Mester de juglaría, los creadores de la épica medieval

Mester de juglaría

Mester de juglaría

Candela Vizcaíno

 De la gran mayoría de los autores de la Edad Media poco o nada sabemos, de aquellos que formaban el denominado mester de juglaría mucho menos. La aún desconocida (a pesar de los fantásticos estudios de Menéndez Pidal) literatura medieval ha sufrido los embates del tiempo, por supuesto. Pero también, el hecho de que los libros en la época fueran un bien tan escaso que se consideraban productos de lujo. Por eso, se escogía cuidadosamente lo que se ponía por escrito.  Y la literatura popular, que a esta pertenece el mester de juglaría, no era ni por asomo algo “digno” de preservarse en el tiempo. Estos poetas anónimos, algunos simples rapsodas, fueron los creadores de la poesía épica medieval en lengua romance que poco o nada ha llegado hasta nosotros. Sin embargo, en castellano tenemos el gran Cantar del Mío Cid, conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid, poco más de 100 versos del Cantar del Roncesvalles y un puñado de referencias más acerca de esta poesía épica medieval.  

El carácter anónimo y nómada del mester de juglaría 

Contrapuesto tradicionalmente al mester de clerecía, culto, ordenado y sistematizo creado por clérigos, el de juglaría sería el que crea las composiciones dirigidas al pueblo. Eran estos artistas una combinación de poetas, rapsodas, malabaristas, músicos,  bailarines y vividores única en el paisaje altamente clasificado de la sociedad medieval. Su oficio consistía en entretener a las gentes sencillas y humildes del pueblo con espectáculos diversos. Dentro de ese programa entre cultura y lúdico se encontraban los cantares de gesta. Estos estaban diseñados para ese público analfabeto, carcomido por la miseria y acosado por guerras y falta de libertades. El juglar llevaba su mester de pueblo en pueblo y, a cambio, pedía unas cuantas monedas. 

Con suerte, algún noble requería sus servicios pero no debemos confundir a los integrantes del mester de juglaría con los trovadores cortesanos. Estos o bien eran nobles cultos ociosos que se dedicaban a la poesía como pasatiempo o estaban bajo  el amparo de un mecenas aristocrático. Los temas eran radicalmente distintos ya que se centraban en la poesía de amor platónico aunque algunas historias nos demuestren que, a veces, se saltaban algunas fronteras.  El juglar, en cambio, iba por libre bien en solitario o lo que es más factible, formando compañías como los actuales circos ambulantes.  

El mester de juglaría produce poesía épica para el pueblo 

Los pocos versos que nos han llegado y las referencias en prosa de esta fórmula poética se refiere a una poesía al cien por cien de carácter épico. Esto es, el tema y el eje conductor del poema son las aventuras y andanzas de cualquier héroe contemporáneo y real de carne y hueso. Los poemas épicos de la literatura medieval cumplían, por decirlo resumidamente, el papel de los periódicos contemporáneos. Un público analfabeto que solo se movía a menos de diez kilómetros del terruño y sin información o formación de ningún tipo exigía esas noticias del mester de juglaría cuando llegaban a la plaza del mercado. Por eso, solo se han conservado referencias de las temáticas favoritas de los aldeanos. 

Aunque se estima que estos poemas épicos nacen a partir del siglo XI y continúan hasta los albores del Renacimiento, algunos críticos como Menéndez Pidal los sitúan en una época tan temprana como el siglo VIII, justo cuando el castellano ya  había evolucionado tanto que podía considerarse una lengua distinta del latín. Ni que decir tiene que estos poemas estaban compuestos en el nuevo idioma vulgar en contraposición a la culta que tan solo conocían los letrados que se dedicaban al cuidado de los libros. Ese hecho, el de ser popular y en lengua vernácula, fue también, con toda probabilidad otra excusa más para que no fueran recogidos por escrito.  

El mester de juglaría memorizaba los poemas épicos que eran del gusto del pueblo 

Se intuye que pudieran llevar varios de ellos en el repertorio pero no mucho más por la dificultad para hacer un esquema escrito y la necesidad de memorizar. En este sentido, con toda probabilidad, a la pericia de un juglar en concreto se unía la música de instrumentos básicos. Serían, por así decirlo, como largas canciones con un ritmo marcado que el artista repetía una y otra vez mientras el público escuchaba.  

Este carácter oral explica las repeticiones constantes de algunos elementos fundamentales de la historia e, incluso, el haber encontrado en el Cantar del Mío Cid fragmentos que hacen un resumen de lo ya narrado. Con ello, el juglar se aseguraba que el público recordara la trama para poder seguir las novedades. Con toda probabilidad, estos espectáculos variados duraban algunos días que coincidirían con fiestas, celebraciones o días de mercado importantes. La compañía de juglares, por mera razón de supervivencia, tenía que asegurarse un público lo suficientemente amplio para que las cuantas monedas que recibían les permitiera subsistir. 

Las obras del mester de juglaría tienen un enfoque realista a pesar de su temática épica 

Este carácter oral, nómada y popular han hecho que la gran mayoría de los poemas épicos se hayan perdido. Podemos reconstruirlos o hacernos una idea de la temática y la mayoría de las características de los cantares de gesta a través de la historiografía en prosa que comenzó a recogerse en España con Alfonso X el Sabio. En estos retazos conservados entendemos que las tramas favoritas giraban a través de las batallas de los héroes contemporáneos y de los éxitos de los caudillos más famosos. En ellos abundan narraciones de las fratricidas guerras medievales, las deslealtades o traiciones así como el arrojo de los más valientes.  

Nada hay de fantasía en estos poemas. El público y el mester de juglaría así lo ofrecía. Estos daban realidad pura y dura, tanto que hay que esperar al siglo XIX, con el auge del Realismo literario para encontrar algo semejante en literatura. Si hay algo ajeno al arrojo y poderío del héroe, este siempre se explica por una ayuda divina pero siempre dentro de los parámetros del aquí y ahora terrenal. En la poesía épica del mester de juglaría no te vas a encontrar un unicornio o seres mágicos volando. Todo en ella pertenece a ese mundo medieval que gira entre el castillo con sus peleas y el monasterio con sus toques de campana y el copiado de libros. Lo demás es el trabajo del campo y el comercio que quedó de los antiguos caminos romanos.  

Estilo de los romances del mester de clerecía 

Al contrario de la literatura producida por el mester de clerecía, estos romances no tienen una estructura estilística marcada. Nos encontramos con repeticiones, “fallos” del lenguaje e, incluso, palabras que no pertenecen ni al latín ni al castellano. Simplemente el juglar olvidó o no sabía cuál era la dicción normalizada. La rima siempre es asonante y el verso irregular. 

Sí encontramos un hemistiquio, un corte o una pausa, en mitad del verso que más bien parece una anotación para tomar aire y seguir el ritmo. Estos cortan el verso a la mitad dividiéndolo en 6 (la más corriente), 7, 8 o, incluso, 9 sílabas. A partir de aquí, más allá de la alegoría y los símbolos conocidos por el pueblo, no encontramos más tropos. 

El lenguaje, en castellano, es fresco, directo, narrativo con un ritmo marcado. No hay nada en el poema que sea una floritura o accesorio. Todo gira en torno a esa historia pero también a los sentimientos del héroe que son descritos con precisión y concisión. Hay que recordar que son poemas orales dirigidos a un público popular con un nivel de instrucción mínimo. El juglar no podía permitirse que la audiencia se le dispersara. Por eso, estos poemas tienen el drama justo para que todos siguieran escuchando.  

El mester de juglaría terminó con la llegada de la imprenta y el ascenso de las ciudades y su nuevo modo de vida. La poesía épica medieval fue dando paso a otras fórmulas de entretenimiento que comenzaron con los autos sacramentales y terminaron con los corrales de comedia de los Siglos de Oro.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

 

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