Mateo Alemán, el creador de Guzmán de Alfarache

Mateo Alemán

Mateo Alemán

Candela Vizcaíno

 

La crítica empeñada en poner podios (y quitarlos de vez en cuando) sentencia que Guzmán de Alfarache es la mejor novela picaresca de todas las escritas en lengua española. Si Lazarillo de Tormes es considerada la primera, con la gran obra de Mateo Alemán esta peculiar forma narrativa patria (aunque también encontramos ejemplos en otros puntos de Europa) alcanza su cenit, perfección y el arquetipo en el que se miran todas las demás. Aparte de un estilo brillante a medio camino entre la sobriedad del Renacimiento literario y los excesos del Barroco, buena parte de los personajes demuestran, a partes iguales, una frágil humanidad interior (propensa a caer en todo tipo de vicios) y un descarnado realismo de la época. Y, en parte, ese conocimiento de la mundana sociedad y de las debilidades humanas que acaba en continuos batacazos puede explicarse por la peculiar vida aventurera de nuestro protagonista.  

Los primeros años en la vida de Mateo Alemán

Nace en Sevilla un día indeterminado de septiembre de 1547, sí como Miguel de Cervantes con quien puede asemejarse en desventuras y en pluma aventajada. Su padre procedía de la localidad extremeña de Jerez de los Caballeros y en la capital andaluza, por entonces Puerto de Indias, se casa con Juana de Enero. Sería su segunda esposa. La familia siempre anduvo con estrecheces económicas. Pero eso parece que es algo característico de España y de esta época tan complicada de profunda crisis en todos los aspectos, excepto en el artístico. Sin embargo, en 1557, el padre, médico de profesión, obtiene un buen puesto como funcionario en la cárcel sevillana. Hasta ese submundo de delincuentes de todo tipo, aventureros con mala suerte y menos cabeza junto con algún que otro desgraciado le acompañaba nuestro protagonista: Mateo Alemán.  

A partir de esa fecha, 1557, cuando contaba con 10 años, la familia dispone de un cierto desahogo económico que el cabeza de familia invierte de la mejor manera: en educación. Parece que estudió con Maese Rodrigo y que recibió una exquisita formación humanística ya que con 17 años obtiene el título de Bachiller en Artes y Filosofía. Siguiendo las huellas paternas, se matricula en medicina en la Universidad de Sevilla aunque, al parecer, debido a la mala cabeza de nuestro protagonista, a Mateo Alemán se le hacía difícil completar los estudios. A pesar de ello, la familia lo envía el segundo año a Salamanca y posteriormente a Alcalá de Henares; esto es, se recorre los mejores centros universitarios de la época. Sin embargo, sin llegar a concluir la carrera fallece de manera repentina el padre y debe volver a Sevilla a hacerse cargo de la familia que había quedado en una situación económica delicada. 

La formación del peculiar carácter de Mateo Alemán 

A partir de aquí, con apenas veintipocos años debe valerse por sí mismo y no llega a completar ningún oficio o posición fija que permitiera asentarse para mantener a su familia. Nada más llegar a su tierra natal, contrae algunas deudas cuyo fondo es incierto. El caso es que se enfrasca en un canje un tanto peculiar con el aristócrata Alonso Hernández de Ayala. El pacto consistía que si Mateo Alemán, sin oficio ni beneficio y con una carrera de medicina sin terminar, no abonaba la cantidad estipulada en el plazo acordado, debía casarse con la sobrina del capitán Hernández de Ayala. La dama respondía al nombre de Catalina de Espinosa y poco se sabe de la misma más allá de este trueque vergonzoso a los ojos contemporáneos al que la buena señora (desconocemos sus razones) aceptó de grado. 

Como Mateo Alemán no pudo hacer frente al pago, se vio abocado a un matrimonio forzoso del que quiso también escabullirse. La crítica achaca a este hecho (más que al carácter volátil del nuestro protagonista) la desagradable y constante misoginia de la que nuestro escritor hace gala sin atisbo de sonrojo. Al parecer, la vida de casado con sus normas y sus reglas, abonada quizás por el mal carácter de la esposa (que se aviene a tal trueque, recordemos) le produjo una serie de sinsabores que desencadenó en esa cosmovisión. Las ideas misóginas (más que machistas) de Mateo Alemán, sin embargo, no le impidió tener varios hijos fuera del matrimonio y convivir sin estar casado con posterioridad con Francisca Calderón que le acompañó en sus últimas aventuras vitales.  

La azarosa vida adulta de Mateo Alemán 

Con este panorama, para sobrevivir aceptaba cualquier empleo para el que estuviera preparado y, además, en cualquier parte. Por eso fue recaudador del subsidio de Sevilla y del Arzobispado, contador de resultas en Madrid, fallido emprendedor de vuelta a su ciudad natal, y dado a acumular deudas no resueltas. Por todo ello, con treinta y tres años pisa por primera vez la cárcel de Sevilla pero ahora como penado. Allí pasaría año y medio hasta poder recobrar su libertad. Sin embargo, el hecho no fue un acicate para que se asentara de una manera tranquila y sus andanzas continúan en Madrid. Allí simplemente subsistía con los trabajos que le llegaban y ninguna posición tenía que ver con la medicina que estudió en la universidad, la escritura o el teatro que tanto tirón ofrecía en esos momentos.  

Mateo Alemán gustaba de los negocios, de andar de un sitio para otro sin durar mucho en los empleos que le salían. Esto también influirá en su carácter y en su obra cumbre, Guzmán de Alfarache, ya que nuestro protagonista hace gala de un pesimismo tan profundo que poco de bueno es capaz de sacar del alma humana. Mientras que Cervantes recurre a la ironía, al cinismo y a un poso de bondad para levantar sus grandes personajes, en Mateo Alemán pocos se salvan de la oscuridad anímica. Al parecer, eran estos tipos con los que una y otra vez se topaba reiteradamente. Así que modelos, al parecer, no le faltaban. 

Mateo Alemán, autor del Guzmán del Alfarache

Pocos en su entorno sospechaban que era dado a las letras y que estuviera escribiendo obra alguna. Sin embargo, en 1597 ya tenía terminada la primera parte de su Guzmán de Alfarache y se da a la imprenta en 1599 previo paso por la autorizaciones correspondientes (lee censura). Nuestro autor tenía 52 años y la obra fue un rotundo éxito, tanto que se sucedieron las ediciones aunque el desorden del escritor era tal que no pudo contener las copias piratas. El éxito y la fama no vino parejo, por tanto, a la riqueza, aunque sí pudo mejorar su situación económica. 

En 1600 estaba de nuevo en Sevilla no escribiendo o viviendo de las rentas de su obra sino inmerso en negocios diversos que generaron más deudas. Por eso, volvió a la cárcel en 1602 aunque en esta ocasión por pocos meses. Sin embargo, más que las rejas a Mateo Alemán le afectó profundamente en el ánimo la aparición de una segunda parte apócrifa ese mismo año y al decir del autor fue él mismo quien reveló parte de las aventuras de su ya famoso protagonista. Ese mazazo (como ocurrió con El Quijote y el apócrifo de Avellanada) obligó al escritor a rehacer la segunda parte que hizo imprimir en Lisboa en 1604. Allí también vendió su Vida de San Antonio.  

A pesar del éxito de su obra, a pesar de que una y otra vez intentaba conseguir estabilidad económica en España, a pesar de que no se rendía, todo se le torcía. Por eso, y en busca de aire fresco o de una oportunidad ya teniendo una edad avanzada, en 1608 embarcó hacia México junto con segunda pareja (que no esposa) y las hijas habidas con ella. En América publicó dos obras más, Ortografía y en 1613 Sucesos de fray García Guerra, arzobispo de Méjico. Poco o nada se sabe de Mateo Alemán tras esta edición y, con toda probabilidad, falleció un año después sin más glorias en este mundo que su Guzmán de Alfarache que ha entrado en el canon de la literatura en español. Lo cual no es poco y me permito el juicio. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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