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Nace Rosalía de Castro el 24 de febrero de 1837 en Santiago de Compostela. Era su madre la hija soltera del hidalgo propietario del pazo de Arretén de nombre María Teresa de la Cruz de Castro y Abadía. De su madre toma el apellido. Y su padre era un eclesiástico de nombre José Martínez Viojo, ordenado presbítero en 1829. La futura poeta, por tanto, carga desde su misma concepción, con la más extrema vergüenza y el señalamiento público ya desde niña. Este hecho (sin necesidad de constelaciones familiares) influirá no solo en la biografía de Rosalía de Castro al completo sino también en su carácter, el mismo que se transparentará en su poesía.
Biografía de Rosalía de Castro: primeros años
Las cargas familiares que debe soportar la futura poeta comienzan desde la gestación en el vientre de su madre. Para ocultar su nacimiento, es apartada de su progenitora para que esta siguiera siendo la señorita del pazo de Arretén. La bebé se va a vivir con sus tías paternas a Lestedo y Castroño de Ortoño hasta que cumple los ocho años. Poco se sabe del trato dispensado o de la educación recibida por parte de su familia paterna que, también debió obligarse a ocultar la existencia de una hija de un clérigo. Aunque no conocemos muchos detalles, la huella emocional de este abandono múltiple acompañará a la escritora durante toda su vida. Jamás abandonará el sentimiento de soledad y el de humillación al sentirse señalada por un pecado que ella nunca cometió. Todo ello incidirá en su carácter, propenso a la melancolía, al dolor psíquico, a las ensoñaciones con el suicidio y, en último extremo, a la acritud. Esta condición de su vida es de tal relevancia que se considera inherente a su poesía, ya que no la abandonará nuca. No hará falta que, en vida o en el futuro, ningún crítico rastree huellas emocionales sin resolver, la artista se encargará de ponerlo por escrito, tal cual el poema que he dejado al final de este texto.
En 1845 está de vuelta con su madre en Padrón y no hay constancia de que estuviera escolarizada. Eso sí, tenía que tener la formación y la cultura suficientes para alternar a partir de 1850, con tan solo 13 años, con los miembros del Liceo de Juventud de Santiago de Compostela. Otro hecho luctuoso haría mella en el ánimo de la joven Rosalía. El 8 de septiembre de 1853, en la romería de la Virgen, enferma de tifus junto con su amiga Eduarda que la acompañaba en la peregrinación. Solo Rosalía sobrevivió y, además, para colmo, el resto del otoño fue de hambre extrema en Galicia. Al sentimiento de abandono, por tanto, se une la constatación, nada más abrirse a la juventud, de la dureza de la vida. La poeta cantaría, a lo largo de sus versos, a estos desheredados, a los emigrantes, a los que no tienen nada que llevarse a la boca, a los que son obligados a abandonar su casa y, también, a las viudas de los vivos. En ellas se condensa un sufrimiento soportado desde múltiples aristas. Eran estas mujeres esposas de emigrantes (normalmente a Cuba) abandonadas por sus maridos bien porque fallecían y no había constancia o bien porque eran sustituidas por otras mujeres sin opción a divorcio.
Biografía de Rosalía de Castro: el nacimiento de la poeta
En 1857 Rosalía vive en Madrid y allí publica su primer libro de poemas La Flor con versos primerizos que nada aportan a su maravillosa producción de madurez. Allí conoce al que será su único esposo, Manuel Murguía, que sobreviviría a la artista. Con el tuvo siete hijos, aunque no todos alcanzaron la edad adulta. Al marido, además, acompañó en los distintos destinos que, como funcionario archivista, le eran encomendados por toda España. Rosalía se casa en Madrid el 10 de octubre de 1858 y su primera hija nace antes de cumplir los nueve meses de embarazo en Santiago de Compostela. No está claro cuales fueron los destinos que la poeta compartió con su esposo, a pesar de las múltiples cartas del matrimonio que se han conservado.
Desde 1858 hasta 1877, cuando ya no abandona Santiago de Compostela hasta su muerte, Rosalía tuvo una vida itinerante residiendo en La Coruña, Madrid, Santiago o Simancas. Murguía quemó parte de la correspondencia a la muerte de la escritora sin explicar nunca las razones por tal cosa. La crítica es unánime en calificar el matrimonio como anodino a pesar de supuestas graves crisis por circunstancias indeterminadas. El funcionario archivero que era Manuel Murguía profesa admiración por una esposa que se sobrepone a duras circunstancias personales para encabezar el movimiento literario de rexurdimiento. La artista, por su parte, a pesar de los hijos y la intimidad, no logró nunca con este matrimonio el consuelo de un alma herida. Si bien, al parecer, se profesaban cariño y respeto mutuo, las cicatrices emocionales de Rosalía eran de tal profundidad que ni los hijos ni el marido pudieron, con amor, resarcirla de una infancia de dolor.
El corazón herido de Rosalía
Dedicada a sus escritos (escribió en total 11 libros) y al cuidado de su prole, aunque varios de sus hijos no llegaron a la edad adulta, el corazón solitario y triste de la poeta se fue agriando conforme pasaban los años. A pesar de ser la cabeza visible del movimiento del rexurdimiento de las letras gallegas, fue, incluso, víctima de violencia por parte de sus paisanos que no se tomaron muy bien el contenido de sus libros, especialmente Follas Novas. Además, sus Cantares gallegos eran presentados y representados como anónimos, aumentando aún más el sentimiento de usurpación por parte de la artista. Ante esta agresión, la poeta respondió negándose a escribir, en el futuro, en gallego. De su ira (por el no reconocimiento social en el sentido amplio de la palabra) nació En las orillas del Sar (1884). De lo peor llegó lo mejor, ya que la crítica es unánime en calificar la obra, junto con las Rimas de Bécquer, como el mejor libro de poemas en español de las últimas décadas del siglo XIX. Con los datos actuales y las cartas donde se describen los síntomas, Rosalía de Catro murió de un cáncer de útero el 15 de julio de 1885.
La obra de la artista se caracteriza por reflejar un profundo dolor, el propio y el de los otros. Cuando nos retrata a los parias de su tierra, a los emigrantes gallegos, a los hambrientos, a lo desposeídos, a las viudas en vida, nos sumerge de lleno en todos los recovecos de un alma atormentada, la suya, incapaz de encontrar en el otro esa nota emocional que, juntos, crea un acorde. El sentimiento de apartamiento (desde su concepción misma), de señalamiento por una sociedad cruel e inculta (desde su nacimiento) se transforma en el dolor por no ser reconocida en ningún plano vital. Por eso, responde con ira al apedreamiento (literal) ante la perspectiva de publicación de una nueva obra. En el poema a continuación, como otros tantos ejemplos, la artista se desnuda en toda su crudeza de mujer abandonada desde el principio. Busca un amor imposible porque para ella no hay tiempo del amor. Es la vida de la escarcha sin el consuelo de la primavera lo que deja traslucir en buena parte de su obra, la misma que se explica con el conocimiento, aunque sea somero, de la biografía de Rosalía de Castro.
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.
—Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.
Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?
Cada vez que recuerda tanto oprobio
—cada vez digo, ¡y lo recuerda siempre!—,
avergonzada su alma
quisiera en el no ser desvanecerse
como la blanca nube
en el espacio azul se desvanece.
¡Recuerdo… lo que halaga hasta el delirio
o da dolor hasta causar la muerte!…
No, no es sólo recuerdo,
sino que es juntamente
el pasado, el presente, el infinito,
lo que fue, lo que es y ha de ser siempre.
En las orillas del Sar
En el mundo de Rosalía de Castro está plenamente presente no solo esa naturaleza de su Galicia natal, que tan pronto acoge como rechaza, sino también toda la dureza de una tierra en lucha constante con la miseria. A eso se une su condición de hija ilegítima y, además, engendrada de un acto vergonzante por un religioso. El ocultamiento de su mera presencia ante la familia y la sociedad generó en el alma de la artista un profundo sentimiento de soledad que no pudo ser mitigado, en vida, con nada. En sus versos despliega (con la belleza de una de las grandes) todo ese sufrimiento vital que llega, incluso, a rozar el pesimismo existencial. Todo ello se abona con circunstancias sociales extremas que la artista supo inmortalizar a la perfección en sus versos.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Nace Rosalía de Castro el 24 de febrero de 1837 en Santiago de Compostela. Era su madre la hija soltera del hidalgo propietario del pazo de Arretén de nombre María Teresa de la Cruz de Castro y Abadía. De su madre toma el apellido. Y su padre era un eclesiástico de nombre José Martínez Viojo, ordenado presbítero en 1829. La futura poeta, por tanto, carga desde su misma concepción, con la más extrema vergüenza y el señalamiento público ya desde niña. Este hecho (sin necesidad de constelaciones familiares) influirá no solo en la biografía de Rosalía de Castro al completo sino también en su carácter, el mismo que se transparentará en su poesía.
Biografía de Rosalía de Castro: primeros años
Las cargas familiares que debe soportar la futura poeta comienzan desde la gestación en el vientre de su madre. Para ocultar su nacimiento, es apartada de su progenitora para que esta siguiera siendo la señorita del pazo de Arretén. La bebé se va a vivir con sus tías paternas a Lestedo y Castroño de Ortoño hasta que cumple los ocho años. Poco se sabe del trato dispensado o de la educación recibida por parte de su familia paterna que, también debió obligarse a ocultar la existencia de una hija de un clérigo. Aunque no conocemos muchos detalles, la huella emocional de este abandono múltiple acompañará a la escritora durante toda su vida. Jamás abandonará el sentimiento de soledad y el de humillación al sentirse señalada por un pecado que ella nunca cometió. Todo ello incidirá en su carácter, propenso a la melancolía, al dolor psíquico, a las ensoñaciones con el suicidio y, en último extremo, a la acritud. Esta condición de su vida es de tal relevancia que se considera inherente a su poesía, ya que no la abandonará nuca. No hará falta que, en vida o en el futuro, ningún crítico rastree huellas emocionales sin resolver, la artista se encargará de ponerlo por escrito, tal cual el poema que he dejado al final de este texto.
En 1845 está de vuelta con su madre en Padrón y no hay constancia de que estuviera escolarizada. Eso sí, tenía que tener la formación y la cultura suficientes para alternar a partir de 1850, con tan solo 13 años, con los miembros del Liceo de Juventud de Santiago de Compostela. Otro hecho luctuoso haría mella en el ánimo de la joven Rosalía. El 8 de septiembre de 1853, en la romería de la Virgen, enferma de tifus junto con su amiga Eduarda que la acompañaba en la peregrinación. Solo Rosalía sobrevivió y, además, para colmo, el resto del otoño fue de hambre extrema en Galicia. Al sentimiento de abandono, por tanto, se une la constatación, nada más abrirse a la juventud, de la dureza de la vida. La poeta cantaría, a lo largo de sus versos, a estos desheredados, a los emigrantes, a los que no tienen nada que llevarse a la boca, a los que son obligados a abandonar su casa y, también, a las viudas de los vivos. En ellas se condensa un sufrimiento soportado desde múltiples aristas. Eran estas mujeres esposas de emigrantes (normalmente a Cuba) abandonadas por sus maridos bien porque fallecían y no había constancia o bien porque eran sustituidas por otras mujeres sin opción a divorcio.
Biografía de Rosalía de Castro: el nacimiento de la poeta
En 1857 Rosalía vive en Madrid y allí publica su primer libro de poemas La Flor con versos primerizos que nada aportan a su maravillosa producción de madurez. Allí conoce al que será su único esposo, Manuel Murguía, que sobreviviría a la artista. Con el tuvo siete hijos, aunque no todos alcanzaron la edad adulta. Al marido, además, acompañó en los distintos destinos que, como funcionario archivista, le eran encomendados por toda España. Rosalía se casa en Madrid el 10 de octubre de 1858 y su primera hija nace antes de cumplir los nueve meses de embarazo en Santiago de Compostela. No está claro cuales fueron los destinos que la poeta compartió con su esposo, a pesar de las múltiples cartas del matrimonio que se han conservado.
Desde 1858 hasta 1877, cuando ya no abandona Santiago de Compostela hasta su muerte, Rosalía tuvo una vida itinerante residiendo en La Coruña, Madrid, Santiago o Simancas. Murguía quemó parte de la correspondencia a la muerte de la escritora sin explicar nunca las razones por tal cosa. La crítica es unánime en calificar el matrimonio como anodino a pesar de supuestas graves crisis por circunstancias indeterminadas. El funcionario archivero que era Manuel Murguía profesa admiración por una esposa que se sobrepone a duras circunstancias personales para encabezar el movimiento literario de rexurdimiento. La artista, por su parte, a pesar de los hijos y la intimidad, no logró nunca con este matrimonio el consuelo de un alma herida. Si bien, al parecer, se profesaban cariño y respeto mutuo, las cicatrices emocionales de Rosalía eran de tal profundidad que ni los hijos ni el marido pudieron, con amor, resarcirla de una infancia de dolor.
El corazón herido de Rosalía
Dedicada a sus escritos (escribió en total 11 libros) y al cuidado de su prole, aunque varios de sus hijos no llegaron a la edad adulta, el corazón solitario y triste de la poeta se fue agriando conforme pasaban los años. A pesar de ser la cabeza visible del movimiento del rexurdimiento de las letras gallegas, fue, incluso, víctima de violencia por parte de sus paisanos que no se tomaron muy bien el contenido de sus libros, especialmente Follas Novas. Además, sus Cantares gallegos eran presentados y representados como anónimos, aumentando aún más el sentimiento de usurpación por parte de la artista. Ante esta agresión, la poeta respondió negándose a escribir, en el futuro, en gallego. De su ira (por el no reconocimiento social en el sentido amplio de la palabra) nació En las orillas del Sar (1884). De lo peor llegó lo mejor, ya que la crítica es unánime en calificar la obra, junto con las Rimas de Bécquer, como el mejor libro de poemas en español de las últimas décadas del siglo XIX. Con los datos actuales y las cartas donde se describen los síntomas, Rosalía de Catro murió de un cáncer de útero el 15 de julio de 1885.
La obra de la artista se caracteriza por reflejar un profundo dolor, el propio y el de los otros. Cuando nos retrata a los parias de su tierra, a los emigrantes gallegos, a los hambrientos, a lo desposeídos, a las viudas en vida, nos sumerge de lleno en todos los recovecos de un alma atormentada, la suya, incapaz de encontrar en el otro esa nota emocional que, juntos, crea un acorde. El sentimiento de apartamiento (desde su concepción misma), de señalamiento por una sociedad cruel e inculta (desde su nacimiento) se transforma en el dolor por no ser reconocida en ningún plano vital. Por eso, responde con ira al apedreamiento (literal) ante la perspectiva de publicación de una nueva obra. En el poema a continuación, como otros tantos ejemplos, la artista se desnuda en toda su crudeza de mujer abandonada desde el principio. Busca un amor imposible porque para ella no hay tiempo del amor. Es la vida de la escarcha sin el consuelo de la primavera lo que deja traslucir en buena parte de su obra, la misma que se explica con el conocimiento, aunque sea somero, de la biografía de Rosalía de Castro.
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.
—Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.
Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?
Cada vez que recuerda tanto oprobio
—cada vez digo, ¡y lo recuerda siempre!—,
avergonzada su alma
quisiera en el no ser desvanecerse
como la blanca nube
en el espacio azul se desvanece.
¡Recuerdo… lo que halaga hasta el delirio
o da dolor hasta causar la muerte!…
No, no es sólo recuerdo,
sino que es juntamente
el pasado, el presente, el infinito,
lo que fue, lo que es y ha de ser siempre.
En las orillas del Sar
En el mundo de Rosalía de Castro está plenamente presente no solo esa naturaleza de su Galicia natal, que tan pronto acoge como rechaza, sino también toda la dureza de una tierra en lucha constante con la miseria. A eso se une su condición de hija ilegítima y, además, engendrada de un acto vergonzante por un religioso. El ocultamiento de su mera presencia ante la familia y la sociedad generó en el alma de la artista un profundo sentimiento de soledad que no pudo ser mitigado, en vida, con nada. En sus versos despliega (con la belleza de una de las grandes) todo ese sufrimiento vital que llega, incluso, a rozar el pesimismo existencial. Todo ello se abona con circunstancias sociales extremas que la artista supo inmortalizar a la perfección en sus versos.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El mito de Eros y Psique es uno de los más recurrentes no solo de la literatura griega sino de la de todos los tiempos de la cultura occidental. Fue retomado, incluso, en la Edad Media a pesar de su preferencia por lo santo cristiano. Y es, además, uno de los favoritos en la lírica renacentista llegando intacto hasta el siglo XX.
Los protagonistas del mito: Eros y psique
Eros es el dios del amor, conocido como Cupido en Roma. Se representa como un niño travieso o como un joven de gran belleza provisto de hermosas alas con las que puede alzar el vuelo. Va ataviado con un arco y carcaj de flechas distintas. Unas están emponzoñadas con el veneno del desprecio, el asco e, incluso, el odio. Otras están cubiertas por las mieles del amor, el deseo y la pasión desenfrenada. Tradicionalmente se ha representado a este dios como un diablillo que va lanzando flechas indiscriminadamente y, por tanto, creando conflictos amorosos de todo tipo. Así, por recordar una de sus aventuras, apareció en el camino de Dafne y Apolo inmiscuyéndose en este cortejo divino. Eros, por rivalidad con Apolo, lanzó una flecha envenenada a la ninfa y otra de lujuria al dios. De resultas, de este desaguisado de Cupido, Apolo persiguió a la carrera a la desdichada Dafne. La ninfa pide ayuda a los dioses que, apiadados por sus súplicas ante el inminente rapto, la convirtieron en árbol de laurel. Este mito viene a colación simplemente para hacer notar el carácter de Eros, entre irracional y caprichoso. El dios del Amor fue fruto de los amores adúlteros de Afrodita (casada con Hefesto) y Ares, el Marte romano y dios de la guerra. Creció arropado y mimado por su madre sobresaliendo por su belleza y seducción entre todos los dioses del Olimpo.
Por su parte, Psique, era una simple mortal, una princesa, la tercera hija del rey de Anatolia. Como su compañero inmortal, la joven tenía tal gracia y hermosura que todos los muchachos del reino la pretendían. Eran tal el fervor que tenían por Psique que, incluso, los hombres se olvidaron de rendir tributo a la diosa Afrodita. Enfadada la diosa por tal osadía y celosa de las capacidades seductoras de la joven, aunque esta era una doncella, decidió castigarla. Así, obligó a su hijo Eros a que desplegara todo su ferocidad psicológica contra ella. Sin embargo, ante los bellos atributos espirituales de la joven y su radiante belleza, Cupido cayó rendido de amor ante Psique. Ni que decir tiene que la diosa Afrodita aumentó aún más su divina cólera por tal desafío de la joven, aunque ella no fuera consciente de los retos a los que se enfrentaba.
El mito de Eros y Psique
En busca de marido, el rey lleva a su hija al Oráculo de Delfos y allí las sibilas anticipan un inquietante futuro para Psique. No se casaría con ningún príncipe o noble. El rey debería llevarla a la cima de un monte y abandonarla para que un ser monstruoso y feroz la tomara como esposa. El rey cumplió la profecía hecha por Apolo y la desdichada Psique aceptó lo que creía un cruel destino. Con gran pesar y lamentos, la princesa fue conducida a la cima de una montaña donde fue abandonada, bellamente engalanada, entre lágrimas y tristezas. Sin embargo, su destino era bien distinto, ya que Céfiro, el viento, la arrastró por las nubes hasta llevarla a un hermoso palacio rodeado de un prado donde unos sirvientes invisibles le susurraban a Psique que estaban allí para servirle.
Todo era lujo, belleza y vida regalada para la princesa de día. Al caer la noche, yacía con su esposo sin poder contemplar el auténtico aspecto físico de este. Y el enigmático compañero no era otro que el bellísimo y arrebatador Eros que había conseguido engañar, una vez más, a su madre. El pacto con Psique era sencillo: ella podía disfrutar de todas las dulzuras de su amor, de su susurro delicado, de sus caricias acompasadas, del lujo extremo ofrecido por un dios mientras que la joven no osara mirarle a la cara. Por eso, Eros abandonaba el lecho conyugal cada amanecer.
Sin embargo, Psique que ha pasado a la historia como el símbolo del alma, de la vida y, también de la curiosidad que adorna a los mejores miembros de la raza humana, empezó a impacientarse y estaba deseosa de conocer la verdadera naturaleza de su esposo. Además, como se aburría tanto de día y echaba de menos a sus dos hermanas mayores, rogó a Eros que permitiera la visita de las otras princesas. Estas habían sido desposadas con dos ancianos que, aunque ricos, no podían ofrecer las maravillosas riquezas y exquisiteces de un dios como Eros.
Acepta el esposo la visita de sus cuñadas y estas, maravilladas por el lujo en el que vive Psique, movidas por la envidia, empiezan a malmeter. Y lo hacen de la peor manera posible, ya que convencen a la princesa de que su esposo es una serpiente a la que debe dar muerte contraviniendo, así, el pacto expreso con Eros, ya que no debía ver quien era a la par que permitía que este abandonara el lecho al amanecer.
Las aventuras de amor entre Eros y Psique
Así, Psique, movida por su tremenda curiosidad y por las insidias de sus hermanas, una noche coge una lámpara y se acerca a Eros. Ante la impresionante belleza de su amado, se queda extasiada olvidándose de todo. Tal es su arrobo que, al no tener cuidado, quema con el aceite del candil a Eros, que se despierta sobresaltado por tal terrible dolor. Al daño físico se une la decepción por la traición de Psique huyendo de su lado. Este momento del mito clásico ha sido recogido en infinidad de poemas de la literatura europea, como el reproducido a continuación de Lope de Vega.
No de otra suerte Psiques, deseosa
de ver al niño Amor, su esposo oculto,
con la luz de los ojos, amorosa,
adivinaba el regalado bulto;
y menos de su padre temerosa,
que la obligaba tan lascivo insulto,
rindió toda la fuerza a los sentidos,
del imperio del alma desasidos.
López de Vega: La Filomena
Apenada hasta la extenuación por la terrible consecuencia de su acto, la princesa implora a los dioses que vuelva su amado. Sin embargo, Afrodita vuelve a malmeter y esta vez con razón. Sin embargo, desde el Olimpo, Zeus interviene en favor de la muchacha y le impone una serie de pruebas para que demuestre que es merecedora del amor de Eros. La primera de ellas consiste en clasificar kilos y kilos de semillas que Psique, con ayuda divina, consigue completar. Más tarde, es obligada a bajar a los infiernos donde habita Perséfone para que esta le regale parte de su belleza. La hija de Cibeles, conmovida por la pasión de la muchacha, encierra parte de sus dones en una caja y Psique logra salir del inframundo. Sin embargo, una vez más le pica la curiosidad y no puede dejar de mirar lo que hay en la caja. Es en ese momento cuando cae rendida en un profundo sueño del que parece que no podrá despertar jamás.
Así, la encuentra Eros, a la orilla de un río rodeada de flores y mariposas. Arrastrado por el amor que siente por la joven princesa la besa tan apasionadamente que logra revivirla. Esta escena es recogida en una obra de gran belleza de Antonio Canova (1755-1822), una de las más sublimes de la escultura neoclásica. Ese beso resucitador de Eros, también, puede considerarse el hipotexto del cuento tradicional de Blancanieves, envenenada por celos, y vuelta a la vida por la gracia del amor.
El mito de Eros y Psique es uno de los pocos que tienen final feliz de la tradición clásica tan dada a las metamorfosis en el lado humano. Eros pide a los dioses que permitan la inmortalidad de Psique ya que la muchacha, con sus pruebas, se ganó ese don. Y así lo hacen permitiendo que los enamorados estuvieran juntos eternamente. Hermes, el dios de los caminos con alas en los pies, arrastra a la joven hasta al Olimpo. Allí hay preparada una fiesta en su honor donde se le ofrece el néctar de la inmortalidad que Psique bebe.
Y, por último, algunas fuentes clásicas apuntan a que ambos tuvieron una hija de nombre Hedoné (de donde proviene la palabra y el concepto de hedonismo) o Volupté para los romanos. El mito de Eros y Psique, nos dice, en definitiva, de la unión y de la comunión de dos facetas fundamentales del espíritu humano. Por un lado, Psique es la curiosidad, es la vida, es el alma mientras que Eros es el amor y la pasión. Ambos forman el tándem perfecto, la consumación que lleva a la ansiada felicidad.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El mito de Eros y Psique es uno de los más recurrentes no solo de la literatura griega sino de la de todos los tiempos de la cultura occidental. Fue retomado, incluso, en la Edad Media a pesar de su preferencia por lo santo cristiano. Y es, además, uno de los favoritos en la lírica renacentista llegando intacto hasta el siglo XX.
Los protagonistas del mito: Eros y psique
Eros es el dios del amor, conocido como Cupido en Roma. Se representa como un niño travieso o como un joven de gran belleza provisto de hermosas alas con las que puede alzar el vuelo. Va ataviado con un arco y carcaj de flechas distintas. Unas están emponzoñadas con el veneno del desprecio, el asco e, incluso, el odio. Otras están cubiertas por las mieles del amor, el deseo y la pasión desenfrenada. Tradicionalmente se ha representado a este dios como un diablillo que va lanzando flechas indiscriminadamente y, por tanto, creando conflictos amorosos de todo tipo. Así, por recordar una de sus aventuras, apareció en el camino de Dafne y Apolo inmiscuyéndose en este cortejo divino. Eros, por rivalidad con Apolo, lanzó una flecha envenenada a la ninfa y otra de lujuria al dios. De resultas, de este desaguisado de Cupido, Apolo persiguió a la carrera a la desdichada Dafne. La ninfa pide ayuda a los dioses que, apiadados por sus súplicas ante el inminente rapto, la convirtieron en árbol de laurel. Este mito viene a colación simplemente para hacer notar el carácter de Eros, entre irracional y caprichoso. El dios del Amor fue fruto de los amores adúlteros de Afrodita (casada con Hefesto) y Ares, el Marte romano y dios de la guerra. Creció arropado y mimado por su madre sobresaliendo por su belleza y seducción entre todos los dioses del Olimpo.
Por su parte, Psique, era una simple mortal, una princesa, la tercera hija del rey de Anatolia. Como su compañero inmortal, la joven tenía tal gracia y hermosura que todos los muchachos del reino la pretendían. Eran tal el fervor que tenían por Psique que, incluso, los hombres se olvidaron de rendir tributo a la diosa Afrodita. Enfadada la diosa por tal osadía y celosa de las capacidades seductoras de la joven, aunque esta era una doncella, decidió castigarla. Así, obligó a su hijo Eros a que desplegara todo su ferocidad psicológica contra ella. Sin embargo, ante los bellos atributos espirituales de la joven y su radiante belleza, Cupido cayó rendido de amor ante Psique. Ni que decir tiene que la diosa Afrodita aumentó aún más su divina cólera por tal desafío de la joven, aunque ella no fuera consciente de los retos a los que se enfrentaba.
El mito de Eros y Psique
En busca de marido, el rey lleva a su hija al Oráculo de Delfos y allí las sibilas anticipan un inquietante futuro para Psique. No se casaría con ningún príncipe o noble. El rey debería llevarla a la cima de un monte y abandonarla para que un ser monstruoso y feroz la tomara como esposa. El rey cumplió la profecía hecha por Apolo y la desdichada Psique aceptó lo que creía un cruel destino. Con gran pesar y lamentos, la princesa fue conducida a la cima de una montaña donde fue abandonada, bellamente engalanada, entre lágrimas y tristezas. Sin embargo, su destino era bien distinto, ya que Céfiro, el viento, la arrastró por las nubes hasta llevarla a un hermoso palacio rodeado de un prado donde unos sirvientes invisibles le susurraban a Psique que estaban allí para servirle.
Todo era lujo, belleza y vida regalada para la princesa de día. Al caer la noche, yacía con su esposo sin poder contemplar el auténtico aspecto físico de este. Y el enigmático compañero no era otro que el bellísimo y arrebatador Eros que había conseguido engañar, una vez más, a su madre. El pacto con Psique era sencillo: ella podía disfrutar de todas las dulzuras de su amor, de su susurro delicado, de sus caricias acompasadas, del lujo extremo ofrecido por un dios mientras que la joven no osara mirarle a la cara. Por eso, Eros abandonaba el lecho conyugal cada amanecer.
Sin embargo, Psique que ha pasado a la historia como el símbolo del alma, de la vida y, también de la curiosidad que adorna a los mejores miembros de la raza humana, empezó a impacientarse y estaba deseosa de conocer la verdadera naturaleza de su esposo. Además, como se aburría tanto de día y echaba de menos a sus dos hermanas mayores, rogó a Eros que permitiera la visita de las otras princesas. Estas habían sido desposadas con dos ancianos que, aunque ricos, no podían ofrecer las maravillosas riquezas y exquisiteces de un dios como Eros.
Acepta el esposo la visita de sus cuñadas y estas, maravilladas por el lujo en el que vive Psique, movidas por la envidia, empiezan a malmeter. Y lo hacen de la peor manera posible, ya que convencen a la princesa de que su esposo es una serpiente a la que debe dar muerte contraviniendo, así, el pacto expreso con Eros, ya que no debía ver quien era a la par que permitía que este abandonara el lecho al amanecer.
Las aventuras de amor entre Eros y Psique
Así, Psique, movida por su tremenda curiosidad y por las insidias de sus hermanas, una noche coge una lámpara y se acerca a Eros. Ante la impresionante belleza de su amado, se queda extasiada olvidándose de todo. Tal es su arrobo que, al no tener cuidado, quema con el aceite del candil a Eros, que se despierta sobresaltado por tal terrible dolor. Al daño físico se une la decepción por la traición de Psique huyendo de su lado. Este momento del mito clásico ha sido recogido en infinidad de poemas de la literatura europea, como el reproducido a continuación de Lope de Vega.
No de otra suerte Psiques, deseosa
de ver al niño Amor, su esposo oculto,
con la luz de los ojos, amorosa,
adivinaba el regalado bulto;
y menos de su padre temerosa,
que la obligaba tan lascivo insulto,
rindió toda la fuerza a los sentidos,
del imperio del alma desasidos.
López de Vega: La Filomena
Apenada hasta la extenuación por la terrible consecuencia de su acto, la princesa implora a los dioses que vuelva su amado. Sin embargo, Afrodita vuelve a malmeter y esta vez con razón. Sin embargo, desde el Olimpo, Zeus interviene en favor de la muchacha y le impone una serie de pruebas para que demuestre que es merecedora del amor de Eros. La primera de ellas consiste en clasificar kilos y kilos de semillas que Psique, con ayuda divina, consigue completar. Más tarde, es obligada a bajar a los infiernos donde habita Perséfone para que esta le regale parte de su belleza. La hija de Cibeles, conmovida por la pasión de la muchacha, encierra parte de sus dones en una caja y Psique logra salir del inframundo. Sin embargo, una vez más le pica la curiosidad y no puede dejar de mirar lo que hay en la caja. Es en ese momento cuando cae rendida en un profundo sueño del que parece que no podrá despertar jamás.
Así, la encuentra Eros, a la orilla de un río rodeada de flores y mariposas. Arrastrado por el amor que siente por la joven princesa la besa tan apasionadamente que logra revivirla. Esta escena es recogida en una obra de gran belleza de Antonio Canova (1755-1822), una de las más sublimes de la escultura neoclásica. Ese beso resucitador de Eros, también, puede considerarse el hipotexto del cuento tradicional de Blancanieves, envenenada por celos, y vuelta a la vida por la gracia del amor.
El mito de Eros y Psique es uno de los pocos que tienen final feliz de la tradición clásica tan dada a las metamorfosis en el lado humano. Eros pide a los dioses que permitan la inmortalidad de Psique ya que la muchacha, con sus pruebas, se ganó ese don. Y así lo hacen permitiendo que los enamorados estuvieran juntos eternamente. Hermes, el dios de los caminos con alas en los pies, arrastra a la joven hasta al Olimpo. Allí hay preparada una fiesta en su honor donde se le ofrece el néctar de la inmortalidad que Psique bebe.
Y, por último, algunas fuentes clásicas apuntan a que ambos tuvieron una hija de nombre Hedoné (de donde proviene la palabra y el concepto de hedonismo) o Volupté para los romanos. El mito de Eros y Psique, nos dice, en definitiva, de la unión y de la comunión de dos facetas fundamentales del espíritu humano. Por un lado, Psique es la curiosidad, es la vida, es el alma mientras que Eros es el amor y la pasión. Ambos forman el tándem perfecto, la consumación que lleva a la ansiada felicidad.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El mito de Eros y Psique
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Ríos de tintas han corrido sobre los paralelismos y divergencias de dos movimientos hispanos que se solapan en el tiempo: modernismo y generación del 98. Ambos surgen a finales del siglo XIX como respuesta a la desastrosa situación social, política y económica tanto de España como de los distintos países hispanoamericanos que, a duras penas, se manejaban con su recién conquistada independencia. Por lo que respecta a la generación del 98 es un movimiento cultural eminentemente español, diferenciado tanto de los movimientos de vanguardia (con los que coincide) como de las nuevas voces al otro lado del Atlántico. Dicho esto: ni uno ni otro se pueden entender si no los ponemos en relación con el ambiente (a todos los niveles) de mediados del siglo XIX.
Bases históricas para entender el modernismo y la generación del 98
España era incapaz de levantar cabeza y retomar, aunque fuera las hilachas de, en otro tiempo, una potencia internacional. A la desastrosa situación económica se le une un devenir político que podemos calificar (todo junto y a la vez) de descabellado, destructor, incompetente e irracional. La reina Isabel II (1830-1904) sucede a su padre en el trono, el infame Fernando VII. Y no lo hace sin más sino que antes, durante y después de sus reinado el país al completo se ve envuelto en las llamadas guerras carlistas promovidas por los partidarios ultraconservadores de su tío Carlos María Isidro, primero, y su descendencia, después. Estos conflictos bélicos son especialmente importantes en el País Vasco, La Rioja, Navarra y Cataluña. Isabel reina hasta 1868, cuando parte hacia su exilio de París. Aunque quiso instaurar una monarquía parlamentaria, aunque abrió las universidades cerradas por su padre y aunque intentó instalar en España el liberalismo económico, los números de su reinado dan casi escalofríos. Y lo dan porque los choques entre distintas facciones de liberales y conservadores eran tan constantes y enconados que el país no tenía la mínima estabilidad para abrirse a las necesitadas reformas.
Los números hablan por sí solos: en 1855 había en España más de 6000 pueblos sin escuela primaria; la Universidad de Salamanca reabrió con 100 estudiantes, la mitad de derecho; en 1860 no llegaban a 60 las bibliotecas públicas en toda España; en algunas, como la de Huelva, el número de volúmenes a disposición era de 60 ejemplares, cantidad semejante a algunos monasterios de la Edad Media; la Armada disponía de tres barcos viejos y de poca utilidad; las obras del ferrocarril se eternizaban con corrupción de por medio y problemas para el ancho de vía europeo… El dato de alfabetización nos da una idea del atraso humano, crítico, espiritual, técnico, económico e, incluso, político de la época. Se calcula que a inicios del siglo XIX, la tasa de analfabetos en España era del 94% de la población. Aunque se fue reduciendo progresivamente, habría que esperar a los primeros años del siglo XX para dejarla en un 65%. Y tendrían que pasar muchísimas décadas para achicarla al 14% de los años sesenta del siglo XX y al testimonial 0,5% actual. Con estos números nos hacemos una idea de la problemática socio-económica de una España decadente a todos los niveles imaginables.
Para terminar de rematar el cuadro, la élite política estaba embarrada en un frentismo inútil que alejaba cada día más la estabilidad necesaria para el progreso. Sigo con los números. Tras el exilio de Isabel II, comienza el llamado Sexenio Democrático. Durante el mismo aconteció la regencia desde 1869 a 1871 del duque de Acosta, Francisco Serrano (1810-1885). Le sucedió el breve e incomprensible reinado de Amadeo de Saboya (1845-1890) durante los años 1871-1873 interrumpido por la brevísima I República Española desde 1873 hasta 1874. A la misma le siguió el reinado de Alfonso XII (1857-1885), hijo de Isabel II, que reinó desde 1874 hasta su muerte en 1885. Aún asistiría Isabel II a la subida al trono (aunque bajo regencia) de su nieto Alfonso XIII (1886-1941) quien fue rey de España hasta 1931. Entre medias tuvo lugar la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y tras la renuncia del monarca y posterior exilio, con un gobierno provisional se proclamó la II República Española (1931-1936) que desembocó en la Guerra Civil.
Este baile de fechas y cambios de modelos de gobierno de un extremo a otro con políticas contradictorias que chocaban constantemente entre sí nos dice de una época decadente (por juzgarla con palabras amables). Sin atender a la intrahistoria, la élite de la época no ejerce su función de liderazgo, más bien lo contrario mientras el pueblo malvive sumido en el atraso. Fueron con estos mimbres con los que un puñado de escritores se enfrentaron a una realidad que no dudaron en calificar como fea, asfixiante, vulgar y violenta.
Aproximación al modernismo
El modernismo quizás fuera el primer movimiento cultural compartido en el mismo espacio temporal por los escritores hispanoamericanos y por los españoles. Si bien es verdad que nos encontramos autores de renombre barrocos y románticos, especialmente en México, al otro lado del Atlántico estas corrientes llegaban años más tarde con respecto a España ¡Y no digamos ya con Europa! Sin embargo, el modernismo coincidió en tiempo aportando, además, las mejores obras desde la parte americana. Surgió hacia finales de 1880 y se extendió hasta la década de los veinte del siglo XX.
Una de las características del modernismo literario es la reacción ante una realidad hostil que ofrece pocas oportunidades de crecimiento espiritual. Y lo hace desde la perspectiva de la evasión, del escapismo hacia mundos ajenos, con una mitificación del pasado (especialmente la Edad Media) y de los personajes que se suponían eran característicos de otros siglos más nobles: princesas, caballeros, ancianos sabios…
En la época modernista, la protesta contra el orden burgués aparece con frecuencia en formas escapistas. El artista rechaza la indeseable realidad (la realidad social: no la natural), en la que ni puede ni quiere integrarse, y busca caminos de evasión. Uno de ellos, acaso el más obvio, lo abre la nostalgia y conduce al pasado; otro, trazado por el ensueño, lleva a la transfiguración de lo distante (en tiempo o espacio, o en ambos); lejos de la vulgaridad cotidiana. Suele llamársele indigenismo y exotismo, y su raíz escapista y rebelde es la misma. No se contradicen, sino se complementan, expresando afanes intemporales del alma, que en ciertas épocas, según aconteció en el fin del siglo y ahora vuelve a suceder, se convierten en irrefrenable impulsos de extrañamiento. Y no se contradicen, digo, pue son las dos faces jánicas del mismo deseo de adscribirse, de integrarse en algo distinto a lo presente.
Ricardo Gullón: Direcciones del Modernismo
Buscaban la belleza, la elevación estética y la musicalidad extrema. Y lo hacían forzando el lenguaje al máximo haciendo uso de todos los recursos y tropos disponibles. Hay un gusto por el verso alejandrino, el de catorce sílabas, complicado para la acentuación española. Los poemas se llenan de metáforas y de artificios retóricos a la par que se apela a un mundo mítico, a personajes mágicos, a paisajes entresacados de la imaginación con lagos rodeados de flores y habitados por cisnes.
Autores del modernismo fueron Rubén Darío, el primer Antonio Machado, su hermano Manuel Machado, Ramón del Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez, Amado Nervo y Leopoldo Lugones.
Aproximación a la generación del 98
Por su parte, las características de la generación del 98 fueron distintas, ya que los escritos de sus creadores destacan por centrarse en el dolor de España, en un lirismo profundo por la pérdida, en un mirar hacia lo local (reviviendo una Castilla tosca, áspera, solitaria y pobre), en una sensibilidad personal que, al coincidir con el arquetipo, ha traspasado épocas. Los autores de la generación del 98 levantan una obra heterogénea con un acercamiento individual y único a la realidad. Si Unamuno lo hace desde una intelectualidad cristiana, Antonio Machado logra con sus poemas más biográficos («Al olmo viejo» o «A José María Palacio») acordarse con el arquetipo universal del dolor y la pérdida.
Diferencias entre el modernismo y la generación del 98
Quizás la más evidente sea el desigual acercamiento hacia una realidad extrema tal como he expuesto nada más empezar. Mientras que el modernismo se decanta por la evasión, por la huida, por una apuesta por la imaginación de mundos fantásticos; la generación del 98 elige un leve afrontamiento. Sin embargo, sus creadores se quedan en la denuncia, en hacer visible una realidad hostil, en la manifestación del dolor y no llegan a la militancia social o política que vendría después. Se detienen en el canto y en el ahondamiento en el sufrimiento, en el sentimiento de descolocación y de enajenación de una realidad que no pueden compartir.
Otra diferencia evidente radica en el modelo formal. Si el modernismo elige una poética rebuscada, musical, rítmica y de temática irreal; la generación del 98 apuesta por la sencillez, la melodía y el empoderamiento de la nobleza campesina. Los modernistas eran poetas que anhelaban la Torre de Marfil. Los noventayochistas militaban en la prosa, en el verso, en la filosofía y pretendían enlazar con la esencia española poniéndola, a la par, en valor.
Por último, solo el modernismo fue compartido entre españoles y americanos. El noventayocho ha sido uno de los pocos movimientos exclusivos de España. Y nada más tengo que anotar que, mientras duró, en Europa, tenían lugar todo tipo de vanguardias, las mismas que no llegaron a calar por estas tierras.
Coincidencias entre el modernismo y la generación del 98
A la concomitancia temporal y de lengua hay que anotar ese choque con la realidad que, como hemos visto, cada movimiento o, incluso, artista resuelve como puede o quiere. Además, algunos autores, como es el caso de Antonio Machado, militan en un estilo y van evolucionando hacia el otro. En el caso de Valle-Inclán, de las florituras modernistas pasa por el dolor noventayochista hasta desembocar en el esperpento, caracterizado por un crítica culta de la realidad con tintes cínicos.
Estos autores viven una época convulsa –Unamuno (1864-1936), Juan Ramón Jiménez (1881-1958), Valle-Inclán (1866-1936) por poner solo tres nombres– en la que asisten al desguace de una nación, mientras la población se enfrenta a muerte en conflictos bélicos interminables. Si bien todos ellos miraban a una Europa que se abría a la cultura, a la técnica o la ciencia; la Primera Guerra Mundial puso en evidencia una fragilidad política y un infierno humano del que, desafortunadamente, aún quedarían capítulos por escribirse. ¡
Y, por último, ambos movimientos (tanto el modernismo como la generación del 98) se van agotando y diluyendo conforme avanza el siglo XX y los dos pueden darse por amortizados con la Guerra Civil Española (1936-1939). Pocos de sus miembros quedaron en este mundo para esta fecha y la mayoría de los que sobreviven toman el camino del exilio. El movimiento que ocupa este espacio cultural (con su problemática) es el novecentismo, activo desde 1906 hasta 1930. La figura más representativa es José Ortega y Gasset (1888-1956) y tanto el filósofo como los intelectuales a su alrededor afrontan las problemáticas patrias desde otra perspectiva: desde la política y su praxis. La realidad española no ha cambiado y continúa siendo desastrosa, sin embargo, desde el ámbito de la cultura se pone de manifiesto el deseo de hacer un esfuerzo por una implicación personal, más allá de manifestar ese dolor de la generación del 98 o de la evasión del modernismo.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla
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Bases históricas para entender el modernismo y la generación del 98
España era incapaz de levantar cabeza y retomar, aunque fuera las hilachas de, en otro tiempo, una potencia internacional. A la desastrosa situación económica se le une un devenir político que podemos calificar (todo junto y a la vez) de descabellado, destructor, incompetente e irracional. La reina Isabel II (1830-1904) sucede a su padre en el trono, el infame Fernando VII. Y no lo hace sin más sino que antes, durante y después de sus reinado el país al completo se ve envuelto en las llamadas guerras carlistas promovidas por los partidarios ultraconservadores de su tío Carlos María Isidro, primero, y su descendencia, después. Estos conflictos bélicos son especialmente importantes en el País Vasco, La Rioja, Navarra y Cataluña. Isabel reina hasta 1868, cuando parte hacia su exilio de París. Aunque quiso instaurar una monarquía parlamentaria, aunque abrió las universidades cerradas por su padre y aunque intentó instalar en España el liberalismo económico, los números de su reinado dan casi escalofríos. Y lo dan porque los choques entre distintas facciones de liberales y conservadores eran tan constantes y enconados que el país no tenía la mínima estabilidad para abrirse a las necesitadas reformas.
Los números hablan por sí solos: en 1855 había en España más de 6000 pueblos sin escuela primaria; la Universidad de Salamanca reabrió con 100 estudiantes, la mitad de derecho; en 1860 no llegaban a 60 las bibliotecas públicas en toda España; en algunas, como la de Huelva, el número de volúmenes a disposición era de 60 ejemplares, cantidad semejante a algunos monasterios de la Edad Media; la Armada disponía de tres barcos viejos y de poca utilidad; las obras del ferrocarril se eternizaban con corrupción de por medio y problemas para el ancho de vía europeo… El dato de alfabetización nos da una idea del atraso humano, crítico, espiritual, técnico, económico e, incluso, político de la época. Se calcula que a inicios del siglo XIX, la tasa de analfabetos en España era del 94% de la población. Aunque se fue reduciendo progresivamente, habría que esperar a los primeros años del siglo XX para dejarla en un 65%. Y tendrían que pasar muchísimas décadas para achicarla al 14% de los años sesenta del siglo XX y al testimonial 0,5% actual. Con estos números nos hacemos una idea de la problemática socio-económica de una España decadente a todos los niveles imaginables.
Para terminar de rematar el cuadro, la élite política estaba embarrada en un frentismo inútil que alejaba cada día más la estabilidad necesaria para el progreso. Sigo con los números. Tras el exilio de Isabel II, comienza el llamado Sexenio Democrático. Durante el mismo aconteció la regencia desde 1869 a 1871 del duque de Acosta, Francisco Serrano (1810-1885). Le sucedió el breve e incomprensible reinado de Amadeo de Saboya (1845-1890) durante los años 1871-1873 interrumpido por la brevísima I República Española desde 1873 hasta 1874. A la misma le siguió el reinado de Alfonso XII (1857-1885), hijo de Isabel II, que reinó desde 1874 hasta su muerte en 1885. Aún asistiría Isabel II a la subida al trono (aunque bajo regencia) de su nieto Alfonso XIII (1886-1941) quien fue rey de España hasta 1931. Entre medias tuvo lugar la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y tras la renuncia del monarca y posterior exilio, con un gobierno provisional se proclamó la II República Española (1931-1936) que desembocó en la Guerra Civil.
Este baile de fechas y cambios de modelos de gobierno de un extremo a otro con políticas contradictorias que chocaban constantemente entre sí nos dice de una época decadente (por juzgarla con palabras amables). Sin atender a la intrahistoria, la élite de la época no ejerce su función de liderazgo, más bien lo contrario mientras el pueblo malvive sumido en el atraso. Fueron con estos mimbres con los que un puñado de escritores se enfrentaron a una realidad que no dudaron en calificar como fea, asfixiante, vulgar y violenta.
Aproximación al modernismo
El modernismo quizás fuera el primer movimiento cultural compartido en el mismo espacio temporal por los escritores hispanoamericanos y por los españoles. Si bien es verdad que nos encontramos autores de renombre barrocos y románticos, especialmente en México, al otro lado del Atlántico estas corrientes llegaban años más tarde con respecto a España ¡Y no digamos ya con Europa! Sin embargo, el modernismo coincidió en tiempo aportando, además, las mejores obras desde la parte americana. Surgió hacia finales de 1880 y se extendió hasta la década de los veinte del siglo XX.
Una de las características del modernismo literario es la reacción ante una realidad hostil que ofrece pocas oportunidades de crecimiento espiritual. Y lo hace desde la perspectiva de la evasión, del escapismo hacia mundos ajenos, con una mitificación del pasado (especialmente la Edad Media) y de los personajes que se suponían eran característicos de otros siglos más nobles: princesas, caballeros, ancianos sabios…
En la época modernista, la protesta contra el orden burgués aparece con frecuencia en formas escapistas. El artista rechaza la indeseable realidad (la realidad social: no la natural), en la que ni puede ni quiere integrarse, y busca caminos de evasión. Uno de ellos, acaso el más obvio, lo abre la nostalgia y conduce al pasado; otro, trazado por el ensueño, lleva a la transfiguración de lo distante (en tiempo o espacio, o en ambos); lejos de la vulgaridad cotidiana. Suele llamársele indigenismo y exotismo, y su raíz escapista y rebelde es la misma. No se contradicen, sino se complementan, expresando afanes intemporales del alma, que en ciertas épocas, según aconteció en el fin del siglo y ahora vuelve a suceder, se convierten en irrefrenable impulsos de extrañamiento. Y no se contradicen, digo, pue son las dos faces jánicas del mismo deseo de adscribirse, de integrarse en algo distinto a lo presente.
Ricardo Gullón: Direcciones del Modernismo
Buscaban la belleza, la elevación estética y la musicalidad extrema. Y lo hacían forzando el lenguaje al máximo haciendo uso de todos los recursos y tropos disponibles. Hay un gusto por el verso alejandrino, el de catorce sílabas, complicado para la acentuación española. Los poemas se llenan de metáforas y de artificios retóricos a la par que se apela a un mundo mítico, a personajes mágicos, a paisajes entresacados de la imaginación con lagos rodeados de flores y habitados por cisnes.
Autores del modernismo fueron Rubén Darío, el primer Antonio Machado, su hermano Manuel Machado, Ramón del Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez, Amado Nervo y Leopoldo Lugones.
Aproximación a la generación del 98
Por su parte, las características de la generación del 98 fueron distintas, ya que los escritos de sus creadores destacan por centrarse en el dolor de España, en un lirismo profundo por la pérdida, en un mirar hacia lo local (reviviendo una Castilla tosca, áspera, solitaria y pobre), en una sensibilidad personal que, al coincidir con el arquetipo, ha traspasado épocas. Los autores de la generación del 98 levantan una obra heterogénea con un acercamiento individual y único a la realidad. Si Unamuno lo hace desde una intelectualidad cristiana, Antonio Machado logra con sus poemas más biográficos («Al olmo viejo» o «A José María Palacio») acordarse con el arquetipo universal del dolor y la pérdida.
Diferencias entre el modernismo y la generación del 98
Quizás la más evidente sea el desigual acercamiento hacia una realidad extrema tal como he expuesto nada más empezar. Mientras que el modernismo se decanta por la evasión, por la huida, por una apuesta por la imaginación de mundos fantásticos; la generación del 98 elige un leve afrontamiento. Sin embargo, sus creadores se quedan en la denuncia, en hacer visible una realidad hostil, en la manifestación del dolor y no llegan a la militancia social o política que vendría después. Se detienen en el canto y en el ahondamiento en el sufrimiento, en el sentimiento de descolocación y de enajenación de una realidad que no pueden compartir.
Otra diferencia evidente radica en el modelo formal. Si el modernismo elige una poética rebuscada, musical, rítmica y de temática irreal; la generación del 98 apuesta por la sencillez, la melodía y el empoderamiento de la nobleza campesina. Los modernistas eran poetas que anhelaban la Torre de Marfil. Los noventayochistas militaban en la prosa, en el verso, en la filosofía y pretendían enlazar con la esencia española poniéndola, a la par, en valor.
Por último, solo el modernismo fue compartido entre españoles y americanos. El noventayocho ha sido uno de los pocos movimientos exclusivos de España. Y nada más tengo que anotar que, mientras duró, en Europa, tenían lugar todo tipo de vanguardias, las mismas que no llegaron a calar por estas tierras.
Coincidencias entre el modernismo y la generación del 98
A la concomitancia temporal y de lengua hay que anotar ese choque con la realidad que, como hemos visto, cada movimiento o, incluso, artista resuelve como puede o quiere. Además, algunos autores, como es el caso de Antonio Machado, militan en un estilo y van evolucionando hacia el otro. En el caso de Valle-Inclán, de las florituras modernistas pasa por el dolor noventayochista hasta desembocar en el esperpento, caracterizado por un crítica culta de la realidad con tintes cínicos.
Estos autores viven una época convulsa –Unamuno (1864-1936), Juan Ramón Jiménez (1881-1958), Valle-Inclán (1866-1936) por poner solo tres nombres– en la que asisten al desguace de una nación, mientras la población se enfrenta a muerte en conflictos bélicos interminables. Si bien todos ellos miraban a una Europa que se abría a la cultura, a la técnica o la ciencia; la Primera Guerra Mundial puso en evidencia una fragilidad política y un infierno humano del que, desafortunadamente, aún quedarían capítulos por escribirse. ¡
Y, por último, ambos movimientos (tanto el modernismo como la generación del 98) se van agotando y diluyendo conforme avanza el siglo XX y los dos pueden darse por amortizados con la Guerra Civil Española (1936-1939). Pocos de sus miembros quedaron en este mundo para esta fecha y la mayoría de los que sobreviven toman el camino del exilio. El movimiento que ocupa este espacio cultural (con su problemática) es el novecentismo, activo desde 1906 hasta 1930. La figura más representativa es José Ortega y Gasset (1888-1956) y tanto el filósofo como los intelectuales a su alrededor afrontan las problemáticas patrias desde otra perspectiva: desde la política y su praxis. La realidad española no ha cambiado y continúa siendo desastrosa, sin embargo, desde el ámbito de la cultura se pone de manifiesto el deseo de hacer un esfuerzo por una implicación personal, más allá de manifestar ese dolor de la generación del 98 o de la evasión del modernismo.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla
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Modernismo y generación del 98
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El gigante Tifón es uno de los protagonistas de los mitos fundacionales griegos. En el principio de los tiempos, Zeus, rey del Olimpo, engendra sin intervención de Hera (su esposa y diosa del hogar, la familia y el matrimonio) a Atenea, la diosa de la sabiduría. Esta nace de la cabeza de su padre únicamente con la ayuda del doble hacha de Hefesto y sin intervención femenina alguna. Enterada Hera de tal alumbramiento (entendido en toda la amplitud semántica del término), entra en cólera llevada por unos terribles celos. Y aquí comienza la historia de la creación de uno de los mayores monstruos de los mitos clásicos: el gigante aberrante Tifón.
La familia monstruosa de Tifón de la mitología griega
Hera, movida por la envidia, se deja llevar por la rabia y reta a su esposo Zeus. Pretende crear otra criatura sin su intervención, tal como el dios del rayo había hecho con Atenea. Hera conjura a Gea, la tierra, y la hace aparearse con Tártaro, lo hueco o lo cavernoso. Pervierte, así, la unión, ya que despoja a Gea de toda la grandeza de crear vida de manera generosa al unirla, por medio de la ira, a Tártaro. De esta unión sale Tifón, un gigante que provoca terremotos y tempestades. El asunto no acaba aquí, ya que el monstruo se enfrenta a Zeus con el fin de arrebatarle el trono del Olimpo y ningún dios es capaz de escapar a su extrema violencia. Ayudado por la astuta Atenea, únicamente lo vence Zeus, que, con uno de sus rayos, lo envía al interior cavernoso del monte Etna.
Esta cruel narración, base de uno de los mitos fundacionales paganos, es una de las más antiguas de la literatura griega. Dejemos hablar a Homero:
¡Escuchadme dioses todos y diosas todas! ¡Sabed cómo Zeus ensamblador de nubes me ultraja el primero, después de haber encontrado en mí la esposa perfecta! He aquí que ahora ha puesto al mundo, sin mí, a Atenea, la de los ojos garzos, que brilla entre todos los bienaventurados Inmortales… miserable, cerebro retorcido, ¿qué maquinarás aún? ¿Cómo haber osado poner al mundo, tú solo, a Atenea la de los ojos garzos?¿No podía yo parirla? Sin embargo los Inmortales, amos del vasto cielo, me llamaban tu esposa. Cuida que desde ahora no trame para el futuro proyectos que te perjudiquen: desde ahora voy a buscarle medio de tener un hijo que brille entre los Inmortales, y ello sin mancillar tu santo lecho, ni el mío. Yo no frecuentaré tu cama; pero, aun estando lejos de ti, no dejaré de estar con los Inmortales… Expresándose así, golpeó el suelo con su fuerte mano, y la tierra, fuente de vida, se estremeció; viéndolo, estaba feliz en el fondo del corazón, porque creía llegar a sus fines… Pero cuando los meses y los días tocaron a su término y vinieron las horas con el retorno del ciclo del año, ella dio a luz a un ser que no se parecía ni a los dioses ni a los hombres, el espantoso y siniestro Tifón, el azote de los mortales.
Homero, Himno a Apolo
¿Cómo era Tifón y cómo se comportaba?
Tifón era un gigante que podía llegar a alcanzar las estrellas o el este y el oeste solo con sus brazos. De sus ojos salían llamas con las que arrasaba todo aquello que era presa de su ira. Tenía unas enormes alas que, al batirlas, formaba tormentas, huracanes y maremotos. De sus manos se escurrían serpientes monstruosas y tenía a víboras venenosas por piernas. Todo en él era la manifestación de la fiereza y de la violencia extrema. Irracional al máximo, jamás piensa. Se deja llevar por los instintos y a su alrededor solo nace la destrucción o la monstruosidad.
Tifón y Equidna, padres de todos los monstruos de los mitos griegos
Cuando fue confinado en las entrañas del monte Etna (un volcán recordemos) por parte de Zeus, Tifón se une a Equidna. Era esta una ninfa de gran belleza con sugestivos ojos negros y un precioso cabello rizado. Sin embargo, como su esposo, tenía serpientes por piernas. Además, Equidna era la manifestación de la lascivia, tanta que incluso se une a uno de sus hijos Ortro, el perro de dos cabezas, para engendrar la esfinge. Además, de la aberrante unión entre Tifón y Equidna nacen, además, buena parte de los monstruos de la mitología griega.
Porque ellos son, también, los progenitores de Cerbero, el perro de tres cabezas que guarda las puertas del infierno. También engendran al dragón Ladón, que nunca duerme y protege las manzanas de oro que otorgan la inmortalidad del jardín de las Hespérides. Ortro, ya mencionado, era un perro de dos cabezas al que dio muerte Heracles (o Hércules romano). Este héroe también mató a otro de los hermanos: el fiero león de Nemea con cuya piel impenetrable se realizó una coraza y con su cabeza un casco. La Quimera que escupía fuego y la hidra de Lerna con múltiples cabezas que se duplicaban cuando se cortaba una de ellas completaban el elenco de esta familia monstruosa.
Significado simbólico de Tifón
Esta oposición de Tifón, el monstruo nacido de los celos y la venganza de la Tierra, a Atenea, salida del cerebro de Zeus, dios celeste, confirma la interpretación dada: las fuerzas violentas de un instinto pervertido, simbolizadas por Tifón, se desencadenan contra la Sabiduría, que Atenea simboliza. Es el rechazo de la sublimación y el abandono a las pulsiones terrenales. O también puede decirse que la diosa Tierra, mediante sus erupciones volcánicas y sus coladas de lava ardiente como víboras encolerizadas, rivaliza con el dios del Cielo, con su rayo y sus centellas.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Tifón de la mitología griega, por tanto, es el símbolo perfecto de la perversión y la aberración surgido de los instintos, la ira o la violencia. Mientras Atenea, la inteligente y protectora de todo lo bueno de la civilización, sale de la cabeza, de lo noble, de la razón, Tifón, por el contrario, es producto de los celos y la venganza. Nace de un terremoto, de un choque de fuerzas. Condenado a las entrañas cavernosas de un volcán, se une a Equidna, otro monstruo como él. Y esta peculiar pareja solo podría engendrar más monstruos en una espiral sin fin. Ambos hacen crecer hasta el infinito, por tanto, el inconsciente oscuro, el instinto irracional y la violencia que solo busca la destrucción.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El gigante Tifón es uno de los protagonistas de los mitos fundacionales griegos. En el principio de los tiempos, Zeus, rey del Olimpo, engendra sin intervención de Hera (su esposa y diosa del hogar, la familia y el matrimonio) a Atenea, la diosa de la sabiduría. Esta nace de la cabeza de su padre únicamente con la ayuda del doble hacha de Hefesto y sin intervención femenina alguna. Enterada Hera de tal alumbramiento (entendido en toda la amplitud semántica del término), entra en cólera llevada por unos terribles celos. Y aquí comienza la historia de la creación de uno de los mayores monstruos de los mitos clásicos: el gigante aberrante Tifón.
La familia monstruosa de Tifón de la mitología griega
Hera, movida por la envidia, se deja llevar por la rabia y reta a su esposo Zeus. Pretende crear otra criatura sin su intervención, tal como el dios del rayo había hecho con Atenea. Hera conjura a Gea, la tierra, y la hace aparearse con Tártaro, lo hueco o lo cavernoso. Pervierte, así, la unión, ya que despoja a Gea de toda la grandeza de crear vida de manera generosa al unirla, por medio de la ira, a Tártaro. De esta unión sale Tifón, un gigante que provoca terremotos y tempestades. El asunto no acaba aquí, ya que el monstruo se enfrenta a Zeus con el fin de arrebatarle el trono del Olimpo y ningún dios es capaz de escapar a su extrema violencia. Ayudado por la astuta Atenea, únicamente lo vence Zeus, que, con uno de sus rayos, lo envía al interior cavernoso del monte Etna.
Esta cruel narración, base de uno de los mitos fundacionales paganos, es una de las más antiguas de la literatura griega. Dejemos hablar a Homero:
¡Escuchadme dioses todos y diosas todas! ¡Sabed cómo Zeus ensamblador de nubes me ultraja el primero, después de haber encontrado en mí la esposa perfecta! He aquí que ahora ha puesto al mundo, sin mí, a Atenea, la de los ojos garzos, que brilla entre todos los bienaventurados Inmortales… miserable, cerebro retorcido, ¿qué maquinarás aún? ¿Cómo haber osado poner al mundo, tú solo, a Atenea la de los ojos garzos?¿No podía yo parirla? Sin embargo los Inmortales, amos del vasto cielo, me llamaban tu esposa. Cuida que desde ahora no trame para el futuro proyectos que te perjudiquen: desde ahora voy a buscarle medio de tener un hijo que brille entre los Inmortales, y ello sin mancillar tu santo lecho, ni el mío. Yo no frecuentaré tu cama; pero, aun estando lejos de ti, no dejaré de estar con los Inmortales… Expresándose así, golpeó el suelo con su fuerte mano, y la tierra, fuente de vida, se estremeció; viéndolo, estaba feliz en el fondo del corazón, porque creía llegar a sus fines… Pero cuando los meses y los días tocaron a su término y vinieron las horas con el retorno del ciclo del año, ella dio a luz a un ser que no se parecía ni a los dioses ni a los hombres, el espantoso y siniestro Tifón, el azote de los mortales.
Homero, Himno a Apolo
¿Cómo era Tifón y cómo se comportaba?
Tifón era un gigante que podía llegar a alcanzar las estrellas o el este y el oeste solo con sus brazos. De sus ojos salían llamas con las que arrasaba todo aquello que era presa de su ira. Tenía unas enormes alas que, al batirlas, formaba tormentas, huracanes y maremotos. De sus manos se escurrían serpientes monstruosas y tenía a víboras venenosas por piernas. Todo en él era la manifestación de la fiereza y de la violencia extrema. Irracional al máximo, jamás piensa. Se deja llevar por los instintos y a su alrededor solo nace la destrucción o la monstruosidad.
Tifón y Equidna, padres de todos los monstruos de los mitos griegos
Cuando fue confinado en las entrañas del monte Etna (un volcán recordemos) por parte de Zeus, Tifón se une a Equidna. Era esta una ninfa de gran belleza con sugestivos ojos negros y un precioso cabello rizado. Sin embargo, como su esposo, tenía serpientes por piernas. Además, Equidna era la manifestación de la lascivia, tanta que incluso se une a uno de sus hijos Ortro, el perro de dos cabezas, para engendrar la esfinge. Además, de la aberrante unión entre Tifón y Equidna nacen, además, buena parte de los monstruos de la mitología griega.
Porque ellos son, también, los progenitores de Cerbero, el perro de tres cabezas que guarda las puertas del infierno. También engendran al dragón Ladón, que nunca duerme y protege las manzanas de oro que otorgan la inmortalidad del jardín de las Hespérides. Ortro, ya mencionado, era un perro de dos cabezas al que dio muerte Heracles (o Hércules romano). Este héroe también mató a otro de los hermanos: el fiero león de Nemea con cuya piel impenetrable se realizó una coraza y con su cabeza un casco. La Quimera que escupía fuego y la hidra de Lerna con múltiples cabezas que se duplicaban cuando se cortaba una de ellas completaban el elenco de esta familia monstruosa.
Significado simbólico de Tifón
Esta oposición de Tifón, el monstruo nacido de los celos y la venganza de la Tierra, a Atenea, salida del cerebro de Zeus, dios celeste, confirma la interpretación dada: las fuerzas violentas de un instinto pervertido, simbolizadas por Tifón, se desencadenan contra la Sabiduría, que Atenea simboliza. Es el rechazo de la sublimación y el abandono a las pulsiones terrenales. O también puede decirse que la diosa Tierra, mediante sus erupciones volcánicas y sus coladas de lava ardiente como víboras encolerizadas, rivaliza con el dios del Cielo, con su rayo y sus centellas.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Tifón de la mitología griega, por tanto, es el símbolo perfecto de la perversión y la aberración surgido de los instintos, la ira o la violencia. Mientras Atenea, la inteligente y protectora de todo lo bueno de la civilización, sale de la cabeza, de lo noble, de la razón, Tifón, por el contrario, es producto de los celos y la venganza. Nace de un terremoto, de un choque de fuerzas. Condenado a las entrañas cavernosas de un volcán, se une a Equidna, otro monstruo como él. Y esta peculiar pareja solo podría engendrar más monstruos en una espiral sin fin. Ambos hacen crecer hasta el infinito, por tanto, el inconsciente oscuro, el instinto irracional y la violencia que solo busca la destrucción.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Tifón de la mitología griega
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El Manierismo fue un movimiento artístico que surgió a finales del siglo XVI por agotamiento estilístico del Renacimiento. Camina hacia las características del Barroco aunque puede considerarse que tiene entidad propia. Fue de capital importancia en literatura ya que los tres grandes de las letras europeas pueden encuadrarse en el primer movimiento. Hablamos de nombres de la talla de Miguel de Cervantes (1547-1616), algunas obras de William Shakespeare (1564-1616) y el poeta portugués Luis Vaz de Camôes (1524-1580), autor de Las Luisiadas. Resumiendo y reduciendo mucho, Manierismo y Barroco van de la mano y se contraponen a los postulados renacentistas.
Mínima aproximación histórica para entender el Manierismo y Barroco
Si el siglo XV y la primera mitad del XVI fue una época de espíritu positivo, de crecimiento y de creencia en las posibilidades de la raza humana, a finales de la centuria comienza a instalarse crisis de todo tipo. Y con ellas irían llegando paulatinamente el pesimismo e, incluso, la resignación. En el Renacimiento se afianzan las lenguas vernáculas apoyadas por el avance imparable de la imprenta. Se dan a conocer los textos antiguos en ediciones filológicamente impecables (como las de Aldo Manuzio) combinando los fragmentos conservados a través de los libros medievales. En esas páginas se desplegaban mundos de dioses paganos, de héroes brillantes y de humanos con una cosmovisión desvinculada del cristianismo. A ello se unen avances de todo tipo, desde el descubrimiento de nuevas tierras a ojos europeos (América) hasta innovaciones en el ámbito de la ingeniería que hacen más fáciles y llevadera la existencia. Se retoma la vida urbana y se inauguran universidades en las principales capitales europeas.
Todo este crecimiento, y el espíritu positivo que lleva aparejado, se da de bruces a finales del siglo XVI. Es la época de la Contrarreforma y de la acumulación de poder del Vaticano. Las guerras de religión ya habían mermado la capacidad económica de una población progresivamente empobrecida. Los artistas, escritores e intelectuales van paulatinamente abandonado el idealismo para poner el foco en otros modelos vitales. Aparecen los místicos y también los fracasados. Se olvidan los reyes gloriosos y se mira hacia el marginado. Y para afianzar aún más la decadencia, todo ese progreso del Renacimiento, salta por los aires con la peste del año 1522 y con el Saco de Roma en 1527.
Características comunes del Manierismo y del Barroco
Aunque hay críticos que señalan que el Manierismo es el primer estadio del Barroco, los investigadores contemporáneos le dan carta de naturaleza propia a cada movimiento. En líneas generales ambos estilos tienen lo siguiente en común:
1.- Se abandonan los temas y modelos paganos en una búsqueda de los asuntos religiosos cristianos.
2.- Esto va unido a una pérdida de confianza en la raza humana. El hombre, de nuevo, deja de ser el centro del universo. Ya no hay confianza en sus posibilidades. Se renuncia a la búsqueda de la felicidad para volcarse en ser merecedor de la gracia divina. Y conforme nos adentramos en el siglo XVII el pesimismo se hace tan fuerte que ya solo hay esperanza en un más allá tras la muerte. El ambiente es, especialmente en España, de absoluta resignación.
3.- Los goces de la vida, por tanto, que se habían antepuesto en el Renacimiento, quedan aparcados. El consuelo solo se encuentra en la religión (un buen ejemplo de ello son las últimas obras de El Greco, las de su etapa toledana). Por tanto, la actividad artística (en lo correspondiente a la pintura y la escultura) queda circunscrita a lo sacro. El incipiente espíritu cívico e, incluso, laico (aunque con sus matices) de la época anterior queda olvidado en una búsqueda de una liberación que solo se encuentra en la religión.
4.- La libertad, por tanto, únicamente puede ser interior. De hecho manierismo proviene de la palabra italiana “maniera” que no es más que el estilo individual de cada uno de los creadores. Esa independencia, que se hace personal, propicia el avance de la mística (cuyos mejores nombres pertenecen a la literatura española, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz) y las visiones más escabrosas de la vida de los santos.
5.- Las virtudes morales de la vida cotidiana quedan empequeñecidas ante una visión dramática de la existencia. Esta es una de las principales características del Barroco que irán afianzándose conforme avance el siglo XVII.
6.- La sobriedad clásica, la elegancia y el estatismo se va perdiendo en favor del movimiento, de la línea curva, del desorden e, incluso, del caos. El siglo XVII es ya dionisiaco (según la nomenclatura de Nietzsche) y ha perdido la luz de Apolo. Se recurre a la embriaguez de los sentidos, como Los Borrachos de Velázquez.
7.- Se pone el foco en personajes marginales (otro ejemplo es la novela picaresca), en perdedores, aunque hayan gobernado el mundo (como El Rey Lear de William Shakespeare) y los soñadores (como Don Quijote) que se convierten en fracasados. No son héroes buscadores que abren mundos posibles (aunque a la postre lo hagan). Esa no es la intención. El objetivo es poner de manifiesto la pequeñez del alma. El ser humano (de creerse grande) se vuelve criatura.
8.- Hay, por tanto, un olvido del idealismo y una vuelta al realismo más obsceno. Hay un paulatino regodeo en la muerte, en las penas del Apocalipsis, en lo grotesco, en el fracaso existencial, en la inutilidad de cualquier gloria o heroicidad. Andando el siglo, este sentimiento desembocará en el Carpe diem, en el atrapa el momento, no ya como un brindis al hedonismo sino como la última acción desesperada ante un tiempo que se escapa entre sufrimientos.
9.- Por primera vez en la historia del arte se busca reflejar lo interior del alma humana en el exterior. Por eso se presta especial atención al drama cuando no a la crueldad extrema. Los personajes aparecen contorsionados, en movimiento olvidando la contención elegante anterior.
Diferencias entre ambos estilos: Manierismo frente a Barroco
1.- Una de las características del Manierismo es que aún no acusa el gusto por lo monstruoso, por lo obsceno o por lo grotesco del estilo barroco a pesar de que se desliza hacia el drama, hacia el pathos, hacia el sentimiento tormentoso.
2.- El Manierismo, a pesar de su pesimismo creciente, aún no ha llegado a la resignación del Barroco. Es a finales del siglo XVII cuando el pesimismo se instala de tal manera en el ánimo de la sociedad europea que únicamente se ponen esperanzas en una vida más allá. En este sentido el Barroco español es la apoteosis de estos sentimientos. Y no es de extrañar que algo así sucediera, ya que fue de tal magnitud la decadencia que desde escritores hasta artistas veían este mundo como un auténtico valle de lágrimas, como un lugar de paso hacia la otra vida donde únicamente podía darse la gracia y la salvación. Las obras de Francisco de Quevedo, por poner otro ejemplo, reflejan perfectamente este estado de ánimo como el conocido
Miré los muros de la patria mía,
Si un tiempo fuertes, ya desmoronados
3.- En pintura comienza el gusto por colores extraños, por combinaciones de tonos extravagantes o por no seguir los dictados de la naturaleza. Paralelamente, se va instalando el horror vacui y no queda ni un solo centímetro sin pintar. Los retratos, incluso, van perdiendo el fondo negro (aún presente en el Manierismo) para representar todo tipo de escenas abigarradas.
4.- Conforme va avanzando el siglo XVII, el arte se va quedando acotado a las grandes obras de la Iglesia hasta llegar a los fastos palaciegos del último Barroco y del Rococó decadente.
Y, por último, no podemos olvidar, al menos en literatura, que el Manierismo, al aparcar los moldes en los que hay que reflejarse, puso en escena los más sublimes tipos de la historia. Se dejan atrás los protagonistas prefijados por la tradición. Se olvidan los héroes perfectos repletos de virtudes sobrehumanas (como los de la novelas de caballería) y progresivamente se va reflejando toda la complejidad del alma. Nacen Hamlet y su duda o Don Quijote y Sancho Panza poniendo en evidencia todas las sombras y luces del espíritu. Se pone el foco en los perdedores, en los lisiados (los enanos de la corte de Velázquez). Se mira sin miedo a la fealdad y a los defectos. Todo esto aparece con el Manierismo y se va afianzando con el Barroco, aunque en arte desemboque en fuegos de artificio y rebuscamiento (el gongorismo) que ya nada tiene que ver con ese enfoque de verosimilitud que se buscaba a finales del siglo XVI.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla
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El Manierismo fue un movimiento artístico que surgió a finales del siglo XVI por agotamiento estilístico del Renacimiento. Camina hacia las características del Barroco aunque puede considerarse que tiene entidad propia. Fue de capital importancia en literatura ya que los tres grandes de las letras europeas pueden encuadrarse en el primer movimiento. Hablamos de nombres de la talla de Miguel de Cervantes (1547-1616), algunas obras de William Shakespeare (1564-1616) y el poeta portugués Luis Vaz de Camôes (1524-1580), autor de Las Luisiadas. Resumiendo y reduciendo mucho, Manierismo y Barroco van de la mano y se contraponen a los postulados renacentistas.
Mínima aproximación histórica para entender el Manierismo y Barroco
Si el siglo XV y la primera mitad del XVI fue una época de espíritu positivo, de crecimiento y de creencia en las posibilidades de la raza humana, a finales de la centuria comienza a instalarse crisis de todo tipo. Y con ellas irían llegando paulatinamente el pesimismo e, incluso, la resignación. En el Renacimiento se afianzan las lenguas vernáculas apoyadas por el avance imparable de la imprenta. Se dan a conocer los textos antiguos en ediciones filológicamente impecables (como las de Aldo Manuzio) combinando los fragmentos conservados a través de los libros medievales. En esas páginas se desplegaban mundos de dioses paganos, de héroes brillantes y de humanos con una cosmovisión desvinculada del cristianismo. A ello se unen avances de todo tipo, desde el descubrimiento de nuevas tierras a ojos europeos (América) hasta innovaciones en el ámbito de la ingeniería que hacen más fáciles y llevadera la existencia. Se retoma la vida urbana y se inauguran universidades en las principales capitales europeas.
Todo este crecimiento, y el espíritu positivo que lleva aparejado, se da de bruces a finales del siglo XVI. Es la época de la Contrarreforma y de la acumulación de poder del Vaticano. Las guerras de religión ya habían mermado la capacidad económica de una población progresivamente empobrecida. Los artistas, escritores e intelectuales van paulatinamente abandonado el idealismo para poner el foco en otros modelos vitales. Aparecen los místicos y también los fracasados. Se olvidan los reyes gloriosos y se mira hacia el marginado. Y para afianzar aún más la decadencia, todo ese progreso del Renacimiento, salta por los aires con la peste del año 1522 y con el Saco de Roma en 1527.
Características comunes del Manierismo y del Barroco
Aunque hay críticos que señalan que el Manierismo es el primer estadio del Barroco, los investigadores contemporáneos le dan carta de naturaleza propia a cada movimiento. En líneas generales ambos estilos tienen lo siguiente en común:
1.- Se abandonan los temas y modelos paganos en una búsqueda de los asuntos religiosos cristianos.
2.- Esto va unido a una pérdida de confianza en la raza humana. El hombre, de nuevo, deja de ser el centro del universo. Ya no hay confianza en sus posibilidades. Se renuncia a la búsqueda de la felicidad para volcarse en ser merecedor de la gracia divina. Y conforme nos adentramos en el siglo XVII el pesimismo se hace tan fuerte que ya solo hay esperanza en un más allá tras la muerte. El ambiente es, especialmente en España, de absoluta resignación.
3.- Los goces de la vida, por tanto, que se habían antepuesto en el Renacimiento, quedan aparcados. El consuelo solo se encuentra en la religión (un buen ejemplo de ello son las últimas obras de El Greco, las de su etapa toledana). Por tanto, la actividad artística (en lo correspondiente a la pintura y la escultura) queda circunscrita a lo sacro. El incipiente espíritu cívico e, incluso, laico (aunque con sus matices) de la época anterior queda olvidado en una búsqueda de una liberación que solo se encuentra en la religión.
4.- La libertad, por tanto, únicamente puede ser interior. De hecho manierismo proviene de la palabra italiana “maniera” que no es más que el estilo individual de cada uno de los creadores. Esa independencia, que se hace personal, propicia el avance de la mística (cuyos mejores nombres pertenecen a la literatura española, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz) y las visiones más escabrosas de la vida de los santos.
5.- Las virtudes morales de la vida cotidiana quedan empequeñecidas ante una visión dramática de la existencia. Esta es una de las principales características del Barroco que irán afianzándose conforme avance el siglo XVII.
6.- La sobriedad clásica, la elegancia y el estatismo se va perdiendo en favor del movimiento, de la línea curva, del desorden e, incluso, del caos. El siglo XVII es ya dionisiaco (según la nomenclatura de Nietzsche) y ha perdido la luz de Apolo. Se recurre a la embriaguez de los sentidos, como Los Borrachos de Velázquez.
7.- Se pone el foco en personajes marginales (otro ejemplo es la novela picaresca), en perdedores, aunque hayan gobernado el mundo (como El Rey Lear de William Shakespeare) y los soñadores (como Don Quijote) que se convierten en fracasados. No son héroes buscadores que abren mundos posibles (aunque a la postre lo hagan). Esa no es la intención. El objetivo es poner de manifiesto la pequeñez del alma. El ser humano (de creerse grande) se vuelve criatura.
8.- Hay, por tanto, un olvido del idealismo y una vuelta al realismo más obsceno. Hay un paulatino regodeo en la muerte, en las penas del Apocalipsis, en lo grotesco, en el fracaso existencial, en la inutilidad de cualquier gloria o heroicidad. Andando el siglo, este sentimiento desembocará en el Carpe diem, en el atrapa el momento, no ya como un brindis al hedonismo sino como la última acción desesperada ante un tiempo que se escapa entre sufrimientos.
9.- Por primera vez en la historia del arte se busca reflejar lo interior del alma humana en el exterior. Por eso se presta especial atención al drama cuando no a la crueldad extrema. Los personajes aparecen contorsionados, en movimiento olvidando la contención elegante anterior.
Diferencias entre ambos estilos: Manierismo frente a Barroco
1.- Una de las características del Manierismo es que aún no acusa el gusto por lo monstruoso, por lo obsceno o por lo grotesco del estilo barroco a pesar de que se desliza hacia el drama, hacia el pathos, hacia el sentimiento tormentoso.
2.- El Manierismo, a pesar de su pesimismo creciente, aún no ha llegado a la resignación del Barroco. Es a finales del siglo XVII cuando el pesimismo se instala de tal manera en el ánimo de la sociedad europea que únicamente se ponen esperanzas en una vida más allá. En este sentido el Barroco español es la apoteosis de estos sentimientos. Y no es de extrañar que algo así sucediera, ya que fue de tal magnitud la decadencia que desde escritores hasta artistas veían este mundo como un auténtico valle de lágrimas, como un lugar de paso hacia la otra vida donde únicamente podía darse la gracia y la salvación. Las obras de Francisco de Quevedo, por poner otro ejemplo, reflejan perfectamente este estado de ánimo como el conocido
Miré los muros de la patria mía,
Si un tiempo fuertes, ya desmoronados
3.- En pintura comienza el gusto por colores extraños, por combinaciones de tonos extravagantes o por no seguir los dictados de la naturaleza. Paralelamente, se va instalando el horror vacui y no queda ni un solo centímetro sin pintar. Los retratos, incluso, van perdiendo el fondo negro (aún presente en el Manierismo) para representar todo tipo de escenas abigarradas.
4.- Conforme va avanzando el siglo XVII, el arte se va quedando acotado a las grandes obras de la Iglesia hasta llegar a los fastos palaciegos del último Barroco y del Rococó decadente.
Y, por último, no podemos olvidar, al menos en literatura, que el Manierismo, al aparcar los moldes en los que hay que reflejarse, puso en escena los más sublimes tipos de la historia. Se dejan atrás los protagonistas prefijados por la tradición. Se olvidan los héroes perfectos repletos de virtudes sobrehumanas (como los de la novelas de caballería) y progresivamente se va reflejando toda la complejidad del alma. Nacen Hamlet y su duda o Don Quijote y Sancho Panza poniendo en evidencia todas las sombras y luces del espíritu. Se pone el foco en los perdedores, en los lisiados (los enanos de la corte de Velázquez). Se mira sin miedo a la fealdad y a los defectos. Todo esto aparece con el Manierismo y se va afianzando con el Barroco, aunque en arte desemboque en fuegos de artificio y rebuscamiento (el gongorismo) que ya nada tiene que ver con ese enfoque de verosimilitud que se buscaba a finales del siglo XVI.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla
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Manierismo y Barroco
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El manierismo fue un movimiento artístico que surge en la mitad del siglo XVI en Italia y desde allí se expande a toda Europa. Aunque hasta hace unas cuantas décadas se ha considerado un estilo decadente y en transición desde el Renacimiento hacia el Barroco, la crítica contemporánea le otorga entidad propia. Y lo hace ya sea por la calidad e importancia de los artistas que en él se engloban como por las fórmulas artísticas que aúnan a más de una generación de creadores. Podemos encontrar las características del manierismo en todas las artes y los géneros. En pintura sobresalen, nada más y nada menos, que el último Leonardo (1452-1519), Tiziano (1490-1576), El Tintoretto (1518-1594), Sofonisba Anguissola (1530- 1626) o El Greco (1541-1614). Algunas obras de Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) también se adscriben al movimiento, aunque las más importantes pertenecen con plena carta de naturaleza al estilo barroco. Manieristas son también los arquitectos Andrea Palladio (1508-1580) y Jacopo Vignola (1507-1573). Y los grandes nombres de la literatura europea también entran en esta clasificación. Estoy hablando de los imprescindibles Miguel de Cervantes (1547-1616) en español, algunas obras de William Shakespeare (1564-1616) en inglés y el poeta portugués Luís Vaz de Camôes (1524-1580).
El término manierismo procede de la palabra italiana maniera que puede traducirse como estilo, entendido este como una forma individual de enfrentarse al arte. El primero que lo describió fue el gran crítico italiano Giorgio Vasari (1511-1574). Por tanto, la genealogía de la palabra ya nos dice de una de las principales características del manierismo, que no es más que la libertad individual a la hora de enfrentarse a las mieles y las hieles de la creación artística. Por supuesto, esto último no hay que entenderlo tal como lo conocemos al día de hoy sino en su proceso histórico. Así, por vez primera los artistas abandonaban la imposición casi de los moldes clásicos en búsqueda de una mayor originalidad. Esto supondría, en primer lugar el acercamiento a personajes marginales y alejados del ideal heroico por primera vez en la historia. Un buen ejemplo que ilustra este proceso es el desarrollo de la novela picaresca en España.
El manierismo, además, surge como conciencia de una transformación social. Estamos en plena Contrarreforma y todo lo aceptado con anterioridad empieza a cuestionarse. Es un periodo de crisis en todos los órdenes que hacen saltar por los aires los fundamentos sociales. La crítica y la historiografía anotan como determinantes la peste del año1522 (que propició que los artistas italianos emigraran a distintas cortes europeas en busca de generosos patronos) y el Saco de Roma en 1527 que sumió en absoluta devastación a la cristiandad.
1.- La primera de las características del manierismo es el abandono de la elegancia clásica para ir adentrándose en el gusto por lo sinuoso del Barroco
Si la pintura del Renacimiento, por poner un caso, se desarrolló según unos cánones establecidos en los que primaban el orden, la estructura, la línea y el encasillamiento, con el manierismo nos vamos adentrarnos en el caos de la libertad. Se busca lo sinuoso, lo trágico, la contorsión y el movimiento, extremos que se ajustan mejor a los temas dramáticos que comienzan a gustar. Estamos, por tanto, ante un cambio desde lo apolíneo (sobrio y sereno) del Renacimiento hacia lo dionisiaco (ebrio, caótico y vibrante) del Barroco, según la clasificación que posteriormente haría Friedrich Nietzsche (1844-1900).
2.- Se abandonan los temas centrados en los mitos clásicos en favor de los religiosos
El Renacimiento quiso ser un retorno a la antigüedad clásica tras lo que creían un paréntesis, el de la Edad Media. A ello contribuyó el avance de la imprenta y las nuevas ediciones impecables desde el punto de vista filológico de un Aldo Manuzio, por poner un caso, junto con los nuevos descubrimientos arqueológicos. Por eso, los protagonistas y las fórmulas de la literatura griega y romana se imponen. Hay un gusto por la temática pagana, por los mitos fundacionales clásicos y las Metamorfosis de Ovidio (siglo I) se convierte en un libro de cabecera casi. Los dioses, titanes, ninfas, faunos y sátiros vuelven a ser familiares. Todo esto que era cotidiano en el Renacimiento se va progresivamente aparcando conforme avanza el siglo XVI priorizando temas religiosos. Además, cuando se vuelve la mirada a la antigüedad pagana, el enfoque es siempre el más grotesco o, incluso, la obsceno. Y se comienza a andar la senda para los temas más dramáticos e, incluso, escatológicos que es una de las principales características del Barroco.
3.- El manierismo es un estilo intelectual y dirigido a la élite aristocrática o de la iglesia
Por eso, encontramos sus mejores obras formando parte de grandes murales. Mientras que el estilo barroco se centra en lo sensorial, en las emociones, en ese resbalarse por los toboganes de las pasiones (la vida frente a la muerte, la pérdida en todos sus aspectos o la degradación) el manierismo se caracteriza por una contención heredada del Renacimiento. Se acerca a las fronteras pero aún mantiene ciertas formas y no llega a lo monstruoso, a lo grotesco, a los límites, al drama de la vida y la muerte o a zambullirse de lleno en el tema de la fugacidad de la vida.
4.- Una de las principales características del manierismo es la sensación de decadencia
Esa evolución que iba acorde con una nueva forma de estar en el mundo se entiende incluso como una degradación. Se avanza hacia la nueva maniera pero casi añorando la elegancia y la sobriedad anterior. El ensayo con el grotesco encuentra un buen ejemplo en los antihéroes de la literatura universal. El Quijote es un soñador y no un idealista. Por eso es el prototipo de perdedor. En él se reconcentran las luces y sombras de la condición humana. Un tanto de lo mismo podemos encontrar en El rey Lear de Shakespeare: un rey que baja a los espacios simbólicos de la abyección y que ya ha perdido la luz heroica de los clásicos. Tanto las pinturas como los nuevos textos literarios nos presentan prototipos complejos en los que habitan las luces y las sombras de la raza humana. Aparecen, además, las máscaras en el sentido de careta que oculta la verdadera personalidad o intenciones.
5.- Otra de las características del manierismo reside en su espíritu caótico e individual
De hecho, como estamos viendo, las grandes figuras de la literatura europea se forjaron en este estilo. Y un tanto de lo mismo sucede con las artes plásticas. Con el manierismo, los artistas pierden los resortes de lo moldes clásicos que hay que seguir sí o sí para comenzar a innovar. Y en esas innovaciones nos encontramos los mejores ejemplos artísticos del arte occidental. Quizás por eso, fue reivindicado, primero, por los románticos y, posteriormente, por las distintas vanguardias históricas de las primeras décadas del siglo XX.
6.- Una de las características del manierismo es la búsqueda de la realidad
Aunque esta esté distorsionada, se va alejando de la idealización de los modelos renacentistas. Un buen ejemplo en literatura es la novela pastoril que se entretiene en describir mundos utópicos, perfectos e irrealizables. Otro ejemplo lo encontramos en las novelas de caballería, favoritas del público lector de las décadas anteriores a este movimiento. Si los héroes de este género responden a un ideal perfecto y sin una mancha tanto en el espíritu como en la armadura, con el manierismo se desemboca en El Quijote. El idealismo, por tanto, da paso a la realidad de las pasiones, a los protagonistas fracasados que, a la vez, muestran todos los vicios y virtudes del alma humana. Por otro lado, en el manierismo también tiene cabida la mística literaria (con Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz a la cabeza) ya que este modelo literario busca una libertad interior imposible de encontrar en los encorsetados géneros renacentistas. De hecho, se ha asociado a artistas plásticos del movimiento (tal es el caso de El Greco) con la mística, entendida como una búsqueda de espacio religioso personal e individual al margen de la ortodoxia establecida.
7.- Aparece el horror vacui característico del estilo barroco
Y con él se olvidan los fondos oscuros que daban profundidad a los retratos de la pintura del Renacimiento. Las escenas se hacen complejas y cada uno de los elementos de la misma se valen de un amplio abanico de símbolos y alegorías que hay que conocer para entender el significado último de las mismas. Paralelamente que se ensaya con la línea sinuosa en detrimento de las rectas se empieza a usar una pincelada fluida que es novedad en la historia del arte.
8.- Hay un gusto por los colores difíciles que no se encuentran en la naturaleza
La paleta se amplía y se olvidan los grandes tonos (conseguidos con materiales lujosos) de otras épocas. Paralelamente, se utilizan colores que no están en la naturaleza o, si lo están, no es el característico del objeto representado. Hay un gusto por los fuertes contrastes. Y esto es otra base también para la reivindicación por parte de las vanguardias históricas de las primeras décadas del siglo XX.
10.- Otra de las características del manierismo es el acercamiento a la naturaleza
Los paisajes comienzan a ser protagonistas y, por tanto, significan dentro de la obra. No son un mero decorado sino que ella misma realiza un diálogo en la narración o representación. Un claro ejemplo es La tempestad (1508) de Giorgione o Vista de Toledo (1596-1600) de El Greco. También empieza el gusto por esos paisajes dramáticos que interrogan a los miembros de la raza humana sobre lo divino y lo humano. Este aspecto se retomaría, de otra manera y con mayor intensidad anímica, en el Romanticismo.
10.- En este periodo el dibujo adquiere categoría autónoma
Ya no solo es un boceto para una obra posterior. El genio que empezó a despuntar en el manierismo escoge este formato para dejar plasmadas no solo ideas o proyectos sino también obras terminadas. Para el artista manierista se abre, por tanto, un abanico de posibilidades expresivas, que empiezan a echar por tierra los encorsetados moldes de los cánones clásicos.
En definitiva, las características del manierismo apuntan a un alejamiento de la sobriedad renacentista que se antoja demasiado estática a la hora de representar las nuevas inquietudes. Y se va caminando hacia el espíritu caótico, suntuoso, abigarrado, dramático y extremo que supuso el Barroco.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El manierismo fue un movimiento artístico que surge en la mitad del siglo XVI en Italia y desde allí se expande a toda Europa. Aunque hasta hace unas cuantas décadas se ha considerado un estilo decadente y en transición desde el Renacimiento hacia el Barroco, la crítica contemporánea le otorga entidad propia. Y lo hace ya sea por la calidad e importancia de los artistas que en él se engloban como por las fórmulas artísticas que aúnan a más de una generación de creadores. Podemos encontrar las características del manierismo en todas las artes y los géneros. En pintura sobresalen, nada más y nada menos, que el último Leonardo (1452-1519), Tiziano (1490-1576), El Tintoretto (1518-1594), Sofonisba Anguissola (1530- 1626) o El Greco (1541-1614). Algunas obras de Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) también se adscriben al movimiento, aunque las más importantes pertenecen con plena carta de naturaleza al estilo barroco. Manieristas son también los arquitectos Andrea Palladio (1508-1580) y Jacopo Vignola (1507-1573). Y los grandes nombres de la literatura europea también entran en esta clasificación. Estoy hablando de los imprescindibles Miguel de Cervantes (1547-1616) en español, algunas obras de William Shakespeare (1564-1616) en inglés y el poeta portugués Luís Vaz de Camôes (1524-1580).
El término manierismo procede de la palabra italiana maniera que puede traducirse como estilo, entendido este como una forma individual de enfrentarse al arte. El primero que lo describió fue el gran crítico italiano Giorgio Vasari (1511-1574). Por tanto, la genealogía de la palabra ya nos dice de una de las principales características del manierismo, que no es más que la libertad individual a la hora de enfrentarse a las mieles y las hieles de la creación artística. Por supuesto, esto último no hay que entenderlo tal como lo conocemos al día de hoy sino en su proceso histórico. Así, por vez primera los artistas abandonaban la imposición casi de los moldes clásicos en búsqueda de una mayor originalidad. Esto supondría, en primer lugar el acercamiento a personajes marginales y alejados del ideal heroico por primera vez en la historia. Un buen ejemplo que ilustra este proceso es el desarrollo de la novela picaresca en España.
El manierismo, además, surge como conciencia de una transformación social. Estamos en plena Contrarreforma y todo lo aceptado con anterioridad empieza a cuestionarse. Es un periodo de crisis en todos los órdenes que hacen saltar por los aires los fundamentos sociales. La crítica y la historiografía anotan como determinantes la peste del año1522 (que propició que los artistas italianos emigraran a distintas cortes europeas en busca de generosos patronos) y el Saco de Roma en 1527 que sumió en absoluta devastación a la cristiandad.
1.- La primera de las características del manierismo es el abandono de la elegancia clásica para ir adentrándose en el gusto por lo sinuoso del Barroco
Si la pintura del Renacimiento, por poner un caso, se desarrolló según unos cánones establecidos en los que primaban el orden, la estructura, la línea y el encasillamiento, con el manierismo nos vamos adentrarnos en el caos de la libertad. Se busca lo sinuoso, lo trágico, la contorsión y el movimiento, extremos que se ajustan mejor a los temas dramáticos que comienzan a gustar. Estamos, por tanto, ante un cambio desde lo apolíneo (sobrio y sereno) del Renacimiento hacia lo dionisiaco (ebrio, caótico y vibrante) del Barroco, según la clasificación que posteriormente haría Friedrich Nietzsche (1844-1900).
2.- Se abandonan los temas centrados en los mitos clásicos en favor de los religiosos
El Renacimiento quiso ser un retorno a la antigüedad clásica tras lo que creían un paréntesis, el de la Edad Media. A ello contribuyó el avance de la imprenta y las nuevas ediciones impecables desde el punto de vista filológico de un Aldo Manuzio, por poner un caso, junto con los nuevos descubrimientos arqueológicos. Por eso, los protagonistas y las fórmulas de la literatura griega y romana se imponen. Hay un gusto por la temática pagana, por los mitos fundacionales clásicos y las Metamorfosis de Ovidio (siglo I) se convierte en un libro de cabecera casi. Los dioses, titanes, ninfas, faunos y sátiros vuelven a ser familiares. Todo esto que era cotidiano en el Renacimiento se va progresivamente aparcando conforme avanza el siglo XVI priorizando temas religiosos. Además, cuando se vuelve la mirada a la antigüedad pagana, el enfoque es siempre el más grotesco o, incluso, la obsceno. Y se comienza a andar la senda para los temas más dramáticos e, incluso, escatológicos que es una de las principales características del Barroco.
3.- El manierismo es un estilo intelectual y dirigido a la élite aristocrática o de la iglesia
Por eso, encontramos sus mejores obras formando parte de grandes murales. Mientras que el estilo barroco se centra en lo sensorial, en las emociones, en ese resbalarse por los toboganes de las pasiones (la vida frente a la muerte, la pérdida en todos sus aspectos o la degradación) el manierismo se caracteriza por una contención heredada del Renacimiento. Se acerca a las fronteras pero aún mantiene ciertas formas y no llega a lo monstruoso, a lo grotesco, a los límites, al drama de la vida y la muerte o a zambullirse de lleno en el tema de la fugacidad de la vida.
4.- Una de las principales características del manierismo es la sensación de decadencia
Esa evolución que iba acorde con una nueva forma de estar en el mundo se entiende incluso como una degradación. Se avanza hacia la nueva maniera pero casi añorando la elegancia y la sobriedad anterior. El ensayo con el grotesco encuentra un buen ejemplo en los antihéroes de la literatura universal. El Quijote es un soñador y no un idealista. Por eso es el prototipo de perdedor. En él se reconcentran las luces y sombras de la condición humana. Un tanto de lo mismo podemos encontrar en El rey Lear de Shakespeare: un rey que baja a los espacios simbólicos de la abyección y que ya ha perdido la luz heroica de los clásicos. Tanto las pinturas como los nuevos textos literarios nos presentan prototipos complejos en los que habitan las luces y las sombras de la raza humana. Aparecen, además, las máscaras en el sentido de careta que oculta la verdadera personalidad o intenciones.
5.- Otra de las características del manierismo reside en su espíritu caótico e individual
De hecho, como estamos viendo, las grandes figuras de la literatura europea se forjaron en este estilo. Y un tanto de lo mismo sucede con las artes plásticas. Con el manierismo, los artistas pierden los resortes de lo moldes clásicos que hay que seguir sí o sí para comenzar a innovar. Y en esas innovaciones nos encontramos los mejores ejemplos artísticos del arte occidental. Quizás por eso, fue reivindicado, primero, por los románticos y, posteriormente, por las distintas vanguardias históricas de las primeras décadas del siglo XX.
6.- Una de las características del manierismo es la búsqueda de la realidad
Aunque esta esté distorsionada, se va alejando de la idealización de los modelos renacentistas. Un buen ejemplo en literatura es la novela pastoril que se entretiene en describir mundos utópicos, perfectos e irrealizables. Otro ejemplo lo encontramos en las novelas de caballería, favoritas del público lector de las décadas anteriores a este movimiento. Si los héroes de este género responden a un ideal perfecto y sin una mancha tanto en el espíritu como en la armadura, con el manierismo se desemboca en El Quijote. El idealismo, por tanto, da paso a la realidad de las pasiones, a los protagonistas fracasados que, a la vez, muestran todos los vicios y virtudes del alma humana. Por otro lado, en el manierismo también tiene cabida la mística literaria (con Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz a la cabeza) ya que este modelo literario busca una libertad interior imposible de encontrar en los encorsetados géneros renacentistas. De hecho, se ha asociado a artistas plásticos del movimiento (tal es el caso de El Greco) con la mística, entendida como una búsqueda de espacio religioso personal e individual al margen de la ortodoxia establecida.
7.- Aparece el horror vacui característico del estilo barroco
Y con él se olvidan los fondos oscuros que daban profundidad a los retratos de la pintura del Renacimiento. Las escenas se hacen complejas y cada uno de los elementos de la misma se valen de un amplio abanico de símbolos y alegorías que hay que conocer para entender el significado último de las mismas. Paralelamente que se ensaya con la línea sinuosa en detrimento de las rectas se empieza a usar una pincelada fluida que es novedad en la historia del arte.
8.- Hay un gusto por los colores difíciles que no se encuentran en la naturaleza
La paleta se amplía y se olvidan los grandes tonos (conseguidos con materiales lujosos) de otras épocas. Paralelamente, se utilizan colores que no están en la naturaleza o, si lo están, no es el característico del objeto representado. Hay un gusto por los fuertes contrastes. Y esto es otra base también para la reivindicación por parte de las vanguardias históricas de las primeras décadas del siglo XX.
10.- Otra de las características del manierismo es el acercamiento a la naturaleza
Los paisajes comienzan a ser protagonistas y, por tanto, significan dentro de la obra. No son un mero decorado sino que ella misma realiza un diálogo en la narración o representación. Un claro ejemplo es La tempestad (1508) de Giorgione o Vista de Toledo (1596-1600) de El Greco. También empieza el gusto por esos paisajes dramáticos que interrogan a los miembros de la raza humana sobre lo divino y lo humano. Este aspecto se retomaría, de otra manera y con mayor intensidad anímica, en el Romanticismo.
10.- En este periodo el dibujo adquiere categoría autónoma
Ya no solo es un boceto para una obra posterior. El genio que empezó a despuntar en el manierismo escoge este formato para dejar plasmadas no solo ideas o proyectos sino también obras terminadas. Para el artista manierista se abre, por tanto, un abanico de posibilidades expresivas, que empiezan a echar por tierra los encorsetados moldes de los cánones clásicos.
En definitiva, las características del manierismo apuntan a un alejamiento de la sobriedad renacentista que se antoja demasiado estática a la hora de representar las nuevas inquietudes. Y se va caminando hacia el espíritu caótico, suntuoso, abigarrado, dramático y extremo que supuso el Barroco.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Características del manierismo
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El símbolo de la rosa roja es el más extendido en Occidente. Es parejo al de la flor de loto en Oriente. Su significado se asocia con la manifestación. El Cristianismo la ha asemejado a la sangre derramada de Cristo y al amor infinito e inmortal. A pesar de ser un icono occidental, como veremos, adquiere el carácter de arquetipo universal y la encontramos en culturas dispersas por el espacio y el tiempo, desde la India hasta la Grecia clásica pasando por los alquimistas medievales. Su sentido simbólico es paralelo al de la rosa blanca y la mezcla de ambas, el color rosa, se considera la unión de la pureza y de la pasión.
Blanca o roja, la rosa es una de las flores preferidas por los alquimistas cuyos tratados se intitulan a menudo rosales de los filósofos. La rosa blanca como el lis está ligada a la piedra al blanco, fin de la pequeña obra, mientras que la rosa roja se asocia a la piedra al rojo, fin de la gran obra. La mayor parte de estas rosas tienen siete pétalos, cada uno de los cuales evoca un metal o una operación de obra.
Van Lennep: Arte y Alquimia
El significado de la rosa roja en el Cristianismo y en la mística europea
La rosa roja se ha asimilado en la iconografía cristiana a la sangre y las llagas de Cristo. Por su forma, también toma el sentido semántico del cáliz sagrado. Por tanto, la imagen nos remite al Santo Grial, al objeto que redime y otorga la inmortalidad a través de la resurrección de las almas. A partir de esta semejanza, la rosa roja se asocia al alma cristiana, al poder de la vida sobre la muerte, a la resurrección y a la inmortalidad.
Es una alegoría frecuente en la mística tanto cristiana como musulmana. Es tomada como imagen del renacimiento a partir de las experiencias de libertad que suponen los estados interiores de la mística. Y con ellas se forman jardines perfumados donde tienen lugar todas las virtudes espirituales y todas las gracias terrenales. A través de la rosa roja se produce la regeneración de los iniciados, los mismos que superan las pruebas del infierno para elevarse sobre los problemas de la tierra e iniciar el camino de la trascendencia.
En el poema medieval de Guillaume de Lorris y Jean de Meung Roman de la Rose, la rosa adquiere todos los significados y ejemplos de alegoría atribuidos a la Virgen María. Es protección. Es belleza. Es inspiración. Es guía hacia el camino de la espiritualidad. En ella misma se encierra toda la gracia, los dones del espíritu y de la tierra. Y Dante, en su Divina Comedia, la sitúa en el centro mismo del paraíso, allí donde habita el amor incondicional de Beatriz quien obsequia a su amado con una rosa roja. Por tanto, la flor se reviste, en el poema, de un amplio significado, que va desde la paz hasta la devoción pasando por la entrega y la pasión del amor platónico.
Y el interponerse entre lo de arriba y la flor
de tanta plenitud volante
no impedía sin embargo la vista ni el esplendor,
pues la luz divina es penetrante
por el universo, según éste sea digno,
a tal punto que nada puede serle obstante.
Dante: Divina Comedia
Símbolo, por tanto de completez absoluta, es tomada también por los rosacruces quienes colocaban un rosa roja en el centro de una cruz. Unen, así, ambas imágenes para formar, con sinergia, un poderoso símbolo de reunión, de amor y de trascendencia. Con él querían mostrar públicamente esa gota divina (como la sangre) que habita en el interior de cada miembro de la raza humana. Tanto la organización como su estandarte simbólico, por tanto, reivindican el sustrato anímico inalienable y digno de cada individuo. Y todo ello cuando aún no se ha dado por finiquitada la cultura medieval, ya que la primera hermandad aparece en Alemania en el siglo XIV. Esa rosa cristiana y mística es, además, la portadora de la libertad y del triunfo de la razón (unida al alma amorosa) sobre los instintos.
La rosa roja en la India
Se representa en forma de mandala o de rueda. Por tanto, la rosa roja adquiere el significado de la eternidad, de lo que nunca termina, de la completez de las cosas del mundo fundidas con las criaturas de la naturaleza. Esta imagen, también, es utilizada en los rosetones, una de las principales características de la arquitectura gótica. Estamos, por tanto, una vez más, ante un símbolo presente en el inconsciente colectivo, ante una representación que, con los mismos o parecidos sentidos simbólicos, se repite por culturas dispares sobre el planeta Tierra.
En la India, la rosa roja es la antorcha cósmica denominada Triparasundari y ella es la representación de la madre divina (a igual que la Virgen en el Cristianismo). Es la imagen de la perfección, del alma purificada, del corazón rebosante y del amor pleno. Es, también, considerada como un centro místico, allí donde se reúnen la oscuridad del inconsciente y la luz de la razón.
La rosa roja en la Grecia clásica
Según la literatura griega, la rosa roja y los rosales están consagrados a Afrodita, la diosa del amor, y se mezclan con los olivos sagrados de Atenea, diosa de la sabiduría, la inteligencia y la artesanía. Las flores eran, en sus inicios, blancas denotando, por tanto, pureza y paz. Sin embargo, según narra Ovidio (siglo I) en sus Metamorfosis cambiaron de color al recoger la sangre derramada de Adonis.
Todo comenzó con Mirra quien fue convertida en árbol como castigo por mantener relaciones incestuosas con su padre. De sus raíces, nació Adonis, diez meses después de esta transformación. El niño, dotado de gran belleza, fue reclamado tanto por Afrodita como Perséfone. Y fue tal el grado de disputa entre las dos diosas que tuvo que intervenir el mismísimo Zeus. Para acabar con las peleas entre las diosas, se acordó que Adonis pasara dos tercios del tiempo bajo tierra (en el inframundo de Perséfone) y un tercio con Afrodita. Estamos, por tanto, ante un poderoso símbolo del ciclo vital de la naturaleza. Desafortunadamente, todo esto se vino abajo con la muerte (atacado por un jabalí) del bello Adonis. Y fueron tan amargas las lágrimas de Afrodita y tan dolorosos sus lamentos que los dioses volvieron a apiadarse de ella. Y así fue como transformaron las rosas blancas en rojas.
Esta bella flor también es la escogida, para adornarse el cabello con una corona, por Hécate, la diosa de los muertos y los espíritus de Grecia. Existe otra correlación con los difuntos, ya que la denominada “rosalía” era una festividad que consistía en llevar rosas rojas a las tumbas.
Volvemos, por tanto, una y otra vez a los mismos sentidos simbólicos: sangre derramada y redención por el amor; muerte y resurrección que nos dice de la vida eterna, de la salvación de las almas y de la superación a través de una existencia de espiritualidad. Todos estos significados tiene la rosa roja y son compartidos por culturas diversas a lo largo del tiempo histórico.
Y, por último, la rosa roja es una imagen recurrente en el mundo de los sueños donde aparece como guía o llave hacia los espacios paradisiacos, los mismos que informan al soñante de la necesidad de aceptación de las luces y de las sombras del interior del alma humana.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El símbolo de la rosa roja es el más extendido en Occidente. Es parejo al de la flor de loto en Oriente. Su significado se asocia con la manifestación. El Cristianismo la ha asemejado a la sangre derramada de Cristo y al amor infinito e inmortal. A pesar de ser un icono occidental, como veremos, adquiere el carácter de arquetipo universal y la encontramos en culturas dispersas por el espacio y el tiempo, desde la India hasta la Grecia clásica pasando por los alquimistas medievales. Su sentido simbólico es paralelo al de la rosa blanca y la mezcla de ambas, el color rosa, se considera la unión de la pureza y de la pasión.
Blanca o roja, la rosa es una de las flores preferidas por los alquimistas cuyos tratados se intitulan a menudo rosales de los filósofos. La rosa blanca como el lis está ligada a la piedra al blanco, fin de la pequeña obra, mientras que la rosa roja se asocia a la piedra al rojo, fin de la gran obra. La mayor parte de estas rosas tienen siete pétalos, cada uno de los cuales evoca un metal o una operación de obra.
Van Lennep: Arte y Alquimia
El significado de la rosa roja en el Cristianismo y en la mística europea
La rosa roja se ha asimilado en la iconografía cristiana a la sangre y las llagas de Cristo. Por su forma, también toma el sentido semántico del cáliz sagrado. Por tanto, la imagen nos remite al Santo Grial, al objeto que redime y otorga la inmortalidad a través de la resurrección de las almas. A partir de esta semejanza, la rosa roja se asocia al alma cristiana, al poder de la vida sobre la muerte, a la resurrección y a la inmortalidad.
Es una alegoría frecuente en la mística tanto cristiana como musulmana. Es tomada como imagen del renacimiento a partir de las experiencias de libertad que suponen los estados interiores de la mística. Y con ellas se forman jardines perfumados donde tienen lugar todas las virtudes espirituales y todas las gracias terrenales. A través de la rosa roja se produce la regeneración de los iniciados, los mismos que superan las pruebas del infierno para elevarse sobre los problemas de la tierra e iniciar el camino de la trascendencia.
En el poema medieval de Guillaume de Lorris y Jean de Meung Roman de la Rose, la rosa adquiere todos los significados y ejemplos de alegoría atribuidos a la Virgen María. Es protección. Es belleza. Es inspiración. Es guía hacia el camino de la espiritualidad. En ella misma se encierra toda la gracia, los dones del espíritu y de la tierra. Y Dante, en su Divina Comedia, la sitúa en el centro mismo del paraíso, allí donde habita el amor incondicional de Beatriz quien obsequia a su amado con una rosa roja. Por tanto, la flor se reviste, en el poema, de un amplio significado, que va desde la paz hasta la devoción pasando por la entrega y la pasión del amor platónico.
Y el interponerse entre lo de arriba y la flor
de tanta plenitud volante
no impedía sin embargo la vista ni el esplendor,
pues la luz divina es penetrante
por el universo, según éste sea digno,
a tal punto que nada puede serle obstante.
Dante: Divina Comedia
Símbolo, por tanto de completez absoluta, es tomada también por los rosacruces quienes colocaban un rosa roja en el centro de una cruz. Unen, así, ambas imágenes para formar, con sinergia, un poderoso símbolo de reunión, de amor y de trascendencia. Con él querían mostrar públicamente esa gota divina (como la sangre) que habita en el interior de cada miembro de la raza humana. Tanto la organización como su estandarte simbólico, por tanto, reivindican el sustrato anímico inalienable y digno de cada individuo. Y todo ello cuando aún no se ha dado por finiquitada la cultura medieval, ya que la primera hermandad aparece en Alemania en el siglo XIV. Esa rosa cristiana y mística es, además, la portadora de la libertad y del triunfo de la razón (unida al alma amorosa) sobre los instintos.
La rosa roja en la India
Se representa en forma de mandala o de rueda. Por tanto, la rosa roja adquiere el significado de la eternidad, de lo que nunca termina, de la completez de las cosas del mundo fundidas con las criaturas de la naturaleza. Esta imagen, también, es utilizada en los rosetones, una de las principales características de la arquitectura gótica. Estamos, por tanto, una vez más, ante un símbolo presente en el inconsciente colectivo, ante una representación que, con los mismos o parecidos sentidos simbólicos, se repite por culturas dispares sobre el planeta Tierra.
En la India, la rosa roja es la antorcha cósmica denominada Triparasundari y ella es la representación de la madre divina (a igual que la Virgen en el Cristianismo). Es la imagen de la perfección, del alma purificada, del corazón rebosante y del amor pleno. Es, también, considerada como un centro místico, allí donde se reúnen la oscuridad del inconsciente y la luz de la razón.
La rosa roja en la Grecia clásica
Según la literatura griega, la rosa roja y los rosales están consagrados a Afrodita, la diosa del amor, y se mezclan con los olivos sagrados de Atenea, diosa de la sabiduría, la inteligencia y la artesanía. Las flores eran, en sus inicios, blancas denotando, por tanto, pureza y paz. Sin embargo, según narra Ovidio (siglo I) en sus Metamorfosis cambiaron de color al recoger la sangre derramada de Adonis.
Todo comenzó con Mirra quien fue convertida en árbol como castigo por mantener relaciones incestuosas con su padre. De sus raíces, nació Adonis, diez meses después de esta transformación. El niño, dotado de gran belleza, fue reclamado tanto por Afrodita como Perséfone. Y fue tal el grado de disputa entre las dos diosas que tuvo que intervenir el mismísimo Zeus. Para acabar con las peleas entre las diosas, se acordó que Adonis pasara dos tercios del tiempo bajo tierra (en el inframundo de Perséfone) y un tercio con Afrodita. Estamos, por tanto, ante un poderoso símbolo del ciclo vital de la naturaleza. Desafortunadamente, todo esto se vino abajo con la muerte (atacado por un jabalí) del bello Adonis. Y fueron tan amargas las lágrimas de Afrodita y tan dolorosos sus lamentos que los dioses volvieron a apiadarse de ella. Y así fue como transformaron las rosas blancas en rojas.
Esta bella flor también es la escogida, para adornarse el cabello con una corona, por Hécate, la diosa de los muertos y los espíritus de Grecia. Existe otra correlación con los difuntos, ya que la denominada “rosalía” era una festividad que consistía en llevar rosas rojas a las tumbas.
Volvemos, por tanto, una y otra vez a los mismos sentidos simbólicos: sangre derramada y redención por el amor; muerte y resurrección que nos dice de la vida eterna, de la salvación de las almas y de la superación a través de una existencia de espiritualidad. Todos estos significados tiene la rosa roja y son compartidos por culturas diversas a lo largo del tiempo histórico.
Y, por último, la rosa roja es una imagen recurrente en el mundo de los sueños donde aparece como guía o llave hacia los espacios paradisiacos, los mismos que informan al soñante de la necesidad de aceptación de las luces y de las sombras del interior del alma humana.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Significado de la rosa roja
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Tres eran las Hespérides, las ninfas que guardan las estrellas de la tarde. Como espíritus protectores de la naturaleza eran jóvenes de gran belleza, delicada sutileza y adornadas con virtudes y gracia. Era su padre Atlas, el titán condenado a separar la tierra de los cielos y a llevar el peso del firmamento sobre sus espaldas tras la rebelión fallida contra Zeus y los dioses del Olimpo. A pesar de tal trabajo, se unió en amores con Héspero, estrella de la tarde. Y de aquí nacieron las Hespérides. Estas habitaban en un jardín tan hermoso que se asemejaba al paraíso donde crecían manzanas de oro que otorgaban la inmortalidad. Un dragón fiero e insomne guardaba sus puertas. Así que de primeras tenemos, por tanto, tal cúmulo de símbolos en el jardín de las Hespérides que este espacio mítico adquiere múltiples sentidos superpuestos.
El mito representa la existencia de una especie de paraíso, objeto de los deseos humanos, y una posibilidad de inmortalidad (la manzana de oro); el dragón designa las terribles dificultades de acceso a este paraíso; Heracles el héroe que triunfa sobre todos los obstáculos. El conjunto es uno de los símbolos de la lucha del hombre para llegar a la espiritualización que le asegurará la inmortalidad.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
¿Cómo se formó el jardín de las Hespérides de la mitología?
En el inicio de los tiempos paganos, cuando los dioses crean todo lo que está en el Universo infinito y se separan de los hombres (aunque no renuncian a amoríos, celos, pasiones y venganzas), Zeus (el dios del rayo y jefe del Olimpo) se casa con Hera (diosa de la familia, el matrimonio y la vida ordenada). A la boda están invitados todos los dioses y héroes y cada uno de ellos aporta un regalo. Gea, diosa de la tierra, queriendo ofrecer también un presente a los mortales, regala un manzano mágico cuyos frutos otorgan la vida eterna. Entusiasmada Hera, pide permiso para plantar el árbol. Al parecer, este va creciendo y se va extendiendo hasta crear un auténtico jardín de plantas maravillosas donde crecen árboles con manzanas de oro que, al morderlas, otorgan la inmortalidad.
Para evitar que estos frutos mágicos sean robados, el jardín es vallado y se invita a vivir a las Hespérides, las hijas del condenado Titán. Las bellas ninfas se dedican a retozar, a cantar y a comer de las frutas que allí crecen. Tal emplazamiento paradisiaco tiene que estar guardado por un ser fiero que dé miedo. Así, los dioses dejan un violento dragón que es prácticamente una mascota para las Hespérides ya que con ellas se muestra manso y amigable. Sin embargo, todo extraño que ose adentrarse en este espacio perecerá bajo sus garras. Este dragón, además, no duerme y no descansa aunque sí es mortal.
¿Dónde está situado el jardín de las Hespérides?
Los textos de la historia y de la literatura griega que han llegado hasta nosotros a través de retazos en los libros medievales son claros con el emplazamiento. Todos coinciden en situarlo en el extremo occidental del mundo, en el sur, en la tierra fértil que bordea el Atlas. Y esto es la Península Ibérica, el trozo de mundo que baña el Guadalquivir (hoy ocupado por Sevilla, Cádiz, Córdoba o Granada). Es la tierra que, siglos después, los árabes, al llegar a ella, también coincidieron en su esencia paradisíaca. No en vano, Al-Andalus significa Paraíso como lo es el jardín de las Hespérides.
Puedes buscar este emplazamiento en esta bella tierra. Lamentablemente, hace mucho que ha desaparecido. Eso ocurrió cuando Heracles (o Hércules romano) se enfrascó en sus doce trabajos. El penúltimo consistía en matar al dragón y robar todas las manzanas de oro. Así lo hizo. Quedó muerta la bestia y el jardín sagrado profanado. Sin más frutos todo se secó, se perdió y se olvidó. ¿O no?
El jardín de las Hespérides en el arte
La Edad Media supuso el avance del cristianismo y se arrinconan los mitos paganos. Estos pervivieron únicamente tras los muros de monasterios y conventos donde se copiaban pacientemente todo aquello que llegaba a sus scriptoria. Durante esos siglos, la historiografía entendió el mito del jardín de las Hespérides como una suerte de paraíso pagano en el que el dragón era el trasunto de la serpiente bíblica. Recuperado en el Renacimiento, la iconografía fue favorita para los artistas del prerrafaelismo y su gusto por retratar lánguidas muchachas de belleza inefable en espacios naturales de sublime hermosura. Al día de hoy, el topónimo subsiste en los modernos cómics y videojuegos junto con todos los seres híbridos rescatados de la cultura clásica pagana.
El símbolo del jardín de las Hespérides
Aunque hay investigadores que apuntan a que, en verdad, en el jardín crecían naranjas en lugar de manzanas, es esta fruta la que ha pervivido en la tradición. Actúa como un símbolo primigenio del paraíso o casi como un arquetipo según C.G.Jung. Es un lugar sobre la tierra y, por tanto, condicionado por la mortalidad y la finitud. Sin embargo, sus frutos (las manzanas de oro) otorgan esa trascendencia que solo se puede conseguir a través de la espiritualidad. Como símbolo primigenio que es, la manzana tiene sentidos contrapuestos, ya que también es la causante (según la tradición bíblica) de todo el mal que acaece a la raza humana. Su fruto genera el afán de conocimiento que no es más que la semilla de la desobediencia y de la libertad. Sin embargo, esto supone, también, la caída, el fin de la inocencia, el pecado y, en último extremo, la expulsión.
Según el análisis de Paul Diel la manzana, por su forma esférica, significaría globalmente los deseos terrenales o la complacencia en tales deseos. La prohibición pronunciada por Yahvéh pondría en guardia al hombre contra el predominio de esos deseos, que lo arrastrarían hacia una vida materialista por una especie de regresión, en sentido opuesto a la vida espiritualizada, que es el sentido de la evolución progresiva. Esta advertencia divina da a conocer al hombre esas dos direcciones y a escoger entre la vía de los deseos terrenos y la de la espiritualidad. La manzana sería el símbolo de semejante conocimiento y de la aparición de la necesidad de escoger.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Las manzanas de oro del jardín de las Hespérides también otorgan la inmortalidad y la única manera de sobrevivir en el paraíso donde crecen es atenerse a las leyes impuestas por los dioses. Es imposible que estas permanezcan lozanas y con todo su poder más allá de las fronteras sagradas. Estamos, por tanto, ante la luz y las sombras de todo espacio paradisíaco. La felicidad, por tanto, solo es posible dentro de los muros. Esto es, si queremos vivir en el emplazamiento del paraíso hay que renunciar al afán de conocimiento (de lo que se encuentra más allá) y, en último extremo, a la libertad. El jardín de las Hespérides, por tanto, al ser la simbolización del paraíso, nos invita a elegir entre la obediencia (para quedarse en él) o el afán de conocimiento que antecede a la libertad.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Tres eran las Hespérides, las ninfas que guardan las estrellas de la tarde. Como espíritus protectores de la naturaleza eran jóvenes de gran belleza, delicada sutileza y adornadas con virtudes y gracia. Era su padre Atlas, el titán condenado a separar la tierra de los cielos y a llevar el peso del firmamento sobre sus espaldas tras la rebelión fallida contra Zeus y los dioses del Olimpo. A pesar de tal trabajo, se unió en amores con Héspero, estrella de la tarde. Y de aquí nacieron las Hespérides. Estas habitaban en un jardín tan hermoso que se asemejaba al paraíso donde crecían manzanas de oro que otorgaban la inmortalidad. Un dragón fiero e insomne guardaba sus puertas. Así que de primeras tenemos, por tanto, tal cúmulo de símbolos en el jardín de las Hespérides que este espacio mítico adquiere múltiples sentidos superpuestos.
El mito representa la existencia de una especie de paraíso, objeto de los deseos humanos, y una posibilidad de inmortalidad (la manzana de oro); el dragón designa las terribles dificultades de acceso a este paraíso; Heracles el héroe que triunfa sobre todos los obstáculos. El conjunto es uno de los símbolos de la lucha del hombre para llegar a la espiritualización que le asegurará la inmortalidad.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
¿Cómo se formó el jardín de las Hespérides de la mitología?
En el inicio de los tiempos paganos, cuando los dioses crean todo lo que está en el Universo infinito y se separan de los hombres (aunque no renuncian a amoríos, celos, pasiones y venganzas), Zeus (el dios del rayo y jefe del Olimpo) se casa con Hera (diosa de la familia, el matrimonio y la vida ordenada). A la boda están invitados todos los dioses y héroes y cada uno de ellos aporta un regalo. Gea, diosa de la tierra, queriendo ofrecer también un presente a los mortales, regala un manzano mágico cuyos frutos otorgan la vida eterna. Entusiasmada Hera, pide permiso para plantar el árbol. Al parecer, este va creciendo y se va extendiendo hasta crear un auténtico jardín de plantas maravillosas donde crecen árboles con manzanas de oro que, al morderlas, otorgan la inmortalidad.
Para evitar que estos frutos mágicos sean robados, el jardín es vallado y se invita a vivir a las Hespérides, las hijas del condenado Titán. Las bellas ninfas se dedican a retozar, a cantar y a comer de las frutas que allí crecen. Tal emplazamiento paradisiaco tiene que estar guardado por un ser fiero que dé miedo. Así, los dioses dejan un violento dragón que es prácticamente una mascota para las Hespérides ya que con ellas se muestra manso y amigable. Sin embargo, todo extraño que ose adentrarse en este espacio perecerá bajo sus garras. Este dragón, además, no duerme y no descansa aunque sí es mortal.
¿Dónde está situado el jardín de las Hespérides?
Los textos de la historia y de la literatura griega que han llegado hasta nosotros a través de retazos en los libros medievales son claros con el emplazamiento. Todos coinciden en situarlo en el extremo occidental del mundo, en el sur, en la tierra fértil que bordea el Atlas. Y esto es la Península Ibérica, el trozo de mundo que baña el Guadalquivir (hoy ocupado por Sevilla, Cádiz, Córdoba o Granada). Es la tierra que, siglos después, los árabes, al llegar a ella, también coincidieron en su esencia paradisíaca. No en vano, Al-Andalus significa Paraíso como lo es el jardín de las Hespérides.
Puedes buscar este emplazamiento en esta bella tierra. Lamentablemente, hace mucho que ha desaparecido. Eso ocurrió cuando Heracles (o Hércules romano) se enfrascó en sus doce trabajos. El penúltimo consistía en matar al dragón y robar todas las manzanas de oro. Así lo hizo. Quedó muerta la bestia y el jardín sagrado profanado. Sin más frutos todo se secó, se perdió y se olvidó. ¿O no?
El jardín de las Hespérides en el arte
La Edad Media supuso el avance del cristianismo y se arrinconan los mitos paganos. Estos pervivieron únicamente tras los muros de monasterios y conventos donde se copiaban pacientemente todo aquello que llegaba a sus scriptoria. Durante esos siglos, la historiografía entendió el mito del jardín de las Hespérides como una suerte de paraíso pagano en el que el dragón era el trasunto de la serpiente bíblica. Recuperado en el Renacimiento, la iconografía fue favorita para los artistas del prerrafaelismo y su gusto por retratar lánguidas muchachas de belleza inefable en espacios naturales de sublime hermosura. Al día de hoy, el topónimo subsiste en los modernos cómics y videojuegos junto con todos los seres híbridos rescatados de la cultura clásica pagana.
El símbolo del jardín de las Hespérides
Aunque hay investigadores que apuntan a que, en verdad, en el jardín crecían naranjas en lugar de manzanas, es esta fruta la que ha pervivido en la tradición. Actúa como un símbolo primigenio del paraíso o casi como un arquetipo según C.G.Jung. Es un lugar sobre la tierra y, por tanto, condicionado por la mortalidad y la finitud. Sin embargo, sus frutos (las manzanas de oro) otorgan esa trascendencia que solo se puede conseguir a través de la espiritualidad. Como símbolo primigenio que es, la manzana tiene sentidos contrapuestos, ya que también es la causante (según la tradición bíblica) de todo el mal que acaece a la raza humana. Su fruto genera el afán de conocimiento que no es más que la semilla de la desobediencia y de la libertad. Sin embargo, esto supone, también, la caída, el fin de la inocencia, el pecado y, en último extremo, la expulsión.
Según el análisis de Paul Diel la manzana, por su forma esférica, significaría globalmente los deseos terrenales o la complacencia en tales deseos. La prohibición pronunciada por Yahvéh pondría en guardia al hombre contra el predominio de esos deseos, que lo arrastrarían hacia una vida materialista por una especie de regresión, en sentido opuesto a la vida espiritualizada, que es el sentido de la evolución progresiva. Esta advertencia divina da a conocer al hombre esas dos direcciones y a escoger entre la vía de los deseos terrenos y la de la espiritualidad. La manzana sería el símbolo de semejante conocimiento y de la aparición de la necesidad de escoger.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Las manzanas de oro del jardín de las Hespérides también otorgan la inmortalidad y la única manera de sobrevivir en el paraíso donde crecen es atenerse a las leyes impuestas por los dioses. Es imposible que estas permanezcan lozanas y con todo su poder más allá de las fronteras sagradas. Estamos, por tanto, ante la luz y las sombras de todo espacio paradisíaco. La felicidad, por tanto, solo es posible dentro de los muros. Esto es, si queremos vivir en el emplazamiento del paraíso hay que renunciar al afán de conocimiento (de lo que se encuentra más allá) y, en último extremo, a la libertad. El jardín de las Hespérides, por tanto, al ser la simbolización del paraíso, nos invita a elegir entre la obediencia (para quedarse en él) o el afán de conocimiento que antecede a la libertad.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El jardín de las Hespérides
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Protagonistas del mito
1.- Polifemo fue uno de los más famosos cíclopes y, como todos los de su especie, tenía un solo ojo a la altura de la frente. Era de la talla de un gigante y ejercía su fuerza con la brutalidad de un monstruo. Polifemo vivía de una forma simple en su cueva excavada en la roca cuidando del ganado y arropado por los montes de Sicilia de donde procedían todos los protagonistas. Su carácter impetuoso, instintivo, pasional y de corta inteligencia hacía que, ante cualquier contratiempo o amenaza, se pusiera a arrancar piedras para arrojarlas contra sus víctimas. Así se comportó con Ulises (el protagonista de la Odisea de Homero) y sus hombres en un intento por atraparlos (o matarlos) tras escaparse de la cueva en la que estaban prisioneros. Hay que decir que la noche antes, Ulises logró adormecerlo con vino, engañarlo, robarle sus quesos y cegarlo con una rama de olivo en llamas. Sin embargo, esta aventura sucedió después del encontronazo con Galatea y Acis, ya que, en este punto de su biografía (aunque sesgadamente) aún podía ver.
2.- Galatea era una hermosa nereida (ninfa de los mares) siciliana dotada de una gran belleza. Aunque el cíclope Polifemo la perseguía y la requería en amores, ella lo rechazó en contadas ocasiones, ya que tenía preferencia por Acis, un mortal. Llegados a este punto no hay que confundir a la protagonista de nuestra historia con la de Pigmalión y Galatea. Son dos seres totalmente distintos y de caracteres diferentes, ya que esta última era una escultura que, por mediación de la diosa Afrodita, toma vida. La única relación entre ambas es el nombre, común, por cierto, en las obras de lírica renacentista y de la novela pastoril.
3.- Acis es el tercero de este triángulo amoroso. Es un apuesto joven mortal, hijo de un fauno y de una náyade que pasaba largos ratos al borde del mar. Allí conoció y se enamoró de la hermosa Galatea.
Resumen de la fábula de Polifemo, Galatea y Acis
Polifemo ardía de pasión por la ninfa y la requería de amores constantemente. Sin embargo, Galatea siempre conseguía zafarse de estas pretensiones. Un día que se encontraba a la orilla de la playa se encontró con Acis, un apuesto joven del que quedó prendada al instante. La pasión fue mutua y correspondida regalando felicidad y alegría a los dos amantes, que no podían presagiar el drama que se cernía sobre ellos.
En lo alto de un risco, Polifemo espiaba los amores de los jóvenes. Carcomido por los celos, cuando ambos se solazaban y besaban arrancó una enorme piedra de la montaña y la arrojó sobre el muchacho. Mortal como era, quedó aplastado y nada pudo hacer la desdichada ninfa para regresarlo a las mieles de vida.
Llegados a este punto las versiones difieren. Aún así todas coinciden en la posterior metamorfosis del muchacho. La más común apunta a que, conmovidos los dioses por las lágrimas amargas que derramaba la ninfa, se apiadaron de ella. Así, la roja sangre esparcida de Acis se mezcló con el llanto doloroso de Galatea para que, bajo la piedra arrojada por Polifemo, brotara primero una fuente que iría aumentando en caudal hasta convertirse en un río azul, el Acis de Sicilia. Así, de alguna manera u otra, estarían juntos para siempre. La fábula de Polifemo y Galatea fue completada posteriormente con elementos ajenos a esta tragedia. En esta versión de la historia, tras la muerte de Acis, la ninfa se une al cíclope naciendo tres hijos.
Estos desgraciados amores fueron del gusto de poetas y artistas plásticos a partir del Renacimiento. Y fueron protagonistas de telas y poemas. El más famoso y conocido texto en lengua castellana sobre estos desdichados amores es la Fábula de Polifemo y Galatea, una de las obras de Luis de Góngora (1561-1627), el poeta del Barroco, al que rindieron homenaje en la primera de las etapas de la Generación del 27. En el ámbito del arte plástico, a la ninfa se la suele representar dirigiendo una nave en forma de concha tirada por delfines y rodeada por numerosos cupidos y pretendientes de todas las edades y condición. Ella se resiste al amor carnal (no hizo lo mismo con Acis) buscando el platonismo que era del gusto renacentista. Una de las pinturas más famosas con esta temática es el Triunfo de Galatea (1511) de Rafael Sanzio (1483-1520) realizada, con la técnica al fresco, en la Villa Farnesina de Roma. El mito, por último, nos pone de manifiesto el carácter oscuro del cíclope que, en esencia, es el símbolo de aquello monstruoso, falto de razón y espíritu crítico del carácter humano más impulsivo.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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El mito de Galatea, Acis y Polifemo aparece en las Metamorfosis de Ovidio (siglo I). En él se narran los desgraciados amores de la ninfa Galatea y del joven mortal Acis (hijo de un fauno y de una náyade, ninfa de los ríos). La idílica relación entre ambos fue interrumpida por los celos de Polifemo, uno de los más famosos cíclopes de la historia. Vamos por partes.
Protagonistas del mito
1.- Polifemo fue uno de los más famosos cíclopes y, como todos los de su especie, tenía un solo ojo a la altura de la frente. Era de la talla de un gigante y ejercía su fuerza con la brutalidad de un monstruo. Polifemo vivía de una forma simple en su cueva excavada en la roca cuidando del ganado y arropado por los montes de Sicilia de donde procedían todos los protagonistas. Su carácter impetuoso, instintivo, pasional y de corta inteligencia hacía que, ante cualquier contratiempo o amenaza, se pusiera a arrancar piedras para arrojarlas contra sus víctimas. Así se comportó con Ulises (el protagonista de la Odisea de Homero) y sus hombres en un intento por atraparlos (o matarlos) tras escaparse de la cueva en la que estaban prisioneros. Hay que decir que la noche antes, Ulises logró adormecerlo con vino, engañarlo, robarle sus quesos y cegarlo con una rama de olivo en llamas. Sin embargo, esta aventura sucedió después del encontronazo con Galatea y Acis, ya que, en este punto de su biografía (aunque sesgadamente) aún podía ver.
2.- Galatea era una hermosa nereida (ninfa de los mares) siciliana dotada de una gran belleza. Aunque el cíclope Polifemo la perseguía y la requería en amores, ella lo rechazó en contadas ocasiones, ya que tenía preferencia por Acis, un mortal. Llegados a este punto no hay que confundir a la protagonista de nuestra historia con la de Pigmalión y Galatea. Son dos seres totalmente distintos y de caracteres diferentes, ya que esta última era una escultura que, por mediación de la diosa Afrodita, toma vida. La única relación entre ambas es el nombre, común, por cierto, en las obras de lírica renacentista y de la novela pastoril.
3.- Acis es el tercero de este triángulo amoroso. Es un apuesto joven mortal, hijo de un fauno y de una náyade que pasaba largos ratos al borde del mar. Allí conoció y se enamoró de la hermosa Galatea.
Resumen de la fábula de Polifemo, Galatea y Acis
Polifemo ardía de pasión por la ninfa y la requería de amores constantemente. Sin embargo, Galatea siempre conseguía zafarse de estas pretensiones. Un día que se encontraba a la orilla de la playa se encontró con Acis, un apuesto joven del que quedó prendada al instante. La pasión fue mutua y correspondida regalando felicidad y alegría a los dos amantes, que no podían presagiar el drama que se cernía sobre ellos.
En lo alto de un risco, Polifemo espiaba los amores de los jóvenes. Carcomido por los celos, cuando ambos se solazaban y besaban arrancó una enorme piedra de la montaña y la arrojó sobre el muchacho. Mortal como era, quedó aplastado y nada pudo hacer la desdichada ninfa para regresarlo a las mieles de vida.
Llegados a este punto las versiones difieren. Aún así todas coinciden en la posterior metamorfosis del muchacho. La más común apunta a que, conmovidos los dioses por las lágrimas amargas que derramaba la ninfa, se apiadaron de ella. Así, la roja sangre esparcida de Acis se mezcló con el llanto doloroso de Galatea para que, bajo la piedra arrojada por Polifemo, brotara primero una fuente que iría aumentando en caudal hasta convertirse en un río azul, el Acis de Sicilia. Así, de alguna manera u otra, estarían juntos para siempre. La fábula de Polifemo y Galatea fue completada posteriormente con elementos ajenos a esta tragedia. En esta versión de la historia, tras la muerte de Acis, la ninfa se une al cíclope naciendo tres hijos.
Estos desgraciados amores fueron del gusto de poetas y artistas plásticos a partir del Renacimiento. Y fueron protagonistas de telas y poemas. El más famoso y conocido texto en lengua castellana sobre estos desdichados amores es la Fábula de Polifemo y Galatea, una de las obras de Luis de Góngora (1561-1627), el poeta del Barroco, al que rindieron homenaje en la primera de las etapas de la Generación del 27. En el ámbito del arte plástico, a la ninfa se la suele representar dirigiendo una nave en forma de concha tirada por delfines y rodeada por numerosos cupidos y pretendientes de todas las edades y condición. Ella se resiste al amor carnal (no hizo lo mismo con Acis) buscando el platonismo que era del gusto renacentista. Una de las pinturas más famosas con esta temática es el Triunfo de Galatea (1511) de Rafael Sanzio (1483-1520) realizada, con la técnica al fresco, en la Villa Farnesina de Roma. El mito, por último, nos pone de manifiesto el carácter oscuro del cíclope que, en esencia, es el símbolo de aquello monstruoso, falto de razón y espíritu crítico del carácter humano más impulsivo.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Fábula de Polifemo, Galatea y Acis
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Los cíclopes de la mitología griega eran monstruos mortales, gigantes de fuerza descomunal, antropófagos, que vivían en cuevas y cuya característica física más evidente era un solo ojo en mitad de la frente por encima de la línea de las cejas. Seres de escasa inteligencia, brutales, pasionales y destructores, manejaban el fuego, las tormentas, rayos y terremotos. Eran hijos de Urano (dios del cielo) y de Gea (diosa de la tierra). Ayudaban a Zeus con la fragua y tenían protección del señor del Olimpo hasta que Apolo los mató en venganza por el asesinato de uno de sus hijos. La tribu de los cíclopes, según la tradición clásica, estaba situada en la actual Sicilia arropada por los grandes montes de esta isla italiana.
Han sido representados con profusión desde los inicios de la literatura griega. Aparecen en la Teogonía de Hesiodo, escrita entre el 700 y el 730 a.C, donde se narra el origen del mundo pagano. Además, el cíclope Polifemo es protagonista del Canto IX de la Odisea de Homero. Ulises daña su único ojo y puede engañar al gigante con esa famosa frase, “Mi nombre es Nadie”. Es el protagonista de una obra de teatro de Eurípides estrenada en el 438 a.C. Aparecieron, especialmente Polifemo, el más famoso de ellos, en los poemas de Calímaco (s.III) o de Virgilio (siglo I). Posteriormente y tras el Renacimiento, estos seres fieros y deformes fueron recogidos en poemas diversos, obras de teatro u óperas de la cultura occidental. Uno de los textos más famosos es el que narra los amores entre Polifemo, rendido ante la ninfa Galatea. Ambos son protagonistas, por poner un solo ejemplo, de una de las obras de Luis de Góngora más conocidas. Y todo ello sin contar las innumerables obras plásticas que tienen como tema central la representación e, incluso, la simbolización de los cíclopes de la mitología clásica y su mundo bestial, básico, primigenio y pasional.
Sentido simbólico de los cíclopes en la cultura occidental
El origen imaginario de estos monstruos, por tanto, está tan cimentado en el inconsciente colectivo y universal que llegan a funcionar como arquetipos. Son seres de fuerza descomunal y tan elementales que la mejor versión de ellos mismos se encuentra en la Odisea de Homero. Al tener un solo ojo no pueden ver más allá de lo básico, lo irracional, inconsciente, instintivo y pasional. Por ello no dudan en matar arrojando enormes piedras que mueven sin esfuerzo. Son el símbolo del estado primitivo de la humanidad, el emplazamiento en el que aún no se han desarrollado no solo todas las posibilidades de la civilización con su juegos de relaciones sociales sino también la conciencia interior por medio del autoconocimiento.
Al demonio se lo representa a menudo, en la tradición cristiana, con un solo ojo en medio de la cara, lo que simboliza el dominio de las fuerzas obscuras, instintivas y pasionales. Entregadas a sí mismas, no asumidas por el espíritu, estas no pueden sino desempeñar un papel destructor en el universo y en el hombre. El Cíclope de la tradición griega es una fuerza primitiva o regresiva, de naturaleza volcánica, que no puede ser vencida más que por el dios solar, Apolo. El Cíclope reúne en él dos tradiciones, la de forjador, servidor de Zeus y de Hefaistos, que maneja el rayo para los dioses; y la del monstruo salvaje de fuerza prodigiosa, escondido en las cavernas, de las que no sale más que para cazar.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Los cíclopes en la Odisea
Homero nos da cuenta de los cíclopes en el canto IX de la Odisea. Allí Ulises y sus hombres arriban a las tierras de estos gigantes que son retratados como seres de una enorme simpleza dedicados al pastoreo y que viven en estado salvaje sin someterse a ningún dios (trasunto del estado religioso o de trascendencia) o rey (simbolización del estado terrenal, de la civilización y del orden por la ley). Su emplazamiento es descrito en los siguientes términos:
…desde allí, con dolor en el alma, seguimos bogando hasta dar en la tierra que habitan los fieros cíclopes, unos seres sin ley. Confiando en los dioses eternos, nada siembran ni plantan, no labran los campos, mas todo viene allí a germinar sin labor ni semillas: los trigos, las cebadas, las vides que dan un licor generoso y son nutridas tan solo por las lluvias de Zeus. Los cíclopes no tratan en juntas ni saben de normas de justicia. Habitan las cumbres de altas montañas y hacen de las cuevas su casa. Cada cual da la ley a su esposa y a sus hijos y no piensan en los otros.
Ulises desembarca en la isla de los cíclopes junto con doce hombres y provisto de una vasija de vino. Llegan hasta la cueva de Polifemo repleta de leche y quesos de cabra. Hambrientos, los hombres se adueñan de la mercancía a pesar del parecer en contra de Ulises. En estas están cuando llega el cíclope que, henchido de ira, mata y se come a dos de los navegantes sellando la entrada de la cueva con una enorme piedra. Ante la ferocidad del gigante, Ulises empieza a urdir una artimaña. Así, emborracha al cíclope con el vino que llevaba en la vasija y que, en principio, iba a ser un regalo para los habitantes de aquella desconocida isla. Además, le dijo al monstruo que su nombre era “Nadie”, que así lo llamaba su padre y su madre cuando era pequeño.
Cuando se adormece por los efectos del alcohol, Ulises aprovecha para prender fuego a una rama de olivo (árbol sagrado) y, a continuación, clavársela al gigante en su único ojo. A los gritos de dolor de Polifemo, los otros cíclopes comienzan a preguntar qué está sucediendo. Y el monstruo, en su simpleza, responde: “Nadie me causa dolor”. Así que los demás monstruos pensaron que aquello era una de las múltiples venganzas de los dioses. Ciego, Polifemo, al día siguiente, quita la enorme piedra que cerraba su cueva para dar de pastar a los rebaños. Ulises y sus hombres pueden escapar, por tanto, sin ser vistos.
Polifemo se da cuenta de la huída de sus prisioneros cuando estos, a salvo en la embarcación, comienzan a burlarse del cíclope con grandes carcajadas y fuertes gritos. Es en ese momento cuando, sin ton ni son, ya que no ve, comienza a tirar piedras sobre el barco sin que ninguna llegara a alcanzarles. Atrapado en la ira y con deseos de venganza, pide al dios de los océanos que Ulises pierda su camino. Y así lo hace Poseidón haciendo que el héroe de la Odisea tardara más de veinte años en llegar a su tierra, a Ítaca, tras la guerra de Troya.
El cíclope Polifemo enamorado de Galatea
La siguiente historia nada tiene que ver con la anterior, aunque tiene al mismo protagonista: Polifemo, enamorado de la ninfa Galatea. Era la joven una de las cincuenta nereidas, una ninfa marina, adornada de virtudes y de inigualable belleza. No hay que confundirla con la protagonista de la historia de Pigmalión y Galatea. Nada tienen que ver y simplemente ambos personajes femeninos comparten nombre. Se movía feliz por los ríos nuestra Galatea hasta que se topó con un apuesto mortal, Acis. Ambos, tal como recoge las Metamorfosis de Ovidio (sigo I) y las obras a partir de la literatura renacentista, se correspondían en su sentimientos. Nada hacía presagiar la tragedia hasta que entra en escena el cíclope Polifemo que espiaba, desde su cueva, a la bella ninfa que se bañaba desnuda en el río.
Preso de los celos, no puede soportar la intimidad entre ambos amantes y un día, con esas enormes piedras que ya utilizó para intentar matar a Ulises y a sus hombres, aplasta a Acis, que como mortal, fallece en el acto. Fueron tantas las amargas lágrimas de su amada Galatea que los dioses, apiadándose de los amantes, juntan, para que estuvieran así siempre unidos, la sangre del joven y las lágrimas de la ninfa transformando ambos fluidos en un río eterno.
Esta historia fue favorita no solo de los poetas europeos sino también de pinturas y esculturas occidentales, especialmente del arte barroco. Así, llegado el siglo XVII, la narración toma un cariz totalmente distinto y desde el estilo inicial de la novela pastoril o de la lírica renacentista va evolucionando hacia un carácter truculento tan característico de esta época estilística. Por tanto, se pone el énfasis en el aspecto bestial del cíclope Polifemo contrastándolo con la dulzura y nobleza de Galatea.
Y, por último, para terminar este resumen sobre los cíclopes de la mitología griega y su más famoso representante, Polifemo, según la tradición, Micenas y sus expresiones artísticas, con sus grandes obras arquitectónicas de piedras descomunales, fue construida por estos seres de un solo ojo. Estos, además, aparecen en la cultura popular contemporánea en títulos de anime o videojuegos reflejando siempre su carácter brutal, irracional, oscuro, imprevisible y pasional.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Los cíclopes de la mitología griega eran monstruos mortales, gigantes de fuerza descomunal, antropófagos, que vivían en cuevas y cuya característica física más evidente era un solo ojo en mitad de la frente por encima de la línea de las cejas. Seres de escasa inteligencia, brutales, pasionales y destructores, manejaban el fuego, las tormentas, rayos y terremotos. Eran hijos de Urano (dios del cielo) y de Gea (diosa de la tierra). Ayudaban a Zeus con la fragua y tenían protección del señor del Olimpo hasta que Apolo los mató en venganza por el asesinato de uno de sus hijos. La tribu de los cíclopes, según la tradición clásica, estaba situada en la actual Sicilia arropada por los grandes montes de esta isla italiana.
Han sido representados con profusión desde los inicios de la literatura griega. Aparecen en la Teogonía de Hesiodo, escrita entre el 700 y el 730 a.C, donde se narra el origen del mundo pagano. Además, el cíclope Polifemo es protagonista del Canto IX de la Odisea de Homero. Ulises daña su único ojo y puede engañar al gigante con esa famosa frase, “Mi nombre es Nadie”. Es el protagonista de una obra de teatro de Eurípides estrenada en el 438 a.C. Aparecieron, especialmente Polifemo, el más famoso de ellos, en los poemas de Calímaco (s.III) o de Virgilio (siglo I). Posteriormente y tras el Renacimiento, estos seres fieros y deformes fueron recogidos en poemas diversos, obras de teatro u óperas de la cultura occidental. Uno de los textos más famosos es el que narra los amores entre Polifemo, rendido ante la ninfa Galatea. Ambos son protagonistas, por poner un solo ejemplo, de una de las obras de Luis de Góngora más conocidas. Y todo ello sin contar las innumerables obras plásticas que tienen como tema central la representación e, incluso, la simbolización de los cíclopes de la mitología clásica y su mundo bestial, básico, primigenio y pasional.
Sentido simbólico de los cíclopes en la cultura occidental
El origen imaginario de estos monstruos, por tanto, está tan cimentado en el inconsciente colectivo y universal que llegan a funcionar como arquetipos. Son seres de fuerza descomunal y tan elementales que la mejor versión de ellos mismos se encuentra en la Odisea de Homero. Al tener un solo ojo no pueden ver más allá de lo básico, lo irracional, inconsciente, instintivo y pasional. Por ello no dudan en matar arrojando enormes piedras que mueven sin esfuerzo. Son el símbolo del estado primitivo de la humanidad, el emplazamiento en el que aún no se han desarrollado no solo todas las posibilidades de la civilización con su juegos de relaciones sociales sino también la conciencia interior por medio del autoconocimiento.
Al demonio se lo representa a menudo, en la tradición cristiana, con un solo ojo en medio de la cara, lo que simboliza el dominio de las fuerzas obscuras, instintivas y pasionales. Entregadas a sí mismas, no asumidas por el espíritu, estas no pueden sino desempeñar un papel destructor en el universo y en el hombre. El Cíclope de la tradición griega es una fuerza primitiva o regresiva, de naturaleza volcánica, que no puede ser vencida más que por el dios solar, Apolo. El Cíclope reúne en él dos tradiciones, la de forjador, servidor de Zeus y de Hefaistos, que maneja el rayo para los dioses; y la del monstruo salvaje de fuerza prodigiosa, escondido en las cavernas, de las que no sale más que para cazar.
Jean Chevalier: Diccionario de símbolos
Los cíclopes en la Odisea
Homero nos da cuenta de los cíclopes en el canto IX de la Odisea. Allí Ulises y sus hombres arriban a las tierras de estos gigantes que son retratados como seres de una enorme simpleza dedicados al pastoreo y que viven en estado salvaje sin someterse a ningún dios (trasunto del estado religioso o de trascendencia) o rey (simbolización del estado terrenal, de la civilización y del orden por la ley). Su emplazamiento es descrito en los siguientes términos:
…desde allí, con dolor en el alma, seguimos bogando hasta dar en la tierra que habitan los fieros cíclopes, unos seres sin ley. Confiando en los dioses eternos, nada siembran ni plantan, no labran los campos, mas todo viene allí a germinar sin labor ni semillas: los trigos, las cebadas, las vides que dan un licor generoso y son nutridas tan solo por las lluvias de Zeus. Los cíclopes no tratan en juntas ni saben de normas de justicia. Habitan las cumbres de altas montañas y hacen de las cuevas su casa. Cada cual da la ley a su esposa y a sus hijos y no piensan en los otros.
Ulises desembarca en la isla de los cíclopes junto con doce hombres y provisto de una vasija de vino. Llegan hasta la cueva de Polifemo repleta de leche y quesos de cabra. Hambrientos, los hombres se adueñan de la mercancía a pesar del parecer en contra de Ulises. En estas están cuando llega el cíclope que, henchido de ira, mata y se come a dos de los navegantes sellando la entrada de la cueva con una enorme piedra. Ante la ferocidad del gigante, Ulises empieza a urdir una artimaña. Así, emborracha al cíclope con el vino que llevaba en la vasija y que, en principio, iba a ser un regalo para los habitantes de aquella desconocida isla. Además, le dijo al monstruo que su nombre era “Nadie”, que así lo llamaba su padre y su madre cuando era pequeño.
Cuando se adormece por los efectos del alcohol, Ulises aprovecha para prender fuego a una rama de olivo (árbol sagrado) y, a continuación, clavársela al gigante en su único ojo. A los gritos de dolor de Polifemo, los otros cíclopes comienzan a preguntar qué está sucediendo. Y el monstruo, en su simpleza, responde: “Nadie me causa dolor”. Así que los demás monstruos pensaron que aquello era una de las múltiples venganzas de los dioses. Ciego, Polifemo, al día siguiente, quita la enorme piedra que cerraba su cueva para dar de pastar a los rebaños. Ulises y sus hombres pueden escapar, por tanto, sin ser vistos.
Polifemo se da cuenta de la huída de sus prisioneros cuando estos, a salvo en la embarcación, comienzan a burlarse del cíclope con grandes carcajadas y fuertes gritos. Es en ese momento cuando, sin ton ni son, ya que no ve, comienza a tirar piedras sobre el barco sin que ninguna llegara a alcanzarles. Atrapado en la ira y con deseos de venganza, pide al dios de los océanos que Ulises pierda su camino. Y así lo hace Poseidón haciendo que el héroe de la Odisea tardara más de veinte años en llegar a su tierra, a Ítaca, tras la guerra de Troya.
El cíclope Polifemo enamorado de Galatea
La siguiente historia nada tiene que ver con la anterior, aunque tiene al mismo protagonista: Polifemo, enamorado de la ninfa Galatea. Era la joven una de las cincuenta nereidas, una ninfa marina, adornada de virtudes y de inigualable belleza. No hay que confundirla con la protagonista de la historia de Pigmalión y Galatea. Nada tienen que ver y simplemente ambos personajes femeninos comparten nombre. Se movía feliz por los ríos nuestra Galatea hasta que se topó con un apuesto mortal, Acis. Ambos, tal como recoge las Metamorfosis de Ovidio (sigo I) y las obras a partir de la literatura renacentista, se correspondían en su sentimientos. Nada hacía presagiar la tragedia hasta que entra en escena el cíclope Polifemo que espiaba, desde su cueva, a la bella ninfa que se bañaba desnuda en el río.
Preso de los celos, no puede soportar la intimidad entre ambos amantes y un día, con esas enormes piedras que ya utilizó para intentar matar a Ulises y a sus hombres, aplasta a Acis, que como mortal, fallece en el acto. Fueron tantas las amargas lágrimas de su amada Galatea que los dioses, apiadándose de los amantes, juntan, para que estuvieran así siempre unidos, la sangre del joven y las lágrimas de la ninfa transformando ambos fluidos en un río eterno.
Esta historia fue favorita no solo de los poetas europeos sino también de pinturas y esculturas occidentales, especialmente del arte barroco. Así, llegado el siglo XVII, la narración toma un cariz totalmente distinto y desde el estilo inicial de la novela pastoril o de la lírica renacentista va evolucionando hacia un carácter truculento tan característico de esta época estilística. Por tanto, se pone el énfasis en el aspecto bestial del cíclope Polifemo contrastándolo con la dulzura y nobleza de Galatea.
Y, por último, para terminar este resumen sobre los cíclopes de la mitología griega y su más famoso representante, Polifemo, según la tradición, Micenas y sus expresiones artísticas, con sus grandes obras arquitectónicas de piedras descomunales, fue construida por estos seres de un solo ojo. Estos, además, aparecen en la cultura popular contemporánea en títulos de anime o videojuegos reflejando siempre su carácter brutal, irracional, oscuro, imprevisible y pasional.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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