Inari | Un dios japonés muy especial

Inari | Un dios japonés muy especial

Durante siglos el pueblo de Japón ha rezado a un dios muy especial, Inari, el protector de las cosechas.


Si por algo se caracteriza la compleja religiosidad del pueblo japonés es por su mezcla y eclecticismo. Cuando nos encontramos alguna figura, un dios o un semidiós, en la mayoría de las ocasiones, es muy difícil etiquetarlo en algún panteón concreto: en el sintoísta, el budista, el animista. 

Esto es lo que ocurre con Inari, el dios –o semidiós, según otras versiones-, protector de las cosechas, los caminos y las mercadurías, responsable de la fertilidad y de la prosperidad de los cultivos de algo tan fundamental como el arroz -fuente de alimentación básica de todo Oriente-. Se podría encuadrar en el sintoísmo, pero, más bien, responde a criterios animistas. Además, el dios Inari apenas tiene representación. Cuando se hace, se utiliza la figura de su mensajero, el zorro divino, conocido como Kitsuné.

¿Quién es el dios Inari de Japón?

Son muchos los historiadores de las religiones los que consideran un objeto de estudio extremadamente interesante las manifestaciones del dios Inari, tanto por la variedad de formas y motivos que rodea a la deidad como las distintas representaciones de la misma, lo cual hace muy difícil decir lo que es Inari verdaderamente. En principio, su culto estaba ligado al animismo del sinto y, más tarde, al budismo. Es algo parecido a un kami, a un genio local o personal. La palabra Inari, etimológicamente hablando, está compuesta por el sufijo arcaico –ri, el cual tiene uno de sus semas relacionados con los dioses, la luz, o la profundidad. Inari, significa ine-na-ri (semilla-arroz-sagrado), el fruto del cultivo por la gracia de dios.

Definir lo que es Inari o lo que es, incluso un kami, es extremadamente difícil. Inari podría ser etiquetado o considerado como un kami. Un kami sería como una especie de dios vacío, un contenedor con una forma muy delimitada, en la que cabría cualquier cosa: deseos, peticiones, agradecimientos de la más diversa índole. El kami se adopta desde la niñez y el devoto se dirige a él durante el resto de sus días para hacer las peticiones más dispares, las que le vayan surgiendo a lo largo de su devenir vital. Lo más relevante del culto a Inari es su diversificación e, incluso, su personificación; hecho este que complica bastante cualquier intento de descripción del mismo.

Inari está muy atomizado en su culto y en su función y, en la gran mayoría de los casos, se refiere más a un aspecto personal de la religión que a las relaciones sociales. Es como si Inari tuviera la posibilidad de dar la bendición a cada persona de una forma individualizada, sus dones no se reparten indiscriminadamente y en un solo sentido sino que se adaptan a las necesidades de sus devotos.

Origen del culto al dios Inari

El culto originario de Inari procede de Kyoto, exactamente de la montaña de tres picos que se encuentra en el sureste de la capital imperial. Esta es, precisamente conocida, como Montaña Inari o Toyokawa. Con anterioridad a la aparición del templo oficial de Inari, en ese lugar concreto, los habitantes locales rendían tributo a un kami habitante de la montaña, la cual era considerada un espacio sagrado y era asociada a las fuerzas de la vida y, también de la muerte. De todos modos, tenemos que recordar que las montañas en Japón son normalmente consideradas, hoy en día, como espacios divinos consagrados, cada una de ellas, a un dios o a un kami diferente.

Inari es un dios escurridizo, inclasificable, invisible (ya que se representa a través de su mensajero, el zorro divino) e imprevisible. Los campesinos de Japón, durante siglos, han implorado su benevolencia rogando por la prosperidad de las cosechas. Aún hoy en día, cuando no es tan determinante para la subsistencia el abastecimiento de arroz, Inari continúa manteniendo sus fieles adeptos. Como antaño, se le solicita prosperidad económica. 

Inari y el zorro son protagonistas de un fragmento muy especial de Los sueños de Akira Kurosawa, el primero, el titulado "El sol brilla a través de la lluvia". 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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