En esencia son un grupo de libros medievales que están entre los más bellos jamás “fabricados” sobre el planeta Tierra.
Pero, vayamos por partes y te cuento un poco más lentamente una historia fascinante que tiene como centro libros iluminados, manuscritos preciosos, historias de renuncia (o no) en un monasterio.
Una introducción muy somera a la situación socio-cultural en la Alta Edad Media en España
Beato nació, vivió y murió en el siglo VIII. Fue un monje de cultura (ya que escribió una obra original) que pasó su vida en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana. Por eso, se le conoce también con el sobrenombre de Beato de Liébana. Dicho centro de oración asturiano se encuentra en los Picos de Europa en una carretera con unas curvas endemoniadas al día de hoy. En aquella época era, sencillamente, casi inaccesible. ¿Y por qué se les ocurrió construir un lugar de oración y recogimiento importante en tal lugar? Es bastante fácil: porque allí se guarda el Lignum Crucis, el trozo de mayor tamaño del madero donde fue clavado Jesucristo. Y reliquia de tal magnitud había (y hay) que ponerla a salvo de ladrones y gentes mal intencionadas.
Y de eso había mucha en la época de Beato. La Alta Edad Media era peligrosa, extremadamente peligrosa. El Imperio Romano que construyó las mismas calzadas sobre las que hemos levantado nuestras modernas autopistas (como si de un palimpsesto de la ingeniería se tratara) había desaparecido. Las comunicaciones eran lentísimas, escasas, imposibles casi con unos caminos llenos de bandidos que lo mínimo que te podían hacer era robar. Las atrocidades en los bosques durante esta época (incluido el canibalismo) se cuentan como las más terribles en la historia de la humanidad.
La población pasaba hambre endémica (esto es, siempre). Los señores feudales se embarcaban en guerras de poder que diezmaba a soldados y juventud por algunas hectáreas de tierra. Las enfermedades y las pestes eran tan recurrentes que rara vez se alcanzaban los cincuenta años de edad entre los más pobres. La mortandad infantil era aterradora y el analfabetismo lo más normal del mundo incluso entre la clase noble. Una mala cosecha condenaba a toda una región al hambre y a la muerte por inanición o por enfermedades por mal nutrición extrema.
En este escenario de penuria e incultura absoluta el mundo era bastante parecido al narrado en el Apocalipsis descrito por San Juan (Nuevo Testamento, para los que se pierdan) y así, seguramente, era visto por la mayoría de la población de la época.
La cultura en la Alta Edad Media
Con estas mimbres y estos bueyes vivió Beato, el de Liébana, un afortunado monje que residía en un monasterio rico (guardaba y guarda una reliquia importante) y que, pudo crear una obra “original”. Y pongo entre comillas original porque en esta época tal cosa en los escritos era mínima, aunque Beato sí levantó su libro y se convirtió en lo que Umberto Eco calificó como un auténtico “best-seller medieval”.
Porque en el siglo VIII y en los posteriores poder entrar en un monasterio era casi un lujo y, de alguna manera u otra, la única vía para acceder a la cultura. Aquí los monjes y las monjas disfrutaban de algo de paz al abrigo del señor local (la mayoría de las veces) y dedicarse no solo a la oración, al cuidado del huerto o la elaboración de alcohol, sino también a la producción y a la copia de manuscritos. Aprendían latín, griego, gramática, algo de historia, de literatura… Algunas afortunados tenían acceso a información farmacéutica (fitoterapia) o médica.
Los libros en la Alta Edad Media
La creación literaria o científica, tal como hoy la conocemos, no existía. Los libros eran bienes escasos, únicos, preciados y preciosos. Eran tesoros a mimar y a cuidar. El saber que allí residía no podía perderse de ninguna manera. Si esto es así siempre, en la Alta Edad Media aún más. Cualquier obra que hubiera llegado del pasado tenía que cuidarse con respeto y se copiaban en los scriptoria de los monasterios. Si el texto no era muy importante o el libro que se iba a realizar era “económico”, se hacía al dictado lentamente sobre materiales (tinta, pergamino o papel) muy escasos o caro. Una obra ilustrada (miniada) eran palabras mayores y solo podían afrontarla monasterios con buena financiación y con mejores calígrafos, filólogos y artistas.
La cultura estaba reducida en estos enclaves de tal manera que un monje viajado (como pudiera ser Gonzalo de Berceo, el de las Cantigas de Nuestra Señora) lo mismo había recorrido únicamente cincuenta kilómetros a la redonda desde su lugar de origen en toda su vida. Nada que ver, por tanto, con nuestros parámetros contemporáneos. Los libros eran tan escasos que un monasterio rico (como el de Bobbio, el mismo que sirvió de inspiración al citado Umberto Eco para ambientar su En nombre de la rosa), en sus mejores tiempos, podía atesorar solo 200 ejemplares. Cuenta los libros de tu biblioteca. Esos caben en una balda.
Los monasterios más humildes necesitaban pedir obras prestadas para ser copiadas y que fueran material para el rezo o como fuente “de investigación” para los monjes. Que dejaran salir un libro importante de un lugar a otro era más difícil que conseguir una hipoteca sin ingresos hoy en día. Las cartas con las peticiones iban y venían y los años pasaban. Todo era lento. Todo era local. Los libros y el saber estaban enclaustrados en los conventos y monasterios. Para la gran mayoría de las almas sensibles era la única manera de acceder al conocimiento tanto literario, científico (médico o farmacéutico, sobre todo) y espiritual.
Beato de Liébana, el escritor de uno de los best seller de la Edad Media
En este ambiente vivió nuestro protagonista (probablemente entre el año 701 y 798). Aunque la fecha de su muerte sí está referenciada no es así la de su nacimiento y, con toda probabilidad, no pudo durar en las condiciones antes descritas la edad, nada más y nada menos, que de 97 años. Beato tuvo acceso a una buena biblioteca y escribió un libro: unos comentarios al Apocalipsis de San Juan, algo frecuente en la época. Esto es, a falta de trabajos originales, los creadores de conocimiento siempre se basaban en la autoritas de los padres de la Iglesia y con estas bases ejecutaban su texto.
Los escritos de Beato no destacan ni por su calidad literaria ni por su novedad a la hora de exponer una idea. Algún crítico (como el citado Eco) ha llegado a decir, incluso, que la obra es infumable, pero tenía una finalidad muy importante en la época: saber la fecha exacta de la llegada del Anticristo, algo que sería inminente a tenor de la realidad circundante. Para ello, se basó en complejas operaciones matemáticas sacadas de la Cábala y en los escritos de los Padres de la Iglesia.
El trabajo de Beato se hizo popular y más popular, teniendo en cuenta que no era entre la gente de a pie sino entre los integrantes de los monasterios y su texto se copió una y otra vez. Tanto fue así que recibió el mismo tratamiento artístico que el Nuevo Testamento (el libro por excelencia). Esto es, fue considerado un libro importante y, por tanto, copiado una y otra vez con mimo y materiales preciosos.
Para los Beatos futuros (los que se realizaban pacientemente en los scriptoria) se buscaron las mejores vitelas (pergamino de corderos jóvenes muy lisos, sin arrugas y perfectamente pulidos). Se encuadernaban con joyas y adornos valiosos. Se buscaban a los mejores calígrafos, aquellos que no les temblaba el pulso en las largas horas de trabajo a la luz de una vela con el estómago vacío. Se cotejaba con gramáticos expertos para que no hubiera ni una sola errata. Y se ilustraban con las manos más diestras y más exquisitas con pigmentos en los que se usaban materiales preciosas tales como el rojo de la Chinchilla o el azul del lapislázuli. Si el monasterio tenía buena protección (real o de un noble con posibles) no había empacho en buscar láminas de oro y plata.
Con el trabajo, el monje o la monja (que también las había) no solo podía dedicarse a una satisfactoria labor intelectual sino que elaboraba un bien que redimía a toda la comunidad.
¿Cómo son los manuscritos miniados conocidos como Beatos?
Son, en esencia, una maravilla tanto del arte caligrafiado como del miniado. De este tipo (de los lujosos que entran por los ojos) se conservan apenas 31. Algunos son unas cuantas hojas y otros están afortunadamente completos. Los textos corresponden al mencionado Apocalipsis de San Juan y, a continuación, el comentario de Beato con la fecha del acontecimiento reseñado (recordemos, la llegada del Anticristo).
Dependiendo del scriptoria y del momento de su ejecución, las miniaturas son de calidad o estilo diverso, aunque lo general es que alcancen lo sublime. El más antiguo se realizó en el siglo X y se conserva en el Monasterio de San Millán de la Cogolla. El más moderno es ya del siglo XIV y se guarda en la Biblioteca Nacional de París. Todos los beatos son de producción hispánica y se hicieron en monasterios situados en territorio de lo que hoy conocemos como España. Otra cosa son las manos a las que han ido a parar después de tanto tiempo.
Las miniaturas, las iluminaciones, han superado el paso de los siglos no solo por los materiales utilizados sino también por el celo con el que han sido guardados. Abundan los elementos simbólicos, tan extremadamente realizados que, a veces, rozan la abstracción. Y quizás, por eso, gustan tanto entre el público de hoy. No podemos perder de vista que, en esta época, entre la élite ilustrada monástica, el conocimiento, sentido y significado de los símbolos universales era conocido al dedillo. Los colores se utilizan para representar elementos físicos (tierra, mar o aire) pero también estados espirituales. En los más “modernos” vemos castillos u objetos arquitectónicos entre los que se presentan pasajes del Apocalipsis. Mucho celo se puso en casi todos los Beatos en la reproducción de la “mujer y el dragón”, pero también en el Juicio Final, en los Jinetes del Apocalipsis, en la Babilonia destruida por sus pecados… Eso no quita para que nos encontremos con algo de espacio para la esperanza, como la imagen del Cristo Redentor del Beato del Burgo de Osma, protagonista, de refilón, de este reportaje.
El Beato del Burgo de Osma
Y digo protagonista porque tenemos la suerte de tener uno para vender. Y no digo que tengamos el libro en nuestras estanterías porque es tesoro nacional y tal cosa nos llevaría (con buenos motivos) a la cárcel. Me refiero a un facsímil que reproduce con todo lujo de detalles, al milímetro y con el color exacto el libro original. Estos trabajos se realizaron en la última década de siglo XX, auspiciados por grandes editoriales que podían abonar los derechos de reproducción exacta de la obra y, además, tenían medios suficientes para realizar estas reproducciones casi gemelas. El precio, a pesar de la tecnología, nunca fue barato. Hoy han subido un poco porque ya están agotados por las editoriales y solo se pueden adquirir de segunda mano, como el que traemos hoy.
El de Osma es un gran infolio realizado en vitela a finales del siglo XI siendo su escriba un tal Pedro y su ilustrador un monje que responde al nombre de Martín. La vanidad artística en esta época, como podemos ver, no tiene nada que ver con la contemporánea. Tiene 71 ilustraciones de un colorido brillante en el que predominan los rojos, azules o verdes muy intensos entrelazados con pinceladas de oro y plata. Eso no quita para que también se puedan disfrutar de representaciones en un extraño (para estos manuscritos) color verde aguamarina, como la que nos sumerge en el Cristo Vencedor y Redentor.
Este tipo de obras son un capricho y un placer al alcance únicamente de bibliotecas selectas. Sé que tienes muchas preguntas (o no porque ya sabes de estos maravillosos libros).
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla