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La historia de al-Ándalus (también escrito Al-Andalus, Al-Ándalus e incluso alandalús) comienza en el año 711 con la invasión de la Península Ibérica por parte de tropas musulmanas. Estas estaban formadas por miembros de las tribus beréberes del norte de África del gobernador Abd al-Aziz ibn Muza (640-715). Al mando se encontraba Tariq ben Ziyad (670-720). Y termina en 1492 con la conquista, por parte de los Reyes Católicos, del último reino nazarí de Granada. Entre una fecha y otra, el territorio bajo los musulmanes varía considerablemente llegando a ocupar casi toda la Península Ibérica (alrededor del 718) hasta el último reducto en Granada. Y todo comenzó con una disputa por ocupar el trono del reino visigodo de Toledo, cristiano, de tradición romana y con un sistema sucesorio cuya herencia no siempre recaía en el hijo primogénito. A la muerte del rey Witiza (en el 710 o 711), dos facciones encontradas se batieron a muerte. Una era la comandada por el noble don Rodrigo (688-711) y la otra era partidaria de que ocupara el trono el joven hijo del rey, Agila (695-716).
La historia y leyenda de don Rodrigo, último rey visigodo
Don Rodrigo era un noble duque de la Bética que, al morir el rey, encabeza un revuelta para hacerse con el trono del reino visigodo de Toledo. Esta rebelión acaba en una guerra civil. Era tal el desbarajuste que, aprovechando la debilidad, Tariq ben Ziyad, apoyado por el conde don Julián, gobernador de Ceuta, entra en la península cruzando el Estrecho de Gibraltar. Justo en ese momento las tropas visigodas cristianas se encontraban en el norte luchando entre sí. Ante la gran amenaza, se dirigen rápidamente hacia el sur y se enfrentan con el invasor en un lugar cerca de la actual Jerez de la Frontera. Agotadas, cansadas, hambrientas y exhaustas fueron derrotadas por el ejército de Tariq en la conocida como Batalla del Guadalete que tuvo lugar en abril del 711. El rey Rodrigo desapareció y no se encontró su cadáver. Las huestes beréberes continúan su camino hacia al norte sin apenas resistencia y haciéndose con todo el territorio en unos pocos años. Comienza así la historia de al-Ándalus, término que en árabe significa el paraíso, convirtiéndose, andando el tiempo, en una de las culturas más ricas de la Edad Media europea.
Pero, ¿por qué don Julián cometió tal traición a su religión y a su pueblo? Aquí la historia se mezcla con la leyenda e, incluso, con el mito. El noble era el padre de Florinda, una bella doncella que fue enviada a Toledo para su instrucción. Allí, según la versión más extendida, el rey don Rodrigo forzó a la joven obligándola a ser su concubina. Otras narraciones apuntan a que fue la joven quien sedujo, por ambición, al rey y este no quiso tomarla como esposa. Sea cual sea la versión, los amores eran conocidos en la corte y la muchacha recibía el sobrenombre de La Cava, que significa prostituta. Esta deshonra hacia su hija llegó a oídos de don Julián que, inmediatamente, tomó partido por Agila en las luchas por el trono. Y es así, gracias a su influencia con las tribus beréberes del norte de África, como acordó con el gobernador Muza invadir el reino de Toledo. No conocemos los términos del pacto y únicamente ha pasado a la historia el resultado de esta escaramuza. El general Tariq, comandando un ejército de aproximadamente 10.000 beréberes que un siglo antes se habían convertido a la fe de Mahoma, entra en tierras cristianas acabando con el reino visigodo de Toledo en apenas unos cuantos años.
Las luchas internas entre la nobleza autóctona eran de tal envergadura que los señores apenas opusieron resistencia. Y desde el primer momento pactaron para conservar religión, costumbres y tierras a cambio de fuertes impuestos. Las tropas africanas llegaron, así, con cierta facilidad hasta los Pirineos avanzando hacia lo que hoy es Francia. Tras la derrota musulmana en la Batalla de Poitiers del 732, se replegaron hacia el sur. Ocuparon toda la Península Ibérica excepto el pequeño reino montañoso de Covadonga donde fueron repelidos en el 718. Desde aquí comenzó la denomina Reconquista cristiana.
La primera etapa de al-Ándalus: el emirato dependiente de Damasco
Desde el 718 hasta el 756 Hispania queda bajo el dominio del califato Omeya con sede en Damasco. Esta poderosa familia procedente de Siria gobernaba todo el norte de África, la actual Turquía, la Península Arábica, Persia y lo que hoy es España y Portugal. Hispania se organiza administrativamente como un emirato (al estilo de una provincia) bajo el mando de un valí y la capital se traslada de Toledo a Córdoba.
En esta primera etapa los nobles visigodos pudieron conservar sus creencias, costumbres y tierras a cambio de pagar al califa de Damasco fuertes impuestos. A pesar de este respeto por la forma de vida local, los invasores, siguiendo las órdenes de Mahoma, fomentaron la islamización. Así, por convicción o por conveniencia (ya que se ascendía en el estatus social), buena parte de la población local se convirtió al islam. Estos eran conocidos como muladíes y eran los más numerosos. Por su parte, los mozárabes fueron los que conservaron la religión cristiana, aunque adoptaron buena parte de las costumbres musulmanas. Un tercer grupo religioso convivía con relativa paz (por supuesto, con sus altibajos) en al-Ándalus. Eran los judíos y vivían concentrados en barrios específicos (juderías) dedicados a la artesanía y a oficios liberales de cierta reputación cultural (médicos, escribanos, boticarios…) A pesar del mito de la convivencia pacífica entre las tres culturas, la paz no fue constante. Por eso, en cada revuelta o rebelión, un porcentaje indeterminado de mozárabes emigraba buscando el refugio de los reinos del norte. Se alimentaba, así, los ejércitos necesarios para la Reconquista.
El Emirato Independiente de Córdoba
Lejos de tierras hispanas, en el año 750, la dinastía de los Abasíes se enfrenta a la de los Omeyas venciendo los primeros. Se traslada la capital a Bagdad desde Damasco y comienza uno de los periodos de mayor esplendor de la cultura islámica. Este dura hasta 1250 cuando el Imperio Otomano de los turcos toma el poder. El príncipe Abd al-Rahman (731-788), de la casa Omeya y destronado por los Abasíes, huye hasta Córdoba donde tenía fuertes apoyos. Se hace con el poder proclamando la independencia política (que no religiosa) de Bagdad. Y así, en el 750, se da comienzo al Emirato Independiente de Córdoba.
Y desembocamos en la época de mayor esplendor de la historia de al-Ándalus. La ciudad se convierte en objeto de admiración de los visitantes por su limpieza, su alcantarillado y su iluminación nocturna, avances indicustibles para la época. Desde el gobierno se introducen elementos de higiene como el hammam que ayuda a controlar las terribles enfermedades que asolaban, en la época, a la población. Los cultivos se hacen intensivos aprovechando el agua mediante el uso de ruedas hidráulicas, norias y acequias. La población, por tanto, disfruta de una mejor alimentación al introducir en la dieta legumbres, vegetales y frutas. A la par, los sucesivos emires sufragaron estudios de medicina, astrología, poesía o filosofía y se hacía un esfuerzo por atraer a sabios, filósofos, poetas, escribas y copistas. Aunque no está demostrado del todo, Córdoba llegó a tener una biblioteca de más de 40.000 ejemplares. Otras fuentes aportan un volumen de 400.000 títulos, una cifra espectacular para la época que rivaliza con la mítica Biblioteca de Alejandría. En los alrededores de la mezquita trabajaban mujeres copistas, papeleros, boticarios, astrónomos y pensadores dando cuenta de la riqueza cultura de la Córdoba andalusí.
El Califato de Córdoba con Abd al-Rahman III
Desde 750 hasta 920, aunque el emirato era independiente, lo era únicamente desde el punto de vista político. Fue Abd al-Rahman III (890-961) quien en el año 920 decide desvincularse de Bagdad también desde el aspecto religioso. Con esta independencia total, se ahonda aún más en el esplendor de al-Ándalus. Todo este progreso económico, político, social y cultural dura hasta 1031, cuando se rompe la unidad y se divide el territorio en los llamados Reinos de Taifa. El Califato de Córdoba supuso un largo periodo de paz que propició un extraordinario desarrollo económico. Al dominar el comercio entre Oriente y Occidente, a los zocos y mercados de al-Ándalus llegaban productos frescos de las abundantes huertas cercanas, objetos lujosos, maderas y papel para seguir aumentando los libros disponibles. Todo ello desembocó en una sociedad rica con escuelas, bibliotecas, boticas y palacios donde se fomentaba la poesía y la danza.
Aunque la mezquita, según las últimas prospecciones arqueológicas, se construyó sobre una basílica cristiana anterior, Abd al-Rahman III quiso levantar un palacio que fuera la envidia de embajadores, visitantes, amigos y enemigos. En la falda de Sierra Morena, en apenas veinticinco años y desde la nada, se construyó una colosal ciudad que era residencia de la corte y, a la vez, sede administrativa. Era Medina Azahara, cuyas ruinas hoy son Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
La división en los Reinos de Taifas hasta el último reino nazarí
A mediados del siglo XI las distintas razias de los señores cristianos del norte iban mermando el poderío del Califato de Córdoba. Se necesitaba un creciente ejército (bien entrenado y alimentado) para hacer frente a las numerosas batallas tanto entre musulmanes contra cristianos como contra distintas facciones de señores. Si la paz trae prosperidad, la guerra desemboca en crisis económicas y culturales. Así, en 1031 comienza la decadencia de al-Ándalus al rebelarse los nobles musulmanes contra el Califa. Y de la riqueza propiciada por la unidad se pasó a la decadencia de la división de las llamadas taifas. El próspero Califato de Córdoba acaba dividido en 23 reinos progresivamente más pobres y frágiles que sucumben uno tras otro bajo los pujantes ejércitos cristianos. De norte a sur tenemos Zaragoza, Toledo, Valencia, Denia, Murcia, Almería, Badajoz, Córdoba, Sevilla…
La división de los Reinos de Taifas desembocó en debilidad, la misma que fue aprovechada por los distintos señores del norte para ir avanzando hacia al sur e ir conquistando nuevos territorios para la causa cristiana. Para frenar este avance, igual que el conde don Julián hizo en el año 711, se buscó la ayuda de los musulmanes beréberes del norte de África. Los almorávides (monjes guerreros de creencia suní malaquí) llegaron en el 1086. Los sunís defendían la elección del Califa de entre los mejores mientras que los sufíes apuestan por la herencia a partir de la descendencia de Mahoma. Los almorávides hablaban el árabe y tenían una cierta cultura. Sin embargo, los almohades que desembarcaron posteriormente, en el 1147, ya formaban un pueblo eminentemente guerrero y apegado a los principios más estrictos del Corán. Sus combatientes renegaban del refinamiento de al-Ándalus y creían firmemente que la decadencia se debió a la corrupción y a una vida disoluta que había olvidado los principios fundamentales de la fe islámica. Las crónicas destacan la fiereza de los almohades. Estos ejércitos ya nada tienen que ver con el refinamiento de la corte de Medina Azahara ni la de Córdoba que empleaba a mujeres como copistas y permitía la poesía femenina.
Las taifas sucumben en su totalidad en el 1238 quedando el único reducto del reino nazarí de Granada, conquistado para la causa cristiana en 1492. Antes había caído Toledo en 1085 bajo las órdenes de Alfonso VI, Zaragoza en 1118 abanderando las tropas cristianas Alfonso I de Aragón, el Batallador. Fernando III de Castilla se hace con la plaza de Sevilla en 1248 mientras Granada resiste con prosperidad desde el punto de vista cultural, agrícola y comercial. El último rey nazarí fue Boabdil (1460-1533) quien, según cuenta la leyenda, abandonó La Alhambra entre lágrimas en su camino hacia el exilo del norte de África.
Con los Reyes Católicos, al-Ándalus llega a su fin. La nobleza y la población general es obligada a la conversión a la fe cristiana, tanto si profesan el islamismo como el judaísmo. El nuevo período que se abre en España ese mismo año es el del descubrimiento de América a ojos europeos, el de la imprenta, el de las aventuras marítimas hacia confines remotos, el del auge de las universidades, el de la vuelta a la cultura clásica grecolatina y, en definitiva, el del Renacimiento europeo. La cultura medieval europea queda atrás y a la par una de las sociedades más avanzadas y refinadas, la de al-Ándalus.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla
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La historia de al-Ándalus (también escrito Al-Andalus, Al-Ándalus e incluso alandalús) comienza en el año 711 con la invasión de la Península Ibérica por parte de tropas musulmanas. Estas estaban formadas por miembros de las tribus beréberes del norte de África del gobernador Abd al-Aziz ibn Muza (640-715). Al mando se encontraba Tariq ben Ziyad (670-720). Y termina en 1492 con la conquista, por parte de los Reyes Católicos, del último reino nazarí de Granada. Entre una fecha y otra, el territorio bajo los musulmanes varía considerablemente llegando a ocupar casi toda la Península Ibérica (alrededor del 718) hasta el último reducto en Granada. Y todo comenzó con una disputa por ocupar el trono del reino visigodo de Toledo, cristiano, de tradición romana y con un sistema sucesorio cuya herencia no siempre recaía en el hijo primogénito. A la muerte del rey Witiza (en el 710 o 711), dos facciones encontradas se batieron a muerte. Una era la comandada por el noble don Rodrigo (688-711) y la otra era partidaria de que ocupara el trono el joven hijo del rey, Agila (695-716).
La historia y leyenda de don Rodrigo, último rey visigodo
Don Rodrigo era un noble duque de la Bética que, al morir el rey, encabeza un revuelta para hacerse con el trono del reino visigodo de Toledo. Esta rebelión acaba en una guerra civil. Era tal el desbarajuste que, aprovechando la debilidad, Tariq ben Ziyad, apoyado por el conde don Julián, gobernador de Ceuta, entra en la península cruzando el Estrecho de Gibraltar. Justo en ese momento las tropas visigodas cristianas se encontraban en el norte luchando entre sí. Ante la gran amenaza, se dirigen rápidamente hacia el sur y se enfrentan con el invasor en un lugar cerca de la actual Jerez de la Frontera. Agotadas, cansadas, hambrientas y exhaustas fueron derrotadas por el ejército de Tariq en la conocida como Batalla del Guadalete que tuvo lugar en abril del 711. El rey Rodrigo desapareció y no se encontró su cadáver. Las huestes beréberes continúan su camino hacia al norte sin apenas resistencia y haciéndose con todo el territorio en unos pocos años. Comienza así la historia de al-Ándalus, término que en árabe significa el paraíso, convirtiéndose, andando el tiempo, en una de las culturas más ricas de la Edad Media europea.
Pero, ¿por qué don Julián cometió tal traición a su religión y a su pueblo? Aquí la historia se mezcla con la leyenda e, incluso, con el mito. El noble era el padre de Florinda, una bella doncella que fue enviada a Toledo para su instrucción. Allí, según la versión más extendida, el rey don Rodrigo forzó a la joven obligándola a ser su concubina. Otras narraciones apuntan a que fue la joven quien sedujo, por ambición, al rey y este no quiso tomarla como esposa. Sea cual sea la versión, los amores eran conocidos en la corte y la muchacha recibía el sobrenombre de La Cava, que significa prostituta. Esta deshonra hacia su hija llegó a oídos de don Julián que, inmediatamente, tomó partido por Agila en las luchas por el trono. Y es así, gracias a su influencia con las tribus beréberes del norte de África, como acordó con el gobernador Muza invadir el reino de Toledo. No conocemos los términos del pacto y únicamente ha pasado a la historia el resultado de esta escaramuza. El general Tariq, comandando un ejército de aproximadamente 10.000 beréberes que un siglo antes se habían convertido a la fe de Mahoma, entra en tierras cristianas acabando con el reino visigodo de Toledo en apenas unos cuantos años.
Las luchas internas entre la nobleza autóctona eran de tal envergadura que los señores apenas opusieron resistencia. Y desde el primer momento pactaron para conservar religión, costumbres y tierras a cambio de fuertes impuestos. Las tropas africanas llegaron, así, con cierta facilidad hasta los Pirineos avanzando hacia lo que hoy es Francia. Tras la derrota musulmana en la Batalla de Poitiers del 732, se replegaron hacia el sur. Ocuparon toda la Península Ibérica excepto el pequeño reino montañoso de Covadonga donde fueron repelidos en el 718. Desde aquí comenzó la denomina Reconquista cristiana.
La primera etapa de al-Ándalus: el emirato dependiente de Damasco
Desde el 718 hasta el 756 Hispania queda bajo el dominio del califato Omeya con sede en Damasco. Esta poderosa familia procedente de Siria gobernaba todo el norte de África, la actual Turquía, la Península Arábica, Persia y lo que hoy es España y Portugal. Hispania se organiza administrativamente como un emirato (al estilo de una provincia) bajo el mando de un valí y la capital se traslada de Toledo a Córdoba.
En esta primera etapa los nobles visigodos pudieron conservar sus creencias, costumbres y tierras a cambio de pagar al califa de Damasco fuertes impuestos. A pesar de este respeto por la forma de vida local, los invasores, siguiendo las órdenes de Mahoma, fomentaron la islamización. Así, por convicción o por conveniencia (ya que se ascendía en el estatus social), buena parte de la población local se convirtió al islam. Estos eran conocidos como muladíes y eran los más numerosos. Por su parte, los mozárabes fueron los que conservaron la religión cristiana, aunque adoptaron buena parte de las costumbres musulmanas. Un tercer grupo religioso convivía con relativa paz (por supuesto, con sus altibajos) en al-Ándalus. Eran los judíos y vivían concentrados en barrios específicos (juderías) dedicados a la artesanía y a oficios liberales de cierta reputación cultural (médicos, escribanos, boticarios…) A pesar del mito de la convivencia pacífica entre las tres culturas, la paz no fue constante. Por eso, en cada revuelta o rebelión, un porcentaje indeterminado de mozárabes emigraba buscando el refugio de los reinos del norte. Se alimentaba, así, los ejércitos necesarios para la Reconquista.
El Emirato Independiente de Córdoba
Lejos de tierras hispanas, en el año 750, la dinastía de los Abasíes se enfrenta a la de los Omeyas venciendo los primeros. Se traslada la capital a Bagdad desde Damasco y comienza uno de los periodos de mayor esplendor de la cultura islámica. Este dura hasta 1250 cuando el Imperio Otomano de los turcos toma el poder. El príncipe Abd al-Rahman (731-788), de la casa Omeya y destronado por los Abasíes, huye hasta Córdoba donde tenía fuertes apoyos. Se hace con el poder proclamando la independencia política (que no religiosa) de Bagdad. Y así, en el 750, se da comienzo al Emirato Independiente de Córdoba.
Y desembocamos en la época de mayor esplendor de la historia de al-Ándalus. La ciudad se convierte en objeto de admiración de los visitantes por su limpieza, su alcantarillado y su iluminación nocturna, avances indicustibles para la época. Desde el gobierno se introducen elementos de higiene como el hammam que ayuda a controlar las terribles enfermedades que asolaban, en la época, a la población. Los cultivos se hacen intensivos aprovechando el agua mediante el uso de ruedas hidráulicas, norias y acequias. La población, por tanto, disfruta de una mejor alimentación al introducir en la dieta legumbres, vegetales y frutas. A la par, los sucesivos emires sufragaron estudios de medicina, astrología, poesía o filosofía y se hacía un esfuerzo por atraer a sabios, filósofos, poetas, escribas y copistas. Aunque no está demostrado del todo, Córdoba llegó a tener una biblioteca de más de 40.000 ejemplares. Otras fuentes aportan un volumen de 400.000 títulos, una cifra espectacular para la época que rivaliza con la mítica Biblioteca de Alejandría. En los alrededores de la mezquita trabajaban mujeres copistas, papeleros, boticarios, astrónomos y pensadores dando cuenta de la riqueza cultura de la Córdoba andalusí.
El Califato de Córdoba con Abd al-Rahman III
Desde 750 hasta 920, aunque el emirato era independiente, lo era únicamente desde el punto de vista político. Fue Abd al-Rahman III (890-961) quien en el año 920 decide desvincularse de Bagdad también desde el aspecto religioso. Con esta independencia total, se ahonda aún más en el esplendor de al-Ándalus. Todo este progreso económico, político, social y cultural dura hasta 1031, cuando se rompe la unidad y se divide el territorio en los llamados Reinos de Taifa. El Califato de Córdoba supuso un largo periodo de paz que propició un extraordinario desarrollo económico. Al dominar el comercio entre Oriente y Occidente, a los zocos y mercados de al-Ándalus llegaban productos frescos de las abundantes huertas cercanas, objetos lujosos, maderas y papel para seguir aumentando los libros disponibles. Todo ello desembocó en una sociedad rica con escuelas, bibliotecas, boticas y palacios donde se fomentaba la poesía y la danza.
Aunque la mezquita, según las últimas prospecciones arqueológicas, se construyó sobre una basílica cristiana anterior, Abd al-Rahman III quiso levantar un palacio que fuera la envidia de embajadores, visitantes, amigos y enemigos. En la falda de Sierra Morena, en apenas veinticinco años y desde la nada, se construyó una colosal ciudad que era residencia de la corte y, a la vez, sede administrativa. Era Medina Azahara, cuyas ruinas hoy son Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
La división en los Reinos de Taifas hasta el último reino nazarí
A mediados del siglo XI las distintas razias de los señores cristianos del norte iban mermando el poderío del Califato de Córdoba. Se necesitaba un creciente ejército (bien entrenado y alimentado) para hacer frente a las numerosas batallas tanto entre musulmanes contra cristianos como contra distintas facciones de señores. Si la paz trae prosperidad, la guerra desemboca en crisis económicas y culturales. Así, en 1031 comienza la decadencia de al-Ándalus al rebelarse los nobles musulmanes contra el Califa. Y de la riqueza propiciada por la unidad se pasó a la decadencia de la división de las llamadas taifas. El próspero Califato de Córdoba acaba dividido en 23 reinos progresivamente más pobres y frágiles que sucumben uno tras otro bajo los pujantes ejércitos cristianos. De norte a sur tenemos Zaragoza, Toledo, Valencia, Denia, Murcia, Almería, Badajoz, Córdoba, Sevilla…
La división de los Reinos de Taifas desembocó en debilidad, la misma que fue aprovechada por los distintos señores del norte para ir avanzando hacia al sur e ir conquistando nuevos territorios para la causa cristiana. Para frenar este avance, igual que el conde don Julián hizo en el año 711, se buscó la ayuda de los musulmanes beréberes del norte de África. Los almorávides (monjes guerreros de creencia suní malaquí) llegaron en el 1086. Los sunís defendían la elección del Califa de entre los mejores mientras que los sufíes apuestan por la herencia a partir de la descendencia de Mahoma. Los almorávides hablaban el árabe y tenían una cierta cultura. Sin embargo, los almohades que desembarcaron posteriormente, en el 1147, ya formaban un pueblo eminentemente guerrero y apegado a los principios más estrictos del Corán. Sus combatientes renegaban del refinamiento de al-Ándalus y creían firmemente que la decadencia se debió a la corrupción y a una vida disoluta que había olvidado los principios fundamentales de la fe islámica. Las crónicas destacan la fiereza de los almohades. Estos ejércitos ya nada tienen que ver con el refinamiento de la corte de Medina Azahara ni la de Córdoba que empleaba a mujeres como copistas y permitía la poesía femenina.
Las taifas sucumben en su totalidad en el 1238 quedando el único reducto del reino nazarí de Granada, conquistado para la causa cristiana en 1492. Antes había caído Toledo en 1085 bajo las órdenes de Alfonso VI, Zaragoza en 1118 abanderando las tropas cristianas Alfonso I de Aragón, el Batallador. Fernando III de Castilla se hace con la plaza de Sevilla en 1248 mientras Granada resiste con prosperidad desde el punto de vista cultural, agrícola y comercial. El último rey nazarí fue Boabdil (1460-1533) quien, según cuenta la leyenda, abandonó La Alhambra entre lágrimas en su camino hacia el exilo del norte de África.
Con los Reyes Católicos, al-Ándalus llega a su fin. La nobleza y la población general es obligada a la conversión a la fe cristiana, tanto si profesan el islamismo como el judaísmo. El nuevo período que se abre en España ese mismo año es el del descubrimiento de América a ojos europeos, el de la imprenta, el de las aventuras marítimas hacia confines remotos, el del auge de las universidades, el de la vuelta a la cultura clásica grecolatina y, en definitiva, el del Renacimiento europeo. La cultura medieval europea queda atrás y a la par una de las sociedades más avanzadas y refinadas, la de al-Ándalus.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla
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Catalina de Bolonia (1413-1463) es una de las pintoras de la Eda Media (junto con María Ormani y Properzia de’ Rossi) a caballo entre el Medievo y el arte del Renacimiento. Nacida en Bolonia, fue hija de un jurista de prestigio que le ofreció, desde la más tierna infancia, la más exquisita educación disponible en la época.
Infancia y educación de Santa Catalina de Bolonia
Con nueve años, se traslada a la rica corte de Ferrara donde su padre entró al servicio del duque Nicolás III de Este, un protector de artistas y generoso mecenas. Encontramos a la pequeña Catalina, con tan solo diez años, como una de las damas de la corte, al servicio de Margarita, la hija del duque. Y, como todo el séquito, es instruida en artes diversas por los mejores maestros: música, poesía, pintura, danza, caligrafía, latín… Sin embargo, este mundo cortesano y rico saltó por los aires al morir su padre y quedarse prácticamente desamparada. Catalina tenía catorce años. Regresa de nuevo a Bolonia y allí entra en la comunidad religiosa fundada por la noble Lucía Mascheroni. Allí prosigue sus estudios, ahora centrados en los asuntos religiosos. Con tan solo diecinueve años, como tantas jóvenes huérfanas e instruidas de la época, se decide por la clausura entrando en el convento de las clarisas de la ciudad de Ferrara donde fue feliz de niña.
De vuelta a Ferrara, su quehacer artístico comenzó a llegar a oídos de los nobles italianos que demandaban sus obras. Esto propició un enriquecimiento del convento y, con esas plusvalías, Catalina fundo otro en Bolonia. Eso fue en 1456. Se traslada, una vez más, a su ciudad de nacimiento convirtiéndose en la abadesa de ese nuevo centro religioso. Fue allí donde evolucionó desde la miniatura eminentemente medieval hacia la pintura de cuadros siguiendo los gustos renacentistas de los nobles italianos. Llegados a este punto hay que recordar que durante, toda la Edad Media, el arte plástico estaba centrado en la ilustración de libros. El modelo económico de la época daba para pocos dispendios y solo se podían permitir gastos algunas comunidades, las misma que levantaron la sencilla arquitectura románica. Mención aparte fue la labor de los scriptoria de los monasterios.
La miniatura en la Edad Media, una aclaración
Es en estos espacios donde se desarrollaban los artistas de la época iluminando los libros medievales especialmente escogidos por su importancia y que se guardaban celosamente en las bibliotecas. Las obras más importantes para la salvación del alma (la Biblia, la vida de los santos o los maravilloso beatos) se copiaban con una caligrafía primorosa. Y, si el monasterio y el convento disponía de algún miembro con talento artístico y, además, de superávit económico, se iluminaban con materiales nobles como la plata, el oro o el lapislázuli. Es en este emplazamiento donde encontramos el devenir artístico de Catalina de Bolonia.
Santa Catalina de Bolonia y su trabajo artístico y literario
Sin embargo, el quehacer de quien acabaría siendo santa no solo se circunscribía a la miniatura sino que también se adentró en la incipiente pintura sobre tabla. Esta, a igual que los frescos, era demandada por la rica nobleza italiana que invertían sus beneficios financieros en grandes empresas artísticas. Además, ya asentada en el nuevo convento de Bolonia bautizado con el nombre de Corpus Domini, Catalina se dedicó al estudio, a la escritura y a la investigación. Redactó textos educativos para su congregación en el latín que había aprendido en la corte de Ferrara cuando, siendo niña, era dama de honor. Escribió, además, un relato de la Pasión de Cristo en cinco mil versos en latín y un breviario bilingüe.
Muerte, santificación e importancia para la historia del arte
En este convento le llegó la muerte el 9 de marzo de 1463, con cincuenta años. Al parecer, fue sepultada en la tierra y, dieciocho días más tarde, por razones que se desconocen, fue exhumada. Es en ese momento cuando la congregación constata que el cuerpo está incorrupto. Por tanto, la fama de mujer sabia y de santa que tuvo en vida se acrecentó tras su muerte. Fue canonizada el 22 de mayo de 1712 por Clemente XI, tras un farragoso proceso en el que tanto los conventos de Ferrara como el de Bolonia se arrogaban el mérito de haber cobijado a la santa. A partir de entonces es considerada la santa patrona de los pintores, cuya efeméride se celebra cada 9 de marzo, aniversario de su fallecimiento.
Por supuesto, toda la obra de Catalina de Bolonia es de temática religiosa. Son especialmente famosos los cuadros de Santa Úrsula en el que la artista se retrata junto a sus compañeras del convento de las clarisas y Virgen con Niño Jesús y Fruta que encabeza este texto. La obra, a pesar de responder a los cánones clásicos, en los que siempre se apelan a los símbolos y alegorías, está realizada con una visión dulcificada de la maternidad. Esto le otorga sencillez, humanidad y humildad. Logra dar movimiento con el gesto de la Virgen ofreciendo la fruta a Jesús y este, a su vez, se nos presenta en toda su grandeza humana al agarrarse a la toca de la Virgen, cuyas transparencias se han realizado con notable acierto.
A pesar de que son pocos los nombres de mujeres pintoras de la época que nos han llegado, el de Catalina de Bolina es uno de los imprescindibles, junto con Herrada de Landsberg, la monja Ende (que llegó a firmar uno de los libros medievales más hermosos, el Beato de Gerona), Maria Ormani y la escultura Properzia d´Rossi. Con el Renacimiento y abandonada ese afán de santidad a través de la obra anónima que caracterizó la Edad Media, llegarían otras notables artistas de la que daré debida cuenta en el futuro más inmediato.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Catalina de Bolonia (1413-1463) es una de las pintoras de la Eda Media (junto con María Ormani y Properzia de’ Rossi) a caballo entre el Medievo y el arte del Renacimiento. Nacida en Bolonia, fue hija de un jurista de prestigio que le ofreció, desde la más tierna infancia, la más exquisita educación disponible en la época.
Infancia y educación de Santa Catalina de Bolonia
Con nueve años, se traslada a la rica corte de Ferrara donde su padre entró al servicio del duque Nicolás III de Este, un protector de artistas y generoso mecenas. Encontramos a la pequeña Catalina, con tan solo diez años, como una de las damas de la corte, al servicio de Margarita, la hija del duque. Y, como todo el séquito, es instruida en artes diversas por los mejores maestros: música, poesía, pintura, danza, caligrafía, latín… Sin embargo, este mundo cortesano y rico saltó por los aires al morir su padre y quedarse prácticamente desamparada. Catalina tenía catorce años. Regresa de nuevo a Bolonia y allí entra en la comunidad religiosa fundada por la noble Lucía Mascheroni. Allí prosigue sus estudios, ahora centrados en los asuntos religiosos. Con tan solo diecinueve años, como tantas jóvenes huérfanas e instruidas de la época, se decide por la clausura entrando en el convento de las clarisas de la ciudad de Ferrara donde fue feliz de niña.
De vuelta a Ferrara, su quehacer artístico comenzó a llegar a oídos de los nobles italianos que demandaban sus obras. Esto propició un enriquecimiento del convento y, con esas plusvalías, Catalina fundo otro en Bolonia. Eso fue en 1456. Se traslada, una vez más, a su ciudad de nacimiento convirtiéndose en la abadesa de ese nuevo centro religioso. Fue allí donde evolucionó desde la miniatura eminentemente medieval hacia la pintura de cuadros siguiendo los gustos renacentistas de los nobles italianos. Llegados a este punto hay que recordar que durante, toda la Edad Media, el arte plástico estaba centrado en la ilustración de libros. El modelo económico de la época daba para pocos dispendios y solo se podían permitir gastos algunas comunidades, las misma que levantaron la sencilla arquitectura románica. Mención aparte fue la labor de los scriptoria de los monasterios.
La miniatura en la Edad Media, una aclaración
Es en estos espacios donde se desarrollaban los artistas de la época iluminando los libros medievales especialmente escogidos por su importancia y que se guardaban celosamente en las bibliotecas. Las obras más importantes para la salvación del alma (la Biblia, la vida de los santos o los maravilloso beatos) se copiaban con una caligrafía primorosa. Y, si el monasterio y el convento disponía de algún miembro con talento artístico y, además, de superávit económico, se iluminaban con materiales nobles como la plata, el oro o el lapislázuli. Es en este emplazamiento donde encontramos el devenir artístico de Catalina de Bolonia.
Santa Catalina de Bolonia y su trabajo artístico y literario
Sin embargo, el quehacer de quien acabaría siendo santa no solo se circunscribía a la miniatura sino que también se adentró en la incipiente pintura sobre tabla. Esta, a igual que los frescos, era demandada por la rica nobleza italiana que invertían sus beneficios financieros en grandes empresas artísticas. Además, ya asentada en el nuevo convento de Bolonia bautizado con el nombre de Corpus Domini, Catalina se dedicó al estudio, a la escritura y a la investigación. Redactó textos educativos para su congregación en el latín que había aprendido en la corte de Ferrara cuando, siendo niña, era dama de honor. Escribió, además, un relato de la Pasión de Cristo en cinco mil versos en latín y un breviario bilingüe.
Muerte, santificación e importancia para la historia del arte
En este convento le llegó la muerte el 9 de marzo de 1463, con cincuenta años. Al parecer, fue sepultada en la tierra y, dieciocho días más tarde, por razones que se desconocen, fue exhumada. Es en ese momento cuando la congregación constata que el cuerpo está incorrupto. Por tanto, la fama de mujer sabia y de santa que tuvo en vida se acrecentó tras su muerte. Fue canonizada el 22 de mayo de 1712 por Clemente XI, tras un farragoso proceso en el que tanto los conventos de Ferrara como el de Bolonia se arrogaban el mérito de haber cobijado a la santa. A partir de entonces es considerada la santa patrona de los pintores, cuya efeméride se celebra cada 9 de marzo, aniversario de su fallecimiento.
Por supuesto, toda la obra de Catalina de Bolonia es de temática religiosa. Son especialmente famosos los cuadros de Santa Úrsula en el que la artista se retrata junto a sus compañeras del convento de las clarisas y Virgen con Niño Jesús y Fruta que encabeza este texto. La obra, a pesar de responder a los cánones clásicos, en los que siempre se apelan a los símbolos y alegorías, está realizada con una visión dulcificada de la maternidad. Esto le otorga sencillez, humanidad y humildad. Logra dar movimiento con el gesto de la Virgen ofreciendo la fruta a Jesús y este, a su vez, se nos presenta en toda su grandeza humana al agarrarse a la toca de la Virgen, cuyas transparencias se han realizado con notable acierto.
A pesar de que son pocos los nombres de mujeres pintoras de la época que nos han llegado, el de Catalina de Bolina es uno de los imprescindibles, junto con Herrada de Landsberg, la monja Ende (que llegó a firmar uno de los libros medievales más hermosos, el Beato de Gerona), Maria Ormani y la escultura Properzia d´Rossi. Con el Renacimiento y abandonada ese afán de santidad a través de la obra anónima que caracterizó la Edad Media, llegarían otras notables artistas de la que daré debida cuenta en el futuro más inmediato.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Catalina de Bolonia, santa patrona de los pintores
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Son solo algunos los nombres o referencias a las pintoras de la Edad Media que nos ha llegado al día de hoy. Y eso que, según los últimos descubrimientos, no fueron pocas las que alcanzaron cierta importancia. La cultura medieval se caracteriza no solo por estar enraizada y protagonizada por el cristianismo (empapando todos los aspectos de la vida cotidiana) sino por su familiaridad con lo santo. Colapsado el Imperio Romano y destruidas las vías de comunicación y comerciales, la población se agrupa en pequeños núcleos rurales alrededor de un castillo y/o un monasterio. La economía se empobrece destruyendo el nivel de vida alcanzado en siglos anteriores. Paralelamente, crece el analfabetismo entre todos los estratos de población, incluso entre la nobleza. Así, los conocimientos acuñados en la antigüedad (buena prueba de ello es la existencia misma de la mítica Biblioteca de Alejandría) se pierden en gran parte. Y lo poco que nos ha llegado fue por la labor paciente en los scriptoria de los monasterios y conventos. Allí, sin descanso, monjes y monjas con cultura clásica rescataban aquello que quedaba de la literatura griega o latina. También se recogen retazos de la filosofía, de la historia, de la farmacopea o de la medicina.
Los libros, eje de la cultura y el arte en la Edad Media
Los recursos económicos eran escasos. Al hambre por las malas cosechas y a las enfermedades infecciosas (en parte debido a la falta de higiene) se unen las constantes guerras entre los señores feudales que empobrecen aún más a la población. Como ya he apuntado, las vías de comunicación habían quedado abandonadas y se llenaron de bandidos. Con este panorama pocos eran los valientes o atrevidos que viajaban más allá de su terruño de nacimiento. El conocimiento, por tanto, no se transmitía y a lo único que se aspiraba era a conservar aquello que quedaba del pasado. Estos textos, junto con la Biblia o la vida de los santos, se copiaban pacientemente en los monasterios. Y los libros medievales que resultaban de esta tarea se guardaban celosamente. No obstante, se realizaban algunos intercambios y, además, los centros religiosos con solvencia económica elegían algunos títulos para crear entre sus páginas bellas miniaturas.
Este es el caso de los Beatos hispánicos. Estos ejemplares recogen los Comentarios al Apocalipsis de Beato de Liébana que vivió en dicho monasterio (donde se guarda un trozo de la cruz de Cristo) en el siglo VIII. Antes del año 1000 la situación era tan desastrosa que existía el convencimiento de que el fin del mundo estaba cerca, tal como había relatado y expuesto el monje Beato. Al no producirse la catástrofe, el texto se escogió para copiarlo profusamente con bellas caligrafías y con miniaturas de gran belleza. Estas obras rara vez se firmaban ya que el anonimato era considerado una manera de manifestar humildad ante la gran obra divina. Y es en este contexto donde insertamos a las pintoras de la Edad Media, mujeres todas ellas de amplia cultura y refugiadas (por razones diversas más allá de la fe personal) en centros religiosos donde podían dar riendas a su creatividad, entendida esta siempre con matices.
La monja Ende, la primera pintora de la Edad Media
Poco se sabe de ella, más allá de que vivió en el siglo X y que trabajó en el llamado Beato de Gerona. En la obra misma se olvida el precepto del trabajo anónimo y lo firman todos los participantes, tanto el que realiza la caligrafía (Senior) como los dos ilustradores: Ende y Emeterio. El nombre de ella aparece en primer lugar. Por tanto, debemos entender que el segundo era un ayudante. El libro es uno de los más hermosos de su género con maravillosas ilustraciones realizadas a todo color y con materiales nobles como el lapislázuli, el pan de oro o el bermellón extraído de la cochinilla.
Estos productos eran carísimos y solo podían permitirse afrontar su coste los monasterios o conventos más ricos. Por eso, únicamente trabajaban con ellos quienes demostraban pericia en las labor de iluminación de los libros. Ende fue una de ellas, como la monja anónima de la que da cuenta la revista Science Advances (en enero de 2019). Con métodos contemporáneos avanzados, se ha identificado tanto lapislázuli como pan de oro entre los dientes de una monja que vivió entre el siglo XI y XII en el monasterio de Dalheim, Alemania. Estos datos demuestran que, para la creación de esas obras tan importantes que trataban de la salvación del alma, se escogía a pintoras que habían demostrado en su comunidad una especial pericia artística.
Hidelgarda de Bingen
La iglesia y su papel en la difusión de la cultura medieval permitió que muchas mujeres encontraran en los centros religiosos el refugio y el ambiente propicio para la actividad artística o la escritura. Este fue el caso de la alemana Hidelgarda de Bingen (1908-1179) que vivió en la época de las cruzadas. Según su propio testimonio, desde niña tenía visiones en las que veía el futuro o el designio divino.
En mi quinto año de vida vi una luz tan grande que hizo temblar mi alma, pero debido a mi tierna edad no podía hablar de ello.
Estas experiencias vinculadas a la mística (aunque hoy en día quizás identifiquemos algún trastorno psiquiátrico) lo plasmó en sus escritos, los mismos que iluminó personalmente. El más hermoso es el conocido como Scivias (compuesto entre 1141 y 1150). En él narra veintiséis visiones de carácter religioso. Las iluminaciones tienen forma de mandala circular y son claros ejemplos de alegoría que tan bien conocía el público medieval perteneciente a todos los estratos sociales.
Hidelgarda de Bingen está considerada santa y su tarea artística se completa con estudios de música y poesía. Todo esto lo mezclaba en sus libros donde se adentraba también en los entresijos de la lingüística y la filosofía. Consideraba que el cuerpo era un universo en sí y, por medio de él, se manifestaba la creación, grandeza y belleza de Dios. Su obra, por tanto, está repleta de símbolos comunes del acervo medieval así como de una preclara visión de la naturaleza.
Herrada de Landsberg, una de las pintoras de la Edad Media más importantes
Nació en 1130 y murió en 1195. Fue una mujer de gran cultura que se enfrascó en la creación de una gran enciclopedia con los saberes al alcance de su tiempo. Su título ya nos indica el complejo carácter de esta auténtica sabia: Hortus deliciarum o Jardín de las Delicias. Está escrito en latín, la lengua de la ciencia y de la cultura en la Edad Media y que permitía la difusión de los escritos cuando ya despuntaban las lenguas romances y vulgares. Fue abadesa del monasterio de Honenbourg, en Asalcia. Empezó a escribir el libro en 1175 y muy pronto su fama traspasó los muros del convento.
La obra tiene las características de los libros medievales. Por eso se basa en el concepto de autoridad, es eminentemente religiosa y en alabanza a Cristo y en ella predominan las mezclas. Junto con los textos de la Biblia y una historia del Cristianismo, inserta poemas y creaciones musicales. Está ilustrada con 334 miniaturas de gran belleza y siguiendo las alegorías y símbolos medievales. Lo más triste de este maravilloso ejemplo de la pintura en la Edad Media es que lo conocemos por copias. El original se perdió en 1870 en un incendio en el contexto de la guerra francoprusiana.
María Ormani (1428-1470), otra monja miniaturista y calígrafa
Con tan solo diez años, la pequeña María (procedente de una influyente familia florentina) ingresa en el convento de Santa Catalina del Monte de su ciudad. Allí se recluían las hijas de las más ricas familias. Por eso, la institución poseía una biblioteca bien surtida con biblias y misales iluminados. Esto atrajo el interés de la joven y en 1449 ya estaba destinada al scriptorium que no abandonaría jamás. Entre sus muros compuso el Breviarium cum Calendarium ad usum Ordinis San Augustini donde dejó su autorretrato contraviniendo la norma debida de humildad que se cumplía con el anonimato del trabajo artístico.
Catalina de Bolonia, la santa patrona de los pintores
Nació en 1413 en Bolonia hija de un famoso jurista. Creció en los estertores de la Edad Media en un ambiente propicio al desarrollo artístico e intelectual. Con tan solo nueve años es dama de la corte de Margarita de Ferrara y recibe una exquisita formación: música, pintura, danza, poesía… Con catorce años muere su padre y regresa a Bolonia sin encontrar acomodo en ningún sitio. Con apenas diecinueve años entra en la clausura de Santa Clara de la orden franciscana donde es nombrada abadesa en 1456.
No solo pintó ya que compuso textos educativos para su comunidad. Su labor artística no solo se circunscribe a la miniatura de libros y nos han llegado varios cuadros de temática religiosa. Por su sabiduría, fue considerada santa en vida, extremo este acrecentado tras su muerte. Su cuerpo incorrupto se encuentra en el monasterio de las clarisas de Bolonia y fue canonizada el 22 de mayo de 1712 tras un farragoso proceso.
La actividad artística medieval no se queda únicamente en la ilustración de bellos libros sagrados en pergamino. Y, aunque la producción es escasa porque o bien no se produjo o bien se ha perdido, aún nos quedan originales ejemplos creativos salidos de manos femeninas. Uno de ellos es el tapiz de Bayeux realizado por la reina Matilde, esposa de Guillermo el Conquistador. Es un bordado sobre lino de cincuenta centímetros de ancho y más de 68 metros de largo en el que se narra el acceso al trono del duque Guillermo de Normandía, conocido con el sobrenombre de El Conquistador. Es otra creación femenina que se suma a esta lista de pintoras de la Edad Media cuyos nombres han llegado hasta nosotros.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Son solo algunos los nombres o referencias a las pintoras de la Edad Media que nos ha llegado al día de hoy. Y eso que, según los últimos descubrimientos, no fueron pocas las que alcanzaron cierta importancia. La cultura medieval se caracteriza no solo por estar enraizada y protagonizada por el cristianismo (empapando todos los aspectos de la vida cotidiana) sino por su familiaridad con lo santo. Colapsado el Imperio Romano y destruidas las vías de comunicación y comerciales, la población se agrupa en pequeños núcleos rurales alrededor de un castillo y/o un monasterio. La economía se empobrece destruyendo el nivel de vida alcanzado en siglos anteriores. Paralelamente, crece el analfabetismo entre todos los estratos de población, incluso entre la nobleza. Así, los conocimientos acuñados en la antigüedad (buena prueba de ello es la existencia misma de la mítica Biblioteca de Alejandría) se pierden en gran parte. Y lo poco que nos ha llegado fue por la labor paciente en los scriptoria de los monasterios y conventos. Allí, sin descanso, monjes y monjas con cultura clásica rescataban aquello que quedaba de la literatura griega o latina. También se recogen retazos de la filosofía, de la historia, de la farmacopea o de la medicina.
Los libros, eje de la cultura y el arte en la Edad Media
Los recursos económicos eran escasos. Al hambre por las malas cosechas y a las enfermedades infecciosas (en parte debido a la falta de higiene) se unen las constantes guerras entre los señores feudales que empobrecen aún más a la población. Como ya he apuntado, las vías de comunicación habían quedado abandonadas y se llenaron de bandidos. Con este panorama pocos eran los valientes o atrevidos que viajaban más allá de su terruño de nacimiento. El conocimiento, por tanto, no se transmitía y a lo único que se aspiraba era a conservar aquello que quedaba del pasado. Estos textos, junto con la Biblia o la vida de los santos, se copiaban pacientemente en los monasterios. Y los libros medievales que resultaban de esta tarea se guardaban celosamente. No obstante, se realizaban algunos intercambios y, además, los centros religiosos con solvencia económica elegían algunos títulos para crear entre sus páginas bellas miniaturas.
Este es el caso de los Beatos hispánicos. Estos ejemplares recogen los Comentarios al Apocalipsis de Beato de Liébana que vivió en dicho monasterio (donde se guarda un trozo de la cruz de Cristo) en el siglo VIII. Antes del año 1000 la situación era tan desastrosa que existía el convencimiento de que el fin del mundo estaba cerca, tal como había relatado y expuesto el monje Beato. Al no producirse la catástrofe, el texto se escogió para copiarlo profusamente con bellas caligrafías y con miniaturas de gran belleza. Estas obras rara vez se firmaban ya que el anonimato era considerado una manera de manifestar humildad ante la gran obra divina. Y es en este contexto donde insertamos a las pintoras de la Edad Media, mujeres todas ellas de amplia cultura y refugiadas (por razones diversas más allá de la fe personal) en centros religiosos donde podían dar riendas a su creatividad, entendida esta siempre con matices.
La monja Ende, la primera pintora de la Edad Media
Poco se sabe de ella, más allá de que vivió en el siglo X y que trabajó en el llamado Beato de Gerona. En la obra misma se olvida el precepto del trabajo anónimo y lo firman todos los participantes, tanto el que realiza la caligrafía (Senior) como los dos ilustradores: Ende y Emeterio. El nombre de ella aparece en primer lugar. Por tanto, debemos entender que el segundo era un ayudante. El libro es uno de los más hermosos de su género con maravillosas ilustraciones realizadas a todo color y con materiales nobles como el lapislázuli, el pan de oro o el bermellón extraído de la cochinilla.
Estos productos eran carísimos y solo podían permitirse afrontar su coste los monasterios o conventos más ricos. Por eso, únicamente trabajaban con ellos quienes demostraban pericia en las labor de iluminación de los libros. Ende fue una de ellas, como la monja anónima de la que da cuenta la revista Science Advances (en enero de 2019). Con métodos contemporáneos avanzados, se ha identificado tanto lapislázuli como pan de oro entre los dientes de una monja que vivió entre el siglo XI y XII en el monasterio de Dalheim, Alemania. Estos datos demuestran que, para la creación de esas obras tan importantes que trataban de la salvación del alma, se escogía a pintoras que habían demostrado en su comunidad una especial pericia artística.
Hidelgarda de Bingen
La iglesia y su papel en la difusión de la cultura medieval permitió que muchas mujeres encontraran en los centros religiosos el refugio y el ambiente propicio para la actividad artística o la escritura. Este fue el caso de la alemana Hidelgarda de Bingen (1908-1179) que vivió en la época de las cruzadas. Según su propio testimonio, desde niña tenía visiones en las que veía el futuro o el designio divino.
En mi quinto año de vida vi una luz tan grande que hizo temblar mi alma, pero debido a mi tierna edad no podía hablar de ello.
Estas experiencias vinculadas a la mística (aunque hoy en día quizás identifiquemos algún trastorno psiquiátrico) lo plasmó en sus escritos, los mismos que iluminó personalmente. El más hermoso es el conocido como Scivias (compuesto entre 1141 y 1150). En él narra veintiséis visiones de carácter religioso. Las iluminaciones tienen forma de mandala circular y son claros ejemplos de alegoría que tan bien conocía el público medieval perteneciente a todos los estratos sociales.
Hidelgarda de Bingen está considerada santa y su tarea artística se completa con estudios de música y poesía. Todo esto lo mezclaba en sus libros donde se adentraba también en los entresijos de la lingüística y la filosofía. Consideraba que el cuerpo era un universo en sí y, por medio de él, se manifestaba la creación, grandeza y belleza de Dios. Su obra, por tanto, está repleta de símbolos comunes del acervo medieval así como de una preclara visión de la naturaleza.
Herrada de Landsberg, una de las pintoras de la Edad Media más importantes
Nació en 1130 y murió en 1195. Fue una mujer de gran cultura que se enfrascó en la creación de una gran enciclopedia con los saberes al alcance de su tiempo. Su título ya nos indica el complejo carácter de esta auténtica sabia: Hortus deliciarum o Jardín de las Delicias. Está escrito en latín, la lengua de la ciencia y de la cultura en la Edad Media y que permitía la difusión de los escritos cuando ya despuntaban las lenguas romances y vulgares. Fue abadesa del monasterio de Honenbourg, en Asalcia. Empezó a escribir el libro en 1175 y muy pronto su fama traspasó los muros del convento.
La obra tiene las características de los libros medievales. Por eso se basa en el concepto de autoridad, es eminentemente religiosa y en alabanza a Cristo y en ella predominan las mezclas. Junto con los textos de la Biblia y una historia del Cristianismo, inserta poemas y creaciones musicales. Está ilustrada con 334 miniaturas de gran belleza y siguiendo las alegorías y símbolos medievales. Lo más triste de este maravilloso ejemplo de la pintura en la Edad Media es que lo conocemos por copias. El original se perdió en 1870 en un incendio en el contexto de la guerra francoprusiana.
María Ormani (1428-1470), otra monja miniaturista y calígrafa
Con tan solo diez años, la pequeña María (procedente de una influyente familia florentina) ingresa en el convento de Santa Catalina del Monte de su ciudad. Allí se recluían las hijas de las más ricas familias. Por eso, la institución poseía una biblioteca bien surtida con biblias y misales iluminados. Esto atrajo el interés de la joven y en 1449 ya estaba destinada al scriptorium que no abandonaría jamás. Entre sus muros compuso el Breviarium cum Calendarium ad usum Ordinis San Augustini donde dejó su autorretrato contraviniendo la norma debida de humildad que se cumplía con el anonimato del trabajo artístico.
Catalina de Bolonia, la santa patrona de los pintores
Nació en 1413 en Bolonia hija de un famoso jurista. Creció en los estertores de la Edad Media en un ambiente propicio al desarrollo artístico e intelectual. Con tan solo nueve años es dama de la corte de Margarita de Ferrara y recibe una exquisita formación: música, pintura, danza, poesía… Con catorce años muere su padre y regresa a Bolonia sin encontrar acomodo en ningún sitio. Con apenas diecinueve años entra en la clausura de Santa Clara de la orden franciscana donde es nombrada abadesa en 1456.
No solo pintó ya que compuso textos educativos para su comunidad. Su labor artística no solo se circunscribe a la miniatura de libros y nos han llegado varios cuadros de temática religiosa. Por su sabiduría, fue considerada santa en vida, extremo este acrecentado tras su muerte. Su cuerpo incorrupto se encuentra en el monasterio de las clarisas de Bolonia y fue canonizada el 22 de mayo de 1712 tras un farragoso proceso.
La actividad artística medieval no se queda únicamente en la ilustración de bellos libros sagrados en pergamino. Y, aunque la producción es escasa porque o bien no se produjo o bien se ha perdido, aún nos quedan originales ejemplos creativos salidos de manos femeninas. Uno de ellos es el tapiz de Bayeux realizado por la reina Matilde, esposa de Guillermo el Conquistador. Es un bordado sobre lino de cincuenta centímetros de ancho y más de 68 metros de largo en el que se narra el acceso al trono del duque Guillermo de Normandía, conocido con el sobrenombre de El Conquistador. Es otra creación femenina que se suma a esta lista de pintoras de la Edad Media cuyos nombres han llegado hasta nosotros.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Pintoras de la Edad Media
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Mientras duró el Imperio Romano, media Europa se encuentra bajo un régimen homogéneo. La población vive bajo las mismas leyes, con una economía solvente y con buenas comunicaciones (calzadas, cloacas, sistemas de canalización de aguas y puertos). Con la caída del Imperio Romano, alrededor del siglo V, todo esto se viene abajo. Comienza, en líneas generales, la Edad Media en Europa caracterizada por el feudalismo y el vasallaje.
Una definición de feudalismo
Por feudalismo entendemos el sistema político, económico, cultural y social que perduró en Europa desde el siglo VII hasta bien entrado el siglo XIII. Se caracteriza por lo siguiente:
1.- Las comunicaciones entre territorios se rompen propiciando la creación de distintos reinos independientes dirigidos por un señor. Las vías romanas quedan abandonadas sin ningún tipo de seguridad y son tomadas por bandidos y criminales. A esto se une la invasión de los llamados pueblos bárbaros del norte aumentando aún más la inseguridad e, incluso, el salvajismo como recogen algunos relatos conservados en los libros medievales.
2.- La economía es de subsistencia y se basa en la agricultura y la ganadería con un mínimo espacio para la artesanía.
3.- Las relaciones comerciales entre territorios quedan rotas y cada reino se ve obligado a ser autosuficiente. Los intercambios (de bienes o de ideas) eran tan poco frecuentes que se consideraba a alguien viajado aquel que hubiera osado trasladarse a unos veinte kilómetros de su lugar de residencia. Se nacía y se moría en el mismo sitio con los consiguientes problemas genéticos debido a la endogamia.
4.- Es por eso que la pobreza es la norma y la característica principal durante el feudalismo. A esto se une la falta de higiene, las distintas enfermedades que arrasan la población cada cierto tiempo. Se hace frente a la peste o a la viruela sin medicamentos.
5.- La incultura es una constante y se olvidan los avances consolidados con el Imperio Romano, los mismos que recogen los libros de la antigua biblioteca de Alejandría. El pueblo (y hasta ciertos sectores de la nobleza) era eminentemente analfabeto. Los libros, el saber, el conocimiento científico (mínimo en esa época) y los textos históricos quedan enclaustrados entre los muros de los conventos y monasterios. Allí se copiaban pacientemente todo aquello que perduraba del pasado y ese fue el beneficioso papel de la Iglesia en la cultura medieval. Sin embargo, el poco conocimiento que existía no se ponía al alcance de la población. Se quedaba en silencio en ocultas bibliotecas al alcance de muy pocos.
6.- La época del feudalismo ha sido descrita como de familiaridad con lo santo. Eran tantos los horrores que todos, desde el rey hasta el más mísero campesino, ponían las esperanzas en un más allá tras la muerte. Tanta era la penuria que el único consuelo era un paraíso celestial después del paso por la tierra.
7.- Por si todo esto fuera poco, los distintos señores se enfrascaban en guerras constantes contra los vecinos por cualquier cosa, mermando aún más los recursos y las vidas humanas.
8.- Toda esta inseguridad del feudalismo explica, en parte, el vasallaje.
Definiendo el término de vasallaje
La sociedad feudal estaba estrictamente dividida en tres estamentos inamovibles: nobleza, clero y pueblo llano. Los primeros ostentaban el poder económico (en forma de tierras y castillos) y también el militar. Eran los encargados de la guerra, una guerra que era constante. La cultura y las letras se quedaban para el clero que no siempre se dedicaba a las labores religiosas y con frecuencia se inmiscuían en los asuntos políticos. Tanto unos como otros recibían diezmos e impuestos de los únicos que producían: el pueblo llano. Este estaba conformado por una gran masa de campesinos, pastores y pequeños artesanos que trabajaban la tierra de manera rudimentaria. El analfabetismo era la norma así como la indefensión en el sentido amplio del término. Es en este contexto histórico y social donde nace el vasallaje. Los estamentos eran estancos. Nadie podía salir de la clase social en la que había nacido.
El vasallaje implica obediencia, lealtad y entrega económica. No puede considerarse una esclavitud, ya que lo que prima es un contrato, en principio, libre entre dos partes. Cada una de ellas se compromete a algo. Excepto el rey, en la cúspide de la pirámide social, todo el mundo era vasallo de alguien porque todo el mundo, en mayor o menor medida, necesitaba protección. Y quien protegía tenía el poder y estos que ostentaban el poder ya se encargaban de que la situación fuera lo suficientemente violenta para que la rueda no parara en ningún momento. Los campesinos debían vasallaje (en forma de obediencia y tributo) a un señor que los amparaba bajos los muros de su castillo en caso de necesidad. Este señor, a su vez, debía obediencia a otro y este, con toda probabilidad, al rey. Y los reyes de los distintos territorios se entretuvieron conspirando, guerreando y saqueándose entre sí. Estos debían obediencia al Papa.
El feudalismo y el vasallaje, reduciendo mucho, se explica por la inseguridad física, jurídica y económica de la Edad Media. Perduró durante tanto tiempo por la especiales circunstancias culturales de la época. De hecho, todo fue diluyéndose cuando comenzaron a emerger las ciudades con una incipiente burguesía encabezada por hombres libres que se dedicaban al comercio, a las finanzas o a las artes liberales. Ya no necesitaban a un señor que protegiera tierras o ganado.
Cómo se origina el vasallaje en el feudalismo
Muy escuetamente y reduciendo muchísimo fenómenos complejos podemos organizar el siguiente orden cronológico.
1.- Tras el colapso de Roma y su forma de entender el mundo, las caminos van quedando abandonados y se vuelven inseguros llenándose de bandidos.
2.- Como las vías son peligrosas, el comercio decae y la economía se vuelve de subsistencia. Esto es, solo se consume lo que se produce en el territorio. Este orden de cosas crea pobreza y aislamiento.
3.- El empobrecimiento aumenta la inseguridad ya que todo el mundo permanece en su territorio labrando las tierras o cuidando del ganado. Lo que quedaba fuera de las lindes de los castillos se convertía en inhóspito, salvaje y peligroso.
4.- Además, las invasiones de los pueblos bárbaros aumentan esta inestabilidad.
5.- La población empobrecida también se enferma con mayor facilidad ya que está debilitada y es más fácil que las plagas (viruela, peste…) se propaguen.
6.- Con este orden de cosas la población busca protección. ¿Quién podía ofrecer protección? Los nobles guerreros dueños de los castillos y las tierras. Así comienza el sistema de vasallaje donde un rey protege a una serie de nobles con ejércitos y estos a su vez dan cobijo a los campesinos.
7.- El sistema de vasallaje va aumentando durante toda la Edad Media ya que los distintos señores, además, se dedican a guerrear entre sí. Todo esta situación aumenta aún más la inseguridad, la pobreza y la incultura. Los poemas épicos del mester de juglaría (el modelo literario popular de la Edad Media) nos narran de forma detallada y realista las distintas aventuras, hazañas y guerras de los diferentes señores.
El feudalismo y el vasallaje se va diluyendo alrededor del siglo XIII. Es la hora de las pequeñas ciudades con una incipiente mentalidad burguesa. La agricultura y la ganadería van dando paso al pequeño comercio, a una mínima actividad financiera, a las profesiones liberales y a los artesanos. Progresivamente, se aumenta el porcentaje de ciudadanos libres de ese sistema de obediencia a un señor que, además, ven aumentadas su riqueza. Con el dinero llega la cultura y esta da un salto cuantitativo y cualitativo en la segunda mitad del siglo XIV con la implantación de la imprenta. Nacen las primeras universidades y se reforman los estudios. Las monarquías adquieren cada vez más poder relegando el de los distintos señores feudales que se atrincheran en sus castillos. Tímidamente, en distintos puntos de Europa (especialmente en Italia) se va imponiendo la nueva mentalidad renacentista terminando de liquidar todo el sistema socio-político imperante en la Edad Media.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Mientras duró el Imperio Romano, media Europa se encuentra bajo un régimen homogéneo. La población vive bajo las mismas leyes, con una economía solvente y con buenas comunicaciones (calzadas, cloacas, sistemas de canalización de aguas y puertos). Con la caída del Imperio Romano, alrededor del siglo V, todo esto se viene abajo. Comienza, en líneas generales, la Edad Media en Europa caracterizada por el feudalismo y el vasallaje.
Una definición de feudalismo
Por feudalismo entendemos el sistema político, económico, cultural y social que perduró en Europa desde el siglo VII hasta bien entrado el siglo XIII. Se caracteriza por lo siguiente:
1.- Las comunicaciones entre territorios se rompen propiciando la creación de distintos reinos independientes dirigidos por un señor. Las vías romanas quedan abandonadas sin ningún tipo de seguridad y son tomadas por bandidos y criminales. A esto se une la invasión de los llamados pueblos bárbaros del norte aumentando aún más la inseguridad e, incluso, el salvajismo como recogen algunos relatos conservados en los libros medievales.
2.- La economía es de subsistencia y se basa en la agricultura y la ganadería con un mínimo espacio para la artesanía.
3.- Las relaciones comerciales entre territorios quedan rotas y cada reino se ve obligado a ser autosuficiente. Los intercambios (de bienes o de ideas) eran tan poco frecuentes que se consideraba a alguien viajado aquel que hubiera osado trasladarse a unos veinte kilómetros de su lugar de residencia. Se nacía y se moría en el mismo sitio con los consiguientes problemas genéticos debido a la endogamia.
4.- Es por eso que la pobreza es la norma y la característica principal durante el feudalismo. A esto se une la falta de higiene, las distintas enfermedades que arrasan la población cada cierto tiempo. Se hace frente a la peste o a la viruela sin medicamentos.
5.- La incultura es una constante y se olvidan los avances consolidados con el Imperio Romano, los mismos que recogen los libros de la antigua biblioteca de Alejandría. El pueblo (y hasta ciertos sectores de la nobleza) era eminentemente analfabeto. Los libros, el saber, el conocimiento científico (mínimo en esa época) y los textos históricos quedan enclaustrados entre los muros de los conventos y monasterios. Allí se copiaban pacientemente todo aquello que perduraba del pasado y ese fue el beneficioso papel de la Iglesia en la cultura medieval. Sin embargo, el poco conocimiento que existía no se ponía al alcance de la población. Se quedaba en silencio en ocultas bibliotecas al alcance de muy pocos.
6.- La época del feudalismo ha sido descrita como de familiaridad con lo santo. Eran tantos los horrores que todos, desde el rey hasta el más mísero campesino, ponían las esperanzas en un más allá tras la muerte. Tanta era la penuria que el único consuelo era un paraíso celestial después del paso por la tierra.
7.- Por si todo esto fuera poco, los distintos señores se enfrascaban en guerras constantes contra los vecinos por cualquier cosa, mermando aún más los recursos y las vidas humanas.
8.- Toda esta inseguridad del feudalismo explica, en parte, el vasallaje.
Definiendo el término de vasallaje
La sociedad feudal estaba estrictamente dividida en tres estamentos inamovibles: nobleza, clero y pueblo llano. Los primeros ostentaban el poder económico (en forma de tierras y castillos) y también el militar. Eran los encargados de la guerra, una guerra que era constante. La cultura y las letras se quedaban para el clero que no siempre se dedicaba a las labores religiosas y con frecuencia se inmiscuían en los asuntos políticos. Tanto unos como otros recibían diezmos e impuestos de los únicos que producían: el pueblo llano. Este estaba conformado por una gran masa de campesinos, pastores y pequeños artesanos que trabajaban la tierra de manera rudimentaria. El analfabetismo era la norma así como la indefensión en el sentido amplio del término. Es en este contexto histórico y social donde nace el vasallaje. Los estamentos eran estancos. Nadie podía salir de la clase social en la que había nacido.
El vasallaje implica obediencia, lealtad y entrega económica. No puede considerarse una esclavitud, ya que lo que prima es un contrato, en principio, libre entre dos partes. Cada una de ellas se compromete a algo. Excepto el rey, en la cúspide de la pirámide social, todo el mundo era vasallo de alguien porque todo el mundo, en mayor o menor medida, necesitaba protección. Y quien protegía tenía el poder y estos que ostentaban el poder ya se encargaban de que la situación fuera lo suficientemente violenta para que la rueda no parara en ningún momento. Los campesinos debían vasallaje (en forma de obediencia y tributo) a un señor que los amparaba bajos los muros de su castillo en caso de necesidad. Este señor, a su vez, debía obediencia a otro y este, con toda probabilidad, al rey. Y los reyes de los distintos territorios se entretuvieron conspirando, guerreando y saqueándose entre sí. Estos debían obediencia al Papa.
El feudalismo y el vasallaje, reduciendo mucho, se explica por la inseguridad física, jurídica y económica de la Edad Media. Perduró durante tanto tiempo por la especiales circunstancias culturales de la época. De hecho, todo fue diluyéndose cuando comenzaron a emerger las ciudades con una incipiente burguesía encabezada por hombres libres que se dedicaban al comercio, a las finanzas o a las artes liberales. Ya no necesitaban a un señor que protegiera tierras o ganado.
Cómo se origina el vasallaje en el feudalismo
Muy escuetamente y reduciendo muchísimo fenómenos complejos podemos organizar el siguiente orden cronológico.
1.- Tras el colapso de Roma y su forma de entender el mundo, las caminos van quedando abandonados y se vuelven inseguros llenándose de bandidos.
2.- Como las vías son peligrosas, el comercio decae y la economía se vuelve de subsistencia. Esto es, solo se consume lo que se produce en el territorio. Este orden de cosas crea pobreza y aislamiento.
3.- El empobrecimiento aumenta la inseguridad ya que todo el mundo permanece en su territorio labrando las tierras o cuidando del ganado. Lo que quedaba fuera de las lindes de los castillos se convertía en inhóspito, salvaje y peligroso.
4.- Además, las invasiones de los pueblos bárbaros aumentan esta inestabilidad.
5.- La población empobrecida también se enferma con mayor facilidad ya que está debilitada y es más fácil que las plagas (viruela, peste…) se propaguen.
6.- Con este orden de cosas la población busca protección. ¿Quién podía ofrecer protección? Los nobles guerreros dueños de los castillos y las tierras. Así comienza el sistema de vasallaje donde un rey protege a una serie de nobles con ejércitos y estos a su vez dan cobijo a los campesinos.
7.- El sistema de vasallaje va aumentando durante toda la Edad Media ya que los distintos señores, además, se dedican a guerrear entre sí. Todo esta situación aumenta aún más la inseguridad, la pobreza y la incultura. Los poemas épicos del mester de juglaría (el modelo literario popular de la Edad Media) nos narran de forma detallada y realista las distintas aventuras, hazañas y guerras de los diferentes señores.
El feudalismo y el vasallaje se va diluyendo alrededor del siglo XIII. Es la hora de las pequeñas ciudades con una incipiente mentalidad burguesa. La agricultura y la ganadería van dando paso al pequeño comercio, a una mínima actividad financiera, a las profesiones liberales y a los artesanos. Progresivamente, se aumenta el porcentaje de ciudadanos libres de ese sistema de obediencia a un señor que, además, ven aumentadas su riqueza. Con el dinero llega la cultura y esta da un salto cuantitativo y cualitativo en la segunda mitad del siglo XIV con la implantación de la imprenta. Nacen las primeras universidades y se reforman los estudios. Las monarquías adquieren cada vez más poder relegando el de los distintos señores feudales que se atrincheran en sus castillos. Tímidamente, en distintos puntos de Europa (especialmente en Italia) se va imponiendo la nueva mentalidad renacentista terminando de liquidar todo el sistema socio-político imperante en la Edad Media.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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Feudalismo y vasallaje
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Durante el reinado de Juan II de Castillla (1406-1454) y Alfonso V de Aragón (1416-1458) las condiciones socio-económicos que habían caracterizado la cultura medieval cambiaron radicalmente. Así, al cesar las luchas entre señores feudales y propiciar tanto los intercambios como las comunicaciones, las distintas cortes se hicieron más ricas y, a la par, sofisticadas. Y con el superávit llegaron los poetas con formación más o menos profesionales. Estos se dedicaban al ejercicio de las letras para entretener a un auditorio alfabetizado, con educación y modales. Nace así la poesía cortesana, también llamada poesía del Cancionero, cuyo sustrato se encuentra no solo en la poesía trovadoresca sino también en el Romancero castellano y en las jarchas mozárabes.
La lengua en el siglo XV y su percepción por los poetas
No podemos entender qué supuso para la literatura este nuevo modelo estilístico sin acercarnos a la evolución lingüística de las distintas lenguas romances. De la literatura medieval en español únicamente nos han llegado algunas grandes obras del mester de clerecía (Libro de Buen Amor o Milagros de Nuestra Señora) y ese gran poema épico que es el Cantar del Mío Cid. Y del mester de juglaría acertamos únicamente a encontrar retazos de los que se infieren que la lengua usada era el castellano (sin tropos ni giros lingüísticos) que entendía el público popular.
Sin embargo, las condiciones en el siglo XV ya eran otras totalmente distintas. Habían comenzado a inaugurarse las universidades. Las cortes se hacían más y más ricas. Y se podían mantener a músicos, trovadores y poetas que componían sus propias obras. Eran autores que manejaban el latín al dedillo y que consideraban que esta lengua era la de cultura. Eran creadores que querían distanciarse de lo que hacía el vulgo de una manera consciente. Por eso, tal como veremos a continuación, distorsionaban el estilo para acercarse a la estructura sintáctica y rítmica de los versos clásicos.
Porque si por algo se caracteriza la poesía cortesana es por ese deseo de distanciarse de la popular. Así, el romancero estaba compuesto por poemas con versos en arte menor con una infinidad temática: noticias de guerras, canciones de amor sencillas… Sin embargo, la poesía cortesana ya adquiere una temática culta. Por un lado, se vale del amor platónico siguiendo la línea de la lírica provenzal y, por el otro, comienzan a aparecer obras moralistas, satíricas o espirituales. Buen ejemplo de esto último es Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique.
Características de la poesía cortesana
Por tanto y resumiendo muchísimo y de forma esquemática tenemos:
1.- La poesía cortesana aparece en las cortes sofisticadas del siglo XV.
2.- Aunque se recitan por rapsodas profesionales, se escribe (se pone negro sobre blanco) por poetas cultos y formados en los entresijos del latín.
3.- Se busca el ingenio, ya que es una literatura para entretener y entra dentro de los programas de las cada vez más refinadas fiestas aristocráticas.
4.- Al contrario de los cantares de gesta, se han conservado en recopilaciones. Las más famosas son los Cancioneros de Baena y el de Stúñiga.
5.- Hay un prevalencia de poemas breves realizados en octosílabos utilizando una lengua muy pulida.
6.- Se circunscriben a dos temáticas distintas. Por un lado, se canta al amor cortés, platónico y refinado siguiendo la estela de las cantigas de amor galaicas portuguesas. Y, por el otro, también hay un gusto por la línea doctrinal, por tratar aspectos emocionales o espirituales de la vida. Estos son de mayor calidad y suelen utilizar ya el verso de arte mayor.
7.- En Castilla hay una fuerte influencia de los poetas italianos del denominado “dolce stil novo”: Giovanni Bocaccio (1313-1375), Francesco Petrarca (1304-1374) y, especialmente, Dante Alighieri (1265-1321). Se conocían sus innovaciones técnicas y estilísticas.
8.- Aunque están escritos en castellano, esta lengua era sentida por los escritores de la época como de menor nivel que el latín. De hecho, el idioma no adquiriría carta de naturaleza artística hasta el Renacimiento español con Juan Boscán (1490-1542) y, especialmente, Garcilaso de la Vega (1491-1536).
9.- Por tanto, los versos se modificaban para que tuvieran el ritmo acentúal clásico en lugar del silábico preeminente en la Edad Media y el que se impondría después.
10.- Se buscaba la división en la mitad del verso mediante una pausa, también denominada cesura. Y el resultado también se hacía rimar. Por tanto, la complejidad era extrema.
11.- El denominado “duro y desierto romance” según palabras de Juan de Mena, se contusionaba a nivel sintáctico con giros raros que incidían en la frescura de las obras.
12.- También era normal el uso de cultismos y se buscaba asemejarse, en todo momento, al latín. En definitiva, el humanismo que impregnaba la época renegaba de lo propio y buscaba mirarse en la literatura clásica.
13.- Todo esto fue diluyéndose en el reinado de Isabel I (1451-1504) y su búsqueda del buen gusto en el que se primaba la fluidez a la par que se trataban temas de calado espiritual. Buen ejemplo, reitero, son las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique.
14.- Y, por último, aunque debiera ser lo primero, hay un afán por los estudios literarios y se promueve la investigación (aunque a unos niveles básicos) en las distintas cortes. Los reyes estudian la historia y realizan generosos mecenazgos a poetas y artistas. Todo ello contribuye a sentar las bases del Renacimiento que llegaría décadas después.
Poetas castellanos del Cancionero
1.- Iñigo López de Mendoza o Marqués de Santillana (13098-1458) a quien he dedicado un estudio completo. En su biografía destaca su activismo contra don Álvaro de Luna, valido del rey Juan II y que le hizo caer en desgracia. Sus obras son una mezcla de todos los modelos estilísticos de la época, ya que también trabaja en fórmulas más populares (Serranillas, Canciones…) También creó poemas de corte alegórico con temática moral: Infierno de los enamorados y Comedia de Ponza. Fue uno de los primeros que investigó las posibilidades del soneto.
2.- Juan de Mena (1411-1456) también ha recibido trato especial en este espacio. Os remito al link para no repetirme. Tuvo un papel activo en la política y la administración de la corte de Juan II, ya que fue secretario del rey. Su obra más conocida es Laberinto de Fortuna o Las trescientas. Es un largo poema, uno de los mejores ejemplos de alegoría en castellano, escrito en trescientas estrofas de arte mayor. En él, el poeta se adentra (guiado por la Providencia) en un transparente palacio de cristal donde aparecen las tres ruedas del tiempo. Están paradas las del pasado y la del futuro. La del presente en movimiento, le sirve al escritor para narrar o describir hechos y personajes de su tiempo. Todo el texto literario tiene un aire patriótico, entendible por su posición privilegiada en una corte que ya empezaba a despuntar de entre las europeas.
3.- El cenit de la poesía cortesana llega con Jorge Manrique y sus Coplas a la muerte de su padre. En ellas se abandona el lenguaje rebuscado y basado en alegorías en aras de una sencillez estilística que no desdeña el cuidado extremo en la expresión. Además, las críticas morales del poema se elevan con carácter universal y el ritmo se acompasa a lo que reclama la lengua castellana. Su importancia es tal que es uno de los primeros autores tratados en este espacio.
En definitiva, la poesía cortesana (como cualquier género artístico) responde a las demandas de una nueva época que abandona los rigores de la Edad Media para introducirse en la brillantez del Renacimiento. Aunque escrita en castellano, aún conserva la dependencia del latín y, progresivamente, se va perfilando conforme a las demandas rítmicas de una lengua romance que aún no había adquirido el prestigio que alcanzaría décadas después.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla
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Durante el reinado de Juan II de Castillla (1406-1454) y Alfonso V de Aragón (1416-1458) las condiciones socio-económicos que habían caracterizado la cultura medieval cambiaron radicalmente. Así, al cesar las luchas entre señores feudales y propiciar tanto los intercambios como las comunicaciones, las distintas cortes se hicieron más ricas y, a la par, sofisticadas. Y con el superávit llegaron los poetas con formación más o menos profesionales. Estos se dedicaban al ejercicio de las letras para entretener a un auditorio alfabetizado, con educación y modales. Nace así la poesía cortesana, también llamada poesía del Cancionero, cuyo sustrato se encuentra no solo en la poesía trovadoresca sino también en el Romancero castellano y en las jarchas mozárabes.
La lengua en el siglo XV y su percepción por los poetas
No podemos entender qué supuso para la literatura este nuevo modelo estilístico sin acercarnos a la evolución lingüística de las distintas lenguas romances. De la literatura medieval en español únicamente nos han llegado algunas grandes obras del mester de clerecía (Libro de Buen Amor o Milagros de Nuestra Señora) y ese gran poema épico que es el Cantar del Mío Cid. Y del mester de juglaría acertamos únicamente a encontrar retazos de los que se infieren que la lengua usada era el castellano (sin tropos ni giros lingüísticos) que entendía el público popular.
Sin embargo, las condiciones en el siglo XV ya eran otras totalmente distintas. Habían comenzado a inaugurarse las universidades. Las cortes se hacían más y más ricas. Y se podían mantener a músicos, trovadores y poetas que componían sus propias obras. Eran autores que manejaban el latín al dedillo y que consideraban que esta lengua era la de cultura. Eran creadores que querían distanciarse de lo que hacía el vulgo de una manera consciente. Por eso, tal como veremos a continuación, distorsionaban el estilo para acercarse a la estructura sintáctica y rítmica de los versos clásicos.
Porque si por algo se caracteriza la poesía cortesana es por ese deseo de distanciarse de la popular. Así, el romancero estaba compuesto por poemas con versos en arte menor con una infinidad temática: noticias de guerras, canciones de amor sencillas… Sin embargo, la poesía cortesana ya adquiere una temática culta. Por un lado, se vale del amor platónico siguiendo la línea de la lírica provenzal y, por el otro, comienzan a aparecer obras moralistas, satíricas o espirituales. Buen ejemplo de esto último es Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique.
Características de la poesía cortesana
Por tanto y resumiendo muchísimo y de forma esquemática tenemos:
1.- La poesía cortesana aparece en las cortes sofisticadas del siglo XV.
2.- Aunque se recitan por rapsodas profesionales, se escribe (se pone negro sobre blanco) por poetas cultos y formados en los entresijos del latín.
3.- Se busca el ingenio, ya que es una literatura para entretener y entra dentro de los programas de las cada vez más refinadas fiestas aristocráticas.
4.- Al contrario de los cantares de gesta, se han conservado en recopilaciones. Las más famosas son los Cancioneros de Baena y el de Stúñiga.
5.- Hay un prevalencia de poemas breves realizados en octosílabos utilizando una lengua muy pulida.
6.- Se circunscriben a dos temáticas distintas. Por un lado, se canta al amor cortés, platónico y refinado siguiendo la estela de las cantigas de amor galaicas portuguesas. Y, por el otro, también hay un gusto por la línea doctrinal, por tratar aspectos emocionales o espirituales de la vida. Estos son de mayor calidad y suelen utilizar ya el verso de arte mayor.
7.- En Castilla hay una fuerte influencia de los poetas italianos del denominado “dolce stil novo”: Giovanni Bocaccio (1313-1375), Francesco Petrarca (1304-1374) y, especialmente, Dante Alighieri (1265-1321). Se conocían sus innovaciones técnicas y estilísticas.
8.- Aunque están escritos en castellano, esta lengua era sentida por los escritores de la época como de menor nivel que el latín. De hecho, el idioma no adquiriría carta de naturaleza artística hasta el Renacimiento español con Juan Boscán (1490-1542) y, especialmente, Garcilaso de la Vega (1491-1536).
9.- Por tanto, los versos se modificaban para que tuvieran el ritmo acentúal clásico en lugar del silábico preeminente en la Edad Media y el que se impondría después.
10.- Se buscaba la división en la mitad del verso mediante una pausa, también denominada cesura. Y el resultado también se hacía rimar. Por tanto, la complejidad era extrema.
11.- El denominado “duro y desierto romance” según palabras de Juan de Mena, se contusionaba a nivel sintáctico con giros raros que incidían en la frescura de las obras.
12.- También era normal el uso de cultismos y se buscaba asemejarse, en todo momento, al latín. En definitiva, el humanismo que impregnaba la época renegaba de lo propio y buscaba mirarse en la literatura clásica.
13.- Todo esto fue diluyéndose en el reinado de Isabel I (1451-1504) y su búsqueda del buen gusto en el que se primaba la fluidez a la par que se trataban temas de calado espiritual. Buen ejemplo, reitero, son las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique.
14.- Y, por último, aunque debiera ser lo primero, hay un afán por los estudios literarios y se promueve la investigación (aunque a unos niveles básicos) en las distintas cortes. Los reyes estudian la historia y realizan generosos mecenazgos a poetas y artistas. Todo ello contribuye a sentar las bases del Renacimiento que llegaría décadas después.
Poetas castellanos del Cancionero
1.- Iñigo López de Mendoza o Marqués de Santillana (13098-1458) a quien he dedicado un estudio completo. En su biografía destaca su activismo contra don Álvaro de Luna, valido del rey Juan II y que le hizo caer en desgracia. Sus obras son una mezcla de todos los modelos estilísticos de la época, ya que también trabaja en fórmulas más populares (Serranillas, Canciones…) También creó poemas de corte alegórico con temática moral: Infierno de los enamorados y Comedia de Ponza. Fue uno de los primeros que investigó las posibilidades del soneto.
2.- Juan de Mena (1411-1456) también ha recibido trato especial en este espacio. Os remito al link para no repetirme. Tuvo un papel activo en la política y la administración de la corte de Juan II, ya que fue secretario del rey. Su obra más conocida es Laberinto de Fortuna o Las trescientas. Es un largo poema, uno de los mejores ejemplos de alegoría en castellano, escrito en trescientas estrofas de arte mayor. En él, el poeta se adentra (guiado por la Providencia) en un transparente palacio de cristal donde aparecen las tres ruedas del tiempo. Están paradas las del pasado y la del futuro. La del presente en movimiento, le sirve al escritor para narrar o describir hechos y personajes de su tiempo. Todo el texto literario tiene un aire patriótico, entendible por su posición privilegiada en una corte que ya empezaba a despuntar de entre las europeas.
3.- El cenit de la poesía cortesana llega con Jorge Manrique y sus Coplas a la muerte de su padre. En ellas se abandona el lenguaje rebuscado y basado en alegorías en aras de una sencillez estilística que no desdeña el cuidado extremo en la expresión. Además, las críticas morales del poema se elevan con carácter universal y el ritmo se acompasa a lo que reclama la lengua castellana. Su importancia es tal que es uno de los primeros autores tratados en este espacio.
En definitiva, la poesía cortesana (como cualquier género artístico) responde a las demandas de una nueva época que abandona los rigores de la Edad Media para introducirse en la brillantez del Renacimiento. Aunque escrita en castellano, aún conserva la dependencia del latín y, progresivamente, se va perfilando conforme a las demandas rítmicas de una lengua romance que aún no había adquirido el prestigio que alcanzaría décadas después.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla
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Poesía cortesana del siglo XV o poesía del Cancionero
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Aunque las alegorías se remontan (al menos que se tenga constancia) a la literatura griega y romana, con su pasarela de dioses que interactúan con los humanos, es en la Edad Media cuando cobran protagonismo. Estamos ante una figura estilística que pretende nombrar lo trascendente, religioso, incognoscible, eterno, inmortal y espiritual a través de imágenes de la naturaleza y la vida cotidiana. Para entender la definición de alegoría tenemos que comprender qué son los símbolos. Y este no es más que un término de este mundo que, en una lectura superpuesta, nombra lo del otro plano, lo divino y lo que, en definitiva, no puede entenderse. La alegoría (como los mitos) se forma con la narración de sucesivos símbolos. Lo veremos en todos los ejemplos de alegoría a continuación. Esto es, sería el relato de aquello que se produce en un plano superior (celestial, espiritual o divino) utilizando elementos de la vida cotidiana, natural o tangible.
Fue la expresión preferida de la Edad Media, esa época que se ha definido como de “familiaridad con lo santo”. Y lo es porque la cultura medieval pone siempre el foco en un más allá eterno y futuro mientras que aquello que está en el aquí y ahora no importa. No es que todo estuviera impregnado de religiosidad (que lo estaba), es que la situación que debían soportar los habitantes europeos a partir del siglo V hasta prácticamente el XII era de horror y oscuridad. A las pestes, sequías y hambrunas se añadían las guerras constantes entre los distintos señores. Las rutas y comunicaciones del Imperio Romano habían desaparecido y la población se agrupaba en pequeños pueblos alrededor de un castillo y/o monasterio. La rutina diaria era lo mejor que podía pasar y todo se enfocaba hacia esa vida futura, hacia la paz contemplativa de Dios. Y esta comunicación se hacía utilizando la alegoría.
Ejemplos de alegoría en la literatura
Esa familiaridad con lo santo se manifiesta a través de un espíritu que busca constantemente lo trascendente, eterno e inmortal en el mundo natural y visible. Y la literatura culta medieval (la del mester de clerecía) gira en torno a esta premisa. Por eso, ejemplos de alegoría son:
1.- Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo desde las primeras líneas de la obra. Recordemos que la misma comienza cuando el protagonista dice sentirse agotado y, para reponer fuerzas, entra en un prado donde se reconforta y descansa con las múltiples florecitas coloridas del césped. El prado es uno de los ejemplos de alegoría para referirse al Paraíso y las flores son los múltiples nombres que recibe la Virgen María. Berceo va a más, ya que conoce el lenguaje del pensamiento simbólico en el que se sustenta esta comunicación, y nos dice que se refresca con unas fuentes (trasunto de los Evangelios) y con el canto de las aves que no son más que las palabras de los santos y la música de los ángeles.
2.- Ya en el Siglo XV, Juan de Mena (1411-1456), poeta adscrito a la poesía del Cancionero en la corte de Juan II de Castilla (1406-1454), compone el largo poema alegórico: Laberinto de Fortuna. Desarrolla en trescientas estrofas de arte mayor una complicada narración. El poeta accede al Palacio de la Fortuna donde contempla tres ruedas. Dos están inmóviles: la del pasado y la del futuro. La del presente le vale al creador para describir hechos y personajes de su tiempo siempre guiado por espíritu patriótico. No en vano era un eminente miembro de lo que ya era una de las cortes más importantes de Europa.
3.- La gran Divina Comedia de Dante Aligheri (1265-1321), uno de los autores de la Edad Media del canon universal. Está escrita en clave alegórica siguiendo los preceptos de la nueva poesía italiana calificada como el “dolce stil novo”. Los tercetos endecasílabos del largo poema narran el viaje del alma (considerado iniciático, aunque el término sea contemporáneo) a través de los horrores del Purgatorio y del Infierno donde se sufren por los vicios humanos. La meta última es la paz y la serenidad de la contemplación divina que se alcanza a través del cultivo de las virtudes.
4.- Y desde España pasando por Italia llegamos a Francia ya que las alegorías estuvieron presentes en toda la Edad Media europea. Así, el conocido Roman de la Rose del siglo XIII también está escrito en clave alegórica. Aquí se desgranan las claves del amor aristocrático y platónico que alimentan el alma.
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Ejemplos de alegoría en la pintura
Una de las características de la pintura en la Edad Media es que gira en torno a lo religioso. Además, los soportes son distintos a los que llegarían después: lienzo, tabla…
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1.- Así, encontramos ejemplos de alegoría en los múltiples libros medievales que, por su importancia, se iluminaron con materiales preciosos (lapislázuli, oro, plata, chinchilla…) con bellas ilustraciones en clave alegórica. Hay que anotar que la literatura, en un porcentaje amplísimo, era oral (recordemos los cantares de gesta). Además, debido a su alto coste (económico y de tiempo) solo se ponían negro sobre blanco aquellas obras que se consideraban importantes para la salvación del alma. Las iluminaciones con bellos colores se hacían sobre obras de extrema importancia espiritual. Buen ejemplo de esto son los Beatos hispánicos de sustrato mozárabe que se empezaron a realizar a partir del año 1000, cuando el mundo siguió girando y no se paró en esa fecha. Todas las representaciones de los monstruos apocalípticos están realizadas en clave alegórica. Otra obra (de entre los ejemplos de alegoría en los libros) es el Manuscrito de Llull donde se narran las luchas espirituales en clave humana. He elegido la bella representación del combate de la verdad contra la mentira para que encabece este pequeño estudio sobre los ejemplos de alegoría. La narración de esta obra, por tanto, se hace en clave simbólica. Así, podemos ver cómo las torres de los vicios caen ante las lanzas de los soldados que encarnan las virtudes.
2.- Una de las obras más famosas utilizando este modelo comunicativo son las Alegorías del buen y mal gobierno de Lorenzetti. Los murales se encuentran en Siena y fueron realizados en el siglo XIV.
Ejemplos de alegoría en la arquitectura
Aunque esta figura estilística (especialmente en el campo de la literatura) se siguió utilizando tras la Edad Media, es en esta época cuando alcanza su apogeo. Y lo hace en todos los ámbitos comunicativos llegando incluso a colonizar la arquitectura. Ante un pueblo eminentemente analfabeto, la Iglesia (que ostentaba los resortes culturales) despliega un auténtico arsenal simbólico en todo tipo de construcciones. Así, tanto los capiteles de las columnas de los templos más sencillos como las portadas de las grandes catedrales de la arquitectura románica y gótica se llenan con este formato narrativo. El objetivo era comunicar mediante imágenes terrenales la correspondencia de un mundo trascendental, sagrado y cristiano.
Aunque se puede escoger cualquier muro de cualquier templo cristiano europeo, buen ejemplo de esta técnica comunicativa es el conocido Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela. La figura de Dios redentor se encuentra en la cima, rodeada por los evangelistas y los apóstoles. Las desnudas columnas sostienen toda la narración por donde pasan almas en busca de consuelo en una vida futura, eterna y trascendente. Todo ello sobre las cabezas, en lo más alto, como el cielo, en uno de los más claros ejemplos de alegoría de la historia del arte.
Por Candela Vizcaíno, Doctora por la Universidad de Sevilla
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Aunque las alegorías se remontan (al menos que se tenga constancia) a la literatura griega y romana, con su pasarela de dioses que interactúan con los humanos, es en la Edad Media cuando cobran protagonismo. Estamos ante una figura estilística que pretende nombrar lo trascendente, religioso, incognoscible, eterno, inmortal y espiritual a través de imágenes de la naturaleza y la vida cotidiana. Para entender la definición de alegoría tenemos que comprender qué son los símbolos. Y este no es más que un término de este mundo que, en una lectura superpuesta, nombra lo del otro plano, lo divino y lo que, en definitiva, no puede entenderse. La alegoría (como los mitos) se forma con la narración de sucesivos símbolos. Lo veremos en todos los ejemplos de alegoría a continuación. Esto es, sería el relato de aquello que se produce en un plano superior (celestial, espiritual o divino) utilizando elementos de la vida cotidiana, natural o tangible.
Fue la expresión preferida de la Edad Media, esa época que se ha definido como de “familiaridad con lo santo”. Y lo es porque la cultura medieval pone siempre el foco en un más allá eterno y futuro mientras que aquello que está en el aquí y ahora no importa. No es que todo estuviera impregnado de religiosidad (que lo estaba), es que la situación que debían soportar los habitantes europeos a partir del siglo V hasta prácticamente el XII era de horror y oscuridad. A las pestes, sequías y hambrunas se añadían las guerras constantes entre los distintos señores. Las rutas y comunicaciones del Imperio Romano habían desaparecido y la población se agrupaba en pequeños pueblos alrededor de un castillo y/o monasterio. La rutina diaria era lo mejor que podía pasar y todo se enfocaba hacia esa vida futura, hacia la paz contemplativa de Dios. Y esta comunicación se hacía utilizando la alegoría.
Ejemplos de alegoría en la literatura
Esa familiaridad con lo santo se manifiesta a través de un espíritu que busca constantemente lo trascendente, eterno e inmortal en el mundo natural y visible. Y la literatura culta medieval (la del mester de clerecía) gira en torno a esta premisa. Por eso, ejemplos de alegoría son:
1.- Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo desde las primeras líneas de la obra. Recordemos que la misma comienza cuando el protagonista dice sentirse agotado y, para reponer fuerzas, entra en un prado donde se reconforta y descansa con las múltiples florecitas coloridas del césped. El prado es uno de los ejemplos de alegoría para referirse al Paraíso y las flores son los múltiples nombres que recibe la Virgen María. Berceo va a más, ya que conoce el lenguaje del pensamiento simbólico en el que se sustenta esta comunicación, y nos dice que se refresca con unas fuentes (trasunto de los Evangelios) y con el canto de las aves que no son más que las palabras de los santos y la música de los ángeles.
2.- Ya en el Siglo XV, Juan de Mena (1411-1456), poeta adscrito a la poesía del Cancionero en la corte de Juan II de Castilla (1406-1454), compone el largo poema alegórico: Laberinto de Fortuna. Desarrolla en trescientas estrofas de arte mayor una complicada narración. El poeta accede al Palacio de la Fortuna donde contempla tres ruedas. Dos están inmóviles: la del pasado y la del futuro. La del presente le vale al creador para describir hechos y personajes de su tiempo siempre guiado por espíritu patriótico. No en vano era un eminente miembro de lo que ya era una de las cortes más importantes de Europa.
3.- La gran Divina Comedia de Dante Aligheri (1265-1321), uno de los autores de la Edad Media del canon universal. Está escrita en clave alegórica siguiendo los preceptos de la nueva poesía italiana calificada como el “dolce stil novo”. Los tercetos endecasílabos del largo poema narran el viaje del alma (considerado iniciático, aunque el término sea contemporáneo) a través de los horrores del Purgatorio y del Infierno donde se sufren por los vicios humanos. La meta última es la paz y la serenidad de la contemplación divina que se alcanza a través del cultivo de las virtudes.
4.- Y desde España pasando por Italia llegamos a Francia ya que las alegorías estuvieron presentes en toda la Edad Media europea. Así, el conocido Roman de la Rose del siglo XIII también está escrito en clave alegórica. Aquí se desgranan las claves del amor aristocrático y platónico que alimentan el alma.
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Ejemplos de alegoría en la pintura
Una de las características de la pintura en la Edad Media es que gira en torno a lo religioso. Además, los soportes son distintos a los que llegarían después: lienzo, tabla…
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1.- Así, encontramos ejemplos de alegoría en los múltiples libros medievales que, por su importancia, se iluminaron con materiales preciosos (lapislázuli, oro, plata, chinchilla…) con bellas ilustraciones en clave alegórica. Hay que anotar que la literatura, en un porcentaje amplísimo, era oral (recordemos los cantares de gesta). Además, debido a su alto coste (económico y de tiempo) solo se ponían negro sobre blanco aquellas obras que se consideraban importantes para la salvación del alma. Las iluminaciones con bellos colores se hacían sobre obras de extrema importancia espiritual. Buen ejemplo de esto son los Beatos hispánicos de sustrato mozárabe que se empezaron a realizar a partir del año 1000, cuando el mundo siguió girando y no se paró en esa fecha. Todas las representaciones de los monstruos apocalípticos están realizadas en clave alegórica. Otra obra (de entre los ejemplos de alegoría en los libros) es el Manuscrito de Llull donde se narran las luchas espirituales en clave humana. He elegido la bella representación del combate de la verdad contra la mentira para que encabece este pequeño estudio sobre los ejemplos de alegoría. La narración de esta obra, por tanto, se hace en clave simbólica. Así, podemos ver cómo las torres de los vicios caen ante las lanzas de los soldados que encarnan las virtudes.
2.- Una de las obras más famosas utilizando este modelo comunicativo son las Alegorías del buen y mal gobierno de Lorenzetti. Los murales se encuentran en Siena y fueron realizados en el siglo XIV.
Ejemplos de alegoría en la arquitectura
Aunque esta figura estilística (especialmente en el campo de la literatura) se siguió utilizando tras la Edad Media, es en esta época cuando alcanza su apogeo. Y lo hace en todos los ámbitos comunicativos llegando incluso a colonizar la arquitectura. Ante un pueblo eminentemente analfabeto, la Iglesia (que ostentaba los resortes culturales) despliega un auténtico arsenal simbólico en todo tipo de construcciones. Así, tanto los capiteles de las columnas de los templos más sencillos como las portadas de las grandes catedrales de la arquitectura románica y gótica se llenan con este formato narrativo. El objetivo era comunicar mediante imágenes terrenales la correspondencia de un mundo trascendental, sagrado y cristiano.
Aunque se puede escoger cualquier muro de cualquier templo cristiano europeo, buen ejemplo de esta técnica comunicativa es el conocido Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela. La figura de Dios redentor se encuentra en la cima, rodeada por los evangelistas y los apóstoles. Las desnudas columnas sostienen toda la narración por donde pasan almas en busca de consuelo en una vida futura, eterna y trascendente. Todo ello sobre las cabezas, en lo más alto, como el cielo, en uno de los más claros ejemplos de alegoría de la historia del arte.
Por Candela Vizcaíno, Doctora por la Universidad de Sevilla
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Ejemplos de alegoría
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La alegoría es una figura artística ampliamente utilizada en la literatura occidental que consiste en el uso de la correspondencia entre el mundo físico, real y tangible con un más allá sagrado, incognoscible y etéreo. A la hora de adentrarnos en la definición de alegoría tenemos que tener en cuenta siempre el plano espiritual (en el sentido amplio del término), ya que con esta figura retórica se pretende definir un mundo desconocido utilizando elementos de la vida cotidiana o de la naturaleza.
La alegoría en la literatura occidental
Encontramos los primeros vestigios de esta fórmula estilística en la cultura clásica, tanto en la literatura griega como en la romana. El proceso siempre estuvo vinculado a los mitos paganos por los que se asignaban dioses para las cosas, las tareas y las espiritualidades humanas. Estos pueblos veían las manifestaciones divinas en todos y cada uno de los rincones de la naturaleza. Así nos topamos con ninfas de las aguas, faunos de los bosques o deidades del hogar o el comercio (por poner solo un puñado de ejemplos) conviviendo e interactuando con los humanos.
La cosmovisión grecolatina (tras el colapso de esta civilización) sobrevivió a través de los libros medievales que se lograron conservar en pequeños y grandes monasterios. Allí, pacientemente, se recogían retazos de lo que fue una civilización avanzada para que no se perdiera para siempre. Fue San Agustín de Hipona (354-430) quien, en su obra, retomó este pensamiento simbólico y lo incorporó al cristianismo, ahora con tintes y significados distintos. El papel de la Iglesia en la Edad Media, con su propagación de la fe, hizo el resto para el desarrollo de la alegoría.
La alegoría durante la Edad Media
A partir del siglo V Europa al completo (excepto la zona sur de la Península Ibérica de influencia musulmana) se encuentra dominada por el pensamiento cristiano. El colapso económico y de las comunicaciones está detrás de la decadencia social y política de una época oscura y violenta. Los territorios se dividen en pequeños reinos al mando de un señor enfrentado (en la mayoría de los casos) a muerte con sus vecinos. A las guerras se unen las hambrunas y las sucesivas pestes que diezman la población. Paralelamente, el analfabetismo se hace general y el conocimiento se reconcentra entre los muros de los centros religiosos.
Es un orden socio-económico que solo encuentra consuelo en una vida futura, de tal calado son las penalidades cotidianas. Es por eso que la religión ocupa todos los aspectos vitales. A la par, la existencia se considera un mero paso hacia un más allá paradisiaco o, al menos, un poco más amable que la rudeza del hambre y la muerte. Con una población mayoritariamente analfabeta, que accede a la literatura únicamente a través del mester de juglaría y sus cantares de gesta, la comunicación se hace a través de alegorías. Y con estas premisas se crearon las obras de los grandes autores de la Edad Media: desde la Divina Comedia de Dante Alighieri hasta Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo.
Más allá de la definición de alegoría
Por si fuera poco, sobrepasó el ámbito meramente literario y se traspasó a otras artes. Así, las portadas de las iglesias y catedrales (tanto del románico como del gótico) se valen de las alegorías para representar el mundo del más allá con elementos conocidos de la naturaleza. Además, las encontramos en las profusas iluminaciones (ilustraciones realizadas con materiales nobles) de los libros medievales, como los conocidos Beatos. En ellas, por poner un ejemplo común, se narran los destrozos llevados a cabo por el demonio con una mezcla de animales mitológicos y reales. En estas obras, además, se representan de manera física (con sus caballos, carros y ejércitos humanos) los combates espirituales más comunes, como el del triunfo de la verdad sobre la mentira.
Para rematar la definición de alegoría, en definitiva, nos tenemos que remitir al símbolo, a ese objeto del mundo real y natural que manifiesta un hecho espiritual, anímico, sentimental o intangible. La alegoría sería el relato de esa realidad situada en otro plano. Es por esto que su uso fue continuado y normalizado en el periodo medieval e, incluso, en el Renacimiento (con su vuelta a la cultura pagana) para ir apagándose conforme Europa se adentraba en los estudios empíricos basados en la razón y en la comprobación para olvidarse por completo de todo este pensamiento, considerado, al día de hoy, como mágico.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla
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La alegoría es una figura artística ampliamente utilizada en la literatura occidental que consiste en el uso de la correspondencia entre el mundo físico, real y tangible con un más allá sagrado, incognoscible y etéreo. A la hora de adentrarnos en la definición de alegoría tenemos que tener en cuenta siempre el plano espiritual (en el sentido amplio del término), ya que con esta figura retórica se pretende definir un mundo desconocido utilizando elementos de la vida cotidiana o de la naturaleza.
La alegoría en la literatura occidental
Encontramos los primeros vestigios de esta fórmula estilística en la cultura clásica, tanto en la literatura griega como en la romana. El proceso siempre estuvo vinculado a los mitos paganos por los que se asignaban dioses para las cosas, las tareas y las espiritualidades humanas. Estos pueblos veían las manifestaciones divinas en todos y cada uno de los rincones de la naturaleza. Así nos topamos con ninfas de las aguas, faunos de los bosques o deidades del hogar o el comercio (por poner solo un puñado de ejemplos) conviviendo e interactuando con los humanos.
La cosmovisión grecolatina (tras el colapso de esta civilización) sobrevivió a través de los libros medievales que se lograron conservar en pequeños y grandes monasterios. Allí, pacientemente, se recogían retazos de lo que fue una civilización avanzada para que no se perdiera para siempre. Fue San Agustín de Hipona (354-430) quien, en su obra, retomó este pensamiento simbólico y lo incorporó al cristianismo, ahora con tintes y significados distintos. El papel de la Iglesia en la Edad Media, con su propagación de la fe, hizo el resto para el desarrollo de la alegoría.
La alegoría durante la Edad Media
A partir del siglo V Europa al completo (excepto la zona sur de la Península Ibérica de influencia musulmana) se encuentra dominada por el pensamiento cristiano. El colapso económico y de las comunicaciones está detrás de la decadencia social y política de una época oscura y violenta. Los territorios se dividen en pequeños reinos al mando de un señor enfrentado (en la mayoría de los casos) a muerte con sus vecinos. A las guerras se unen las hambrunas y las sucesivas pestes que diezman la población. Paralelamente, el analfabetismo se hace general y el conocimiento se reconcentra entre los muros de los centros religiosos.
Es un orden socio-económico que solo encuentra consuelo en una vida futura, de tal calado son las penalidades cotidianas. Es por eso que la religión ocupa todos los aspectos vitales. A la par, la existencia se considera un mero paso hacia un más allá paradisiaco o, al menos, un poco más amable que la rudeza del hambre y la muerte. Con una población mayoritariamente analfabeta, que accede a la literatura únicamente a través del mester de juglaría y sus cantares de gesta, la comunicación se hace a través de alegorías. Y con estas premisas se crearon las obras de los grandes autores de la Edad Media: desde la Divina Comedia de Dante Alighieri hasta Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo.
Más allá de la definición de alegoría
Por si fuera poco, sobrepasó el ámbito meramente literario y se traspasó a otras artes. Así, las portadas de las iglesias y catedrales (tanto del románico como del gótico) se valen de las alegorías para representar el mundo del más allá con elementos conocidos de la naturaleza. Además, las encontramos en las profusas iluminaciones (ilustraciones realizadas con materiales nobles) de los libros medievales, como los conocidos Beatos. En ellas, por poner un ejemplo común, se narran los destrozos llevados a cabo por el demonio con una mezcla de animales mitológicos y reales. En estas obras, además, se representan de manera física (con sus caballos, carros y ejércitos humanos) los combates espirituales más comunes, como el del triunfo de la verdad sobre la mentira.
Para rematar la definición de alegoría, en definitiva, nos tenemos que remitir al símbolo, a ese objeto del mundo real y natural que manifiesta un hecho espiritual, anímico, sentimental o intangible. La alegoría sería el relato de esa realidad situada en otro plano. Es por esto que su uso fue continuado y normalizado en el periodo medieval e, incluso, en el Renacimiento (con su vuelta a la cultura pagana) para ir apagándose conforme Europa se adentraba en los estudios empíricos basados en la razón y en la comprobación para olvidarse por completo de todo este pensamiento, considerado, al día de hoy, como mágico.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla
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Definición de alegoría
stdClass Object ( [id] => 600 [title] => Géneros de la literatura medieval [alias] => generos-literatura-medieval [catid] => 33 [published] => 1 [introtext] =>
Hay un acuerdo explicito que coloca el siglo VIII como la frontera que divide el latín y el castellano. A partir de esa fecha ambas lenguas ya eran tan distintas que los nuevos hablantes de los recién nacidos idiomas románicos no lograban hacerse entender en latín. Este quedó circunscrito a la cultura y utilizado en los pocos textos escritos (en diversas materias) que nos han llegado de la época. Los primeros esbozos de literatura castellana debió darse alrededor del siglo VIII. Otra cosa bien distinta es su pervivencia, ya que en sus inicios y en buena parte de la Edad Media fue eminentemente oral. Por tanto, la división de los géneros de la literatura medieval está condicionado por ese carácter y, también, por el terrible proceso de retroceso económico que la época supuso.
Entendemos mejor el estado de la cuestión cuando nos acercamos a las escasas bibliotecas. Así, los pocos libros medievales que nos han llegado, a excepción de algunos títulos, no recogían textos literarios. Una sociedad empobrecida, aislada en pequeños núcleos de población incomunicados entre sí y profundamente cristiana guardaba sus recursos para otro tipo de escrito. Por eso, porque la cultura medieval se caracteriza por mantenerse enclaustrada en monasterios y por el profundo analfabetismo de la población cualquier manifestación artística de la época es escasa y pobre. La labor “editorial” (si podemos utilizar ese término) se reducía a la copia de los textos clásicos, a la propagación de la Biblia o de los trabajos de los padres de la iglesia, a conservar algunas nociones de medicina, de fitoterapia… La literatura no formaba parte de ese legado que permitía salvar el alma o aplacar los rigores sufridos en el cuerpo. Por eso, son pocos los retazos de títulos que nos han llegado hasta nosotros. Aún así, la moderna filología ha podido poner orden y entender las características de la literatura medieval a partir de unos cuantos libros y legajos.
1.- Los géneros de la literatura medieval están protagonizados por la poesía
Con versos rimados (en distintos metros) era más fácil la memorización y la recitación. Con ritmos se acompañaban los ejemplos de cantares de gesta que han llegado hasta nosotros y los juglares convertían este acto en una auténtica fiesta. Vamos por partes y anotamos que en la época había dos modos totalmente distintos de hacer poesía:
1.1.- El mester de juglaría
Llamado así porque sus intérpretes (que no poetas o creadores) era juglares que iban con espectáculos de ocio de pueblo en pueblo. Este tipo de artistas combinaban la recitación de la poesía épica con números de saltimbanquis, con animales o con instrumentos musicales básicos. Ni siquiera está claro que tuvieran una mínima instrucción y ni siquiera que supieran leer y escribir. Sí tenían que tener buena memoria y gracia para recitar los romances.
Con el mester de juglaría llegaba a los pueblos los cantares de gesta. En estos largos poemas se daba a conocer las andanzas, aventuras o heroicidades de señores de la guerra contemporáneos de una forma realista. El público demandaba noticias de estos vencedores en batallas y exigía que se hiciera hincapié en el espíritu sangriento de estos personajes. De los poemas originales poco o nada han quedado ya que estos se transmitían de manera oral. Y si alguno se llegó a poner por escrito, tal cual el Cantar del Mío Cid, es porque ya en la época tuvo una fuerte éxito debido a su gran belleza estilística.
1.2.- El mester de clerecía
En la otra línea se encontraba el mester de clerecía, los escritos de las únicas personas cultas de la época: los clérigos. Han sido descritos estos siglos como de familiaridad con lo santo, ya que la religión ocupaba el centro vital. Si a ello unimos que los únicos que tenían instrucción académica pertenecían al clero, entendemos mejor uno de los más sofisticados géneros de la literatura medieval: el mester de clerecía.
En verso, utilizando una estrofa fija en arte mayor y propia de la época denominada cuaderna vía se escribieron obras de tipo religioso en alabanza a la Virgen, como los Milagros de Nuestra Señora. También fueron objeto de este tipo de literatura otras figuras del santoral, como nos ha llegado a través de algunos títulos de Gonzalo de Berceo, el gran autor de este género literario medieval.
Las líneas, fronteras y diferencias entre el mester de juglaría y el de clerecía se difuminan a veces en la original obra Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita, ya que, en clave simbólica, nos introduce en una obra sensual y erótica (obscena a veces) lejos de los parámetros de la cultura medieval.
1.3.- Otros géneros de la literatura medieval que utilizan la poesía
1.3.1.- Poesía provenzal
Aunque en las letras castellanas (tan enfrascada en la salvación del alma o en cantar las peripecias de guerreros) no tuvo un éxito notable, sí son importantes los de la lírica galaico portuguesa. La lírica provenzal se originó en el siglo XII en el sur de Francia bajo el auspicio de la cultura reina Leonor de Aquitania. Cantaban el amor cortés según los códigos de la sociedad feudal y sus creadores ya eran poetas (trovadores) cultos, instruidos en las letras y la música. La influencia de la poesía trovadoresca llegó a Italia, Sicilia y a España cuyos poemas más delicados son las cantigas de amigo escritas en galaico-portugués. Puestas en boca de una muchacha se queja siempre de la ausencia del amado.
1.3.2.- Jarchas mozárabes
De esta línea son estos pequeños versos de carácter amatorio y descubiertos en pleno siglo XX. Las jarchas mozárabes son pequeñas glosas en rudimentario castellano que cierran poemas de mayor envergadura escritos en hebreo. Nacieron en Andalucía en el siglo XI de la mano de poetas cultos que hicieron una extraordinaria fusión de varias tradiciones literarias.
2.- La prosa medieval es eminentemente didáctica
Ya que cualquier escrito tenía que tener una función práctica. El ocio o la belleza de los textos literarios no se consideraban importantes. Si se escribía era con el objetivo de trascendencia, de ayuda a otros, de aportar a la sociedad (aunque en un carácter distinto al contemporáneo).
2.1.- Don Juan Manuel y El Conde Lucanor
Es la obra más emblemática de la literatura castellana en prosa. Está escrita por el infante Don Juan Manuel, guiado con un claro didactismo. El texto que nos ha llegado fue pulido en vida de su autor y El Conde Lucanor o Libro de Patronio, que así se le conoce también, es una colección de relatos, de cuentos cortos en el que el Conde Lucanor pregunta a su perceptor por algunos aspectos de la vida. Este siempre le responde con un relato en el que está implícita una moraleja.
2.2.- La actividad erudita de Alfonso X, el Sabio
Los libros medievales eran escasos, caros y difíciles de conseguir. Por tanto, el conocimiento era limitado y siempre circunscrito a un porcentaje mínimo de letrados de la población. Sin embargo, en este panorama de oscuridad intelectual surge la figura del rey Alfonso X, llamado el Sabio. Pone a disposición de la sociedad de su época y de la posteridad su poder, relaciones, recursos económicos y sabiduría. Crea una suerte de taller donde se dan cita poetas, científicos, escribas, traductores y estudiosos para levantar una magna obra que recoge la historia, las leyes o la literatura de la época. Hace en paralelo una labor de traducción y, además, él mismo se atreve con la composición de unas cantigas al estilo de las de amigo de la lírica gallega, pero dedicadas a la Virgen.
2.3.- La Celestina obra en la frontera entre la Edad Media y el Renacimiento
Puesto que todo en ella es único, desde el género al que pertenece (a medio camino entre el teatro y la prosa) hasta en los personajes que levanta. Celestina es el primer vértice de esa figura que se irá formando conforme se desarrollan las letras castellanas con los personajes más universales: don Quijote, Sancho Panza, don Juan y… Celestina, entre alcahueta y una cínica sabia. La obra nos dice de los vicios de la época y de la oscuridad del alma humana de una forma única en la literatura universal. Como el estudio de la misma sobrepasa con creces los límites de este ensayo, remito al lector a los siguientes trabajos:
- Resumen de La Celestina
- Estilo y lenguaje en La Celestina
- Personajes de La Celestina
- Fernando de Rojas, ¿autor de La Celestina?
La obra, además, se encuentra en la frontera entre la literatura medieval, encorsetada en una serie de normas, y la renacentista que busca el espíritu libre de la cultura clásica.
3.- El teatro es mínimo en la literatura medieval
Habría que esperar a la irrupción del teatro barroco en España con sus excesos en todos los sentidos para encontrar un drama puramente nacional. Hasta entonces y en la época que nos ocupa, tan solo han llegado algunas muestras de autos sacramentales como el Auto de los Reyes Magos. Eran estos pequeñas muestras dramáticas representadas en el interior de las iglesias en fechas señaladas. Las temáticas son bíblicas y el margen para la creatividad es mínimo. En la misma línea se encuentran las danzas de la muerte que comenzarían a ser abundantes ya finalizada la Edad Media.
Puede decirse que el periodo culmina en pleno siglo XV con el avance de la imprenta, los descubrimientos y los nuevos modelos culturales. Hasta esa fecha la literatura en España va tomando terreno desde un silencio casi total hasta formar parte de una de las más ricas tradiciones de la historia. Los géneros de la literatura medieval, con su encasillamiento estanco, se van diluyendo conforme va avanzando el siglo XII para permitir la aparición de poetas o escritores con otras sensibilidades abiertas a los aires renovados del Renacimiento.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
Hay un acuerdo explicito que coloca el siglo VIII como la frontera que divide el latín y el castellano. A partir de esa fecha ambas lenguas ya eran tan distintas que los nuevos hablantes de los recién nacidos idiomas románicos no lograban hacerse entender en latín. Este quedó circunscrito a la cultura y utilizado en los pocos textos escritos (en diversas materias) que nos han llegado de la época. Los primeros esbozos de literatura castellana debió darse alrededor del siglo VIII. Otra cosa bien distinta es su pervivencia, ya que en sus inicios y en buena parte de la Edad Media fue eminentemente oral. Por tanto, la división de los géneros de la literatura medieval está condicionado por ese carácter y, también, por el terrible proceso de retroceso económico que la época supuso.
Entendemos mejor el estado de la cuestión cuando nos acercamos a las escasas bibliotecas. Así, los pocos libros medievales que nos han llegado, a excepción de algunos títulos, no recogían textos literarios. Una sociedad empobrecida, aislada en pequeños núcleos de población incomunicados entre sí y profundamente cristiana guardaba sus recursos para otro tipo de escrito. Por eso, porque la cultura medieval se caracteriza por mantenerse enclaustrada en monasterios y por el profundo analfabetismo de la población cualquier manifestación artística de la época es escasa y pobre. La labor “editorial” (si podemos utilizar ese término) se reducía a la copia de los textos clásicos, a la propagación de la Biblia o de los trabajos de los padres de la iglesia, a conservar algunas nociones de medicina, de fitoterapia… La literatura no formaba parte de ese legado que permitía salvar el alma o aplacar los rigores sufridos en el cuerpo. Por eso, son pocos los retazos de títulos que nos han llegado hasta nosotros. Aún así, la moderna filología ha podido poner orden y entender las características de la literatura medieval a partir de unos cuantos libros y legajos.
1.- Los géneros de la literatura medieval están protagonizados por la poesía
Con versos rimados (en distintos metros) era más fácil la memorización y la recitación. Con ritmos se acompañaban los ejemplos de cantares de gesta que han llegado hasta nosotros y los juglares convertían este acto en una auténtica fiesta. Vamos por partes y anotamos que en la época había dos modos totalmente distintos de hacer poesía:
1.1.- El mester de juglaría
Llamado así porque sus intérpretes (que no poetas o creadores) era juglares que iban con espectáculos de ocio de pueblo en pueblo. Este tipo de artistas combinaban la recitación de la poesía épica con números de saltimbanquis, con animales o con instrumentos musicales básicos. Ni siquiera está claro que tuvieran una mínima instrucción y ni siquiera que supieran leer y escribir. Sí tenían que tener buena memoria y gracia para recitar los romances.
Con el mester de juglaría llegaba a los pueblos los cantares de gesta. En estos largos poemas se daba a conocer las andanzas, aventuras o heroicidades de señores de la guerra contemporáneos de una forma realista. El público demandaba noticias de estos vencedores en batallas y exigía que se hiciera hincapié en el espíritu sangriento de estos personajes. De los poemas originales poco o nada han quedado ya que estos se transmitían de manera oral. Y si alguno se llegó a poner por escrito, tal cual el Cantar del Mío Cid, es porque ya en la época tuvo una fuerte éxito debido a su gran belleza estilística.
1.2.- El mester de clerecía
En la otra línea se encontraba el mester de clerecía, los escritos de las únicas personas cultas de la época: los clérigos. Han sido descritos estos siglos como de familiaridad con lo santo, ya que la religión ocupaba el centro vital. Si a ello unimos que los únicos que tenían instrucción académica pertenecían al clero, entendemos mejor uno de los más sofisticados géneros de la literatura medieval: el mester de clerecía.
En verso, utilizando una estrofa fija en arte mayor y propia de la época denominada cuaderna vía se escribieron obras de tipo religioso en alabanza a la Virgen, como los Milagros de Nuestra Señora. También fueron objeto de este tipo de literatura otras figuras del santoral, como nos ha llegado a través de algunos títulos de Gonzalo de Berceo, el gran autor de este género literario medieval.
Las líneas, fronteras y diferencias entre el mester de juglaría y el de clerecía se difuminan a veces en la original obra Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita, ya que, en clave simbólica, nos introduce en una obra sensual y erótica (obscena a veces) lejos de los parámetros de la cultura medieval.
1.3.- Otros géneros de la literatura medieval que utilizan la poesía
1.3.1.- Poesía provenzal
Aunque en las letras castellanas (tan enfrascada en la salvación del alma o en cantar las peripecias de guerreros) no tuvo un éxito notable, sí son importantes los de la lírica galaico portuguesa. La lírica provenzal se originó en el siglo XII en el sur de Francia bajo el auspicio de la cultura reina Leonor de Aquitania. Cantaban el amor cortés según los códigos de la sociedad feudal y sus creadores ya eran poetas (trovadores) cultos, instruidos en las letras y la música. La influencia de la poesía trovadoresca llegó a Italia, Sicilia y a España cuyos poemas más delicados son las cantigas de amigo escritas en galaico-portugués. Puestas en boca de una muchacha se queja siempre de la ausencia del amado.
1.3.2.- Jarchas mozárabes
De esta línea son estos pequeños versos de carácter amatorio y descubiertos en pleno siglo XX. Las jarchas mozárabes son pequeñas glosas en rudimentario castellano que cierran poemas de mayor envergadura escritos en hebreo. Nacieron en Andalucía en el siglo XI de la mano de poetas cultos que hicieron una extraordinaria fusión de varias tradiciones literarias.
2.- La prosa medieval es eminentemente didáctica
Ya que cualquier escrito tenía que tener una función práctica. El ocio o la belleza de los textos literarios no se consideraban importantes. Si se escribía era con el objetivo de trascendencia, de ayuda a otros, de aportar a la sociedad (aunque en un carácter distinto al contemporáneo).
2.1.- Don Juan Manuel y El Conde Lucanor
Es la obra más emblemática de la literatura castellana en prosa. Está escrita por el infante Don Juan Manuel, guiado con un claro didactismo. El texto que nos ha llegado fue pulido en vida de su autor y El Conde Lucanor o Libro de Patronio, que así se le conoce también, es una colección de relatos, de cuentos cortos en el que el Conde Lucanor pregunta a su perceptor por algunos aspectos de la vida. Este siempre le responde con un relato en el que está implícita una moraleja.
2.2.- La actividad erudita de Alfonso X, el Sabio
Los libros medievales eran escasos, caros y difíciles de conseguir. Por tanto, el conocimiento era limitado y siempre circunscrito a un porcentaje mínimo de letrados de la población. Sin embargo, en este panorama de oscuridad intelectual surge la figura del rey Alfonso X, llamado el Sabio. Pone a disposición de la sociedad de su época y de la posteridad su poder, relaciones, recursos económicos y sabiduría. Crea una suerte de taller donde se dan cita poetas, científicos, escribas, traductores y estudiosos para levantar una magna obra que recoge la historia, las leyes o la literatura de la época. Hace en paralelo una labor de traducción y, además, él mismo se atreve con la composición de unas cantigas al estilo de las de amigo de la lírica gallega, pero dedicadas a la Virgen.
2.3.- La Celestina obra en la frontera entre la Edad Media y el Renacimiento
Puesto que todo en ella es único, desde el género al que pertenece (a medio camino entre el teatro y la prosa) hasta en los personajes que levanta. Celestina es el primer vértice de esa figura que se irá formando conforme se desarrollan las letras castellanas con los personajes más universales: don Quijote, Sancho Panza, don Juan y… Celestina, entre alcahueta y una cínica sabia. La obra nos dice de los vicios de la época y de la oscuridad del alma humana de una forma única en la literatura universal. Como el estudio de la misma sobrepasa con creces los límites de este ensayo, remito al lector a los siguientes trabajos:
- Resumen de La Celestina
- Estilo y lenguaje en La Celestina
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- Fernando de Rojas, ¿autor de La Celestina?
La obra, además, se encuentra en la frontera entre la literatura medieval, encorsetada en una serie de normas, y la renacentista que busca el espíritu libre de la cultura clásica.
3.- El teatro es mínimo en la literatura medieval
Habría que esperar a la irrupción del teatro barroco en España con sus excesos en todos los sentidos para encontrar un drama puramente nacional. Hasta entonces y en la época que nos ocupa, tan solo han llegado algunas muestras de autos sacramentales como el Auto de los Reyes Magos. Eran estos pequeñas muestras dramáticas representadas en el interior de las iglesias en fechas señaladas. Las temáticas son bíblicas y el margen para la creatividad es mínimo. En la misma línea se encuentran las danzas de la muerte que comenzarían a ser abundantes ya finalizada la Edad Media.
Puede decirse que el periodo culmina en pleno siglo XV con el avance de la imprenta, los descubrimientos y los nuevos modelos culturales. Hasta esa fecha la literatura en España va tomando terreno desde un silencio casi total hasta formar parte de una de las más ricas tradiciones de la historia. Los géneros de la literatura medieval, con su encasillamiento estanco, se van diluyendo conforme va avanzando el siglo XII para permitir la aparición de poetas o escritores con otras sensibilidades abiertas a los aires renovados del Renacimiento.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
Géneros de la literatura medieval
stdClass Object ( [id] => 598 [title] => La iglesia y su papel en la difusión de la cultura medieval [alias] => iglesia-cultura-medieval [catid] => 67 [published] => 1 [introtext] =>Breve análisis del panorama cultural medieval y la importancia fundamental de la iglesia y sus valores en la sociedad de estos siglos.
En el 476 caía el Imperio Romano de Occidente dando entrada oficialmente a la Edad Media. Casi un siglo antes, en el 380, el cristianismo se había convertido en la religión oficial de ese mismo imperio en decadencia por un decreto de Constantino. El fin de la cultura clásica supone, en primera instancia, que se deja atrás las creencias en los dioses paganos con todo lo que ello supone. Además y paralelamente, lo que fuera un imperio unido se desmenuza en pequeños reinos tan enfrentados entre sí que las vías de comunicación (en todos los sentidos) comienzan a abandonarse. Y esta se convierte en una circunstancia trascendental para entender a la iglesia y su papel en la difusión de la cultura medieval.
El teocentrismo de la Edad Media
De familiaridad con lo santo ha sido descrita la cultura medieval europea al completo. Aún así, hay que ir más allá, mucho más. Hasta finales del siglo XV, con la imprenta y los descubrimientos de nuevas tierras allende los mares, un población harapienta, hambrienta y analfabeta solo ponía su mirada en los dones divinos. Con la caída de Roma, los distintos señores europeos van conformando reinados alrededor de un castillo y sus tierras de labranza. La falta de colaboración entre ellos se transforma en guerras frecuentes que merman cosechas a la par que consumen los escasos recursos económicos disponibles. El ensimismamiento en lo propio hace que se olviden los caminos y que la cultura (a pesar de ser única para todo el territorio europeo) se vuelva local, empobrecida y escasa.
En estos cuerpos desvalidos por la desnutrición y los rigores extremos hacen mella plagas de todo tipo que proliferan por la falta de higiene básica ya que también han sido abandonadas las redes de cloacas. Paralelamente, el cristianismo se va extendiendo por toda Europa hasta arrinconar cualquier otra espiritualidad. El mensaje de redención (en otro plano, en un más allá etéreo) va calando en la población que ve este mundo como tránsito hacia la otra vida sin ningún aliciente para agarrarse a los dones terrenos. Tanto fue así que, alrededor del año mil, se acumulaban tal cantidad de tribulaciones que desde los reyes hasta los más humildes de los labriegos creían firmemente en la llegada del fin del mundo. El Apocalipsis se palpaba con la punta de los dedos dando lugar a una literatura propia al respecto que cristalizó en los reinos hispánicos en los llamados Beatos, una de las más bellas muestras artísticas de la Edad Media.
Una sociedad profundamente dividida en grupos estancos de guerreros (nobleza) y campesinos junto con pequeños artesanos encuentra en el tercer estamento (la iglesia) el único depositario de todos los bienes culturales. Y así se hace. Entre los muros de centros religiosos, aislados de la población, se va concentrando paulatinamente los saberes de la escritura, de la fitoterapia, de la elaboración de algunos productos de higiene, de cerveza… Aquí queda recogido el recuerdo de la cultura clásica, de la filosofía y de la literatura griega, de la historiografía romana, de los herbolarios árabes…
Pérdida de comunicaciones y reinos confinados
Para entender la labor de la iglesia y su difusión de la cultura medieval hay que centrarse en la estanca estructura social protagonizada por fronteras (tanto internas como externas) claramente definidas. Cada reino estaba dividido en tres estamentos casi inamovibles: la casta de los guerreros nobles, los campesinos y la iglesia. Y estos reinos, a su vez, apenas tenían comunicación con el vecino y cuando esta se producía era, en un porcentaje elevado, para iniciar hostilidades que acababan en guerras. El analfabetismo era una constante no solo entre los humildes sino también en la, a veces, brutal nobleza. Con este panorama, era la iglesia la depositaria del saber, de las letras, de la lectura, de la música, de los libros y de lo que en ellos se decía.
A partir del siglo VII y casi hasta el siglo XII las antiguas vías de comunicación romanas fueron abandonadas. Los caminos se convirtieron en territorios peligrosos repletos de criminales de todo tipo que llegaron incluso al canibalismo. Ante esta situación, rara vez alguien se atrevía a traspasar los límites de su terruño y pocos eran lo que, en vida, conocían lo que había más allá de unos veinte o cincuenta kilómetros desde su lugar de nacimiento. Las comunicaciones, por tanto, se hacían complejas, difíciles, lentas y frustrantes. Únicamente, a partir del siglo XII, cuando la situación económica comenzó a dar pequeños respiros, avanzaron algunas vías de peregrinación como el Camino de Santiago. Aún así, tal como se recoge en el famoso libro Codex Calixtinus, el viaje era tan peligroso que eran muchos los fieles que no pudieron regresar a su lugar de origen.
La iglesia y su papel en la difusión de la cultura medieval: los monasterios
Si los castillos se convirtieron en el refugio de una población civil asediada por todo tipo de peligros, un tanto de lo mismo sucedió para los libros medievales con respecto a los centros religiosos. Monasterios y conventos se levantan en emplazamientos aislados, a veces, escarpados y de difícil acceso. Se resguardan por altos muros en el plano físico y por una ley conocida por todos que penaba con el infierno eterno a quien osara perturbar una paz que era entregada a mayor gloria de Dios. En estos refugios se concentraban las pocas personas alfabetizadas de la Edad Media y también la enseñanza del saber de la época. Aquí se rezaba y se vivía en comunidad. Se mantenía un huerto y se intentaba comprender las propiedades de ciertas hierbas medicinales que se aprovechaban para llevar a cabo prácticas de medicina natural. Aquí se elaboraba vino o cerveza y se trabajaba en una pequeña granja de autoabastecimiento.
Y en cada uno de estos centros religiosos se mantenía un scriptoria donde la comunidad religiosa se afanaba pacientemente en copiar con cuidada caligrafía los restos de la cultura clásica. Ya hemos dicho que la pobreza era extrema. Por tanto, los libros eran difíciles de elaborar. Se necesitaban pergaminos (realizados a partir de pieles de animales), tintas y materiales cuyo acopio no era fácil. También hemos anotado que los caminos eran lugares hartos peligrosos. Por tanto, el intercambio y el comercio era casi inexistente. Prácticamente todo se dejaba al autoabastecimiento. Y a ello se unía los escasos volúmenes disponibles para copiar o traducir.
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Porque la única manera que tenía un centro religioso de aumentar su biblioteca era copiar un volumen ya existente. Este podría estar en un monasterio de la misma orden al que había que solicitar el préstamo mediante una correspondencia epistolar peligrosa. Y, una vez admitido el trueque o la solicitud había que proceder al traslado de las obras. Lo último era rezar para que llegara a su destino sin que el mensajero hubiera sido asaltado. Una vez en los scriptoria se procedía a su copiado o a su traducción en otra lengua clásica o (ya pasado el milenio) en alguna de las lenguas romances en las que se había convertido el latín.
La iglesia y su papel en la difusión de la cultura medieval: los libros
No se creaba tal como hoy lo entendemos. El esfuerzo se concentraba en la recuperación de textos clásicos, en su copiado para que no se perdiera, en las glosas (crítica, explicación o análisis), en los comentarios a los escritos de los padres de la iglesia y poco más. La Biblia acaparaba los primeros recursos y de ella se hacían manuscritos y más manuscritos. Luego ocupaba el interés los escritos con autoridad de los autores cristianos (San Agustín, Santo Tomás…) seguido de algunos textos de difícil clasificación como fueron los Beatos. A continuación, se recuperaban los textos de la cultura clásica considerados compatibles con las enseñanzas cristianas. A pesar de ello, las ideas paganas pervivieron gracias a la labor de copia de estos centros religiosos. Y fue no solo por esta paciente tarea manuscrita sino porque también se intentó blanquear (de alguna manera u otra) este conocimiento a través del concepto de alegoría.
Resumiendo mucho, se entendía que todo en el mundo de más allá tenía una traducción en este plano. Aquí se incluía toda la cultura pagana con dioses que no se empeñaban en ocultar vicios y seres híbridos en metamorfosis. Y todo ello hizo posible que no se perdiera ni Platón ni Aristóteles ni Ovidio y ni siquiera las comedias obscenas de Plauto. Los libros que un día fueron el orgullo de la Biblioteca de Alejandría siguieron circulando y copiándose en los monasterios donde se guardaban con celo y mil llaves.
La comunicación y la transmisión de la cultura en la Edad Media
Con esta situación social y cultural la comunicación de las enseñanzas de las escrituras al resto de la población se hacía complicada. Por eso, prácticamente todo llegaba de manera oral. Las parábolas de la Biblia se unían a los sermones dominicales. Y las paredes de las iglesias se llenaron con símbolos que la humanidad de la época sabía descifrar. Allí se hablaba del poder del infierno, de la atracción del pecado, de los dones del paraíso y de la felicidad de la virtud. Tallados en piedra, ese conocimiento esencial estaba al alcance del más humilde mientras los libros se guardaban en espera de publicitarse su conocimiento.
Del mismo tenor era la literatura medieval. La oralidad era la norma y la escritura la excepción. Orales eran los cantares de gesta con los que los miembros del mester juglaría se empeñaban en llevar un poco de alegría a la población de los castillos medievales. Por eso, excepto alguna muestra, como el Cantar del Mío Cid, se ha perdido la práctica totalidad de la poesía épica de estos siglos. Y orales, con toda probabilidad, eran también los textos del mester de clerecía, aunque estos hayan sufrido mejor destino. Había, por tanto, que fiarlo todo a una frágil memoria cuya transmisión podría quebrarse con facilidad.
Y en poco más se sustentaba la cultura medieval. Es a partir del siglo XII con un tímido y progresivo aumento de las ciudades, que comienzan a llenarse de una incipiente burguesía artesanal y comercial, cuando empieza a dejarse atrás tanta oscuridad. A partir de estas décadas se van abriendo los caminos, se van levantando iglesias en el estilo románico para desembocar en la grandiosa arquitectura gótica. Paralelamente, los señores feudales van perdiendo poder en favor de reinos cada vez mayores que van concentrando riquezas. Estas pueden invertirse en emprendimientos de cierta ambición. Coincide, además, con la fundación de las primeras universidades europeas (Bolonia en 1088, Oxford en 1096, Cambridge en 1209 o Salamanca en 1218) que se extenderían durante los siglos XIII, XIV y XV. Así, progresivamente, el conocimiento va saliendo de los muros de monasterios y conventos.
Aunque no se abandonan los estudios tradicionales, sí se abren nuevas vías de saber y estas están a disposición de un público más amplio (con sus matices). Muy lentamente se va acorralando el analfabetismo accediendo a la instrucción los miembros de la nobleza, primero, la burguesía o campesinos libres enriquecidos, después. Una población cada vez mayor de estudiantes se acaba convirtiendo en el germen de los profesionales liberales.
La iglesia y su papel en la difusión de la cultura medieval continuaría con la instauración de la imprenta a mediados del siglo XV, fecha en la que se da por finiquitada la época. Donde antes hubo un scriptoria se instala una imprenta. Sin embargo, para entonces, el mundo había cambiado de forma radical y la Edad Media había quedado atrás para siempre. Los caminos volvían a ser transitados. Algunos valientes (o los que no tenían nada que perder) se adentraron incluso allende los mares descubriendo a ojos europeos nuevas tierras. La multiplicación de los libros propició nuevas ideas (erasmismo, el cisma protestante hasta llegar a una nueva posición del hombre en el Renacimiento…) Cada vez eran más los que abandonaban los campos y se concentraban en las ciudades creándose talleres y oficios diversos que, de alguna manera u otra, contribuían a una mejora de la economía. Y con ella se posibilitaba que alguien más abandonara la oscuridad del analfabetismo para adentrarse en la luz de los libros y el conocimiento.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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En el 476 caía el Imperio Romano de Occidente dando entrada oficialmente a la Edad Media. Casi un siglo antes, en el 380, el cristianismo se había convertido en la religión oficial de ese mismo imperio en decadencia por un decreto de Constantino. El fin de la cultura clásica supone, en primera instancia, que se deja atrás las creencias en los dioses paganos con todo lo que ello supone. Además y paralelamente, lo que fuera un imperio unido se desmenuza en pequeños reinos tan enfrentados entre sí que las vías de comunicación (en todos los sentidos) comienzan a abandonarse. Y esta se convierte en una circunstancia trascendental para entender a la iglesia y su papel en la difusión de la cultura medieval.
El teocentrismo de la Edad Media
De familiaridad con lo santo ha sido descrita la cultura medieval europea al completo. Aún así, hay que ir más allá, mucho más. Hasta finales del siglo XV, con la imprenta y los descubrimientos de nuevas tierras allende los mares, un población harapienta, hambrienta y analfabeta solo ponía su mirada en los dones divinos. Con la caída de Roma, los distintos señores europeos van conformando reinados alrededor de un castillo y sus tierras de labranza. La falta de colaboración entre ellos se transforma en guerras frecuentes que merman cosechas a la par que consumen los escasos recursos económicos disponibles. El ensimismamiento en lo propio hace que se olviden los caminos y que la cultura (a pesar de ser única para todo el territorio europeo) se vuelva local, empobrecida y escasa.
En estos cuerpos desvalidos por la desnutrición y los rigores extremos hacen mella plagas de todo tipo que proliferan por la falta de higiene básica ya que también han sido abandonadas las redes de cloacas. Paralelamente, el cristianismo se va extendiendo por toda Europa hasta arrinconar cualquier otra espiritualidad. El mensaje de redención (en otro plano, en un más allá etéreo) va calando en la población que ve este mundo como tránsito hacia la otra vida sin ningún aliciente para agarrarse a los dones terrenos. Tanto fue así que, alrededor del año mil, se acumulaban tal cantidad de tribulaciones que desde los reyes hasta los más humildes de los labriegos creían firmemente en la llegada del fin del mundo. El Apocalipsis se palpaba con la punta de los dedos dando lugar a una literatura propia al respecto que cristalizó en los reinos hispánicos en los llamados Beatos, una de las más bellas muestras artísticas de la Edad Media.
Una sociedad profundamente dividida en grupos estancos de guerreros (nobleza) y campesinos junto con pequeños artesanos encuentra en el tercer estamento (la iglesia) el único depositario de todos los bienes culturales. Y así se hace. Entre los muros de centros religiosos, aislados de la población, se va concentrando paulatinamente los saberes de la escritura, de la fitoterapia, de la elaboración de algunos productos de higiene, de cerveza… Aquí queda recogido el recuerdo de la cultura clásica, de la filosofía y de la literatura griega, de la historiografía romana, de los herbolarios árabes…
Pérdida de comunicaciones y reinos confinados
Para entender la labor de la iglesia y su difusión de la cultura medieval hay que centrarse en la estanca estructura social protagonizada por fronteras (tanto internas como externas) claramente definidas. Cada reino estaba dividido en tres estamentos casi inamovibles: la casta de los guerreros nobles, los campesinos y la iglesia. Y estos reinos, a su vez, apenas tenían comunicación con el vecino y cuando esta se producía era, en un porcentaje elevado, para iniciar hostilidades que acababan en guerras. El analfabetismo era una constante no solo entre los humildes sino también en la, a veces, brutal nobleza. Con este panorama, era la iglesia la depositaria del saber, de las letras, de la lectura, de la música, de los libros y de lo que en ellos se decía.
A partir del siglo VII y casi hasta el siglo XII las antiguas vías de comunicación romanas fueron abandonadas. Los caminos se convirtieron en territorios peligrosos repletos de criminales de todo tipo que llegaron incluso al canibalismo. Ante esta situación, rara vez alguien se atrevía a traspasar los límites de su terruño y pocos eran lo que, en vida, conocían lo que había más allá de unos veinte o cincuenta kilómetros desde su lugar de nacimiento. Las comunicaciones, por tanto, se hacían complejas, difíciles, lentas y frustrantes. Únicamente, a partir del siglo XII, cuando la situación económica comenzó a dar pequeños respiros, avanzaron algunas vías de peregrinación como el Camino de Santiago. Aún así, tal como se recoge en el famoso libro Codex Calixtinus, el viaje era tan peligroso que eran muchos los fieles que no pudieron regresar a su lugar de origen.
La iglesia y su papel en la difusión de la cultura medieval: los monasterios
Si los castillos se convirtieron en el refugio de una población civil asediada por todo tipo de peligros, un tanto de lo mismo sucedió para los libros medievales con respecto a los centros religiosos. Monasterios y conventos se levantan en emplazamientos aislados, a veces, escarpados y de difícil acceso. Se resguardan por altos muros en el plano físico y por una ley conocida por todos que penaba con el infierno eterno a quien osara perturbar una paz que era entregada a mayor gloria de Dios. En estos refugios se concentraban las pocas personas alfabetizadas de la Edad Media y también la enseñanza del saber de la época. Aquí se rezaba y se vivía en comunidad. Se mantenía un huerto y se intentaba comprender las propiedades de ciertas hierbas medicinales que se aprovechaban para llevar a cabo prácticas de medicina natural. Aquí se elaboraba vino o cerveza y se trabajaba en una pequeña granja de autoabastecimiento.
Y en cada uno de estos centros religiosos se mantenía un scriptoria donde la comunidad religiosa se afanaba pacientemente en copiar con cuidada caligrafía los restos de la cultura clásica. Ya hemos dicho que la pobreza era extrema. Por tanto, los libros eran difíciles de elaborar. Se necesitaban pergaminos (realizados a partir de pieles de animales), tintas y materiales cuyo acopio no era fácil. También hemos anotado que los caminos eran lugares hartos peligrosos. Por tanto, el intercambio y el comercio era casi inexistente. Prácticamente todo se dejaba al autoabastecimiento. Y a ello se unía los escasos volúmenes disponibles para copiar o traducir.
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Porque la única manera que tenía un centro religioso de aumentar su biblioteca era copiar un volumen ya existente. Este podría estar en un monasterio de la misma orden al que había que solicitar el préstamo mediante una correspondencia epistolar peligrosa. Y, una vez admitido el trueque o la solicitud había que proceder al traslado de las obras. Lo último era rezar para que llegara a su destino sin que el mensajero hubiera sido asaltado. Una vez en los scriptoria se procedía a su copiado o a su traducción en otra lengua clásica o (ya pasado el milenio) en alguna de las lenguas romances en las que se había convertido el latín.
La iglesia y su papel en la difusión de la cultura medieval: los libros
No se creaba tal como hoy lo entendemos. El esfuerzo se concentraba en la recuperación de textos clásicos, en su copiado para que no se perdiera, en las glosas (crítica, explicación o análisis), en los comentarios a los escritos de los padres de la iglesia y poco más. La Biblia acaparaba los primeros recursos y de ella se hacían manuscritos y más manuscritos. Luego ocupaba el interés los escritos con autoridad de los autores cristianos (San Agustín, Santo Tomás…) seguido de algunos textos de difícil clasificación como fueron los Beatos. A continuación, se recuperaban los textos de la cultura clásica considerados compatibles con las enseñanzas cristianas. A pesar de ello, las ideas paganas pervivieron gracias a la labor de copia de estos centros religiosos. Y fue no solo por esta paciente tarea manuscrita sino porque también se intentó blanquear (de alguna manera u otra) este conocimiento a través del concepto de alegoría.
Resumiendo mucho, se entendía que todo en el mundo de más allá tenía una traducción en este plano. Aquí se incluía toda la cultura pagana con dioses que no se empeñaban en ocultar vicios y seres híbridos en metamorfosis. Y todo ello hizo posible que no se perdiera ni Platón ni Aristóteles ni Ovidio y ni siquiera las comedias obscenas de Plauto. Los libros que un día fueron el orgullo de la Biblioteca de Alejandría siguieron circulando y copiándose en los monasterios donde se guardaban con celo y mil llaves.
La comunicación y la transmisión de la cultura en la Edad Media
Con esta situación social y cultural la comunicación de las enseñanzas de las escrituras al resto de la población se hacía complicada. Por eso, prácticamente todo llegaba de manera oral. Las parábolas de la Biblia se unían a los sermones dominicales. Y las paredes de las iglesias se llenaron con símbolos que la humanidad de la época sabía descifrar. Allí se hablaba del poder del infierno, de la atracción del pecado, de los dones del paraíso y de la felicidad de la virtud. Tallados en piedra, ese conocimiento esencial estaba al alcance del más humilde mientras los libros se guardaban en espera de publicitarse su conocimiento.
Del mismo tenor era la literatura medieval. La oralidad era la norma y la escritura la excepción. Orales eran los cantares de gesta con los que los miembros del mester juglaría se empeñaban en llevar un poco de alegría a la población de los castillos medievales. Por eso, excepto alguna muestra, como el Cantar del Mío Cid, se ha perdido la práctica totalidad de la poesía épica de estos siglos. Y orales, con toda probabilidad, eran también los textos del mester de clerecía, aunque estos hayan sufrido mejor destino. Había, por tanto, que fiarlo todo a una frágil memoria cuya transmisión podría quebrarse con facilidad.
Y en poco más se sustentaba la cultura medieval. Es a partir del siglo XII con un tímido y progresivo aumento de las ciudades, que comienzan a llenarse de una incipiente burguesía artesanal y comercial, cuando empieza a dejarse atrás tanta oscuridad. A partir de estas décadas se van abriendo los caminos, se van levantando iglesias en el estilo románico para desembocar en la grandiosa arquitectura gótica. Paralelamente, los señores feudales van perdiendo poder en favor de reinos cada vez mayores que van concentrando riquezas. Estas pueden invertirse en emprendimientos de cierta ambición. Coincide, además, con la fundación de las primeras universidades europeas (Bolonia en 1088, Oxford en 1096, Cambridge en 1209 o Salamanca en 1218) que se extenderían durante los siglos XIII, XIV y XV. Así, progresivamente, el conocimiento va saliendo de los muros de monasterios y conventos.
Aunque no se abandonan los estudios tradicionales, sí se abren nuevas vías de saber y estas están a disposición de un público más amplio (con sus matices). Muy lentamente se va acorralando el analfabetismo accediendo a la instrucción los miembros de la nobleza, primero, la burguesía o campesinos libres enriquecidos, después. Una población cada vez mayor de estudiantes se acaba convirtiendo en el germen de los profesionales liberales.
La iglesia y su papel en la difusión de la cultura medieval continuaría con la instauración de la imprenta a mediados del siglo XV, fecha en la que se da por finiquitada la época. Donde antes hubo un scriptoria se instala una imprenta. Sin embargo, para entonces, el mundo había cambiado de forma radical y la Edad Media había quedado atrás para siempre. Los caminos volvían a ser transitados. Algunos valientes (o los que no tenían nada que perder) se adentraron incluso allende los mares descubriendo a ojos europeos nuevas tierras. La multiplicación de los libros propició nuevas ideas (erasmismo, el cisma protestante hasta llegar a una nueva posición del hombre en el Renacimiento…) Cada vez eran más los que abandonaban los campos y se concentraban en las ciudades creándose talleres y oficios diversos que, de alguna manera u otra, contribuían a una mejora de la economía. Y con ella se posibilitaba que alguien más abandonara la oscuridad del analfabetismo para adentrarse en la luz de los libros y el conocimiento.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla
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