El manuelino es un estilo eminentemente portugués, centrado en la arquitectura y relacionado con la época de los descubrimientos en ultramar.
La Era de los Descubrimientos y el Manuelino
La denominada Era de los Descubrimientos de Portugal, con su consiguiente poderío económico, comienza cuando Vasco de Gama, tras un largo viaje por medio mundo, pisa de nuevo suelo portugués.
Traía consigo las codiciadas especias de la India, necesarias para la conservación de los alimentos. Corría el año 1499 y se sentaba en el trono el Rey Manuel I, el Afortunado.
El navegante es recibido con todos los honores, mientras que desde la corte se inicia un ambicioso plan de construcción a financiar con los beneficios de algunas especias. Aunque se pretendía renovar unas instalaciones palaciegas y administrativas bastante obsoletas, paralelamente, se realizó un metódico plan de propaganda que pusiera en evidencia el nuevo poder económico y político.
Características del estilo manuelino
En el reinado de Manuel I, la corte portuguesa se traslada desde el Castillo de San Jorge, en el medieval barrio de Alfama conformado por callejuelas estrechas, hasta la Baixa, hasta las orillas mismas del Tajo y el Océano Atlántico, a zonas amplias, recién urbanizadas y aireadas. Se encargan diversos edificios como el Palacio Real (totalmente destruido en el terremoto de 1755), la Torre de Belém y el Monasterio de los Jerónimos, cuya finalidad última era la de servir de mausoleo real.
Todos están (o estaba) en Lisboa. Para el proyecto de estas nuevas instalaciones se dan claras instrucciones: se debía realizar siguiendo el estilo “moderno”, es decir, tal como mandaban los cánones del gótico tardío (con mezcla de mozárabe) que triunfaba en España, en contraposición al estilo “antiguo” o románico, el que presenta la Sé de Lisboa, por ejemplo.
Con estas especificaciones, arquitectos, diseñadores, albañiles y canteros se ponen manos a la obra y, como resultado, se consiguen unos edificios estilizados, proporcionados, sobrios en cuanto a la ejecución de los muros de cerramiento, pero con una gran profusión de motivos ornamentales en dinteles, ventanales, columnas o arcadas. Nace así el estilo manuelino.
Aunque algunos divulgadores dan explicaciones peregrinas para la elección de los objetos presentes en esta abigarrada decoración, hay que tener en cuenta que tanto el pueblo llano como la intelectualidad de la época (pleno Renacimiento), conocían y tenían en todo momento presente una amplia panoplia de símbolos tomados del mundo vegetal, animal o mitológico. Así, las cuerdas marineras conviven con columnas salomónicas, las granadas (símbolo de la fecundidad) con las piñas (representación de la abundancia), los leones (el principio solar masculino) con los toros (el principio lunar femenino) y todo ello mezclado con seres tomados de la mitología medieval como aves fénix, dragones o unicornios.
¿Dónde encontrar el estilo manuelino?
Durante más de un siglo se construyeron monasterios, palacios e iglesias siguiendo esta tipología. Lo normal, por ser el área de influencia de la realeza, es encontrarlo en la zona de expansión de la Baixa, en Lisboa, y en la cercana Sintra, lugar de veraneo de la nobleza. De esta última localidad destacan La Capilla y La Sala de los Escudos del Palacio Real. Uno de los mejores ejemplos de estilo manuelino se encuentra en una localidad cercana a Lisboa, en el Monasterio de Batalha, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
La mayor concentración de arte manuelino se desperdiga por Lisboa y alrededores, pero, aún así, el estilo tuvo tal aceptación que se construyeron, sobre todo iglesias, por todo el reino. Coimbra, Braga, Tomar o Viseu disponen de bellos edificios realizados, en todo o en parte, en manuelino.
Como es frecuente, cuando una potencia ejerce su influencia en territorios alejados, en las colonias de ultramar, allí donde el imperio luso se afincaba con fines comerciales, se encuentran interesantes ejemplos de esta arquitectura. Destacan, sobre todo, dos iglesias cristianas situadas en Goa (India): La Iglesia de San Francisco Javier y la Iglesia del Priorato del Rosario, ambas con la protección de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Aunque durante los siglos que floreció el estilo manuelino, Portugal y España eran reinos en constante rivalidad, la línea artística penetró en territorio hispano (sobre todo en poblaciones fronterizas) contagiando algunas obras que se realizaban entonces, como la Iglesia Parroquial de Almonaster la Real, el Ayuntamiento de Olivenza o el Monasterio de la Magdalena en Sarriá (Lugo).
Decir manuelino, es decir, portugués, es decir renacentista y arquitectónico. Aunque a finales de siglo XIX, el decadente movimiento modernista intentó recuperar esta tradición, no tendría ni la frescura ni la autenticidad de los grandes monumentos del siglo XVI.
Por Candela Vizcaíno