Nos adentramos en la compresión del mito de Narciso, el mismo que da nombre a la personalidad narcisista tan común en la cultura contemporánea actual.
Entender el mito de Narciso, su castigo y su transformación (narrada en las Metamorfosis de Ovidio, obra cumbre de la cultura clásica) nos acerca a esa personalidad de la que toma su nombre: la del narcisista. Era narciso un joven despreocupado y dotado de una gran belleza que acaba olvidándose de todo para centrarse en un solo reflejo. Con un ego indomable y acostumbrado a hacer su voluntad sin pararse a calibrar el daño causado, el amor a sí mismo (descontrolado y desmesurado) acaba liquidándolo. Aunque personajes de este tipo los ha habido desde el inicio de los tiempos (y con frecuencia parapetados bajo una máscara), la sociedad contemporánea occidental es caldo de cultivo para los narcisos de todo tipo. Entran dentro del grupo de las personas tóxicas, aquellas (reduciendo mucho) que son incapaces de ponerse en los zapatos de los demás. Suelen ser las mismas que dejan en el ambiente su rastro de calumnias, injurias, medias verdades, chismes y manipulaciones. Las redes sociales, la cultura de la apariencia y la falta de empatía hacen el resto. Pero vayamos por partes.
¿Quién era el protagonista en el mito de Narciso de la cultura clásica?
La historia nos cuenta que el joven Narciso, dotado de una gran belleza, gracia y agilidad, es deseado por jóvenes de ambos sexos. Sin embargo, él desdeña a todos por no considerarlos a la altura de sus dones físicos y se concentra en su pasatiempo preferido: la caza. Así se va alejando de la muchedumbre alimentando cada vez más un ego que le hace verse superior a los demás. De entre todos aquellos que se enamoran del aspecto externo del protagonista del mito de Narciso hay una que sobresale: la ninfa Eco. Esta reclama el amor del joven pero, desafortunadamente, es rechazada (como a todos los demás). Tal es la pena de la ninfa que esta comienza a vagar por los bosques, perdida, hundida y humillada sin encontrar gusto para nada. Tanto es su dolor que termina desapareciendo, como diluyéndose entre los árboles, los ríos y las flores. El mito de Narciso nos dice que Eco, consumida por la pasión, queda reducida a su voz y esta solo es capaz de repetir los que otros dicen. No puede haber fin y muerte más cruel.
Tras la metamorfosis de la ninfa entra en escena Némesis, a la sazón diosa de la venganza. Es la única que se digna a escuchar las súplicas de la desdichada enamorada y decide castigar al esquivo Narciso. Y lo hace dándole de su propia medicina, devolviéndole su amor propio desmedido y patológico. Así, hace que una de las presas que el bello muchacho se disponía a cazar se dirija hacia un estanque cristalino y transparente. El joven se acerca a la lámina de agua la cual, por su naturaleza, actúa como un espejo y allí ve su reflejo.
El flechazo es inmediato pero no de la ninfa Eco o de cualquier otra criatura. El mito de Narciso nos dice que el muchacho se enamora de su misma imagen. Tanto es el ardor que su belleza le produce que se agacha para intentar besarla. Debe inclinarse para llegar hasta el estanque, momento inmortalizado por Caravaggio, uno de los mejores artistas del Renacimiento italiano, en el cuadro que abre este artículo. La leyenda nos da detalles y nos dice que, al intentar besar su reflejo sobre el agua, se inclina tanto que se precipita hacia al fondo hasta ahogarse. Para que sirviera de recuerdo y aviso a los mortales, los dioses permitieron que su cuerpo no desapareciera. Así, realizan una metamorfosis en otro elemento natural, en una de las flores más bellas: el narciso. Esta, además, nos indica ese momento fatal en el que el ego obnubila las capacidades del joven hasta aniquilarlo.
El mito de Narciso en la cultura occidental
La versión más conocida (y la más antigua conservada) del mito es la referida por Ovidio en las Metamorfosis. El mito clásico nos viene a decir (y a advertir) que el amor que siente Narciso por sí mismo puede ser una maldición. Y lo es porque no se da al otro y se queda encerrado alimentando un ego que no tiene fin. Es un amor egoísta y, por tanto, impuro. Esta lectura del mito es la que perduró en la cultura occidental hasta, prácticamente, los avances del psicoanálisis con el doctor Freud.
Con el psicoanálisis freudiano el mito de Narciso es, de nuevo, retomado, analizado, revisitado y releído. Así, para el padre de la psicología, el narcisismo es el estado primario del ser humano, aquel que se produce cuando éste se encuentra en el seno materno. Esto es, pertenece al inconsciente. Este estado se rompe con el nacimiento y se manifestará durante toda la vida del individuo en forma de una constante pugna entre los deseos del yo y las obligaciones impuestas en su obligada e imprescindible relación con el mundo exterior.
El narcisismo, para los primeros psicoanalistas, choca frontalmente con las leyes sociales y naturales que se le imponen a todo individuo pero, al mismo tiempo, es necesario, para el desarrollo de manera normal y sana de la personalidad. Los primeros psicoanalistas clasificaron, así, el narcisismo en dos tipos: el “patológico” y el “óptimo”. El patológico sería aquel que impidiera al individuo un normal desenvolvimiento en la sociedad, al encerrarse en su propio interior, en su propio yo de forma, a menudo, dolorosa.
Según los primeros psicoanalistas, este tipo de patología la sufrirían, en su forma más extrema, los enfermos mentales graves. Por otro lado, el narcisismo “óptimo” sería aquel que, sin renunciar a un egocentrismo suave, a una conciencia del propio ego -del yo versus los otros- no impide a la persona en cuestión relacionarse con el mundo que le rodea. Sería lo que en la psicología moderna se conoce como conciencia madura de la alteridad.
El mito de Narciso en una lectura contemporánea
Esta visión, sin embargo, ha sido superada por la psicología moderna más concentrada en aportar armonía y serenidad de forma más práctica e inmediata. Hoy el narcisista forma parte de la llamada triada oscura de la personalidad, la misma que conforma ese saco informe rotulado con la generalidad de gente tóxica. Se han clasificado sus efectos perversos especialmente sobre personas de autoestima baja siempre en busca de refuerzo y empoderamiento externos. El cenit llega con la madre narcisista, la progenitora incapaz de amar a nadie que no sea ella misma, ya que esta personalidad es el germen certero para levantar una familia tóxica. Y este es el caldo de cultivo perfecto para generar infelicidad por todos los lados, a igual que la ninfa Eco se consume repitiendo las voces de todos aquellos que se adentran en el bosque.
A Narciso y a los que entran en sus características emocionales no le interesa nadie que no sea, no ya su propia esencia, sino el reflejo hermoso de una ilusión. Por eso, es frecuente que el narcisista se revista de una máscara de supuesta perfección formal o social. Sin embargo, detrás solo se encuentra un ser desvalido incapaz de darse al otro. Aunque ciertas corrientes de pensamiento contemporáneas nos invitan a la conmiseración con estas personalidades (un punto que siempre hay que tener en cuenta indudablemente), los herederos del mito de Narciso, sin embargo, son expertos en ir creando confusión y un reguero de dolor. Y es aquí donde tenemos que estar precavidos con estas personalidades. Por un lado, para no resbalarnos, como el joven del mito, por un estanque que nos arrastre a la muerte obnubilados por un reflejo. Y, por el otro, para no sucumbir a los desdenes de este tipo de personalidades, como la ninfa Eco, condenada a repetir las voces de otros. El narcisista, en esencia, es incapaz de darse al amor y la generosidad.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla