Fernando de Herrera | biografía e introducción a sus poemas

Fernando de Herrera

Fernando de Herrera

Candela Vizcaíno

 

En vida, Fernando de Herrera fue llamado el Divino, sobrenombre que le colocaron sus contemporáneos no solo por la delicadeza de sus poemas sino por el celo y empeño que puso en  pulir cualquier arista lingüística de los mismos. Provisto de un fuerte carácter y poco dado a las adulaciones, a pesar de ser una figura artística en la Sevilla de finales del siglo XVI, su espíritu agrio fue protagonista de las primeras dialécticas de la literatura española. Estas continuarían con las más que famosas entre Quevedo y Góngora, pero eso es adelantar mucho.  

Biografía de Fernando de Herrera, máximo exponente de la poesía sevillana del Renacimiento 

Aunque no se sabe con certeza el año de nacimiento y los avatares familiares, se apunta al 1534 como la fecha de venida a este mundo en el seno de una familia de hidalgos venidos a menos. A pesar de no disponer de hacienda ni riquezas, sus padres se preocuparon de que recibiera una esmerada educación. Y esta circunstancia personal (la pobreza unida a una amplia cultura) influiría notablemente en su trayectoria vital. 

Por estas fechas, Sevilla era (literal) el ombligo del mundo. Hasta aquí llegaban las tropas españolas que se batían en batallas por medio orbe conocido mientras a diario desembarcaban bienes preciosos las naves llegadas de Las Indias. La ciudad, era un bullir de gentes, de mercancías, de riquezas y se jactaba de un espíritu de victoria acrecentado por las tropas que se pavoneaban constantemente por sus calles. Aunque la bula real que permitía instalar una universidad en Sevilla data de 1505, los estudios fundamentales reglados aún no habían comenzado. Sí existían colegios, tanto pertenecientes a órdenes religiosas como de emprendimientos privados, que impartían enseñanzas de gran calidad. Sobresalen los de Juan de Mal Lara y el de Maese Rodrigo de Santaella que ofrecían conocimientos de gramática (tanto vulgar como clásica) y humanidades. En una de estas escuelas, o en ambas, con toda probabilidad, estudió Fernando de Herrera. 

La crítica ha identificado al poeta sevillano como un auténtico hombre del Renacimiento, provisto de un saber enciclopédico en diversas materias, ducho en el manejo de las lenguas clásicas y haciendo alarde de una sólida cultura. Sin embargo, toda esta valía intelectual no fue aprovechada por Fernando de Herrera para conseguir puestos de poder o de fama. Más bien se condujo en el sentido contrario, ya que vivió toda su vida muy humildemente con el escaso sueldo de beneficiado de la parroquia de San Andrés. Aunque fue invitado a las grandes tertulias literarias que por entonces se desarrollaban en la ciudad, siempre rechazó los mecenazgos más o menos generosos en aras de una libertad que consideraba sagrada. 

La Condesa de Gelves en la vida de Fernando de Herrera 

A pesar de su carácter huraño e, incluso, pedante logró hacer amistad con grandes artistas de la época como Diego Pacheco, Juan de la Cueva o Cristóbal de Mesa. Así transcurrió su vida sin ningún sobresalto dedicado a los quehaceres de un hombre que se sabe culto con una misión poética importante hasta el año 1559. En esa fecha aparece por la ciudad el segundo conde de Gelves, a la sazón biznieto de Cristóbal Colón, don Álvaro Colón y Portugal. Viene acompañado de criados, asesores y… su bella esposa, doña Leonor de Milán. La joven culta, educada y exquisita conquistó el corazón (casi de un arrebato) del tímido Fernando de Herrera. Aunque no se sabe si este amor llegó a algo más, la crítica (por las cartas de los amigos del poeta) se inclina por la idea de que todo discurrió en un solo sentido y además sin abandonar el plano platónico. Esto es, que fue solo el poeta el que presentaba estos sentimientos mientras que la señora se limitaba a dejarse halagar.  

Sin la presencia de la dama, con toda probabilidad, Fernando de Herrera no hubiera compuesto sus más encendidos poemas al estilo de Petrarca propio de la lírica renacentista en español. Sin ella, se hubiera quedado en los largos poema épicos con los que pretendía pasar a la posteridad y que, es unánime en la crítica, no tienen el valor literario de los versos amorosos. Tal fue el arrobo que el poeta dispensó a la condesa que, a la muerte de esta en 1581, renunció a su quehacer literario dedicándose a los escritos de lo que hoy podríamos llamar crítica literaria. El poeta aún la sobreviviría largos años ya que falleció en 1597, justo cuando iba a publicar sus obras completas, las mismas que, misteriosamente, se perdieron dejando trabajo para los eruditos posteriores.  

El problema con las ediciones de la obra de Fernando de Herrera 

Y llegamos al segundo punto crucial en la biografía herreriana que sucede, avatares del destino, justo después de su muerte. Desde distintas voces nos ha llegado el celo que el artista ponía en pulir sin descanso unos versos que quería perfectos con una pasión que linda, incluso, con la patología. Exigente consigo mismo (y con los demás al parecer), Fernando de Herrera consagró toda su vida a una obra que intuía iba a sobrepasar las brumas del tiempo. A este quehacer dedicó personalmente todos sus años llegando a compilar todos los versos cuidadosamente ordenados. En eso estaba cuando le llegó la muerte. Y algo pasó con ese manuscrito que, misteriosamente, desapareció para siempre. 

El poeta solo había publicado una serie de poemas en 1582, un año después de la muerte de la condesa, con el título Algunas obras de Fernando de Herrera. En estas páginas se despliegan gran parte de sus composiciones siguiendo la poesía renacentista amorosa. No obstante, nuestro protagonista, en búsqueda constante y sin descanso de una perfección literaria sin límites humanos, trabajó sobre estos y más versos hasta momentos antes de su muerte. Esto es, lo que nos ha llegado publicado es simplemente una versión no corregida y limitada de su creación. ¿Qué ocurrió con ese manuscrito limpio y perfectamente ordenado que desapareció días después de su fallecimiento? Aunque a la crítica le gusta dar opiniones, es imposible saber a ciencia cierta qué pasó. 

Fue el pintor Pacheco (amigo del poeta y maestro del genial Velázquez) el que se dio cuenta del terrible desaguisado e, inmediatamente, se aprestó a reunir toda la obra que tuvieran conocidos de estos salones nobiliarios con el fin de que estos memorables versos no se perdieran. Tras un intenso trabajo de rastreo, logró hacerse con algunos textos más hasta llegar a 365 composiciones, las mismas que publicó en 1619 con el título de Versos de Fernando de Herrera.  

Más poemas de Fernando de Herrera encontrados en épocas posteriores 

Pero, en la crítica literaria no es todo tan sencillo y en 1870 José María Asencio encontró en la Biblioteca Colombina un manuscrito de 1637 firmado por Josep Maldonado en el que, al decir del firmante, aparecen algunos poemas de Fernando de Herrera. Y con estos mimbres llegamos hasta 1948, cuando el gran filólogo José Manuel Blecua publica Rimas inéditas sobre otro manuscrito datado en 1578 y encontrado en la Biblioteca Nacional. Aquí aparecen 43 composiciones más.  

Vamos a rizar más aún el rizo, ya que la crítica de la obra de Fernando de Herrera duda, incluso, de la fidelidad de la edición de Pacheco y hay quien se inclina a pensar que el artista modificó las obras de su amigo a su mejor saber y entender. Esto es, conocedor de que estaba puliendo los versos, hizo cambios que creía que el poeta había realizado en ese manuscrito perdido. Esta polémica no es nueva en la filología moderna y se remonta al mismísimo Quevedo. ¿Por qué hizo tal cosa Pacheco? La respuesta nos la apunta Blecua que anota que esta edición aparece en plena batalla entre culteranismo y conceptismo. Así Pacheco quiso limpiar de todo exceso la obra de Fernando Herrera, el “Divino”, el perfecto.  

La poesía de Fernando de Herrera 

Así, con estos miembros y complejidad en las ediciones de la poesía herreriana tenemos que adentrarnos en unos versos que entroncan con la mejor tradición amorosa petrarquista. Sin embargo, si tanto Juan Boscán como, especialmente, Garcilaso de la Vega se habían adentrado en la poesía amorosa luciendo una sencillez clásica, el Divino ya es un poeta conscientemente culto. Esto implica, sin llegar a la torsión de la poesía barroca posterior, que sus versos están repletos de luminosas metáforas, profusión de tropos y de un ritmo cuidado e intenso. En la obra de Herrera se encuentra una complicación sintáctica que ya deja de lado las principales características de la literatura renacentista para ir adentrándose en el arte Barroco. Todo ello se adoba con hipérbatos tomados de la tradición latina y con un exquisito cuidado en la adjetivación que se inserta en el poema hasta extremos nunca vistos hasta entonces en lengua castellana.  

Además, es una obra que abandona la sencillez del primer Renacimiento para hacerse grandilocuente,  especialmente cuando trata temas patrióticos. Y aquí tenemos otra de las características de la lírica de Fernando de Herrera: que no solo se centra en los temas amorosos ya que aborda versos de carácter épico e, incluso, religioso.  

Las obras de Fernando de Herrera 

A pesar de toda la complicación en lo que respecta a los manuscritos y ediciones de sus obras, nos encontramos las siguientes.  

1.- Poemas de temática amorosa, que son los de mayor calidad y por los que ha pasado al canon de la literatura castellana. Estos se dividen en tres etapas que corresponden a las mismas vitales por las que pasó el poeta con respecto a su pasión por la Condesa de Gelves: 1) ilusión en sus primeros momentos, 2) alegría cuando cree ser correspondido (aunque más bien fue su imaginación) y 3) desengaño que se completa con un descarnado dolor a la muerte de la amada. 

2.- Versos de temática patriótica siguiendo los fundamentos de la épica culta. Aquí se insertan Canción al Señor don Juan de Austria vencedor de los moriscos en las Alpujarras de 1571, Canción al Santo Rey don Fernando de 1579 y especialmente la Canción en alabanza de la Divina Majestad por la victoria del Señor Don Juan o Canción a la Batalla de Lepanto como es conocida, que es del mismo año que la anterior. También se puede añadir a este grupo un puñado de sonetos dedicados al Emperador Carlos I.  

3.- Poemas de temática religiosa cuyo hipotexto se encuentra en las grandes narraciones de La Biblia. Aunque, algunos críticos han visto trazos de esta línea en la Canción a la Batalla de Lepanto, la obra que se ajusta a esta temática data de 1578. Se titula Llanto por la pérdida del rey don Sebastián.  

4.- Las obras didácticas o de crítica literaria se centran alrededor de las Anotaciones a la poesía de Garcilaso. En 1580, Fernando de Herrera publica una edición comentada y crítica del gran poeta de Toledo con tan mala fortuna, a pesar de llevar años trabajando, que se le adelanta la publicación de otra realizada por El Brocense. Como nuestro protagonista se había creído lo de su sobrenombre de Divino, ni nombra esta publicación en la suya. Este gesto enciende la mecha de una enconada discusión entre los poetas y la intelectualidad salmantina, por un lado, y la sevillana, por otro, que continúa con la conocida confrontación Quevedo-Góngora. 

Fue, en definitiva, Fernando de Herrera un poeta culto, excesivo en el celo que puso en el pulido de toda una obra que, por avatares del destino, se perdió mayoritariamente tras su muerte. Complicado en el trato por ese afán de excelencia que se exigía y pedía a otros, llegó a granjearse alguna que otra animadversión literaria que a él casi no le afectaba. Apegado a una libertad que creía sagrada, nunca se vendió a aquellos que intentaron aprovecharse de todo su caudal erudito sabedor de temáticas diversas. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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