Pegada a la frontera portuguesa, tan aislada en comunicaciones que, en ocasiones, sus infraestructuras ocupan las portadas de los periódicos y sumida en la tradición… esto y más es la región. Por eso, no es de extrañar que los pueblos más bonitos de Extremadura estén en la lista de los más hermosos no solo de España sino de Europa. Aquí te vas a encontrar localidades congeladas en el tiempo, piscinas naturales, cascadas de agua fresca, parques naturales que dan cobijo a especies protegidas (cigüeñas, buitres…), bellos edificios renacentistas y festejos estremecedores por su fuerza expresiva.
1.- Zafra, en la frontera con Andalucía
Tanto es así que incluso la llaman la pequeña Sevilla por su carácter alegre y por la importancia de los festejos taurinos en la localidad. A Zafra se va a recorrerse sus restaurantes, bares y tabernas en torno a dos plazas: la Chica y la Grande. Los soportales que la rodean acogen las mesas repletas siempre de familias degustando los buenos productos de la tierra: el cerdo (blanco), los embutidos, los dulces en fritura envueltos en azúcar y canela o miel, los vinos de la Tierra de Barros… Imponente e imprescindible es el alcázar de los duques de Feria hoy reconvertido en parador. Su fotogénico y estructurado patio fue diseñado por Juan de Herrera y no hace falta que te alojes (ni tomarte un café siquiera) para poder acceder a él.
2.- Jerez de los Caballeros, el reducto de los últimos templarios
Escondida entre montes, se llega por una carretera solitaria abrazada por encinas y alcornoques. La localidad se encarama en un monte y hasta lo más alto tienes que subir. Una vez allí comprenderás su historia entre guerrera, religiosa e intelectual. A lo lejos destacan las altas torres de sus iglesias siguiendo el estilo barroco. Alguna que otra capilla ha sido desacralizada y reconvertida en restaurante y en su castillo aún resuenan los ecos de la prisión de los últimos templarios de España. Si Jerez de los Caballeros es uno de los pueblos más bonitos de Extremadura no es menos interesante su historia ligada al auge y caída de los templarios. Allí fueron pasados a cuchillo, decapitados y sus cuerpos arrojados desde lo más alto de la torre cumpliendo la orden de su aniquilación y exterminio. Desde ese día recibe el calificativo de Sangrienta.
Hoy se sabe que sus supuestos crímenes no llegaron a ser tal y su persecución hasta la muerte en hoguera de sus miembros fue una gran operación de marketing para despojarlos de posesiones y poder. Liquidada la orden se inició la leyenda templaria. Y esta fue de tal calibre que, al día de hoy, existen asociaciones que se dicen herederas de su espíritu. Es tal el amor que tienen que incluso mandan a algunos de sus miembros a rezar por las almas de los hermanos asesinados en el pasado.
“Non nobis, Domine, non nobis, sed Nomini Tuo Da Gloriam”
“No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre sea dada la gloria”
3.- Olivenza que un día fue portuguesa
Y quizás por eso, toda la localidad destila del bello estilo manuelino, el arte portugués más característico, heredero del arte barroco. Es española desde 1801 y exhibe al visitante contemporáneo un museo, un castillo y varias iglesias con interiores más que interesantes. Por señalar un solo punto, en la Iglesia de Santa María del Castillo se puede admirar un árbol genealógico de la Virgen María.
4.- Mérida, la gran capital en Hispania del Imperio Romero
Es uno de los pueblos más bonitos de Extremadura aunque su belleza es radicalmente distinta al ambiente medieval o renacentista que en nuestra mente asemejamos a esta parte de mundo. Lo que tienes que ver en Mérida puede calificarse como el mejor conjunto histórico artístico de arte romano después de la mismísima Ciudad Eterna o de Pompeya. Bautizada (por un pueblo pagano) como Emérita Agusta, en la margen de la Vía de la Plata, la ruta que conectaba (y aún conecta) Cádiz con Gijón, hoy podemos admirar los reflejos del fulgor del pasado. No te puedes perder el Museo Romano de Mérida con una impresionante colección de esculturas y mosaicos de grandes dimensiones, el Templo de Diana, el Acueducto de los Milagros, el Puente Romano y su teatro y anfiteatro. En su escena, aún se celebran actualmente obras clásicas, antiguas o modernas en un festival veraniego que congrega a lo mejor del gremio.
5.- Cáceres y su casco medieval congelado en el tiempo
Porque la capital de provincia, con casi cien mil habitantes, conserva un reducto medieval atrapado en las brumas de los siglos tras sus murallas. Recuperada para la causa cristiana en 1229, el rey Alfonso IX de León dotó de privilegios a la plaza en cuanto a los tributos a pagar. Gracias a esto, muy pronto se llenó de artesanos y comerciantes y, un poco más tarde, de aristócratas. La pujanza económica se materializó en maravillosas casas y palacios con torres elevadas al cielo. Tanto fue la exhibición de narcisismo que los Reyes Católicos, siempre cuidando con celo su poderío, en 1477 mandaron desmochar todos los torreones. Se salvó uno, el de la Casa de los Cáceres-Ovando, hoy conocido como el de las Cigüeñas, ya que estas aves (muy comunes en Extremadura) anidan en él.
Todo lo que tienes que ver en Cáceres lo puedes recorrer en una tarde (con sus reflejos naranjas) o una mañana. Las calles empedradas arropan a los edificios construidos en piedra que aún conservan los blasones de las antiguas casas nobiliarias. Algunos se pueden visitar, como la Casa de los Golfines, otros han sido reconvertidos en sedes administrativas, en museos, en hoteles, en paradores, en restaurantes… Paseando por sus calles nada nos recuerda a la modernidad y el espíritu del pasado se mantiene intacto.
Quizás por eso, sorprende -cuando llegas al final de sus límites- el nuevo Museo Helga de Alvear en el que participan todas las administraciones de la región. En un edificio con aires minimalistas y del brutalismo suave, se han insertado 145 obras donadas por la galerista-coleccionista. Autores vivos de renombre internacional (como Ai Weiwei) se codean en este espacio con Pablo Picasso o Kandinsky y Klee, dos de los más importantes representantes del expresionismo. Es de visita obligada y gratuita.
6.- Guadalupe en torno a su monasterio
De la Edad Media procede la devoción de la Virgen Negra cuya imagen se custodia en el Monasterio de Guadalupe, hoy Patrimonio de la Humanidad. Llegó a ser tal su importancia que en unos cuantos metros cuadrados se concentraban varios hospitales, una botica dedicada a la fitoterapia, capillas, una biblioteca con valiosos libros medievales y estancias repletas de obras de arte. Hoy, la antigua judería conserva el sabor de antaño y algunas viviendas se han reconvertido en tiendas o exquisitas carnicerías donde se venden las deliciosas morcillas de Guadalupe. Se sirven y se toman cocidas. Al monasterio solo se accede mediante visita guiada y en el vecino parador puedes reposar cuerpo y mente en su sereno patio con naranjos.
7.- Trujillo, la tierra de los conquistadores del Nuevo Mundo
De aquí salió Francisco Pizarro rumbo a las cumbres de Perú y Francisco Orellana para descubrir a ojos europeos el gran Amazonas. Hoy, la localidad rinde tributo a sus grandes paisanos con referencias a los mismos en todos sus rincones. Si bien el recorrido comienza en la Plaza Mayor en la que son protagonistas la escultura del conquistador y la Iglesia de San Martín, alrededor se despliegan las casas solariegas realizadas siguiendo el estilo renacentista. Algunas están abiertas al público como el Palacio de Orellana Toledo, otras han sido reconvertidas en museos o en sedes administrativas. Hay mucho más que ver en Trujillo como su alcazaba árabe utilizada para el rodaje de series de éxito tal cual Juego de Tronos. Hasta allí se llega por una red de intrincadas y rompepiernas callejuelas.
8.- Jarandilla de la Vera y el Monasterio de Yuste
Rodeada por piscinas naturales, pozas, cascadas, balnearios, castañares, puentes y pueblos con la típica arquitectura tradicional, la Vera es una de las comarcas de Extremadura favoritas de los viajeros con niños. Aquí se viene a disfrutar de la contundente gastronomía local, a relajarse en la naturaleza y admirar su rico patrimonio, como el Monasterio de Yuste, retiro último del emperador Carlos V. Jarandilla es el punto de inicio de una ruta que te va a llevar por Guijo de Santa Bárbara, Cuacos del Yuste, Jaráiz de la Vera o Valverde de la Vera. El viaje estará perfecto si se hace en coche, en una lista de los pueblos más bonitos de Cáceres.
9.- San Martín de Trevejo, el pueblo donde se habla la “fala” o “mañegu”
Encajonada en la Sierra de Gata, la localidad quedó olvidada durante décadas y, andando el tiempo este punto es lo que ha contribuido a su belleza. Es tal que es considerado uno de los pueblos más bonitos de España y de Europa. Además, este aislamiento propició una lengua propia que hoy solo la hablan unas 6.000 personas. Interés filológico aparte, es uno de los muchos pueblos tradicionales de la zona especialmente recomendable su visita en otoño e, incluso, en invierno cuando se cubre de nieves. Eso sí, hay que prever con antelación el estado de las carreteras que aquí no llegan (afortunadamente, según se mire) las grandes autopistas.
10.- Hervás, en la frontera con Salamanca
Desde el Mirador del Ambroz (el río que atraviesa la localidad) se divisa el Puente de la Fuente Chiquita y en dirección al casco antiguo se encuentra el barrio judío más que bien conservado. A Hervás se viene para disfrutar de sus museos originales, como el de la Moto y el Coche Clásico o el dedicado al escultor del siglo XX Pérez Comendador, pero también a empaparse de sus naturaleza. Alrededor del pueblo se despliegan rutas de senderismo que llevan a parajes de gran belleza o a cascadas como la Chorrera.
En esta lista de los pueblos más bonitos de Extremadura faltan algunos nombres imprescindibles como Plasencia, puerta de entrada a Monfragüe o Granadilla, en ruinas por la construcción de un embalse o Baños de Sotomayor con su balneario de origen romano o Robledillo de Gata o Valencia de Alcántara… Son nombres que también hay que anotar para disfrutar de una región extrema (como su nombre indica) en todos los sentidos y, en parte, aun desconocida para el viajero contemporáneo.
Fotos y texto por Candela Vizcaíno