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Tres eran las Hespérides, las ninfas que guardan las estrellas de la tarde. Como espíritus protectores de la naturaleza eran jóvenes de gran belleza, delicada sutileza y adornadas con virtudes y gracia. Era su padre Atlas, el titán condenado a separar la tierra de los cielos y a llevar el peso del firmamento sobre sus espaldas tras la rebelión fallida contra Zeus y los dioses del Olimpo. A pesar de tal trabajo, se unió en amores con Héspero, estrella de la tarde. Y de aquí nacieron las Hespérides. Estas habitaban en un jardín tan hermoso que se asemejaba al paraíso donde crecían manzanas de oro que otorgaban la inmortalidad. Un dragón fiero e insomne guardaba sus puertas. Así que de primeras tenemos, por tanto, tal cúmulo de símbolos en el jardín de las Hespérides que este espacio mítico adquiere múltiples sentidos superpuestos.  

El mito representa la existencia de una especie de paraíso, objeto de los deseos humanos, y una posibilidad de inmortalidad (la manzana de oro); el dragón designa las terribles dificultades de acceso a este paraíso; Heracles el héroe que triunfa sobre todos los obstáculos. El conjunto es uno de los símbolos de la lucha del hombre para llegar a la espiritualización que le asegurará la inmortalidad.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

¿Cómo se formó el jardín de las Hespérides de la mitología? 

En el inicio de los tiempos paganos, cuando los dioses crean todo lo que está en el Universo infinito y se separan de los hombres (aunque no renuncian a amoríos, celos, pasiones y venganzas), Zeus (el dios del rayo y jefe del Olimpo) se casa con Hera (diosa de la familia, el matrimonio y la vida ordenada). A la boda están invitados todos los dioses y héroes y cada uno de ellos aporta un regalo. Gea, diosa de la tierra, queriendo ofrecer también un presente a los mortales, regala un manzano mágico cuyos frutos otorgan la vida eterna. Entusiasmada Hera, pide permiso para plantar el árbol. Al parecer, este va creciendo y se va extendiendo hasta crear un auténtico jardín de plantas maravillosas donde crecen árboles con manzanas de oro que, al morderlas, otorgan la inmortalidad.  

Para evitar que estos frutos mágicos sean robados, el jardín es vallado y se invita a vivir a las Hespérides, las hijas del condenado Titán. Las bellas ninfas se dedican a retozar, a cantar y a comer de las frutas que allí crecen. Tal emplazamiento paradisiaco tiene que estar guardado por un ser fiero que dé miedo. Así, los dioses dejan un violento dragón que es prácticamente una mascota para las Hespérides ya que con ellas se muestra manso y amigable. Sin embargo, todo extraño que ose adentrarse en este espacio perecerá bajo sus garras. Este dragón, además, no duerme y no descansa aunque sí es mortal. 

¿Dónde está situado el jardín de las Hespérides? 

Los textos de la historia y de la literatura griega que han llegado hasta nosotros a través de retazos en los libros medievales son claros con el emplazamiento. Todos coinciden en situarlo en el extremo occidental del mundo, en el sur, en la tierra fértil que bordea el Atlas. Y esto es la Península Ibérica, el trozo de mundo que baña el Guadalquivir (hoy ocupado por Sevilla, CádizCórdoba o Granada). Es la tierra que, siglos después, los árabes, al llegar a ella, también coincidieron en su esencia paradisíaca. No en vano, Al-Andalus significa Paraíso como lo es el jardín de las Hespérides. 

Puedes buscar este emplazamiento en esta bella tierra. Lamentablemente, hace mucho que ha desaparecido. Eso ocurrió cuando Heracles (o Hércules romano) se enfrascó en sus doce trabajos. El penúltimo consistía en matar al dragón y robar todas las manzanas de oro. Así lo hizo. Quedó muerta la bestia y el jardín sagrado profanado. Sin más frutos todo se secó, se perdió y se olvidó. ¿O no?  

El jardín de las Hespérides en el arte 

La Edad Media supuso el avance del cristianismo y se arrinconan los mitos paganos. Estos pervivieron únicamente tras los muros de monasterios y conventos donde se copiaban pacientemente todo aquello que llegaba a sus scriptoria. Durante esos siglos, la historiografía entendió el mito del jardín de las Hespérides como una suerte de paraíso pagano en el que el dragón era el trasunto de la serpiente bíblica. Recuperado en el Renacimiento, la iconografía fue favorita para los artistas del prerrafaelismo y su gusto por retratar lánguidas muchachas de belleza inefable en espacios naturales de sublime hermosura. Al día de hoy, el topónimo subsiste en los modernos cómics y videojuegos junto con todos los seres híbridos rescatados de la cultura clásica pagana.  

El símbolo del jardín de las Hespérides

Aunque hay investigadores que apuntan a que, en verdad, en el jardín crecían naranjas en lugar de manzanas, es esta fruta la que ha pervivido en la tradición. Actúa como un símbolo primigenio del paraíso o casi como un arquetipo según C.G.Jung. Es un lugar sobre la tierra y, por tanto, condicionado por la mortalidad y la finitud. Sin embargo, sus frutos (las manzanas de oro) otorgan esa trascendencia que solo se puede conseguir a través de la espiritualidad. Como símbolo primigenio que es, la manzana tiene sentidos contrapuestos, ya que también es la causante (según la tradición bíblica) de todo el mal que acaece a la raza humana. Su fruto genera el afán de conocimiento que no es más que la semilla de la desobediencia y de la libertad. Sin embargo, esto supone, también, la caída, el fin de la inocencia, el pecado y, en último extremo, la expulsión. 

Según el análisis de Paul Diel la manzana, por su forma esférica, significaría globalmente los deseos terrenales o la complacencia en tales deseos. La prohibición pronunciada por Yahvéh pondría en guardia al hombre contra el predominio de esos deseos, que lo arrastrarían hacia una vida materialista por una especie de regresión, en sentido opuesto a la vida espiritualizada, que es el sentido de la evolución progresiva. Esta advertencia divina da a conocer al hombre esas dos direcciones y a escoger entre la vía de los deseos terrenos y la de la espiritualidad. La manzana sería el símbolo de semejante conocimiento y de la aparición de la necesidad de escoger.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Las manzanas de oro del jardín de las Hespérides también otorgan la inmortalidad y la única manera de sobrevivir en el paraíso donde crecen es atenerse a las leyes impuestas por los dioses. Es imposible que estas permanezcan lozanas y con todo su poder más allá de las fronteras sagradas. Estamos, por tanto, ante la luz y las sombras de todo espacio paradisíaco. La felicidad, por tanto, solo es posible dentro de los muros. Esto es, si queremos vivir en el emplazamiento del paraíso hay que renunciar al afán de conocimiento (de lo que se encuentra más allá) y, en último extremo, a la libertad. El jardín de las Hespérides, por tanto, al ser la simbolización del paraíso, nos invita a elegir entre la obediencia (para quedarse en él) o el afán de conocimiento que antecede a la libertad. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

 

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Tres eran las Hespérides, las ninfas que guardan las estrellas de la tarde. Como espíritus protectores de la naturaleza eran jóvenes de gran belleza, delicada sutileza y adornadas con virtudes y gracia. Era su padre Atlas, el titán condenado a separar la tierra de los cielos y a llevar el peso del firmamento sobre sus espaldas tras la rebelión fallida contra Zeus y los dioses del Olimpo. A pesar de tal trabajo, se unió en amores con Héspero, estrella de la tarde. Y de aquí nacieron las Hespérides. Estas habitaban en un jardín tan hermoso que se asemejaba al paraíso donde crecían manzanas de oro que otorgaban la inmortalidad. Un dragón fiero e insomne guardaba sus puertas. Así que de primeras tenemos, por tanto, tal cúmulo de símbolos en el jardín de las Hespérides que este espacio mítico adquiere múltiples sentidos superpuestos.  

El mito representa la existencia de una especie de paraíso, objeto de los deseos humanos, y una posibilidad de inmortalidad (la manzana de oro); el dragón designa las terribles dificultades de acceso a este paraíso; Heracles el héroe que triunfa sobre todos los obstáculos. El conjunto es uno de los símbolos de la lucha del hombre para llegar a la espiritualización que le asegurará la inmortalidad.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

¿Cómo se formó el jardín de las Hespérides de la mitología? 

En el inicio de los tiempos paganos, cuando los dioses crean todo lo que está en el Universo infinito y se separan de los hombres (aunque no renuncian a amoríos, celos, pasiones y venganzas), Zeus (el dios del rayo y jefe del Olimpo) se casa con Hera (diosa de la familia, el matrimonio y la vida ordenada). A la boda están invitados todos los dioses y héroes y cada uno de ellos aporta un regalo. Gea, diosa de la tierra, queriendo ofrecer también un presente a los mortales, regala un manzano mágico cuyos frutos otorgan la vida eterna. Entusiasmada Hera, pide permiso para plantar el árbol. Al parecer, este va creciendo y se va extendiendo hasta crear un auténtico jardín de plantas maravillosas donde crecen árboles con manzanas de oro que, al morderlas, otorgan la inmortalidad.  

Para evitar que estos frutos mágicos sean robados, el jardín es vallado y se invita a vivir a las Hespérides, las hijas del condenado Titán. Las bellas ninfas se dedican a retozar, a cantar y a comer de las frutas que allí crecen. Tal emplazamiento paradisiaco tiene que estar guardado por un ser fiero que dé miedo. Así, los dioses dejan un violento dragón que es prácticamente una mascota para las Hespérides ya que con ellas se muestra manso y amigable. Sin embargo, todo extraño que ose adentrarse en este espacio perecerá bajo sus garras. Este dragón, además, no duerme y no descansa aunque sí es mortal. 

¿Dónde está situado el jardín de las Hespérides? 

Los textos de la historia y de la literatura griega que han llegado hasta nosotros a través de retazos en los libros medievales son claros con el emplazamiento. Todos coinciden en situarlo en el extremo occidental del mundo, en el sur, en la tierra fértil que bordea el Atlas. Y esto es la Península Ibérica, el trozo de mundo que baña el Guadalquivir (hoy ocupado por Sevilla, CádizCórdoba o Granada). Es la tierra que, siglos después, los árabes, al llegar a ella, también coincidieron en su esencia paradisíaca. No en vano, Al-Andalus significa Paraíso como lo es el jardín de las Hespérides. 

Puedes buscar este emplazamiento en esta bella tierra. Lamentablemente, hace mucho que ha desaparecido. Eso ocurrió cuando Heracles (o Hércules romano) se enfrascó en sus doce trabajos. El penúltimo consistía en matar al dragón y robar todas las manzanas de oro. Así lo hizo. Quedó muerta la bestia y el jardín sagrado profanado. Sin más frutos todo se secó, se perdió y se olvidó. ¿O no?  

El jardín de las Hespérides en el arte 

La Edad Media supuso el avance del cristianismo y se arrinconan los mitos paganos. Estos pervivieron únicamente tras los muros de monasterios y conventos donde se copiaban pacientemente todo aquello que llegaba a sus scriptoria. Durante esos siglos, la historiografía entendió el mito del jardín de las Hespérides como una suerte de paraíso pagano en el que el dragón era el trasunto de la serpiente bíblica. Recuperado en el Renacimiento, la iconografía fue favorita para los artistas del prerrafaelismo y su gusto por retratar lánguidas muchachas de belleza inefable en espacios naturales de sublime hermosura. Al día de hoy, el topónimo subsiste en los modernos cómics y videojuegos junto con todos los seres híbridos rescatados de la cultura clásica pagana.  

El símbolo del jardín de las Hespérides

Aunque hay investigadores que apuntan a que, en verdad, en el jardín crecían naranjas en lugar de manzanas, es esta fruta la que ha pervivido en la tradición. Actúa como un símbolo primigenio del paraíso o casi como un arquetipo según C.G.Jung. Es un lugar sobre la tierra y, por tanto, condicionado por la mortalidad y la finitud. Sin embargo, sus frutos (las manzanas de oro) otorgan esa trascendencia que solo se puede conseguir a través de la espiritualidad. Como símbolo primigenio que es, la manzana tiene sentidos contrapuestos, ya que también es la causante (según la tradición bíblica) de todo el mal que acaece a la raza humana. Su fruto genera el afán de conocimiento que no es más que la semilla de la desobediencia y de la libertad. Sin embargo, esto supone, también, la caída, el fin de la inocencia, el pecado y, en último extremo, la expulsión. 

Según el análisis de Paul Diel la manzana, por su forma esférica, significaría globalmente los deseos terrenales o la complacencia en tales deseos. La prohibición pronunciada por Yahvéh pondría en guardia al hombre contra el predominio de esos deseos, que lo arrastrarían hacia una vida materialista por una especie de regresión, en sentido opuesto a la vida espiritualizada, que es el sentido de la evolución progresiva. Esta advertencia divina da a conocer al hombre esas dos direcciones y a escoger entre la vía de los deseos terrenos y la de la espiritualidad. La manzana sería el símbolo de semejante conocimiento y de la aparición de la necesidad de escoger.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Las manzanas de oro del jardín de las Hespérides también otorgan la inmortalidad y la única manera de sobrevivir en el paraíso donde crecen es atenerse a las leyes impuestas por los dioses. Es imposible que estas permanezcan lozanas y con todo su poder más allá de las fronteras sagradas. Estamos, por tanto, ante la luz y las sombras de todo espacio paradisíaco. La felicidad, por tanto, solo es posible dentro de los muros. Esto es, si queremos vivir en el emplazamiento del paraíso hay que renunciar al afán de conocimiento (de lo que se encuentra más allá) y, en último extremo, a la libertad. El jardín de las Hespérides, por tanto, al ser la simbolización del paraíso, nos invita a elegir entre la obediencia (para quedarse en él) o el afán de conocimiento que antecede a la libertad. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

 

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El mito de Galatea, Acis y Polifemo aparece en las Metamorfosis de Ovidio (siglo I). En él se narran los desgraciados amores de la ninfa Galatea y del joven mortal Acis (hijo de un fauno y de una náyade, ninfa de los ríos). La idílica relación entre ambos fue interrumpida por los celos de Polifemo, uno de los más famosos cíclopes de la historia. Vamos por partes.  

Protagonistas del mito

1.- Polifemo fue uno de los más famosos cíclopes y, como todos los de su especie, tenía un solo ojo a la altura de la frente. Era de la talla de un gigante y ejercía su fuerza con la brutalidad de un monstruo. Polifemo vivía de una forma simple en su cueva excavada en la roca cuidando del ganado y arropado por los montes de Sicilia de donde procedían todos los protagonistas. Su carácter impetuoso, instintivo, pasional y de corta inteligencia hacía que, ante cualquier contratiempo o amenaza, se pusiera a arrancar piedras para arrojarlas contra sus víctimas. Así se comportó con Ulises (el protagonista de la Odisea de Homero) y sus hombres en un intento por atraparlos (o matarlos) tras escaparse de la cueva en la que estaban prisioneros. Hay que decir que la noche antes, Ulises logró adormecerlo con vino, engañarlo, robarle sus quesos y cegarlo con una rama de olivo en llamas. Sin embargo, esta aventura sucedió después del encontronazo con Galatea y Acis, ya que, en este punto de su biografía (aunque sesgadamente) aún podía ver.   

2.- Galatea era una hermosa nereida (ninfa de los mares) siciliana dotada de una gran belleza. Aunque el cíclope Polifemo la perseguía y la requería en amores, ella lo rechazó  en contadas ocasiones, ya que tenía preferencia por Acis, un mortal. Llegados a este punto no hay que confundir a la protagonista de nuestra historia con la de Pigmalión y Galatea. Son dos seres totalmente distintos y de caracteres diferentes, ya que esta última era una escultura que, por mediación de la diosa Afrodita, toma vida. La única relación entre ambas es el nombre, común, por cierto, en las obras de lírica renacentista y de la novela pastoril.  

3.- Acis es el tercero de este triángulo amoroso. Es un apuesto joven mortal, hijo de un fauno y de una náyade que pasaba largos ratos al borde del mar. Allí conoció y se enamoró de la hermosa Galatea. 

Resumen de la fábula de Polifemo, Galatea y Acis 

Polifemo ardía de pasión por la ninfa y la requería de amores constantemente. Sin embargo, Galatea siempre conseguía zafarse de estas pretensiones. Un día que se encontraba a la orilla de la playa se encontró con Acis, un apuesto joven del que quedó prendada al instante. La pasión fue mutua y correspondida regalando felicidad y alegría a los dos amantes, que no podían presagiar el drama que se cernía sobre ellos. 

En lo alto de un risco, Polifemo espiaba los amores de los jóvenes. Carcomido por los celos, cuando ambos se solazaban y besaban arrancó una enorme piedra de la montaña y la arrojó sobre el muchacho. Mortal como era, quedó aplastado y nada pudo hacer la desdichada ninfa para regresarlo a las mieles de vida.  

Llegados a este punto las versiones difieren. Aún así todas coinciden en la posterior metamorfosis del muchacho. La más común apunta a que, conmovidos los dioses por las lágrimas amargas que derramaba la ninfa, se apiadaron de ella. Así,  la roja sangre esparcida de Acis se mezcló con el llanto doloroso de Galatea para que, bajo la piedra arrojada por Polifemo, brotara primero una fuente que iría aumentando en caudal hasta convertirse en un río azul, el Acis de Sicilia. Así, de alguna manera u otra, estarían juntos para siempre. La fábula de Polifemo y Galatea fue completada posteriormente con elementos ajenos a esta tragedia. En esta versión de la historia, tras la muerte de Acis, la ninfa se une al cíclope naciendo tres hijos.  

Estos desgraciados amores fueron del gusto de poetas y artistas plásticos a partir del Renacimiento. Y fueron protagonistas de telas y poemas. El más famoso y conocido texto en lengua castellana sobre estos desdichados amores es la Fábula de Polifemo y Galatea, una de las obras de Luis de Góngora (1561-1627), el poeta del Barroco, al que rindieron homenaje en la primera de las etapas de la Generación del 27. En el ámbito del arte plástico, a la ninfa se la suele representar dirigiendo una nave en forma de concha tirada por delfines y rodeada por numerosos cupidos y pretendientes de todas las edades y condición. Ella se resiste al amor carnal (no hizo lo mismo con Acis) buscando el platonismo que era del gusto renacentista. Una de las pinturas más famosas con esta temática es el Triunfo de Galatea (1511) de Rafael Sanzio (1483-1520) realizada, con la técnica al fresco, en la Villa Farnesina de Roma. El mito, por último, nos pone de manifiesto el carácter oscuro del cíclope que, en esencia, es el símbolo de aquello monstruoso, falto de razón y espíritu crítico del carácter humano más impulsivo.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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El mito de Galatea, Acis y Polifemo aparece en las Metamorfosis de Ovidio (siglo I). En él se narran los desgraciados amores de la ninfa Galatea y del joven mortal Acis (hijo de un fauno y de una náyade, ninfa de los ríos). La idílica relación entre ambos fue interrumpida por los celos de Polifemo, uno de los más famosos cíclopes de la historia. Vamos por partes.  

Protagonistas del mito

1.- Polifemo fue uno de los más famosos cíclopes y, como todos los de su especie, tenía un solo ojo a la altura de la frente. Era de la talla de un gigante y ejercía su fuerza con la brutalidad de un monstruo. Polifemo vivía de una forma simple en su cueva excavada en la roca cuidando del ganado y arropado por los montes de Sicilia de donde procedían todos los protagonistas. Su carácter impetuoso, instintivo, pasional y de corta inteligencia hacía que, ante cualquier contratiempo o amenaza, se pusiera a arrancar piedras para arrojarlas contra sus víctimas. Así se comportó con Ulises (el protagonista de la Odisea de Homero) y sus hombres en un intento por atraparlos (o matarlos) tras escaparse de la cueva en la que estaban prisioneros. Hay que decir que la noche antes, Ulises logró adormecerlo con vino, engañarlo, robarle sus quesos y cegarlo con una rama de olivo en llamas. Sin embargo, esta aventura sucedió después del encontronazo con Galatea y Acis, ya que, en este punto de su biografía (aunque sesgadamente) aún podía ver.   

2.- Galatea era una hermosa nereida (ninfa de los mares) siciliana dotada de una gran belleza. Aunque el cíclope Polifemo la perseguía y la requería en amores, ella lo rechazó  en contadas ocasiones, ya que tenía preferencia por Acis, un mortal. Llegados a este punto no hay que confundir a la protagonista de nuestra historia con la de Pigmalión y Galatea. Son dos seres totalmente distintos y de caracteres diferentes, ya que esta última era una escultura que, por mediación de la diosa Afrodita, toma vida. La única relación entre ambas es el nombre, común, por cierto, en las obras de lírica renacentista y de la novela pastoril.  

3.- Acis es el tercero de este triángulo amoroso. Es un apuesto joven mortal, hijo de un fauno y de una náyade que pasaba largos ratos al borde del mar. Allí conoció y se enamoró de la hermosa Galatea. 

Resumen de la fábula de Polifemo, Galatea y Acis 

Polifemo ardía de pasión por la ninfa y la requería de amores constantemente. Sin embargo, Galatea siempre conseguía zafarse de estas pretensiones. Un día que se encontraba a la orilla de la playa se encontró con Acis, un apuesto joven del que quedó prendada al instante. La pasión fue mutua y correspondida regalando felicidad y alegría a los dos amantes, que no podían presagiar el drama que se cernía sobre ellos. 

En lo alto de un risco, Polifemo espiaba los amores de los jóvenes. Carcomido por los celos, cuando ambos se solazaban y besaban arrancó una enorme piedra de la montaña y la arrojó sobre el muchacho. Mortal como era, quedó aplastado y nada pudo hacer la desdichada ninfa para regresarlo a las mieles de vida.  

Llegados a este punto las versiones difieren. Aún así todas coinciden en la posterior metamorfosis del muchacho. La más común apunta a que, conmovidos los dioses por las lágrimas amargas que derramaba la ninfa, se apiadaron de ella. Así,  la roja sangre esparcida de Acis se mezcló con el llanto doloroso de Galatea para que, bajo la piedra arrojada por Polifemo, brotara primero una fuente que iría aumentando en caudal hasta convertirse en un río azul, el Acis de Sicilia. Así, de alguna manera u otra, estarían juntos para siempre. La fábula de Polifemo y Galatea fue completada posteriormente con elementos ajenos a esta tragedia. En esta versión de la historia, tras la muerte de Acis, la ninfa se une al cíclope naciendo tres hijos.  

Estos desgraciados amores fueron del gusto de poetas y artistas plásticos a partir del Renacimiento. Y fueron protagonistas de telas y poemas. El más famoso y conocido texto en lengua castellana sobre estos desdichados amores es la Fábula de Polifemo y Galatea, una de las obras de Luis de Góngora (1561-1627), el poeta del Barroco, al que rindieron homenaje en la primera de las etapas de la Generación del 27. En el ámbito del arte plástico, a la ninfa se la suele representar dirigiendo una nave en forma de concha tirada por delfines y rodeada por numerosos cupidos y pretendientes de todas las edades y condición. Ella se resiste al amor carnal (no hizo lo mismo con Acis) buscando el platonismo que era del gusto renacentista. Una de las pinturas más famosas con esta temática es el Triunfo de Galatea (1511) de Rafael Sanzio (1483-1520) realizada, con la técnica al fresco, en la Villa Farnesina de Roma. El mito, por último, nos pone de manifiesto el carácter oscuro del cíclope que, en esencia, es el símbolo de aquello monstruoso, falto de razón y espíritu crítico del carácter humano más impulsivo.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Los cíclopes de la mitología griega eran monstruos mortales, gigantes de fuerza descomunal, antropófagos, que vivían en cuevas y cuya característica física más evidente era un solo ojo en mitad de la frente por encima de la línea de las cejas. Seres de escasa inteligencia, brutales, pasionales y destructores, manejaban el fuego, las tormentas, rayos y terremotos. Eran hijos de Urano (dios del cielo) y de Gea (diosa de la tierra). Ayudaban a Zeus con la fragua y tenían protección del señor del Olimpo hasta que Apolo los mató en venganza por el asesinato de uno de sus hijos. La tribu de los cíclopes, según la tradición clásica, estaba situada en la actual Sicilia arropada por los grandes montes de esta isla italiana. 

Han sido representados con profusión desde los inicios de la literatura griega. Aparecen en la Teogonía de Hesiodo, escrita entre el 700 y el 730 a.C, donde se narra el origen del mundo pagano. Además, el cíclope Polifemo es protagonista del Canto IX de la  Odisea de Homero. Ulises daña su único ojo y puede engañar al gigante con esa famosa frase, “Mi nombre es Nadie”. Es el protagonista de una obra de teatro de Eurípides estrenada en el 438 a.C. Aparecieron, especialmente Polifemo, el más famoso de ellos, en los poemas de Calímaco (s.III) o de Virgilio (siglo I).  Posteriormente y tras el Renacimiento, estos seres fieros y deformes fueron recogidos en poemas diversos, obras de teatro u óperas de la cultura occidental. Uno de los textos más famosos es el que narra los amores entre Polifemo, rendido ante la ninfa Galatea. Ambos son protagonistas, por poner un solo ejemplo, de una de las obras de Luis de Góngora más conocidas. Y todo ello sin contar las innumerables obras plásticas que tienen como tema central la representación e, incluso, la simbolización de los cíclopes de la mitología clásica y su mundo bestial, básico, primigenio y pasional. 

Sentido simbólico de los cíclopes en la cultura occidental 

El origen imaginario de estos monstruos, por tanto, está tan cimentado en el inconsciente colectivo y universal que llegan a funcionar como arquetipos. Son seres de fuerza descomunal y tan elementales que la mejor versión de ellos mismos se encuentra en la Odisea de Homero. Al tener un solo ojo no pueden ver más allá de lo básico, lo irracional, inconsciente, instintivo y pasional. Por ello no dudan en matar arrojando enormes piedras que mueven sin esfuerzo. Son el símbolo del estado primitivo de la humanidad, el emplazamiento en el que aún no se han desarrollado no solo todas las posibilidades de la civilización con su juegos de relaciones sociales sino también la conciencia interior por medio del autoconocimiento

Al demonio se lo representa a menudo, en la tradición cristiana, con un solo ojo en medio de la cara, lo que simboliza el dominio de las fuerzas obscuras, instintivas y pasionales. Entregadas a sí mismas, no asumidas por el espíritu, estas no pueden sino desempeñar un papel destructor en el universo y en el hombre. El Cíclope de la tradición griega es una fuerza primitiva o regresiva, de naturaleza volcánica, que no puede ser vencida más que por el dios solar, Apolo. El Cíclope reúne en él dos tradiciones, la de forjador, servidor de Zeus y de Hefaistos, que maneja el rayo para los dioses; y la del monstruo salvaje de fuerza prodigiosa, escondido en las cavernas, de las que no sale más que para cazar. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Los cíclopes en la Odisea 

Homero nos da cuenta de los cíclopes en el canto IX de la Odisea. Allí Ulises y sus hombres arriban a las tierras de estos gigantes que son retratados como seres de una enorme simpleza dedicados al pastoreo y que viven en estado salvaje sin someterse a ningún dios (trasunto del estado religioso o de trascendencia) o rey (simbolización del estado terrenal, de la civilización y del orden por la ley). Su emplazamiento es descrito en los siguientes términos: 

…desde allí, con dolor en el alma, seguimos bogando hasta dar en la tierra que habitan los fieros cíclopes, unos seres sin ley. Confiando en los dioses eternos, nada siembran ni plantan, no labran los campos, mas todo viene allí a germinar sin labor ni semillas: los trigos, las cebadas, las vides que dan un licor generoso y son nutridas tan solo por las lluvias de Zeus. Los cíclopes no tratan en juntas ni saben de normas de justicia. Habitan las cumbres de altas montañas y hacen de las cuevas su casa. Cada cual da la ley a su esposa y a sus hijos y no piensan en los otros. 

Ulises desembarca en la isla de los cíclopes junto con doce hombres y provisto de una vasija de vino. Llegan hasta la cueva de Polifemo repleta de leche y quesos de cabra. Hambrientos, los hombres se adueñan de la mercancía a pesar del parecer en contra de Ulises. En estas están cuando llega el cíclope que, henchido de ira, mata y se come a dos de los navegantes sellando la entrada de la cueva con una enorme piedra. Ante la ferocidad del gigante, Ulises empieza a urdir una artimaña. Así, emborracha al cíclope con el vino que llevaba en la vasija y que, en principio, iba a ser un regalo para los habitantes de aquella desconocida isla. Además, le dijo al monstruo que su nombre era “Nadie”, que así lo llamaba su padre y su madre cuando era pequeño. 

Cuando se adormece por los efectos del alcohol, Ulises aprovecha para prender fuego a una rama de olivo (árbol sagrado) y, a continuación, clavársela al gigante en su único ojo. A los gritos de dolor de Polifemo, los otros cíclopes comienzan a preguntar qué está sucediendo. Y el monstruo, en su simpleza, responde: “Nadie me causa dolor”. Así que los demás monstruos pensaron que aquello era una de las múltiples venganzas de los dioses. Ciego, Polifemo, al día siguiente, quita la enorme piedra que cerraba su cueva para dar de pastar a los rebaños. Ulises y sus hombres pueden escapar, por tanto, sin ser vistos. 

Polifemo se da cuenta de la huída de sus prisioneros cuando estos, a salvo en la embarcación, comienzan a burlarse del cíclope con grandes carcajadas y fuertes gritos. Es en ese momento cuando, sin ton ni son, ya que no ve, comienza a tirar piedras sobre el barco sin que ninguna llegara a alcanzarles. Atrapado en la ira y con deseos de venganza, pide al dios de los océanos que Ulises pierda su camino. Y así lo hace Poseidón haciendo que el héroe de la Odisea tardara más de veinte años en llegar a su tierra, a Ítaca, tras la guerra de Troya. 

El cíclope Polifemo enamorado de Galatea  

La siguiente historia nada tiene que ver con la anterior, aunque tiene al mismo protagonista: Polifemo, enamorado de la ninfa Galatea. Era la joven una de las cincuenta nereidas, una ninfa marina, adornada de virtudes y de inigualable belleza. No hay que confundirla con la protagonista de la historia de Pigmalión y Galatea. Nada tienen que ver y simplemente ambos personajes femeninos comparten nombre. Se movía feliz por los ríos nuestra Galatea hasta que se topó con un apuesto mortal, Acis. Ambos, tal como recoge las Metamorfosis de Ovidio (sigo I) y las obras a partir de la literatura renacentista, se correspondían en su sentimientos. Nada hacía presagiar la tragedia hasta que entra en escena el cíclope Polifemo que espiaba, desde su cueva, a la bella ninfa que se bañaba desnuda en el río. 

Preso de los celos, no puede soportar la intimidad entre ambos amantes y un día, con esas enormes piedras que ya utilizó para intentar matar a Ulises y a sus hombres, aplasta a Acis, que como mortal, fallece en el acto. Fueron tantas las amargas lágrimas de su amada Galatea que los dioses, apiadándose de los amantes, juntan, para que estuvieran así siempre unidos, la sangre del joven y las lágrimas de la ninfa transformando ambos fluidos en un río eterno.  

Esta historia fue favorita no solo de los poetas europeos sino también de pinturas y esculturas occidentales, especialmente del arte barroco. Así, llegado el siglo XVII, la narración toma un cariz totalmente distinto y desde el estilo inicial de la novela pastoril o de la lírica renacentista va evolucionando hacia un carácter truculento tan característico de esta época estilística. Por tanto, se pone el énfasis en el aspecto bestial del cíclope Polifemo contrastándolo con la dulzura y nobleza de Galatea.   

Y, por último, para terminar este resumen sobre los cíclopes de la mitología griega y su más famoso representante, Polifemo, según la tradición, Micenas y sus expresiones artísticas, con sus grandes obras arquitectónicas de piedras descomunales, fue construida por estos seres de un solo ojo. Estos, además, aparecen en la cultura popular contemporánea en títulos de anime o videojuegos reflejando siempre su carácter brutal, irracional, oscuro, imprevisible y pasional.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Los cíclopes de la mitología griega eran monstruos mortales, gigantes de fuerza descomunal, antropófagos, que vivían en cuevas y cuya característica física más evidente era un solo ojo en mitad de la frente por encima de la línea de las cejas. Seres de escasa inteligencia, brutales, pasionales y destructores, manejaban el fuego, las tormentas, rayos y terremotos. Eran hijos de Urano (dios del cielo) y de Gea (diosa de la tierra). Ayudaban a Zeus con la fragua y tenían protección del señor del Olimpo hasta que Apolo los mató en venganza por el asesinato de uno de sus hijos. La tribu de los cíclopes, según la tradición clásica, estaba situada en la actual Sicilia arropada por los grandes montes de esta isla italiana. 

Han sido representados con profusión desde los inicios de la literatura griega. Aparecen en la Teogonía de Hesiodo, escrita entre el 700 y el 730 a.C, donde se narra el origen del mundo pagano. Además, el cíclope Polifemo es protagonista del Canto IX de la  Odisea de Homero. Ulises daña su único ojo y puede engañar al gigante con esa famosa frase, “Mi nombre es Nadie”. Es el protagonista de una obra de teatro de Eurípides estrenada en el 438 a.C. Aparecieron, especialmente Polifemo, el más famoso de ellos, en los poemas de Calímaco (s.III) o de Virgilio (siglo I).  Posteriormente y tras el Renacimiento, estos seres fieros y deformes fueron recogidos en poemas diversos, obras de teatro u óperas de la cultura occidental. Uno de los textos más famosos es el que narra los amores entre Polifemo, rendido ante la ninfa Galatea. Ambos son protagonistas, por poner un solo ejemplo, de una de las obras de Luis de Góngora más conocidas. Y todo ello sin contar las innumerables obras plásticas que tienen como tema central la representación e, incluso, la simbolización de los cíclopes de la mitología clásica y su mundo bestial, básico, primigenio y pasional. 

Sentido simbólico de los cíclopes en la cultura occidental 

El origen imaginario de estos monstruos, por tanto, está tan cimentado en el inconsciente colectivo y universal que llegan a funcionar como arquetipos. Son seres de fuerza descomunal y tan elementales que la mejor versión de ellos mismos se encuentra en la Odisea de Homero. Al tener un solo ojo no pueden ver más allá de lo básico, lo irracional, inconsciente, instintivo y pasional. Por ello no dudan en matar arrojando enormes piedras que mueven sin esfuerzo. Son el símbolo del estado primitivo de la humanidad, el emplazamiento en el que aún no se han desarrollado no solo todas las posibilidades de la civilización con su juegos de relaciones sociales sino también la conciencia interior por medio del autoconocimiento

Al demonio se lo representa a menudo, en la tradición cristiana, con un solo ojo en medio de la cara, lo que simboliza el dominio de las fuerzas obscuras, instintivas y pasionales. Entregadas a sí mismas, no asumidas por el espíritu, estas no pueden sino desempeñar un papel destructor en el universo y en el hombre. El Cíclope de la tradición griega es una fuerza primitiva o regresiva, de naturaleza volcánica, que no puede ser vencida más que por el dios solar, Apolo. El Cíclope reúne en él dos tradiciones, la de forjador, servidor de Zeus y de Hefaistos, que maneja el rayo para los dioses; y la del monstruo salvaje de fuerza prodigiosa, escondido en las cavernas, de las que no sale más que para cazar. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Los cíclopes en la Odisea 

Homero nos da cuenta de los cíclopes en el canto IX de la Odisea. Allí Ulises y sus hombres arriban a las tierras de estos gigantes que son retratados como seres de una enorme simpleza dedicados al pastoreo y que viven en estado salvaje sin someterse a ningún dios (trasunto del estado religioso o de trascendencia) o rey (simbolización del estado terrenal, de la civilización y del orden por la ley). Su emplazamiento es descrito en los siguientes términos: 

…desde allí, con dolor en el alma, seguimos bogando hasta dar en la tierra que habitan los fieros cíclopes, unos seres sin ley. Confiando en los dioses eternos, nada siembran ni plantan, no labran los campos, mas todo viene allí a germinar sin labor ni semillas: los trigos, las cebadas, las vides que dan un licor generoso y son nutridas tan solo por las lluvias de Zeus. Los cíclopes no tratan en juntas ni saben de normas de justicia. Habitan las cumbres de altas montañas y hacen de las cuevas su casa. Cada cual da la ley a su esposa y a sus hijos y no piensan en los otros. 

Ulises desembarca en la isla de los cíclopes junto con doce hombres y provisto de una vasija de vino. Llegan hasta la cueva de Polifemo repleta de leche y quesos de cabra. Hambrientos, los hombres se adueñan de la mercancía a pesar del parecer en contra de Ulises. En estas están cuando llega el cíclope que, henchido de ira, mata y se come a dos de los navegantes sellando la entrada de la cueva con una enorme piedra. Ante la ferocidad del gigante, Ulises empieza a urdir una artimaña. Así, emborracha al cíclope con el vino que llevaba en la vasija y que, en principio, iba a ser un regalo para los habitantes de aquella desconocida isla. Además, le dijo al monstruo que su nombre era “Nadie”, que así lo llamaba su padre y su madre cuando era pequeño. 

Cuando se adormece por los efectos del alcohol, Ulises aprovecha para prender fuego a una rama de olivo (árbol sagrado) y, a continuación, clavársela al gigante en su único ojo. A los gritos de dolor de Polifemo, los otros cíclopes comienzan a preguntar qué está sucediendo. Y el monstruo, en su simpleza, responde: “Nadie me causa dolor”. Así que los demás monstruos pensaron que aquello era una de las múltiples venganzas de los dioses. Ciego, Polifemo, al día siguiente, quita la enorme piedra que cerraba su cueva para dar de pastar a los rebaños. Ulises y sus hombres pueden escapar, por tanto, sin ser vistos. 

Polifemo se da cuenta de la huída de sus prisioneros cuando estos, a salvo en la embarcación, comienzan a burlarse del cíclope con grandes carcajadas y fuertes gritos. Es en ese momento cuando, sin ton ni son, ya que no ve, comienza a tirar piedras sobre el barco sin que ninguna llegara a alcanzarles. Atrapado en la ira y con deseos de venganza, pide al dios de los océanos que Ulises pierda su camino. Y así lo hace Poseidón haciendo que el héroe de la Odisea tardara más de veinte años en llegar a su tierra, a Ítaca, tras la guerra de Troya. 

El cíclope Polifemo enamorado de Galatea  

La siguiente historia nada tiene que ver con la anterior, aunque tiene al mismo protagonista: Polifemo, enamorado de la ninfa Galatea. Era la joven una de las cincuenta nereidas, una ninfa marina, adornada de virtudes y de inigualable belleza. No hay que confundirla con la protagonista de la historia de Pigmalión y Galatea. Nada tienen que ver y simplemente ambos personajes femeninos comparten nombre. Se movía feliz por los ríos nuestra Galatea hasta que se topó con un apuesto mortal, Acis. Ambos, tal como recoge las Metamorfosis de Ovidio (sigo I) y las obras a partir de la literatura renacentista, se correspondían en su sentimientos. Nada hacía presagiar la tragedia hasta que entra en escena el cíclope Polifemo que espiaba, desde su cueva, a la bella ninfa que se bañaba desnuda en el río. 

Preso de los celos, no puede soportar la intimidad entre ambos amantes y un día, con esas enormes piedras que ya utilizó para intentar matar a Ulises y a sus hombres, aplasta a Acis, que como mortal, fallece en el acto. Fueron tantas las amargas lágrimas de su amada Galatea que los dioses, apiadándose de los amantes, juntan, para que estuvieran así siempre unidos, la sangre del joven y las lágrimas de la ninfa transformando ambos fluidos en un río eterno.  

Esta historia fue favorita no solo de los poetas europeos sino también de pinturas y esculturas occidentales, especialmente del arte barroco. Así, llegado el siglo XVII, la narración toma un cariz totalmente distinto y desde el estilo inicial de la novela pastoril o de la lírica renacentista va evolucionando hacia un carácter truculento tan característico de esta época estilística. Por tanto, se pone el énfasis en el aspecto bestial del cíclope Polifemo contrastándolo con la dulzura y nobleza de Galatea.   

Y, por último, para terminar este resumen sobre los cíclopes de la mitología griega y su más famoso representante, Polifemo, según la tradición, Micenas y sus expresiones artísticas, con sus grandes obras arquitectónicas de piedras descomunales, fue construida por estos seres de un solo ojo. Estos, además, aparecen en la cultura popular contemporánea en títulos de anime o videojuegos reflejando siempre su carácter brutal, irracional, oscuro, imprevisible y pasional.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Cerbero es el perro de tres cabezas que, en la mitología griega, guarda las puertas del Tártaro, que no es más que el mismísimo Infierno. También se le conoce como Cancerbero, al unir el término can (perro) con Cerbero. 

¿Quién era (o es) Cerbero el perro monstruoso de los mitos griegos?

Pertenece a la extirpe deforme engendrada por Equidna (conocida con el sobrenombre de la Víbora) y Tifón. Era la madre una ninfa de gran belleza con profundos ojos negros que, entre otras señas, lucía serpientes por piernas. Unida eternamente al gigante Tifón, la apariencia del padre era aún más terrorífica, ya que sus enormes alas provocaban huracanes, tormentas y terremotos. Y, además, incendiaba todo aquello que se le ponía por delante con el fuego de sus ojos. Con cabeza de dragón, también tenía serpientes por piernas. No en vano, Tifón era hijo de la diosa de la tierra, Gea, y del mismísimo Tártaro, allí donde uno de sus hijos guarda, con la más agresiva de las iras, las puertas por donde deben pasar los muertos.  

La familia no se acaba aquí, ya que eran hermanos de Cerbero, de doble vínculo además; esto es, de padre y madre, la Hidra, la Quimera, la Esfinge, el León de Nemea y unos cuantos dragones y seres abominables. Todos ellos vivían en cuevas atormentando, de alguna manera u otra, a los miembros de la raza humana. Cerbero heredó de sus progenitores el aspecto deforme y el carácter fiero. Las múltiples serpientes de su lomo eran de genética materna y la cola de dragón provenía de la parte paterna. Con esta mezcla solo podía tener tres cabezas, aunque algunas versiones apuntan a cincuenta o incluso cien. Su sola visión causaba pavor, aunque, en principio, solo se enfrentaban a él los que ya habían muerto y, por tanto, poco o nada tenían que perder. Encadenado a las puertas del Infierno, dejaba pasar únicamente a aquellas almas que, según el dictamen de los dioses, se habían ganado este espacio.  

Cerbero y el último de los doce trabajos de Heracles 

Heracles, el Hércules romano, debía completar doce trabajos y domeñar a Cerbero fue el último de ellos. Con la ayuda de Atenea (la diosa de la inteligencia) y Hermes (el mensajero) se adentra en las profundidades del inframundo. Allí está prisionero Teseo, el héroe que mató al minotauro con la ayuda del hilo de Ariadna, se enfrentó a las amazonas y formó parte de la expedición de argonautas en busca del vellocino de oro. Heracles lo liberó no sin dejar parte de su cuerpo (las nalgas) en la columna a la que estaba atado. Llegados a este punto las versiones, como es frecuente en los mitos y en la literatura griega, difieren. 

Y son tan distintas que algunos investigadores defienden que Cerbero se dejó coger sin más mientras que la gran mayoría nos narra una lucha cruenta entre el perro de tres cabezas y el héroe. Heracles, para complicar la hazaña, no podía dar muerte al perro ya que había prometido al dios Hades, el del Infierno, no hacerle daño. Y ya sabía que los dioses no se andan con chiquitas cuando los mortales rompían los pactos y acuerdos. Sea como fuere, Heracles pudo coger, cazar o amansar a Cerbero y tal cual se lo presentó a Eristeo como prueba del objetivo cumplido. El rey, horrorizado por la visión y el comportamiento del animal, mandó que fuera devuelto a su lugar donde sigue al día de hoy.  

Orfeo calma a Cerbero en su búsqueda de Eurídice 

Este no fue el único encuentro de Cerbero con mortales de distinta índole. Otro capítulo de su mito fue protagonizado por Orfeo quien tañía la lira con tal talento y belleza que los animales, ante su música, quedaban amansados. Orfeo tenía un fuerte motivo para adentrarse, estando vivo, en las profundidades del Tártaro.  Su amada Eurídice había muerto (al parecer por la mordedura venenosa de una serpiente). Sin poder afrontar el duelo y el dolor por tal pérdida, llega a un acuerdo con Hades que le permite acceder a las profundidades infernales donde es conducido hasta Eurídice después de pagar el peaje al barquero Caronte. 

Con su lira, tal cual hacía con los animales, entona tal bella melodía que Cerbero queda sumido en un profundo sueño. Los dioses se apiadan de los amantes y permite que Eurídice vuelva al reino de los vivos. Sin embargo, había una condición, como siempre. Orfeo debía caminar delante y no mirar hacia atrás, hacia Eurídice, hasta que no estuvieran completamente en la superficie y todo el sol hubiera bañado el cuerpo de la mujer. Así lo hace Orfeo. Sin embargo, ya en la tierra, movido por la impaciencia se vuelve antes de tiempo. Eurídice aún tenía un pie en el inframundo y, por tanto, inmediatamente se volatizó convirtiéndose en polvo. De nada sirvieron las lágrimas de amargura de su amado quien, según otras versiones, fue castigado con este trágico final debido a su cobardía, ya que tendría que haberse dejado morir para reunirse con su amada. 

Sentido simbólico del mito 

Cerbero aún se toparía con otro mortal obligado a bajar al inframundo. La ninfa Psique, como prueba impuesta por Afrodita y para defender su amor por Eros, se enfrentó al perro de las tres cabezas. Lo hizo con la delicadeza que le caracterizaba y lo drogó utilizando una torta de cereales con miel. Con todos estos encuentros no es de extrañar que el monstruo del Tártaro, desde los inicios del mundo pagano, haya sido protagonista de obras pictóricas, esculturas o poemas. Aparece, por poner un solo ejemplo, en la Divina Comedia de Dante, en el círculo del Infierno, su hogar. Y este ser abominable es descrito en los siguientes términos: 

Cerbero ladra con tres gargantas. Ni un momento cesan la lluvia y aullidos en tormento continuo. Hiede la tierra, vertedero, lodazal, agua sucia, sumidero de dolor, soledad y desaliento. 

Desde el inicio de los tiempos se ha entendido su presencia y existencia misma como una simbolización perfecta de los horrores internos personales e individuales. Esta caracterización se hizo aún más evidente tras los estudios del inconsciente de Freud y de los arquetipos de Jung

Perro de Hades, simboliza el terror de la muerte, para aquellos que temen los Infiernos. Mas aún, simboliza los propios Infiernos y el infierno interior de cada ser humano. Es conveniente subrayar que es, en efecto, sin sus armas que Heracles consigue vencerlo por un momento; que es por una acción espiritual, el canto de su lira, como Orfeo lo aplaca un instante. Dos índices militan en favor de la interpretación neoplatónica que ve en el Cerebro el genio mismo del demonio interior, el espíritu del mal. Solo puede dominarse sacándolo del infierno y llevándolo a la tierra, es decir, por un cambio violento de medio (ascensión) y empleando fuerzas personales de la naturaleza espiritual. Para vencerlo solo se puede contar con uno mismo.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

Y Paul Dies, en su obra El simbolismo en la mitología clásica, hace suyas las palabras de Jorge Luis Borges al comparar las tres cabezas de Cerbero con las tres coronas papales. Las primeras son las guardianas del Infierno mientras que las segundas son las protectoras del cielo.  

Borges precisa que el último trabajo de Hércules fue sacar el Cancerbero a la luz del día. Dice también que Butler (Huidibras) compara las tres coronas de la tiara del Papa que es el portero del Cielo, con las tres cabezas del perro que es el portero de los Infiernos. 

Cerbero es, por tanto, la bestia interna que hay que domeñar con autoconocimiento, no sin antes enfrentarse a los peligros que supone una bajada al Infierno. Quizás por esta fuerte simbolización de carácter arquetípico, el perro mitológico de tres cabezas sigue siendo favorito en el imaginario cultural y artístico contemporáneo. Es protagonista de videojuegos, obras de anime e, incluso, su nombre es utilizado en series de fantasía como la reciente 1899. El buque en el que viajan todas esas almas perdidas (trasunto de la barca de Caronte) lleva por nombre Cerbero, el guardián de los infiernos. Y la nave anterior perdida y excusa de la trama fue bautizada con el sugestivo nombre de Prometeo, el mismo que robó el fuego de los dioses para que los hombres crearan la civilización. La dicotomía entre cielo e infierno, vida y muerte queda, por tanto, presente en la serie prometiendo mucho juego psicológico.  

Estrabón (siglo I), en su Geografía, indica que la puerta de entrada al inframundo se llama Plutonio. Allí los vapores volcánicos se encargan de dar muerte a todo aquel que se atreve a traspasarla. La localización de este importante punto fue secreta hasta el año 2012 cuando se encontró en Turquía. Allí una colosal estatua metálica de Cerbero, el perro de tres cabezas de la mitología griega, guardaba el acceso a una cueva con agua de origen volcánico. Las capas del tiempo no han podido con este ser monstruoso que aún sigue atormentando los temores más profundos de la raza humana. 

Por Candela Vizcaíno, Doctora por la Universidad de Sevilla 

 

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Cerbero es el perro de tres cabezas que, en la mitología griega, guarda las puertas del Tártaro, que no es más que el mismísimo Infierno. También se le conoce como Cancerbero, al unir el término can (perro) con Cerbero. 

¿Quién era (o es) Cerbero el perro monstruoso de los mitos griegos?

Pertenece a la extirpe deforme engendrada por Equidna (conocida con el sobrenombre de la Víbora) y Tifón. Era la madre una ninfa de gran belleza con profundos ojos negros que, entre otras señas, lucía serpientes por piernas. Unida eternamente al gigante Tifón, la apariencia del padre era aún más terrorífica, ya que sus enormes alas provocaban huracanes, tormentas y terremotos. Y, además, incendiaba todo aquello que se le ponía por delante con el fuego de sus ojos. Con cabeza de dragón, también tenía serpientes por piernas. No en vano, Tifón era hijo de la diosa de la tierra, Gea, y del mismísimo Tártaro, allí donde uno de sus hijos guarda, con la más agresiva de las iras, las puertas por donde deben pasar los muertos.  

La familia no se acaba aquí, ya que eran hermanos de Cerbero, de doble vínculo además; esto es, de padre y madre, la Hidra, la Quimera, la Esfinge, el León de Nemea y unos cuantos dragones y seres abominables. Todos ellos vivían en cuevas atormentando, de alguna manera u otra, a los miembros de la raza humana. Cerbero heredó de sus progenitores el aspecto deforme y el carácter fiero. Las múltiples serpientes de su lomo eran de genética materna y la cola de dragón provenía de la parte paterna. Con esta mezcla solo podía tener tres cabezas, aunque algunas versiones apuntan a cincuenta o incluso cien. Su sola visión causaba pavor, aunque, en principio, solo se enfrentaban a él los que ya habían muerto y, por tanto, poco o nada tenían que perder. Encadenado a las puertas del Infierno, dejaba pasar únicamente a aquellas almas que, según el dictamen de los dioses, se habían ganado este espacio.  

Cerbero y el último de los doce trabajos de Heracles 

Heracles, el Hércules romano, debía completar doce trabajos y domeñar a Cerbero fue el último de ellos. Con la ayuda de Atenea (la diosa de la inteligencia) y Hermes (el mensajero) se adentra en las profundidades del inframundo. Allí está prisionero Teseo, el héroe que mató al minotauro con la ayuda del hilo de Ariadna, se enfrentó a las amazonas y formó parte de la expedición de argonautas en busca del vellocino de oro. Heracles lo liberó no sin dejar parte de su cuerpo (las nalgas) en la columna a la que estaba atado. Llegados a este punto las versiones, como es frecuente en los mitos y en la literatura griega, difieren. 

Y son tan distintas que algunos investigadores defienden que Cerbero se dejó coger sin más mientras que la gran mayoría nos narra una lucha cruenta entre el perro de tres cabezas y el héroe. Heracles, para complicar la hazaña, no podía dar muerte al perro ya que había prometido al dios Hades, el del Infierno, no hacerle daño. Y ya sabía que los dioses no se andan con chiquitas cuando los mortales rompían los pactos y acuerdos. Sea como fuere, Heracles pudo coger, cazar o amansar a Cerbero y tal cual se lo presentó a Eristeo como prueba del objetivo cumplido. El rey, horrorizado por la visión y el comportamiento del animal, mandó que fuera devuelto a su lugar donde sigue al día de hoy.  

Orfeo calma a Cerbero en su búsqueda de Eurídice 

Este no fue el único encuentro de Cerbero con mortales de distinta índole. Otro capítulo de su mito fue protagonizado por Orfeo quien tañía la lira con tal talento y belleza que los animales, ante su música, quedaban amansados. Orfeo tenía un fuerte motivo para adentrarse, estando vivo, en las profundidades del Tártaro.  Su amada Eurídice había muerto (al parecer por la mordedura venenosa de una serpiente). Sin poder afrontar el duelo y el dolor por tal pérdida, llega a un acuerdo con Hades que le permite acceder a las profundidades infernales donde es conducido hasta Eurídice después de pagar el peaje al barquero Caronte. 

Con su lira, tal cual hacía con los animales, entona tal bella melodía que Cerbero queda sumido en un profundo sueño. Los dioses se apiadan de los amantes y permite que Eurídice vuelva al reino de los vivos. Sin embargo, había una condición, como siempre. Orfeo debía caminar delante y no mirar hacia atrás, hacia Eurídice, hasta que no estuvieran completamente en la superficie y todo el sol hubiera bañado el cuerpo de la mujer. Así lo hace Orfeo. Sin embargo, ya en la tierra, movido por la impaciencia se vuelve antes de tiempo. Eurídice aún tenía un pie en el inframundo y, por tanto, inmediatamente se volatizó convirtiéndose en polvo. De nada sirvieron las lágrimas de amargura de su amado quien, según otras versiones, fue castigado con este trágico final debido a su cobardía, ya que tendría que haberse dejado morir para reunirse con su amada. 

Sentido simbólico del mito 

Cerbero aún se toparía con otro mortal obligado a bajar al inframundo. La ninfa Psique, como prueba impuesta por Afrodita y para defender su amor por Eros, se enfrentó al perro de las tres cabezas. Lo hizo con la delicadeza que le caracterizaba y lo drogó utilizando una torta de cereales con miel. Con todos estos encuentros no es de extrañar que el monstruo del Tártaro, desde los inicios del mundo pagano, haya sido protagonista de obras pictóricas, esculturas o poemas. Aparece, por poner un solo ejemplo, en la Divina Comedia de Dante, en el círculo del Infierno, su hogar. Y este ser abominable es descrito en los siguientes términos: 

Cerbero ladra con tres gargantas. Ni un momento cesan la lluvia y aullidos en tormento continuo. Hiede la tierra, vertedero, lodazal, agua sucia, sumidero de dolor, soledad y desaliento. 

Desde el inicio de los tiempos se ha entendido su presencia y existencia misma como una simbolización perfecta de los horrores internos personales e individuales. Esta caracterización se hizo aún más evidente tras los estudios del inconsciente de Freud y de los arquetipos de Jung

Perro de Hades, simboliza el terror de la muerte, para aquellos que temen los Infiernos. Mas aún, simboliza los propios Infiernos y el infierno interior de cada ser humano. Es conveniente subrayar que es, en efecto, sin sus armas que Heracles consigue vencerlo por un momento; que es por una acción espiritual, el canto de su lira, como Orfeo lo aplaca un instante. Dos índices militan en favor de la interpretación neoplatónica que ve en el Cerebro el genio mismo del demonio interior, el espíritu del mal. Solo puede dominarse sacándolo del infierno y llevándolo a la tierra, es decir, por un cambio violento de medio (ascensión) y empleando fuerzas personales de la naturaleza espiritual. Para vencerlo solo se puede contar con uno mismo.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

Y Paul Dies, en su obra El simbolismo en la mitología clásica, hace suyas las palabras de Jorge Luis Borges al comparar las tres cabezas de Cerbero con las tres coronas papales. Las primeras son las guardianas del Infierno mientras que las segundas son las protectoras del cielo.  

Borges precisa que el último trabajo de Hércules fue sacar el Cancerbero a la luz del día. Dice también que Butler (Huidibras) compara las tres coronas de la tiara del Papa que es el portero del Cielo, con las tres cabezas del perro que es el portero de los Infiernos. 

Cerbero es, por tanto, la bestia interna que hay que domeñar con autoconocimiento, no sin antes enfrentarse a los peligros que supone una bajada al Infierno. Quizás por esta fuerte simbolización de carácter arquetípico, el perro mitológico de tres cabezas sigue siendo favorito en el imaginario cultural y artístico contemporáneo. Es protagonista de videojuegos, obras de anime e, incluso, su nombre es utilizado en series de fantasía como la reciente 1899. El buque en el que viajan todas esas almas perdidas (trasunto de la barca de Caronte) lleva por nombre Cerbero, el guardián de los infiernos. Y la nave anterior perdida y excusa de la trama fue bautizada con el sugestivo nombre de Prometeo, el mismo que robó el fuego de los dioses para que los hombres crearan la civilización. La dicotomía entre cielo e infierno, vida y muerte queda, por tanto, presente en la serie prometiendo mucho juego psicológico.  

Estrabón (siglo I), en su Geografía, indica que la puerta de entrada al inframundo se llama Plutonio. Allí los vapores volcánicos se encargan de dar muerte a todo aquel que se atreve a traspasarla. La localización de este importante punto fue secreta hasta el año 2012 cuando se encontró en Turquía. Allí una colosal estatua metálica de Cerbero, el perro de tres cabezas de la mitología griega, guardaba el acceso a una cueva con agua de origen volcánico. Las capas del tiempo no han podido con este ser monstruoso que aún sigue atormentando los temores más profundos de la raza humana. 

Por Candela Vizcaíno, Doctora por la Universidad de Sevilla 

 

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El caballero inexistente (1959) forma parte, junto con El barón rampante y El vizconde demediado, de la trilogía de fantasía Nuestros antepasados de Italo Calvino (1923-1985). Esta novela corta está situada en el reinado de Carlomagno (742-814) que es, además, uno de los protagonistas y ambientada en una de las innumerables refriegas contra el ejército musulmán. En ella, en clave de humor irónico y con una prosa limpia, se nos narran las aventuras de un caballero que hablaba, guerreaba y se movía dentro de una impoluta armadura blanca. Con la sátira propia de El Quijote, el autor desmonta el idealismo puro de las novelas de caballería para mostrarnos un protagonista tan perfecto desde el punto de la apariencia y tan hueco en su interior que ni siquiera existía.  

Personajes de El caballero inexistente de Italo Calvino  

1.- Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Orcos de Corbentraz y Sura, caballero de Selimpia Citerior y Fez. Este es el nombre al que responde el caballero inexistente, extremo admitido y aceptado incluso por él mismo. Este luce una reluciente armadura de color blanco sin ninguna rozadura y se conduce en todo momento con la rigidez de las normas caballerescas sin llegar a empatizar con ninguna de las pasiones o desgracias humanas. A pesar de ser un personaje tan frío y calculador (ya que dentro de la armadura no hay más que aire), su proceder, recto y conforme a las normas, hace que sea el perfecto caballero tanto en la guerra como en las lides del amor. En él lucen todas las características de las novelas de caballería que tienen como protagonista a un aguerrido buscador de aventuras sin más objetivo trascendental. Ese idealismo se acaba cuando el protagonista, como veremos, se da cuenta que su naturaleza y existencia (aunque no es nadie ya que no tiene ni carnalidad) está en entredicho por un malentendido. 

2.- Rambaldo de Rosellón, hijo del marqués Gerardo, que aparece por el campo de batalla con la única finalidad de vengar la muerte de su padre a manos de un general musulmán. Es un joven pasional de temperamento sanguíneo que lo mismo cae rendido ante el afán de venganza que ante las mieles del amor. Busca desesperadamente la protección de Agilulfo, ya que, en el fondo, reconoce la problemática de su carácter. A través de sus actos y de su mirada asistimos a la crítica sobre la inutilidad y la estupidez de la guerra.  

3.- Gurdulú es un ser simple incapaz de recordar quién es o qué debe hacer con las cosas sencillas. Como Sancho Panza de El Quijote, en esa ingenuidad extrema se esconde una forma sabia de estar en la vida. Por su carácter desordenado y como forma de burlarse de Agilulfo, Carlomagno lo nombra escudero y criado del caballero inexistente. 

4.- Teodora, religiosa de la Orden de San Columbano, narradora de la obra y que, al final, nos descubre su verdadera personalidad. A través de sus prolijas descripciones (que, en principio, nos hace creer que son fruto de la imaginación y en realidad provienen de una amplia experiencia de la vida) nos adentra en el mundo religioso de los libros medievales y del día a día de los conventos.  

5.- Bradamante, una aguerrida guerrera germana en el ejército de Carlomagno que no tiene reparos en mantener relaciones libres con oficiales o soldados. Se enamora de manera platónica de Agilulfo, aunque, al final de la aventura, se deja llevar por su verdadera naturaleza uniéndose a un hombre de carne y hueso.  

6.- Turrismundo, hijo de los duques de Cornualles en busca de su madre Sofronia (que tiene un papel secundario en el libro). Dentro de él habita un descreído de todas las cosas del mundo y, por supuesto, de las normas sociales. Sin embargo, gracias al relato de su vida y a su forma de actuar, logra poner en orden los enredos en los que todos los personajes estaban metidos.  

7.- Priscila es una rica viuda dueña de un castillo y empeñada (como en las novelas de caballería) en seducir a todo caballero andante que se adentre por sus dominios. También aparecen, como personajes secundarios, sus sirvientas.  

8.- Carlomagno retratado ya anciano y cansado de guerras, soldados, caballeros y tropas. Muestra un espíritu cínico e, incluso, burlón con todos aquellos que se acercan a él.  

9.- Miembros de la Orden del Santo Grial, una secta religiosa revestida de una auto concepción de superioridad moral. Sin embargo, se conducen como despiadados asesinos y auténticos violadores.  

10.- Los campesinos de la nueva República que se dan cuenta que ellos mismos se valen y se sirven para defenderse de los ataques y, por tanto, no tienen que rendir a ningún señor. Rompen así con todas las normas de vasallaje de la Edad Media.  

Resumen de la trama 

El ejército de los francos comandados por Carlomagno se enfrentan, en una de sus infinitas e interminables refriegas, contra los musulmanes. Con prosa irónica y cínica la narradora (la monja Teodora) nos va desgranando las inutilidades, estupideces y sinsentidos de guerras que solo sirven para dar carroña a las alimañas. Como caballero dentro de estas tropas sirve Agilulfo luciendo una impoluta armadura blanca y con un comportamiento intachable según las estrictas normas de la caballería. La única pega que se le puede poner es que no existe,  ya que dentro de su armadura solo hay aire y una voz hueca. Subsiste, tal como se desgrana en las páginas del libro, por un ideal de servicio a la cristiandad y por una mezcla de fuerza de voluntad y apariencia. Hasta el campamento llegan Rambaldo con su afán de venganza y Turrismundo queriendo desenmascarar la vida superflua (a pesar de la sangre y las batallas) que todos llevan.  

Rambaldo, después de ver cumplida su venganza, se enamora de Bradamante, una guerrera de vida libre en el ejército. Esta está prendada de Agilulfo, el caballero inexistente. El status quo es puesto patas arriba por Turrismundo, presentado como hijo de la casa de Cornualles. Este, sin embargo, viene a desenmascarar a Agilulfo, quien fue armado caballero por defender hacía quince años a una joven virgen de nombre Sofronia. Sin embargo, Turrismundo, de veinte años de edad, dice ser hijo de la noble doncella. Por tanto, la hazaña del Agilulfo por la que fue armado caballero no existe como tal y su vida de caballero inexistente deja de tener sentido. Y todo ello narrado con buenas dosis de humor, como si una armadura vacía pudiera tener trascendencia alguna.   

Pero lo que se jugaba Agilulfo era mucho más grave. Antes de tropezar con Sofronia agredida por los malhechores y de salvar su pureza, él era un simple guerrero sin nombre dentro de una armadura blanca que vagaba por el mundo a la ventura. O mejor dicho (como pronto se habrá sabido), era una blanca armadura vacía, sin guerrero dentro. Su hazaña en defensa de Sofronia le había dado derecho a ser armado caballero: el caballerazgo de Selempia Citerior estaba vacante en ese momento, y asumió dicho título. Su ingreso en el servicio y todos los reconocimientos, grados, y nombres que después se habían añadido, eran consecuencia de aquel episodio. Si se demostraba la inexistencia de una virginidad en Sofronia salvada por él, también su caballerazgo se haría humo, y todo lo que había hecho después no podría ser reconocido válido para ningún efecto, y todos los nombres y predicados quedaría anulados, con lo que cada una de sus atribuciones se volverían tan inexistentes como su persona. 

Ante esta revelación, todos dejan el campamento con objetivos dispares lanzándose a la aventura de los caminos. Llegados al final del libro nos enteramos que Turrismundo y Sofronia no son madre e hijo y que ni siquiera tienen vínculos de sangre. Lo cual les viene estupendamente ya que han tenido relaciones amorosas. La monja Teodora se descubre como Bradamante olvidándose de la perfección del caballero inexistente y corre en busca de la pasión correspondida de Rambaldo. Para Agilulfo no hay una nueva oportunidad, ya que no llega a enterarse de la verdad sobre Sofronia, que verdaderamente era virgen cuando él la rescató de unos bandidos. Su vida deja de tener sentido al no poder defender el fin al que había dedicado esos años dentro de una armadura vacía. Desaparece del todo.  

Caballero, habéis resistido mucho tiempo con vuestra sola fuerza de voluntad, habéis conseguido hacerlo siempre todo como si existierais… ¿por qué rendiros de repente? -pero ya no sabe a qué parte dirigirse: la armadura está vacía, no vacía como antes, vacía también de aquel algo que se llamaba el caballero Agilulfo y que ahora se ha disuelto como una gota en el mar.

Breve análisis de El caballero inexistente de Italo Calvino

Aunque la trama puede parecer farragosa, se sigue con fruición gracias al humor que despliega la prosa del autor. El caballero inexistente nos mete de lleno no solo en una versión irónica de las novelas de caballería sino también en las apariencias tan presentes en nuestra sociedad contemporánea. El enredo le sirve al autor para poner sobre la mesa la futilidad de buena parte de las preocupaciones humanas, desde la guerra hasta un amor totalmente idealizado. Agilulfo no  solo no existe sino que se mueve por una mezcla de esa fuerza de voluntad que reconoce su amigo y por ideales falaces sin objetivo útil alguno. Los personajes, desde Carlomagno hasta el simple Gurdulú, se conducen, sin hacer autocrítica, por convecciones sociales o por supuestos preceptos morales que no son tales.  

La armadura perfecta e impoluta que había lucido Agilulfo, al heredarla Rombaldo, en un par de horas, acaba sucia, abollada y arañada, tal cual hace la vida misma. El idealismo, por tanto, desaparece en cuanto la viste un muchacho pasional, con sus luces y sus sombras, de carne y hueso. Al final de la obra, por tanto, la realidad se nos presenta totalmente distinta. Las apariencias (las máscaras y caretas) han caído y cada uno sigue un camino radicalmente distinto al previsto. 

Y, por último, de El caballero inexistente de Italo Calvino, en este siglo XXI de las apariencias, hay que quedarse con eso: en la nadería del que se presenta perfecto y por dentro simplemente luce una asombrosa e infinita nada. Es lectura totalmente recomendable incluso para jóvenes que se abren a la vida adulta.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

 

 

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El caballero inexistente (1959) forma parte, junto con El barón rampante y El vizconde demediado, de la trilogía de fantasía Nuestros antepasados de Italo Calvino (1923-1985). Esta novela corta está situada en el reinado de Carlomagno (742-814) que es, además, uno de los protagonistas y ambientada en una de las innumerables refriegas contra el ejército musulmán. En ella, en clave de humor irónico y con una prosa limpia, se nos narran las aventuras de un caballero que hablaba, guerreaba y se movía dentro de una impoluta armadura blanca. Con la sátira propia de El Quijote, el autor desmonta el idealismo puro de las novelas de caballería para mostrarnos un protagonista tan perfecto desde el punto de la apariencia y tan hueco en su interior que ni siquiera existía.  

Personajes de El caballero inexistente de Italo Calvino  

1.- Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Orcos de Corbentraz y Sura, caballero de Selimpia Citerior y Fez. Este es el nombre al que responde el caballero inexistente, extremo admitido y aceptado incluso por él mismo. Este luce una reluciente armadura de color blanco sin ninguna rozadura y se conduce en todo momento con la rigidez de las normas caballerescas sin llegar a empatizar con ninguna de las pasiones o desgracias humanas. A pesar de ser un personaje tan frío y calculador (ya que dentro de la armadura no hay más que aire), su proceder, recto y conforme a las normas, hace que sea el perfecto caballero tanto en la guerra como en las lides del amor. En él lucen todas las características de las novelas de caballería que tienen como protagonista a un aguerrido buscador de aventuras sin más objetivo trascendental. Ese idealismo se acaba cuando el protagonista, como veremos, se da cuenta que su naturaleza y existencia (aunque no es nadie ya que no tiene ni carnalidad) está en entredicho por un malentendido. 

2.- Rambaldo de Rosellón, hijo del marqués Gerardo, que aparece por el campo de batalla con la única finalidad de vengar la muerte de su padre a manos de un general musulmán. Es un joven pasional de temperamento sanguíneo que lo mismo cae rendido ante el afán de venganza que ante las mieles del amor. Busca desesperadamente la protección de Agilulfo, ya que, en el fondo, reconoce la problemática de su carácter. A través de sus actos y de su mirada asistimos a la crítica sobre la inutilidad y la estupidez de la guerra.  

3.- Gurdulú es un ser simple incapaz de recordar quién es o qué debe hacer con las cosas sencillas. Como Sancho Panza de El Quijote, en esa ingenuidad extrema se esconde una forma sabia de estar en la vida. Por su carácter desordenado y como forma de burlarse de Agilulfo, Carlomagno lo nombra escudero y criado del caballero inexistente. 

4.- Teodora, religiosa de la Orden de San Columbano, narradora de la obra y que, al final, nos descubre su verdadera personalidad. A través de sus prolijas descripciones (que, en principio, nos hace creer que son fruto de la imaginación y en realidad provienen de una amplia experiencia de la vida) nos adentra en el mundo religioso de los libros medievales y del día a día de los conventos.  

5.- Bradamante, una aguerrida guerrera germana en el ejército de Carlomagno que no tiene reparos en mantener relaciones libres con oficiales o soldados. Se enamora de manera platónica de Agilulfo, aunque, al final de la aventura, se deja llevar por su verdadera naturaleza uniéndose a un hombre de carne y hueso.  

6.- Turrismundo, hijo de los duques de Cornualles en busca de su madre Sofronia (que tiene un papel secundario en el libro). Dentro de él habita un descreído de todas las cosas del mundo y, por supuesto, de las normas sociales. Sin embargo, gracias al relato de su vida y a su forma de actuar, logra poner en orden los enredos en los que todos los personajes estaban metidos.  

7.- Priscila es una rica viuda dueña de un castillo y empeñada (como en las novelas de caballería) en seducir a todo caballero andante que se adentre por sus dominios. También aparecen, como personajes secundarios, sus sirvientas.  

8.- Carlomagno retratado ya anciano y cansado de guerras, soldados, caballeros y tropas. Muestra un espíritu cínico e, incluso, burlón con todos aquellos que se acercan a él.  

9.- Miembros de la Orden del Santo Grial, una secta religiosa revestida de una auto concepción de superioridad moral. Sin embargo, se conducen como despiadados asesinos y auténticos violadores.  

10.- Los campesinos de la nueva República que se dan cuenta que ellos mismos se valen y se sirven para defenderse de los ataques y, por tanto, no tienen que rendir a ningún señor. Rompen así con todas las normas de vasallaje de la Edad Media.  

Resumen de la trama 

El ejército de los francos comandados por Carlomagno se enfrentan, en una de sus infinitas e interminables refriegas, contra los musulmanes. Con prosa irónica y cínica la narradora (la monja Teodora) nos va desgranando las inutilidades, estupideces y sinsentidos de guerras que solo sirven para dar carroña a las alimañas. Como caballero dentro de estas tropas sirve Agilulfo luciendo una impoluta armadura blanca y con un comportamiento intachable según las estrictas normas de la caballería. La única pega que se le puede poner es que no existe,  ya que dentro de su armadura solo hay aire y una voz hueca. Subsiste, tal como se desgrana en las páginas del libro, por un ideal de servicio a la cristiandad y por una mezcla de fuerza de voluntad y apariencia. Hasta el campamento llegan Rambaldo con su afán de venganza y Turrismundo queriendo desenmascarar la vida superflua (a pesar de la sangre y las batallas) que todos llevan.  

Rambaldo, después de ver cumplida su venganza, se enamora de Bradamante, una guerrera de vida libre en el ejército. Esta está prendada de Agilulfo, el caballero inexistente. El status quo es puesto patas arriba por Turrismundo, presentado como hijo de la casa de Cornualles. Este, sin embargo, viene a desenmascarar a Agilulfo, quien fue armado caballero por defender hacía quince años a una joven virgen de nombre Sofronia. Sin embargo, Turrismundo, de veinte años de edad, dice ser hijo de la noble doncella. Por tanto, la hazaña del Agilulfo por la que fue armado caballero no existe como tal y su vida de caballero inexistente deja de tener sentido. Y todo ello narrado con buenas dosis de humor, como si una armadura vacía pudiera tener trascendencia alguna.   

Pero lo que se jugaba Agilulfo era mucho más grave. Antes de tropezar con Sofronia agredida por los malhechores y de salvar su pureza, él era un simple guerrero sin nombre dentro de una armadura blanca que vagaba por el mundo a la ventura. O mejor dicho (como pronto se habrá sabido), era una blanca armadura vacía, sin guerrero dentro. Su hazaña en defensa de Sofronia le había dado derecho a ser armado caballero: el caballerazgo de Selempia Citerior estaba vacante en ese momento, y asumió dicho título. Su ingreso en el servicio y todos los reconocimientos, grados, y nombres que después se habían añadido, eran consecuencia de aquel episodio. Si se demostraba la inexistencia de una virginidad en Sofronia salvada por él, también su caballerazgo se haría humo, y todo lo que había hecho después no podría ser reconocido válido para ningún efecto, y todos los nombres y predicados quedaría anulados, con lo que cada una de sus atribuciones se volverían tan inexistentes como su persona. 

Ante esta revelación, todos dejan el campamento con objetivos dispares lanzándose a la aventura de los caminos. Llegados al final del libro nos enteramos que Turrismundo y Sofronia no son madre e hijo y que ni siquiera tienen vínculos de sangre. Lo cual les viene estupendamente ya que han tenido relaciones amorosas. La monja Teodora se descubre como Bradamante olvidándose de la perfección del caballero inexistente y corre en busca de la pasión correspondida de Rambaldo. Para Agilulfo no hay una nueva oportunidad, ya que no llega a enterarse de la verdad sobre Sofronia, que verdaderamente era virgen cuando él la rescató de unos bandidos. Su vida deja de tener sentido al no poder defender el fin al que había dedicado esos años dentro de una armadura vacía. Desaparece del todo.  

Caballero, habéis resistido mucho tiempo con vuestra sola fuerza de voluntad, habéis conseguido hacerlo siempre todo como si existierais… ¿por qué rendiros de repente? -pero ya no sabe a qué parte dirigirse: la armadura está vacía, no vacía como antes, vacía también de aquel algo que se llamaba el caballero Agilulfo y que ahora se ha disuelto como una gota en el mar.

Breve análisis de El caballero inexistente de Italo Calvino

Aunque la trama puede parecer farragosa, se sigue con fruición gracias al humor que despliega la prosa del autor. El caballero inexistente nos mete de lleno no solo en una versión irónica de las novelas de caballería sino también en las apariencias tan presentes en nuestra sociedad contemporánea. El enredo le sirve al autor para poner sobre la mesa la futilidad de buena parte de las preocupaciones humanas, desde la guerra hasta un amor totalmente idealizado. Agilulfo no  solo no existe sino que se mueve por una mezcla de esa fuerza de voluntad que reconoce su amigo y por ideales falaces sin objetivo útil alguno. Los personajes, desde Carlomagno hasta el simple Gurdulú, se conducen, sin hacer autocrítica, por convecciones sociales o por supuestos preceptos morales que no son tales.  

La armadura perfecta e impoluta que había lucido Agilulfo, al heredarla Rombaldo, en un par de horas, acaba sucia, abollada y arañada, tal cual hace la vida misma. El idealismo, por tanto, desaparece en cuanto la viste un muchacho pasional, con sus luces y sus sombras, de carne y hueso. Al final de la obra, por tanto, la realidad se nos presenta totalmente distinta. Las apariencias (las máscaras y caretas) han caído y cada uno sigue un camino radicalmente distinto al previsto. 

Y, por último, de El caballero inexistente de Italo Calvino, en este siglo XXI de las apariencias, hay que quedarse con eso: en la nadería del que se presenta perfecto y por dentro simplemente luce una asombrosa e infinita nada. Es lectura totalmente recomendable incluso para jóvenes que se abren a la vida adulta.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

 

 

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Las gorgonas de la mitología griega eran tres hermanas monstruosas cuyos cuerpos tenían un elemento animal y poderes sobrenaturales que causaban la muerte instantánea. La más famosa de las tres fue Medusa, nacida mortal. Sin embargo, petrificaba a quien osara mirarla. Todas ellas simbolizan lo monstruoso, la oscuridad, la perversión y la destrucción que hay que combatir con la luz de la verdad, el afrontamiento y la valentía. Esta interpretación simbólica no es nueva, ni siquiera a raíz de la puesta en escena de los arquetipos. Ya en la Grecia clásica eran identificadas, junto con las Furias, con la conciencia pervertida, con el lado oscuro de la personalidad. También son conocidas bajo el nombre de Arpías, término que ha entrado en el vocabulario común en español para designar a una mujer de tan mal talante que se acerca a los monstruoso. 

Interiorizadas, simbolizan los remordimientos, el sentimiento de culpabilidad, la autodestrucción del que se abandona al sentimiento de una falta considerada como inexpiable. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

 

¿Quiénes eran las gorgonas de la mitología griega?  

Eran tres hermanas monstruosas nacidas de los amores incestuosos de Ceto, diosa de los monstruos marinos, y de su hermano Forcis. Ambos habitaban las profundidades del inframundo marino. Sus hijas, representación de lo monstruoso del alma humana, son inmortales, excepto Medusa quien tiene el poder de la petrificación a través de su mirada. Las tres gorgonas lucen en sus cabellos serpientes peligrosas y prestas a emponzoñar a quien se acerque a ellas. La sangre de las tres tiene propiedades curativas y puede salvar la vida humana pero solo si se extrae de un lado, del derecho. Si se extrae la del izquierdo causa la muerte instantánea. Y todo ello hay que entenderlo al margen del daño que puedan hacer sus otros poderes.  

Euriale, una de las gorgonas con colmillos de jabalí que le sobresalían por los labios 

Ella es la simbolización de la perversión sexual y así se ha aceptado en todos los estudios tras las investigaciones sobre el inconsciente iniciados por Freud. De hecho, en representaciones posteriores se la ha asimilado a un centauro, los híbridos entre hombre y caballo, símbolos de la lascivia. Su hábitat no era ni los bosques ni las cuevas sino las entrañas de la tierra misma. Por eso, se la podía encontrar en las montañas cuyos santuarios protegía. Era la protectora del Oráculo de Delfos. Es inmortal. Así que aún debe andar rondando los templos paganos de la antigua Grecia llorando amargamente a Medusa, su única hermana mortal.  

Esteno, la más compleja de las gorgonas

Su representación es compleja ya que lo mismo es descrita como una auténtica giganta que como una hermosa doncella con manos de bronce y alas de oro. No olvidemos las serpientes de la cabeza. Según la simbología, es la representación de las aberraciones sociales. Su gran fuerza física y emocional hace que, a través de su mirada, paralice a quien se encuentre a su alrededor. Es la protectora de las pitias, las adivinadoras de los oráculos consagrados al dios solar Apolo. También es inmortal y no hay noticia que ningún héroe haya dado cuenta de ella.  

Medusa, la más famosa de las gorgonas

Medusa es la hermosa gorgona con la cabeza repleta de serpientes prestas a morder o picar. Quien la mira queda petrificado. Simbólicamente representa la peor de las perversiones, que no es más que la espiritual. Se la identifica con la vanidad, el narcisismo o la arrogancia de quién se cree superior y acaba liquidado cuando mira en el interior de sí. Medusa es el espejo que devuelve la oscuridad del alma humana. Y no lo hace para que esta salga a la luz en un intento de expiación. Es todo lo contrario. Lo que ella devuelve se queda en piedra, en eterna materia inerte. 

Es la única de las gorgonas que es mortal y de la que se tiene constancia de su fin. Es vencida por Perseo (hijo de Zeus transformado en lluvia de oro para unirse a Danae, una mortal). Ayudado por el caballo alado Pegaso, logra decapitar a Medusa. Para poder matar a la gorgona, Perseo se protege con un escudo tan brillante que se asemeja a un espejo. En él se refleja Medusa y su misma mirada la petrifica, la paraliza. Inmediatamente, Perseo le corta la cabeza con su espada, un regalo de los dioses. Anoto que en este acto se ha visto una sublimación de la vanidad. 

Perseo regala la cabeza decapitada y petrificada de Medusa a Atenea, la diosa virgen de la caza, la civilización y la inteligencia. Ella lo incorpora a su escudo y, como Medusa, logra convertir en piedra a sus enemigos.

Como premio a su valentía es metamorfoseado por Zeus en una constelación. En este sentido, Perseo recibe la misma recompensa que Ariadna, también convertida en constelación, cuyo hilo e inteligencia permitió matar otro monstruo, el minotauro. Se da también la circunstancia que Pegaso, el caballo alado que le ayuda en dicha hazaña, era hijo de Poseidón y de Medusa, aunque otras fuentes señalan a otra gorgona, Euriale, como su madre. Pegaso es el símbolo de la elevación espiritual y de la poesía y si Medusa es la conciencia pervertida, puede considerarse su reverso. 

La petrificación simboliza el castigo de la desmesura humana.

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos 

Por tanto, las gorgonas de la mitología griega son la simbolización perfecta de la sombra inconsciente, allí donde habitan los monstruos del espíritu humano y que nadie se atreve a mirar. Su sola presencia nos devuelve la realidad oscura de la raza humana. Quizás por eso, estaban vinculadas al dios solar y de la luz, Apolo, cuyos oráculos y templos protegían, aunque fuera a fuerza de matar a quien no cumpliera las normas impuestas.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Las gorgonas de la mitología griega eran tres hermanas monstruosas cuyos cuerpos tenían un elemento animal y poderes sobrenaturales que causaban la muerte instantánea. La más famosa de las tres fue Medusa, nacida mortal. Sin embargo, petrificaba a quien osara mirarla. Todas ellas simbolizan lo monstruoso, la oscuridad, la perversión y la destrucción que hay que combatir con la luz de la verdad, el afrontamiento y la valentía. Esta interpretación simbólica no es nueva, ni siquiera a raíz de la puesta en escena de los arquetipos. Ya en la Grecia clásica eran identificadas, junto con las Furias, con la conciencia pervertida, con el lado oscuro de la personalidad. También son conocidas bajo el nombre de Arpías, término que ha entrado en el vocabulario común en español para designar a una mujer de tan mal talante que se acerca a los monstruoso. 

Interiorizadas, simbolizan los remordimientos, el sentimiento de culpabilidad, la autodestrucción del que se abandona al sentimiento de una falta considerada como inexpiable. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

 

¿Quiénes eran las gorgonas de la mitología griega?  

Eran tres hermanas monstruosas nacidas de los amores incestuosos de Ceto, diosa de los monstruos marinos, y de su hermano Forcis. Ambos habitaban las profundidades del inframundo marino. Sus hijas, representación de lo monstruoso del alma humana, son inmortales, excepto Medusa quien tiene el poder de la petrificación a través de su mirada. Las tres gorgonas lucen en sus cabellos serpientes peligrosas y prestas a emponzoñar a quien se acerque a ellas. La sangre de las tres tiene propiedades curativas y puede salvar la vida humana pero solo si se extrae de un lado, del derecho. Si se extrae la del izquierdo causa la muerte instantánea. Y todo ello hay que entenderlo al margen del daño que puedan hacer sus otros poderes.  

Euriale, una de las gorgonas con colmillos de jabalí que le sobresalían por los labios 

Ella es la simbolización de la perversión sexual y así se ha aceptado en todos los estudios tras las investigaciones sobre el inconsciente iniciados por Freud. De hecho, en representaciones posteriores se la ha asimilado a un centauro, los híbridos entre hombre y caballo, símbolos de la lascivia. Su hábitat no era ni los bosques ni las cuevas sino las entrañas de la tierra misma. Por eso, se la podía encontrar en las montañas cuyos santuarios protegía. Era la protectora del Oráculo de Delfos. Es inmortal. Así que aún debe andar rondando los templos paganos de la antigua Grecia llorando amargamente a Medusa, su única hermana mortal.  

Esteno, la más compleja de las gorgonas

Su representación es compleja ya que lo mismo es descrita como una auténtica giganta que como una hermosa doncella con manos de bronce y alas de oro. No olvidemos las serpientes de la cabeza. Según la simbología, es la representación de las aberraciones sociales. Su gran fuerza física y emocional hace que, a través de su mirada, paralice a quien se encuentre a su alrededor. Es la protectora de las pitias, las adivinadoras de los oráculos consagrados al dios solar Apolo. También es inmortal y no hay noticia que ningún héroe haya dado cuenta de ella.  

Medusa, la más famosa de las gorgonas

Medusa es la hermosa gorgona con la cabeza repleta de serpientes prestas a morder o picar. Quien la mira queda petrificado. Simbólicamente representa la peor de las perversiones, que no es más que la espiritual. Se la identifica con la vanidad, el narcisismo o la arrogancia de quién se cree superior y acaba liquidado cuando mira en el interior de sí. Medusa es el espejo que devuelve la oscuridad del alma humana. Y no lo hace para que esta salga a la luz en un intento de expiación. Es todo lo contrario. Lo que ella devuelve se queda en piedra, en eterna materia inerte. 

Es la única de las gorgonas que es mortal y de la que se tiene constancia de su fin. Es vencida por Perseo (hijo de Zeus transformado en lluvia de oro para unirse a Danae, una mortal). Ayudado por el caballo alado Pegaso, logra decapitar a Medusa. Para poder matar a la gorgona, Perseo se protege con un escudo tan brillante que se asemeja a un espejo. En él se refleja Medusa y su misma mirada la petrifica, la paraliza. Inmediatamente, Perseo le corta la cabeza con su espada, un regalo de los dioses. Anoto que en este acto se ha visto una sublimación de la vanidad. 

Perseo regala la cabeza decapitada y petrificada de Medusa a Atenea, la diosa virgen de la caza, la civilización y la inteligencia. Ella lo incorpora a su escudo y, como Medusa, logra convertir en piedra a sus enemigos.

Como premio a su valentía es metamorfoseado por Zeus en una constelación. En este sentido, Perseo recibe la misma recompensa que Ariadna, también convertida en constelación, cuyo hilo e inteligencia permitió matar otro monstruo, el minotauro. Se da también la circunstancia que Pegaso, el caballo alado que le ayuda en dicha hazaña, era hijo de Poseidón y de Medusa, aunque otras fuentes señalan a otra gorgona, Euriale, como su madre. Pegaso es el símbolo de la elevación espiritual y de la poesía y si Medusa es la conciencia pervertida, puede considerarse su reverso. 

La petrificación simboliza el castigo de la desmesura humana.

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos 

Por tanto, las gorgonas de la mitología griega son la simbolización perfecta de la sombra inconsciente, allí donde habitan los monstruos del espíritu humano y que nadie se atreve a mirar. Su sola presencia nos devuelve la realidad oscura de la raza humana. Quizás por eso, estaban vinculadas al dios solar y de la luz, Apolo, cuyos oráculos y templos protegían, aunque fuera a fuerza de matar a quien no cumpliera las normas impuestas.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Aunque la leyenda del Gólem sitúa la acción en la Praga del siglo XVI, el personaje ya aparece en los libros medievales cabalísticos. Esto es, el Gólem (también escrito Golem o golem en minúsculas) es un auténtico arquetipo monstruoso procedente del folclore hebrero tradicional. Además, el vocablo ha dado nombre a una criptomoneda contemporánea, a un súper ordenador y a un videojuego. El Gólem es una creación humana, una escultura que, por medios mágicos, cobra vida revolviéndose contra su creador a pesar de que no está dotado ni de inteligencia ni de libertad. Es el símbolo perfecto de la soberbia y sus consecuencias en su afán por asemejarse a la creación divina. El Gólem de la tradición judía, además, advierte sobre los excesos narcisistas. Hoy también se toma, con sus matices, como un paralelo de la inteligencia artificial y los robots que pretenden sustituir lo mejor de la raza humana: el raciocinio, los sentimientos y la toma consciente de decisiones; los tres pilares básicos sobre los que se sostiene la libertad. 

La leyenda del Gólem de Praga 

Aunque el protagonista aparece incluso en relatos medievales apócrifos, el más conocido es el que sitúa la criatura en la Praga del rabino Judá Leví ben Betzalel. Es este un personaje real nacido en Polonia en 1520 y muerto en la actual capital de Chequia de 1609 donde ejerció como rabino con el sobrenombre de Rabbí Löw. En español aparece como Judá León. No hay constancia de que fuera capaz de crear un engendro como el descrito por la leyenda, pero ciertos hechos sí han sido confirmados por la historiografía contemporánea. Así, los mundos posibles de la ficción se enredan con la realidad complicándonos discernir dónde se encuentran las fronteras entre la invención y lo que realmente sucedió.  

Cuenta la leyenda que en tiempos de Rodolfo II (1552-1612) en la corte de Bohemia comenzaron a desaparecer algunos niños cristianos. En la versión más conocida es un solo niño. Poco faltó para que esta comunidad acusara a los judíos de secuestro y asesinato. El rey, para acallar las posibles revueltas, mandó encerrar a los hebreos en un gueto. Allí se encontraba el Rabbí Löw, conocedor de los secretos alquímicos, quien, para librar a su pueblo de esta injusticia y ayudado por otros tres o dos rabinos (depende de las fuentes), se dispuso a crear un Gólem. Con la arcilla del río Moldava crearon una escultura del tamaño de un niño de diez años y escribieron en su frente la palabra “guelem” que puede traducirse como materia viva o vida sin más. Allí, los dos o tres rabinos que acompañaban a Judá Leví realizaron sus conjuros cabalísticos moviéndose siete veces sobre la escultura hasta que ésta, como si hubiera recibido fuego, se puso roja. A continuación, el Rabbí Löw, alzando la Torá, realizó un último conjuro que insufló vida a la materia inerte. 

Con esta criatura, que no podía hablar ni sentir y solo obedecía, se dirigieron a la judería. Y allí le ordenaron buscar al niño (o los niños que depende de las versiones) que había desaparecido. Al cabo de una hora apareció con el pequeño sano y salvo y este confesó que fue sus misma familia la que que lo encerró en un sótano para poder acusar injustamente a los judíos.  

Con la libertad recobrada, el rabino asignó más tareas al Gólem, como barrer y adecentar la sinagoga o traer agua del río. Sin embargo, la criatura que entendía las órdenes de manera literal, se dedicó a sacar toda el agua posible inundando varias calles. Para colmo de males, la leyenda del Gólem (sean cual sean las fuentes) nos dice que la criatura crecía sin media amenazando con aplastar a todo aquel que se acercara a él. Así, para evitar males mayores, el rabino borró una de las letras de la frente de su creación y ahora decía muerte. Al instante, se convirtió en un montón de arena que fue encerrada con llave en el ático de la sinagoga de Praga y allí sigue hasta el día de hoy.  

Otras versiones de la leyenda del Gólem obvia la narración del falso secuestro infantil y nos dice que la criatura fue creada simplemente como un esclavo para ayudar en las penosas tareas del rabino. Sin embargo, todas comienzan y terminan en lo mismo. La criatura es creada del barro, con las palabras mágicas en la frente y tiene que ser destruída por su crecimiento desmesurado y por la amenaza que supone para la comunidad. 

El Gólem en la literatura  

Aunque el arquetipo pertenece al folclore medieval hebreo, es a partir del siglo XIX, con su gusto por las criaturas monstruosas (Frankenstein de Mary Shelley, Drácula de Bram Stoker o el Jorobado de Notre Dame de Víctor Hugo) cuando la leyenda del Gólem cobra popularidad. El principal estudio sobre esta y otras figuras semejantes es de G.G. Scholem en su obra La cábala y su simbolismo (según la traducción española de 1979). Como el personaje ha sido tratado con una profusión que sobrepasa el objeto de este artículo, nos quedamos con dos obras literarias que ilustran su trascendencia: un fragmento de un poema de Jorge Luis Borges y un acercamiento a la novela homónima de Gustav Meyerink.

1.- Gustav Meyerink (1868-1932) cosechó un notable éxito con su obra Golem publicada en 1915. El Romanticismo había dejado ese gusto por los seres fantasmales o de otro mundo. Y esto se materializó en obras en las que se difuminaba la realidad de la la ficción. Además, el concepto de inconsciente de Freud estaba sobre la mesa y los artistas se afanaban por escribir relatos en los que no había diferencia entre los sueños y la realidad o entre la locura y la cordura. Es en este emplazamiento en el que hay que insertar esta obra que recoge la leyenda del Gólem tradicional adobada con elementos imaginarios extraídos de fantásticos mundos posibles, recovecos de la cábala a la que era aficionado el autor y fantasías oníricas al estilo de simbolismo. 

2.- El poema de Borges titulado precisamente Golem y del que reproduzco un fragmento incide en el poder de la palabra. Es la palabra la que da y quita la vida, es la que nos acerca a la obra de Dios. Sin la palabra (de la que carece la criatura) la raza humana no es nada.

Sediento de saber lo que Dios sabe,

Judá León se dio a permutaciones

de letras y a complejas variaciones

y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

 

La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,

sobre un muñeco que con torpes manos

labró, para enseñarle los arcanos

de las Letras, del Tiempo y del Espacio. 

 

El simulacro alzó los soñolientos

párpados y vio formas y colores

que no entendió, perdidos en rumores

y ensayó temerosos movimientos. 

 

Gradualmente se vio (como nosotros)

aprisionado en esta red sonora

de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora, 

Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

 

(El cabalista que ofició de numen

a la vasta criatura apodó Golem;

estas verdades las refiere Scholem

en un docto lugar de su volumen.)

 

El rabí le explicaba el universo

“esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga.”

Y logró, al cabo de años, que el perverso

barriera bien o mal la sinagoga. 

 

Tal vez hubo un error en la grafía

o en la articulación del Sacro Nombre; 

a pesar de tan alta hechicería, 

no aprendió a hablar el aprendiz de hombre. 

…. 

 

Significado simbólico de la leyenda del Gólem 

El Gólem no habla, obedece de forma literal, no tiene libertad y amenaza con su tamaño creciente. Es una criatura que entra dentro del imaginario de lo monstruoso, de las fuerzas oscuras y de los seres que se encuentran al otro lado de la frontera humana. Su sola presencia nos dice, además, de la soberbia humana ya que, obviando los peligros, se invocan conjuros para competir con la obra de Dios. En palabras de Scholem, que tan bien ha estudio las formas folclóricas hebreas, el Gólem, aunque no sea capaz del mal, ya que solo obedece, su misma creación es de por sí una aberración.  

Por desgracia, estas criaturas artificiales crecen muy deprisa y alcanzan la talla de gigantes. El mago escribe entonces sobre la frente la palabra hebrea que significa muerte y el gigante se desmorona al instante y queda reducido a una masa de arcilla inerte. Pero esta masa aplasta a veces bajo su peso al mago imprudente. Si el gigante conserva la palabra vida, su potencia puede provocar las peores catástrofes, pues por sí mismo solo es capaz de malas acciones. Pero un cabalista puede dirigirlo hacia el bien, como también hacia el mal. Un golem sustituye a veces a una persona real, hombre o mujer; o bien recibe la forma de un animal, león, tigre, serpiente… El golem simboliza la creación del hombre, que quiere imitar a Dios creando un ser a su imagen, pero que no consigue con ello más que un ser sin libertad, inclinado al mal, esclavo de sus pasiones. La verdadera vida humana no procede más que de Dios. En un sentido más interno el golem no es sino la imagen de su creador, la imagen de una de sus pasiones que crece y amenaza con aplastarlo. Significa por fin que una creación puede rebasar a su autor, que el hombre no es sino un aprendiz de brujo y que, si hemos de dar crédito a Mefistófeles,  “el primer acto es libre en nosotros; somos esclavos del segundo. 

G.G. Scholem: La cábala y su simbolismo 

A propósito del efecto Gólem 

Y, por último, el efecto Gólem es un término utilizado en psicología y en pedagogía para contraponerlo al efecto Pigmalión. Este último toma nombre del mito de Pigmalión y Galatea. Enamorado el rey Pigmalión de una escultura que había realizado él mismo y cuyo nombre era Galatea, la diosa Afrodita (la del amor y la belleza) otorga vida a la obra de arte justo cuando el rey se disponía a abrazarla. El efecto Pigmalión surge a mediados del siglo XX para intentar probar la correlación entre las expectativas puestas en los niños en edad escolar y el éxito que estos logran alcanzar. El efecto Golém, como el de la leyenda, actúa de forma contraria e, incluso, perversa. Al negar las posibilidades de los talentos y las habilidades, la persona queda anulada y le es más difícil desarrollar habilidades o conocimientos.  

La leyenda del Gólem de Praga (o las versiones más antiguas de la misma) nos puede servir, también, como símbolo contemporáneo de los supuestos peligros de la inteligencia artificial, ya que nunca la raza humana ha estado tan cerca de crear vida desde la materia inerte.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Aunque la leyenda del Gólem sitúa la acción en la Praga del siglo XVI, el personaje ya aparece en los libros medievales cabalísticos. Esto es, el Gólem (también escrito Golem o golem en minúsculas) es un auténtico arquetipo monstruoso procedente del folclore hebrero tradicional. Además, el vocablo ha dado nombre a una criptomoneda contemporánea, a un súper ordenador y a un videojuego. El Gólem es una creación humana, una escultura que, por medios mágicos, cobra vida revolviéndose contra su creador a pesar de que no está dotado ni de inteligencia ni de libertad. Es el símbolo perfecto de la soberbia y sus consecuencias en su afán por asemejarse a la creación divina. El Gólem de la tradición judía, además, advierte sobre los excesos narcisistas. Hoy también se toma, con sus matices, como un paralelo de la inteligencia artificial y los robots que pretenden sustituir lo mejor de la raza humana: el raciocinio, los sentimientos y la toma consciente de decisiones; los tres pilares básicos sobre los que se sostiene la libertad. 

La leyenda del Gólem de Praga 

Aunque el protagonista aparece incluso en relatos medievales apócrifos, el más conocido es el que sitúa la criatura en la Praga del rabino Judá Leví ben Betzalel. Es este un personaje real nacido en Polonia en 1520 y muerto en la actual capital de Chequia de 1609 donde ejerció como rabino con el sobrenombre de Rabbí Löw. En español aparece como Judá León. No hay constancia de que fuera capaz de crear un engendro como el descrito por la leyenda, pero ciertos hechos sí han sido confirmados por la historiografía contemporánea. Así, los mundos posibles de la ficción se enredan con la realidad complicándonos discernir dónde se encuentran las fronteras entre la invención y lo que realmente sucedió.  

Cuenta la leyenda que en tiempos de Rodolfo II (1552-1612) en la corte de Bohemia comenzaron a desaparecer algunos niños cristianos. En la versión más conocida es un solo niño. Poco faltó para que esta comunidad acusara a los judíos de secuestro y asesinato. El rey, para acallar las posibles revueltas, mandó encerrar a los hebreos en un gueto. Allí se encontraba el Rabbí Löw, conocedor de los secretos alquímicos, quien, para librar a su pueblo de esta injusticia y ayudado por otros tres o dos rabinos (depende de las fuentes), se dispuso a crear un Gólem. Con la arcilla del río Moldava crearon una escultura del tamaño de un niño de diez años y escribieron en su frente la palabra “guelem” que puede traducirse como materia viva o vida sin más. Allí, los dos o tres rabinos que acompañaban a Judá Leví realizaron sus conjuros cabalísticos moviéndose siete veces sobre la escultura hasta que ésta, como si hubiera recibido fuego, se puso roja. A continuación, el Rabbí Löw, alzando la Torá, realizó un último conjuro que insufló vida a la materia inerte. 

Con esta criatura, que no podía hablar ni sentir y solo obedecía, se dirigieron a la judería. Y allí le ordenaron buscar al niño (o los niños que depende de las versiones) que había desaparecido. Al cabo de una hora apareció con el pequeño sano y salvo y este confesó que fue sus misma familia la que que lo encerró en un sótano para poder acusar injustamente a los judíos.  

Con la libertad recobrada, el rabino asignó más tareas al Gólem, como barrer y adecentar la sinagoga o traer agua del río. Sin embargo, la criatura que entendía las órdenes de manera literal, se dedicó a sacar toda el agua posible inundando varias calles. Para colmo de males, la leyenda del Gólem (sean cual sean las fuentes) nos dice que la criatura crecía sin media amenazando con aplastar a todo aquel que se acercara a él. Así, para evitar males mayores, el rabino borró una de las letras de la frente de su creación y ahora decía muerte. Al instante, se convirtió en un montón de arena que fue encerrada con llave en el ático de la sinagoga de Praga y allí sigue hasta el día de hoy.  

Otras versiones de la leyenda del Gólem obvia la narración del falso secuestro infantil y nos dice que la criatura fue creada simplemente como un esclavo para ayudar en las penosas tareas del rabino. Sin embargo, todas comienzan y terminan en lo mismo. La criatura es creada del barro, con las palabras mágicas en la frente y tiene que ser destruída por su crecimiento desmesurado y por la amenaza que supone para la comunidad. 

El Gólem en la literatura  

Aunque el arquetipo pertenece al folclore medieval hebreo, es a partir del siglo XIX, con su gusto por las criaturas monstruosas (Frankenstein de Mary Shelley, Drácula de Bram Stoker o el Jorobado de Notre Dame de Víctor Hugo) cuando la leyenda del Gólem cobra popularidad. El principal estudio sobre esta y otras figuras semejantes es de G.G. Scholem en su obra La cábala y su simbolismo (según la traducción española de 1979). Como el personaje ha sido tratado con una profusión que sobrepasa el objeto de este artículo, nos quedamos con dos obras literarias que ilustran su trascendencia: un fragmento de un poema de Jorge Luis Borges y un acercamiento a la novela homónima de Gustav Meyerink.

1.- Gustav Meyerink (1868-1932) cosechó un notable éxito con su obra Golem publicada en 1915. El Romanticismo había dejado ese gusto por los seres fantasmales o de otro mundo. Y esto se materializó en obras en las que se difuminaba la realidad de la la ficción. Además, el concepto de inconsciente de Freud estaba sobre la mesa y los artistas se afanaban por escribir relatos en los que no había diferencia entre los sueños y la realidad o entre la locura y la cordura. Es en este emplazamiento en el que hay que insertar esta obra que recoge la leyenda del Gólem tradicional adobada con elementos imaginarios extraídos de fantásticos mundos posibles, recovecos de la cábala a la que era aficionado el autor y fantasías oníricas al estilo de simbolismo. 

2.- El poema de Borges titulado precisamente Golem y del que reproduzco un fragmento incide en el poder de la palabra. Es la palabra la que da y quita la vida, es la que nos acerca a la obra de Dios. Sin la palabra (de la que carece la criatura) la raza humana no es nada.

Sediento de saber lo que Dios sabe,

Judá León se dio a permutaciones

de letras y a complejas variaciones

y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

 

La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,

sobre un muñeco que con torpes manos

labró, para enseñarle los arcanos

de las Letras, del Tiempo y del Espacio. 

 

El simulacro alzó los soñolientos

párpados y vio formas y colores

que no entendió, perdidos en rumores

y ensayó temerosos movimientos. 

 

Gradualmente se vio (como nosotros)

aprisionado en esta red sonora

de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora, 

Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

 

(El cabalista que ofició de numen

a la vasta criatura apodó Golem;

estas verdades las refiere Scholem

en un docto lugar de su volumen.)

 

El rabí le explicaba el universo

“esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga.”

Y logró, al cabo de años, que el perverso

barriera bien o mal la sinagoga. 

 

Tal vez hubo un error en la grafía

o en la articulación del Sacro Nombre; 

a pesar de tan alta hechicería, 

no aprendió a hablar el aprendiz de hombre. 

…. 

 

Significado simbólico de la leyenda del Gólem 

El Gólem no habla, obedece de forma literal, no tiene libertad y amenaza con su tamaño creciente. Es una criatura que entra dentro del imaginario de lo monstruoso, de las fuerzas oscuras y de los seres que se encuentran al otro lado de la frontera humana. Su sola presencia nos dice, además, de la soberbia humana ya que, obviando los peligros, se invocan conjuros para competir con la obra de Dios. En palabras de Scholem, que tan bien ha estudio las formas folclóricas hebreas, el Gólem, aunque no sea capaz del mal, ya que solo obedece, su misma creación es de por sí una aberración.  

Por desgracia, estas criaturas artificiales crecen muy deprisa y alcanzan la talla de gigantes. El mago escribe entonces sobre la frente la palabra hebrea que significa muerte y el gigante se desmorona al instante y queda reducido a una masa de arcilla inerte. Pero esta masa aplasta a veces bajo su peso al mago imprudente. Si el gigante conserva la palabra vida, su potencia puede provocar las peores catástrofes, pues por sí mismo solo es capaz de malas acciones. Pero un cabalista puede dirigirlo hacia el bien, como también hacia el mal. Un golem sustituye a veces a una persona real, hombre o mujer; o bien recibe la forma de un animal, león, tigre, serpiente… El golem simboliza la creación del hombre, que quiere imitar a Dios creando un ser a su imagen, pero que no consigue con ello más que un ser sin libertad, inclinado al mal, esclavo de sus pasiones. La verdadera vida humana no procede más que de Dios. En un sentido más interno el golem no es sino la imagen de su creador, la imagen de una de sus pasiones que crece y amenaza con aplastarlo. Significa por fin que una creación puede rebasar a su autor, que el hombre no es sino un aprendiz de brujo y que, si hemos de dar crédito a Mefistófeles,  “el primer acto es libre en nosotros; somos esclavos del segundo. 

G.G. Scholem: La cábala y su simbolismo 

A propósito del efecto Gólem 

Y, por último, el efecto Gólem es un término utilizado en psicología y en pedagogía para contraponerlo al efecto Pigmalión. Este último toma nombre del mito de Pigmalión y Galatea. Enamorado el rey Pigmalión de una escultura que había realizado él mismo y cuyo nombre era Galatea, la diosa Afrodita (la del amor y la belleza) otorga vida a la obra de arte justo cuando el rey se disponía a abrazarla. El efecto Pigmalión surge a mediados del siglo XX para intentar probar la correlación entre las expectativas puestas en los niños en edad escolar y el éxito que estos logran alcanzar. El efecto Golém, como el de la leyenda, actúa de forma contraria e, incluso, perversa. Al negar las posibilidades de los talentos y las habilidades, la persona queda anulada y le es más difícil desarrollar habilidades o conocimientos.  

La leyenda del Gólem de Praga (o las versiones más antiguas de la misma) nos puede servir, también, como símbolo contemporáneo de los supuestos peligros de la inteligencia artificial, ya que nunca la raza humana ha estado tan cerca de crear vida desde la materia inerte.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Leyenda del Gólem

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El mito de Pigmalión y Galatea está recogido en las Metamorfosis de Ovidio, uno de los pilares de la literatura clásica (griega y romana) junto con la Ilíada y la Odisea de Homero. Aunque se repite que Pigmalión era un rey griego, las últimas investigaciones nos dicen que procedía de Chipre. Esta fábula ha dado nombre al conocido en psicología y pedagogía como Efecto Pigmalión. 

El mito de Pigmalión y Galatea

Pigmalión era el triste y solitario rey de Chipre, ya que no conseguía encontrar esposa adecuada. No acababa de cuadrarle ninguna mortal aristocrática que se adaptara a sus gustos y sensibilidad artística. Consideraba a todas las féminas chismosas y superficiales. Este misógino en potencia escondía en su fuero interno un alma delicada con afán de trascendencia. Por eso, se dio por vencido y se dedicó de lleno a una de sus pasiones: la escultura. Así pasaban los días en su taller hasta que logró esculpir en un bello mármol blanco una sublime escultura femenina. Tal era la hermosura de dicha estatua que Pigmalión le puso el nombre de Galatea (ahora volveremos sobre ella para no confundirla). Además, como intentaba espantar las moscas de la soledad, le hablaba a diario acabando enamorándose de su creación. El desgraciado se sentía acompañado por su obra mucho más que con mujer de carne y hueso. Así que a ese objeto inerte le confiaba todas sus penas. La escultura, como cosa inanimada que era, no mostraba gesto alguno.  

Sin embargo, un buen día, la diosa Afrodita, la del amor, apiadada de la soledad y el terrible dolor anímico de Pigmalión le propuso concederle un deseo. El rey le pidió la vida para Galatea. Y así lo hizo la diosa no sin antes incendiar todo el taller como pago por tamaño regalo. Llegados a este punto las fuentes difieren y en otras se apuntan a que Afrodita, sin mediar palabra, cuando Pigmalión fue a abrazar la escultura, unas lágrimas se resbalaron por su rostro insuflando vida a la creación que, en ese momento, besó al desdichado rey. Sea cual sea la versión clásica, todas empiezan y acaban en el mismo punto. Galatea, una escultura obra de un rey artista y solitario,  gracias a la intercesión de la diosa Afrodita, toma vida. Retazos de libros medievales incluso apuntan a que ambos fueron padres de un hijo y una hija. 

En cuanto a Galatea, no hay que confundirla con la de la fábula del gigante Polifemo (el que tenía un solo ojo) recurrente en la literatura clásica e, incluso, en la occidental. Ambos, por poner un solo ejemplo, son los protagonistas de una de las obras de Luis de Góngora. La ninfa del poeta barroco nada tiene que ver con la escultura que Afrodita dio vida. Simplemente comparten nombre.  

El sentido simbólico de Pigmalión y Galatea 

Pigmalión es la representación de esas almas exquisitas y sublimes enfrascadas en una carrera constante por una perfección imposible de encontrar en las cosas del mundo. La búsqueda se vuelve tan infructuosa que el único camino que encuentran es el refugio en la creación artística. La belleza, por tanto, no se encuentra en la naturaleza sino en la obra del hombre. Y, por supuesto, con la ayuda de los dioses, ya sea por medio de la inspiración, el talento o una combinación de estos dones. 

Galatea se encuentra al otro lado de la frontera de la vida. Es una cosa inerte. Sin embargo, se convierte en una mujer por mediación del amor, de la pasión o del deseo, que todas estas versiones podemos encontrar en el mito.  

Esa transformación de la obra de arte en un ser vivo (con dones superiores a los ofrecidos por la naturaleza misma) fue recurrente entre los artistas desde el Renacimiento, cuando se vuelve a la cultura clásica. Sin embargo, el mito de Pigmalión y Galatea ha tomado relevancia en el siglo XX a partir de una obra de teatro y de posteriores estudios en el ámbito de la psicología y de la incipiente pedagogía. George Bernard Shaw (1856-1950) estrena en 1913 una obra de teatro con el título de Pigmalión. Posteriormente, la misma fue adaptada al cine por George Cukor (1899-1983)  bajo el título de My Fair Lady (1964) con Audry Hepburn (1929-1993) como protagonista. Esta obra contemporánea nos muestra un aspecto distinto del mito ya que Eliza (trasunto de Galatea) es transformada, no por la intercesión de los dioses, sino por un método formativo y educativo creado por el Profesor Henry Higgins (trasunto del artista Pigmalión). Esto es, el rey artista ha devenido en un científico (un lingüista) y la escultura es una muchacha de clase baja sin instrucción que puede competir en talento, saber estar y belleza con los miembros de la clasista élite inglesa. Es en este sentido en el que hay que entender los estudios posteriores en el ámbito de la psicología y la pedagogía.  

El efecto Pigmalión 

El efecto Pigmalión comenzó a estudiarse a partir de los años cincuenta del siglo XX cuando una serie de educadores y psicólogos apuntaron a que los rendimientos escolares estaban condicionados por las perspectivas de éxito y fracaso que se ponían sobre los pequeños. Esto es, los prejuicios (tanto en sentido positivo como negativo) haría que un alumno rindiera más o menos. El efecto Pigmalión, además, puede decirse que es la base del coaching contemporáneo que pone el foco en una sana autoestima y en el autoconocimiento para que las circunstancias externas no condicionen las opciones de plenitud.   

Aunque pueda parecer complejo, el efecto Pigmalión nos viene a poner en evidencia que hay una correlación entre lo que se espera de un individuo concreto (especialmente de un niño) y los resultados que llega a obtener para sí y para la sociedad. Así, si una familia pone el foco en la obligatoriedad de una educación universitaria, ese niño o niña (aunque venga al mundo con una inteligencia mediocre) tendrá muchas probabilidades de alcanzar ese hito en su vida. Por el contrario, en entornos conformistas se estará machacando a la criatura con metas de poca altura que serán las que, a la postre, llegue a obtener. Estas familias no se preocuparán por crear en sus retoños, no ya una obra de arte, tal como nos cuenta el mito de Pigmalión o Galatea, sino que impedirán (las más de las veces por desconocimiento más que por desidia) que salga a la luz la mejor versión de sus vástagos. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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El mito de Pigmalión y Galatea está recogido en las Metamorfosis de Ovidio, uno de los pilares de la literatura clásica (griega y romana) junto con la Ilíada y la Odisea de Homero. Aunque se repite que Pigmalión era un rey griego, las últimas investigaciones nos dicen que procedía de Chipre. Esta fábula ha dado nombre al conocido en psicología y pedagogía como Efecto Pigmalión. 

El mito de Pigmalión y Galatea

Pigmalión era el triste y solitario rey de Chipre, ya que no conseguía encontrar esposa adecuada. No acababa de cuadrarle ninguna mortal aristocrática que se adaptara a sus gustos y sensibilidad artística. Consideraba a todas las féminas chismosas y superficiales. Este misógino en potencia escondía en su fuero interno un alma delicada con afán de trascendencia. Por eso, se dio por vencido y se dedicó de lleno a una de sus pasiones: la escultura. Así pasaban los días en su taller hasta que logró esculpir en un bello mármol blanco una sublime escultura femenina. Tal era la hermosura de dicha estatua que Pigmalión le puso el nombre de Galatea (ahora volveremos sobre ella para no confundirla). Además, como intentaba espantar las moscas de la soledad, le hablaba a diario acabando enamorándose de su creación. El desgraciado se sentía acompañado por su obra mucho más que con mujer de carne y hueso. Así que a ese objeto inerte le confiaba todas sus penas. La escultura, como cosa inanimada que era, no mostraba gesto alguno.  

Sin embargo, un buen día, la diosa Afrodita, la del amor, apiadada de la soledad y el terrible dolor anímico de Pigmalión le propuso concederle un deseo. El rey le pidió la vida para Galatea. Y así lo hizo la diosa no sin antes incendiar todo el taller como pago por tamaño regalo. Llegados a este punto las fuentes difieren y en otras se apuntan a que Afrodita, sin mediar palabra, cuando Pigmalión fue a abrazar la escultura, unas lágrimas se resbalaron por su rostro insuflando vida a la creación que, en ese momento, besó al desdichado rey. Sea cual sea la versión clásica, todas empiezan y acaban en el mismo punto. Galatea, una escultura obra de un rey artista y solitario,  gracias a la intercesión de la diosa Afrodita, toma vida. Retazos de libros medievales incluso apuntan a que ambos fueron padres de un hijo y una hija. 

En cuanto a Galatea, no hay que confundirla con la de la fábula del gigante Polifemo (el que tenía un solo ojo) recurrente en la literatura clásica e, incluso, en la occidental. Ambos, por poner un solo ejemplo, son los protagonistas de una de las obras de Luis de Góngora. La ninfa del poeta barroco nada tiene que ver con la escultura que Afrodita dio vida. Simplemente comparten nombre.  

El sentido simbólico de Pigmalión y Galatea 

Pigmalión es la representación de esas almas exquisitas y sublimes enfrascadas en una carrera constante por una perfección imposible de encontrar en las cosas del mundo. La búsqueda se vuelve tan infructuosa que el único camino que encuentran es el refugio en la creación artística. La belleza, por tanto, no se encuentra en la naturaleza sino en la obra del hombre. Y, por supuesto, con la ayuda de los dioses, ya sea por medio de la inspiración, el talento o una combinación de estos dones. 

Galatea se encuentra al otro lado de la frontera de la vida. Es una cosa inerte. Sin embargo, se convierte en una mujer por mediación del amor, de la pasión o del deseo, que todas estas versiones podemos encontrar en el mito.  

Esa transformación de la obra de arte en un ser vivo (con dones superiores a los ofrecidos por la naturaleza misma) fue recurrente entre los artistas desde el Renacimiento, cuando se vuelve a la cultura clásica. Sin embargo, el mito de Pigmalión y Galatea ha tomado relevancia en el siglo XX a partir de una obra de teatro y de posteriores estudios en el ámbito de la psicología y de la incipiente pedagogía. George Bernard Shaw (1856-1950) estrena en 1913 una obra de teatro con el título de Pigmalión. Posteriormente, la misma fue adaptada al cine por George Cukor (1899-1983)  bajo el título de My Fair Lady (1964) con Audry Hepburn (1929-1993) como protagonista. Esta obra contemporánea nos muestra un aspecto distinto del mito ya que Eliza (trasunto de Galatea) es transformada, no por la intercesión de los dioses, sino por un método formativo y educativo creado por el Profesor Henry Higgins (trasunto del artista Pigmalión). Esto es, el rey artista ha devenido en un científico (un lingüista) y la escultura es una muchacha de clase baja sin instrucción que puede competir en talento, saber estar y belleza con los miembros de la clasista élite inglesa. Es en este sentido en el que hay que entender los estudios posteriores en el ámbito de la psicología y la pedagogía.  

El efecto Pigmalión 

El efecto Pigmalión comenzó a estudiarse a partir de los años cincuenta del siglo XX cuando una serie de educadores y psicólogos apuntaron a que los rendimientos escolares estaban condicionados por las perspectivas de éxito y fracaso que se ponían sobre los pequeños. Esto es, los prejuicios (tanto en sentido positivo como negativo) haría que un alumno rindiera más o menos. El efecto Pigmalión, además, puede decirse que es la base del coaching contemporáneo que pone el foco en una sana autoestima y en el autoconocimiento para que las circunstancias externas no condicionen las opciones de plenitud.   

Aunque pueda parecer complejo, el efecto Pigmalión nos viene a poner en evidencia que hay una correlación entre lo que se espera de un individuo concreto (especialmente de un niño) y los resultados que llega a obtener para sí y para la sociedad. Así, si una familia pone el foco en la obligatoriedad de una educación universitaria, ese niño o niña (aunque venga al mundo con una inteligencia mediocre) tendrá muchas probabilidades de alcanzar ese hito en su vida. Por el contrario, en entornos conformistas se estará machacando a la criatura con metas de poca altura que serán las que, a la postre, llegue a obtener. Estas familias no se preocuparán por crear en sus retoños, no ya una obra de arte, tal como nos cuenta el mito de Pigmalión o Galatea, sino que impedirán (las más de las veces por desconocimiento más que por desidia) que salga a la luz la mejor versión de sus vástagos. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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El vizconde demediado (1952) de Italo Calvino (1923-1985) es una de las obras de la colección Nuestros Antepasados. En ella se aborda, en clave de humor, a pesar de los hechos trágicos que se narran, las luces y las sombras inherentes a la naturaleza humana. El protagonista es Medardo de Torralba, un joven noble italiano enfrentado a una brutal prueba. La acción tiene lugar en un momento histórico indeterminado que, por las características del relato, podría estar situado en Italia entre el siglo XV y el XVII. 

Personajes de El vizconde demediado 

1.- El narrador, sobrino del protagonista, del que no conocemos su nombre. Actúa como una voz omnisciente. De él sabemos que es un individuo fronterizo, ya que es el único hijo de la hermana mayor de Medardo. Esta es calificada como una descarriada, como una mujer que quiso saltarse las normas. Al quedarse huérfano, fue acogido por la familia de una manera un poco desordenada y negligente, ya que nadie se ocupó de su educación. No pertenece a lugar alguno. Por eso, se mueve con libertad en todos los emplazamientos de la obra e interactuando con todos los personajes sean estos de la condición social que sean. Es, de alguna manera, aceptado por todos sin pertenecer a ninguna de las familias. 

2.- Medardo de Torralba, el vizconde demediado y debido a una acción de guerra, convertido en dos personas. Contamos su aventura en el resumen posterior. Es el protagonista de la obra de Calvino. 

3- Doctor Trelawney, médico entrado en años, de origen inglés (esto es, un forastero) de ánimo cobarde que demuestra talento científico, el mismo que, al final de la obra, salva al protagonista o a los protagonistas. Y eso a pesar del poco arrojo del personaje.  

4.- Pamela, una rústica pastora objeto de los amores de los “dos vizcondes”. A pesar de presentarse como una joven sencilla y simple, hace gala de buenas dosis de inteligencia emocional a lo largo de la obra.  

5.- Sebastiana, la nodriza y, como el narrador, un personaje independiente y transfronterizo. Es independiente y de criterio propio, el cual no abandona bajo ninguna circunstancia. 

6.- El maestro Pietrochiodo, artesano creador y simbolización de los trabajadores del castillo. 

7.- Ezequiel, jefe de los hugonotes, apartados del resto de los habitantes del pueblo. Se rigen por una estricta religiosidad sin base en los preceptos de La Biblia, libro que ni siquiera poseen ni leen. 

8.- Galateo, el leproso intermediario entre las gentes del pueblo y la leprosería, comunidad al margen de las leyes sociales.  

Resumen de El vizconde demediado de Italo Calvino  

Medardo de Torralba es un joven noble italiano que parte a la guerra. Nada más llegar, debido a la inexperiencia y a su espíritu imprudente, es herido de gravedad. Es recogido por los médicos militares quienes solo pueden salvar del muchacho una sola mitad. El resto ha desaparecido entre los despojos de la batalla. De esta guisa regresa a su pueblo natal donde todos le esperan. Entre ellos su padre ansía su regreso, aunque muere de pena inmediatamente al percatarse (antes que nadie) de la naturaleza maligna que la guerra ha dejado en su hijo. 

Muy pronto, Medardo da muestras de una crueldad extrema ajusticiando a diestro y a siniestro sin miramientos. Encarga al maestro Pietrochiodo la creación de nuevos inventos de tortura y muerte. El artesano, a pesar de que está orgulloso de sus obras, se duele por el fin de las mismas confesándole al sobrino de Medardo, el muchacho narrador de la trama, sus contradicciones emocionales. Medardo va causando dolor gratuito allí por donde pasa y, además, deja una firma característica: plantas, flores y animales aparecen, como él, partidos por la mitad. 

El único lugar que está a salvo de la violencia del vizconde es la leprosería, donde envía a la nodriza Sebastiana por haberse atrevido a recriminarle su actitud. La mujer, inteligente y libre, gracias a sus conocimientos sobre las plantas medicinales, logra salir indemne de la enfermedad. Calvino, con ironía y maestría nos retrata, el ambiente libertino entre los miembros de la leprosería que viven ajenos a las normas sociales y de la caridad de las gentes del pueblo. También, con sorna, nos introduce en la asfixiante comunidad de hugonotes que se rigen por estrictos preceptos bíblicos sin base alguna, ya que no poseen ni leen un solo libro, ni siquiera la Biblia a la que dicen obedecer. 

Este estado de cosas se ve alterado cuando Medardo se queda prendado de Pamela, una rústica pastora, que hace gala de una natural inteligencia emocional. Paralelamente, parece que un nuevo Medardo se muestra ante su gente. Es este bondad extrema, sencillo, humilde y se conduce como un pordiosero. Es Pamela la que se da cuenta que este nuevo Medardo es la otra mitad del vizconde demediado que se quedó olvidada en el campo de batalla. Si el primero que llegó a Torralba solo tenía la parte mala, este (cuidado por unos monjes) lleva en sí todo lo bueno. Sin embargo, las cosas no son tan fáciles, ya que este nuevo Medardo, queriendo impartir justicia, se inmiscuye en el status quo de todas las comunidades, alterándolas y generando malestar entre sus habitantes.  

Este nuevo Medardo también se enamora de Pamela e intenta casarse con ella. El rifirrafe con su otro yo está servido y, además, en la misma iglesia. Llega un punto que ambos acuerdan que la única manera que tienen de desenredar el entuerto es batirse en duelo. Y aquí entra el borrachuzo y cobarde Doctor Trelawney. Era, según nuestro narrador, un médico aprensivo que aborrecía la sangre. Sin embargo, disfrutaba con el estudio y la innovación científica. Desde que llegó el segundo Medardo, la otra parte del vizconde demediado, estuvo en secreto investigando. Así, el día del duelo se presenta con todo el instrumental a su disposición y muchas gasas. Heridos ambos Medardo por la cicatriz que los mantenía separados, el buen doctor se la ingenia para coserlos y unirlos de nuevo. Así, al cabo de los días, la sangre buena se mezcla con la mala dando como resultado un ser único, sin partir, y con las luces y sombras inherentes a todos los miembros de la raza humana. 

 

 

Vizconde demediado  

Sobre el bien y el mal en la naturaleza humana según la obra  

El vizconde demediado de Italo Calvino nos adentra en la temática de la dualidad espiritual, en la oscuridad y la luz que habita en el interior del ser humano. Aunque la narración nos previene, incluso, de los precipicios peligrosos a los que pueden llevar las, a priori, buenas acciones, este corto relato tiene un final feliz. Y este no es otro que la unión de las dos partes: la luminosa y la oscura, el bien (que había caído en la mendicidad y que se entrometía en la vida cotidiana de todos los habitantes de la aldea causando malestar) y el mal que, desde el principio, acusaba crueldad extrema. La única manera de vivir en un término de recta justicia es unir esas dos partes que, en la obra, aparecen como dos personajes distintos, aunque no lo sean.  Es Pamela la que se da cuenta de que hay dos vizcondes con naturalezas antagónicas cuando todos habían caído en la confusión.  

- Me encanta que estés alegre, muchacha -dijo el vizconde- pero, ¿por qué te ríes?, si se me permite la pregunta. 

- Río porque he comprendido lo que trae locos a todos mis paisanos. 

- ¿Qué? 

- Que sois un poco bueno y un poco malo. Ahora todo es natural. 

- ¿Y por qué? 

- Porque me he dado cuenta de que sois la otra mitad. El vizconde que vive en el castillo, el malo, es una mitad.  Y vos sois la otra mitad, que se creía perdida en la guerra y que ahora ha regresado. Es una mitad buena.  

Y el otro tema (paralelo) de la obra se adentra en la unicidad de la persona. Todos somos únicos e irrepetibles. Si es así: ¿quiénes somos cuando se nos extirpa una parte importante de nuestro espíritu? Durante la refriega en la iglesia, las dos partes del desdichado vizconde demediado se arrogan ser el auténtico Medardo. Sin embargo, no hay ninguno que sea el que partió (entero) a la guerra. Ambos son esa persona y ninguno de ellos (partidos y divididos) pueden ser el auténtico señor de Torralba. La disputa solo podía arreglarla un médico extranjero que llegó al pueblo por casualidad y, como alguien que toma distancia, entendió la problemática y puso la solución.  

Y en estas, por el fondo de la nave, sosteniéndose en su muleta, entró el vizconde, con el traje nuevo de terciopelo con bullones empapado en agua y roto, y dijo: 

-Medardo de Torralba soy yo y Pamela es mi mujer. 

El Bueno renqueó hacia él. 

-No, el Medardo que se ha casado con Pamela soy yo. 

El Doliente tiró la muleta y echó mano a la espada. Al Bueno no le quedaba más remedio que hacer otro tanto.   

El vizconde demediado de Italo Calvino es una obra clásica que nos dice, con un estilo directo, sencillo, irónico y, a veces, hasta cínico de los límites de la naturaleza humana. Para que exista luz en nuestro espíritu tenemos que reconocer y aceptar la sombra. De lo contrario, deviene el caos y la violencia que ambos Medardo derramaban por su pueblo.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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El vizconde demediado (1952) de Italo Calvino (1923-1985) es una de las obras de la colección Nuestros Antepasados. En ella se aborda, en clave de humor, a pesar de los hechos trágicos que se narran, las luces y las sombras inherentes a la naturaleza humana. El protagonista es Medardo de Torralba, un joven noble italiano enfrentado a una brutal prueba. La acción tiene lugar en un momento histórico indeterminado que, por las características del relato, podría estar situado en Italia entre el siglo XV y el XVII. 

Personajes de El vizconde demediado 

1.- El narrador, sobrino del protagonista, del que no conocemos su nombre. Actúa como una voz omnisciente. De él sabemos que es un individuo fronterizo, ya que es el único hijo de la hermana mayor de Medardo. Esta es calificada como una descarriada, como una mujer que quiso saltarse las normas. Al quedarse huérfano, fue acogido por la familia de una manera un poco desordenada y negligente, ya que nadie se ocupó de su educación. No pertenece a lugar alguno. Por eso, se mueve con libertad en todos los emplazamientos de la obra e interactuando con todos los personajes sean estos de la condición social que sean. Es, de alguna manera, aceptado por todos sin pertenecer a ninguna de las familias. 

2.- Medardo de Torralba, el vizconde demediado y debido a una acción de guerra, convertido en dos personas. Contamos su aventura en el resumen posterior. Es el protagonista de la obra de Calvino. 

3- Doctor Trelawney, médico entrado en años, de origen inglés (esto es, un forastero) de ánimo cobarde que demuestra talento científico, el mismo que, al final de la obra, salva al protagonista o a los protagonistas. Y eso a pesar del poco arrojo del personaje.  

4.- Pamela, una rústica pastora objeto de los amores de los “dos vizcondes”. A pesar de presentarse como una joven sencilla y simple, hace gala de buenas dosis de inteligencia emocional a lo largo de la obra.  

5.- Sebastiana, la nodriza y, como el narrador, un personaje independiente y transfronterizo. Es independiente y de criterio propio, el cual no abandona bajo ninguna circunstancia. 

6.- El maestro Pietrochiodo, artesano creador y simbolización de los trabajadores del castillo. 

7.- Ezequiel, jefe de los hugonotes, apartados del resto de los habitantes del pueblo. Se rigen por una estricta religiosidad sin base en los preceptos de La Biblia, libro que ni siquiera poseen ni leen. 

8.- Galateo, el leproso intermediario entre las gentes del pueblo y la leprosería, comunidad al margen de las leyes sociales.  

Resumen de El vizconde demediado de Italo Calvino  

Medardo de Torralba es un joven noble italiano que parte a la guerra. Nada más llegar, debido a la inexperiencia y a su espíritu imprudente, es herido de gravedad. Es recogido por los médicos militares quienes solo pueden salvar del muchacho una sola mitad. El resto ha desaparecido entre los despojos de la batalla. De esta guisa regresa a su pueblo natal donde todos le esperan. Entre ellos su padre ansía su regreso, aunque muere de pena inmediatamente al percatarse (antes que nadie) de la naturaleza maligna que la guerra ha dejado en su hijo. 

Muy pronto, Medardo da muestras de una crueldad extrema ajusticiando a diestro y a siniestro sin miramientos. Encarga al maestro Pietrochiodo la creación de nuevos inventos de tortura y muerte. El artesano, a pesar de que está orgulloso de sus obras, se duele por el fin de las mismas confesándole al sobrino de Medardo, el muchacho narrador de la trama, sus contradicciones emocionales. Medardo va causando dolor gratuito allí por donde pasa y, además, deja una firma característica: plantas, flores y animales aparecen, como él, partidos por la mitad. 

El único lugar que está a salvo de la violencia del vizconde es la leprosería, donde envía a la nodriza Sebastiana por haberse atrevido a recriminarle su actitud. La mujer, inteligente y libre, gracias a sus conocimientos sobre las plantas medicinales, logra salir indemne de la enfermedad. Calvino, con ironía y maestría nos retrata, el ambiente libertino entre los miembros de la leprosería que viven ajenos a las normas sociales y de la caridad de las gentes del pueblo. También, con sorna, nos introduce en la asfixiante comunidad de hugonotes que se rigen por estrictos preceptos bíblicos sin base alguna, ya que no poseen ni leen un solo libro, ni siquiera la Biblia a la que dicen obedecer. 

Este estado de cosas se ve alterado cuando Medardo se queda prendado de Pamela, una rústica pastora, que hace gala de una natural inteligencia emocional. Paralelamente, parece que un nuevo Medardo se muestra ante su gente. Es este bondad extrema, sencillo, humilde y se conduce como un pordiosero. Es Pamela la que se da cuenta que este nuevo Medardo es la otra mitad del vizconde demediado que se quedó olvidada en el campo de batalla. Si el primero que llegó a Torralba solo tenía la parte mala, este (cuidado por unos monjes) lleva en sí todo lo bueno. Sin embargo, las cosas no son tan fáciles, ya que este nuevo Medardo, queriendo impartir justicia, se inmiscuye en el status quo de todas las comunidades, alterándolas y generando malestar entre sus habitantes.  

Este nuevo Medardo también se enamora de Pamela e intenta casarse con ella. El rifirrafe con su otro yo está servido y, además, en la misma iglesia. Llega un punto que ambos acuerdan que la única manera que tienen de desenredar el entuerto es batirse en duelo. Y aquí entra el borrachuzo y cobarde Doctor Trelawney. Era, según nuestro narrador, un médico aprensivo que aborrecía la sangre. Sin embargo, disfrutaba con el estudio y la innovación científica. Desde que llegó el segundo Medardo, la otra parte del vizconde demediado, estuvo en secreto investigando. Así, el día del duelo se presenta con todo el instrumental a su disposición y muchas gasas. Heridos ambos Medardo por la cicatriz que los mantenía separados, el buen doctor se la ingenia para coserlos y unirlos de nuevo. Así, al cabo de los días, la sangre buena se mezcla con la mala dando como resultado un ser único, sin partir, y con las luces y sombras inherentes a todos los miembros de la raza humana. 

 

 

Vizconde demediado  

Sobre el bien y el mal en la naturaleza humana según la obra  

El vizconde demediado de Italo Calvino nos adentra en la temática de la dualidad espiritual, en la oscuridad y la luz que habita en el interior del ser humano. Aunque la narración nos previene, incluso, de los precipicios peligrosos a los que pueden llevar las, a priori, buenas acciones, este corto relato tiene un final feliz. Y este no es otro que la unión de las dos partes: la luminosa y la oscura, el bien (que había caído en la mendicidad y que se entrometía en la vida cotidiana de todos los habitantes de la aldea causando malestar) y el mal que, desde el principio, acusaba crueldad extrema. La única manera de vivir en un término de recta justicia es unir esas dos partes que, en la obra, aparecen como dos personajes distintos, aunque no lo sean.  Es Pamela la que se da cuenta de que hay dos vizcondes con naturalezas antagónicas cuando todos habían caído en la confusión.  

- Me encanta que estés alegre, muchacha -dijo el vizconde- pero, ¿por qué te ríes?, si se me permite la pregunta. 

- Río porque he comprendido lo que trae locos a todos mis paisanos. 

- ¿Qué? 

- Que sois un poco bueno y un poco malo. Ahora todo es natural. 

- ¿Y por qué? 

- Porque me he dado cuenta de que sois la otra mitad. El vizconde que vive en el castillo, el malo, es una mitad.  Y vos sois la otra mitad, que se creía perdida en la guerra y que ahora ha regresado. Es una mitad buena.  

Y el otro tema (paralelo) de la obra se adentra en la unicidad de la persona. Todos somos únicos e irrepetibles. Si es así: ¿quiénes somos cuando se nos extirpa una parte importante de nuestro espíritu? Durante la refriega en la iglesia, las dos partes del desdichado vizconde demediado se arrogan ser el auténtico Medardo. Sin embargo, no hay ninguno que sea el que partió (entero) a la guerra. Ambos son esa persona y ninguno de ellos (partidos y divididos) pueden ser el auténtico señor de Torralba. La disputa solo podía arreglarla un médico extranjero que llegó al pueblo por casualidad y, como alguien que toma distancia, entendió la problemática y puso la solución.  

Y en estas, por el fondo de la nave, sosteniéndose en su muleta, entró el vizconde, con el traje nuevo de terciopelo con bullones empapado en agua y roto, y dijo: 

-Medardo de Torralba soy yo y Pamela es mi mujer. 

El Bueno renqueó hacia él. 

-No, el Medardo que se ha casado con Pamela soy yo. 

El Doliente tiró la muleta y echó mano a la espada. Al Bueno no le quedaba más remedio que hacer otro tanto.   

El vizconde demediado de Italo Calvino es una obra clásica que nos dice, con un estilo directo, sencillo, irónico y, a veces, hasta cínico de los límites de la naturaleza humana. Para que exista luz en nuestro espíritu tenemos que reconocer y aceptar la sombra. De lo contrario, deviene el caos y la violencia que ambos Medardo derramaban por su pueblo.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Casandra era una princesa troyana, hija de los reyes Hécuba y Príamo. Aparece nombrada en la Ilíada por Homero en el marco de las guerras entre griegos y troyanos. Casandra era una sacerdotisa que adivinó la trampa del famoso caballo de madera. Desafortunadamente, ya estaba maldita y nadie creyó lo que decía. A pesar de sus premoniciones, su pueblo fue aniquilado tras perder la guerra. 

El mito de Casandra 

Casandra era la princesa troyana sacerdotisa encargada del templo de Apolo. Existen varias versiones sobre cómo adquirió el don de la profecía y también cómo lo perdió. La más extendida de la literatura griega es la que alude al pacto entre la mortal y el dios Apolo. Ella había prometido tener relaciones con el dios y convertirse en su amante si le otorgaba el don de adivinar el futuro.  Sin embargo, una vez Casandra obtiene lo que quería no cumple su parte del pacto. Apolo, enfurecido, la maldice escupiéndole en la boca. Desde ese momento cualquier palabra que saliera de la boca de la princesa era considerada una locura y nadie creería en ella.  

La tragedia llega con la guerra entre troyanos y griegos. Estos últimos construyen un caballo de madera con el interior hueco donde se aposta el ejército. Dejan el ingenio a las puertas de la muralla enemiga y hacen creer a los troyanos que es un regalo de los dioses. Estos, confiados, lo introducen en la ciudad y, al caer, la noche, de forma sigilosa, abandonan la panza del caballo de madera para incendiar la ciudad. Casandra vio lo que el ejército griego estaba tramando. Sin embargo, nadie de los de su pueblo creyó sus palabras tachándola de loca. Cuando todos fueron aniquilados, el dolor de Casandra fue doble: por su maldición y por la muerte de los suyos.  

Existen varias versiones sobre la muerte de Casandra y todas apuntan a una violenta e, incluso, a una violación.  Por tanto, el mito de Casandra nos habla de una princesa troyana, sacerdotisa en el templo y escogida por Apolo gracias a su belleza, que vivió la peor vida posible por no cumplir el pacto con la divinidad. 

El mito de Casandra a la luz de los símbolos 

El mito de Casandra nos habla del don de la profecía, de poder adivinar el futuro y, también de saber la verdad oculta. Este es el lado luminoso. La princesa es capaz de ver aquello oculto a los demás. Tiene el don de los escogidos, los que desentrañan las distintas capas de los hechos, las personas y las cosas. El lado oscuro nos habla de una maldición, ya que Casandra no solo no puede comunicar aquello que sabe sino que, además, la tachan de loca abundando aún más en el sentido simbólico del personaje. El loco, en las culturas antiguas, era el que vivía ajeno a las normas sociales, el que veía aquello que nadie puede ver y el que entendía la verdad desde una perspectiva original. Sin embargo, Casandra sufre aún más, ya que no es validada en ningún momento. Es apartada del emplazamiento que le corresponde hundiéndola aún más en la desesperación. 

Complejo de Casandra según la psicología 

Con los avances sobre el inconsciente según Freud y, especialmente, a partir de la propuesta sobre los arquetipos de C.G. Jung, surgen en el siglo XX una serie de especialistas que interpretan los mitos clásicos con una nueva visión. Uno de ellos es Gastón Bachelard, el mismo que propuso en la década de los cincuenta el término complejo de Casandra para una patología psicológica. Si bien, como la princesa griega, no gozó del favor de los investigadores hasta el siglo XXI, cuando la soledad y la incomprensión van haciendo mella en un número creciente de individuos. 

El complejo de Casandra afecta tanto a hombres como a mujeres que se caracterizan por una gran sensibilidad, inteligencia y dotes de observación. Todo ello propicia que sean capaces de elaborar complejos y acertados análisis sobre situaciones de la realidad cotidiana. Sin embargo, como la princesa troyana, pocos atinan a hacerse entender o comprender. Esto es, estos individuos siempre van a contracorriente de lo aceptado socialmente aún proponiendo visiones más que razonables de ciertas realidades. Este choque entre la íntima creencia individual y el rechazo social lleva a una situación de progresiva tristeza, autoestima baja, soledad y aislamiento. Las personas que, como en el mito de Casandra, padecen este complejo psicológico sufren por esa incomunicación, por ese cortocircuito entre aquello que quieren expresar y la poca acogida que sus palabras surten en su entorno. Se sienten eternamente incomprendidas, ninguneadas e invalidadas. Normalmente cursan con episodios de tristeza y depresión. La característica anímica más extendida es la soledad y el aislamiento que conllevan un importante sufrimiento espiritual.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Casandra era una princesa troyana, hija de los reyes Hécuba y Príamo. Aparece nombrada en la Ilíada por Homero en el marco de las guerras entre griegos y troyanos. Casandra era una sacerdotisa que adivinó la trampa del famoso caballo de madera. Desafortunadamente, ya estaba maldita y nadie creyó lo que decía. A pesar de sus premoniciones, su pueblo fue aniquilado tras perder la guerra. 

El mito de Casandra 

Casandra era la princesa troyana sacerdotisa encargada del templo de Apolo. Existen varias versiones sobre cómo adquirió el don de la profecía y también cómo lo perdió. La más extendida de la literatura griega es la que alude al pacto entre la mortal y el dios Apolo. Ella había prometido tener relaciones con el dios y convertirse en su amante si le otorgaba el don de adivinar el futuro.  Sin embargo, una vez Casandra obtiene lo que quería no cumple su parte del pacto. Apolo, enfurecido, la maldice escupiéndole en la boca. Desde ese momento cualquier palabra que saliera de la boca de la princesa era considerada una locura y nadie creería en ella.  

La tragedia llega con la guerra entre troyanos y griegos. Estos últimos construyen un caballo de madera con el interior hueco donde se aposta el ejército. Dejan el ingenio a las puertas de la muralla enemiga y hacen creer a los troyanos que es un regalo de los dioses. Estos, confiados, lo introducen en la ciudad y, al caer, la noche, de forma sigilosa, abandonan la panza del caballo de madera para incendiar la ciudad. Casandra vio lo que el ejército griego estaba tramando. Sin embargo, nadie de los de su pueblo creyó sus palabras tachándola de loca. Cuando todos fueron aniquilados, el dolor de Casandra fue doble: por su maldición y por la muerte de los suyos.  

Existen varias versiones sobre la muerte de Casandra y todas apuntan a una violenta e, incluso, a una violación.  Por tanto, el mito de Casandra nos habla de una princesa troyana, sacerdotisa en el templo y escogida por Apolo gracias a su belleza, que vivió la peor vida posible por no cumplir el pacto con la divinidad. 

El mito de Casandra a la luz de los símbolos 

El mito de Casandra nos habla del don de la profecía, de poder adivinar el futuro y, también de saber la verdad oculta. Este es el lado luminoso. La princesa es capaz de ver aquello oculto a los demás. Tiene el don de los escogidos, los que desentrañan las distintas capas de los hechos, las personas y las cosas. El lado oscuro nos habla de una maldición, ya que Casandra no solo no puede comunicar aquello que sabe sino que, además, la tachan de loca abundando aún más en el sentido simbólico del personaje. El loco, en las culturas antiguas, era el que vivía ajeno a las normas sociales, el que veía aquello que nadie puede ver y el que entendía la verdad desde una perspectiva original. Sin embargo, Casandra sufre aún más, ya que no es validada en ningún momento. Es apartada del emplazamiento que le corresponde hundiéndola aún más en la desesperación. 

Complejo de Casandra según la psicología 

Con los avances sobre el inconsciente según Freud y, especialmente, a partir de la propuesta sobre los arquetipos de C.G. Jung, surgen en el siglo XX una serie de especialistas que interpretan los mitos clásicos con una nueva visión. Uno de ellos es Gastón Bachelard, el mismo que propuso en la década de los cincuenta el término complejo de Casandra para una patología psicológica. Si bien, como la princesa griega, no gozó del favor de los investigadores hasta el siglo XXI, cuando la soledad y la incomprensión van haciendo mella en un número creciente de individuos. 

El complejo de Casandra afecta tanto a hombres como a mujeres que se caracterizan por una gran sensibilidad, inteligencia y dotes de observación. Todo ello propicia que sean capaces de elaborar complejos y acertados análisis sobre situaciones de la realidad cotidiana. Sin embargo, como la princesa troyana, pocos atinan a hacerse entender o comprender. Esto es, estos individuos siempre van a contracorriente de lo aceptado socialmente aún proponiendo visiones más que razonables de ciertas realidades. Este choque entre la íntima creencia individual y el rechazo social lleva a una situación de progresiva tristeza, autoestima baja, soledad y aislamiento. Las personas que, como en el mito de Casandra, padecen este complejo psicológico sufren por esa incomunicación, por ese cortocircuito entre aquello que quieren expresar y la poca acogida que sus palabras surten en su entorno. Se sienten eternamente incomprendidas, ninguneadas e invalidadas. Normalmente cursan con episodios de tristeza y depresión. La característica anímica más extendida es la soledad y el aislamiento que conllevan un importante sufrimiento espiritual.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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