Poemas de Miguel Hernández

Poemas de Miguel Hernández

Poemas de Miguel Hernández

Candela Vizcaíno

 

En toda selección siempre faltarán retazos y piezas que, desde otro punto de vista, pudiera considerarse esencial. Así, en estos cinco poemas de Miguel Hernández no se incluye Elegía a Ramón Sijé que ha merecido un análisis detallado y en otro post.  

Mínima introducción a la poesía de Miguel Hernández (1910-1940)  

1.- Está fuertemente impregnada de contenido social y carácter reivindicativo. Apela al arraigo de la tierra y también a su dureza. De hecho, las palabras “tierra” y relacionadas con las labores de labranza aparecen de forma repetida. 

2.- El tono siempre es épico y los protagonistas son los humildes, los vencidos, los pobres, los humillados y aquellos que luchan en desventaja por la libertad y por sobrevivir. 

3.- Los versos adquieren un tono de himno o de canción llamando a la lucha, la cual puede ser de diversas maneras. 

4.- La temática de los poemas de Miguel Hernández gira en torno a la muerte, la guerra, el hambre, la injusticia social y el dolor por la pérdida o la ausencia. 

5.- La pena presente en buena parte de sus versos se unen al pesimismo, ya que a pesar del carácter batallador de los mismos, no se vislumbra un mundo mejor o posible. La luz es escasa a pesar de la llamada a la rebelión contra la oscuridad y la injusticia.  

El niño yuntero, uno de los poemas de Miguel Hernández más conocidos 

Carne de yugo, ha nacido

más humillado que bello,

con el cuello perseguido

por el yugo para el cuello. 

 

Nace, como la herramienta,

a los golpes destinado,

de una tierra descontenta

y un insatisfecho arado. 

 

Entre estiércol puro y vivo

de vacas, trae a la vida

un alma color de olivo

vieja ya y encallecida. 

 

Empieza a vivir, y empieza

a morir de punta a punta

levantando la corteza

de su madre con la yunta. 

 

Empieza a sentir, y siente

la vida como una guerra,

y a dar fatigosamente

en los huesos de la tierra. 

 

Contar sus años no sabe,

y ya sabe que el sudor

es una corona grave

de sal para el labrador. 

 

Trabaja, y mientras trabaja

masculinamente serio,

se unge de lluvia y se alhaja

de carne de cementerio.

 

A fuerzas de golpes, fuerte,

y a fuerza de sol, bruñido, 

con una ambición de muerte

despedaza un pan reñido. 

 

Cada nuevo día es

más raíz, menos criatura,

que escucha bajo sus pies

la voz de la sepultura.

 

Y como raíz se hunde

en la tierra lentamente

para que la tierra inunde

de paz y panes su frente. 

 

Me duele este niño hambriento

como una grandiosa espina,

y su vivir ceniciento

revuelve mi alma de encina. 

 

Lo veo arar los rastrojos,

y devorar un mendrugo,

y declarar con los ojos

que por qué es carne de yugo. 

 

Me da su arado en el pecho,

y su vida en la garganta,

y sufro viendo el barbecho

tan grande bajo su planta. 

 

¿Quién salvará este chiquillo

menor que un grano de avena?

¿De dónde saldrá el martillo

verdugo de esta cadena?

 

Que salga del corazón

de los hombros jornaleros, 

que antes de ser hombres son

y han sido niños yunteros. 

 

 

Vientos del pueblo me llevan, uno de los poemas de Miguel Hernández más versionados musicalmente 

 

Vientos del pueblo me llevan,

vientos del pueblo me arrastran,

me esparcen el corazón

y me aventan la garganta. 

 

Los bueyes doblan la frente,

impotentemente mansa,

delante de los castigos:

los leones la levantan

y al mismo tiempo castigan

con su clamorosa zarpa. 

 

No soy de un pueblo de bueyes, 

que soy de un pueblo que embargan

yacimientos de leones,

desfiladeros de águilas

y cordilleras de toros

con el orgullo en el asta. 

Nunca medraron los bueyes

en los páramos de España. 

 

¿Quién habló de echar un yugo

sobre el cuello de esta raza?

¿Quién ha puesto al huracán

jamás ni yugos ni trabas, 

ni quién al rayo detuvo

prisionero en una jaula?

 

Asturianos de braveza,

vascos de piedra blindada,

valencianos de alegría,

y castellanos de alma,

labrados como la tierra

y airosos como las alas;

andaluces de relámpagos,

nacidos entre guitarras

y forjados en los yunques

torrenciales de las lágrimas; 

extremeños de centeno, 

gallegos de lluvia y calma, 

catalanes de firmeza,

aragoneses de casta,

murcianos de dinamita

frutalmente propagada,

leoneses, navarros, dueños

del hambre, el sudor y el hacha, 

reyes de la minería,

señores de la labranza,

hombres que entre las raíces,

como raíces gallardas,

vais de la vida a la muerte,

vais de la nada a la nada:

yugos os quieren poner

gentes de hierba mala, 

yugos que habéis de dejar

rotos sobre sus espaldas.

Crepúsculo de los bueyes

está despuntando el alba. 

 

Los bueyes mueren vestidos

de humildad y olor de cuadra:

las águilas, los leones

y los toros de arrogancia,

y detrás de ellos, el cielo

ni se enturbia ni se acaba. 

La agonía de los bueyes

tiene pequeña la cara,

la del animal varón

toda la creación agranda. 

 

Si me muero, que muera

con la cabeza muy alta.

Muerto y veinte veces muerto,

la boca contra la grama,

tendré apretados los dientes

y decidida la barba. 

 

Cantando espero a la muerte,

que hay ruiseñores que cantan

encima de los fusiles

y en medio de las batallas. 

 

 

Aceituneros, convertido en el himno oficial de la provincia de Jaén

 

Andaluces de Jaén, 

aceituneros altivos,

decidme en el alma: ¿quién,

quién levantó los olivos?

 

No los levantó la nada,

ni el dinero, ni el señor,

sino la tierra callada,

el trabajo y el sudor. 

 

Unidos al agua pura

y a los planetas unidos,

los tres dieron la hermosura

de los troncos retorcidos. 

 

Levántate, olivo cano,

dijeron al pie del viento. 

Y el olivo alzó una mano

poderosa de cimiento. 

 

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos, 

decidme en alma: ¿quién

amamantó los olivos? 

 

Vuestra sangre, vuestra vida, 

no la del explotador

que se enriqueció en la herida

generosa del sudor. 

 

No la del terrateniente

que os sepultó en la pobreza,

que os pisoteó la frente, 

que os redujo la cabeza. 

 

Árboles que vuestro afán

consagró al centro del día

eran principio de un pan

que sólo el otro comía. 

 

¡Cuántos siglos de aceituna,

los pies y las manos presos,

sol a sol y luna a luna,

pesan sobre vuestros huesos!

 

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos, 

pregunta mi alma: ¿de quién,

de quién son estos olivos?

 

Jaén, levántate brava

sobre tus piedras lunares,

no vayas a ser esclava

con todos tus olivares. 

 

Dentro de la claridad

del aceite y sus aromas,

indican tu libertad

la libertad de las lomas. 

 

 

Canción del esposo soldado

 

He poblado tu vientre de amor y sementera, 

he prolongado el eco de sangre a que respondo

y espero sobre el surco como el arado espera: 

he llegado hasta el fondo. 

 

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos, 

esposa de mi piel, gran trago de mi vida, 

tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos

de cierva concebida. 

 

Ya me parece que eres un cristal delicado, 

temo que te me rompas al más leve tropiezo, 

y a reforzar tus venas con mi piel de soldado

fuera como el cerezo. 

 

Espejo de mi carne, sustento de mis alas, 

te doy vida en la muerte que me dan y no tomo. 

Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas, 

ansiado por el plomo. 

 

Sobre los ataúdes feroces en acecho, 

sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa

te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho 

hasta en el polvo, esposa. 

 

Cuando junto a los campos de combate te piensa

mi frente que no enfría ni aplaca tu figura, 

te acercas hacia mí como una boca inmensa

de hambrienta dentadura. 

 

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera: 

aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo, 

y defiendo tu vientre de pobre que espera, 

y defiendo tu hijo. 

 

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado, 

envuelto en un clamor de victoria y guitarras, 

y dejaré a tu puerta mi vida de soldado

sin colmillos ni garras. 

 

Es preciso matar para seguir viviendo. 

Un día iré a la sombra de tu pelo lejano, 

y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo 

cosida por tu mano. 

 

Tus piernas implacables al parto van derechas, 

y tu implacable boca de labios indomables, 

y ante mi soledad de explosiones y brechas

recorres un camino de besos implacables. 

 

Para el hijo será la paz que estoy forjando. 

Y al fin en un océano de irremediables huesos

tu corazón y el mío naufragarán, quedando

una mujer un hombre gastados por los besos. 

 

 

Umbrío por la pena, casi bruno, uno de los sonetos de Miguel Hernández

 

Umbrío por la pena, casi bruno, 

porque la pena tizna cuando estalla, 

donde yo no me hallo cuando no se halla

hombre más apenado que ninguno. 

 

Sobre la pena duermo solo y uno, 

pena es mi paz y pena mi batalla, 

perro que ni me deja ni se calla, 

siempre a su dueño fiel, pero importuno. 

 

Cardos y penas llevo por corona, 

cardos y penas siembran sus leopardos

y no me dejan bueno hueso alguno. 

 

No podrá con la pena mi persona

rodeada de penas y de cardos; 

¡cuánto penar para morirse uno! 

 

 

Selección por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

 

Imagen del fondo extractada de la edición Poemas de dolor y de guerra realizada por Prensa Cicuta, Almería, 2010 y en la que intervine con la edición crítica.

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