La poesía neoclásica se produce en España en el último tercio del siglo XVIII dando sus últimos coletazos en las primeras décadas del siglo XIX. No puede entenderse sin los cambios culturales de la época que pretende, resumiendo y reduciendo mucho, acabar con el bagaje cultural del Antiguo Régimen e instaurar uno nuevo. Por eso hay un rechazo frontal a la literatura barroca en España y al sistema político que hay detrás y la sustenta: la monarquía absolutista aliada con la iglesia. En este sentido, hay que anotar que los escritores de la época están fuertemente imbuidos de carácter social. Como normal general, se comprometen con una necesaria reforma educativa a todos los niveles y con la necesidad de avanzar a través de la ciencia. A la par, son beligerantes en la lucha contra la superstición y se alinean con un incipiente parlamentarismo. La literatura, para ellos, tiene que servir a estos intereses (considerados útiles, buenos, necesarios y al servicio de la sociedad) haciendo uso de la claridad estilística, la mesura en la presentación de los sentimientos y de la elegancia. Todo ello se aunó bajo el concepto de buen gusto, el mismo que perdura hoy en día. Los preceptos de los poemas del Neoclasicismo quedaron reflejados en la Poética de Luzán, libro de cabecera y guía de los escritores de la época.
La paloma de Filis de Juan Menéndez Valdés (1754-1817), el poeta más importante del Neoclasicismo español
Teniendo su paloma
Mi Fili sobre el halda,
Miré a ver si sus pechos
En el candor la igualan;
Y como están las rosas
Con su nieve mezcladas,
El lampo de las plumas
Al del seno aventaja.
Empero yo, con todo,
Cuantas palomas vagan
Por los vientos sutiles,
Por sus pomas dejara.
Considerado el poeta más excelso de la época, sigue los preceptos del movimiento en esa búsqueda de sentimientos mesurados y en el alejamiento de las pasiones. Aunque los poemas del Neoclasicismo huyen de la metáfora, del rebuscamiento y de la imaginación excesiva, Menéndez Valdés, en este ejemplo, se queda a medias, ya que las imágenes y las metáforas (sencillas, eso sí) están presentes en los versos.
La esposa aldeana de Iglesia de la Casa, uno de los poemas del Neoclasicismo en la línea pastoril
El mi pastorcillo
Bien sé yo que suele
Por mí preguntaros,
Si estoy de él ausente.
Y que, aunque lo calla,
Llora muchas veces,
Porque al verle venga
Y su mal consuele.
Por otra zagala
No temo me deje,
Aun cuando enojado
De sí me deseche;
Pues sé que a la hora
Su amiga han de hacerme
De miel una orzuela,
Y un cuerno de leche.
Y si esto no basta,
Con que yo le deje
Jugar cierto juego,
No podrá él valerse.
Iglesias de la Casa (1748-1791) pertenece a la escuela salmantina de la lírica neoclásica. Una de las características de la poesía de la época es su búsqueda del buen gusto, de la elegancia y de la mesura. Por eso reniega de los alardes pasionales del estilo barroco. En este orden, a la hora de representar los sentimientos humanos, en un alto porcentaje, se recurre a los procedimientos de la temática pastoril que tan buenos frutos se cosechó en la poesía renacentista. Ese buen gusto tan perseguido se manifiesta en este sencillo romance en ausencia de metáforas y de la huida de cualquier atisbo de rebuscamiento.
A Melisa de Fray Diego González (1733-1794), el monje que amaba a las mujeres
Volví a quedar dormido,
Y sentado me hallé junto a una fuente,
Mirando su murmullo atento;
Y estando divertido,
Allí llegaste apresuradamente,
Pidiendo de beber, y yo al momento
Un vaso te presento;
Y dices tú con risa y burla mía:
“No es esa, Delio, el agua que pedía;
La sed que yo padezco es amorosa;
Y siempre codiciosa
De tus eternos lazos,
Sólo pueden templarla tus abrazos.”
La poesía amorosa del siglo XVIII huye de los movimientos altamente pasionales de la centuria anterior. La racionalidad se impone de manera consciente. Sin embargo, otra cosa distinta es el inconsciente, siempre en búsqueda de esa comunión cantada en poesía a través de la unión amorosa. Esta se canta ahora, utilizando los parámetros de la novela pastoril. Para ello se sirven de la suavidad, la elegancia, la irrealidad a veces, el bucolismo y el amor mesurado de los pastores. Todas estas características se adivinan en estos versos de un fraile que solo compuso poesía sutilmente erótica.
Uno de los poemas del Neoclasicismo perteneciente a la obra Poesías asiáticas del Conde de Noroña
Si una noche en tu pecho reposara,
El alto empíreo con mi sien tocara,
Rompiera al Sagitario sus saetas,
La corona a la luna arrebatara,
Me subiera veloz al nono cielo,
Y el orbe con soberbio pie pisara.
Entonces, si tuviera tu hermosura,
O en tu lugar entonces me encontrara,
Para los sin favor fuera piadoso,
Benigno con los tristes me mostrara.
En este poema, a pesar de los esfuerzos por seguir los preceptos de la Poética de Luzán, nos encontramos versos que, a duras penas, se acercan a esa mesura, claridad y buen gusto que se requería en la época. La racionalidad del movimiento queda aquí aparcada por un sentimiento pasional que sin llegar a los alardes del gongorismo, se acerca a la lírica renacentista de una forma un tanto rebuscada. Otra característica de la poesía neoclásica presente en este ejemplo es la búsqueda de inspiración y modelo en la literatura griega, romana y clásica.
Uno de los poemas del Neoclasicismo de Leandro Fernández de Moratín
Considerado el escritor más importante en todos los géneros (prosa, teatro y poesía) de la época, nació en Madrid en 1760 de padre dedicado a las letras. De carácter tímido y retraído, toda su vida la dedicó a los escritura donde alcanzó las más sublimes cotas del Neoclasicismo español. Murió en París (en el exilio) en 1828 y está enterrado en el Panteón de Hombres ilustres. El siguiente soneto pretende ser una suerte de autobiografía espiritual. Lleva por título La despedida.
Nací de honesta madre; dióme el cielo
Fácil ingenio en gracias afluyente,
Dirigir supo el ánimo inocente
A la virtud el paternal desvelo.
Con sabio estudio, infatigable anhelo,
Pude adquirir coronas a mi frente:
La corva escena resonó en frecuente
Aplauso, alzando de mi nombre el vuelo.
Dócil, veraz, de muchos ofendido,
De ninguno ofensor, las Musas bellas
Mi pasión fueron, el honor mi guía.
Pero si así las leyes atropellas,
Si para ti los méritos han sido
Culpas, adiós, ingrata patria mía.
En este hermoso soneto de Leandro Fernández de Moratín con versos encabalgados se condensa casi todas las características de la poesía del Neoclasicismo. En él se adivina una intención moral, didáctica que no es más que la presentación al público de una persona virtuosa que poco o nada de daño ha realizado al otro. No se entretiene con frivolidades o en desgranar situaciones de extrema imaginación. El poeta nos dice de su verdad más íntima y del dolor por luchas fratricidas que ya asolaban España en guerras que, de alguna manera u otra, durarían siglos. Esta considerado uno de los más hermosos poemas del Neoclasicismo e inaugura la temática alrededor del dolor del exilio que tanto predicamento tendría en décadas posteriores llegando a ser fuente, a la vez, de inspiración, por poner un caso, de Luis Cernuda.
Este puñado de poemas del Neoclasicismo solo pretenden un acercamiento a un formato literario que quiso acabar con el pasado imponiendo criterios nuevos basados en la razón, la mesura y el exceso de conciencia que, a veces, es ajeno al quehacer literario.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla