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Cerbero es el perro de tres cabezas que, en la mitología griega, guarda las puertas del Tártaro, que no es más que el mismísimo Infierno. También se le conoce como Cancerbero, al unir el término can (perro) con Cerbero.
¿Quién era (o es) Cerbero el perro monstruoso de los mitos griegos?
Pertenece a la extirpe deforme engendrada por Equidna (conocida con el sobrenombre de la Víbora) y Tifón. Era la madre una ninfa de gran belleza con profundos ojos negros que, entre otras señas, lucía serpientes por piernas. Unida eternamente al gigante Tifón, la apariencia del padre era aún más terrorífica, ya que sus enormes alas provocaban huracanes, tormentas y terremotos. Y, además, incendiaba todo aquello que se le ponía por delante con el fuego de sus ojos. Con cabeza de dragón, también tenía serpientes por piernas. No en vano, Tifón era hijo de la diosa de la tierra, Gea, y del mismísimo Tártaro, allí donde uno de sus hijos guarda, con la más agresiva de las iras, las puertas por donde deben pasar los muertos.
La familia no se acaba aquí, ya que eran hermanos de Cerbero, de doble vínculo además; esto es, de padre y madre, la Hidra, la Quimera, la Esfinge, el León de Nemea y unos cuantos dragones y seres abominables. Todos ellos vivían en cuevas atormentando, de alguna manera u otra, a los miembros de la raza humana. Cerbero heredó de sus progenitores el aspecto deforme y el carácter fiero. Las múltiples serpientes de su lomo eran de genética materna y la cola de dragón provenía de la parte paterna. Con esta mezcla solo podía tener tres cabezas, aunque algunas versiones apuntan a cincuenta o incluso cien. Su sola visión causaba pavor, aunque, en principio, solo se enfrentaban a él los que ya habían muerto y, por tanto, poco o nada tenían que perder. Encadenado a las puertas del Infierno, dejaba pasar únicamente a aquellas almas que, según el dictamen de los dioses, se habían ganado este espacio.
Cerbero y el último de los doce trabajos de Heracles
Heracles, el Hércules romano, debía completar doce trabajos y domeñar a Cerbero fue el último de ellos. Con la ayuda de Atenea (la diosa de la inteligencia) y Hermes (el mensajero) se adentra en las profundidades del inframundo. Allí está prisionero Teseo, el héroe que mató al minotauro con la ayuda del hilo de Ariadna, se enfrentó a las amazonas y formó parte de la expedición de argonautas en busca del vellocino de oro. Heracles lo liberó no sin dejar parte de su cuerpo (las nalgas) en la columna a la que estaba atado. Llegados a este punto las versiones, como es frecuente en los mitos y en la literatura griega, difieren.
Y son tan distintas que algunos investigadores defienden que Cerbero se dejó coger sin más mientras que la gran mayoría nos narra una lucha cruenta entre el perro de tres cabezas y el héroe. Heracles, para complicar la hazaña, no podía dar muerte al perro ya que había prometido al dios Hades, el del Infierno, no hacerle daño. Y ya sabía que los dioses no se andan con chiquitas cuando los mortales rompían los pactos y acuerdos. Sea como fuere, Heracles pudo coger, cazar o amansar a Cerbero y tal cual se lo presentó a Eristeo como prueba del objetivo cumplido. El rey, horrorizado por la visión y el comportamiento del animal, mandó que fuera devuelto a su lugar donde sigue al día de hoy.
Orfeo calma a Cerbero en su búsqueda de Eurídice
Este no fue el único encuentro de Cerbero con mortales de distinta índole. Otro capítulo de su mito fue protagonizado por Orfeo quien tañía la lira con tal talento y belleza que los animales, ante su música, quedaban amansados. Orfeo tenía un fuerte motivo para adentrarse, estando vivo, en las profundidades del Tártaro. Su amada Eurídice había muerto (al parecer por la mordedura venenosa de una serpiente). Sin poder afrontar el duelo y el dolor por tal pérdida, llega a un acuerdo con Hades que le permite acceder a las profundidades infernales donde es conducido hasta Eurídice después de pagar el peaje al barquero Caronte.
Con su lira, tal cual hacía con los animales, entona tal bella melodía que Cerbero queda sumido en un profundo sueño. Los dioses se apiadan de los amantes y permite que Eurídice vuelva al reino de los vivos. Sin embargo, había una condición, como siempre. Orfeo debía caminar delante y no mirar hacia atrás, hacia Eurídice, hasta que no estuvieran completamente en la superficie y todo el sol hubiera bañado el cuerpo de la mujer. Así lo hace Orfeo. Sin embargo, ya en la tierra, movido por la impaciencia se vuelve antes de tiempo. Eurídice aún tenía un pie en el inframundo y, por tanto, inmediatamente se volatizó convirtiéndose en polvo. De nada sirvieron las lágrimas de amargura de su amado quien, según otras versiones, fue castigado con este trágico final debido a su cobardía, ya que tendría que haberse dejado morir para reunirse con su amada.
Sentido simbólico del mito
Cerbero aún se toparía con otro mortal obligado a bajar al inframundo. La ninfa Psique, como prueba impuesta por Afrodita y para defender su amor por Eros, se enfrentó al perro de las tres cabezas. Lo hizo con la delicadeza que le caracterizaba y lo drogó utilizando una torta de cereales con miel. Con todos estos encuentros no es de extrañar que el monstruo del Tártaro, desde los inicios del mundo pagano, haya sido protagonista de obras pictóricas, esculturas o poemas. Aparece, por poner un solo ejemplo, en la Divina Comedia de Dante, en el círculo del Infierno, su hogar. Y este ser abominable es descrito en los siguientes términos:
Cerbero ladra con tres gargantas. Ni un momento cesan la lluvia y aullidos en tormento continuo. Hiede la tierra, vertedero, lodazal, agua sucia, sumidero de dolor, soledad y desaliento.
Desde el inicio de los tiempos se ha entendido su presencia y existencia misma como una simbolización perfecta de los horrores internos personales e individuales. Esta caracterización se hizo aún más evidente tras los estudios del inconsciente de Freud y de los arquetipos de Jung.
Perro de Hades, simboliza el terror de la muerte, para aquellos que temen los Infiernos. Mas aún, simboliza los propios Infiernos y el infierno interior de cada ser humano. Es conveniente subrayar que es, en efecto, sin sus armas que Heracles consigue vencerlo por un momento; que es por una acción espiritual, el canto de su lira, como Orfeo lo aplaca un instante. Dos índices militan en favor de la interpretación neoplatónica que ve en el Cerebro el genio mismo del demonio interior, el espíritu del mal. Solo puede dominarse sacándolo del infierno y llevándolo a la tierra, es decir, por un cambio violento de medio (ascensión) y empleando fuerzas personales de la naturaleza espiritual. Para vencerlo solo se puede contar con uno mismo.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Y Paul Dies, en su obra El simbolismo en la mitología clásica, hace suyas las palabras de Jorge Luis Borges al comparar las tres cabezas de Cerbero con las tres coronas papales. Las primeras son las guardianas del Infierno mientras que las segundas son las protectoras del cielo.
Borges precisa que el último trabajo de Hércules fue sacar el Cancerbero a la luz del día. Dice también que Butler (Huidibras) compara las tres coronas de la tiara del Papa que es el portero del Cielo, con las tres cabezas del perro que es el portero de los Infiernos.
Cerbero es, por tanto, la bestia interna que hay que domeñar con autoconocimiento, no sin antes enfrentarse a los peligros que supone una bajada al Infierno. Quizás por esta fuerte simbolización de carácter arquetípico, el perro mitológico de tres cabezas sigue siendo favorito en el imaginario cultural y artístico contemporáneo. Es protagonista de videojuegos, obras de anime e, incluso, su nombre es utilizado en series de fantasía como la reciente 1899. El buque en el que viajan todas esas almas perdidas (trasunto de la barca de Caronte) lleva por nombre Cerbero, el guardián de los infiernos. Y la nave anterior perdida y excusa de la trama fue bautizada con el sugestivo nombre de Prometeo, el mismo que robó el fuego de los dioses para que los hombres crearan la civilización. La dicotomía entre cielo e infierno, vida y muerte queda, por tanto, presente en la serie prometiendo mucho juego psicológico.
Estrabón (siglo I), en su Geografía, indica que la puerta de entrada al inframundo se llama Plutonio. Allí los vapores volcánicos se encargan de dar muerte a todo aquel que se atreve a traspasarla. La localización de este importante punto fue secreta hasta el año 2012 cuando se encontró en Turquía. Allí una colosal estatua metálica de Cerbero, el perro de tres cabezas de la mitología griega, guardaba el acceso a una cueva con agua de origen volcánico. Las capas del tiempo no han podido con este ser monstruoso que aún sigue atormentando los temores más profundos de la raza humana.
Por Candela Vizcaíno, Doctora por la Universidad de Sevilla
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Cerbero es el perro de tres cabezas que, en la mitología griega, guarda las puertas del Tártaro, que no es más que el mismísimo Infierno. También se le conoce como Cancerbero, al unir el término can (perro) con Cerbero.
¿Quién era (o es) Cerbero el perro monstruoso de los mitos griegos?
Pertenece a la extirpe deforme engendrada por Equidna (conocida con el sobrenombre de la Víbora) y Tifón. Era la madre una ninfa de gran belleza con profundos ojos negros que, entre otras señas, lucía serpientes por piernas. Unida eternamente al gigante Tifón, la apariencia del padre era aún más terrorífica, ya que sus enormes alas provocaban huracanes, tormentas y terremotos. Y, además, incendiaba todo aquello que se le ponía por delante con el fuego de sus ojos. Con cabeza de dragón, también tenía serpientes por piernas. No en vano, Tifón era hijo de la diosa de la tierra, Gea, y del mismísimo Tártaro, allí donde uno de sus hijos guarda, con la más agresiva de las iras, las puertas por donde deben pasar los muertos.
La familia no se acaba aquí, ya que eran hermanos de Cerbero, de doble vínculo además; esto es, de padre y madre, la Hidra, la Quimera, la Esfinge, el León de Nemea y unos cuantos dragones y seres abominables. Todos ellos vivían en cuevas atormentando, de alguna manera u otra, a los miembros de la raza humana. Cerbero heredó de sus progenitores el aspecto deforme y el carácter fiero. Las múltiples serpientes de su lomo eran de genética materna y la cola de dragón provenía de la parte paterna. Con esta mezcla solo podía tener tres cabezas, aunque algunas versiones apuntan a cincuenta o incluso cien. Su sola visión causaba pavor, aunque, en principio, solo se enfrentaban a él los que ya habían muerto y, por tanto, poco o nada tenían que perder. Encadenado a las puertas del Infierno, dejaba pasar únicamente a aquellas almas que, según el dictamen de los dioses, se habían ganado este espacio.
Cerbero y el último de los doce trabajos de Heracles
Heracles, el Hércules romano, debía completar doce trabajos y domeñar a Cerbero fue el último de ellos. Con la ayuda de Atenea (la diosa de la inteligencia) y Hermes (el mensajero) se adentra en las profundidades del inframundo. Allí está prisionero Teseo, el héroe que mató al minotauro con la ayuda del hilo de Ariadna, se enfrentó a las amazonas y formó parte de la expedición de argonautas en busca del vellocino de oro. Heracles lo liberó no sin dejar parte de su cuerpo (las nalgas) en la columna a la que estaba atado. Llegados a este punto las versiones, como es frecuente en los mitos y en la literatura griega, difieren.
Y son tan distintas que algunos investigadores defienden que Cerbero se dejó coger sin más mientras que la gran mayoría nos narra una lucha cruenta entre el perro de tres cabezas y el héroe. Heracles, para complicar la hazaña, no podía dar muerte al perro ya que había prometido al dios Hades, el del Infierno, no hacerle daño. Y ya sabía que los dioses no se andan con chiquitas cuando los mortales rompían los pactos y acuerdos. Sea como fuere, Heracles pudo coger, cazar o amansar a Cerbero y tal cual se lo presentó a Eristeo como prueba del objetivo cumplido. El rey, horrorizado por la visión y el comportamiento del animal, mandó que fuera devuelto a su lugar donde sigue al día de hoy.
Orfeo calma a Cerbero en su búsqueda de Eurídice
Este no fue el único encuentro de Cerbero con mortales de distinta índole. Otro capítulo de su mito fue protagonizado por Orfeo quien tañía la lira con tal talento y belleza que los animales, ante su música, quedaban amansados. Orfeo tenía un fuerte motivo para adentrarse, estando vivo, en las profundidades del Tártaro. Su amada Eurídice había muerto (al parecer por la mordedura venenosa de una serpiente). Sin poder afrontar el duelo y el dolor por tal pérdida, llega a un acuerdo con Hades que le permite acceder a las profundidades infernales donde es conducido hasta Eurídice después de pagar el peaje al barquero Caronte.
Con su lira, tal cual hacía con los animales, entona tal bella melodía que Cerbero queda sumido en un profundo sueño. Los dioses se apiadan de los amantes y permite que Eurídice vuelva al reino de los vivos. Sin embargo, había una condición, como siempre. Orfeo debía caminar delante y no mirar hacia atrás, hacia Eurídice, hasta que no estuvieran completamente en la superficie y todo el sol hubiera bañado el cuerpo de la mujer. Así lo hace Orfeo. Sin embargo, ya en la tierra, movido por la impaciencia se vuelve antes de tiempo. Eurídice aún tenía un pie en el inframundo y, por tanto, inmediatamente se volatizó convirtiéndose en polvo. De nada sirvieron las lágrimas de amargura de su amado quien, según otras versiones, fue castigado con este trágico final debido a su cobardía, ya que tendría que haberse dejado morir para reunirse con su amada.
Sentido simbólico del mito
Cerbero aún se toparía con otro mortal obligado a bajar al inframundo. La ninfa Psique, como prueba impuesta por Afrodita y para defender su amor por Eros, se enfrentó al perro de las tres cabezas. Lo hizo con la delicadeza que le caracterizaba y lo drogó utilizando una torta de cereales con miel. Con todos estos encuentros no es de extrañar que el monstruo del Tártaro, desde los inicios del mundo pagano, haya sido protagonista de obras pictóricas, esculturas o poemas. Aparece, por poner un solo ejemplo, en la Divina Comedia de Dante, en el círculo del Infierno, su hogar. Y este ser abominable es descrito en los siguientes términos:
Cerbero ladra con tres gargantas. Ni un momento cesan la lluvia y aullidos en tormento continuo. Hiede la tierra, vertedero, lodazal, agua sucia, sumidero de dolor, soledad y desaliento.
Desde el inicio de los tiempos se ha entendido su presencia y existencia misma como una simbolización perfecta de los horrores internos personales e individuales. Esta caracterización se hizo aún más evidente tras los estudios del inconsciente de Freud y de los arquetipos de Jung.
Perro de Hades, simboliza el terror de la muerte, para aquellos que temen los Infiernos. Mas aún, simboliza los propios Infiernos y el infierno interior de cada ser humano. Es conveniente subrayar que es, en efecto, sin sus armas que Heracles consigue vencerlo por un momento; que es por una acción espiritual, el canto de su lira, como Orfeo lo aplaca un instante. Dos índices militan en favor de la interpretación neoplatónica que ve en el Cerebro el genio mismo del demonio interior, el espíritu del mal. Solo puede dominarse sacándolo del infierno y llevándolo a la tierra, es decir, por un cambio violento de medio (ascensión) y empleando fuerzas personales de la naturaleza espiritual. Para vencerlo solo se puede contar con uno mismo.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Y Paul Dies, en su obra El simbolismo en la mitología clásica, hace suyas las palabras de Jorge Luis Borges al comparar las tres cabezas de Cerbero con las tres coronas papales. Las primeras son las guardianas del Infierno mientras que las segundas son las protectoras del cielo.
Borges precisa que el último trabajo de Hércules fue sacar el Cancerbero a la luz del día. Dice también que Butler (Huidibras) compara las tres coronas de la tiara del Papa que es el portero del Cielo, con las tres cabezas del perro que es el portero de los Infiernos.
Cerbero es, por tanto, la bestia interna que hay que domeñar con autoconocimiento, no sin antes enfrentarse a los peligros que supone una bajada al Infierno. Quizás por esta fuerte simbolización de carácter arquetípico, el perro mitológico de tres cabezas sigue siendo favorito en el imaginario cultural y artístico contemporáneo. Es protagonista de videojuegos, obras de anime e, incluso, su nombre es utilizado en series de fantasía como la reciente 1899. El buque en el que viajan todas esas almas perdidas (trasunto de la barca de Caronte) lleva por nombre Cerbero, el guardián de los infiernos. Y la nave anterior perdida y excusa de la trama fue bautizada con el sugestivo nombre de Prometeo, el mismo que robó el fuego de los dioses para que los hombres crearan la civilización. La dicotomía entre cielo e infierno, vida y muerte queda, por tanto, presente en la serie prometiendo mucho juego psicológico.
Estrabón (siglo I), en su Geografía, indica que la puerta de entrada al inframundo se llama Plutonio. Allí los vapores volcánicos se encargan de dar muerte a todo aquel que se atreve a traspasarla. La localización de este importante punto fue secreta hasta el año 2012 cuando se encontró en Turquía. Allí una colosal estatua metálica de Cerbero, el perro de tres cabezas de la mitología griega, guardaba el acceso a una cueva con agua de origen volcánico. Las capas del tiempo no han podido con este ser monstruoso que aún sigue atormentando los temores más profundos de la raza humana.
Por Candela Vizcaíno, Doctora por la Universidad de Sevilla
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El caballero inexistente (1959) forma parte, junto con El barón rampante y El vizconde demediado, de la trilogía de fantasía Nuestros antepasados de Italo Calvino (1923-1985). Esta novela corta está situada en el reinado de Carlomagno (742-814) que es, además, uno de los protagonistas y ambientada en una de las innumerables refriegas contra el ejército musulmán. En ella, en clave de humor irónico y con una prosa limpia, se nos narran las aventuras de un caballero que hablaba, guerreaba y se movía dentro de una impoluta armadura blanca. Con la sátira propia de El Quijote, el autor desmonta el idealismo puro de las novelas de caballería para mostrarnos un protagonista tan perfecto desde el punto de la apariencia y tan hueco en su interior que ni siquiera existía.
Personajes de El caballero inexistente de Italo Calvino
1.- Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Orcos de Corbentraz y Sura, caballero de Selimpia Citerior y Fez. Este es el nombre al que responde el caballero inexistente, extremo admitido y aceptado incluso por él mismo. Este luce una reluciente armadura de color blanco sin ninguna rozadura y se conduce en todo momento con la rigidez de las normas caballerescas sin llegar a empatizar con ninguna de las pasiones o desgracias humanas. A pesar de ser un personaje tan frío y calculador (ya que dentro de la armadura no hay más que aire), su proceder, recto y conforme a las normas, hace que sea el perfecto caballero tanto en la guerra como en las lides del amor. En él lucen todas las características de las novelas de caballería que tienen como protagonista a un aguerrido buscador de aventuras sin más objetivo trascendental. Ese idealismo se acaba cuando el protagonista, como veremos, se da cuenta que su naturaleza y existencia (aunque no es nadie ya que no tiene ni carnalidad) está en entredicho por un malentendido.
2.- Rambaldo de Rosellón, hijo del marqués Gerardo, que aparece por el campo de batalla con la única finalidad de vengar la muerte de su padre a manos de un general musulmán. Es un joven pasional de temperamento sanguíneo que lo mismo cae rendido ante el afán de venganza que ante las mieles del amor. Busca desesperadamente la protección de Agilulfo, ya que, en el fondo, reconoce la problemática de su carácter. A través de sus actos y de su mirada asistimos a la crítica sobre la inutilidad y la estupidez de la guerra.
3.- Gurdulú es un ser simple incapaz de recordar quién es o qué debe hacer con las cosas sencillas. Como Sancho Panza de El Quijote, en esa ingenuidad extrema se esconde una forma sabia de estar en la vida. Por su carácter desordenado y como forma de burlarse de Agilulfo, Carlomagno lo nombra escudero y criado del caballero inexistente.
4.- Teodora, religiosa de la Orden de San Columbano, narradora de la obra y que, al final, nos descubre su verdadera personalidad. A través de sus prolijas descripciones (que, en principio, nos hace creer que son fruto de la imaginación y en realidad provienen de una amplia experiencia de la vida) nos adentra en el mundo religioso de los libros medievales y del día a día de los conventos.
5.- Bradamante, una aguerrida guerrera germana en el ejército de Carlomagno que no tiene reparos en mantener relaciones libres con oficiales o soldados. Se enamora de manera platónica de Agilulfo, aunque, al final de la aventura, se deja llevar por su verdadera naturaleza uniéndose a un hombre de carne y hueso.
6.- Turrismundo, hijo de los duques de Cornualles en busca de su madre Sofronia (que tiene un papel secundario en el libro). Dentro de él habita un descreído de todas las cosas del mundo y, por supuesto, de las normas sociales. Sin embargo, gracias al relato de su vida y a su forma de actuar, logra poner en orden los enredos en los que todos los personajes estaban metidos.
7.- Priscila es una rica viuda dueña de un castillo y empeñada (como en las novelas de caballería) en seducir a todo caballero andante que se adentre por sus dominios. También aparecen, como personajes secundarios, sus sirvientas.
8.- Carlomagno retratado ya anciano y cansado de guerras, soldados, caballeros y tropas. Muestra un espíritu cínico e, incluso, burlón con todos aquellos que se acercan a él.
9.- Miembros de la Orden del Santo Grial, una secta religiosa revestida de una auto concepción de superioridad moral. Sin embargo, se conducen como despiadados asesinos y auténticos violadores.
10.- Los campesinos de la nueva República que se dan cuenta que ellos mismos se valen y se sirven para defenderse de los ataques y, por tanto, no tienen que rendir a ningún señor. Rompen así con todas las normas de vasallaje de la Edad Media.
Resumen de la trama
El ejército de los francos comandados por Carlomagno se enfrentan, en una de sus infinitas e interminables refriegas, contra los musulmanes. Con prosa irónica y cínica la narradora (la monja Teodora) nos va desgranando las inutilidades, estupideces y sinsentidos de guerras que solo sirven para dar carroña a las alimañas. Como caballero dentro de estas tropas sirve Agilulfo luciendo una impoluta armadura blanca y con un comportamiento intachable según las estrictas normas de la caballería. La única pega que se le puede poner es que no existe, ya que dentro de su armadura solo hay aire y una voz hueca. Subsiste, tal como se desgrana en las páginas del libro, por un ideal de servicio a la cristiandad y por una mezcla de fuerza de voluntad y apariencia. Hasta el campamento llegan Rambaldo con su afán de venganza y Turrismundo queriendo desenmascarar la vida superflua (a pesar de la sangre y las batallas) que todos llevan.
Rambaldo, después de ver cumplida su venganza, se enamora de Bradamante, una guerrera de vida libre en el ejército. Esta está prendada de Agilulfo, el caballero inexistente. El status quo es puesto patas arriba por Turrismundo, presentado como hijo de la casa de Cornualles. Este, sin embargo, viene a desenmascarar a Agilulfo, quien fue armado caballero por defender hacía quince años a una joven virgen de nombre Sofronia. Sin embargo, Turrismundo, de veinte años de edad, dice ser hijo de la noble doncella. Por tanto, la hazaña del Agilulfo por la que fue armado caballero no existe como tal y su vida de caballero inexistente deja de tener sentido. Y todo ello narrado con buenas dosis de humor, como si una armadura vacía pudiera tener trascendencia alguna.
Pero lo que se jugaba Agilulfo era mucho más grave. Antes de tropezar con Sofronia agredida por los malhechores y de salvar su pureza, él era un simple guerrero sin nombre dentro de una armadura blanca que vagaba por el mundo a la ventura. O mejor dicho (como pronto se habrá sabido), era una blanca armadura vacía, sin guerrero dentro. Su hazaña en defensa de Sofronia le había dado derecho a ser armado caballero: el caballerazgo de Selempia Citerior estaba vacante en ese momento, y asumió dicho título. Su ingreso en el servicio y todos los reconocimientos, grados, y nombres que después se habían añadido, eran consecuencia de aquel episodio. Si se demostraba la inexistencia de una virginidad en Sofronia salvada por él, también su caballerazgo se haría humo, y todo lo que había hecho después no podría ser reconocido válido para ningún efecto, y todos los nombres y predicados quedaría anulados, con lo que cada una de sus atribuciones se volverían tan inexistentes como su persona.
Ante esta revelación, todos dejan el campamento con objetivos dispares lanzándose a la aventura de los caminos. Llegados al final del libro nos enteramos que Turrismundo y Sofronia no son madre e hijo y que ni siquiera tienen vínculos de sangre. Lo cual les viene estupendamente ya que han tenido relaciones amorosas. La monja Teodora se descubre como Bradamante olvidándose de la perfección del caballero inexistente y corre en busca de la pasión correspondida de Rambaldo. Para Agilulfo no hay una nueva oportunidad, ya que no llega a enterarse de la verdad sobre Sofronia, que verdaderamente era virgen cuando él la rescató de unos bandidos. Su vida deja de tener sentido al no poder defender el fin al que había dedicado esos años dentro de una armadura vacía. Desaparece del todo.
Caballero, habéis resistido mucho tiempo con vuestra sola fuerza de voluntad, habéis conseguido hacerlo siempre todo como si existierais… ¿por qué rendiros de repente? -pero ya no sabe a qué parte dirigirse: la armadura está vacía, no vacía como antes, vacía también de aquel algo que se llamaba el caballero Agilulfo y que ahora se ha disuelto como una gota en el mar.
Breve análisis de El caballero inexistente de Italo Calvino
Aunque la trama puede parecer farragosa, se sigue con fruición gracias al humor que despliega la prosa del autor. El caballero inexistente nos mete de lleno no solo en una versión irónica de las novelas de caballería sino también en las apariencias tan presentes en nuestra sociedad contemporánea. El enredo le sirve al autor para poner sobre la mesa la futilidad de buena parte de las preocupaciones humanas, desde la guerra hasta un amor totalmente idealizado. Agilulfo no solo no existe sino que se mueve por una mezcla de esa fuerza de voluntad que reconoce su amigo y por ideales falaces sin objetivo útil alguno. Los personajes, desde Carlomagno hasta el simple Gurdulú, se conducen, sin hacer autocrítica, por convecciones sociales o por supuestos preceptos morales que no son tales.
La armadura perfecta e impoluta que había lucido Agilulfo, al heredarla Rombaldo, en un par de horas, acaba sucia, abollada y arañada, tal cual hace la vida misma. El idealismo, por tanto, desaparece en cuanto la viste un muchacho pasional, con sus luces y sus sombras, de carne y hueso. Al final de la obra, por tanto, la realidad se nos presenta totalmente distinta. Las apariencias (las máscaras y caretas) han caído y cada uno sigue un camino radicalmente distinto al previsto.
Y, por último, de El caballero inexistente de Italo Calvino, en este siglo XXI de las apariencias, hay que quedarse con eso: en la nadería del que se presenta perfecto y por dentro simplemente luce una asombrosa e infinita nada. Es lectura totalmente recomendable incluso para jóvenes que se abren a la vida adulta.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El caballero inexistente (1959) forma parte, junto con El barón rampante y El vizconde demediado, de la trilogía de fantasía Nuestros antepasados de Italo Calvino (1923-1985). Esta novela corta está situada en el reinado de Carlomagno (742-814) que es, además, uno de los protagonistas y ambientada en una de las innumerables refriegas contra el ejército musulmán. En ella, en clave de humor irónico y con una prosa limpia, se nos narran las aventuras de un caballero que hablaba, guerreaba y se movía dentro de una impoluta armadura blanca. Con la sátira propia de El Quijote, el autor desmonta el idealismo puro de las novelas de caballería para mostrarnos un protagonista tan perfecto desde el punto de la apariencia y tan hueco en su interior que ni siquiera existía.
Personajes de El caballero inexistente de Italo Calvino
1.- Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Orcos de Corbentraz y Sura, caballero de Selimpia Citerior y Fez. Este es el nombre al que responde el caballero inexistente, extremo admitido y aceptado incluso por él mismo. Este luce una reluciente armadura de color blanco sin ninguna rozadura y se conduce en todo momento con la rigidez de las normas caballerescas sin llegar a empatizar con ninguna de las pasiones o desgracias humanas. A pesar de ser un personaje tan frío y calculador (ya que dentro de la armadura no hay más que aire), su proceder, recto y conforme a las normas, hace que sea el perfecto caballero tanto en la guerra como en las lides del amor. En él lucen todas las características de las novelas de caballería que tienen como protagonista a un aguerrido buscador de aventuras sin más objetivo trascendental. Ese idealismo se acaba cuando el protagonista, como veremos, se da cuenta que su naturaleza y existencia (aunque no es nadie ya que no tiene ni carnalidad) está en entredicho por un malentendido.
2.- Rambaldo de Rosellón, hijo del marqués Gerardo, que aparece por el campo de batalla con la única finalidad de vengar la muerte de su padre a manos de un general musulmán. Es un joven pasional de temperamento sanguíneo que lo mismo cae rendido ante el afán de venganza que ante las mieles del amor. Busca desesperadamente la protección de Agilulfo, ya que, en el fondo, reconoce la problemática de su carácter. A través de sus actos y de su mirada asistimos a la crítica sobre la inutilidad y la estupidez de la guerra.
3.- Gurdulú es un ser simple incapaz de recordar quién es o qué debe hacer con las cosas sencillas. Como Sancho Panza de El Quijote, en esa ingenuidad extrema se esconde una forma sabia de estar en la vida. Por su carácter desordenado y como forma de burlarse de Agilulfo, Carlomagno lo nombra escudero y criado del caballero inexistente.
4.- Teodora, religiosa de la Orden de San Columbano, narradora de la obra y que, al final, nos descubre su verdadera personalidad. A través de sus prolijas descripciones (que, en principio, nos hace creer que son fruto de la imaginación y en realidad provienen de una amplia experiencia de la vida) nos adentra en el mundo religioso de los libros medievales y del día a día de los conventos.
5.- Bradamante, una aguerrida guerrera germana en el ejército de Carlomagno que no tiene reparos en mantener relaciones libres con oficiales o soldados. Se enamora de manera platónica de Agilulfo, aunque, al final de la aventura, se deja llevar por su verdadera naturaleza uniéndose a un hombre de carne y hueso.
6.- Turrismundo, hijo de los duques de Cornualles en busca de su madre Sofronia (que tiene un papel secundario en el libro). Dentro de él habita un descreído de todas las cosas del mundo y, por supuesto, de las normas sociales. Sin embargo, gracias al relato de su vida y a su forma de actuar, logra poner en orden los enredos en los que todos los personajes estaban metidos.
7.- Priscila es una rica viuda dueña de un castillo y empeñada (como en las novelas de caballería) en seducir a todo caballero andante que se adentre por sus dominios. También aparecen, como personajes secundarios, sus sirvientas.
8.- Carlomagno retratado ya anciano y cansado de guerras, soldados, caballeros y tropas. Muestra un espíritu cínico e, incluso, burlón con todos aquellos que se acercan a él.
9.- Miembros de la Orden del Santo Grial, una secta religiosa revestida de una auto concepción de superioridad moral. Sin embargo, se conducen como despiadados asesinos y auténticos violadores.
10.- Los campesinos de la nueva República que se dan cuenta que ellos mismos se valen y se sirven para defenderse de los ataques y, por tanto, no tienen que rendir a ningún señor. Rompen así con todas las normas de vasallaje de la Edad Media.
Resumen de la trama
El ejército de los francos comandados por Carlomagno se enfrentan, en una de sus infinitas e interminables refriegas, contra los musulmanes. Con prosa irónica y cínica la narradora (la monja Teodora) nos va desgranando las inutilidades, estupideces y sinsentidos de guerras que solo sirven para dar carroña a las alimañas. Como caballero dentro de estas tropas sirve Agilulfo luciendo una impoluta armadura blanca y con un comportamiento intachable según las estrictas normas de la caballería. La única pega que se le puede poner es que no existe, ya que dentro de su armadura solo hay aire y una voz hueca. Subsiste, tal como se desgrana en las páginas del libro, por un ideal de servicio a la cristiandad y por una mezcla de fuerza de voluntad y apariencia. Hasta el campamento llegan Rambaldo con su afán de venganza y Turrismundo queriendo desenmascarar la vida superflua (a pesar de la sangre y las batallas) que todos llevan.
Rambaldo, después de ver cumplida su venganza, se enamora de Bradamante, una guerrera de vida libre en el ejército. Esta está prendada de Agilulfo, el caballero inexistente. El status quo es puesto patas arriba por Turrismundo, presentado como hijo de la casa de Cornualles. Este, sin embargo, viene a desenmascarar a Agilulfo, quien fue armado caballero por defender hacía quince años a una joven virgen de nombre Sofronia. Sin embargo, Turrismundo, de veinte años de edad, dice ser hijo de la noble doncella. Por tanto, la hazaña del Agilulfo por la que fue armado caballero no existe como tal y su vida de caballero inexistente deja de tener sentido. Y todo ello narrado con buenas dosis de humor, como si una armadura vacía pudiera tener trascendencia alguna.
Pero lo que se jugaba Agilulfo era mucho más grave. Antes de tropezar con Sofronia agredida por los malhechores y de salvar su pureza, él era un simple guerrero sin nombre dentro de una armadura blanca que vagaba por el mundo a la ventura. O mejor dicho (como pronto se habrá sabido), era una blanca armadura vacía, sin guerrero dentro. Su hazaña en defensa de Sofronia le había dado derecho a ser armado caballero: el caballerazgo de Selempia Citerior estaba vacante en ese momento, y asumió dicho título. Su ingreso en el servicio y todos los reconocimientos, grados, y nombres que después se habían añadido, eran consecuencia de aquel episodio. Si se demostraba la inexistencia de una virginidad en Sofronia salvada por él, también su caballerazgo se haría humo, y todo lo que había hecho después no podría ser reconocido válido para ningún efecto, y todos los nombres y predicados quedaría anulados, con lo que cada una de sus atribuciones se volverían tan inexistentes como su persona.
Ante esta revelación, todos dejan el campamento con objetivos dispares lanzándose a la aventura de los caminos. Llegados al final del libro nos enteramos que Turrismundo y Sofronia no son madre e hijo y que ni siquiera tienen vínculos de sangre. Lo cual les viene estupendamente ya que han tenido relaciones amorosas. La monja Teodora se descubre como Bradamante olvidándose de la perfección del caballero inexistente y corre en busca de la pasión correspondida de Rambaldo. Para Agilulfo no hay una nueva oportunidad, ya que no llega a enterarse de la verdad sobre Sofronia, que verdaderamente era virgen cuando él la rescató de unos bandidos. Su vida deja de tener sentido al no poder defender el fin al que había dedicado esos años dentro de una armadura vacía. Desaparece del todo.
Caballero, habéis resistido mucho tiempo con vuestra sola fuerza de voluntad, habéis conseguido hacerlo siempre todo como si existierais… ¿por qué rendiros de repente? -pero ya no sabe a qué parte dirigirse: la armadura está vacía, no vacía como antes, vacía también de aquel algo que se llamaba el caballero Agilulfo y que ahora se ha disuelto como una gota en el mar.
Breve análisis de El caballero inexistente de Italo Calvino
Aunque la trama puede parecer farragosa, se sigue con fruición gracias al humor que despliega la prosa del autor. El caballero inexistente nos mete de lleno no solo en una versión irónica de las novelas de caballería sino también en las apariencias tan presentes en nuestra sociedad contemporánea. El enredo le sirve al autor para poner sobre la mesa la futilidad de buena parte de las preocupaciones humanas, desde la guerra hasta un amor totalmente idealizado. Agilulfo no solo no existe sino que se mueve por una mezcla de esa fuerza de voluntad que reconoce su amigo y por ideales falaces sin objetivo útil alguno. Los personajes, desde Carlomagno hasta el simple Gurdulú, se conducen, sin hacer autocrítica, por convecciones sociales o por supuestos preceptos morales que no son tales.
La armadura perfecta e impoluta que había lucido Agilulfo, al heredarla Rombaldo, en un par de horas, acaba sucia, abollada y arañada, tal cual hace la vida misma. El idealismo, por tanto, desaparece en cuanto la viste un muchacho pasional, con sus luces y sus sombras, de carne y hueso. Al final de la obra, por tanto, la realidad se nos presenta totalmente distinta. Las apariencias (las máscaras y caretas) han caído y cada uno sigue un camino radicalmente distinto al previsto.
Y, por último, de El caballero inexistente de Italo Calvino, en este siglo XXI de las apariencias, hay que quedarse con eso: en la nadería del que se presenta perfecto y por dentro simplemente luce una asombrosa e infinita nada. Es lectura totalmente recomendable incluso para jóvenes que se abren a la vida adulta.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El caballero inexistente de Italo Calvino
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Las gorgonas de la mitología griega eran tres hermanas monstruosas cuyos cuerpos tenían un elemento animal y poderes sobrenaturales que causaban la muerte instantánea. La más famosa de las tres fue Medusa, nacida mortal. Sin embargo, petrificaba a quien osara mirarla. Todas ellas simbolizan lo monstruoso, la oscuridad, la perversión y la destrucción que hay que combatir con la luz de la verdad, el afrontamiento y la valentía. Esta interpretación simbólica no es nueva, ni siquiera a raíz de la puesta en escena de los arquetipos. Ya en la Grecia clásica eran identificadas, junto con las Furias, con la conciencia pervertida, con el lado oscuro de la personalidad. También son conocidas bajo el nombre de Arpías, término que ha entrado en el vocabulario común en español para designar a una mujer de tan mal talante que se acerca a los monstruoso.
Interiorizadas, simbolizan los remordimientos, el sentimiento de culpabilidad, la autodestrucción del que se abandona al sentimiento de una falta considerada como inexpiable.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
¿Quiénes eran las gorgonas de la mitología griega?
Eran tres hermanas monstruosas nacidas de los amores incestuosos de Ceto, diosa de los monstruos marinos, y de su hermano Forcis. Ambos habitaban las profundidades del inframundo marino. Sus hijas, representación de lo monstruoso del alma humana, son inmortales, excepto Medusa quien tiene el poder de la petrificación a través de su mirada. Las tres gorgonas lucen en sus cabellos serpientes peligrosas y prestas a emponzoñar a quien se acerque a ellas. La sangre de las tres tiene propiedades curativas y puede salvar la vida humana pero solo si se extrae de un lado, del derecho. Si se extrae la del izquierdo causa la muerte instantánea. Y todo ello hay que entenderlo al margen del daño que puedan hacer sus otros poderes.
Euriale, una de las gorgonas con colmillos de jabalí que le sobresalían por los labios
Ella es la simbolización de la perversión sexual y así se ha aceptado en todos los estudios tras las investigaciones sobre el inconsciente iniciados por Freud. De hecho, en representaciones posteriores se la ha asimilado a un centauro, los híbridos entre hombre y caballo, símbolos de la lascivia. Su hábitat no era ni los bosques ni las cuevas sino las entrañas de la tierra misma. Por eso, se la podía encontrar en las montañas cuyos santuarios protegía. Era la protectora del Oráculo de Delfos. Es inmortal. Así que aún debe andar rondando los templos paganos de la antigua Grecia llorando amargamente a Medusa, su única hermana mortal.
Esteno, la más compleja de las gorgonas
Su representación es compleja ya que lo mismo es descrita como una auténtica giganta que como una hermosa doncella con manos de bronce y alas de oro. No olvidemos las serpientes de la cabeza. Según la simbología, es la representación de las aberraciones sociales. Su gran fuerza física y emocional hace que, a través de su mirada, paralice a quien se encuentre a su alrededor. Es la protectora de las pitias, las adivinadoras de los oráculos consagrados al dios solar Apolo. También es inmortal y no hay noticia que ningún héroe haya dado cuenta de ella.
Medusa, la más famosa de las gorgonas
Medusa es la hermosa gorgona con la cabeza repleta de serpientes prestas a morder o picar. Quien la mira queda petrificado. Simbólicamente representa la peor de las perversiones, que no es más que la espiritual. Se la identifica con la vanidad, el narcisismo o la arrogancia de quién se cree superior y acaba liquidado cuando mira en el interior de sí. Medusa es el espejo que devuelve la oscuridad del alma humana. Y no lo hace para que esta salga a la luz en un intento de expiación. Es todo lo contrario. Lo que ella devuelve se queda en piedra, en eterna materia inerte.
Es la única de las gorgonas que es mortal y de la que se tiene constancia de su fin. Es vencida por Perseo (hijo de Zeus transformado en lluvia de oro para unirse a Danae, una mortal). Ayudado por el caballo alado Pegaso, logra decapitar a Medusa. Para poder matar a la gorgona, Perseo se protege con un escudo tan brillante que se asemeja a un espejo. En él se refleja Medusa y su misma mirada la petrifica, la paraliza. Inmediatamente, Perseo le corta la cabeza con su espada, un regalo de los dioses. Anoto que en este acto se ha visto una sublimación de la vanidad.
Perseo regala la cabeza decapitada y petrificada de Medusa a Atenea, la diosa virgen de la caza, la civilización y la inteligencia. Ella lo incorpora a su escudo y, como Medusa, logra convertir en piedra a sus enemigos.
Como premio a su valentía es metamorfoseado por Zeus en una constelación. En este sentido, Perseo recibe la misma recompensa que Ariadna, también convertida en constelación, cuyo hilo e inteligencia permitió matar otro monstruo, el minotauro. Se da también la circunstancia que Pegaso, el caballo alado que le ayuda en dicha hazaña, era hijo de Poseidón y de Medusa, aunque otras fuentes señalan a otra gorgona, Euriale, como su madre. Pegaso es el símbolo de la elevación espiritual y de la poesía y si Medusa es la conciencia pervertida, puede considerarse su reverso.
La petrificación simboliza el castigo de la desmesura humana.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Por tanto, las gorgonas de la mitología griega son la simbolización perfecta de la sombra inconsciente, allí donde habitan los monstruos del espíritu humano y que nadie se atreve a mirar. Su sola presencia nos devuelve la realidad oscura de la raza humana. Quizás por eso, estaban vinculadas al dios solar y de la luz, Apolo, cuyos oráculos y templos protegían, aunque fuera a fuerza de matar a quien no cumpliera las normas impuestas.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Las gorgonas de la mitología griega eran tres hermanas monstruosas cuyos cuerpos tenían un elemento animal y poderes sobrenaturales que causaban la muerte instantánea. La más famosa de las tres fue Medusa, nacida mortal. Sin embargo, petrificaba a quien osara mirarla. Todas ellas simbolizan lo monstruoso, la oscuridad, la perversión y la destrucción que hay que combatir con la luz de la verdad, el afrontamiento y la valentía. Esta interpretación simbólica no es nueva, ni siquiera a raíz de la puesta en escena de los arquetipos. Ya en la Grecia clásica eran identificadas, junto con las Furias, con la conciencia pervertida, con el lado oscuro de la personalidad. También son conocidas bajo el nombre de Arpías, término que ha entrado en el vocabulario común en español para designar a una mujer de tan mal talante que se acerca a los monstruoso.
Interiorizadas, simbolizan los remordimientos, el sentimiento de culpabilidad, la autodestrucción del que se abandona al sentimiento de una falta considerada como inexpiable.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
¿Quiénes eran las gorgonas de la mitología griega?
Eran tres hermanas monstruosas nacidas de los amores incestuosos de Ceto, diosa de los monstruos marinos, y de su hermano Forcis. Ambos habitaban las profundidades del inframundo marino. Sus hijas, representación de lo monstruoso del alma humana, son inmortales, excepto Medusa quien tiene el poder de la petrificación a través de su mirada. Las tres gorgonas lucen en sus cabellos serpientes peligrosas y prestas a emponzoñar a quien se acerque a ellas. La sangre de las tres tiene propiedades curativas y puede salvar la vida humana pero solo si se extrae de un lado, del derecho. Si se extrae la del izquierdo causa la muerte instantánea. Y todo ello hay que entenderlo al margen del daño que puedan hacer sus otros poderes.
Euriale, una de las gorgonas con colmillos de jabalí que le sobresalían por los labios
Ella es la simbolización de la perversión sexual y así se ha aceptado en todos los estudios tras las investigaciones sobre el inconsciente iniciados por Freud. De hecho, en representaciones posteriores se la ha asimilado a un centauro, los híbridos entre hombre y caballo, símbolos de la lascivia. Su hábitat no era ni los bosques ni las cuevas sino las entrañas de la tierra misma. Por eso, se la podía encontrar en las montañas cuyos santuarios protegía. Era la protectora del Oráculo de Delfos. Es inmortal. Así que aún debe andar rondando los templos paganos de la antigua Grecia llorando amargamente a Medusa, su única hermana mortal.
Esteno, la más compleja de las gorgonas
Su representación es compleja ya que lo mismo es descrita como una auténtica giganta que como una hermosa doncella con manos de bronce y alas de oro. No olvidemos las serpientes de la cabeza. Según la simbología, es la representación de las aberraciones sociales. Su gran fuerza física y emocional hace que, a través de su mirada, paralice a quien se encuentre a su alrededor. Es la protectora de las pitias, las adivinadoras de los oráculos consagrados al dios solar Apolo. También es inmortal y no hay noticia que ningún héroe haya dado cuenta de ella.
Medusa, la más famosa de las gorgonas
Medusa es la hermosa gorgona con la cabeza repleta de serpientes prestas a morder o picar. Quien la mira queda petrificado. Simbólicamente representa la peor de las perversiones, que no es más que la espiritual. Se la identifica con la vanidad, el narcisismo o la arrogancia de quién se cree superior y acaba liquidado cuando mira en el interior de sí. Medusa es el espejo que devuelve la oscuridad del alma humana. Y no lo hace para que esta salga a la luz en un intento de expiación. Es todo lo contrario. Lo que ella devuelve se queda en piedra, en eterna materia inerte.
Es la única de las gorgonas que es mortal y de la que se tiene constancia de su fin. Es vencida por Perseo (hijo de Zeus transformado en lluvia de oro para unirse a Danae, una mortal). Ayudado por el caballo alado Pegaso, logra decapitar a Medusa. Para poder matar a la gorgona, Perseo se protege con un escudo tan brillante que se asemeja a un espejo. En él se refleja Medusa y su misma mirada la petrifica, la paraliza. Inmediatamente, Perseo le corta la cabeza con su espada, un regalo de los dioses. Anoto que en este acto se ha visto una sublimación de la vanidad.
Perseo regala la cabeza decapitada y petrificada de Medusa a Atenea, la diosa virgen de la caza, la civilización y la inteligencia. Ella lo incorpora a su escudo y, como Medusa, logra convertir en piedra a sus enemigos.
Como premio a su valentía es metamorfoseado por Zeus en una constelación. En este sentido, Perseo recibe la misma recompensa que Ariadna, también convertida en constelación, cuyo hilo e inteligencia permitió matar otro monstruo, el minotauro. Se da también la circunstancia que Pegaso, el caballo alado que le ayuda en dicha hazaña, era hijo de Poseidón y de Medusa, aunque otras fuentes señalan a otra gorgona, Euriale, como su madre. Pegaso es el símbolo de la elevación espiritual y de la poesía y si Medusa es la conciencia pervertida, puede considerarse su reverso.
La petrificación simboliza el castigo de la desmesura humana.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Por tanto, las gorgonas de la mitología griega son la simbolización perfecta de la sombra inconsciente, allí donde habitan los monstruos del espíritu humano y que nadie se atreve a mirar. Su sola presencia nos devuelve la realidad oscura de la raza humana. Quizás por eso, estaban vinculadas al dios solar y de la luz, Apolo, cuyos oráculos y templos protegían, aunque fuera a fuerza de matar a quien no cumpliera las normas impuestas.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Las gorgonas de la mitología griega
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Aunque la leyenda del Gólem sitúa la acción en la Praga del siglo XVI, el personaje ya aparece en los libros medievales cabalísticos. Esto es, el Gólem (también escrito Golem o golem en minúsculas) es un auténtico arquetipo monstruoso procedente del folclore hebrero tradicional. Además, el vocablo ha dado nombre a una criptomoneda contemporánea, a un súper ordenador y a un videojuego. El Gólem es una creación humana, una escultura que, por medios mágicos, cobra vida revolviéndose contra su creador a pesar de que no está dotado ni de inteligencia ni de libertad. Es el símbolo perfecto de la soberbia y sus consecuencias en su afán por asemejarse a la creación divina. El Gólem de la tradición judía, además, advierte sobre los excesos narcisistas. Hoy también se toma, con sus matices, como un paralelo de la inteligencia artificial y los robots que pretenden sustituir lo mejor de la raza humana: el raciocinio, los sentimientos y la toma consciente de decisiones; los tres pilares básicos sobre los que se sostiene la libertad.
La leyenda del Gólem de Praga
Aunque el protagonista aparece incluso en relatos medievales apócrifos, el más conocido es el que sitúa la criatura en la Praga del rabino Judá Leví ben Betzalel. Es este un personaje real nacido en Polonia en 1520 y muerto en la actual capital de Chequia de 1609 donde ejerció como rabino con el sobrenombre de Rabbí Löw. En español aparece como Judá León. No hay constancia de que fuera capaz de crear un engendro como el descrito por la leyenda, pero ciertos hechos sí han sido confirmados por la historiografía contemporánea. Así, los mundos posibles de la ficción se enredan con la realidad complicándonos discernir dónde se encuentran las fronteras entre la invención y lo que realmente sucedió.
Cuenta la leyenda que en tiempos de Rodolfo II (1552-1612) en la corte de Bohemia comenzaron a desaparecer algunos niños cristianos. En la versión más conocida es un solo niño. Poco faltó para que esta comunidad acusara a los judíos de secuestro y asesinato. El rey, para acallar las posibles revueltas, mandó encerrar a los hebreos en un gueto. Allí se encontraba el Rabbí Löw, conocedor de los secretos alquímicos, quien, para librar a su pueblo de esta injusticia y ayudado por otros tres o dos rabinos (depende de las fuentes), se dispuso a crear un Gólem. Con la arcilla del río Moldava crearon una escultura del tamaño de un niño de diez años y escribieron en su frente la palabra “guelem” que puede traducirse como materia viva o vida sin más. Allí, los dos o tres rabinos que acompañaban a Judá Leví realizaron sus conjuros cabalísticos moviéndose siete veces sobre la escultura hasta que ésta, como si hubiera recibido fuego, se puso roja. A continuación, el Rabbí Löw, alzando la Torá, realizó un último conjuro que insufló vida a la materia inerte.
Con esta criatura, que no podía hablar ni sentir y solo obedecía, se dirigieron a la judería. Y allí le ordenaron buscar al niño (o los niños que depende de las versiones) que había desaparecido. Al cabo de una hora apareció con el pequeño sano y salvo y este confesó que fue sus misma familia la que que lo encerró en un sótano para poder acusar injustamente a los judíos.
Con la libertad recobrada, el rabino asignó más tareas al Gólem, como barrer y adecentar la sinagoga o traer agua del río. Sin embargo, la criatura que entendía las órdenes de manera literal, se dedicó a sacar toda el agua posible inundando varias calles. Para colmo de males, la leyenda del Gólem (sean cual sean las fuentes) nos dice que la criatura crecía sin media amenazando con aplastar a todo aquel que se acercara a él. Así, para evitar males mayores, el rabino borró una de las letras de la frente de su creación y ahora decía muerte. Al instante, se convirtió en un montón de arena que fue encerrada con llave en el ático de la sinagoga de Praga y allí sigue hasta el día de hoy.
Otras versiones de la leyenda del Gólem obvia la narración del falso secuestro infantil y nos dice que la criatura fue creada simplemente como un esclavo para ayudar en las penosas tareas del rabino. Sin embargo, todas comienzan y terminan en lo mismo. La criatura es creada del barro, con las palabras mágicas en la frente y tiene que ser destruída por su crecimiento desmesurado y por la amenaza que supone para la comunidad.
El Gólem en la literatura
Aunque el arquetipo pertenece al folclore medieval hebreo, es a partir del siglo XIX, con su gusto por las criaturas monstruosas (Frankenstein de Mary Shelley, Drácula de Bram Stoker o el Jorobado de Notre Dame de Víctor Hugo) cuando la leyenda del Gólem cobra popularidad. El principal estudio sobre esta y otras figuras semejantes es de G.G. Scholem en su obra La cábala y su simbolismo (según la traducción española de 1979). Como el personaje ha sido tratado con una profusión que sobrepasa el objeto de este artículo, nos quedamos con dos obras literarias que ilustran su trascendencia: un fragmento de un poema de Jorge Luis Borges y un acercamiento a la novela homónima de Gustav Meyerink.
1.- Gustav Meyerink (1868-1932) cosechó un notable éxito con su obra Golem publicada en 1915. El Romanticismo había dejado ese gusto por los seres fantasmales o de otro mundo. Y esto se materializó en obras en las que se difuminaba la realidad de la la ficción. Además, el concepto de inconsciente de Freud estaba sobre la mesa y los artistas se afanaban por escribir relatos en los que no había diferencia entre los sueños y la realidad o entre la locura y la cordura. Es en este emplazamiento en el que hay que insertar esta obra que recoge la leyenda del Gólem tradicional adobada con elementos imaginarios extraídos de fantásticos mundos posibles, recovecos de la cábala a la que era aficionado el autor y fantasías oníricas al estilo de simbolismo.
2.- El poema de Borges titulado precisamente Golem y del que reproduzco un fragmento incide en el poder de la palabra. Es la palabra la que da y quita la vida, es la que nos acerca a la obra de Dios. Sin la palabra (de la que carece la criatura) la raza humana no es nada.
…
Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,
La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.
El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.
Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.
(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)
El rabí le explicaba el universo
“esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga.”
Y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.
Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.
….
Significado simbólico de la leyenda del Gólem
El Gólem no habla, obedece de forma literal, no tiene libertad y amenaza con su tamaño creciente. Es una criatura que entra dentro del imaginario de lo monstruoso, de las fuerzas oscuras y de los seres que se encuentran al otro lado de la frontera humana. Su sola presencia nos dice, además, de la soberbia humana ya que, obviando los peligros, se invocan conjuros para competir con la obra de Dios. En palabras de Scholem, que tan bien ha estudio las formas folclóricas hebreas, el Gólem, aunque no sea capaz del mal, ya que solo obedece, su misma creación es de por sí una aberración.
Por desgracia, estas criaturas artificiales crecen muy deprisa y alcanzan la talla de gigantes. El mago escribe entonces sobre la frente la palabra hebrea que significa muerte y el gigante se desmorona al instante y queda reducido a una masa de arcilla inerte. Pero esta masa aplasta a veces bajo su peso al mago imprudente. Si el gigante conserva la palabra vida, su potencia puede provocar las peores catástrofes, pues por sí mismo solo es capaz de malas acciones. Pero un cabalista puede dirigirlo hacia el bien, como también hacia el mal. Un golem sustituye a veces a una persona real, hombre o mujer; o bien recibe la forma de un animal, león, tigre, serpiente… El golem simboliza la creación del hombre, que quiere imitar a Dios creando un ser a su imagen, pero que no consigue con ello más que un ser sin libertad, inclinado al mal, esclavo de sus pasiones. La verdadera vida humana no procede más que de Dios. En un sentido más interno el golem no es sino la imagen de su creador, la imagen de una de sus pasiones que crece y amenaza con aplastarlo. Significa por fin que una creación puede rebasar a su autor, que el hombre no es sino un aprendiz de brujo y que, si hemos de dar crédito a Mefistófeles, “el primer acto es libre en nosotros; somos esclavos del segundo.
G.G. Scholem: La cábala y su simbolismo
A propósito del efecto Gólem
Y, por último, el efecto Gólem es un término utilizado en psicología y en pedagogía para contraponerlo al efecto Pigmalión. Este último toma nombre del mito de Pigmalión y Galatea. Enamorado el rey Pigmalión de una escultura que había realizado él mismo y cuyo nombre era Galatea, la diosa Afrodita (la del amor y la belleza) otorga vida a la obra de arte justo cuando el rey se disponía a abrazarla. El efecto Pigmalión surge a mediados del siglo XX para intentar probar la correlación entre las expectativas puestas en los niños en edad escolar y el éxito que estos logran alcanzar. El efecto Golém, como el de la leyenda, actúa de forma contraria e, incluso, perversa. Al negar las posibilidades de los talentos y las habilidades, la persona queda anulada y le es más difícil desarrollar habilidades o conocimientos.
La leyenda del Gólem de Praga (o las versiones más antiguas de la misma) nos puede servir, también, como símbolo contemporáneo de los supuestos peligros de la inteligencia artificial, ya que nunca la raza humana ha estado tan cerca de crear vida desde la materia inerte.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Aunque la leyenda del Gólem sitúa la acción en la Praga del siglo XVI, el personaje ya aparece en los libros medievales cabalísticos. Esto es, el Gólem (también escrito Golem o golem en minúsculas) es un auténtico arquetipo monstruoso procedente del folclore hebrero tradicional. Además, el vocablo ha dado nombre a una criptomoneda contemporánea, a un súper ordenador y a un videojuego. El Gólem es una creación humana, una escultura que, por medios mágicos, cobra vida revolviéndose contra su creador a pesar de que no está dotado ni de inteligencia ni de libertad. Es el símbolo perfecto de la soberbia y sus consecuencias en su afán por asemejarse a la creación divina. El Gólem de la tradición judía, además, advierte sobre los excesos narcisistas. Hoy también se toma, con sus matices, como un paralelo de la inteligencia artificial y los robots que pretenden sustituir lo mejor de la raza humana: el raciocinio, los sentimientos y la toma consciente de decisiones; los tres pilares básicos sobre los que se sostiene la libertad.
La leyenda del Gólem de Praga
Aunque el protagonista aparece incluso en relatos medievales apócrifos, el más conocido es el que sitúa la criatura en la Praga del rabino Judá Leví ben Betzalel. Es este un personaje real nacido en Polonia en 1520 y muerto en la actual capital de Chequia de 1609 donde ejerció como rabino con el sobrenombre de Rabbí Löw. En español aparece como Judá León. No hay constancia de que fuera capaz de crear un engendro como el descrito por la leyenda, pero ciertos hechos sí han sido confirmados por la historiografía contemporánea. Así, los mundos posibles de la ficción se enredan con la realidad complicándonos discernir dónde se encuentran las fronteras entre la invención y lo que realmente sucedió.
Cuenta la leyenda que en tiempos de Rodolfo II (1552-1612) en la corte de Bohemia comenzaron a desaparecer algunos niños cristianos. En la versión más conocida es un solo niño. Poco faltó para que esta comunidad acusara a los judíos de secuestro y asesinato. El rey, para acallar las posibles revueltas, mandó encerrar a los hebreos en un gueto. Allí se encontraba el Rabbí Löw, conocedor de los secretos alquímicos, quien, para librar a su pueblo de esta injusticia y ayudado por otros tres o dos rabinos (depende de las fuentes), se dispuso a crear un Gólem. Con la arcilla del río Moldava crearon una escultura del tamaño de un niño de diez años y escribieron en su frente la palabra “guelem” que puede traducirse como materia viva o vida sin más. Allí, los dos o tres rabinos que acompañaban a Judá Leví realizaron sus conjuros cabalísticos moviéndose siete veces sobre la escultura hasta que ésta, como si hubiera recibido fuego, se puso roja. A continuación, el Rabbí Löw, alzando la Torá, realizó un último conjuro que insufló vida a la materia inerte.
Con esta criatura, que no podía hablar ni sentir y solo obedecía, se dirigieron a la judería. Y allí le ordenaron buscar al niño (o los niños que depende de las versiones) que había desaparecido. Al cabo de una hora apareció con el pequeño sano y salvo y este confesó que fue sus misma familia la que que lo encerró en un sótano para poder acusar injustamente a los judíos.
Con la libertad recobrada, el rabino asignó más tareas al Gólem, como barrer y adecentar la sinagoga o traer agua del río. Sin embargo, la criatura que entendía las órdenes de manera literal, se dedicó a sacar toda el agua posible inundando varias calles. Para colmo de males, la leyenda del Gólem (sean cual sean las fuentes) nos dice que la criatura crecía sin media amenazando con aplastar a todo aquel que se acercara a él. Así, para evitar males mayores, el rabino borró una de las letras de la frente de su creación y ahora decía muerte. Al instante, se convirtió en un montón de arena que fue encerrada con llave en el ático de la sinagoga de Praga y allí sigue hasta el día de hoy.
Otras versiones de la leyenda del Gólem obvia la narración del falso secuestro infantil y nos dice que la criatura fue creada simplemente como un esclavo para ayudar en las penosas tareas del rabino. Sin embargo, todas comienzan y terminan en lo mismo. La criatura es creada del barro, con las palabras mágicas en la frente y tiene que ser destruída por su crecimiento desmesurado y por la amenaza que supone para la comunidad.
El Gólem en la literatura
Aunque el arquetipo pertenece al folclore medieval hebreo, es a partir del siglo XIX, con su gusto por las criaturas monstruosas (Frankenstein de Mary Shelley, Drácula de Bram Stoker o el Jorobado de Notre Dame de Víctor Hugo) cuando la leyenda del Gólem cobra popularidad. El principal estudio sobre esta y otras figuras semejantes es de G.G. Scholem en su obra La cábala y su simbolismo (según la traducción española de 1979). Como el personaje ha sido tratado con una profusión que sobrepasa el objeto de este artículo, nos quedamos con dos obras literarias que ilustran su trascendencia: un fragmento de un poema de Jorge Luis Borges y un acercamiento a la novela homónima de Gustav Meyerink.
1.- Gustav Meyerink (1868-1932) cosechó un notable éxito con su obra Golem publicada en 1915. El Romanticismo había dejado ese gusto por los seres fantasmales o de otro mundo. Y esto se materializó en obras en las que se difuminaba la realidad de la la ficción. Además, el concepto de inconsciente de Freud estaba sobre la mesa y los artistas se afanaban por escribir relatos en los que no había diferencia entre los sueños y la realidad o entre la locura y la cordura. Es en este emplazamiento en el que hay que insertar esta obra que recoge la leyenda del Gólem tradicional adobada con elementos imaginarios extraídos de fantásticos mundos posibles, recovecos de la cábala a la que era aficionado el autor y fantasías oníricas al estilo de simbolismo.
2.- El poema de Borges titulado precisamente Golem y del que reproduzco un fragmento incide en el poder de la palabra. Es la palabra la que da y quita la vida, es la que nos acerca a la obra de Dios. Sin la palabra (de la que carece la criatura) la raza humana no es nada.
…
Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,
La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.
El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.
Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.
(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)
El rabí le explicaba el universo
“esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga.”
Y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.
Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.
….
Significado simbólico de la leyenda del Gólem
El Gólem no habla, obedece de forma literal, no tiene libertad y amenaza con su tamaño creciente. Es una criatura que entra dentro del imaginario de lo monstruoso, de las fuerzas oscuras y de los seres que se encuentran al otro lado de la frontera humana. Su sola presencia nos dice, además, de la soberbia humana ya que, obviando los peligros, se invocan conjuros para competir con la obra de Dios. En palabras de Scholem, que tan bien ha estudio las formas folclóricas hebreas, el Gólem, aunque no sea capaz del mal, ya que solo obedece, su misma creación es de por sí una aberración.
Por desgracia, estas criaturas artificiales crecen muy deprisa y alcanzan la talla de gigantes. El mago escribe entonces sobre la frente la palabra hebrea que significa muerte y el gigante se desmorona al instante y queda reducido a una masa de arcilla inerte. Pero esta masa aplasta a veces bajo su peso al mago imprudente. Si el gigante conserva la palabra vida, su potencia puede provocar las peores catástrofes, pues por sí mismo solo es capaz de malas acciones. Pero un cabalista puede dirigirlo hacia el bien, como también hacia el mal. Un golem sustituye a veces a una persona real, hombre o mujer; o bien recibe la forma de un animal, león, tigre, serpiente… El golem simboliza la creación del hombre, que quiere imitar a Dios creando un ser a su imagen, pero que no consigue con ello más que un ser sin libertad, inclinado al mal, esclavo de sus pasiones. La verdadera vida humana no procede más que de Dios. En un sentido más interno el golem no es sino la imagen de su creador, la imagen de una de sus pasiones que crece y amenaza con aplastarlo. Significa por fin que una creación puede rebasar a su autor, que el hombre no es sino un aprendiz de brujo y que, si hemos de dar crédito a Mefistófeles, “el primer acto es libre en nosotros; somos esclavos del segundo.
G.G. Scholem: La cábala y su simbolismo
A propósito del efecto Gólem
Y, por último, el efecto Gólem es un término utilizado en psicología y en pedagogía para contraponerlo al efecto Pigmalión. Este último toma nombre del mito de Pigmalión y Galatea. Enamorado el rey Pigmalión de una escultura que había realizado él mismo y cuyo nombre era Galatea, la diosa Afrodita (la del amor y la belleza) otorga vida a la obra de arte justo cuando el rey se disponía a abrazarla. El efecto Pigmalión surge a mediados del siglo XX para intentar probar la correlación entre las expectativas puestas en los niños en edad escolar y el éxito que estos logran alcanzar. El efecto Golém, como el de la leyenda, actúa de forma contraria e, incluso, perversa. Al negar las posibilidades de los talentos y las habilidades, la persona queda anulada y le es más difícil desarrollar habilidades o conocimientos.
La leyenda del Gólem de Praga (o las versiones más antiguas de la misma) nos puede servir, también, como símbolo contemporáneo de los supuestos peligros de la inteligencia artificial, ya que nunca la raza humana ha estado tan cerca de crear vida desde la materia inerte.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Leyenda del Gólem
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El mito de Pigmalión y Galatea está recogido en las Metamorfosis de Ovidio, uno de los pilares de la literatura clásica (griega y romana) junto con la Ilíada y la Odisea de Homero. Aunque se repite que Pigmalión era un rey griego, las últimas investigaciones nos dicen que procedía de Chipre. Esta fábula ha dado nombre al conocido en psicología y pedagogía como Efecto Pigmalión.
El mito de Pigmalión y Galatea
Pigmalión era el triste y solitario rey de Chipre, ya que no conseguía encontrar esposa adecuada. No acababa de cuadrarle ninguna mortal aristocrática que se adaptara a sus gustos y sensibilidad artística. Consideraba a todas las féminas chismosas y superficiales. Este misógino en potencia escondía en su fuero interno un alma delicada con afán de trascendencia. Por eso, se dio por vencido y se dedicó de lleno a una de sus pasiones: la escultura. Así pasaban los días en su taller hasta que logró esculpir en un bello mármol blanco una sublime escultura femenina. Tal era la hermosura de dicha estatua que Pigmalión le puso el nombre de Galatea (ahora volveremos sobre ella para no confundirla). Además, como intentaba espantar las moscas de la soledad, le hablaba a diario acabando enamorándose de su creación. El desgraciado se sentía acompañado por su obra mucho más que con mujer de carne y hueso. Así que a ese objeto inerte le confiaba todas sus penas. La escultura, como cosa inanimada que era, no mostraba gesto alguno.
Sin embargo, un buen día, la diosa Afrodita, la del amor, apiadada de la soledad y el terrible dolor anímico de Pigmalión le propuso concederle un deseo. El rey le pidió la vida para Galatea. Y así lo hizo la diosa no sin antes incendiar todo el taller como pago por tamaño regalo. Llegados a este punto las fuentes difieren y en otras se apuntan a que Afrodita, sin mediar palabra, cuando Pigmalión fue a abrazar la escultura, unas lágrimas se resbalaron por su rostro insuflando vida a la creación que, en ese momento, besó al desdichado rey. Sea cual sea la versión clásica, todas empiezan y acaban en el mismo punto. Galatea, una escultura obra de un rey artista y solitario, gracias a la intercesión de la diosa Afrodita, toma vida. Retazos de libros medievales incluso apuntan a que ambos fueron padres de un hijo y una hija.
En cuanto a Galatea, no hay que confundirla con la de la fábula del gigante Polifemo (el que tenía un solo ojo) recurrente en la literatura clásica e, incluso, en la occidental. Ambos, por poner un solo ejemplo, son los protagonistas de una de las obras de Luis de Góngora. La ninfa del poeta barroco nada tiene que ver con la escultura que Afrodita dio vida. Simplemente comparten nombre.
El sentido simbólico de Pigmalión y Galatea
Pigmalión es la representación de esas almas exquisitas y sublimes enfrascadas en una carrera constante por una perfección imposible de encontrar en las cosas del mundo. La búsqueda se vuelve tan infructuosa que el único camino que encuentran es el refugio en la creación artística. La belleza, por tanto, no se encuentra en la naturaleza sino en la obra del hombre. Y, por supuesto, con la ayuda de los dioses, ya sea por medio de la inspiración, el talento o una combinación de estos dones.
Galatea se encuentra al otro lado de la frontera de la vida. Es una cosa inerte. Sin embargo, se convierte en una mujer por mediación del amor, de la pasión o del deseo, que todas estas versiones podemos encontrar en el mito.
Esa transformación de la obra de arte en un ser vivo (con dones superiores a los ofrecidos por la naturaleza misma) fue recurrente entre los artistas desde el Renacimiento, cuando se vuelve a la cultura clásica. Sin embargo, el mito de Pigmalión y Galatea ha tomado relevancia en el siglo XX a partir de una obra de teatro y de posteriores estudios en el ámbito de la psicología y de la incipiente pedagogía. George Bernard Shaw (1856-1950) estrena en 1913 una obra de teatro con el título de Pigmalión. Posteriormente, la misma fue adaptada al cine por George Cukor (1899-1983) bajo el título de My Fair Lady (1964) con Audry Hepburn (1929-1993) como protagonista. Esta obra contemporánea nos muestra un aspecto distinto del mito ya que Eliza (trasunto de Galatea) es transformada, no por la intercesión de los dioses, sino por un método formativo y educativo creado por el Profesor Henry Higgins (trasunto del artista Pigmalión). Esto es, el rey artista ha devenido en un científico (un lingüista) y la escultura es una muchacha de clase baja sin instrucción que puede competir en talento, saber estar y belleza con los miembros de la clasista élite inglesa. Es en este sentido en el que hay que entender los estudios posteriores en el ámbito de la psicología y la pedagogía.
El efecto Pigmalión
El efecto Pigmalión comenzó a estudiarse a partir de los años cincuenta del siglo XX cuando una serie de educadores y psicólogos apuntaron a que los rendimientos escolares estaban condicionados por las perspectivas de éxito y fracaso que se ponían sobre los pequeños. Esto es, los prejuicios (tanto en sentido positivo como negativo) haría que un alumno rindiera más o menos. El efecto Pigmalión, además, puede decirse que es la base del coaching contemporáneo que pone el foco en una sana autoestima y en el autoconocimiento para que las circunstancias externas no condicionen las opciones de plenitud.
Aunque pueda parecer complejo, el efecto Pigmalión nos viene a poner en evidencia que hay una correlación entre lo que se espera de un individuo concreto (especialmente de un niño) y los resultados que llega a obtener para sí y para la sociedad. Así, si una familia pone el foco en la obligatoriedad de una educación universitaria, ese niño o niña (aunque venga al mundo con una inteligencia mediocre) tendrá muchas probabilidades de alcanzar ese hito en su vida. Por el contrario, en entornos conformistas se estará machacando a la criatura con metas de poca altura que serán las que, a la postre, llegue a obtener. Estas familias no se preocuparán por crear en sus retoños, no ya una obra de arte, tal como nos cuenta el mito de Pigmalión o Galatea, sino que impedirán (las más de las veces por desconocimiento más que por desidia) que salga a la luz la mejor versión de sus vástagos.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El mito de Pigmalión y Galatea está recogido en las Metamorfosis de Ovidio, uno de los pilares de la literatura clásica (griega y romana) junto con la Ilíada y la Odisea de Homero. Aunque se repite que Pigmalión era un rey griego, las últimas investigaciones nos dicen que procedía de Chipre. Esta fábula ha dado nombre al conocido en psicología y pedagogía como Efecto Pigmalión.
El mito de Pigmalión y Galatea
Pigmalión era el triste y solitario rey de Chipre, ya que no conseguía encontrar esposa adecuada. No acababa de cuadrarle ninguna mortal aristocrática que se adaptara a sus gustos y sensibilidad artística. Consideraba a todas las féminas chismosas y superficiales. Este misógino en potencia escondía en su fuero interno un alma delicada con afán de trascendencia. Por eso, se dio por vencido y se dedicó de lleno a una de sus pasiones: la escultura. Así pasaban los días en su taller hasta que logró esculpir en un bello mármol blanco una sublime escultura femenina. Tal era la hermosura de dicha estatua que Pigmalión le puso el nombre de Galatea (ahora volveremos sobre ella para no confundirla). Además, como intentaba espantar las moscas de la soledad, le hablaba a diario acabando enamorándose de su creación. El desgraciado se sentía acompañado por su obra mucho más que con mujer de carne y hueso. Así que a ese objeto inerte le confiaba todas sus penas. La escultura, como cosa inanimada que era, no mostraba gesto alguno.
Sin embargo, un buen día, la diosa Afrodita, la del amor, apiadada de la soledad y el terrible dolor anímico de Pigmalión le propuso concederle un deseo. El rey le pidió la vida para Galatea. Y así lo hizo la diosa no sin antes incendiar todo el taller como pago por tamaño regalo. Llegados a este punto las fuentes difieren y en otras se apuntan a que Afrodita, sin mediar palabra, cuando Pigmalión fue a abrazar la escultura, unas lágrimas se resbalaron por su rostro insuflando vida a la creación que, en ese momento, besó al desdichado rey. Sea cual sea la versión clásica, todas empiezan y acaban en el mismo punto. Galatea, una escultura obra de un rey artista y solitario, gracias a la intercesión de la diosa Afrodita, toma vida. Retazos de libros medievales incluso apuntan a que ambos fueron padres de un hijo y una hija.
En cuanto a Galatea, no hay que confundirla con la de la fábula del gigante Polifemo (el que tenía un solo ojo) recurrente en la literatura clásica e, incluso, en la occidental. Ambos, por poner un solo ejemplo, son los protagonistas de una de las obras de Luis de Góngora. La ninfa del poeta barroco nada tiene que ver con la escultura que Afrodita dio vida. Simplemente comparten nombre.
El sentido simbólico de Pigmalión y Galatea
Pigmalión es la representación de esas almas exquisitas y sublimes enfrascadas en una carrera constante por una perfección imposible de encontrar en las cosas del mundo. La búsqueda se vuelve tan infructuosa que el único camino que encuentran es el refugio en la creación artística. La belleza, por tanto, no se encuentra en la naturaleza sino en la obra del hombre. Y, por supuesto, con la ayuda de los dioses, ya sea por medio de la inspiración, el talento o una combinación de estos dones.
Galatea se encuentra al otro lado de la frontera de la vida. Es una cosa inerte. Sin embargo, se convierte en una mujer por mediación del amor, de la pasión o del deseo, que todas estas versiones podemos encontrar en el mito.
Esa transformación de la obra de arte en un ser vivo (con dones superiores a los ofrecidos por la naturaleza misma) fue recurrente entre los artistas desde el Renacimiento, cuando se vuelve a la cultura clásica. Sin embargo, el mito de Pigmalión y Galatea ha tomado relevancia en el siglo XX a partir de una obra de teatro y de posteriores estudios en el ámbito de la psicología y de la incipiente pedagogía. George Bernard Shaw (1856-1950) estrena en 1913 una obra de teatro con el título de Pigmalión. Posteriormente, la misma fue adaptada al cine por George Cukor (1899-1983) bajo el título de My Fair Lady (1964) con Audry Hepburn (1929-1993) como protagonista. Esta obra contemporánea nos muestra un aspecto distinto del mito ya que Eliza (trasunto de Galatea) es transformada, no por la intercesión de los dioses, sino por un método formativo y educativo creado por el Profesor Henry Higgins (trasunto del artista Pigmalión). Esto es, el rey artista ha devenido en un científico (un lingüista) y la escultura es una muchacha de clase baja sin instrucción que puede competir en talento, saber estar y belleza con los miembros de la clasista élite inglesa. Es en este sentido en el que hay que entender los estudios posteriores en el ámbito de la psicología y la pedagogía.
El efecto Pigmalión
El efecto Pigmalión comenzó a estudiarse a partir de los años cincuenta del siglo XX cuando una serie de educadores y psicólogos apuntaron a que los rendimientos escolares estaban condicionados por las perspectivas de éxito y fracaso que se ponían sobre los pequeños. Esto es, los prejuicios (tanto en sentido positivo como negativo) haría que un alumno rindiera más o menos. El efecto Pigmalión, además, puede decirse que es la base del coaching contemporáneo que pone el foco en una sana autoestima y en el autoconocimiento para que las circunstancias externas no condicionen las opciones de plenitud.
Aunque pueda parecer complejo, el efecto Pigmalión nos viene a poner en evidencia que hay una correlación entre lo que se espera de un individuo concreto (especialmente de un niño) y los resultados que llega a obtener para sí y para la sociedad. Así, si una familia pone el foco en la obligatoriedad de una educación universitaria, ese niño o niña (aunque venga al mundo con una inteligencia mediocre) tendrá muchas probabilidades de alcanzar ese hito en su vida. Por el contrario, en entornos conformistas se estará machacando a la criatura con metas de poca altura que serán las que, a la postre, llegue a obtener. Estas familias no se preocuparán por crear en sus retoños, no ya una obra de arte, tal como nos cuenta el mito de Pigmalión o Galatea, sino que impedirán (las más de las veces por desconocimiento más que por desidia) que salga a la luz la mejor versión de sus vástagos.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Pigmalión y Galatea
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El vizconde demediado (1952) de Italo Calvino (1923-1985) es una de las obras de la colección Nuestros Antepasados. En ella se aborda, en clave de humor, a pesar de los hechos trágicos que se narran, las luces y las sombras inherentes a la naturaleza humana. El protagonista es Medardo de Torralba, un joven noble italiano enfrentado a una brutal prueba. La acción tiene lugar en un momento histórico indeterminado que, por las características del relato, podría estar situado en Italia entre el siglo XV y el XVII.
Personajes de El vizconde demediado
1.- El narrador, sobrino del protagonista, del que no conocemos su nombre. Actúa como una voz omnisciente. De él sabemos que es un individuo fronterizo, ya que es el único hijo de la hermana mayor de Medardo. Esta es calificada como una descarriada, como una mujer que quiso saltarse las normas. Al quedarse huérfano, fue acogido por la familia de una manera un poco desordenada y negligente, ya que nadie se ocupó de su educación. No pertenece a lugar alguno. Por eso, se mueve con libertad en todos los emplazamientos de la obra e interactuando con todos los personajes sean estos de la condición social que sean. Es, de alguna manera, aceptado por todos sin pertenecer a ninguna de las familias.
2.- Medardo de Torralba, el vizconde demediado y debido a una acción de guerra, convertido en dos personas. Contamos su aventura en el resumen posterior. Es el protagonista de la obra de Calvino.
3- Doctor Trelawney, médico entrado en años, de origen inglés (esto es, un forastero) de ánimo cobarde que demuestra talento científico, el mismo que, al final de la obra, salva al protagonista o a los protagonistas. Y eso a pesar del poco arrojo del personaje.
4.- Pamela, una rústica pastora objeto de los amores de los “dos vizcondes”. A pesar de presentarse como una joven sencilla y simple, hace gala de buenas dosis de inteligencia emocional a lo largo de la obra.
5.- Sebastiana, la nodriza y, como el narrador, un personaje independiente y transfronterizo. Es independiente y de criterio propio, el cual no abandona bajo ninguna circunstancia.
6.- El maestro Pietrochiodo, artesano creador y simbolización de los trabajadores del castillo.
7.- Ezequiel, jefe de los hugonotes, apartados del resto de los habitantes del pueblo. Se rigen por una estricta religiosidad sin base en los preceptos de La Biblia, libro que ni siquiera poseen ni leen.
8.- Galateo, el leproso intermediario entre las gentes del pueblo y la leprosería, comunidad al margen de las leyes sociales.
Resumen de El vizconde demediado de Italo Calvino
Medardo de Torralba es un joven noble italiano que parte a la guerra. Nada más llegar, debido a la inexperiencia y a su espíritu imprudente, es herido de gravedad. Es recogido por los médicos militares quienes solo pueden salvar del muchacho una sola mitad. El resto ha desaparecido entre los despojos de la batalla. De esta guisa regresa a su pueblo natal donde todos le esperan. Entre ellos su padre ansía su regreso, aunque muere de pena inmediatamente al percatarse (antes que nadie) de la naturaleza maligna que la guerra ha dejado en su hijo.
Muy pronto, Medardo da muestras de una crueldad extrema ajusticiando a diestro y a siniestro sin miramientos. Encarga al maestro Pietrochiodo la creación de nuevos inventos de tortura y muerte. El artesano, a pesar de que está orgulloso de sus obras, se duele por el fin de las mismas confesándole al sobrino de Medardo, el muchacho narrador de la trama, sus contradicciones emocionales. Medardo va causando dolor gratuito allí por donde pasa y, además, deja una firma característica: plantas, flores y animales aparecen, como él, partidos por la mitad.
El único lugar que está a salvo de la violencia del vizconde es la leprosería, donde envía a la nodriza Sebastiana por haberse atrevido a recriminarle su actitud. La mujer, inteligente y libre, gracias a sus conocimientos sobre las plantas medicinales, logra salir indemne de la enfermedad. Calvino, con ironía y maestría nos retrata, el ambiente libertino entre los miembros de la leprosería que viven ajenos a las normas sociales y de la caridad de las gentes del pueblo. También, con sorna, nos introduce en la asfixiante comunidad de hugonotes que se rigen por estrictos preceptos bíblicos sin base alguna, ya que no poseen ni leen un solo libro, ni siquiera la Biblia a la que dicen obedecer.
Este estado de cosas se ve alterado cuando Medardo se queda prendado de Pamela, una rústica pastora, que hace gala de una natural inteligencia emocional. Paralelamente, parece que un nuevo Medardo se muestra ante su gente. Es este bondad extrema, sencillo, humilde y se conduce como un pordiosero. Es Pamela la que se da cuenta que este nuevo Medardo es la otra mitad del vizconde demediado que se quedó olvidada en el campo de batalla. Si el primero que llegó a Torralba solo tenía la parte mala, este (cuidado por unos monjes) lleva en sí todo lo bueno. Sin embargo, las cosas no son tan fáciles, ya que este nuevo Medardo, queriendo impartir justicia, se inmiscuye en el status quo de todas las comunidades, alterándolas y generando malestar entre sus habitantes.
Este nuevo Medardo también se enamora de Pamela e intenta casarse con ella. El rifirrafe con su otro yo está servido y, además, en la misma iglesia. Llega un punto que ambos acuerdan que la única manera que tienen de desenredar el entuerto es batirse en duelo. Y aquí entra el borrachuzo y cobarde Doctor Trelawney. Era, según nuestro narrador, un médico aprensivo que aborrecía la sangre. Sin embargo, disfrutaba con el estudio y la innovación científica. Desde que llegó el segundo Medardo, la otra parte del vizconde demediado, estuvo en secreto investigando. Así, el día del duelo se presenta con todo el instrumental a su disposición y muchas gasas. Heridos ambos Medardo por la cicatriz que los mantenía separados, el buen doctor se la ingenia para coserlos y unirlos de nuevo. Así, al cabo de los días, la sangre buena se mezcla con la mala dando como resultado un ser único, sin partir, y con las luces y sombras inherentes a todos los miembros de la raza humana.
Sobre el bien y el mal en la naturaleza humana según la obra
El vizconde demediado de Italo Calvino nos adentra en la temática de la dualidad espiritual, en la oscuridad y la luz que habita en el interior del ser humano. Aunque la narración nos previene, incluso, de los precipicios peligrosos a los que pueden llevar las, a priori, buenas acciones, este corto relato tiene un final feliz. Y este no es otro que la unión de las dos partes: la luminosa y la oscura, el bien (que había caído en la mendicidad y que se entrometía en la vida cotidiana de todos los habitantes de la aldea causando malestar) y el mal que, desde el principio, acusaba crueldad extrema. La única manera de vivir en un término de recta justicia es unir esas dos partes que, en la obra, aparecen como dos personajes distintos, aunque no lo sean. Es Pamela la que se da cuenta de que hay dos vizcondes con naturalezas antagónicas cuando todos habían caído en la confusión.
- Me encanta que estés alegre, muchacha -dijo el vizconde- pero, ¿por qué te ríes?, si se me permite la pregunta.
- Río porque he comprendido lo que trae locos a todos mis paisanos.
- ¿Qué?
- Que sois un poco bueno y un poco malo. Ahora todo es natural.
- ¿Y por qué?
- Porque me he dado cuenta de que sois la otra mitad. El vizconde que vive en el castillo, el malo, es una mitad. Y vos sois la otra mitad, que se creía perdida en la guerra y que ahora ha regresado. Es una mitad buena.
Y el otro tema (paralelo) de la obra se adentra en la unicidad de la persona. Todos somos únicos e irrepetibles. Si es así: ¿quiénes somos cuando se nos extirpa una parte importante de nuestro espíritu? Durante la refriega en la iglesia, las dos partes del desdichado vizconde demediado se arrogan ser el auténtico Medardo. Sin embargo, no hay ninguno que sea el que partió (entero) a la guerra. Ambos son esa persona y ninguno de ellos (partidos y divididos) pueden ser el auténtico señor de Torralba. La disputa solo podía arreglarla un médico extranjero que llegó al pueblo por casualidad y, como alguien que toma distancia, entendió la problemática y puso la solución.
Y en estas, por el fondo de la nave, sosteniéndose en su muleta, entró el vizconde, con el traje nuevo de terciopelo con bullones empapado en agua y roto, y dijo:
-Medardo de Torralba soy yo y Pamela es mi mujer.
El Bueno renqueó hacia él.
-No, el Medardo que se ha casado con Pamela soy yo.
El Doliente tiró la muleta y echó mano a la espada. Al Bueno no le quedaba más remedio que hacer otro tanto.
El vizconde demediado de Italo Calvino es una obra clásica que nos dice, con un estilo directo, sencillo, irónico y, a veces, hasta cínico de los límites de la naturaleza humana. Para que exista luz en nuestro espíritu tenemos que reconocer y aceptar la sombra. De lo contrario, deviene el caos y la violencia que ambos Medardo derramaban por su pueblo.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El vizconde demediado (1952) de Italo Calvino (1923-1985) es una de las obras de la colección Nuestros Antepasados. En ella se aborda, en clave de humor, a pesar de los hechos trágicos que se narran, las luces y las sombras inherentes a la naturaleza humana. El protagonista es Medardo de Torralba, un joven noble italiano enfrentado a una brutal prueba. La acción tiene lugar en un momento histórico indeterminado que, por las características del relato, podría estar situado en Italia entre el siglo XV y el XVII.
Personajes de El vizconde demediado
1.- El narrador, sobrino del protagonista, del que no conocemos su nombre. Actúa como una voz omnisciente. De él sabemos que es un individuo fronterizo, ya que es el único hijo de la hermana mayor de Medardo. Esta es calificada como una descarriada, como una mujer que quiso saltarse las normas. Al quedarse huérfano, fue acogido por la familia de una manera un poco desordenada y negligente, ya que nadie se ocupó de su educación. No pertenece a lugar alguno. Por eso, se mueve con libertad en todos los emplazamientos de la obra e interactuando con todos los personajes sean estos de la condición social que sean. Es, de alguna manera, aceptado por todos sin pertenecer a ninguna de las familias.
2.- Medardo de Torralba, el vizconde demediado y debido a una acción de guerra, convertido en dos personas. Contamos su aventura en el resumen posterior. Es el protagonista de la obra de Calvino.
3- Doctor Trelawney, médico entrado en años, de origen inglés (esto es, un forastero) de ánimo cobarde que demuestra talento científico, el mismo que, al final de la obra, salva al protagonista o a los protagonistas. Y eso a pesar del poco arrojo del personaje.
4.- Pamela, una rústica pastora objeto de los amores de los “dos vizcondes”. A pesar de presentarse como una joven sencilla y simple, hace gala de buenas dosis de inteligencia emocional a lo largo de la obra.
5.- Sebastiana, la nodriza y, como el narrador, un personaje independiente y transfronterizo. Es independiente y de criterio propio, el cual no abandona bajo ninguna circunstancia.
6.- El maestro Pietrochiodo, artesano creador y simbolización de los trabajadores del castillo.
7.- Ezequiel, jefe de los hugonotes, apartados del resto de los habitantes del pueblo. Se rigen por una estricta religiosidad sin base en los preceptos de La Biblia, libro que ni siquiera poseen ni leen.
8.- Galateo, el leproso intermediario entre las gentes del pueblo y la leprosería, comunidad al margen de las leyes sociales.
Resumen de El vizconde demediado de Italo Calvino
Medardo de Torralba es un joven noble italiano que parte a la guerra. Nada más llegar, debido a la inexperiencia y a su espíritu imprudente, es herido de gravedad. Es recogido por los médicos militares quienes solo pueden salvar del muchacho una sola mitad. El resto ha desaparecido entre los despojos de la batalla. De esta guisa regresa a su pueblo natal donde todos le esperan. Entre ellos su padre ansía su regreso, aunque muere de pena inmediatamente al percatarse (antes que nadie) de la naturaleza maligna que la guerra ha dejado en su hijo.
Muy pronto, Medardo da muestras de una crueldad extrema ajusticiando a diestro y a siniestro sin miramientos. Encarga al maestro Pietrochiodo la creación de nuevos inventos de tortura y muerte. El artesano, a pesar de que está orgulloso de sus obras, se duele por el fin de las mismas confesándole al sobrino de Medardo, el muchacho narrador de la trama, sus contradicciones emocionales. Medardo va causando dolor gratuito allí por donde pasa y, además, deja una firma característica: plantas, flores y animales aparecen, como él, partidos por la mitad.
El único lugar que está a salvo de la violencia del vizconde es la leprosería, donde envía a la nodriza Sebastiana por haberse atrevido a recriminarle su actitud. La mujer, inteligente y libre, gracias a sus conocimientos sobre las plantas medicinales, logra salir indemne de la enfermedad. Calvino, con ironía y maestría nos retrata, el ambiente libertino entre los miembros de la leprosería que viven ajenos a las normas sociales y de la caridad de las gentes del pueblo. También, con sorna, nos introduce en la asfixiante comunidad de hugonotes que se rigen por estrictos preceptos bíblicos sin base alguna, ya que no poseen ni leen un solo libro, ni siquiera la Biblia a la que dicen obedecer.
Este estado de cosas se ve alterado cuando Medardo se queda prendado de Pamela, una rústica pastora, que hace gala de una natural inteligencia emocional. Paralelamente, parece que un nuevo Medardo se muestra ante su gente. Es este bondad extrema, sencillo, humilde y se conduce como un pordiosero. Es Pamela la que se da cuenta que este nuevo Medardo es la otra mitad del vizconde demediado que se quedó olvidada en el campo de batalla. Si el primero que llegó a Torralba solo tenía la parte mala, este (cuidado por unos monjes) lleva en sí todo lo bueno. Sin embargo, las cosas no son tan fáciles, ya que este nuevo Medardo, queriendo impartir justicia, se inmiscuye en el status quo de todas las comunidades, alterándolas y generando malestar entre sus habitantes.
Este nuevo Medardo también se enamora de Pamela e intenta casarse con ella. El rifirrafe con su otro yo está servido y, además, en la misma iglesia. Llega un punto que ambos acuerdan que la única manera que tienen de desenredar el entuerto es batirse en duelo. Y aquí entra el borrachuzo y cobarde Doctor Trelawney. Era, según nuestro narrador, un médico aprensivo que aborrecía la sangre. Sin embargo, disfrutaba con el estudio y la innovación científica. Desde que llegó el segundo Medardo, la otra parte del vizconde demediado, estuvo en secreto investigando. Así, el día del duelo se presenta con todo el instrumental a su disposición y muchas gasas. Heridos ambos Medardo por la cicatriz que los mantenía separados, el buen doctor se la ingenia para coserlos y unirlos de nuevo. Así, al cabo de los días, la sangre buena se mezcla con la mala dando como resultado un ser único, sin partir, y con las luces y sombras inherentes a todos los miembros de la raza humana.
Sobre el bien y el mal en la naturaleza humana según la obra
El vizconde demediado de Italo Calvino nos adentra en la temática de la dualidad espiritual, en la oscuridad y la luz que habita en el interior del ser humano. Aunque la narración nos previene, incluso, de los precipicios peligrosos a los que pueden llevar las, a priori, buenas acciones, este corto relato tiene un final feliz. Y este no es otro que la unión de las dos partes: la luminosa y la oscura, el bien (que había caído en la mendicidad y que se entrometía en la vida cotidiana de todos los habitantes de la aldea causando malestar) y el mal que, desde el principio, acusaba crueldad extrema. La única manera de vivir en un término de recta justicia es unir esas dos partes que, en la obra, aparecen como dos personajes distintos, aunque no lo sean. Es Pamela la que se da cuenta de que hay dos vizcondes con naturalezas antagónicas cuando todos habían caído en la confusión.
- Me encanta que estés alegre, muchacha -dijo el vizconde- pero, ¿por qué te ríes?, si se me permite la pregunta.
- Río porque he comprendido lo que trae locos a todos mis paisanos.
- ¿Qué?
- Que sois un poco bueno y un poco malo. Ahora todo es natural.
- ¿Y por qué?
- Porque me he dado cuenta de que sois la otra mitad. El vizconde que vive en el castillo, el malo, es una mitad. Y vos sois la otra mitad, que se creía perdida en la guerra y que ahora ha regresado. Es una mitad buena.
Y el otro tema (paralelo) de la obra se adentra en la unicidad de la persona. Todos somos únicos e irrepetibles. Si es así: ¿quiénes somos cuando se nos extirpa una parte importante de nuestro espíritu? Durante la refriega en la iglesia, las dos partes del desdichado vizconde demediado se arrogan ser el auténtico Medardo. Sin embargo, no hay ninguno que sea el que partió (entero) a la guerra. Ambos son esa persona y ninguno de ellos (partidos y divididos) pueden ser el auténtico señor de Torralba. La disputa solo podía arreglarla un médico extranjero que llegó al pueblo por casualidad y, como alguien que toma distancia, entendió la problemática y puso la solución.
Y en estas, por el fondo de la nave, sosteniéndose en su muleta, entró el vizconde, con el traje nuevo de terciopelo con bullones empapado en agua y roto, y dijo:
-Medardo de Torralba soy yo y Pamela es mi mujer.
El Bueno renqueó hacia él.
-No, el Medardo que se ha casado con Pamela soy yo.
El Doliente tiró la muleta y echó mano a la espada. Al Bueno no le quedaba más remedio que hacer otro tanto.
El vizconde demediado de Italo Calvino es una obra clásica que nos dice, con un estilo directo, sencillo, irónico y, a veces, hasta cínico de los límites de la naturaleza humana. Para que exista luz en nuestro espíritu tenemos que reconocer y aceptar la sombra. De lo contrario, deviene el caos y la violencia que ambos Medardo derramaban por su pueblo.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El vizconde demediado de Italo Calvino
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Casandra era una princesa troyana, hija de los reyes Hécuba y Príamo. Aparece nombrada en la Ilíada por Homero en el marco de las guerras entre griegos y troyanos. Casandra era una sacerdotisa que adivinó la trampa del famoso caballo de madera. Desafortunadamente, ya estaba maldita y nadie creyó lo que decía. A pesar de sus premoniciones, su pueblo fue aniquilado tras perder la guerra.
El mito de Casandra
Casandra era la princesa troyana sacerdotisa encargada del templo de Apolo. Existen varias versiones sobre cómo adquirió el don de la profecía y también cómo lo perdió. La más extendida de la literatura griega es la que alude al pacto entre la mortal y el dios Apolo. Ella había prometido tener relaciones con el dios y convertirse en su amante si le otorgaba el don de adivinar el futuro. Sin embargo, una vez Casandra obtiene lo que quería no cumple su parte del pacto. Apolo, enfurecido, la maldice escupiéndole en la boca. Desde ese momento cualquier palabra que saliera de la boca de la princesa era considerada una locura y nadie creería en ella.
La tragedia llega con la guerra entre troyanos y griegos. Estos últimos construyen un caballo de madera con el interior hueco donde se aposta el ejército. Dejan el ingenio a las puertas de la muralla enemiga y hacen creer a los troyanos que es un regalo de los dioses. Estos, confiados, lo introducen en la ciudad y, al caer, la noche, de forma sigilosa, abandonan la panza del caballo de madera para incendiar la ciudad. Casandra vio lo que el ejército griego estaba tramando. Sin embargo, nadie de los de su pueblo creyó sus palabras tachándola de loca. Cuando todos fueron aniquilados, el dolor de Casandra fue doble: por su maldición y por la muerte de los suyos.
Existen varias versiones sobre la muerte de Casandra y todas apuntan a una violenta e, incluso, a una violación. Por tanto, el mito de Casandra nos habla de una princesa troyana, sacerdotisa en el templo y escogida por Apolo gracias a su belleza, que vivió la peor vida posible por no cumplir el pacto con la divinidad.
El mito de Casandra a la luz de los símbolos
El mito de Casandra nos habla del don de la profecía, de poder adivinar el futuro y, también de saber la verdad oculta. Este es el lado luminoso. La princesa es capaz de ver aquello oculto a los demás. Tiene el don de los escogidos, los que desentrañan las distintas capas de los hechos, las personas y las cosas. El lado oscuro nos habla de una maldición, ya que Casandra no solo no puede comunicar aquello que sabe sino que, además, la tachan de loca abundando aún más en el sentido simbólico del personaje. El loco, en las culturas antiguas, era el que vivía ajeno a las normas sociales, el que veía aquello que nadie puede ver y el que entendía la verdad desde una perspectiva original. Sin embargo, Casandra sufre aún más, ya que no es validada en ningún momento. Es apartada del emplazamiento que le corresponde hundiéndola aún más en la desesperación.
Complejo de Casandra según la psicología
Con los avances sobre el inconsciente según Freud y, especialmente, a partir de la propuesta sobre los arquetipos de C.G. Jung, surgen en el siglo XX una serie de especialistas que interpretan los mitos clásicos con una nueva visión. Uno de ellos es Gastón Bachelard, el mismo que propuso en la década de los cincuenta el término complejo de Casandra para una patología psicológica. Si bien, como la princesa griega, no gozó del favor de los investigadores hasta el siglo XXI, cuando la soledad y la incomprensión van haciendo mella en un número creciente de individuos.
El complejo de Casandra afecta tanto a hombres como a mujeres que se caracterizan por una gran sensibilidad, inteligencia y dotes de observación. Todo ello propicia que sean capaces de elaborar complejos y acertados análisis sobre situaciones de la realidad cotidiana. Sin embargo, como la princesa troyana, pocos atinan a hacerse entender o comprender. Esto es, estos individuos siempre van a contracorriente de lo aceptado socialmente aún proponiendo visiones más que razonables de ciertas realidades. Este choque entre la íntima creencia individual y el rechazo social lleva a una situación de progresiva tristeza, autoestima baja, soledad y aislamiento. Las personas que, como en el mito de Casandra, padecen este complejo psicológico sufren por esa incomunicación, por ese cortocircuito entre aquello que quieren expresar y la poca acogida que sus palabras surten en su entorno. Se sienten eternamente incomprendidas, ninguneadas e invalidadas. Normalmente cursan con episodios de tristeza y depresión. La característica anímica más extendida es la soledad y el aislamiento que conllevan un importante sufrimiento espiritual.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Casandra era una princesa troyana, hija de los reyes Hécuba y Príamo. Aparece nombrada en la Ilíada por Homero en el marco de las guerras entre griegos y troyanos. Casandra era una sacerdotisa que adivinó la trampa del famoso caballo de madera. Desafortunadamente, ya estaba maldita y nadie creyó lo que decía. A pesar de sus premoniciones, su pueblo fue aniquilado tras perder la guerra.
El mito de Casandra
Casandra era la princesa troyana sacerdotisa encargada del templo de Apolo. Existen varias versiones sobre cómo adquirió el don de la profecía y también cómo lo perdió. La más extendida de la literatura griega es la que alude al pacto entre la mortal y el dios Apolo. Ella había prometido tener relaciones con el dios y convertirse en su amante si le otorgaba el don de adivinar el futuro. Sin embargo, una vez Casandra obtiene lo que quería no cumple su parte del pacto. Apolo, enfurecido, la maldice escupiéndole en la boca. Desde ese momento cualquier palabra que saliera de la boca de la princesa era considerada una locura y nadie creería en ella.
La tragedia llega con la guerra entre troyanos y griegos. Estos últimos construyen un caballo de madera con el interior hueco donde se aposta el ejército. Dejan el ingenio a las puertas de la muralla enemiga y hacen creer a los troyanos que es un regalo de los dioses. Estos, confiados, lo introducen en la ciudad y, al caer, la noche, de forma sigilosa, abandonan la panza del caballo de madera para incendiar la ciudad. Casandra vio lo que el ejército griego estaba tramando. Sin embargo, nadie de los de su pueblo creyó sus palabras tachándola de loca. Cuando todos fueron aniquilados, el dolor de Casandra fue doble: por su maldición y por la muerte de los suyos.
Existen varias versiones sobre la muerte de Casandra y todas apuntan a una violenta e, incluso, a una violación. Por tanto, el mito de Casandra nos habla de una princesa troyana, sacerdotisa en el templo y escogida por Apolo gracias a su belleza, que vivió la peor vida posible por no cumplir el pacto con la divinidad.
El mito de Casandra a la luz de los símbolos
El mito de Casandra nos habla del don de la profecía, de poder adivinar el futuro y, también de saber la verdad oculta. Este es el lado luminoso. La princesa es capaz de ver aquello oculto a los demás. Tiene el don de los escogidos, los que desentrañan las distintas capas de los hechos, las personas y las cosas. El lado oscuro nos habla de una maldición, ya que Casandra no solo no puede comunicar aquello que sabe sino que, además, la tachan de loca abundando aún más en el sentido simbólico del personaje. El loco, en las culturas antiguas, era el que vivía ajeno a las normas sociales, el que veía aquello que nadie puede ver y el que entendía la verdad desde una perspectiva original. Sin embargo, Casandra sufre aún más, ya que no es validada en ningún momento. Es apartada del emplazamiento que le corresponde hundiéndola aún más en la desesperación.
Complejo de Casandra según la psicología
Con los avances sobre el inconsciente según Freud y, especialmente, a partir de la propuesta sobre los arquetipos de C.G. Jung, surgen en el siglo XX una serie de especialistas que interpretan los mitos clásicos con una nueva visión. Uno de ellos es Gastón Bachelard, el mismo que propuso en la década de los cincuenta el término complejo de Casandra para una patología psicológica. Si bien, como la princesa griega, no gozó del favor de los investigadores hasta el siglo XXI, cuando la soledad y la incomprensión van haciendo mella en un número creciente de individuos.
El complejo de Casandra afecta tanto a hombres como a mujeres que se caracterizan por una gran sensibilidad, inteligencia y dotes de observación. Todo ello propicia que sean capaces de elaborar complejos y acertados análisis sobre situaciones de la realidad cotidiana. Sin embargo, como la princesa troyana, pocos atinan a hacerse entender o comprender. Esto es, estos individuos siempre van a contracorriente de lo aceptado socialmente aún proponiendo visiones más que razonables de ciertas realidades. Este choque entre la íntima creencia individual y el rechazo social lleva a una situación de progresiva tristeza, autoestima baja, soledad y aislamiento. Las personas que, como en el mito de Casandra, padecen este complejo psicológico sufren por esa incomunicación, por ese cortocircuito entre aquello que quieren expresar y la poca acogida que sus palabras surten en su entorno. Se sienten eternamente incomprendidas, ninguneadas e invalidadas. Normalmente cursan con episodios de tristeza y depresión. La característica anímica más extendida es la soledad y el aislamiento que conllevan un importante sufrimiento espiritual.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El mito de Casandra
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Encontramos el mito de Eco y Narciso con sus desgraciados amores y dramático final en las famosas Metamorfosis de Ovidio (s. I d.c.) Su desventurada historia de desamor nos sirve para entender el sentido simbólico del eco, ese sonido que se repite cuando nos encontramos en una montaña o en un lugar lo suficientemente amplio que permita el rebote de la vibración. Las aventuras de Narciso, y nos adelantamos, han dado, incluso, nombre a una patología psicológica, la del narcisista, el que solo se ama a sí mismo. Así, una vez más, la mitología y la literatura griega nos ayudan a entender tanto los orígenes del mundo pagano como su explicación de los vicios y virtudes de la raza humana. Empecemos por el principio.
El mito de Eco y Narciso y su desgraciado final
El primer acto de la historia tiene como protagonista a Eco. Era esta una hermosa ninfa de las montañas bendecida con una bella voz y una delicada conversación. Su talento era tal que se comunicaba, incluso, con los animales. Eco vivía feliz con sus hermanas disfrutando de sus exquisitas historias hasta que un buen día Zeus apareció por las montañas. El dios del Olimpo no se lo ocurrió otra cosa que dedicarse a flirtear con todas las ninfas allí congregadas y haciendo uso de todos los placer posibles (incluido el carnal) para divertirse con ellas. Estos devaneos llegaron a oídos de Hera, esposa de Zeus y diosa del matrimonio, el hogar, los partos y el amor convencional.
Y con la entrada de la diosa en la acción comienza el segundo acto y el meollo del drama. Eco, a solicitud de Zeus, cuando Hera apareció por las montañas para pillar a su marido in fraganti, se dedicó a dar cháchara a la diosa con el único fin de entretenerla. Así, Zeus podía solazarse con mayor tranquilidad. Furiosa Hera por el indigno comportamiento de la ninfa, hizo lo que hacían las diosas paganas: maldecirla de por vida de la peor forma posible. Le robó lo que más amaba: el don de la voz y su habilidad para la conversación. Y desde ese momento, Eco estuvo condenada a repetir las últimas palabras de su interlocutor sin poder emitir, nunca más, ningún mensaje propio. Compungida y entristecida al máximo, Eco se apartó de sus hermanas las ninfas y se recluyó en una cueva con la única compañía de los animales del bosque donde se fue apagando poco a poco.
El tercer acto añade un nuevo personaje y más tensión al drama. Así apagada y entristecida pasaba Eco sus días hasta que apareció junto al río el joven y bellísimo Narciso. El joven estaba dotado de tal hermosura que hombres, mujeres y ninfas quedaban rendidos ante él. Sin embargo, tal como nos narra el mito de Narciso, la respuesta por parte del muchacho siempre era el desdén. Y lo era porque prefería cazar a solas por el bosque a la compañía humana. Además, no le importaba el daño que su despecho causaba en otros. Sin embargo, Eco, abrumada por la soledad y obnubilada por la belleza de Narciso, un buen día se atrevió a comunicarse con el hermoso joven. Y lo hizo a través de los animales del bosque que le hacían compañía. La respuesta del joven no se hizo esperar burlándose de las intenciones amorosas de la ninfa.
Entramos en el último acto y desenlace del drama. Los dioses, hartos de tanto desdén por parte de Narciso, hicieron que éste, un día que iba a beber agua del arroyo, se enamora de su imagen. Tal fue su pasión por el reflejo que las aguas devolvían que se acercó más y más a besar a aquel muchacho de hermosura divina y que no era otro que él mismo. Con la intención de besar el reflejo, siguió acercándose más y más hasta que se precipitó sobre el abismo y se ahogó. Apiadados los dioses y para que no se perdiera su belleza, su cuerpo sin pulso, fue transformado en la flor del narciso. Así se recordaría a todos los que bordeen las orillas de los arroyos en busca de amor egoísta que el castigo divino será la aniquilación del cuerpo y del alma. Eco, por su parte, rota de dolor por la muerte del muchacho, también recibió la piedad de los dioses y fue metamorfoseada en el eco de las montañas.
Sentido simbólico del mito de Eco y Narciso
De Narciso
El mito de Narciso ha sido ampliamente estudiado por la psicología tras la definición del inconsciente de Freud. Se ha asemejado al que, patológicamente, solo mira por sí y para sí. En las últimas décadas, además, la personalidad narcisista copa trabajos de todo tipo por el destrozo que causa a su alrededor y por su progresivo auge en la sociedad contemporánea. Narciso se burla de la ninfa, de su amor y se ríe de su condición (el eco) que es, además, un castigo de los dioses. Su falta de empatía llega a tal nivel que únicamente podría enamorarse de sí mismo. Y eso fue lo que hizo. Sin embargo, su pasión (como ocurre siempre) fue su perdición y castigo.
Esta flor también recuerda -pero a un grado inferior de simbolización- la caída de Narciso en las aguas donde se mira con complacencia: de ahí viene que lo hayan reducido, en las interpretaciones moralizantes, al emblema de la vanidad, del egocentrismo, del amor y de la satisfacción de uno mismo… El agua sirve de espejo, pero un espejo abierto a las profundidades del yo: el reflejo del yo que allí miramos revela una tendencia a la idealización.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Aunque este es el sentido simbólico aceptado mayoritariamente, los poetas simbolistas vieron en el personaje una representación holística de la condición humana. Narciso, bello y único, quiere fundirse con la creación divina y la única forma que tiene es morir para, eternamente, formar parte de la naturaleza.
El menor suspiro
Que yo exhalare
Vendría a quitarme
Lo que yo adoraba
Sobre el agua azul y blonda
Y cielos y bosques
Y rosa del onda
Paul Valéry: Narciso
De Eco
La ninfa de las montañas no ha generado tanta literatura (ni artística ni científica) como su compañero de drama. Eco es la representación de la cháchara hueca, de la conversación que nada aporta, de la palabrería utilizada para la manipulación. Tiene un don (el de la comunicación y, además, Ovidio nos recuerda que la llevaba a cabo con especial belleza) y lo desperdicia para contribuir a la lujuria de Zeus y, precisamente, con sus hermanas. Al malgastar su talento para la mentira, Hera (la diosa del hogar y la familia) la castiga a no poder emitir ningún mensaje, a no poder utilizar aquello que la hace especial. A partir de ese instante, debe ponerse siempre en el papel del receptor y repetirá siempre sus últimas palabras. Ni siquiera le fue permitido el silencio. De artista de la palabra pasó a repetir, a plagiar. El castigo se ahonda con la separación de quienes habían formado parte de su mundo, con la soledad y con el aislamiento.
A pesar de que se enamora, la ilusión por compartir se desvanece con las burlas del muchacho y con su muerte. El dolor fue del intensidad que los dioses se apiadaron de su sufrimiento. Para librarla de una vida de desesperación, los dioses llevan a cabo la metamorfosis que se narra en el mito de Eco y Narciso recogido por Ovidio. Permanecerá para siempre en las montañas (lugar donde pertenece) repitiendo la voz humana y recordándonos su leyenda.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Encontramos el mito de Eco y Narciso con sus desgraciados amores y dramático final en las famosas Metamorfosis de Ovidio (s. I d.c.) Su desventurada historia de desamor nos sirve para entender el sentido simbólico del eco, ese sonido que se repite cuando nos encontramos en una montaña o en un lugar lo suficientemente amplio que permita el rebote de la vibración. Las aventuras de Narciso, y nos adelantamos, han dado, incluso, nombre a una patología psicológica, la del narcisista, el que solo se ama a sí mismo. Así, una vez más, la mitología y la literatura griega nos ayudan a entender tanto los orígenes del mundo pagano como su explicación de los vicios y virtudes de la raza humana. Empecemos por el principio.
El mito de Eco y Narciso y su desgraciado final
El primer acto de la historia tiene como protagonista a Eco. Era esta una hermosa ninfa de las montañas bendecida con una bella voz y una delicada conversación. Su talento era tal que se comunicaba, incluso, con los animales. Eco vivía feliz con sus hermanas disfrutando de sus exquisitas historias hasta que un buen día Zeus apareció por las montañas. El dios del Olimpo no se lo ocurrió otra cosa que dedicarse a flirtear con todas las ninfas allí congregadas y haciendo uso de todos los placer posibles (incluido el carnal) para divertirse con ellas. Estos devaneos llegaron a oídos de Hera, esposa de Zeus y diosa del matrimonio, el hogar, los partos y el amor convencional.
Y con la entrada de la diosa en la acción comienza el segundo acto y el meollo del drama. Eco, a solicitud de Zeus, cuando Hera apareció por las montañas para pillar a su marido in fraganti, se dedicó a dar cháchara a la diosa con el único fin de entretenerla. Así, Zeus podía solazarse con mayor tranquilidad. Furiosa Hera por el indigno comportamiento de la ninfa, hizo lo que hacían las diosas paganas: maldecirla de por vida de la peor forma posible. Le robó lo que más amaba: el don de la voz y su habilidad para la conversación. Y desde ese momento, Eco estuvo condenada a repetir las últimas palabras de su interlocutor sin poder emitir, nunca más, ningún mensaje propio. Compungida y entristecida al máximo, Eco se apartó de sus hermanas las ninfas y se recluyó en una cueva con la única compañía de los animales del bosque donde se fue apagando poco a poco.
El tercer acto añade un nuevo personaje y más tensión al drama. Así apagada y entristecida pasaba Eco sus días hasta que apareció junto al río el joven y bellísimo Narciso. El joven estaba dotado de tal hermosura que hombres, mujeres y ninfas quedaban rendidos ante él. Sin embargo, tal como nos narra el mito de Narciso, la respuesta por parte del muchacho siempre era el desdén. Y lo era porque prefería cazar a solas por el bosque a la compañía humana. Además, no le importaba el daño que su despecho causaba en otros. Sin embargo, Eco, abrumada por la soledad y obnubilada por la belleza de Narciso, un buen día se atrevió a comunicarse con el hermoso joven. Y lo hizo a través de los animales del bosque que le hacían compañía. La respuesta del joven no se hizo esperar burlándose de las intenciones amorosas de la ninfa.
Entramos en el último acto y desenlace del drama. Los dioses, hartos de tanto desdén por parte de Narciso, hicieron que éste, un día que iba a beber agua del arroyo, se enamora de su imagen. Tal fue su pasión por el reflejo que las aguas devolvían que se acercó más y más a besar a aquel muchacho de hermosura divina y que no era otro que él mismo. Con la intención de besar el reflejo, siguió acercándose más y más hasta que se precipitó sobre el abismo y se ahogó. Apiadados los dioses y para que no se perdiera su belleza, su cuerpo sin pulso, fue transformado en la flor del narciso. Así se recordaría a todos los que bordeen las orillas de los arroyos en busca de amor egoísta que el castigo divino será la aniquilación del cuerpo y del alma. Eco, por su parte, rota de dolor por la muerte del muchacho, también recibió la piedad de los dioses y fue metamorfoseada en el eco de las montañas.
Sentido simbólico del mito de Eco y Narciso
De Narciso
El mito de Narciso ha sido ampliamente estudiado por la psicología tras la definición del inconsciente de Freud. Se ha asemejado al que, patológicamente, solo mira por sí y para sí. En las últimas décadas, además, la personalidad narcisista copa trabajos de todo tipo por el destrozo que causa a su alrededor y por su progresivo auge en la sociedad contemporánea. Narciso se burla de la ninfa, de su amor y se ríe de su condición (el eco) que es, además, un castigo de los dioses. Su falta de empatía llega a tal nivel que únicamente podría enamorarse de sí mismo. Y eso fue lo que hizo. Sin embargo, su pasión (como ocurre siempre) fue su perdición y castigo.
Esta flor también recuerda -pero a un grado inferior de simbolización- la caída de Narciso en las aguas donde se mira con complacencia: de ahí viene que lo hayan reducido, en las interpretaciones moralizantes, al emblema de la vanidad, del egocentrismo, del amor y de la satisfacción de uno mismo… El agua sirve de espejo, pero un espejo abierto a las profundidades del yo: el reflejo del yo que allí miramos revela una tendencia a la idealización.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Aunque este es el sentido simbólico aceptado mayoritariamente, los poetas simbolistas vieron en el personaje una representación holística de la condición humana. Narciso, bello y único, quiere fundirse con la creación divina y la única forma que tiene es morir para, eternamente, formar parte de la naturaleza.
El menor suspiro
Que yo exhalare
Vendría a quitarme
Lo que yo adoraba
Sobre el agua azul y blonda
Y cielos y bosques
Y rosa del onda
Paul Valéry: Narciso
De Eco
La ninfa de las montañas no ha generado tanta literatura (ni artística ni científica) como su compañero de drama. Eco es la representación de la cháchara hueca, de la conversación que nada aporta, de la palabrería utilizada para la manipulación. Tiene un don (el de la comunicación y, además, Ovidio nos recuerda que la llevaba a cabo con especial belleza) y lo desperdicia para contribuir a la lujuria de Zeus y, precisamente, con sus hermanas. Al malgastar su talento para la mentira, Hera (la diosa del hogar y la familia) la castiga a no poder emitir ningún mensaje, a no poder utilizar aquello que la hace especial. A partir de ese instante, debe ponerse siempre en el papel del receptor y repetirá siempre sus últimas palabras. Ni siquiera le fue permitido el silencio. De artista de la palabra pasó a repetir, a plagiar. El castigo se ahonda con la separación de quienes habían formado parte de su mundo, con la soledad y con el aislamiento.
A pesar de que se enamora, la ilusión por compartir se desvanece con las burlas del muchacho y con su muerte. El dolor fue del intensidad que los dioses se apiadaron de su sufrimiento. Para librarla de una vida de desesperación, los dioses llevan a cabo la metamorfosis que se narra en el mito de Eco y Narciso recogido por Ovidio. Permanecerá para siempre en las montañas (lugar donde pertenece) repitiendo la voz humana y recordándonos su leyenda.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El mito de Eco y Narciso
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Desde las nueve, uno de los poemas de Cavafis que trata el Carpe diem
Las doce y media. Rápido ha pasado el tiempo
desde las nueve en que encendí la lámpara
y me senté aquí. Sentado sin leer,
y sin hablar. Con quién hablar
tan solo como estoy en esta casa.
La imagen de mi cuerpo joven,
desde las nueve en que encendí la lámpara,
ha venido a mi encuentro y me ha recordado
cerradas estancias perfumadas
y el placer ya pasado -¡qué placer más audaz!-
Y me trajo también ante mis ojos,
calles que ahora se han vuelto irreconocibles,
locales llenos de movimiento que su fin han visto,
y teatros y cafés que existieron un día.
La imagen de mi cuerpo joven
ha venido a traerme también las cosas tristes:
lutos de familia, separaciones,
sentimientos de los míos, sentimientos
de los muertos tan poco valorados.
Las doce y media. Cómo ha pasado el tiempo.
Las doce y media. Cómo han pasado los años.
El plazo de Nerón
No se inquietó Nerón cuando escuchó
la predicción del Oráculo de Delfos.
“Que tema los setenta y tres años.”
Tenía tiempo para gozar aún.
Treinta años tiene. Muy suficiente
es el plazo que el dios le da
para velar por futuros peligros.
Ahora a Roma regresará un poco cansado,
pero deliciosamente cansado de este viaje,
que ha sido pleno de días de placer -
en los teatros, en los jardines, en los gimnasios…
Y las tardes de las ciudades de Acaya…
Ah, el placer de los cuerpos desnudos, sobre todo…
Así piensa Nerón. Y en Hispania Galba
en secreto reúne su ejército y lo adiestra,
un anciano de setenta y tres años.
Un viejo
En la parte interior de un café bullicioso,
inclinado sobre la mesa, está sentado un viejo;
con un periódico delante, sin compañía.
Y en el desdén de la vejez toda miserias
piensa en lo poco que gozó los años
en que tuvo vigor, verbo, y belleza.
Sabe que ha envejecido mucho; lo siente, lo está viendo.
Y sin embargo el tiempo en que fue joven le parece
como si fuera ayer. Qué breve lapso, qué breve lapso.
Y piensa en cómo la Cordura le ha engañado;
y cómo se fiaba siempre de ella -¡qué locura!-,
de la mentirosa que decía: “Mañana. Tienes mucho tiempo”.
Recuerda impulsos que reprimía; y cuánta
dicha sacrificaba. De su descerebrada sensatez
cada ocasión perdida ahora se burla.
… Mas de tanto pensar y recordar
se ha mareado el viejo. Y se adormece
reclinado en la mesa del café.
Esperando a los bárbaros, uno de los poemas de Cavafis que tratan “el otro”
-¿A qué esperamos congregados en la plaza?
Es que hoy llegan los bárbaros.
-¿Por qué hay tan poca actividad en el Senado?
¿Por qué los senadores -sentados- no legislan?
Porque hoy llegan los bárbaros.
¿Qué leyes dictarían ya los senadores?
Cuando lleguen las dictarán los bárbaros.
-¿Por qué el emperador se ha levantado tan temprano
Y en la puerta principal de la ciudad está sentado tan solemne, en su trono, y coronado?
Porque hoy llegan los bárbaros.
Y nuestro emperador está esperando para
recibir a su jefe. Incluso ha preparado
un pergamino para él. Y en él le ha conferido
nombramientos y títulos sin cuento.
-¿Por qué nuestros dos cónsules y los pretores han salido hoy
con sus togas recamadas de púrpura?
¿Por qué esos brazaletes de tantas amatistas
Y anillos de esmeraldas destellantes?
¿Por qué empuñan bastones tan preciosos labrados
maravillosamente en oro y plata?
Porque hoy llegan los bárbaros,
y esas cosas deslumbran a los bárbaros.
-¿Por qué los dignos oradores no vienen como siempre a lanzar
sus discursos, a soltar peroratas?
Porque hoy llegan los bárbaros,
y elocuencia y arengas les aburren.
-¿Por qué surge de pronto esa inquietud
y confusión? (¡Qué gravedad la de esos rostros!)
¿Por qué rápidamente calles y plazas se vacían
y todos vuelven a casa pensativos?
Porque ya ha anochecido y no llegan los bárbaros.
y desde las fronteras han venido algunos
diciéndonos que no existen más bárbaros.
Y ahora ya sin bárbaros ¿qué será de nosotros?
Esos hombres era una cierta solución.
Murallas
Sin miramiento, sin pudor, sin lástima
altas y sólidas me han levantado en torno.
Y ahora, heme aquí, quieto y desesperándome.
No pienso en otra cosa: este destino me devora el alma.
porque yo muchas cosas tenía que hacer fuera.
¡Ay, cuando levantaban las murallas, cómo no me di cuenta!
Pero nunca oír ruido ni voces de albañiles.
Imperceptiblemente me encerraron fuera del mundo.
Idus de Marzo
Ten miedo a las grandezas, alma mía.
Y si tus ambiciones no las puedes
vencer, persíguelas con precauciones,
vacilante. Y cuanto más avances,
sé más escrutadora y vigilante.
Y cuando, al fin, alcances tu apogeo, César,
y adquieras la figura del hombre egregio,
vigila sobre todo entonces, al salir a la calle,
dominador insigne en tu cortejo,
si por azar de entre la multitud se te acerca
un Artemidoro, que trae una carta,
y dice apresuradamente: “Lee ahora mismo esto,
son asuntos muy graves que te atañen”,
no dejes de pararte, no dejes de aplazar
ocupaciones y entrevistas, ni de apartar
a esos que al saludarte se prosternan
(los ves más tarde); que incluso espere
el mismísimo Senado. Y, al punto, entérate
del importante escrito de Artemidoro.
El Dios abandona a Antonio, uno de los poemas de Cavafis más hermosos
Cuando de pronto, a medianoche, se oiga
un cortejo invisible que circula
con músicas excelsas, con clamores -
de tu destino que se entrega, de tus obras
que fracasaron, de los proyectos de tu vida
que tan mal te salieron, no te lamentes en vano.
Como dispuesto desde ha tiempo, como un valiente,
dile adiós a ella, a la Alejandría que se va.
Y sobre todo no te engañes, no digas
que fue un sueño, que fue un error de tus oídos;
nunca aceptes tan vanas esperanzas.
como dispuesto desde ha tiempo, como un valiente,
Como te va a ti que de ciudad tal has sido digno,
acércate con entereza a la ventana,
y oye con emoción, pero no
con súplicas y quejas de cobarde,
como un último goce los acordes,
los excelsos instrumentos del misterioso cortejo,
y dile adiós a ella, a la Alejandría que tú pierdes.
Ítaca de Cavafis, un poema que ha alcanzado el canon universal
Cuando salgas de viaje para Ítaca,
desea que el camino sea largo,
colmado de aventuras, colmado de experiencias.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al irascible Posidón no temas,
pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino,
si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita
emoción te toca cuerpo y alma.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al fiero Posidón no encontrarás,
a no ser que los lleves ya en tu alma,
a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti.
Desea que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que -¡y con qué alegre placer!-
entres en puertos que ves por vez primera.
Deténte en los mercados fenicios
para adquirir sus bellas mercancías,
madreperlas y nácares, ébanos y ámbares,
y voluptuosos perfumes de todas las clases,
todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles.
Y vete a muchas ciudades de Egipto
y aprende, aprende de los sabios.
Mantén siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Pero no tengas la menor prisa en tu viaje.
Es mejor que dure muchos años
y que viejo al fin arribes a la isla,
rico por todas las ganancias de tu viaje,
sin esperar que Ítaca te va a ofrecer riquezas.
Ítaca te ha dado un viaje hermoso.
Sin ella no te habrías puesto en marcha.
Pero no tiene ya más que ofrecerte.
Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado.
Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia,
ya habrás comprendido el significado de las Ítacas.
Dos poemas que nos hablan del espíritu y la belleza a través de las cosas
EL SOL DE LA TARDE
Este cuarto ¡qué bien me lo conozco!
Ahora lo alquilan, junto con el de al lado,
para oficinas comerciales. Toda la casa
transformada en oficinas de intermediarios,
y de comerciantes, en Compañías,
¡Ay, este cuarto, qué familiar me es!
Aquí, junto a la puerta estaba el sofá;
delante de él la alfombra turca;
cerca el estante con dos jarrones amarillos.
A la derecha, no, enfrente un armario de luna.
En el centro la mesa en que escribía;
y tres sillas de paja, grandes.
Y junto a la ventana aquella cama
en la que nos amamos tantas veces.
En algún sitio estarán aún los pobres.
Y junto a la ventana aquella cama;
el sol de la tarde le daba sólo en la mitad.
… Una tarde, a las cuatro, nos habíamos separado
por una semana solamente… ¡Ay!,
la semana aquella ha sido para siempre.
EL ESPEJO DE LA ENTRADA
La rica mansión tenía en la entrada
un espejo muy grande, muy antiguo;
por lo menos hacía ochenta años comprado.
Un muchacho bellísimo, empleado de un sastre
(los domingos, atleta aficionado),
estaba allí del pie con un paquete. Lo entregó
a alguien de la casa, que se lo llevó dentro
para traerle el recibo. El empleado del sastre
se quedó solo, y aguardaba.
Se acercó al espejo y se estuvo mirando
y se arreglaba la corbata. A los cinco minutos
le trajeron el recibo. Lo cogió y se fue.
Pero el espejo antiguo que había visto y visto,
en su existencia de tantísimos años,
miles de cosas y de rostros;
pero el espejo antiguo ahora se alegraba,
y se enorgullecía de haber acogido sobre sí
por unos instantes la armoniosa belleza.
A Amones, el poema de Constantino Cavafis que nos habla en la belleza física y artística clásicas
A AMONES,
QUE MURIÓ A LOS 29 AÑOS, EN EL 610
Te piden, Rafael, que unos versos compongas
como epitafio del poeta Amones.
Algo con mucha sensibilidad y fino. Tú podrás
-eres el indicado- escribir, como procede,
sobre el poeta Amones, uno de los nuestros.
Seguro que hablarás de sus poemas -
pero habla también de su belleza,
de su delicada belleza que amamos.
Hermoso y musical siempre es tu griego.
Pero ahora queremos toda tu maestría.
Nuestro dolor y amor pasan a una lengua extranjera.
En la lengua extranjera vierte tu sensibilidad egipcia.
Y que tus versos, Rafael, se escriban de tal forma
que, ya sabes, nuestra vida en su interior contengan,
Y que su ritmo y cada frase muestren
que de un alejandrino escribe alguien de Alejandría.
Selección por Candela Vizcaíno
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Desde las nueve, uno de los poemas de Cavafis que trata el Carpe diem
Las doce y media. Rápido ha pasado el tiempo
desde las nueve en que encendí la lámpara
y me senté aquí. Sentado sin leer,
y sin hablar. Con quién hablar
tan solo como estoy en esta casa.
La imagen de mi cuerpo joven,
desde las nueve en que encendí la lámpara,
ha venido a mi encuentro y me ha recordado
cerradas estancias perfumadas
y el placer ya pasado -¡qué placer más audaz!-
Y me trajo también ante mis ojos,
calles que ahora se han vuelto irreconocibles,
locales llenos de movimiento que su fin han visto,
y teatros y cafés que existieron un día.
La imagen de mi cuerpo joven
ha venido a traerme también las cosas tristes:
lutos de familia, separaciones,
sentimientos de los míos, sentimientos
de los muertos tan poco valorados.
Las doce y media. Cómo ha pasado el tiempo.
Las doce y media. Cómo han pasado los años.
El plazo de Nerón
No se inquietó Nerón cuando escuchó
la predicción del Oráculo de Delfos.
“Que tema los setenta y tres años.”
Tenía tiempo para gozar aún.
Treinta años tiene. Muy suficiente
es el plazo que el dios le da
para velar por futuros peligros.
Ahora a Roma regresará un poco cansado,
pero deliciosamente cansado de este viaje,
que ha sido pleno de días de placer -
en los teatros, en los jardines, en los gimnasios…
Y las tardes de las ciudades de Acaya…
Ah, el placer de los cuerpos desnudos, sobre todo…
Así piensa Nerón. Y en Hispania Galba
en secreto reúne su ejército y lo adiestra,
un anciano de setenta y tres años.
Un viejo
En la parte interior de un café bullicioso,
inclinado sobre la mesa, está sentado un viejo;
con un periódico delante, sin compañía.
Y en el desdén de la vejez toda miserias
piensa en lo poco que gozó los años
en que tuvo vigor, verbo, y belleza.
Sabe que ha envejecido mucho; lo siente, lo está viendo.
Y sin embargo el tiempo en que fue joven le parece
como si fuera ayer. Qué breve lapso, qué breve lapso.
Y piensa en cómo la Cordura le ha engañado;
y cómo se fiaba siempre de ella -¡qué locura!-,
de la mentirosa que decía: “Mañana. Tienes mucho tiempo”.
Recuerda impulsos que reprimía; y cuánta
dicha sacrificaba. De su descerebrada sensatez
cada ocasión perdida ahora se burla.
… Mas de tanto pensar y recordar
se ha mareado el viejo. Y se adormece
reclinado en la mesa del café.
Esperando a los bárbaros, uno de los poemas de Cavafis que tratan “el otro”
-¿A qué esperamos congregados en la plaza?
Es que hoy llegan los bárbaros.
-¿Por qué hay tan poca actividad en el Senado?
¿Por qué los senadores -sentados- no legislan?
Porque hoy llegan los bárbaros.
¿Qué leyes dictarían ya los senadores?
Cuando lleguen las dictarán los bárbaros.
-¿Por qué el emperador se ha levantado tan temprano
Y en la puerta principal de la ciudad está sentado tan solemne, en su trono, y coronado?
Porque hoy llegan los bárbaros.
Y nuestro emperador está esperando para
recibir a su jefe. Incluso ha preparado
un pergamino para él. Y en él le ha conferido
nombramientos y títulos sin cuento.
-¿Por qué nuestros dos cónsules y los pretores han salido hoy
con sus togas recamadas de púrpura?
¿Por qué esos brazaletes de tantas amatistas
Y anillos de esmeraldas destellantes?
¿Por qué empuñan bastones tan preciosos labrados
maravillosamente en oro y plata?
Porque hoy llegan los bárbaros,
y esas cosas deslumbran a los bárbaros.
-¿Por qué los dignos oradores no vienen como siempre a lanzar
sus discursos, a soltar peroratas?
Porque hoy llegan los bárbaros,
y elocuencia y arengas les aburren.
-¿Por qué surge de pronto esa inquietud
y confusión? (¡Qué gravedad la de esos rostros!)
¿Por qué rápidamente calles y plazas se vacían
y todos vuelven a casa pensativos?
Porque ya ha anochecido y no llegan los bárbaros.
y desde las fronteras han venido algunos
diciéndonos que no existen más bárbaros.
Y ahora ya sin bárbaros ¿qué será de nosotros?
Esos hombres era una cierta solución.
Murallas
Sin miramiento, sin pudor, sin lástima
altas y sólidas me han levantado en torno.
Y ahora, heme aquí, quieto y desesperándome.
No pienso en otra cosa: este destino me devora el alma.
porque yo muchas cosas tenía que hacer fuera.
¡Ay, cuando levantaban las murallas, cómo no me di cuenta!
Pero nunca oír ruido ni voces de albañiles.
Imperceptiblemente me encerraron fuera del mundo.
Idus de Marzo
Ten miedo a las grandezas, alma mía.
Y si tus ambiciones no las puedes
vencer, persíguelas con precauciones,
vacilante. Y cuanto más avances,
sé más escrutadora y vigilante.
Y cuando, al fin, alcances tu apogeo, César,
y adquieras la figura del hombre egregio,
vigila sobre todo entonces, al salir a la calle,
dominador insigne en tu cortejo,
si por azar de entre la multitud se te acerca
un Artemidoro, que trae una carta,
y dice apresuradamente: “Lee ahora mismo esto,
son asuntos muy graves que te atañen”,
no dejes de pararte, no dejes de aplazar
ocupaciones y entrevistas, ni de apartar
a esos que al saludarte se prosternan
(los ves más tarde); que incluso espere
el mismísimo Senado. Y, al punto, entérate
del importante escrito de Artemidoro.
El Dios abandona a Antonio, uno de los poemas de Cavafis más hermosos
Cuando de pronto, a medianoche, se oiga
un cortejo invisible que circula
con músicas excelsas, con clamores -
de tu destino que se entrega, de tus obras
que fracasaron, de los proyectos de tu vida
que tan mal te salieron, no te lamentes en vano.
Como dispuesto desde ha tiempo, como un valiente,
dile adiós a ella, a la Alejandría que se va.
Y sobre todo no te engañes, no digas
que fue un sueño, que fue un error de tus oídos;
nunca aceptes tan vanas esperanzas.
como dispuesto desde ha tiempo, como un valiente,
Como te va a ti que de ciudad tal has sido digno,
acércate con entereza a la ventana,
y oye con emoción, pero no
con súplicas y quejas de cobarde,
como un último goce los acordes,
los excelsos instrumentos del misterioso cortejo,
y dile adiós a ella, a la Alejandría que tú pierdes.
Ítaca de Cavafis, un poema que ha alcanzado el canon universal
Cuando salgas de viaje para Ítaca,
desea que el camino sea largo,
colmado de aventuras, colmado de experiencias.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al irascible Posidón no temas,
pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino,
si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita
emoción te toca cuerpo y alma.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al fiero Posidón no encontrarás,
a no ser que los lleves ya en tu alma,
a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti.
Desea que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que -¡y con qué alegre placer!-
entres en puertos que ves por vez primera.
Deténte en los mercados fenicios
para adquirir sus bellas mercancías,
madreperlas y nácares, ébanos y ámbares,
y voluptuosos perfumes de todas las clases,
todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles.
Y vete a muchas ciudades de Egipto
y aprende, aprende de los sabios.
Mantén siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Pero no tengas la menor prisa en tu viaje.
Es mejor que dure muchos años
y que viejo al fin arribes a la isla,
rico por todas las ganancias de tu viaje,
sin esperar que Ítaca te va a ofrecer riquezas.
Ítaca te ha dado un viaje hermoso.
Sin ella no te habrías puesto en marcha.
Pero no tiene ya más que ofrecerte.
Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado.
Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia,
ya habrás comprendido el significado de las Ítacas.
Dos poemas que nos hablan del espíritu y la belleza a través de las cosas
EL SOL DE LA TARDE
Este cuarto ¡qué bien me lo conozco!
Ahora lo alquilan, junto con el de al lado,
para oficinas comerciales. Toda la casa
transformada en oficinas de intermediarios,
y de comerciantes, en Compañías,
¡Ay, este cuarto, qué familiar me es!
Aquí, junto a la puerta estaba el sofá;
delante de él la alfombra turca;
cerca el estante con dos jarrones amarillos.
A la derecha, no, enfrente un armario de luna.
En el centro la mesa en que escribía;
y tres sillas de paja, grandes.
Y junto a la ventana aquella cama
en la que nos amamos tantas veces.
En algún sitio estarán aún los pobres.
Y junto a la ventana aquella cama;
el sol de la tarde le daba sólo en la mitad.
… Una tarde, a las cuatro, nos habíamos separado
por una semana solamente… ¡Ay!,
la semana aquella ha sido para siempre.
EL ESPEJO DE LA ENTRADA
La rica mansión tenía en la entrada
un espejo muy grande, muy antiguo;
por lo menos hacía ochenta años comprado.
Un muchacho bellísimo, empleado de un sastre
(los domingos, atleta aficionado),
estaba allí del pie con un paquete. Lo entregó
a alguien de la casa, que se lo llevó dentro
para traerle el recibo. El empleado del sastre
se quedó solo, y aguardaba.
Se acercó al espejo y se estuvo mirando
y se arreglaba la corbata. A los cinco minutos
le trajeron el recibo. Lo cogió y se fue.
Pero el espejo antiguo que había visto y visto,
en su existencia de tantísimos años,
miles de cosas y de rostros;
pero el espejo antiguo ahora se alegraba,
y se enorgullecía de haber acogido sobre sí
por unos instantes la armoniosa belleza.
A Amones, el poema de Constantino Cavafis que nos habla en la belleza física y artística clásicas
A AMONES,
QUE MURIÓ A LOS 29 AÑOS, EN EL 610
Te piden, Rafael, que unos versos compongas
como epitafio del poeta Amones.
Algo con mucha sensibilidad y fino. Tú podrás
-eres el indicado- escribir, como procede,
sobre el poeta Amones, uno de los nuestros.
Seguro que hablarás de sus poemas -
pero habla también de su belleza,
de su delicada belleza que amamos.
Hermoso y musical siempre es tu griego.
Pero ahora queremos toda tu maestría.
Nuestro dolor y amor pasan a una lengua extranjera.
En la lengua extranjera vierte tu sensibilidad egipcia.
Y que tus versos, Rafael, se escriban de tal forma
que, ya sabes, nuestra vida en su interior contengan,
Y que su ritmo y cada frase muestren
que de un alejandrino escribe alguien de Alejandría.
Selección por Candela Vizcaíno
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Poemas de Constantino Cavafis
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Las amazonas de la mitología griega eran una mujeres guerreras que vivían apartadas de los hombres conforme sus propias reglas y normas sociales.
Las amazonas guerreras
Su pueblo se sitúa en un lugar indeterminado fuera de las fronteras de Grecia. Unos apuntan al norte de Libia, otros a la costa norte de Turquía a orillas del Mar Negro y otros a Asia Menor. De hecho, el término amazonas, según la etimología, procedería del indo-iraní. Y es aquí donde se han encontrado tumbas de mujeres ataviadas con armas de guerra, como el arco y la flecha. Sin embargo, según estas pocas evidencias científicas, no podemos asegurar al cien por cien su existencia (más o menos ficticia), ya que una cosa es intervenir en los procesos de caza y/o partidas militares y otra muy distinta conformar una sociedad como la recogida por la mitología y la literatura griega.
Según los retazos que nos han llegado, las amazonas constituían una sociedad eminentemente femenina de mujeres guerreras. Solo se unían con extranjeros a quienes ellas mismas buscaban para, posteriormente, abandonar con sus padres, mutilar para que fueran sirvientes o directamente asesinar a sus hijos varones. Educarían a sus hijas en el arte de la guerra y como personas totalmente independientes. Cuentan las leyendas que eran hábiles con el caballo (y de aquí viene el término amazonas aplicado a las artes de la equitación) y con el arco y la flecha. Para poder moverse con más facilidad, se amputaban un pecho. El arte posterior las ha representado con una salvaje belleza y sin ningún tipo de mutilación.
Las investigaciones antropológicas sobre las amazonas de la mitología griega se basan en el concepto de inconsciente colectivo propuesto por C.G. Jung. Ven en ellas una evolución de las sociedades matriarcales, autosuficientes tanto en el ámbito económico como en el de autoprotección. Habrían desaparecido con la evolución que supuso el auge de las cada vez mayores y pujantes ciudades-estados con su consiguiente especialización profesional.
Hipólita, la reina de amazonas en la mitología griega
De entre todas las amazonas destaca la figura de Hipólita, mítica entre las míticas, ya que se codeó, guerreó y, al parecer, amó a héroes de la mitología clásica. Vamos con la historia.
Hipólita es hija del dios Ares, el de la guerra, y de la reina amazonas Oretra, una mortal. Como regalo, su padre le entrega un cinturón mágico del que estudiaremos su sentido simbólico a continuación. Hipólita estaba tranquila siguiendo e imponiendo las normas de su comunidad hasta que Heracles desembarca en las costas de su reino. Es este, recordemos, hijo de Zeus, el dios máximo del Olimpo y de la princesa mortal Alcmena. Como es el fruto de un adulterio, Hera, esposa de Zeus y diosa de la familia, los partos, el hogar y la feminidad tradicional, lo odia a muerte. Este aspecto también es importante en el mito.
Pues bien, este héroe, Heracles, arriba a las costas del reino de las amazonas dirigido en ese momento por la reina Hipólita. Su misión es robar el cinturón sagrado con propiedades mágicas que Ares entregó a la reina de las amazonas. Le acompaña en la travesía el rey de Atenas Teseo, el mismo que dio muerte a Asterión, el minotauro, ayudado por el hilo de Ariadna. La presentación de los personajes es importante porque, sin ellos, no se entiende el drama que llega a continuación.
Llegados a este punto las versiones del mito difieren. Unos apuntan a que Hipólita, rendida de amor, le entrega generosamente el cinturón a Heracles. Este pone rumbo hacia tierras griegas dejando a la reina tan desconsolada que muere de pena. Es una versión, sin ánimo de sacar la vena feminista, que no casa con el carácter de las amazonas guerreras que nos retrata la mitología griega. En otras, nos dice que Hipólita con quien se casa es con Teseo. Y que este abandona a la reina tras concebir un hijo (de nombre Hipólito) para casarse con Fedra. Y esta Fedra era princesa de Creta, hermana de Ariadna y de Asterión y del minotauro. Hipólita, llevada por el despecho, la humillación, la ofensa y la ira, irrumpe en el banquete de bodas de Fedra y Teseo donde es acorralada por el ejército griego, asesinada y despojada de su cinturón mágico. Este es entregado a Heracles para que complete así su noveno trabajo de los doce encomendados.
De la reina de las amazonas hay otra versión en la que interviene la diosa Hera. Esta, para malmeter entre Hipólita y Heracles el cual odia a muerte (ya que, recordemos, es el hijo de su esposo con una mortal), provoca una riña entre ambos pueblos y, posteriormente, la guerra. Una subversión apunta a que, en la refriega, la hermana de Hipólita, Antíope, es raptada. Los griegos ponen como condición para su rescate el cinturón. Una subversión de esta subversión nos dice que la famosa trifulca en el banquete de bodas entre Teseo y Fedra fue, sencillamente, una operación de rescate fallida por parte de las amazonas. La última subversión (guerra entre ambos pueblos promovida por Hera) apunta a que las amazonas sencillamente perdieron la guerra en esta trifulca tomando Heracles el cinturón mágico como botín de guerra. Y consigue, además, terminar su noveno trabajo. Esto es, en esta última versión se completa con la intervención de la diosa Hera. Esta no puede permitir que una mujer fuerte caiga rendida ante el héroe y menos ante el que ella aborrece tanto. Por eso, desata una riña entre ambos séquitos, entre las amazonas y los griegos, y la reina de las amazonas muere a manos de Heracles. La diosa prefiere la muerte de Hipólita ante que la capitulación de su especial feminidad.
Las amazonas según la simbología
Dicho esto, las amazonas, sea cual fuera el destino de la reina Hipólita en su lucha contra Heracles, entraron en el imaginario colectivo como mujeres guerreras ajenas a la división social y familiar de los griegos. Al organizarse sin varones, se situaron en las fronteras de todo lo permitido. Por tanto, en la sociedad patriarcal y esclavista griega, eran otro enemigo a abatir casi como los monstruos que enviaban los dioses de vez en cuando. Hipólita estaba protegida por el cinturón mágico que le entregó su padre, el dios de la guerra, recordemos. Al perderlo (ya sea porque se lo arrebatan en la trifulca tras su muerte o porque lo entrega generosamente por amor), deja su vida y su pueblo en manos del enemigo, totalmente vendido y al borde de la extinción.
Si nos referimos al simbolismo del cinturón, dar el propio cinturón es abandonarse a uno mismo; no es solamente renunciar al poder. Para Hipólita es abandonar su condición misma de amazona y entregarse a Heracles. Hera, que pasa por simbolizar la feminidad normal, enseña, impidiendo la dádiva del cinturón, que ella quiere, no la conversión, sino la muerte de la mujer viril; por otra parte, en su odio a Heracles, que Zeus tuvo de otra mujer, no quiere que tenga éste la felicidad de recibir el cinturón de una mujer. La amazona simboliza la situación de la mujer que, conduciéndose como hombre, no logra ser admitida ni por las mujeres, ni por los hombres, y que tampoco consigue vivir como mujer, ni como hombre. En último extremo, expresa el rechazo de la feminidad y el mito de la imposible sustitución de su naturaleza real por su ideal viril.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
[Siguiendo el ocultismo antiguo] las amazonas serían en el orden metafísico, símbolo de las fuerzas psíquicas estelares que giran en el éter alrededor del paraíso de los dioses para guardarlo y defenderlo.
Lanoe-Villène: El libro de los símbolos
También se han asemejado a las valquirias nórdicas, aunque estas son unas deidades más complejas y más cercanas al ideal patriarcal, el mismo que relega a la mujer a mera proveedora de placer tanto en esta vida como en la de más allá. Sin embargo, las amazonas de la mitología griega se han presentado como un símbolo si no de libertad, sí de independencia con respecto a los roles patriarcales impuestos. Dinamitan todos los patrones aceptados para asumir tanto el papel masculino como el femenino. Son guerreras y también bellas. Por tanto, mujeres que son objeto de deseo por parte de los héroes clásicos. Y otra asunto es su peculiar organización social que, por ser tan diferente, debía ser destruída. Esa fue la misión de Heracles en su noveno trabajo.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Las amazonas de la mitología griega eran una mujeres guerreras que vivían apartadas de los hombres conforme sus propias reglas y normas sociales.
Las amazonas guerreras
Su pueblo se sitúa en un lugar indeterminado fuera de las fronteras de Grecia. Unos apuntan al norte de Libia, otros a la costa norte de Turquía a orillas del Mar Negro y otros a Asia Menor. De hecho, el término amazonas, según la etimología, procedería del indo-iraní. Y es aquí donde se han encontrado tumbas de mujeres ataviadas con armas de guerra, como el arco y la flecha. Sin embargo, según estas pocas evidencias científicas, no podemos asegurar al cien por cien su existencia (más o menos ficticia), ya que una cosa es intervenir en los procesos de caza y/o partidas militares y otra muy distinta conformar una sociedad como la recogida por la mitología y la literatura griega.
Según los retazos que nos han llegado, las amazonas constituían una sociedad eminentemente femenina de mujeres guerreras. Solo se unían con extranjeros a quienes ellas mismas buscaban para, posteriormente, abandonar con sus padres, mutilar para que fueran sirvientes o directamente asesinar a sus hijos varones. Educarían a sus hijas en el arte de la guerra y como personas totalmente independientes. Cuentan las leyendas que eran hábiles con el caballo (y de aquí viene el término amazonas aplicado a las artes de la equitación) y con el arco y la flecha. Para poder moverse con más facilidad, se amputaban un pecho. El arte posterior las ha representado con una salvaje belleza y sin ningún tipo de mutilación.
Las investigaciones antropológicas sobre las amazonas de la mitología griega se basan en el concepto de inconsciente colectivo propuesto por C.G. Jung. Ven en ellas una evolución de las sociedades matriarcales, autosuficientes tanto en el ámbito económico como en el de autoprotección. Habrían desaparecido con la evolución que supuso el auge de las cada vez mayores y pujantes ciudades-estados con su consiguiente especialización profesional.
Hipólita, la reina de amazonas en la mitología griega
De entre todas las amazonas destaca la figura de Hipólita, mítica entre las míticas, ya que se codeó, guerreó y, al parecer, amó a héroes de la mitología clásica. Vamos con la historia.
Hipólita es hija del dios Ares, el de la guerra, y de la reina amazonas Oretra, una mortal. Como regalo, su padre le entrega un cinturón mágico del que estudiaremos su sentido simbólico a continuación. Hipólita estaba tranquila siguiendo e imponiendo las normas de su comunidad hasta que Heracles desembarca en las costas de su reino. Es este, recordemos, hijo de Zeus, el dios máximo del Olimpo y de la princesa mortal Alcmena. Como es el fruto de un adulterio, Hera, esposa de Zeus y diosa de la familia, los partos, el hogar y la feminidad tradicional, lo odia a muerte. Este aspecto también es importante en el mito.
Pues bien, este héroe, Heracles, arriba a las costas del reino de las amazonas dirigido en ese momento por la reina Hipólita. Su misión es robar el cinturón sagrado con propiedades mágicas que Ares entregó a la reina de las amazonas. Le acompaña en la travesía el rey de Atenas Teseo, el mismo que dio muerte a Asterión, el minotauro, ayudado por el hilo de Ariadna. La presentación de los personajes es importante porque, sin ellos, no se entiende el drama que llega a continuación.
Llegados a este punto las versiones del mito difieren. Unos apuntan a que Hipólita, rendida de amor, le entrega generosamente el cinturón a Heracles. Este pone rumbo hacia tierras griegas dejando a la reina tan desconsolada que muere de pena. Es una versión, sin ánimo de sacar la vena feminista, que no casa con el carácter de las amazonas guerreras que nos retrata la mitología griega. En otras, nos dice que Hipólita con quien se casa es con Teseo. Y que este abandona a la reina tras concebir un hijo (de nombre Hipólito) para casarse con Fedra. Y esta Fedra era princesa de Creta, hermana de Ariadna y de Asterión y del minotauro. Hipólita, llevada por el despecho, la humillación, la ofensa y la ira, irrumpe en el banquete de bodas de Fedra y Teseo donde es acorralada por el ejército griego, asesinada y despojada de su cinturón mágico. Este es entregado a Heracles para que complete así su noveno trabajo de los doce encomendados.
De la reina de las amazonas hay otra versión en la que interviene la diosa Hera. Esta, para malmeter entre Hipólita y Heracles el cual odia a muerte (ya que, recordemos, es el hijo de su esposo con una mortal), provoca una riña entre ambos pueblos y, posteriormente, la guerra. Una subversión apunta a que, en la refriega, la hermana de Hipólita, Antíope, es raptada. Los griegos ponen como condición para su rescate el cinturón. Una subversión de esta subversión nos dice que la famosa trifulca en el banquete de bodas entre Teseo y Fedra fue, sencillamente, una operación de rescate fallida por parte de las amazonas. La última subversión (guerra entre ambos pueblos promovida por Hera) apunta a que las amazonas sencillamente perdieron la guerra en esta trifulca tomando Heracles el cinturón mágico como botín de guerra. Y consigue, además, terminar su noveno trabajo. Esto es, en esta última versión se completa con la intervención de la diosa Hera. Esta no puede permitir que una mujer fuerte caiga rendida ante el héroe y menos ante el que ella aborrece tanto. Por eso, desata una riña entre ambos séquitos, entre las amazonas y los griegos, y la reina de las amazonas muere a manos de Heracles. La diosa prefiere la muerte de Hipólita ante que la capitulación de su especial feminidad.
Las amazonas según la simbología
Dicho esto, las amazonas, sea cual fuera el destino de la reina Hipólita en su lucha contra Heracles, entraron en el imaginario colectivo como mujeres guerreras ajenas a la división social y familiar de los griegos. Al organizarse sin varones, se situaron en las fronteras de todo lo permitido. Por tanto, en la sociedad patriarcal y esclavista griega, eran otro enemigo a abatir casi como los monstruos que enviaban los dioses de vez en cuando. Hipólita estaba protegida por el cinturón mágico que le entregó su padre, el dios de la guerra, recordemos. Al perderlo (ya sea porque se lo arrebatan en la trifulca tras su muerte o porque lo entrega generosamente por amor), deja su vida y su pueblo en manos del enemigo, totalmente vendido y al borde de la extinción.
Si nos referimos al simbolismo del cinturón, dar el propio cinturón es abandonarse a uno mismo; no es solamente renunciar al poder. Para Hipólita es abandonar su condición misma de amazona y entregarse a Heracles. Hera, que pasa por simbolizar la feminidad normal, enseña, impidiendo la dádiva del cinturón, que ella quiere, no la conversión, sino la muerte de la mujer viril; por otra parte, en su odio a Heracles, que Zeus tuvo de otra mujer, no quiere que tenga éste la felicidad de recibir el cinturón de una mujer. La amazona simboliza la situación de la mujer que, conduciéndose como hombre, no logra ser admitida ni por las mujeres, ni por los hombres, y que tampoco consigue vivir como mujer, ni como hombre. En último extremo, expresa el rechazo de la feminidad y el mito de la imposible sustitución de su naturaleza real por su ideal viril.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
[Siguiendo el ocultismo antiguo] las amazonas serían en el orden metafísico, símbolo de las fuerzas psíquicas estelares que giran en el éter alrededor del paraíso de los dioses para guardarlo y defenderlo.
Lanoe-Villène: El libro de los símbolos
También se han asemejado a las valquirias nórdicas, aunque estas son unas deidades más complejas y más cercanas al ideal patriarcal, el mismo que relega a la mujer a mera proveedora de placer tanto en esta vida como en la de más allá. Sin embargo, las amazonas de la mitología griega se han presentado como un símbolo si no de libertad, sí de independencia con respecto a los roles patriarcales impuestos. Dinamitan todos los patrones aceptados para asumir tanto el papel masculino como el femenino. Son guerreras y también bellas. Por tanto, mujeres que son objeto de deseo por parte de los héroes clásicos. Y otra asunto es su peculiar organización social que, por ser tan diferente, debía ser destruída. Esa fue la misión de Heracles en su noveno trabajo.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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