En aquella época se llamaba Constantinopla y estaba “casi” en el límite del mundo conocido. Entonces no existían ni los vuelos low cost ni las apps para cualquier cosa ni las escapadas de fin de semana o puente. Todo era totalmente distinto. Todo era lento, difícil y una auténtica aventura. Las cosas empezaron a cambiar con la llegada del tren. Antes, décadas antes, los viajes eran descubrimientos de aventureros o se encuadraban en lo que se llamaba el Grand Tour.
¿Qué era el Grand Tour? ¿Dónde se viaja? ¿Quién lo hacía?
A finales del siglo XVII comenzó una moda que se extendió durante todo el siglo XVIII para acabar en el XIX con el avance del ferrocarril. Consistía, en esencia, en un viaje entre estudios, placer, ocio e iniciación de los jóvenes (chicos preferentemente pero también damas atrevidas) de Inglaterra, Francia o Alemania hacia los países meridionales que un día estuvieron bajo la cultura del Imperio Romano. El destino final y último era Roma, aunque se paraba en Venecia, Florencia, Nápoles…
Los más atrevidos llegaban más lejos, hasta Grecia, involucrándose, incluso, en causas políticas tal como le sucedió a Lord Byron o hasta la, por entonces, ignota Andalucía. En Ronda, por poner un solo caso, hay una placa contemporánea que recuerda esos intrépidos viajeros que se quedaban extasiados con el Tajo y su puente o con las aventuras de osados bandoleros que les salían al paso. A veces para robar, pero también para flitear o curiosear.
Estos viajes, los del Grand Tour, se preparaban con meses de antelación y los jóvenes que se disponían a entrar en la vida adulta, bien pertrechados con cartas de recomendación para que fueran acogidos por la aristocracia local (que los hoteles tal como los conocemos son de otra época también), estaban siempre acompañados por una persona más mayor. Esta carabina (masculina o femenina) se encargaba de que el “ocio saludable” estuviera asegurado para que el viaje fuera, especialmente, de investigación o de aprendizaje. ¡Cómo si un viaje auténtico pudiera ser otra cosa!
Los periplos del Grand Tour se recogían en cuadernos de viajes que, una vez en su lugar de origen, a veces se publicaban en bellos libros que alimentaban el placer por continuar con la aventura. Cuadernos de viaje reconvertidos en libros fueron muchos, pero el de Goethe (Viaje a Italia) marcó un antes y después.
El fin del Grand Tour con el Orient Express y el deseo por Estambul
Pues estos aristócratas ingleses o franceses sobre todo tenían como meta las ruinas de Roma, de Pompeya, las obras de arte de la Galería Pitti… Hasta aquí llegaba lo exótico. El viaje se hacía en carruaje. Se necesita dinero. Duraba meses y era, a veces peligroso.
Pero en 1883 se puso en funcionamiento el Concorde de la época, una maravilla de la locomoción que acortaba distancias hasta entonces impensables y era tan cómodo como estar en el salón de casa. Dotados con adelantos “domóticos” como un aseo y un lavabo con agua caliente, el exotismo se trasladó de Roma, ya cercana, hasta la por entonces Constantinopla, la actual Estambul. Se amplió el recorrido hasta los límites con Europa. La Perla del Bósforo comenzó a ser el objeto de deseo.
Paralelamente al avance del ferrocarril se crearon grandes y cómodos hoteles con unos cuantos baños por planta, otro lujo para la época. Todos estos avances hicieron que la clase media alta de esta parte de Europa se decidiera hasta viajar hacia los confines del mundo.
Esas aventuras en tren también fueron recogidas en cuadernos de viaje, aunque la que se llevó la palma fue la gran Agatha Christie en su Asesinato en el Orient Express, escrito precisamente en Estambul. No es una guía de viaje ni nada que se le parezca, pero la obra es tan magistral que, quienes lo hemos leído, no podemos olvidar su trama. Las habitaciones del Hotel Pera de Estambul, que actualmente sigue abierto al público, fueron las cuatro paredes que la maestra de la intriga necesitó para crear esta obra maestra.
Estambul era por entonces un cruce de culturas, por supuesto, pero su solera era oriental. Sus costumbres de raigambre musulmana y el patrimonio artístico de muy distinto tenor que el de los países anglosajones. Y eso sin contar con la luz y el calor que aún subyugan a estos viajeros y lo instan a buscar otros emplazamientos más meridionales. El Gran Bazar era auténtico. No había puestos para turistas porque el turismo, tal como lo conocemos hoy en día, no existía. Y desde allí se podía embarcar hacia otros destinos: hacia la India, hacia Jordania, hacia Jerusalén o hacia otros puntos de Asia.
Estambul era la puerta de Europa, el último destino en un cómodo tren, era el límite de la sociedad civilizada, de la comodidad de entonces. Aquí paraban aventureros y aristócratas, buscavidas y escritores, damas y buscadores de fortunas, desahuciados y ricos ociosos. En sus cafés e incipientes hoteles se codeaban lo más granado de la sociedad europea con la población local. Todo ello, no nos olvidemos, con una estricta división de clases.
Ernest Hemigway o Greta Garbo buscaron algo más que inspiración en Estambul. El escritor Pierre Loti hizo tan suya la ciudad que hay un conocido café que lleva su nombre con unas vistas sobre el Bósforo que es para enamorarse.
¿De qué disfrutaban los viajeros románticos que viajaban hasta Estambul?
Algunos emplazamientos hay nuevos, por supuesto, abiertos al turismo moderno, pero Estambul sigue conservando el alma de Constantinopla. Es un espíritu que se refleja en un cielo que tiñe de azul o naranja sus edificios. Es la esencia de una ciudad cercana, pero, a la vez, exótica. Un destino para los románticos en busca de algo nuevo, de aventuras, pero también para los viajeros actuales en post de un sueño o del amor.
De Estambul no te puedes ir sin haber experimentado:
1.- Un atardecer ante su maravillosa Mezquita Azul con sus altas torres que se elevan hacia el cielo.
2.- Un recorrido por el museo y la iglesia Hagia Sophia separada del anterior edificio por un jardín. Así que cuidado con el Síndrome de Stendhal.
3.- La bajada a las cisternas basílica con su agua casi glaciar, sus columnas rescatadas de otros edificios anteriores y las esculturas de Medusa que nos seducen tanto a mirar que lo mismo nos quedamos en la ciudad.
4.- El palacio Topkapi con su profusión de azulejos y yeserías invitándonos a alabar las glorias divinas y del mundo.
5.- La Mezquita de Suleiman el Magnífico que quiso construir un edificio que rivalizara con los de Jerusalén y los más hermosos de Estambul. Si subes a la azotea o al mirador, las vistas sobre el Cuerno de Oro son magníficas.
6.- Un paseo o una tarde de relax disfrutando del Bósforo. Como hoy estamos en plan mitómano, lo mejor es irse hacia la Colina Pierre Loti y o al café homónimo al caer el sol. Con esa visión seguro que te enamoras de Estambul como lo hicieron los viajeros del pasado.
7.- Es imposible ir a Estambul y no recorrerse el mercado de las especias con sus puestos en la calle.
8.- ¿Y qué decimos del Gran Bazar? Aquí hay que tener cuidado con las compras porque el regateo se impone y los comerciantes son hábiles ahora como lo fueron en el pasado. Creo que entre té y té, si no cae una alfombra, seguro que te vas a llevar alguna bisutería que lucir a tu vuelta.
9.- El Palacio de Dolmabahçe con su puerta de hierro dando al estrecho casi rivaliza con el Gran Canal de Venecia. Y si nos adentramos entre sus recios muros con sus lámparas de cristal y profusa decoración ya nos vamos a llenar los ojos con belleza.
10.- Una tarde de relax en un hammam que, por su importancia placentera, lo trato aparte.
Los mejores hammam de Estambul para acabar la visita
Y entre tanto paseo y tanta visita tienes que pararte en alguno de sus famosos hammam. Estos baños de origen romano, pero perfeccionados por los árabes, utilizan las propiedades beneficiosas del agua a distinta temperatura (fría, cálida y caliente), mezclado con sauna húmeda (baño turco, recordemos). Los tratamientos acaban con fricciones (como si fuera un peeling) y masajes. Son la versión auténtica de los spa urbanos y los de Estambul son de ensueño. Anota estos:
1.- Çemberlitaş Hamam, en sí es una visita obligada con su sala central en mármol y una losa caliente en forma de estrella de David. Está cerca del Gran Bazar y hasta se encuentra en una lista de las experiencias que debes sentir antes de morir.
2.- De similar belleza es el Cağaloğlu Hamam con un patio central en dos niveles.
3.- Galatasaray Hamam con una lámpara colgante que nos retrotrae a tiempos pasados.
4.- Beylerbeyi Hamam, muy cerca del puerto, ya ofrecía sus servicios cuando los viajeros románticos pasaban por la bella Estambul.
5.- Kılıç Ali Paşa Hammam, probablemente sea el mejor y uno de los más antiguos. En su página web señorea la fecha de 1580 como el de su construcción. Admiten niños con precio especial entre los 6 y 12 años y gratis hasta los cinco años. Así que es una opción más que placentera para las familias viajeras.
Con este recorrido solo pretendo ofreceros una experiencia sensual y un poco mitómana de la actual Estambul, la antigua Constantinopla, cruce de culturas y escenario, a veces, de conflictos. Aún así, la ciudad sabe salir al paso airosa ofreciendo toda su belleza a los viajeros contemporáneos, que, como los del pasado, cayeron rendidos ante ella.
Y te dejo tres últimas sugerencias para paladear a tope Estambul
- Si el bolsillo te lo permite, el Hotel Pera, el que alojó a los antiguos trotamundos decimonónicos, aún sigue abierto y ofreciendo las habitaciones que, un día, ocuparon sus ilustres huéspedes.
- Y como el arte forma parte de mi vida, aunque el museo es reciente, no hay que dejar de darse una vuelta por el Museo de Arte Moderno de Estambul.
- Si te lo puedes permitir (que esto es ya otro concepto), un tren de nombre Orient Express, al día de hoy, año 2016, te lleva todos los finales de verano desde París hasta Estambul.
Foto libre de derechos de la época romántica.
Por Candela Vizcaíno