie prometiendo mucho juego psicológico.
Estrabón (siglo I), en su Geografía, indica que la puerta de entrada al inframundo se llama Plutonio. Allí los vapores volcánicos se encargan de dar muerte a todo aquel que se atreve a traspasarla. La localización de este importante punto fue secreta hasta el año 2012 cuando se encontró en Turquía. Allí una colosal estatua metálica de Cerbero, el perro de tres cabezas de la mitología griega, guardaba el acceso a una cueva con agua de origen volcánico. Las capas del tiempo no han podido con este ser monstruoso que aún sigue atormentando los temores más profundos de la raza humana.
Por Candela Vizcaíno, Doctora por la Universidad de Sevilla
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Cerbero el perro de tres cabezas de la mitología griega
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El caballero inexistente (1959) forma parte, junto con El barón rampante y El vizconde demediado, de la trilogía de fantasía Nuestros antepasados de Italo Calvino (1923-1985). Esta novela corta está situada en el reinado de Carlomagno (742-814) que es, además, uno de los protagonistas y ambientada en una de las innumerables refriegas contra el ejército musulmán. En ella, en clave de humor irónico y con una prosa limpia, se nos narran las aventuras de un caballero que hablaba, guerreaba y se movía dentro de una impoluta armadura blanca. Con la sátira propia de El Quijote, el autor desmonta el idealismo puro de las novelas de caballería para mostrarnos un protagonista tan perfecto desde el punto de la apariencia y tan hueco en su interior que ni siquiera existía.
Personajes de El caballero inexistente de Italo Calvino
1.- Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Orcos de Corbentraz y Sura, caballero de Selimpia Citerior y Fez. Este es el nombre al que responde el caballero inexistente, extremo admitido y aceptado incluso por él mismo. Este luce una reluciente armadura de color blanco sin ninguna rozadura y se conduce en todo momento con la rigidez de las normas caballerescas sin llegar a empatizar con ninguna de las pasiones o desgracias humanas. A pesar de ser un personaje tan frío y calculador (ya que dentro de la armadura no hay más que aire), su proceder, recto y conforme a las normas, hace que sea el perfecto caballero tanto en la guerra como en las lides del amor. En él lucen todas las características de las novelas de caballería que tienen como protagonista a un aguerrido buscador de aventuras sin más objetivo trascendental. Ese idealismo se acaba cuando el protagonista, como veremos, se da cuenta que su naturaleza y existencia (aunque no es nadie ya que no tiene ni carnalidad) está en entredicho por un malentendido.
2.- Rambaldo de Rosellón, hijo del marqués Gerardo, que aparece por el campo de batalla con la única finalidad de vengar la muerte de su padre a manos de un general musulmán. Es un joven pasional de temperamento sanguíneo que lo mismo cae rendido ante el afán de venganza que ante las mieles del amor. Busca desesperadamente la protección de Agilulfo, ya que, en el fondo, reconoce la problemática de su carácter. A través de sus actos y de su mirada asistimos a la crítica sobre la inutilidad y la estupidez de la guerra.
3.- Gurdulú es un ser simple incapaz de recordar quién es o qué debe hacer con las cosas sencillas. Como Sancho Panza de El Quijote, en esa ingenuidad extrema se esconde una forma sabia de estar en la vida. Por su carácter desordenado y como forma de burlarse de Agilulfo, Carlomagno lo nombra escudero y criado del caballero inexistente.
4.- Teodora, religiosa de la Orden de San Columbano, narradora de la obra y que, al final, nos descubre su verdadera personalidad. A través de sus prolijas descripciones (que, en principio, nos hace creer que son fruto de la imaginación y en realidad provienen de una amplia experiencia de la vida) nos adentra en el mundo religioso de los libros medievales y del día a día de los conventos.
5.- Bradamante, una aguerrida guerrera germana en el ejército de Carlomagno que no tiene reparos en mantener relaciones libres con oficiales o soldados. Se enamora de manera platónica de Agilulfo, aunque, al final de la aventura, se deja llevar por su verdadera naturaleza uniéndose a un hombre de carne y hueso.
6.- Turrismundo, hijo de los duques de Cornualles en busca de su madre Sofronia (que tiene un papel secundario en el libro). Dentro de él habita un descreído de todas las cosas del mundo y, por supuesto, de las normas sociales. Sin embargo, gracias al relato de su vida y a su forma de actuar, logra poner en orden los enredos en los que todos los personajes estaban metidos.
7.- Priscila es una rica viuda dueña de un castillo y empeñada (como en las novelas de caballería) en seducir a todo caballero andante que se adentre por sus dominios. También aparecen, como personajes secundarios, sus sirvientas.
8.- Carlomagno retratado ya anciano y cansado de guerras, soldados, caballeros y tropas. Muestra un espíritu cínico e, incluso, burlón con todos aquellos que se acercan a él.
9.- Miembros de la Orden del Santo Grial, una secta religiosa revestida de una auto concepción de superioridad moral. Sin embargo, se conducen como despiadados asesinos y auténticos violadores.
10.- Los campesinos de la nueva República que se dan cuenta que ellos mismos se valen y se sirven para defenderse de los ataques y, por tanto, no tienen que rendir a ningún señor. Rompen así con todas las normas de vasallaje de la Edad Media.
Resumen de la trama
El ejército de los francos comandados por Carlomagno se enfrentan, en una de sus infinitas e interminables refriegas, contra los musulmanes. Con prosa irónica y cínica la narradora (la monja Teodora) nos va desgranando las inutilidades, estupideces y sinsentidos de guerras que solo sirven para dar carroña a las alimañas. Como caballero dentro de estas tropas sirve Agilulfo luciendo una impoluta armadura blanca y con un comportamiento intachable según las estrictas normas de la caballería. La única pega que se le puede poner es que no existe, ya que dentro de su armadura solo hay aire y una voz hueca. Subsiste, tal como se desgrana en las páginas del libro, por un ideal de servicio a la cristiandad y por una mezcla de fuerza de voluntad y apariencia. Hasta el campamento llegan Rambaldo con su afán de venganza y Turrismundo queriendo desenmascarar la vida superflua (a pesar de la sangre y las batallas) que todos llevan.
Rambaldo, después de ver cumplida su venganza, se enamora de Bradamante, una guerrera de vida libre en el ejército. Esta está prendada de Agilulfo, el caballero inexistente. El status quo es puesto patas arriba por Turrismundo, presentado como hijo de la casa de Cornualles. Este, sin embargo, viene a desenmascarar a Agilulfo, quien fue armado caballero por defender hacía quince años a una joven virgen de nombre Sofronia. Sin embargo, Turrismundo, de veinte años de edad, dice ser hijo de la noble doncella. Por tanto, la hazaña del Agilulfo por la que fue armado caballero no existe como tal y su vida de caballero inexistente deja de tener sentido. Y todo ello narrado con buenas dosis de humor, como si una armadura vacía pudiera tener trascendencia alguna.
Pero lo que se jugaba Agilulfo era mucho más grave. Antes de tropezar con Sofronia agredida por los malhechores y de salvar su pureza, él era un simple guerrero sin nombre dentro de una armadura blanca que vagaba por el mundo a la ventura. O mejor dicho (como pronto se habrá sabido), era una blanca armadura vacía, sin guerrero dentro. Su hazaña en defensa de Sofronia le había dado derecho a ser armado caballero: el caballerazgo de Selempia Citerior estaba vacante en ese momento, y asumió dicho título. Su ingreso en el servicio y todos los reconocimientos, grados, y nombres que después se habían añadido, eran consecuencia de aquel episodio. Si se demostraba la inexistencia de una virginidad en Sofronia salvada por él, también su caballerazgo se haría humo, y todo lo que había hecho después no podría ser reconocido válido para ningún efecto, y todos los nombres y predicados quedaría anulados, con lo que cada una de sus atribuciones se volverían tan inexistentes como su persona.
Ante esta revelación, todos dejan el campamento con objetivos dispares lanzándose a la aventura de los caminos. Llegados al final del libro nos enteramos que Turrismundo y Sofronia no son madre e hijo y que ni siquiera tienen vínculos de sangre. Lo cual les viene estupendamente ya que han tenido relaciones amorosas. La monja Teodora se descubre como Bradamante olvidándose de la perfección del caballero inexistente y corre en busca de la pasión correspondida de Rambaldo. Para Agilulfo no hay una nueva oportunidad, ya que no llega a enterarse de la verdad sobre Sofronia, que verdaderamente era virgen cuando él la rescató de unos bandidos. Su vida deja de tener sentido al no poder defender el fin al que había dedicado esos años dentro de una armadura vacía. Desaparece del todo.
Caballero, habéis resistido mucho tiempo con vuestra sola fuerza de voluntad, habéis conseguido hacerlo siempre todo como si existierais… ¿por qué rendiros de repente? -pero ya no sabe a qué parte dirigirse: la armadura está vacía, no vacía como antes, vacía también de aquel algo que se llamaba el caballero Agilulfo y que ahora se ha disuelto como una gota en el mar.
Breve análisis de El caballero inexistente de Italo Calvino
Aunque la trama puede parecer farragosa, se sigue con fruición gracias al humor que despliega la prosa del autor. El caballero inexistente nos mete de lleno no solo en una versión irónica de las novelas de caballería sino también en las apariencias tan presentes en nuestra sociedad contemporánea. El enredo le sirve al autor para poner sobre la mesa la futilidad de buena parte de las preocupaciones humanas, desde la guerra hasta un amor totalmente idealizado. Agilulfo no solo no existe sino que se mueve por una mezcla de esa fuerza de voluntad que reconoce su amigo y por ideales falaces sin objetivo útil alguno. Los personajes, desde Carlomagno hasta el simple Gurdulú, se conducen, sin hacer autocrítica, por convecciones sociales o por supuestos preceptos morales que no son tales.
La armadura perfecta e impoluta que había lucido Agilulfo, al heredarla Rombaldo, en un par de horas, acaba sucia, abollada y arañada, tal cual hace la vida misma. El idealismo, por tanto, desaparece en cuanto la viste un muchacho pasional, con sus luces y sus sombras, de carne y hueso. Al final de la obra, por tanto, la realidad se nos presenta totalmente distinta. Las apariencias (las máscaras y caretas) han caído y cada uno sigue un camino radicalmente distinto al previsto.
Y, por último, de El caballero inexistente de Italo Calvino, en este siglo XXI de las apariencias, hay que quedarse con eso: en la nadería del que se presenta perfecto y por dentro simplemente luce una asombrosa e infinita nada. Es lectura totalmente recomendable incluso para jóvenes que se abren a la vida adulta.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El caballero inexistente (1959) forma parte, junto con El barón rampante y El vizconde demediado, de la trilogía de fantasía Nuestros antepasados de Italo Calvino (1923-1985). Esta novela corta está situada en el reinado de Carlomagno (742-814) que es, además, uno de los protagonistas y ambientada en una de las innumerables refriegas contra el ejército musulmán. En ella, en clave de humor irónico y con una prosa limpia, se nos narran las aventuras de un caballero que hablaba, guerreaba y se movía dentro de una impoluta armadura blanca. Con la sátira propia de El Quijote, el autor desmonta el idealismo puro de las novelas de caballería para mostrarnos un protagonista tan perfecto desde el punto de la apariencia y tan hueco en su interior que ni siquiera existía.
Personajes de El caballero inexistente de Italo Calvino
1.- Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Orcos de Corbentraz y Sura, caballero de Selimpia Citerior y Fez. Este es el nombre al que responde el caballero inexistente, extremo admitido y aceptado incluso por él mismo. Este luce una reluciente armadura de color blanco sin ninguna rozadura y se conduce en todo momento con la rigidez de las normas caballerescas sin llegar a empatizar con ninguna de las pasiones o desgracias humanas. A pesar de ser un personaje tan frío y calculador (ya que dentro de la armadura no hay más que aire), su proceder, recto y conforme a las normas, hace que sea el perfecto caballero tanto en la guerra como en las lides del amor. En él lucen todas las características de las novelas de caballería que tienen como protagonista a un aguerrido buscador de aventuras sin más objetivo trascendental. Ese idealismo se acaba cuando el protagonista, como veremos, se da cuenta que su naturaleza y existencia (aunque no es nadie ya que no tiene ni carnalidad) está en entredicho por un malentendido.
2.- Rambaldo de Rosellón, hijo del marqués Gerardo, que aparece por el campo de batalla con la única finalidad de vengar la muerte de su padre a manos de un general musulmán. Es un joven pasional de temperamento sanguíneo que lo mismo cae rendido ante el afán de venganza que ante las mieles del amor. Busca desesperadamente la protección de Agilulfo, ya que, en el fondo, reconoce la problemática de su carácter. A través de sus actos y de su mirada asistimos a la crítica sobre la inutilidad y la estupidez de la guerra.
3.- Gurdulú es un ser simple incapaz de recordar quién es o qué debe hacer con las cosas sencillas. Como Sancho Panza de El Quijote, en esa ingenuidad extrema se esconde una forma sabia de estar en la vida. Por su carácter desordenado y como forma de burlarse de Agilulfo, Carlomagno lo nombra escudero y criado del caballero inexistente.
4.- Teodora, religiosa de la Orden de San Columbano, narradora de la obra y que, al final, nos descubre su verdadera personalidad. A través de sus prolijas descripciones (que, en principio, nos hace creer que son fruto de la imaginación y en realidad provienen de una amplia experiencia de la vida) nos adentra en el mundo religioso de los libros medievales y del día a día de los conventos.
5.- Bradamante, una aguerrida guerrera germana en el ejército de Carlomagno que no tiene reparos en mantener relaciones libres con oficiales o soldados. Se enamora de manera platónica de Agilulfo, aunque, al final de la aventura, se deja llevar por su verdadera naturaleza uniéndose a un hombre de carne y hueso.
6.- Turrismundo, hijo de los duques de Cornualles en busca de su madre Sofronia (que tiene un papel secundario en el libro). Dentro de él habita un descreído de todas las cosas del mundo y, por supuesto, de las normas sociales. Sin embargo, gracias al relato de su vida y a su forma de actuar, logra poner en orden los enredos en los que todos los personajes estaban metidos.
7.- Priscila es una rica viuda dueña de un castillo y empeñada (como en las novelas de caballería) en seducir a todo caballero andante que se adentre por sus dominios. También aparecen, como personajes secundarios, sus sirvientas.
8.- Carlomagno retratado ya anciano y cansado de guerras, soldados, caballeros y tropas. Muestra un espíritu cínico e, incluso, burlón con todos aquellos que se acercan a él.
9.- Miembros de la Orden del Santo Grial, una secta religiosa revestida de una auto concepción de superioridad moral. Sin embargo, se conducen como despiadados asesinos y auténticos violadores.
10.- Los campesinos de la nueva República que se dan cuenta que ellos mismos se valen y se sirven para defenderse de los ataques y, por tanto, no tienen que rendir a ningún señor. Rompen así con todas las normas de vasallaje de la Edad Media.
Resumen de la trama
El ejército de los francos comandados por Carlomagno se enfrentan, en una de sus infinitas e interminables refriegas, contra los musulmanes. Con prosa irónica y cínica la narradora (la monja Teodora) nos va desgranando las inutilidades, estupideces y sinsentidos de guerras que solo sirven para dar carroña a las alimañas. Como caballero dentro de estas tropas sirve Agilulfo luciendo una impoluta armadura blanca y con un comportamiento intachable según las estrictas normas de la caballería. La única pega que se le puede poner es que no existe, ya que dentro de su armadura solo hay aire y una voz hueca. Subsiste, tal como se desgrana en las páginas del libro, por un ideal de servicio a la cristiandad y por una mezcla de fuerza de voluntad y apariencia. Hasta el campamento llegan Rambaldo con su afán de venganza y Turrismundo queriendo desenmascarar la vida superflua (a pesar de la sangre y las batallas) que todos llevan.
Rambaldo, después de ver cumplida su venganza, se enamora de Bradamante, una guerrera de vida libre en el ejército. Esta está prendada de Agilulfo, el caballero inexistente. El status quo es puesto patas arriba por Turrismundo, presentado como hijo de la casa de Cornualles. Este, sin embargo, viene a desenmascarar a Agilulfo, quien fue armado caballero por defender hacía quince años a una joven virgen de nombre Sofronia. Sin embargo, Turrismundo, de veinte años de edad, dice ser hijo de la noble doncella. Por tanto, la hazaña del Agilulfo por la que fue armado caballero no existe como tal y su vida de caballero inexistente deja de tener sentido. Y todo ello narrado con buenas dosis de humor, como si una armadura vacía pudiera tener trascendencia alguna.
Pero lo que se jugaba Agilulfo era mucho más grave. Antes de tropezar con Sofronia agredida por los malhechores y de salvar su pureza, él era un simple guerrero sin nombre dentro de una armadura blanca que vagaba por el mundo a la ventura. O mejor dicho (como pronto se habrá sabido), era una blanca armadura vacía, sin guerrero dentro. Su hazaña en defensa de Sofronia le había dado derecho a ser armado caballero: el caballerazgo de Selempia Citerior estaba vacante en ese momento, y asumió dicho título. Su ingreso en el servicio y todos los reconocimientos, grados, y nombres que después se habían añadido, eran consecuencia de aquel episodio. Si se demostraba la inexistencia de una virginidad en Sofronia salvada por él, también su caballerazgo se haría humo, y todo lo que había hecho después no podría ser reconocido válido para ningún efecto, y todos los nombres y predicados quedaría anulados, con lo que cada una de sus atribuciones se volverían tan inexistentes como su persona.
Ante esta revelación, todos dejan el campamento con objetivos dispares lanzándose a la aventura de los caminos. Llegados al final del libro nos enteramos que Turrismundo y Sofronia no son madre e hijo y que ni siquiera tienen vínculos de sangre. Lo cual les viene estupendamente ya que han tenido relaciones amorosas. La monja Teodora se descubre como Bradamante olvidándose de la perfección del caballero inexistente y corre en busca de la pasión correspondida de Rambaldo. Para Agilulfo no hay una nueva oportunidad, ya que no llega a enterarse de la verdad sobre Sofronia, que verdaderamente era virgen cuando él la rescató de unos bandidos. Su vida deja de tener sentido al no poder defender el fin al que había dedicado esos años dentro de una armadura vacía. Desaparece del todo.
Caballero, habéis resistido mucho tiempo con vuestra sola fuerza de voluntad, habéis conseguido hacerlo siempre todo como si existierais… ¿por qué rendiros de repente? -pero ya no sabe a qué parte dirigirse: la armadura está vacía, no vacía como antes, vacía también de aquel algo que se llamaba el caballero Agilulfo y que ahora se ha disuelto como una gota en el mar.
Breve análisis de El caballero inexistente de Italo Calvino
Aunque la trama puede parecer farragosa, se sigue con fruición gracias al humor que despliega la prosa del autor. El caballero inexistente nos mete de lleno no solo en una versión irónica de las novelas de caballería sino también en las apariencias tan presentes en nuestra sociedad contemporánea. El enredo le sirve al autor para poner sobre la mesa la futilidad de buena parte de las preocupaciones humanas, desde la guerra hasta un amor totalmente idealizado. Agilulfo no solo no existe sino que se mueve por una mezcla de esa fuerza de voluntad que reconoce su amigo y por ideales falaces sin objetivo útil alguno. Los personajes, desde Carlomagno hasta el simple Gurdulú, se conducen, sin hacer autocrítica, por convecciones sociales o por supuestos preceptos morales que no son tales.
La armadura perfecta e impoluta que había lucido Agilulfo, al heredarla Rombaldo, en un par de horas, acaba sucia, abollada y arañada, tal cual hace la vida misma. El idealismo, por tanto, desaparece en cuanto la viste un muchacho pasional, con sus luces y sus sombras, de carne y hueso. Al final de la obra, por tanto, la realidad se nos presenta totalmente distinta. Las apariencias (las máscaras y caretas) han caído y cada uno sigue un camino radicalmente distinto al previsto.
Y, por último, de El caballero inexistente de Italo Calvino, en este siglo XXI de las apariencias, hay que quedarse con eso: en la nadería del que se presenta perfecto y por dentro simplemente luce una asombrosa e infinita nada. Es lectura totalmente recomendable incluso para jóvenes que se abren a la vida adulta.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El caballero inexistente de Italo Calvino
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Las gorgonas de la mitología griega eran tres hermanas monstruosas cuyos cuerpos tenían un elemento animal y poderes sobrenaturales que causaban la muerte instantánea. La más famosa de las tres fue Medusa, nacida mortal. Sin embargo, petrificaba a quien osara mirarla. Todas ellas simbolizan lo monstruoso, la oscuridad, la perversión y la destrucción que hay que combatir con la luz de la verdad, el afrontamiento y la valentía. Esta interpretación simbólica no es nueva, ni siquiera a raíz de la puesta en escena de los arquetipos. Ya en la Grecia clásica eran identificadas, junto con las Furias, con la conciencia pervertida, con el lado oscuro de la personalidad. También son conocidas bajo el nombre de Arpías, término que ha entrado en el vocabulario común en español para designar a una mujer de tan mal talante que se acerca a los monstruoso.
Interiorizadas, simbolizan los remordimientos, el sentimiento de culpabilidad, la autodestrucción del que se abandona al sentimiento de una falta considerada como inexpiable.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
¿Quiénes eran las gorgonas de la mitología griega?
Eran tres hermanas monstruosas nacidas de los amores incestuosos de Ceto, diosa de los monstruos marinos, y de su hermano Forcis. Ambos habitaban las profundidades del inframundo marino. Sus hijas, representación de lo monstruoso del alma humana, son inmortales, excepto Medusa quien tiene el poder de la petrificación a través de su mirada. Las tres gorgonas lucen en sus cabellos serpientes peligrosas y prestas a emponzoñar a quien se acerque a ellas. La sangre de las tres tiene propiedades curativas y puede salvar la vida humana pero solo si se extrae de un lado, del derecho. Si se extrae la del izquierdo causa la muerte instantánea. Y todo ello hay que entenderlo al margen del daño que puedan hacer sus otros poderes.
Euriale, una de las gorgonas con colmillos de jabalí que le sobresalían por los labios
Ella es la simbolización de la perversión sexual y así se ha aceptado en todos los estudios tras las investigaciones sobre el inconsciente iniciados por Freud. De hecho, en representaciones posteriores se la ha asimilado a un centauro, los híbridos entre hombre y caballo, símbolos de la lascivia. Su hábitat no era ni los bosques ni las cuevas sino las entrañas de la tierra misma. Por eso, se la podía encontrar en las montañas cuyos santuarios protegía. Era la protectora del Oráculo de Delfos. Es inmortal. Así que aún debe andar rondando los templos paganos de la antigua Grecia llorando amargamente a Medusa, su única hermana mortal.
Esteno, la más compleja de las gorgonas
Su representación es compleja ya que lo mismo es descrita como una auténtica giganta que como una hermosa doncella con manos de bronce y alas de oro. No olvidemos las serpientes de la cabeza. Según la simbología, es la representación de las aberraciones sociales. Su gran fuerza física y emocional hace que, a través de su mirada, paralice a quien se encuentre a su alrededor. Es la protectora de las pitias, las adivinadoras de los oráculos consagrados al dios solar Apolo. También es inmortal y no hay noticia que ningún héroe haya dado cuenta de ella.
Medusa, la más famosa de las gorgonas
Medusa es la hermosa gorgona con la cabeza repleta de serpientes prestas a morder o picar. Quien la mira queda petrificado. Simbólicamente representa la peor de las perversiones, que no es más que la espiritual. Se la identifica con la vanidad, el narcisismo o la arrogancia de quién se cree superior y acaba liquidado cuando mira en el interior de sí. Medusa es el espejo que devuelve la oscuridad del alma humana. Y no lo hace para que esta salga a la luz en un intento de expiación. Es todo lo contrario. Lo que ella devuelve se queda en piedra, en eterna materia inerte.
Es la única de las gorgonas que es mortal y de la que se tiene constancia de su fin. Es vencida por Perseo (hijo de Zeus transformado en lluvia de oro para unirse a Danae, una mortal). Ayudado por el caballo alado Pegaso, logra decapitar a Medusa. Para poder matar a la gorgona, Perseo se protege con un escudo tan brillante que se asemeja a un espejo. En él se refleja Medusa y su misma mirada la petrifica, la paraliza. Inmediatamente, Perseo le corta la cabeza con su espada, un regalo de los dioses. Anoto que en este acto se ha visto una sublimación de la vanidad.
Perseo regala la cabeza decapitada y petrificada de Medusa a Atenea, la diosa virgen de la caza, la civilización y la inteligencia. Ella lo incorpora a su escudo y, como Medusa, logra convertir en piedra a sus enemigos.
Como premio a su valentía es metamorfoseado por Zeus en una constelación. En este sentido, Perseo recibe la misma recompensa que Ariadna, también convertida en constelación, cuyo hilo e inteligencia permitió matar otro monstruo, el minotauro. Se da también la circunstancia que Pegaso, el caballo alado que le ayuda en dicha hazaña, era hijo de Poseidón y de Medusa, aunque otras fuentes señalan a otra gorgona, Euriale, como su madre. Pegaso es el símbolo de la elevación espiritual y de la poesía y si Medusa es la conciencia pervertida, puede considerarse su reverso.
La petrificación simboliza el castigo de la desmesura humana.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Por tanto, las gorgonas de la mitología griega son la simbolización perfecta de la sombra inconsciente, allí donde habitan los monstruos del espíritu humano y que nadie se atreve a mirar. Su sola presencia nos devuelve la realidad oscura de la raza humana. Quizás por eso, estaban vinculadas al dios solar y de la luz, Apolo, cuyos oráculos y templos protegían, aunque fuera a fuerza de matar a quien no cumpliera las normas impuestas.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Las gorgonas de la mitología griega eran tres hermanas monstruosas cuyos cuerpos tenían un elemento animal y poderes sobrenaturales que causaban la muerte instantánea. La más famosa de las tres fue Medusa, nacida mortal. Sin embargo, petrificaba a quien osara mirarla. Todas ellas simbolizan lo monstruoso, la oscuridad, la perversión y la destrucción que hay que combatir con la luz de la verdad, el afrontamiento y la valentía. Esta interpretación simbólica no es nueva, ni siquiera a raíz de la puesta en escena de los arquetipos. Ya en la Grecia clásica eran identificadas, junto con las Furias, con la conciencia pervertida, con el lado oscuro de la personalidad. También son conocidas bajo el nombre de Arpías, término que ha entrado en el vocabulario común en español para designar a una mujer de tan mal talante que se acerca a los monstruoso.
Interiorizadas, simbolizan los remordimientos, el sentimiento de culpabilidad, la autodestrucción del que se abandona al sentimiento de una falta considerada como inexpiable.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
¿Quiénes eran las gorgonas de la mitología griega?
Eran tres hermanas monstruosas nacidas de los amores incestuosos de Ceto, diosa de los monstruos marinos, y de su hermano Forcis. Ambos habitaban las profundidades del inframundo marino. Sus hijas, representación de lo monstruoso del alma humana, son inmortales, excepto Medusa quien tiene el poder de la petrificación a través de su mirada. Las tres gorgonas lucen en sus cabellos serpientes peligrosas y prestas a emponzoñar a quien se acerque a ellas. La sangre de las tres tiene propiedades curativas y puede salvar la vida humana pero solo si se extrae de un lado, del derecho. Si se extrae la del izquierdo causa la muerte instantánea. Y todo ello hay que entenderlo al margen del daño que puedan hacer sus otros poderes.
Euriale, una de las gorgonas con colmillos de jabalí que le sobresalían por los labios
Ella es la simbolización de la perversión sexual y así se ha aceptado en todos los estudios tras las investigaciones sobre el inconsciente iniciados por Freud. De hecho, en representaciones posteriores se la ha asimilado a un centauro, los híbridos entre hombre y caballo, símbolos de la lascivia. Su hábitat no era ni los bosques ni las cuevas sino las entrañas de la tierra misma. Por eso, se la podía encontrar en las montañas cuyos santuarios protegía. Era la protectora del Oráculo de Delfos. Es inmortal. Así que aún debe andar rondando los templos paganos de la antigua Grecia llorando amargamente a Medusa, su única hermana mortal.
Esteno, la más compleja de las gorgonas
Su representación es compleja ya que lo mismo es descrita como una auténtica giganta que como una hermosa doncella con manos de bronce y alas de oro. No olvidemos las serpientes de la cabeza. Según la simbología, es la representación de las aberraciones sociales. Su gran fuerza física y emocional hace que, a través de su mirada, paralice a quien se encuentre a su alrededor. Es la protectora de las pitias, las adivinadoras de los oráculos consagrados al dios solar Apolo. También es inmortal y no hay noticia que ningún héroe haya dado cuenta de ella.
Medusa, la más famosa de las gorgonas
Medusa es la hermosa gorgona con la cabeza repleta de serpientes prestas a morder o picar. Quien la mira queda petrificado. Simbólicamente representa la peor de las perversiones, que no es más que la espiritual. Se la identifica con la vanidad, el narcisismo o la arrogancia de quién se cree superior y acaba liquidado cuando mira en el interior de sí. Medusa es el espejo que devuelve la oscuridad del alma humana. Y no lo hace para que esta salga a la luz en un intento de expiación. Es todo lo contrario. Lo que ella devuelve se queda en piedra, en eterna materia inerte.
Es la única de las gorgonas que es mortal y de la que se tiene constancia de su fin. Es vencida por Perseo (hijo de Zeus transformado en lluvia de oro para unirse a Danae, una mortal). Ayudado por el caballo alado Pegaso, logra decapitar a Medusa. Para poder matar a la gorgona, Perseo se protege con un escudo tan brillante que se asemeja a un espejo. En él se refleja Medusa y su misma mirada la petrifica, la paraliza. Inmediatamente, Perseo le corta la cabeza con su espada, un regalo de los dioses. Anoto que en este acto se ha visto una sublimación de la vanidad.
Perseo regala la cabeza decapitada y petrificada de Medusa a Atenea, la diosa virgen de la caza, la civilización y la inteligencia. Ella lo incorpora a su escudo y, como Medusa, logra convertir en piedra a sus enemigos.
Como premio a su valentía es metamorfoseado por Zeus en una constelación. En este sentido, Perseo recibe la misma recompensa que Ariadna, también convertida en constelación, cuyo hilo e inteligencia permitió matar otro monstruo, el minotauro. Se da también la circunstancia que Pegaso, el caballo alado que le ayuda en dicha hazaña, era hijo de Poseidón y de Medusa, aunque otras fuentes señalan a otra gorgona, Euriale, como su madre. Pegaso es el símbolo de la elevación espiritual y de la poesía y si Medusa es la conciencia pervertida, puede considerarse su reverso.
La petrificación simboliza el castigo de la desmesura humana.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Por tanto, las gorgonas de la mitología griega son la simbolización perfecta de la sombra inconsciente, allí donde habitan los monstruos del espíritu humano y que nadie se atreve a mirar. Su sola presencia nos devuelve la realidad oscura de la raza humana. Quizás por eso, estaban vinculadas al dios solar y de la luz, Apolo, cuyos oráculos y templos protegían, aunque fuera a fuerza de matar a quien no cumpliera las normas impuestas.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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