Gran fama y aceptación tuvo que cosechar Juan Ruiz Arcipreste de Hita en su época y en las décadas posteriores. Y todo ello a tenor de algo tan baladí como que nos ha llegado un nombre y hasta una condición cuando los autores de la Edad Media (excepto habas contadas, tal cual pudiera ser Gonzalo de Berceo, Don Juan Manuel o Alfonso X el Sabio) se escudaban en el anonimato como una forma de alejarse de la soberbia y seguir los dictados de Dios. Sin embargo, este clérigo jocoso y vitalista no tuvo ningún empacho en firmar una obra original y única que hace saltar por los aires las diferencias entre el mester de juglaría y el mester de clerecía en el que se encajonaba a rajatabla la literatura medieval en castellano. Sin ánimo de sentar cátedra y hasta que la crítica especializada no diga lo contrario, El Libro de Buen Amor es la primera obra literaria cien por cien original en la incipiente lengua española (estamos en el siglo XIV recordemos).
Biografía de Juan Ruiz Arcipreste de Hita
Estamos en el siglo XIV y la Edad Media comienza a dar sus últimos coletazos. Aún así, perdura toda la cosmovisión de antaño en lo cultural, artístico y religioso. Sin embargo, tímidamente en los reinos cristianos de España comienza a vislumbrarse algunos cambios. La burguesía va creciendo, aunque no con el empuje de otros países europeos. Aquí es más pobre y no tan culta. Dicho esto, es burguesía con su forma de entender la vida, el comercio, las relaciones sociales y el entretenimiento. Paralelamente, surgen las pequeñas ciudades y centros de estudios desligados de los monasterios.
En este ambiente, nace Juan Ruiz, supuestamente en Alcalá de Henares a finales de siglo XIII. Poco o casi nada se sabe de su vida y hay que poner en cuarentena esa leyenda que lo hace descender de un aristócrata preso del rey moro de Granada. Sí es aceptado que estudió en Toledo, cuna de las tres culturas, donde el Rey Sabio apadrinó la Escuela de Traductores. Allí estuvo bajo las órdenes directas del arzobispo de Toledo, el Cardenal Gil de Albornoz, lo cual ya nos da una idea de su vasta cultura, la misma que se transparenta (a pesar de su estilo desenfadado) en su única obra conservada: El Libro de Buen Amor. Con este purpurado viajó a Aviñón y a Roma, lo cual lo convierte en una persona cosmopolita para los parámetros de la época. Fue Arcipreste de Hita, una pueblo (hoy prácticamente abandonado) al norte de la provincia de Guadalajara.
La prisión en la biografía del Arcipreste de Hita
Aparte de su condición eclesiástica, de la zona donde se movió y de una burda descripción que hace de sí mismo auto retratándose como gordo y peludo (en vistas de su ironía también hay que ponerlo en cuarentena), poco más se sabe de su vida. Se reduce a lo aquí expuesto y a una supuesta prisión en la que fue recluido y que aprovechó para escribir la obra con la que ha pasado a la posteridad. Sin embargo, al contrario que sucedió con Fray Luis de León o San Juan de la Cruz, que sí fueron encarcelados y torturados duramente, la del Arcipreste de Hita no está clara que fuera una prisión física. Y críticos hay que aluden más bien a una cárcel espiritual, a un exilio obligado o retiro forzoso debido a una caída en desgracia. Los que afirman lo contrario se basan en las líneas finales del manuscrito de El Libro de Buen Amor conservado en Salamanca. Allí el copista (Alfonso de Paradinas) nos dice:
“Éste es el libro del Arcipreste de Hita, el qual compuso seyendo preso por mandado del Cardenal don Gil, Arçobispo de Toledo”.
No se sabe la fecha de su muerte que debió ser anterior a 1351, ya que el arciprestazgo de Hita estaba bajo otra dirección en ese año.
Las obras del Arcipreste de Hita
Uno de los problemas a la hora de conocer la literatura medieval estriba en los pocos textos escritos que nos han llegado. Los cantares de gesta que tanto gustaban al público se transmitían oralmente y no fueron recogidos blanco sobre negro por considerarlos meros entretenimientos sin importancia. Un tanto de lo mismo sucede con la producción del mester de clerecía, género literario del que también nos han llegado habas contadas: Los Milagros de Nuestra Señora de Berceo o el Conde Lucanor de don Juan Manuel. Casi todo lo demás se ha perdido en la bruma del tiempo. Dicho esto: ¿escribió algo más Juan Ruiz, Arcipreste de Hita aparte de su gran obra El Libro de Buen Amor? Según sus propias palabras, parece que sí. Es más, él mismo se define como un autor más cercano al mester de juglaría que al de clerecía que le “corresponde” por su cultura y estilo literario. Reconoce que ha compuesto cantares para entretenimiento del pueblo o coplas para que formaran parte de los espectáculos de los juglares. Entonces, ¿qué ha pasado con esos poemas? Sencillamente que, como la gran mayoría de los ejemplos de cantares de gesta (a excepción del Cantar del Mío Cid), se han perdido, ya que solo se ponía por escrito aquello que se consideraba importante, normalmente asuntos religiosos, jurídicos o filosóficos. Como la literatura en la Edad Media era considerada mero entretenimiento, poco nos ha llegado.
Sin embargo, si nos atenemos a sus palabras tenemos que considerar que escribió algo más. Dice así:
Después muchas cantigas fiz, de danza e troteras
para judías e moras e para entendederas;
para en estrumentes, comunales maneras;
el cantar que non sabes, oil a cantaderas.
Cantares fiz algunos de los que dicen ciegos
e para escolares que andan nocherniegos,
e para otros muchos por puertas andariegos.
caçurros e de burlas; non cabrién en diez pliegos.
Según los versos del Arcipreste de Hita, compuso bastante obras populares siguiendo las características del mester de clerecía. Fueron tantos que podían escribirse en diez pliegos que no han llegado hasta nosotros. Vamos a más, el hecho de que del Libro de Buen Amor se conserven hasta tres códices (cuando los libros medievales eran escasos y un lujo al alcance de pocos), nos dice del éxito abrumador de la obra y, con todo probabilidad, de su autor: un clérigo que no tenía empacho en “descender” y disfrutar con juglares. Aunque, con sus altibajos a lo largo de la historia, al día de hoy es un imprescindible del canon literario en español.
Qué hace que la obra de Juan Ruiz Arcipreste de Hita sea un clásico
Aunque El Libro de Buen Amor merece un estudio detallado, independientemente de la biografía de su autor, destaco aquí algunas de las características que lo hace único.
1.- Es una obra de clerecía atípica
Y lo es por muchas razones. La primera de ellas es porque está escrito en primera persona. El autor nos narra las distintas aventuras amorosas que ha sufrido para aprendizaje del lector. Todas ellas están movidas por la pasión carnal, por la conquista y por el flirteo (entendido en los parámetros culturales de la época) y ninguna llega a consumarse. Cuando se hace, se cierra con una tragedia: la muerte. Con estas narraciones distintas y conectadas por este hilo autobiográfico el Arcipreste de Hita nos muestra el camino del mal amor en contraposición al buen amor que es el de entrega a Dios.
Sin embargo, este supuesto fin didáctico está vertebrado con un lenguaje irónico, con escenas picantes, con descripciones prolijas (a veces hasta pornográficas) que nos hacen sospechar del conocimiento profundo de este tipo de amor por parte de su autor. Por si esto fuera poco, además, la obra es crítica con los vicios de la iglesia de la época, con las costumbres atolondradas y exalta las virtudes de las damas que dan calabaza al protagonista.
A pesar de ser una obra del mester de clerecía no tiene empacho en afirmar que sus poemas están compuestos para ser cantados, para regocijo del pueblo y de todo aquel que quiera disfrutar de los placeres de la vida. Porque aquí reside otra supuesta contradicción de la obra, ya que Juan Ruiz es un vividor en el buen sentido de la palabra. No es el moralista que azuza con las penas del infierno. Para el autor la vida está para gozarla, disfrutarla y aprovecharla antes de que la muerte (la verdadera enemiga) nos alcance. Eso sí, eso no significa alejarse del buen juicio que pregona en su obra.
2.- El Libro de Buen Amor es una obra original
Tanto que no es una mera copia, versión o transformación de otra anterior como es frecuente en la literatura medieval. De hecho, la crítica no se pone de acuerdo en las fuentes de las que bebe la misma y estas son distintas, diferentes y de tradiciones alejadas. Se han encontrado hipotextos que recuerdan a Ovidio, a relatos franceses, a la tradición cristiana… Y otros que no pueden localizarse. El personaje de Trotaconventos, la alcahueta origen de La Celestina, está descrito con maestría ahondado en un carácter psicológico que no se da en la literatura de la época.
Además, el Arcipreste de Hita utiliza varios registros estilísticos desde el jocoso para describir las aventuras pasionales hasta el arrobo casi místico de sus cantos a la Virgen, modelo de vida. Por si fuera poco, la cuaderna vía en la que está escrita la obra no es pura y se combinan los alejandrinos con versos de dieciséis sílabas. Estos no están realizados al azar sino que se ha encontrado una especie de patrón por el cual se pretende diferenciar las distintas voces.
3.- La crítica aún no se ha puesto de acuerdo en la finalidad didáctica de El Libro de Buen Amor
En un poema de 1709 estrofas (larguísimo) con tal temática nos encontramos de todo: versos que son de un erotismo físico evidente hasta fragmentos de arrobo místico casi. Esta mezcla (en todos los sentidos) de la obra (y que la convierte en única por otro lado) es la que divide a los estudiosos. Por un lado, están los que defienden el carácter moralista de la obra. Esto es, su finalidad sería educativa. Y por el otro, los que apuntan a un autor juguetón que gusta de confundir al público (y a la posteridad) con un saber vivir impropio en la época.
4.- Es el espejo donde se mira La Celestina
El Libro de Buen Amor no solo pertenece al canon sino que es, también, la base de otra obra cumbre: La Celestina. Y lo es no solo por el personaje de Trotaconventos sino por la temática misma y por la forma de abordarla.
La personalidad de Juan Ruiz Arcipreste de Hita y autor de El Libro de Buen Amor es, por tanto, harto compleja y ella se transparenta en su obra. Hombre culto, no tiene empacho de disfrutar de la poesía popular e, incluso, colaborar con ella. Clérigo instruido y viajado, muestra en su obra un conocimiento de los placeres terrenales que es incompatible con el carácter 100 por 100 moralista de la época. Crítico, jocoso, histriónico y burlón, solo se pone serio cuando se tiene que enfrentar a la muerte. Todo lo demás es vida y esta ha sido dada por Dios para disfrutarla. Con él nos encontramos en la puerta, en la bisagra, en el cambio, de la literatura medieval hacia el Renacimiento literario.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla