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El auge de las redes sociales corre parejo al amanecer de la denominada cultura woke o wokismo, siguiendo la nomenclatura en español. En ella se engloba una serie de movimientos sociales que buscan, por cualquier medio, justicia social llegando, en una contradicción, a polarizar opiniones y políticas.  

Aunque sus raíces pueden rastrearse a finales del siglo XIX con los planteamientos marxistas, la cultura woke nace en los Estados Unidos a principios del siglo XXI vinculada a movimientos reivindicativos de todo tipo. Entronca con los postulados de Martin Luther King (1974-1968) y su sueño de un mundo sin segregación racial.  Desde sus inicios, sus militantes se erigen en defensores de todos aquellos que históricamente han estado más allá de las fronteras sociales por cualquier condición o creencia. El wokismo, por tanto, quiere ser el abogado defensor de los parias y miserables de la tierra. No en vano, el término woke significa despertar, entendido en el sentido de darse cuenta o de ser consciente de una realidad que, hasta el momento, había sido escatimada al conjunto de creencias aceptadas. En esta línea entra también el feminismo clásico abanderando por el MeToo, las luchas raciales del BlackLivesMatter, las reinvindicaciones de los pueblos indígenas colonizados y el colectivo LGBT+.

Definiendo la cultura woke y sus raíces  

La cultura woke, por tanto, con el fin de ofrecer justicia o reparación, hunde sus raíces en la historia en una búsqueda de todos aquellos que habían sido oprimidos por el poder político imperante, descrito como heteropatriarcal, blanco y occidental. Así, todas las normas y modelos vitales estarían configurados para satisfacer a una población blanca, heterosexual, conservadora en el ámbito familiar, tradicional en las ideas, comprometida con el capitalismo y que se niega a aceptar la realidad de todos aquellos que han sido excluidos de las bondades del sistema. En este conjunto de expulsados estarían las mujeres subyugadas por imposiciones machistas, la población negra víctima del racismo, los pueblos indígenas oprimidos por el colonialismo, el colectivo LGBT+ perseguido por su tendencia sexual o de género. También se acoge a todos aquellos que tuvieron difícil acceder al centro mismo del poder por el simple hecho de que fueron convertidos en víctimas de un sistema atroz que cortaba las alas discrepantes o divergentes. La cultura woke, por tanto, apela a un despertar consciente de la realidad de víctima de aquellos que se encontraron en las fronteras sociales por una condición u otra. Hasta aquí tenemos, simplemente, un movimiento reivindicativo bajo una fuerte conciencia de justicia social, el cual apenas admite crítica. 

Sin embargo y dicho esto, hay que anotar que el wokismo, desparramado por todo Occidente desde USA, ha evolucionado hacia posiciones extremas. ¿Cómo? Sencillamente reaccionando a las críticas (fundadas o no) mediante la polarización, la exclusión, la revisión histórica y, en último extremo, la cultura de la cancelación. ¿Cómo un movimiento que busca visibilidad e inclusión para aquellos que eran invisibles se acaba convirtiendo en lo mismo que combatía? La respuesta no es sencilla ya que entra en escena diversos factores.  

Por un lado, tenemos lo que Zygmunt Bauman (1925-2017) denominó en su obra homónima la Modernidad líquida (1999). Resumiendo y reduciendo mucho, la sociedad ha perdido los anclajes que la sostenían. La solidez del conocimiento, de las relaciones familiares o de amistad o de la pericia laboral salta por los aires para adentrarnos en arenas desconocidas. Además, esta circunstancia ya venía abonada por las ideas anteriores propuestas por los postestructuralistas: Gilles Deleuze (1925-1995), Michel Foucault (1926-1984), Jaques Derrida (1930-2004) y Félix Guattari (1930-1992). Si Nietzsche (1844-1900) había decretado la muerte de Dios, los postestructuralistas dan un paso más y proponen que la realidad es una simple convención nacida del lenguaje. La verdad, por tanto, también está muerta. Y los mundos posibles se articulan únicamente a través de la palabra. Con todo este bagaje nace la cultura woke desarrollándose a la par que el auge de las redes sociales.  

Realidad y construcción de la verdad en las redes sociales 

Si la verdad no existe y la realidad se construye a través de palabras, cualquier idea, cualquier reivindicación (justa o chocante) puede ser defendida sin problemas. El fácil acceso y el carácter democrático de las redes sociales pusieron el resto para tejer discursos basados en el puro relativismo  (cultural, moral o ideológico) en esa búsqueda de reparación histórica para cualquier colectivo antaño marginado. Comienza, así, el ruido mediático al convertir a esos parias de la tierra en víctimas eternas cuya reparación corre a cargo del resto del cuerpo social. En las redes sociales, a falta de argumentos sólidos, estructurados, razonados o meditados se da comienzo a una compaña múltiple en el que cualquiera se erige en víctima y se apela a esa reparación histórica. Por tanto, se impone en la sociedad líquida (en la que los anclajes de modelos sólidos no existen) una nueva verdad a través de las palabras y estas se manipulan hasta la exacerbación.   

Como el fin es justo, cualquier medio es válido para conseguir esa indemnización social de agravios del pasado. En este camino, la comunicación vertida en Internet (compuesta en su mayoría de opiniones o juicios de valor) pierde su intrínseca capacidad de diálogo con el otro y con el que está enfrente para transformarse en una mera publicación de soflamas. El debate se vuelve innecesario si desde uno de los lados se asume que la verdad se construye a través de las palabras, tal como postulaban los postestructuralistas. Al negar una comunicación de ida y vuelta, el resultado es el atrincheramiento en las ideas y, en último extremo, el ninguneo del otro. 

En las redes sociales, este proceso desarrollado por la cultura woke se materializa no solo en un ruido ensordecedor por el que se repiten frases tan hechas que han perdido el sentido. El razonamiento, por tanto, se queda aparcado en esa búsqueda de consignas preestablecidas que son aceptadas como verdades absolutas. Y el último paso es la burla hacia el disidente en forma del formato irónico caricaturesco del denominado meme. Este se repite una y otra vez hasta llegar, en algún caso, a la reducción personal y a la burla con tintes de crueldad. Por tanto, la cultura woke, que se origina como defensora de causas justas, olvida la crítica constructiva o esclarecedora para centrarse en ciertas características del otro que se magnifican con la única intención de deslegitimar cualquier opinión discordante.  

La cancelación, el último escalón del wokismo 

Los medios online actúan a modo de megáfono de este formato comunicativo que, en esencia, ha perdido la capacidad de diálogo reduciendo realidades o personalidades complejas a una característica degradante, con el único fin de ridiculizar y, por tanto, de desacreditar al que está en frente. La amplificación y la repetición hacen el resto hasta que la nueva realidad creada por estos métodos se impone como verdad absoluta. Y todo ello sin mediar razonamiento, debate o diálogo constructivo. Es en este punto donde la cultura woke se ha apartado de sus principios para convertirse precisamente en aquello que pretendía combatir. Si el wokismo surgió como un despertar a realidades personales o sociales que habían sido aparcadas o silenciadas, en su evolución pretende amordazar cualquier disidencia que ponga en cuestión cualquier parámetro de los grupos que ampara. El enfrentamiento y la polarización, al negar el diálogo, está servido. El wokismo se convierte en una tribu que abandera verdades absolutas y como tal se comporta. No hay escala de grises y todo se reduce a un blanco frente al negro. Y en la apoteosis de la contradicción, el otro se convierte en enemigo que hay expulsar fuera de las fronteras.  

Y de la polarización y el enfrentamiento se pasa a la cancelación, a negar la realidad del otro o de la sociedad mayoritaria, a la revisión de la historia y a solicitar (a veces por métodos expeditivos) el olvido de hechos, de protagonistas históricos o sucesos de importancia que no se amoldan a su cosmovisión. La cancelación llega a todos los rincones y lo mismo el wokismo se ensaña con las estatuas de Cristóbal Colón por considerar al navegante prototipo del colonialismo o de Miguel de Cervantes por el tratamiento que hace a mujeres o personas que hoy entrarían dentro del grupo trans. Al negar el debate se entra en esta espiral irracional en la que se analizan hechos del pasado con la perspectiva actual. Y en una vuelta de tuerca, se silencia a personalidades de la cultura contemporánea por el mero hecho de poner en cuestión las realidades incuestionables del wokismo. Así, en una espiral de contradicción, de una reivindicación de libertad se pasa a exigir censura al disidente.  

Con este planteamiento, por tanto, la cultura woke, y con ella cualquier causa justa que abandere, se deslegitima a sí misma. Este efecto en las redes sociales se está comprobando en los dos últimos años, con un número creciente de personas y entidades que abandonan estas plataformas por la imposibilidad de mantener un foro saludable bajo un intercambio razonado de opiniones. Al colonizar estos espacios se abona, además, el camino para una confrontación desde el otro lado, desde posiciones que matizan o directamente no están de acuerdo con estos postulados. En definitiva, el auge de la cultura woke no puede explicarse sin la amplificación de las redes sociales. Y estas se han visto invadidas por esta cosmovisión que, en su extremo, llega a la cancelación, antesala de la censura. En esencia, el wokismo quiere convertir lo que es particular en general sin importar los medios que haya que ejercer para conseguir dicho fin.  

La música humana, las notas dispersas que juntas forman el acorde (Luis Cernuda) se ha transformado en el ruido, en el grito de guerra tribal presto a librar una batalla a muerte con el semejante. El poder de la palabra, por tanto, queda noqueado. El diálogo no es tal, ya que es un mero intercambio de ideas preconcebidas e inmutables. Se reduce a frases repetidas que no han pasado por el filtro de la razón. Son soflamas que se han quedado grabadas en un punto intermedio entre la oscuridad de los instintos emocionales y la luz de la conciencia. La última vuelta de tuerca y contradictoriamente a su origen, el wokismo llega, incluso, a negar la humanidad al contrincante. El otro se deshumaniza y se vuelve enemigo irreconciliable. La convivencia, por tanto, se rompe al negar cualquier posibilidad de entendimiento a través del diálogo.  

Al negar el debate, la comunicación se reduce a una confrontación verbal en la que se recurre al uso de etiquetas tan excluyentes o más que aquellas injusticias que el movimiento combatía. Las respuestas en las redes sociales se limitan a lemas de moda repetidos como mantras, cuando no como cantos de guerra. Y la batalla es contra el sistema capitalista (sin proponer otro sistema válido), contra los modelos tradicionales y contra todos aquellos que, tal cual modernos herejes, se atreven a cuestionar los postulados del grupo. Por tanto, la cultura woke, que nació con el afán de inocular el despertar de la conciencia por las injusticias cometidas hacia unos pocos, puede convertirse, a corto plazo, en una pesadilla colectiva.  

Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla y escritora con cuatro libro de ficción y más de 1000 artículos de temas de cultura publicados en la red. 

 

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El auge de las redes sociales corre parejo al amanecer de la denominada cultura woke o wokismo, siguiendo la nomenclatura en español. En ella se engloba una serie de movimientos sociales que buscan, por cualquier medio, justicia social llegando, en una contradicción, a polarizar opiniones y políticas.  

Aunque sus raíces pueden rastrearse a finales del siglo XIX con los planteamientos marxistas, la cultura woke nace en los Estados Unidos a principios del siglo XXI vinculada a movimientos reivindicativos de todo tipo. Entronca con los postulados de Martin Luther King (1974-1968) y su sueño de un mundo sin segregación racial.  Desde sus inicios, sus militantes se erigen en defensores de todos aquellos que históricamente han estado más allá de las fronteras sociales por cualquier condición o creencia. El wokismo, por tanto, quiere ser el abogado defensor de los parias y miserables de la tierra. No en vano, el término woke significa despertar, entendido en el sentido de darse cuenta o de ser consciente de una realidad que, hasta el momento, había sido escatimada al conjunto de creencias aceptadas. En esta línea entra también el feminismo clásico abanderando por el MeToo, las luchas raciales del BlackLivesMatter, las reinvindicaciones de los pueblos indígenas colonizados y el colectivo LGBT+.

Definiendo la cultura woke y sus raíces  

La cultura woke, por tanto, con el fin de ofrecer justicia o reparación, hunde sus raíces en la historia en una búsqueda de todos aquellos que habían sido oprimidos por el poder político imperante, descrito como heteropatriarcal, blanco y occidental. Así, todas las normas y modelos vitales estarían configurados para satisfacer a una población blanca, heterosexual, conservadora en el ámbito familiar, tradicional en las ideas, comprometida con el capitalismo y que se niega a aceptar la realidad de todos aquellos que han sido excluidos de las bondades del sistema. En este conjunto de expulsados estarían las mujeres subyugadas por imposiciones machistas, la población negra víctima del racismo, los pueblos indígenas oprimidos por el colonialismo, el colectivo LGBT+ perseguido por su tendencia sexual o de género. También se acoge a todos aquellos que tuvieron difícil acceder al centro mismo del poder por el simple hecho de que fueron convertidos en víctimas de un sistema atroz que cortaba las alas discrepantes o divergentes. La cultura woke, por tanto, apela a un despertar consciente de la realidad de víctima de aquellos que se encontraron en las fronteras sociales por una condición u otra. Hasta aquí tenemos, simplemente, un movimiento reivindicativo bajo una fuerte conciencia de justicia social, el cual apenas admite crítica. 

Sin embargo y dicho esto, hay que anotar que el wokismo, desparramado por todo Occidente desde USA, ha evolucionado hacia posiciones extremas. ¿Cómo? Sencillamente reaccionando a las críticas (fundadas o no) mediante la polarización, la exclusión, la revisión histórica y, en último extremo, la cultura de la cancelación. ¿Cómo un movimiento que busca visibilidad e inclusión para aquellos que eran invisibles se acaba convirtiendo en lo mismo que combatía? La respuesta no es sencilla ya que entra en escena diversos factores.  

Por un lado, tenemos lo que Zygmunt Bauman (1925-2017) denominó en su obra homónima la Modernidad líquida (1999). Resumiendo y reduciendo mucho, la sociedad ha perdido los anclajes que la sostenían. La solidez del conocimiento, de las relaciones familiares o de amistad o de la pericia laboral salta por los aires para adentrarnos en arenas desconocidas. Además, esta circunstancia ya venía abonada por las ideas anteriores propuestas por los postestructuralistas: Gilles Deleuze (1925-1995), Michel Foucault (1926-1984), Jaques Derrida (1930-2004) y Félix Guattari (1930-1992). Si Nietzsche (1844-1900) había decretado la muerte de Dios, los postestructuralistas dan un paso más y proponen que la realidad es una simple convención nacida del lenguaje. La verdad, por tanto, también está muerta. Y los mundos posibles se articulan únicamente a través de la palabra. Con todo este bagaje nace la cultura woke desarrollándose a la par que el auge de las redes sociales.  

Realidad y construcción de la verdad en las redes sociales 

Si la verdad no existe y la realidad se construye a través de palabras, cualquier idea, cualquier reivindicación (justa o chocante) puede ser defendida sin problemas. El fácil acceso y el carácter democrático de las redes sociales pusieron el resto para tejer discursos basados en el puro relativismo  (cultural, moral o ideológico) en esa búsqueda de reparación histórica para cualquier colectivo antaño marginado. Comienza, así, el ruido mediático al convertir a esos parias de la tierra en víctimas eternas cuya reparación corre a cargo del resto del cuerpo social. En las redes sociales, a falta de argumentos sólidos, estructurados, razonados o meditados se da comienzo a una compaña múltiple en el que cualquiera se erige en víctima y se apela a esa reparación histórica. Por tanto, se impone en la sociedad líquida (en la que los anclajes de modelos sólidos no existen) una nueva verdad a través de las palabras y estas se manipulan hasta la exacerbación.   

Como el fin es justo, cualquier medio es válido para conseguir esa indemnización social de agravios del pasado. En este camino, la comunicación vertida en Internet (compuesta en su mayoría de opiniones o juicios de valor) pierde su intrínseca capacidad de diálogo con el otro y con el que está enfrente para transformarse en una mera publicación de soflamas. El debate se vuelve innecesario si desde uno de los lados se asume que la verdad se construye a través de las palabras, tal como postulaban los postestructuralistas. Al negar una comunicación de ida y vuelta, el resultado es el atrincheramiento en las ideas y, en último extremo, el ninguneo del otro. 

En las redes sociales, este proceso desarrollado por la cultura woke se materializa no solo en un ruido ensordecedor por el que se repiten frases tan hechas que han perdido el sentido. El razonamiento, por tanto, se queda aparcado en esa búsqueda de consignas preestablecidas que son aceptadas como verdades absolutas. Y el último paso es la burla hacia el disidente en forma del formato irónico caricaturesco del denominado meme. Este se repite una y otra vez hasta llegar, en algún caso, a la reducción personal y a la burla con tintes de crueldad. Por tanto, la cultura woke, que se origina como defensora de causas justas, olvida la crítica constructiva o esclarecedora para centrarse en ciertas características del otro que se magnifican con la única intención de deslegitimar cualquier opinión discordante.  

La cancelación, el último escalón del wokismo 

Los medios online actúan a modo de megáfono de este formato comunicativo que, en esencia, ha perdido la capacidad de diálogo reduciendo realidades o personalidades complejas a una característica degradante, con el único fin de ridiculizar y, por tanto, de desacreditar al que está en frente. La amplificación y la repetición hacen el resto hasta que la nueva realidad creada por estos métodos se impone como verdad absoluta. Y todo ello sin mediar razonamiento, debate o diálogo constructivo. Es en este punto donde la cultura woke se ha apartado de sus principios para convertirse precisamente en aquello que pretendía combatir. Si el wokismo surgió como un despertar a realidades personales o sociales que habían sido aparcadas o silenciadas, en su evolución pretende amordazar cualquier disidencia que ponga en cuestión cualquier parámetro de los grupos que ampara. El enfrentamiento y la polarización, al negar el diálogo, está servido. El wokismo se convierte en una tribu que abandera verdades absolutas y como tal se comporta. No hay escala de grises y todo se reduce a un blanco frente al negro. Y en la apoteosis de la contradicción, el otro se convierte en enemigo que hay expulsar fuera de las fronteras.  

Y de la polarización y el enfrentamiento se pasa a la cancelación, a negar la realidad del otro o de la sociedad mayoritaria, a la revisión de la historia y a solicitar (a veces por métodos expeditivos) el olvido de hechos, de protagonistas históricos o sucesos de importancia que no se amoldan a su cosmovisión. La cancelación llega a todos los rincones y lo mismo el wokismo se ensaña con las estatuas de Cristóbal Colón por considerar al navegante prototipo del colonialismo o de Miguel de Cervantes por el tratamiento que hace a mujeres o personas que hoy entrarían dentro del grupo trans. Al negar el debate se entra en esta espiral irracional en la que se analizan hechos del pasado con la perspectiva actual. Y en una vuelta de tuerca, se silencia a personalidades de la cultura contemporánea por el mero hecho de poner en cuestión las realidades incuestionables del wokismo. Así, en una espiral de contradicción, de una reivindicación de libertad se pasa a exigir censura al disidente.  

Con este planteamiento, por tanto, la cultura woke, y con ella cualquier causa justa que abandere, se deslegitima a sí misma. Este efecto en las redes sociales se está comprobando en los dos últimos años, con un número creciente de personas y entidades que abandonan estas plataformas por la imposibilidad de mantener un foro saludable bajo un intercambio razonado de opiniones. Al colonizar estos espacios se abona, además, el camino para una confrontación desde el otro lado, desde posiciones que matizan o directamente no están de acuerdo con estos postulados. En definitiva, el auge de la cultura woke no puede explicarse sin la amplificación de las redes sociales. Y estas se han visto invadidas por esta cosmovisión que, en su extremo, llega a la cancelación, antesala de la censura. En esencia, el wokismo quiere convertir lo que es particular en general sin importar los medios que haya que ejercer para conseguir dicho fin.  

La música humana, las notas dispersas que juntas forman el acorde (Luis Cernuda) se ha transformado en el ruido, en el grito de guerra tribal presto a librar una batalla a muerte con el semejante. El poder de la palabra, por tanto, queda noqueado. El diálogo no es tal, ya que es un mero intercambio de ideas preconcebidas e inmutables. Se reduce a frases repetidas que no han pasado por el filtro de la razón. Son soflamas que se han quedado grabadas en un punto intermedio entre la oscuridad de los instintos emocionales y la luz de la conciencia. La última vuelta de tuerca y contradictoriamente a su origen, el wokismo llega, incluso, a negar la humanidad al contrincante. El otro se deshumaniza y se vuelve enemigo irreconciliable. La convivencia, por tanto, se rompe al negar cualquier posibilidad de entendimiento a través del diálogo.  

Al negar el debate, la comunicación se reduce a una confrontación verbal en la que se recurre al uso de etiquetas tan excluyentes o más que aquellas injusticias que el movimiento combatía. Las respuestas en las redes sociales se limitan a lemas de moda repetidos como mantras, cuando no como cantos de guerra. Y la batalla es contra el sistema capitalista (sin proponer otro sistema válido), contra los modelos tradicionales y contra todos aquellos que, tal cual modernos herejes, se atreven a cuestionar los postulados del grupo. Por tanto, la cultura woke, que nació con el afán de inocular el despertar de la conciencia por las injusticias cometidas hacia unos pocos, puede convertirse, a corto plazo, en una pesadilla colectiva.  

Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla y escritora con cuatro libro de ficción y más de 1000 artículos de temas de cultura publicados en la red. 

 

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La cultura woke nace como reivindicación de los derechos de los parias de la tierra y de los históricamente oprimidos. Se yergue contra las imposiciones del heteropatriarcado normativo y defiende la visibilidad y los derechos de las minorías (y estas no tienen por qué ser o pobres o humildes). Es el refugio no solo del #metoo sino también del feminismo radical, del lobby LGBT+, de la teoría queer o crip (la que considera que no hay minusvalía en un discapacitado), de la lucha racial y de todos aquellos que han tenido que ocultarse por alejarse de lo normativo. La cultura woke, además, da un paso más allá pretendiendo eliminar los sesgos cognitivos que nos hacen preferir a unas personas con respecto a otras. Dicho así, la cultura woke es impecable desde el punto de vista intelectual, de la justicia social o de la reivindicación política. Sin embargo, y aquí llega el pero, sus postulados han evolucionado de tal manera que ha encontrado una fuerte oposición en ciertos sectores sociales. Y estos, además, no se reducen a los situados en el conservadurismo más radical.   

Abundando en lo que es la cultura woke

El término woke es un anglicismo puro que puede traducirse como despertar en el sentido de abrir los ojos o ser consciente. Se ha españolizado bajo la denominación de wokismo. La cultura woke (aunque sus antecedentes se remontan al siglo XIX) nace en la primera década del siglo XXI azuzada por los movimientos reivindicativos del #metoo y #blacklivesmatter al que se le suman las teorías queer o la crip. Su envergadura social es de tal importancia que ha encontrado tanto acérrimos detractores como fervientes defensores. La cultura woke lucha contra los roles de la sociedad heteronormativa, capitalista y basada en la familia tradicional. Un poco más adelante veremos cómo lo hace. 

Por tanto, en ella se engloban distintos movimientos reivindicativos que pretenden hacer visibles las necesidades de todas las minorías oprimidas. Dicho así, en principio, no hay nada que objetar porque su finalidad última es de justicia social. Sin embargo, lo woke ha invadido todas las esferas de la vida social polarizándose de tal manera que ha llegado, incluso, a la cancelación de todas aquellas obras, actitudes, cosmovisiones o ideas que son ajenas a ellas. Y de la crítica reivindicativa se ha pasado a la imposición del silencio. Por ende, sus extremos se han situado a un paso de la frontera en la que se encuentran la censura y la manipulación social.  

Orígenes y evolución de la cultura woke  

El sustrato se encuentra en el marxismo clásico decimonónico. De hecho, si por algo se caracteriza lo woke, es por posicionarse contra el capitalismo liberal occidental sin ofrecer otra convincente alternativa socio-económica. Además, recoge las justas reivindicaciones sociales de los derechos civiles norteamericanos de la década de los sesenta con Martin Luther King (1929-1968) a la cabeza. 

Posteriormente, a partir de la década de los sesenta, el destructuralismo francés -Michel Foucault (1926-1984), Giles Deluze (1925-1995) y Jacques Derrida (1930-2004)- publican estudios en los que se ponen en entredicho los postulados de la denominada “verdad”. La niegan. Esta no existe y consideran que la realidad se construye por medio de la palabra. Las puertas del relativismo filosófico, moral y cívico quedan, por tanto, abiertas de par en par. Estamos, pues, ante la Modernidad líquida (1999) de Zygmunt Bauman (1925-2017).  

Todas estas ideas se abonan con la denominada Gran Dispersión, término propuesto por Mary Eberstandt. La autora apunta a que, a partir de la década de los setenta del siglo XX, la familia tradicional va debilitándose de tal manera que los nuevos miembros que en ella nacen no encuentran modelos saludables en los que mirarse. El individualismo se va imponiendo de tal manera que la cohesión tradicional se va desgastando, por tanto, paulatinamente. Y de resultas el individuo no escuentra referencias para reconocerse. Así, nacen mujeres con actitudes desafiantes en un afán de protegerse. Mientras que los hombres, también por miedo, se revisten con un efecto camuflaje. Esto hace saltar por los aires los modelos preestablecidos y el individuo no es capaz de reconocerse en los grupos tradicionales asumidos por un amplio espectro de la sociedad. Se difuminan, por tanto, los géneros, las clases, las ideologías y las cosmovisiones de antaño.  

La revolución ha hecho que el sexo como tal esté más presente que nunca. Por tanto, ha distanciado a hombres y mujeres como no se había visto antes, tanto al reducir la familia como al aumentar la desconfianza entre hombres y mujeres debido a un consumismo social generalizado.  

Mary Eberstandt 

La cultura woke, el feminismo y los que quedaron tras las fronteras 

Ante esta tesitura, nadie quiere (o no puede) reconocerse en modelos preestablecidos que se asocian negativamente con fórmulas patriarcales del pasado. Y, a continuación, se impone, bien internamente o por mimesis, un sentimiento de culpa por pertenecer a una clase, a una raza o una cosmovisión que no se ajusta a las reivindicaciones de minorías marginadas. Esta carga emocional se vive como pecado casi y como tal es necesario expiarlo. ¿Cómo? Abrazando las causas de los que han vivido al margen de las fronteras sociales o han sido marginados. Y comienza así, no ya a valorarse justamente esas propuestas reivindicativas de pueblos o colectivos antes oprimidos, sino a erigirlas en poseedoras de la razón o la verdad absoluta.  

En este sentido, se mira hacia la perspectiva femenina. Se vuelve, también hacia lo indígena o hacia las culturas preexistentes antes del colonialismo occidental, hacia la reivindicación racial o de las minorías antaño oprimidas por razón de sexo o género. Hasta aquí no hay nada que objetar desde el punto de vista de la justicia social. 

El problema llega al máximo cuando cualquier opinión discordante es calificada de herejía. Y el castigo para el heterodoxo es el silencio, la cancelación y, en último extremo, la exclusión social con todo lo que ello supone. Así, lo woke, en una espiral irracional, se ha convertido en aquello que quería combatir. Y en este sentido peyorativo es el que es tratado al día de hoy por colectivos tradicionalistas o conservadores que lo acusan, además, de poner las bases para el transhumanismo. Sería esta la última revolución humana al fundirse la mente racional con las máquinas con el claro objetivo de alcanzar la inmortalidad.  

En otra vuelta de tuerca, de la política de solidaridad social de los años setenta se ha llegado a la discriminación positiva para aquellos colectivos antaño marginados bajo los lemas de diversidad e inclusión. La problemática llega cuando esa inclusión justa se torna en imposición o cuando la diversidad se impone sobre lo general. Lo woke, en resumidas cuentas, busca resultados a través de la normativa y las leyes sin importar los medios para conseguirlos. Como, además, en la raza humana existen sesgos cognitivos difíciles de eliminar, estos deben ser perseguidos con firmeza. Lo individual, en definitiva, salta por los aires y la conciencia personal queda arrinconada en aras de una política impuesta por minorías cada vez más agresivas. El conflicto, por tanto, está servido en bandeja. 

Wokismo y cultura de la cancelación  

La cultura de la cancelación es una evolución de lo radicalmente woke. Si hemos despertado y hemos abiertos los ojos, ahora somos conscientes de los errores y pecados del pasado. De aquí se llega al revisionismo histórico en un intento vano por justificar hechos de siglos anteriores con los parámetros actuales. Como esa mirada a lo acaecido en otras épocas que no se ajusta a los valores contemporáneos, comienza la cancelación, que no es más que una forma de negación de buena parte de la herencia histórica o artística del pasado. El adoctrinamiento bajo coacción está servido. Y este es el primer paso para la persecución del disidente, la mordaza de la libertad y, en último extremo, la tiranía. En este caldo de cultivo ha encontrado una justa oposición los detractores del wokismo. Son los que alertan de los peligros de una imposición sin fundamento ni razón de minorías resentidas que, por la fuerza, quieren imponer sus puntos de vista.  

La cultura de la cancelación tanto de hechos o personajes históricos como de figuras contemporáneas que se atreven a alzar la voz corre el riesgo de desembocar en una distopía. Nos encontraríamos ante una guerra abierta entre aquellos que miran el mundo desde las fronteras de la realidad y la inmensa mayoría defensora de un modelo vital más o menos tradicional. En la actualidad, en ciertos países occidentales, el wokismo (que nació con reivindicaciones justas recordemos) se ha atrincherado en lobbys de poder que imponen leyes y normas basadas, a decir de los críticos, en el mero chantaje. Está abonando, por tanto, un campo minado en el que la confrontación es la norma diaria.  

¿Por qué hay un rechazo a la cultura woke?  

En primer lugar, por la polarización en la que se ha instalado los defensores de estas minorías. Estás conmigo o contra mí. Si no piensas como yo, eres el enemigo y además a abatir cuanto antes. El siguiente paso ha sido influir en las altas instancias políticas con el fin de crear un listado  creciente de tribus históricas oprimidas. A las mujeres y comunidades indígenas o de raza negra se unen los homosexuales, transexuales, los discapacitados y los que no encontraron un lugar en el centro del mundo. Por último, la presión de estas colectividades ha llegado hasta las más altas instancias políticas creando cuotas de inclusión o discriminación positiva. Estas se han estirado tanto, además, que se han incluido en esos supuestos marginados colectividades o individuos que, en principio, no necesitan de esa inclusión. Lo woke ha llegado al extremo, en España, por poner el caso del asunto trans, de encontrarse con un fuerte oposición por parte de psiquiatras, educadores y familias. La teoría, en su afán por reivindicar las necesidades de personas antes perseguidas, está inculcando en niños y niñas de corta edad ideas confusas y peligrosas para su sano desarrollo como personas. 

En resumidas cuentas, la cultura woke se nutre de unas bases reivindicativas justas que casi nadie sensato rebate a un lado y otro del espectro político. Sin embargo, el modelo para hacerlas valer es el de la imposición, el conmigo o contra mí, el del chantaje emocional a nivel colectivo que recuerda una y otra vez supuestas faltas históricas, en el de la superioridad moral a nivel tóxico y en un resentimiento crónico. Y las propuestas para que estos grupos antaño marginados salgan del ostracismo es el adoctrinamiento social y, además, a edades tempranas. Ni que decir tiene que este tipo de ideologías extremas desparramadas entre niños de corta edad conllevan, en un porcentaje elevado, la destrucción de las bases de la personalidad al confundir lo privado con lo público, lo individual con lo cívico, la duda con la verdad y lo personal con lo colectivo. 

[Lo woke] reduce la vida social a un conflicto permanente entre opresores y oprimidos.  

Albert Moler

Se trataría de una tiranía de las minorías; o mejor dicho, de quienes se erigen en sus representantes y defensores. Cuando el tirano forma parte de la sociedad, esta puede ejercer una tiranía más peligrosa contra la libertad que la opresión política porque esta tiranía puede penetrar hasta la médula social y extenderse hasta las ideas, el corazón y el alma de toda sociedad. 

Pablo Sánchez Garrido en Nueva Revista 

La cultura woke, nacida de la justa reivindicación se vuelve, por tanto, en una forma más de opresión al entrar en un conflicto permanente entre grupos, al querer hacer saltar por los aires los modelos familiares tradicionales que han amparado a la raza humana durante milenios, al proponer el fin de capitalismo sin alternativa creíble, al confundir con teorías (a veces descabelladas) a los niños sin capacidad de discernimiento y al pretender que tanto las justas como las aparentes necesidades de las minorías se impongan a la mayoría. Y todo ello ha surgido en la civilización occidental, democrática, libre y liberal asentada sobre el humanismo cristiano y que abraza los ideales de igualdad o fraternidad de la Revolución Francesa. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

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La cultura woke nace como reivindicación de los derechos de los parias de la tierra y de los históricamente oprimidos. Se yergue contra las imposiciones del heteropatriarcado normativo y defiende la visibilidad y los derechos de las minorías (y estas no tienen por qué ser o pobres o humildes). Es el refugio no solo del #metoo sino también del feminismo radical, del lobby LGBT+, de la teoría queer o crip (la que considera que no hay minusvalía en un discapacitado), de la lucha racial y de todos aquellos que han tenido que ocultarse por alejarse de lo normativo. La cultura woke, además, da un paso más allá pretendiendo eliminar los sesgos cognitivos que nos hacen preferir a unas personas con respecto a otras. Dicho así, la cultura woke es impecable desde el punto de vista intelectual, de la justicia social o de la reivindicación política. Sin embargo, y aquí llega el pero, sus postulados han evolucionado de tal manera que ha encontrado una fuerte oposición en ciertos sectores sociales. Y estos, además, no se reducen a los situados en el conservadurismo más radical.   

Abundando en lo que es la cultura woke

El término woke es un anglicismo puro que puede traducirse como despertar en el sentido de abrir los ojos o ser consciente. Se ha españolizado bajo la denominación de wokismo. La cultura woke (aunque sus antecedentes se remontan al siglo XIX) nace en la primera década del siglo XXI azuzada por los movimientos reivindicativos del #metoo y #blacklivesmatter al que se le suman las teorías queer o la crip. Su envergadura social es de tal importancia que ha encontrado tanto acérrimos detractores como fervientes defensores. La cultura woke lucha contra los roles de la sociedad heteronormativa, capitalista y basada en la familia tradicional. Un poco más adelante veremos cómo lo hace. 

Por tanto, en ella se engloban distintos movimientos reivindicativos que pretenden hacer visibles las necesidades de todas las minorías oprimidas. Dicho así, en principio, no hay nada que objetar porque su finalidad última es de justicia social. Sin embargo, lo woke ha invadido todas las esferas de la vida social polarizándose de tal manera que ha llegado, incluso, a la cancelación de todas aquellas obras, actitudes, cosmovisiones o ideas que son ajenas a ellas. Y de la crítica reivindicativa se ha pasado a la imposición del silencio. Por ende, sus extremos se han situado a un paso de la frontera en la que se encuentran la censura y la manipulación social.  

Orígenes y evolución de la cultura woke  

El sustrato se encuentra en el marxismo clásico decimonónico. De hecho, si por algo se caracteriza lo woke, es por posicionarse contra el capitalismo liberal occidental sin ofrecer otra convincente alternativa socio-económica. Además, recoge las justas reivindicaciones sociales de los derechos civiles norteamericanos de la década de los sesenta con Martin Luther King (1929-1968) a la cabeza. 

Posteriormente, a partir de la década de los sesenta, el destructuralismo francés -Michel Foucault (1926-1984), Giles Deluze (1925-1995) y Jacques Derrida (1930-2004)- publican estudios en los que se ponen en entredicho los postulados de la denominada “verdad”. La niegan. Esta no existe y consideran que la realidad se construye por medio de la palabra. Las puertas del relativismo filosófico, moral y cívico quedan, por tanto, abiertas de par en par. Estamos, pues, ante la Modernidad líquida (1999) de Zygmunt Bauman (1925-2017).  

Todas estas ideas se abonan con la denominada Gran Dispersión, término propuesto por Mary Eberstandt. La autora apunta a que, a partir de la década de los setenta del siglo XX, la familia tradicional va debilitándose de tal manera que los nuevos miembros que en ella nacen no encuentran modelos saludables en los que mirarse. El individualismo se va imponiendo de tal manera que la cohesión tradicional se va desgastando, por tanto, paulatinamente. Y de resultas el individuo no escuentra referencias para reconocerse. Así, nacen mujeres con actitudes desafiantes en un afán de protegerse. Mientras que los hombres, también por miedo, se revisten con un efecto camuflaje. Esto hace saltar por los aires los modelos preestablecidos y el individuo no es capaz de reconocerse en los grupos tradicionales asumidos por un amplio espectro de la sociedad. Se difuminan, por tanto, los géneros, las clases, las ideologías y las cosmovisiones de antaño.  

La revolución ha hecho que el sexo como tal esté más presente que nunca. Por tanto, ha distanciado a hombres y mujeres como no se había visto antes, tanto al reducir la familia como al aumentar la desconfianza entre hombres y mujeres debido a un consumismo social generalizado.  

Mary Eberstandt 

La cultura woke, el feminismo y los que quedaron tras las fronteras 

Ante esta tesitura, nadie quiere (o no puede) reconocerse en modelos preestablecidos que se asocian negativamente con fórmulas patriarcales del pasado. Y, a continuación, se impone, bien internamente o por mimesis, un sentimiento de culpa por pertenecer a una clase, a una raza o una cosmovisión que no se ajusta a las reivindicaciones de minorías marginadas. Esta carga emocional se vive como pecado casi y como tal es necesario expiarlo. ¿Cómo? Abrazando las causas de los que han vivido al margen de las fronteras sociales o han sido marginados. Y comienza así, no ya a valorarse justamente esas propuestas reivindicativas de pueblos o colectivos antes oprimidos, sino a erigirlas en poseedoras de la razón o la verdad absoluta.  

En este sentido, se mira hacia la perspectiva femenina. Se vuelve, también hacia lo indígena o hacia las culturas preexistentes antes del colonialismo occidental, hacia la reivindicación racial o de las minorías antaño oprimidas por razón de sexo o género. Hasta aquí no hay nada que objetar desde el punto de vista de la justicia social. 

El problema llega al máximo cuando cualquier opinión discordante es calificada de herejía. Y el castigo para el heterodoxo es el silencio, la cancelación y, en último extremo, la exclusión social con todo lo que ello supone. Así, lo woke, en una espiral irracional, se ha convertido en aquello que quería combatir. Y en este sentido peyorativo es el que es tratado al día de hoy por colectivos tradicionalistas o conservadores que lo acusan, además, de poner las bases para el transhumanismo. Sería esta la última revolución humana al fundirse la mente racional con las máquinas con el claro objetivo de alcanzar la inmortalidad.  

En otra vuelta de tuerca, de la política de solidaridad social de los años setenta se ha llegado a la discriminación positiva para aquellos colectivos antaño marginados bajo los lemas de diversidad e inclusión. La problemática llega cuando esa inclusión justa se torna en imposición o cuando la diversidad se impone sobre lo general. Lo woke, en resumidas cuentas, busca resultados a través de la normativa y las leyes sin importar los medios para conseguirlos. Como, además, en la raza humana existen sesgos cognitivos difíciles de eliminar, estos deben ser perseguidos con firmeza. Lo individual, en definitiva, salta por los aires y la conciencia personal queda arrinconada en aras de una política impuesta por minorías cada vez más agresivas. El conflicto, por tanto, está servido en bandeja. 

Wokismo y cultura de la cancelación  

La cultura de la cancelación es una evolución de lo radicalmente woke. Si hemos despertado y hemos abiertos los ojos, ahora somos conscientes de los errores y pecados del pasado. De aquí se llega al revisionismo histórico en un intento vano por justificar hechos de siglos anteriores con los parámetros actuales. Como esa mirada a lo acaecido en otras épocas que no se ajusta a los valores contemporáneos, comienza la cancelación, que no es más que una forma de negación de buena parte de la herencia histórica o artística del pasado. El adoctrinamiento bajo coacción está servido. Y este es el primer paso para la persecución del disidente, la mordaza de la libertad y, en último extremo, la tiranía. En este caldo de cultivo ha encontrado una justa oposición los detractores del wokismo. Son los que alertan de los peligros de una imposición sin fundamento ni razón de minorías resentidas que, por la fuerza, quieren imponer sus puntos de vista.  

La cultura de la cancelación tanto de hechos o personajes históricos como de figuras contemporáneas que se atreven a alzar la voz corre el riesgo de desembocar en una distopía. Nos encontraríamos ante una guerra abierta entre aquellos que miran el mundo desde las fronteras de la realidad y la inmensa mayoría defensora de un modelo vital más o menos tradicional. En la actualidad, en ciertos países occidentales, el wokismo (que nació con reivindicaciones justas recordemos) se ha atrincherado en lobbys de poder que imponen leyes y normas basadas, a decir de los críticos, en el mero chantaje. Está abonando, por tanto, un campo minado en el que la confrontación es la norma diaria.  

¿Por qué hay un rechazo a la cultura woke?  

En primer lugar, por la polarización en la que se ha instalado los defensores de estas minorías. Estás conmigo o contra mí. Si no piensas como yo, eres el enemigo y además a abatir cuanto antes. El siguiente paso ha sido influir en las altas instancias políticas con el fin de crear un listado  creciente de tribus históricas oprimidas. A las mujeres y comunidades indígenas o de raza negra se unen los homosexuales, transexuales, los discapacitados y los que no encontraron un lugar en el centro del mundo. Por último, la presión de estas colectividades ha llegado hasta las más altas instancias políticas creando cuotas de inclusión o discriminación positiva. Estas se han estirado tanto, además, que se han incluido en esos supuestos marginados colectividades o individuos que, en principio, no necesitan de esa inclusión. Lo woke ha llegado al extremo, en España, por poner el caso del asunto trans, de encontrarse con un fuerte oposición por parte de psiquiatras, educadores y familias. La teoría, en su afán por reivindicar las necesidades de personas antes perseguidas, está inculcando en niños y niñas de corta edad ideas confusas y peligrosas para su sano desarrollo como personas. 

En resumidas cuentas, la cultura woke se nutre de unas bases reivindicativas justas que casi nadie sensato rebate a un lado y otro del espectro político. Sin embargo, el modelo para hacerlas valer es el de la imposición, el conmigo o contra mí, el del chantaje emocional a nivel colectivo que recuerda una y otra vez supuestas faltas históricas, en el de la superioridad moral a nivel tóxico y en un resentimiento crónico. Y las propuestas para que estos grupos antaño marginados salgan del ostracismo es el adoctrinamiento social y, además, a edades tempranas. Ni que decir tiene que este tipo de ideologías extremas desparramadas entre niños de corta edad conllevan, en un porcentaje elevado, la destrucción de las bases de la personalidad al confundir lo privado con lo público, lo individual con lo cívico, la duda con la verdad y lo personal con lo colectivo. 

[Lo woke] reduce la vida social a un conflicto permanente entre opresores y oprimidos.  

Albert Moler

Se trataría de una tiranía de las minorías; o mejor dicho, de quienes se erigen en sus representantes y defensores. Cuando el tirano forma parte de la sociedad, esta puede ejercer una tiranía más peligrosa contra la libertad que la opresión política porque esta tiranía puede penetrar hasta la médula social y extenderse hasta las ideas, el corazón y el alma de toda sociedad. 

Pablo Sánchez Garrido en Nueva Revista 

La cultura woke, nacida de la justa reivindicación se vuelve, por tanto, en una forma más de opresión al entrar en un conflicto permanente entre grupos, al querer hacer saltar por los aires los modelos familiares tradicionales que han amparado a la raza humana durante milenios, al proponer el fin de capitalismo sin alternativa creíble, al confundir con teorías (a veces descabelladas) a los niños sin capacidad de discernimiento y al pretender que tanto las justas como las aparentes necesidades de las minorías se impongan a la mayoría. Y todo ello ha surgido en la civilización occidental, democrática, libre y liberal asentada sobre el humanismo cristiano y que abraza los ideales de igualdad o fraternidad de la Revolución Francesa. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

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Según la RAE, la meritocracia es un sistema de gobierno en el que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales. Esto supone, en esencia, que el liderazgo y los trabajos de nivel estarían copados por aquellos que han hecho méritos para ello, bien por talento, por esfuerzo o una combinación de ambas virtudes. Por tanto, la meritocracia es un sistema social (tan perfecto que se acerca a la utopía) en el que los mejor preparados guiarían al resto. Sin embargo, como ya han puesto de manifiesto múltiples autores, la meritocracia tiene tantas trampas que se ha convertido en una suerte de sistema aristocrático empeñado en frenar el ascensor social. 

Qué es la meritocracia  

Aunque, en esencia, ningún país se rige por esta fórmula de gobierno o administración, el término se ha traído y se ha llevado en las últimas décadas como si de un mantra se tratara. Se apela a que, con esfuerzo, tesón, sacrificio y talento, cualquiera (sea de la condición social que sea) puede alcanzar los mayores puestos de responsabilidad. Y eso implica, por supuesto, una mayor remuneración económica, beneficios a todos los niveles y posibilidad de ejercer el poder. 

La meritocracia se sustenta en los principios de igualdad y justicia. Es una forma social que, organizada de forma perfecta, contribuye al progreso social y a la equidad. El término fue propuesto en 1958 por el sociólogo estadounidense Michael Young en su obra The Rise of the Meritocracy. La fórmula, por tanto, está asociada a los sistemas democráticos liberales tras la II Guerra Mundial. Los mismos que aceptaron no solo la Declaración de los Derechos Humanos sino también principios de justicia social y de igualdad de oportunidades. Para Young, la meritocracia sería la encargada de crear un nuevo orden social en el que las élites inteligentes y formadas estuvieran en la cúspide de una pirámide sostenida por aquellos que renunciaron (por cualquier motivo) a prosperar. Según sus palabras: 

…los talentosos tienen la oportunidad de alcanzar el nivel que se muestra de acuerdo con sus capacidades, y las clases bajas por lo tanto están pensadas para aquellos que tienen peores habilidades.

Orígenes políticos del concepto 

Todo comenzó con la “Igualdad, Fraternidad y Libertad” de la Revolución Francesa (1789). Un nuevo orden social se abría para acabar con los desmanes de una aristocracia nobiliaria y monárquica ajena a los graves problemas sociales. Al establecer esa igualdad entre los individuos (independientemente de su nacimiento) se les daba, también, las herramientas para salir de la pobreza por sus propios medios.  

El siguiente hito es esa América de las oportunidades en las que el primer autor de la meritocracia concibió su obra (a partir de los años cincuenta del siglo XX). Cualquiera (con trabajo, tesón y una  buena idea) podía alcanzar las cumbres del éxito, extremo demostrado con cientos de nombres de personas que, de la nada, lograron hacerse un hueco de valor en la sociedad. Paralelamente, en Inglaterra, también tras la Segunda Guerra Mundial, se intentó poner en valor un sistema educativo que formara a todos los individuos de todas las clases sociales para que así contribuyeran al progreso propio y al común. Otra cosa muy distinta es que (bien entrado el siglo XXI) la de este país sea una sociedad elitista donde aún importan (y mucho) los clubs sociales exclusivos, los colegios de élite y las familias que copan buena parte de la política, el poder y la economía.

Ejemplos de meritocracia 

¿Quiero decir con esto que llevo expuesto que la meritocracia no existe? Por supuesto que sí existe y tenemos ejemplos que lo avalan. Pero de ahí a aceptar a que vivamos en un universo perfecto en el que la condición social, la educación recibida, la agenda y el círculo social no influyan en la elección de esos puestos va un trecho. Es más, los últimos estudios se encaminan en esta línea: en aceptar que la meritocracia por sí misma no funciona y que el ascensor social (en España, en algunos puntos de Europa e, incluso, en Estados Unidos) se ha quedado parado.  

Buenos ejemplos de meritocracia que merecen nuestro reconocimiento y admiración son esos deportistas que llegan al podio de lo más alto desde la más absoluta pobreza, o contados empresarios (Amancio Ortega, dueño de Inditex) que, con lucidez, talento y buenas dosis de suerte, logran amasar un imperio o aquellos que, de manera limpia, ganan oposiciones, aunque provengan de los estratos más bajos de la sociedad. De hecho, en España, ha sido el sistema más transparente (al menos hasta hace un par de décadas) para subirse a ese dorado ascensor social.  

En España, podríamos poner también como ejemplo todos esos individuos anónimos que en la década de los ochenta con tesón, ilusión y esfuerzo, lograron salir por méritos propios de una situación de escasez familiar para copar los escalones de la clase media alta. Se hizo a través del acceso a la universidad y con esa formación se ocupó, por oposiciones, los puestos de la administración o bien era posible trabajar en profesiones liberales con holgura económica y amplias miras culturales.

Meritocracia, ascensor social e igualdad de oportunidades: ¿dónde está la trampa? 

En los últimos años, autores como Michael Sandel (1953) o Daniel Markovits (1969), todos ellos pertenecientes a los claustros de las universidades más prestigiosas del planeta, como Yale o Harvard, nos advierten sobre las trampas de la meritocracia actual en la que prima la educación y la familia más que otros condicionantes. Los últimos estudios demuestran, así, que es más fácil acceder a puestos de élite, de responsabilidad, de mejor remuneración y también con posibilidad de influir en la política, si se pertenece a una familia universitaria, estructurada y que ha invertido en educación. Por tanto, la tan ansiada meritocracia, con la llave para ese ascensor social deseado, se presenta con muchas fallas. 

No es la que dispone de grandes posesiones de tierras o de inmuebles (aunque también) sino la que ha invertido desde el minuto uno en buenos colegios de élite para sus vástagos y en aquellos conocimientos que, de antemano, saben que son de utilidad para las competencias laborales de un mundo cambiante. Si esto se completa con formación en idiomas, cosmopolita e internacional tenemos los currículum perfectos para copar esos deseados puestos. Michael Sandel denomina a este proceso retórica del ascenso y lo describe de la siguiente manera.  

Los padres adinerados son capaces de transmitir sus privilegios a sus hijos, no dejándoles en herencia grandes propiedades sino dándoles ventajas educativas y culturales para ser admitidos en las universidades. 

Los últimos estudios van más allá y afinan un poco más los condicionantes que se encuentran detrás de la meritocracia.  Hablan del barrio, la vivienda, la cosmovisión, los gustos culturales y hasta se relacionan con parámetros aparentemente ajenos como la obesidad o las posibilidades de delinquir.  El fenómeno, por tanto, es complejo y no solo puede circunscribirse a lo económico.  

La denominada trampa de la meritocracia 

Esta supuesta tiranía de la meritocracia (cuando se conoce y acepta) conllevaría, por tanto, que no nos esforzáremos por conseguir un progreso que una élite obtiene por mero privilegio. Y, vamos a más, al apelarse al término (como si de Dios se tratara) los que ya forman parte de ella se auto convencen de que su trabajo vale exponencialmente más de los que están debajo. Además, defienden que aquello que han conseguido es por causa únicamente de méritos propios sin tener en cuenta el sustrato social, económico, familiar y cultural que hay detrás. Y vamos a más, ya que esa élite tiende a pensar que los que se han quedado atrás son responsables de su situación alimentando más la bola de la injusticia y la desafección. Así se está llegando a dividir a los individuos en dos bandos: los ganadores y los perdedores. 

La meritocracia crea arrogancia entre los ganadores y humillación hacia los que se han quedado atrás… El incremento de la desigualdad está causado mayormente no por el conflicto entre capital y trabajo, no porque los dueños estén quedándose los ingresos de los trabajadores. Es un conflicto dentro del trabajo, entre la élite laboral y la clase media laboral. Los trabajadores 'superordinados' -de la élite- quitan ingresos a los trabajadores ordinarios. La principal reivindicación del libro es que esa es la causa dominante del incremento de la desigualdad. La segunda, es que este modelo de meritocracia en la educación y en el trabajo es la causa de la concentración de los ingresos en las élites y que la meritocracia se ha convertido no en una forma de igualdad de oportunidades, sino en un método para transmitir privilegios generación tras generación, es decir, una nueva forma de aristocracia basada ahora en la escuela y el trabajo en lugar de en tener tierras.

Daniel Markovits: La trampa de la meritocracia 

El status quo aceptado (los de arriba son meritocráticos y, por tanto, saben lo que hacen) saltó por los aires a partir de la crisis de 2008, cuando la población comenzó a ver las miserias de un sistema burocrático poblado por incapaces a la hora de ofrecer soluciones a las problemáticas existentes y, además, a veces vergonzosamente, aferrados a sus puestos por considerarlos meritocráticos. Esta idea se ha agudizado en estos quince últimos años alimentando posturas políticas radicales que nacen de una fuerte desafección entre las élites y la sociedad a la que supuestamente los primeros deben servir. Por tanto, un término positivo y de justicia social, se ha pervertido de tal manera que, al día de hoy, es considerado una trampa o una tiranía y no solo a nivel político o cívico sino también en el plano individual y hasta espiritual.  

Una vuelta de tuerca hacia la autoexplotación  

Si la meritocracia promete un sistema en el que cada uno somos responsables de nuestro propio éxito y, también, del fracaso personal, al aceptarla podemos incurrir en lo que el también famoso filósofo de la Universidad de Berlín Byung-Chul Han (1959) denomina autoexplotación. Esto es, nos vamos exigiendo a nosotros mismos cada vez más hasta el límite de la extenuación para alcanzar un emplazamiento que no viene condicionado únicamente por nuestro talento, virtudes o dotes. Todo esto puede conllevar un profundo sentimiento de frustración personal. 

En el otro extremo, nos encontramos el fatalismo de la llamada Gran Renuncia (en Estados Unidos) o la Ley del Mínimo Esfuerzo (en los países latinos). Estaríamos, por tanto, en un tiempo dionisiaco (siguiendo la división de Nietzsche) en el que prima el caos, el pesimismo, el resentimiento y la frustración, caldo de cultivo para movimientos violentos. En países, tal cual es el caso de España, en el que se percibe la decadencia, la falta de oportunidades y el inmovilismo, se está aceptando, no sin buenas dosis de resignación, que el éxito, el progreso y el crecimiento solo puede ser discreto o parcial. Y eso, además, exige bastantes sacrificios si no acompaña un punto de partida de privilegio o de esquiva buena suerte. 

Y ya no solo se considera una trampa la meritocracia sino también el término de resiliencia acuñado por Boris Cyrulnik (1937). Es más, en el último libro del autor, Psicoecología (2021), aborda desde otra perspectiva, el camino de la nueva meritocracia, basada en los estudios de nivel.

Meritocracia 

Autores que han abordado la meritocracia 

1.- Michael Young (1915-2002) fue el primer sociólogo que abordó el tema con perspectiva política. 

2.- Michael Sandel (1953) es profesor de la Universidad de Harvard. Considerado una super estrella de la filosofía, obtuvo el premio Princesa de Asturias en el año 2018 en la modalidad de Ciencias Sociales. Sus obras de referencia sobre el tema son La tiranía del mérito ¿Qué ha sido del bien común? (2020) y Justicia: ¿Hacemos lo que debemos? (2011).

3.- Daniel Markovits (1969) de la Universidad de Yale con su obra La trampa de la meritocracia (2019) está llegando a un público amplio y receptivo. 

4.- Byung-Chul Han (1959), de la Universidad de Berlín, aunque desde otra perspectiva, ahonda en el concepto de autoexplotación que supone el afán, a toda costa, de seguir los dictados de la meritocracia. 

5.- Cornell Robert Frank (1945) es profesor de economía y escribre una columna en The New York Times donde aborda esta temática junto con asuntos de desigualdad económica, polarización social, enfrentamientos entre grupos y la desafección política. 

Entonces, si la meritocracia, tal como se nos presenta en estas primeras décadas del siglo XXI, ha fracaso o se ha corrompido, ¿dónde quedan las posibilidades de progreso prometidas por el ascensor social? 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación  

 

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Según la RAE, la meritocracia es un sistema de gobierno en el que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales. Esto supone, en esencia, que el liderazgo y los trabajos de nivel estarían copados por aquellos que han hecho méritos para ello, bien por talento, por esfuerzo o una combinación de ambas virtudes. Por tanto, la meritocracia es un sistema social (tan perfecto que se acerca a la utopía) en el que los mejor preparados guiarían al resto. Sin embargo, como ya han puesto de manifiesto múltiples autores, la meritocracia tiene tantas trampas que se ha convertido en una suerte de sistema aristocrático empeñado en frenar el ascensor social. 

Qué es la meritocracia  

Aunque, en esencia, ningún país se rige por esta fórmula de gobierno o administración, el término se ha traído y se ha llevado en las últimas décadas como si de un mantra se tratara. Se apela a que, con esfuerzo, tesón, sacrificio y talento, cualquiera (sea de la condición social que sea) puede alcanzar los mayores puestos de responsabilidad. Y eso implica, por supuesto, una mayor remuneración económica, beneficios a todos los niveles y posibilidad de ejercer el poder. 

La meritocracia se sustenta en los principios de igualdad y justicia. Es una forma social que, organizada de forma perfecta, contribuye al progreso social y a la equidad. El término fue propuesto en 1958 por el sociólogo estadounidense Michael Young en su obra The Rise of the Meritocracy. La fórmula, por tanto, está asociada a los sistemas democráticos liberales tras la II Guerra Mundial. Los mismos que aceptaron no solo la Declaración de los Derechos Humanos sino también principios de justicia social y de igualdad de oportunidades. Para Young, la meritocracia sería la encargada de crear un nuevo orden social en el que las élites inteligentes y formadas estuvieran en la cúspide de una pirámide sostenida por aquellos que renunciaron (por cualquier motivo) a prosperar. Según sus palabras: 

…los talentosos tienen la oportunidad de alcanzar el nivel que se muestra de acuerdo con sus capacidades, y las clases bajas por lo tanto están pensadas para aquellos que tienen peores habilidades.

Orígenes políticos del concepto 

Todo comenzó con la “Igualdad, Fraternidad y Libertad” de la Revolución Francesa (1789). Un nuevo orden social se abría para acabar con los desmanes de una aristocracia nobiliaria y monárquica ajena a los graves problemas sociales. Al establecer esa igualdad entre los individuos (independientemente de su nacimiento) se les daba, también, las herramientas para salir de la pobreza por sus propios medios.  

El siguiente hito es esa América de las oportunidades en las que el primer autor de la meritocracia concibió su obra (a partir de los años cincuenta del siglo XX). Cualquiera (con trabajo, tesón y una  buena idea) podía alcanzar las cumbres del éxito, extremo demostrado con cientos de nombres de personas que, de la nada, lograron hacerse un hueco de valor en la sociedad. Paralelamente, en Inglaterra, también tras la Segunda Guerra Mundial, se intentó poner en valor un sistema educativo que formara a todos los individuos de todas las clases sociales para que así contribuyeran al progreso propio y al común. Otra cosa muy distinta es que (bien entrado el siglo XXI) la de este país sea una sociedad elitista donde aún importan (y mucho) los clubs sociales exclusivos, los colegios de élite y las familias que copan buena parte de la política, el poder y la economía.

Ejemplos de meritocracia 

¿Quiero decir con esto que llevo expuesto que la meritocracia no existe? Por supuesto que sí existe y tenemos ejemplos que lo avalan. Pero de ahí a aceptar a que vivamos en un universo perfecto en el que la condición social, la educación recibida, la agenda y el círculo social no influyan en la elección de esos puestos va un trecho. Es más, los últimos estudios se encaminan en esta línea: en aceptar que la meritocracia por sí misma no funciona y que el ascensor social (en España, en algunos puntos de Europa e, incluso, en Estados Unidos) se ha quedado parado.  

Buenos ejemplos de meritocracia que merecen nuestro reconocimiento y admiración son esos deportistas que llegan al podio de lo más alto desde la más absoluta pobreza, o contados empresarios (Amancio Ortega, dueño de Inditex) que, con lucidez, talento y buenas dosis de suerte, logran amasar un imperio o aquellos que, de manera limpia, ganan oposiciones, aunque provengan de los estratos más bajos de la sociedad. De hecho, en España, ha sido el sistema más transparente (al menos hasta hace un par de décadas) para subirse a ese dorado ascensor social.  

En España, podríamos poner también como ejemplo todos esos individuos anónimos que en la década de los ochenta con tesón, ilusión y esfuerzo, lograron salir por méritos propios de una situación de escasez familiar para copar los escalones de la clase media alta. Se hizo a través del acceso a la universidad y con esa formación se ocupó, por oposiciones, los puestos de la administración o bien era posible trabajar en profesiones liberales con holgura económica y amplias miras culturales.

Meritocracia, ascensor social e igualdad de oportunidades: ¿dónde está la trampa? 

En los últimos años, autores como Michael Sandel (1953) o Daniel Markovits (1969), todos ellos pertenecientes a los claustros de las universidades más prestigiosas del planeta, como Yale o Harvard, nos advierten sobre las trampas de la meritocracia actual en la que prima la educación y la familia más que otros condicionantes. Los últimos estudios demuestran, así, que es más fácil acceder a puestos de élite, de responsabilidad, de mejor remuneración y también con posibilidad de influir en la política, si se pertenece a una familia universitaria, estructurada y que ha invertido en educación. Por tanto, la tan ansiada meritocracia, con la llave para ese ascensor social deseado, se presenta con muchas fallas. 

No es la que dispone de grandes posesiones de tierras o de inmuebles (aunque también) sino la que ha invertido desde el minuto uno en buenos colegios de élite para sus vástagos y en aquellos conocimientos que, de antemano, saben que son de utilidad para las competencias laborales de un mundo cambiante. Si esto se completa con formación en idiomas, cosmopolita e internacional tenemos los currículum perfectos para copar esos deseados puestos. Michael Sandel denomina a este proceso retórica del ascenso y lo describe de la siguiente manera.  

Los padres adinerados son capaces de transmitir sus privilegios a sus hijos, no dejándoles en herencia grandes propiedades sino dándoles ventajas educativas y culturales para ser admitidos en las universidades. 

Los últimos estudios van más allá y afinan un poco más los condicionantes que se encuentran detrás de la meritocracia.  Hablan del barrio, la vivienda, la cosmovisión, los gustos culturales y hasta se relacionan con parámetros aparentemente ajenos como la obesidad o las posibilidades de delinquir.  El fenómeno, por tanto, es complejo y no solo puede circunscribirse a lo económico.  

La denominada trampa de la meritocracia 

Esta supuesta tiranía de la meritocracia (cuando se conoce y acepta) conllevaría, por tanto, que no nos esforzáremos por conseguir un progreso que una élite obtiene por mero privilegio. Y, vamos a más, al apelarse al término (como si de Dios se tratara) los que ya forman parte de ella se auto convencen de que su trabajo vale exponencialmente más de los que están debajo. Además, defienden que aquello que han conseguido es por causa únicamente de méritos propios sin tener en cuenta el sustrato social, económico, familiar y cultural que hay detrás. Y vamos a más, ya que esa élite tiende a pensar que los que se han quedado atrás son responsables de su situación alimentando más la bola de la injusticia y la desafección. Así se está llegando a dividir a los individuos en dos bandos: los ganadores y los perdedores. 

La meritocracia crea arrogancia entre los ganadores y humillación hacia los que se han quedado atrás… El incremento de la desigualdad está causado mayormente no por el conflicto entre capital y trabajo, no porque los dueños estén quedándose los ingresos de los trabajadores. Es un conflicto dentro del trabajo, entre la élite laboral y la clase media laboral. Los trabajadores 'superordinados' -de la élite- quitan ingresos a los trabajadores ordinarios. La principal reivindicación del libro es que esa es la causa dominante del incremento de la desigualdad. La segunda, es que este modelo de meritocracia en la educación y en el trabajo es la causa de la concentración de los ingresos en las élites y que la meritocracia se ha convertido no en una forma de igualdad de oportunidades, sino en un método para transmitir privilegios generación tras generación, es decir, una nueva forma de aristocracia basada ahora en la escuela y el trabajo en lugar de en tener tierras.

Daniel Markovits: La trampa de la meritocracia 

El status quo aceptado (los de arriba son meritocráticos y, por tanto, saben lo que hacen) saltó por los aires a partir de la crisis de 2008, cuando la población comenzó a ver las miserias de un sistema burocrático poblado por incapaces a la hora de ofrecer soluciones a las problemáticas existentes y, además, a veces vergonzosamente, aferrados a sus puestos por considerarlos meritocráticos. Esta idea se ha agudizado en estos quince últimos años alimentando posturas políticas radicales que nacen de una fuerte desafección entre las élites y la sociedad a la que supuestamente los primeros deben servir. Por tanto, un término positivo y de justicia social, se ha pervertido de tal manera que, al día de hoy, es considerado una trampa o una tiranía y no solo a nivel político o cívico sino también en el plano individual y hasta espiritual.  

Una vuelta de tuerca hacia la autoexplotación  

Si la meritocracia promete un sistema en el que cada uno somos responsables de nuestro propio éxito y, también, del fracaso personal, al aceptarla podemos incurrir en lo que el también famoso filósofo de la Universidad de Berlín Byung-Chul Han (1959) denomina autoexplotación. Esto es, nos vamos exigiendo a nosotros mismos cada vez más hasta el límite de la extenuación para alcanzar un emplazamiento que no viene condicionado únicamente por nuestro talento, virtudes o dotes. Todo esto puede conllevar un profundo sentimiento de frustración personal. 

En el otro extremo, nos encontramos el fatalismo de la llamada Gran Renuncia (en Estados Unidos) o la Ley del Mínimo Esfuerzo (en los países latinos). Estaríamos, por tanto, en un tiempo dionisiaco (siguiendo la división de Nietzsche) en el que prima el caos, el pesimismo, el resentimiento y la frustración, caldo de cultivo para movimientos violentos. En países, tal cual es el caso de España, en el que se percibe la decadencia, la falta de oportunidades y el inmovilismo, se está aceptando, no sin buenas dosis de resignación, que el éxito, el progreso y el crecimiento solo puede ser discreto o parcial. Y eso, además, exige bastantes sacrificios si no acompaña un punto de partida de privilegio o de esquiva buena suerte. 

Y ya no solo se considera una trampa la meritocracia sino también el término de resiliencia acuñado por Boris Cyrulnik (1937). Es más, en el último libro del autor, Psicoecología (2021), aborda desde otra perspectiva, el camino de la nueva meritocracia, basada en los estudios de nivel.

Meritocracia 

Autores que han abordado la meritocracia 

1.- Michael Young (1915-2002) fue el primer sociólogo que abordó el tema con perspectiva política. 

2.- Michael Sandel (1953) es profesor de la Universidad de Harvard. Considerado una super estrella de la filosofía, obtuvo el premio Princesa de Asturias en el año 2018 en la modalidad de Ciencias Sociales. Sus obras de referencia sobre el tema son La tiranía del mérito ¿Qué ha sido del bien común? (2020) y Justicia: ¿Hacemos lo que debemos? (2011).

3.- Daniel Markovits (1969) de la Universidad de Yale con su obra La trampa de la meritocracia (2019) está llegando a un público amplio y receptivo. 

4.- Byung-Chul Han (1959), de la Universidad de Berlín, aunque desde otra perspectiva, ahonda en el concepto de autoexplotación que supone el afán, a toda costa, de seguir los dictados de la meritocracia. 

5.- Cornell Robert Frank (1945) es profesor de economía y escribre una columna en The New York Times donde aborda esta temática junto con asuntos de desigualdad económica, polarización social, enfrentamientos entre grupos y la desafección política. 

Entonces, si la meritocracia, tal como se nos presenta en estas primeras décadas del siglo XXI, ha fracaso o se ha corrompido, ¿dónde quedan las posibilidades de progreso prometidas por el ascensor social? 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación  

 

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El regeneracionismo en España fue un movimiento histórico, posteriormente trasladado a la literatura, surgido a mediados del siglo XIX como reacción a la decadencia social, económica, cultural y política del país. Este se explica por el imparable deterioro de las condiciones de vida generales, por el atraso en la ciencia o en la investigación (prácticamente nula) y por la creciente brecha con Europa. El regeneracionismo se encuadra en lo que se ha venido en llamar “el problema de España” o el “dolor por España” que es una de las características de la Generación del 98, uno de las más influyentes de la época, junto con el realismo literario

Bases históricas que explican el movimiento 

El siglo XIX comienza en España con la invasión por parte del ejército de Napoleón y la posterior Guerra de la Independencia (1808-1814). Durante el conflicto se pone en evidencia la fractura entre el pueblo y la élite afrancesada defensora a ultranza de los principios de la cultura del Neoclasicismo. Es el amor por la razón, por la ciencia empírica y por la educación lo que lleva a estos ilustrados a defender el modelo social y político del invasor. Sin embargo, el pueblo (y algunos miembros de la clase alta que todo hay que decirlo) tenían otras ideas. No tardaron en levantarse en armas azuzados anímicamente por el patriotismo, base del nacionalismo. Resumiendo mucho, los horrores de esos días están perfectamente simbolizados en la obra maestra de Francisco de Goya Los fusilamientos del 3 de mayo

El resultado del conflicto, recordemos, fue la expulsión del invasor pero, a la vez, supuso la vuelta del nefasto Fernando VII (1784-1833). El fracaso de las Cortes de Cádiz (1812) y el regreso al absolutismo empeoraron aún más el clima socio económico general. Todo se agravó tras la muerte del rey, las sucesivas y posteriores guerras carlistas y el intento desesperado en el reinado de Isabel II (1830-1868) de aplacar la confrontación (casi a muerte) entre los conservadores y liberales. La sucesión de distintos gobiernos en alternancia entre liberales y conservadores, como un carrusel, supuso un agravamiento de las condiciones de vida, de la política, de la cultura y del prestigio internacional. Para remate, este saltó por los aires en 1898 con la pérdida de Cuba, la última de las colonias de lo que fue uno de los mayores imperios sobre la tierra. 

Antecedentes del regeneracionismo en España 

Con este panorama de pérdida de influencia internacional, abandono de la moderación política, profunda crisis económica, revueltas sociales, hambre y deterioro cultural no es de extrañar que el ambiente fuera de absoluto pesimismo. El abatimiento era tal que se llegó, incluso, a un sentimiento de inferioridad que no desapareció hasta las últimas décadas del siglo XX. Con estos mimbres nace el regeneracionismo en España, aunque el asunto se venía tratando desde mucho antes: desde Mariano José de Larra (1809-1837). Recordemos que el autor romántico se duele por la situación de una nación sumida en el atraso, sin gusto por la instrucción práctica y que delega la responsabilidad individual en “poderes superiores” sean estos terrenales o celestiales. Todos estos principios lo recogen los regeneracionistas. Aún así, investigadores hay que remiten la temática a Cervantes o Baltasar Gracián, en pleno siglo XVII, justo cuando comienza la decadencia de la nación.

En todos ellos hay un nexo reivindicativo en común: la importancia de la educación como única vía para el progreso tanto material como espiritual. Se suceden las críticas a la endogamia en los estudios superiores, a la ineficacia de las asignaturas poco prácticas y a la baja formación de un pueblo que no lograba aumentar los porcentajes de alfabetización. El ala liberal sumaría a las críticas, además, la excesiva dependencia de la Iglesia y la injerencia de los dogmas en la vida civil. Este estado de cosas coartaba la autocrítica, primera piedra para el progreso, tanto en el plano individual como en el social.  

Autores regeneracionistas 

Como veremos a continuación, la corriente fue asumida por algunos autores del realismo literario, tal es el caso de Benito Pérez Galdós (1843-1920) y, especialmente, por la Generación del 98. Sin embargo, en un primer momento, se desarrolló en el campo de la historia y de las ideas. Anotamos los siguientes nombres:  

1.- Joaquín Costa (1844-1914) viaja a la Exposición Universal de París de 1867. Allí, por comparación, se da cuenta de la decadencia, en todos los órdenes, de España. A su vuelta, asume los principios del krausismo con su defensa de los derechos humanos, amor por la naturaleza y el pensamiento simbólico. Fue lo que se conoce como un europeísta cuya obra instaba a profundas reformas y a la reconstrucción desde los cimientos mismos de la sociedad. Para ello, volvemos una y otra vez más, era necesario un cambio radical en el modelo educativo y en los porcentajes de instrucción, que debía hacerse general. Su obra más importante, Reconstrucción y europeización de España (1900), aborda temática diversa, desde política hasta economía pasando por derecho. Su pensamiento se resume en esta frase: 

La escuela y la despensa, la despensa y la escuela; no hay otras llaves capaces de abrir camino a la regeneración española. 

2.- Ricardo Macías Picavea (1846-1899) también trata los problemas educativos en su obra El problema nacional (1891). Está considerado uno de los precursores de la Generación del 98.  

3.- Ángel Ganivet (1865-1898), aunque es considerado uno de los autores de la Generación del 98, es también uno de los más importantes representantes regeneracionistas. En su obra Idearium español (1897) aborda la esencia de un pueblo caracterizado como abúlico, demasiado estoico (y por tanto derrotista) y sin amor por la acción que es el motor del cambio. Califica el espíritu español de religioso, artístico y dado a empresas utópicas que desgastan inútilmente. Para él, España es quijotesca, con tendencia a la imaginación más que a acciones prácticas. 

Regeneracionismo y Generación del 98  

Los más brillantes frutos del movimiento se dieron en la primera etapa de la Generación del 98. A raíz de la pérdida de Cuba se forma el llamado Grupo de los Tres: Pío Baroja (1872-1956), Ramiro de Maeztu (1874-1936) y José Martínez Ruíz (Azorín) (1873-1967). Estos piden ayuda al que ya era un auténtico maestro: Miguel de Unamuno (1864-1936). En 1901 (en línea con los movimientos de vanguardia europeos que comienzan a proliferar) redactan el Manifiesto Regeneracionista. En sus páginas se duelen por la decadencia de España y manifiestan un particular desasosiego que continuará durante buena parte del siglo XX. Este escrito tiene un profundo espíritu reivindicativo. Esto es, aciertan a reseñar los males del país y proponen soluciones. Una vez más, fían cualquier solución a la educación.

En una segunda etapa, tanto estos autores, como los que se van sumando, como es el caso de Antonio Machado (1875-1939), van desarrollando en sus escritos un tono completamente literario llegando, incluso, al lirismo. De la reivindicación se pasa al dolor por una tierra yerma (simbolizada en Castilla), solitaria, vacía, anclada en la tradición e, incluso, en la sumisión. Y de aquí se llega al lirismo, a la subjetividad individual, a la canción íntima que ha dado poemas de altura universal como son A Jose María Palacios o Al olmo viejo, ambos de Antonio Machado.  

El regeneracionismo en España, para terminar, continúa durante las primeras décadas del siglo XX y se ve sobrepasado por los acontecimientos históricos de la de los treinta. Ese reguero de revueltas, revoluciones, represiones y sangre que desemboca en la Guerra Civil Española resbala al país (y posteriormente al resto de Europa) en otros derroteros de los que no se saldrá hasta las últimas décadas del siglo. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

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El regeneracionismo en España fue un movimiento histórico, posteriormente trasladado a la literatura, surgido a mediados del siglo XIX como reacción a la decadencia social, económica, cultural y política del país. Este se explica por el imparable deterioro de las condiciones de vida generales, por el atraso en la ciencia o en la investigación (prácticamente nula) y por la creciente brecha con Europa. El regeneracionismo se encuadra en lo que se ha venido en llamar “el problema de España” o el “dolor por España” que es una de las características de la Generación del 98, uno de las más influyentes de la época, junto con el realismo literario

Bases históricas que explican el movimiento 

El siglo XIX comienza en España con la invasión por parte del ejército de Napoleón y la posterior Guerra de la Independencia (1808-1814). Durante el conflicto se pone en evidencia la fractura entre el pueblo y la élite afrancesada defensora a ultranza de los principios de la cultura del Neoclasicismo. Es el amor por la razón, por la ciencia empírica y por la educación lo que lleva a estos ilustrados a defender el modelo social y político del invasor. Sin embargo, el pueblo (y algunos miembros de la clase alta que todo hay que decirlo) tenían otras ideas. No tardaron en levantarse en armas azuzados anímicamente por el patriotismo, base del nacionalismo. Resumiendo mucho, los horrores de esos días están perfectamente simbolizados en la obra maestra de Francisco de Goya Los fusilamientos del 3 de mayo

El resultado del conflicto, recordemos, fue la expulsión del invasor pero, a la vez, supuso la vuelta del nefasto Fernando VII (1784-1833). El fracaso de las Cortes de Cádiz (1812) y el regreso al absolutismo empeoraron aún más el clima socio económico general. Todo se agravó tras la muerte del rey, las sucesivas y posteriores guerras carlistas y el intento desesperado en el reinado de Isabel II (1830-1868) de aplacar la confrontación (casi a muerte) entre los conservadores y liberales. La sucesión de distintos gobiernos en alternancia entre liberales y conservadores, como un carrusel, supuso un agravamiento de las condiciones de vida, de la política, de la cultura y del prestigio internacional. Para remate, este saltó por los aires en 1898 con la pérdida de Cuba, la última de las colonias de lo que fue uno de los mayores imperios sobre la tierra. 

Antecedentes del regeneracionismo en España 

Con este panorama de pérdida de influencia internacional, abandono de la moderación política, profunda crisis económica, revueltas sociales, hambre y deterioro cultural no es de extrañar que el ambiente fuera de absoluto pesimismo. El abatimiento era tal que se llegó, incluso, a un sentimiento de inferioridad que no desapareció hasta las últimas décadas del siglo XX. Con estos mimbres nace el regeneracionismo en España, aunque el asunto se venía tratando desde mucho antes: desde Mariano José de Larra (1809-1837). Recordemos que el autor romántico se duele por la situación de una nación sumida en el atraso, sin gusto por la instrucción práctica y que delega la responsabilidad individual en “poderes superiores” sean estos terrenales o celestiales. Todos estos principios lo recogen los regeneracionistas. Aún así, investigadores hay que remiten la temática a Cervantes o Baltasar Gracián, en pleno siglo XVII, justo cuando comienza la decadencia de la nación.

En todos ellos hay un nexo reivindicativo en común: la importancia de la educación como única vía para el progreso tanto material como espiritual. Se suceden las críticas a la endogamia en los estudios superiores, a la ineficacia de las asignaturas poco prácticas y a la baja formación de un pueblo que no lograba aumentar los porcentajes de alfabetización. El ala liberal sumaría a las críticas, además, la excesiva dependencia de la Iglesia y la injerencia de los dogmas en la vida civil. Este estado de cosas coartaba la autocrítica, primera piedra para el progreso, tanto en el plano individual como en el social.  

Autores regeneracionistas 

Como veremos a continuación, la corriente fue asumida por algunos autores del realismo literario, tal es el caso de Benito Pérez Galdós (1843-1920) y, especialmente, por la Generación del 98. Sin embargo, en un primer momento, se desarrolló en el campo de la historia y de las ideas. Anotamos los siguientes nombres:  

1.- Joaquín Costa (1844-1914) viaja a la Exposición Universal de París de 1867. Allí, por comparación, se da cuenta de la decadencia, en todos los órdenes, de España. A su vuelta, asume los principios del krausismo con su defensa de los derechos humanos, amor por la naturaleza y el pensamiento simbólico. Fue lo que se conoce como un europeísta cuya obra instaba a profundas reformas y a la reconstrucción desde los cimientos mismos de la sociedad. Para ello, volvemos una y otra vez más, era necesario un cambio radical en el modelo educativo y en los porcentajes de instrucción, que debía hacerse general. Su obra más importante, Reconstrucción y europeización de España (1900), aborda temática diversa, desde política hasta economía pasando por derecho. Su pensamiento se resume en esta frase: 

La escuela y la despensa, la despensa y la escuela; no hay otras llaves capaces de abrir camino a la regeneración española. 

2.- Ricardo Macías Picavea (1846-1899) también trata los problemas educativos en su obra El problema nacional (1891). Está considerado uno de los precursores de la Generación del 98.  

3.- Ángel Ganivet (1865-1898), aunque es considerado uno de los autores de la Generación del 98, es también uno de los más importantes representantes regeneracionistas. En su obra Idearium español (1897) aborda la esencia de un pueblo caracterizado como abúlico, demasiado estoico (y por tanto derrotista) y sin amor por la acción que es el motor del cambio. Califica el espíritu español de religioso, artístico y dado a empresas utópicas que desgastan inútilmente. Para él, España es quijotesca, con tendencia a la imaginación más que a acciones prácticas. 

Regeneracionismo y Generación del 98  

Los más brillantes frutos del movimiento se dieron en la primera etapa de la Generación del 98. A raíz de la pérdida de Cuba se forma el llamado Grupo de los Tres: Pío Baroja (1872-1956), Ramiro de Maeztu (1874-1936) y José Martínez Ruíz (Azorín) (1873-1967). Estos piden ayuda al que ya era un auténtico maestro: Miguel de Unamuno (1864-1936). En 1901 (en línea con los movimientos de vanguardia europeos que comienzan a proliferar) redactan el Manifiesto Regeneracionista. En sus páginas se duelen por la decadencia de España y manifiestan un particular desasosiego que continuará durante buena parte del siglo XX. Este escrito tiene un profundo espíritu reivindicativo. Esto es, aciertan a reseñar los males del país y proponen soluciones. Una vez más, fían cualquier solución a la educación.

En una segunda etapa, tanto estos autores, como los que se van sumando, como es el caso de Antonio Machado (1875-1939), van desarrollando en sus escritos un tono completamente literario llegando, incluso, al lirismo. De la reivindicación se pasa al dolor por una tierra yerma (simbolizada en Castilla), solitaria, vacía, anclada en la tradición e, incluso, en la sumisión. Y de aquí se llega al lirismo, a la subjetividad individual, a la canción íntima que ha dado poemas de altura universal como son A Jose María Palacios o Al olmo viejo, ambos de Antonio Machado.  

El regeneracionismo en España, para terminar, continúa durante las primeras décadas del siglo XX y se ve sobrepasado por los acontecimientos históricos de la de los treinta. Ese reguero de revueltas, revoluciones, represiones y sangre que desemboca en la Guerra Civil Española resbala al país (y posteriormente al resto de Europa) en otros derroteros de los que no se saldrá hasta las últimas décadas del siglo. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

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Contexto social en el que nacen los existencialistas 

A partir de la segunda mitad del siglo XIX se produce una radical transformación de la técnica, la ciencia y la ingeniería con novedosos inventos que revolucionan la percepción de la realidad. Se instala definitivamente en los estudios el método empírico y se investigan las posibilidades arquitectónicas del hierro. Aparecen la fotografía y el rudimentario cinematógrafo que trastocan radicalmente la percepción que los artistas tienen del arte y su finalidad. Andando el tiempo, ya en los albores del siglo XX, se pone sobre la mesa el concepto de inconsciente según Freud dando un vuelco al conocimiento que la raza humana tenía, para entonces, de sí misma. Todo ello se completa con cambios sociales que llegan a las revoluciones comunistas. El orden anterior alrededor de la privilegiada aristocracia (anclada en la tradición, en los derechos heredados y unida con la iglesia) comienza a deteriorarse con el empuje de una burguesía hecha a sí misma. La riqueza, por tanto, se concentra en las fábricas, en un pujante comercio internacional (incluso con la exploración de nuevos territorios) y las ideas se transforman. La sociedad cree en las posibilidades de superación propias sumergiéndose en un positivismo nunca antes visto en la historia. Paralelamente, se pierden los principios y nociones religiosas avanzando hacia el ateísmo como sentir general. 

Este orden de cosas provoca (a pesar del desarrollo material) un vacío espiritual que ya no encuentra anclaje en los dogmas religiosos tradicionales. Dios va desapareciendo de la vida de los europeos y no se produce una sustitución espiritual. La ansiada libertad preconizada por los románticos, más que una liberación de las ataduras sociales, genera angustia y dolor anímico. El extremo llega con el nihilismo; esto es, la aceptación del absurdo de la vida sin el atisbo de la trascendencia. Este sentimiento se va afianzando conforme van avanzando las décadas y llega a su cenit con las dos grandes guerras mundiales y su reguero de sangre. Es en este contexto histórico donde surgen los existencialistas, filósofos y escritores que pretenden ser un puente entre la moral impuesta por el cristianismo y el vacío destructor nihilista. El existencialismo, por tanto, es un pensamiento o una forma de estar en el mundo que se agarra a la vida para no sucumbir en el abismo de la desesperación.  

Representantes del existencialismo en filosofía 

Todos los cambios se producen paulatinamente. Nunca en la historia y en la cultura puede decirse que hay una fecha que supone un antes y un después radical para la humanidad. El terreno que abonará el concepto y la  definición de existencialismo comienza, incluso, antes de esas décadas en el campo de la filosofía.

1.- Schopenhauer (1788-1860)

Considera el mundo como representación y la única forma de llegar a la cosa en sí es a través de la voluntad. Sin embargo, con voluntad no basta para acceder al interior de los secretos del universo. Por tanto, se genera una insatisfacción que acaba en dolor. La única vía de salida es el desprendimiento al estilo de la filosofía hindú o del ascetismo.  

2.- Nietzsche (1844-1900)  

Es el filósofo que más influencia ha ejercido durante el siglo XX. Para el pensador alemán es imposible conocer el universo ni escapar de la rueda eterna del tiempo. Por eso, lo único que nos queda es la vida entendida como el bien supremo. Rechaza los valores tradicionales impuestos por la religión cristiana porque “Dios ha muerto” y la civilización europea ya no se sustenta en estos principios. Por eso, la única forma de escapar es aprehender la vida de forma individual y valiente. Distingue entre dos tipos de personas: los señores y los esclavos. Estos últimos son los que abogan por una igualdad rampante para no tener que enfrentarse a sus deseos y, por tanto, eluden toda responsabilidad. Esto es, son los que delegan su existencia en otro o en la sociedad en su conjunto. Sin embargo, los señores se comprometen consigo mismos buscando el poder que da la vida al margen de los vicios y virtudes previamente establecidos. Este superhombre encuentra la verdad en el interior de sí mismo. La figura que encarna esta nueva raza es Zaratrusta.  

3.- Sören Kierkegaard (1813-1855) 

Se aleja de los preceptos abstractos y se centra en la vida de un individuo concreto. Además, aboga por una moral, no como aceptación u obediencia, sino como asimilación de las normas para el bien común. Introduce el término de responsabilidad personal que es tan característico del existencialismo.  

4.- Martin Buber (1878-1965)  

Se da cuenta que la sociedad contemporánea (también la de hoy en día) se mueve entre dos extremos: el individualismo y el colectivismo. Este último es el que aprovechan los regímenes totalitarios de todo signo para ahogar cualquier atisbo de grandeza y libertad personal. El individualismo, por contra, lleva a la soledad más absoluta y puede desembocar en el nihilismo. La única forma de vivir una vida en plenitud es decantándose o bien por lo espiritual (el espacio interior) o una existencia en comunión con la naturaleza.  

5.- Karl Barth (1886-1968) 

De ascendencia cristiana, busca la fe por medio de la razón y la gracia. El hombre no puede conocer a Dios y la conciencia de la muerte lo arrastra hacia la espiritualidad. 

6.- Heidegger el máximo representante del existencialismo en el campo de la filosofía 

Martin Heidegger (1889-1976)  considera que el hombre ha sido lanzado al mundo (concepto que recogerá el escritor español Miguel de Unamuno). Este no es de su elección y la única manera de vivir una vida en plenitud es apelar a la conciencia personal. Es allí donde encontrará la verdad que le permita llevar una existencia auténtica.  

También hay que nombrar a Karl Jaspers (1883-1869), psiquiatra de formación, que se centra en el proceso de búsqueda espiritual.  

Representantes del existencialismo en literatura 

1.- Fiódor Dostoyevski (1821-1881), un precedente 

Los personajes de sus obras, especialmente en Los hermanos Karamazov (1880) y en Crimen y Castigo (1866), se encuentran siempre ante importantes encrucijadas morales que deben resolver por sí mismos al margen de los códigos sociales. Aunque es uno de los más importantes autores del realismo literario, en cierto punto adelanta los temas y formatos de los literatos existencialistas.  

2.- Frank Kafka (1883-1924) 

El clima angustioso y de fantasía que se representan en sus obras llega al absurdo aunque en ello vaya la vida de sus protagonistas. La soledad y la obsesión alcanzan el agobio en obras ya pertenecientes al canon universal como La metamorfosis (1915) y especialmente en El proceso (1925).  

3.- Jean Paul Sartre (1905-1980) 

A medio camino entre la literatura y la filosofía, reniega de la literatura de evasión por considerarla no apta para el conocimiento del interior humano. Obra fundamental es La náusea (1938) e imprescindibles para conocer el existencialismo son El ser y la nada (1943) y, especialmente, El existencialismo es un humanismo (1946).  

4.- Albert Camus (1913-1960) 

Considera que la vida es un absurdo y la única salida para la angustia existencial está en el deber. El deber será siempre personal, individual y consciente (nunca impuesto). Y la única forma de salvarse de la rueda de las pasiones y dar sentido a la existencia es la lucha contra las injusticias. Imprescindibles son La peste (1947), El extranjero (1942) y El mito de Sísifo (1942), simbolización de ese trabajo constante sin sentido que no permite alcanzar el objetivo, el conocimiento de la trascendencia. 

5.- Antonio Machado (1875)-1939) 

El gran poeta andaluz, uno de los mejores autores de la Generación del 98, aboga por un tiempo subjetivo, personal e individual. El tiempo no es el que marca el reloj sino el que gira en el interior de la vida de cada uno. Y todo ello lo hace con una sencillez y naturalidad extremas como los presentados en dos de sus grandes poemas: “Al olmo viejo” y “A José María Palacio”.  

6.- Miguel de Unamuno (1864-1936)

En su obra literaria se centra en el hombre real, contradictorio, con sus vicios y virtudes, siempre con una moral en constante pelea para alcanzar la verdad. Nos presenta a protagonistas, como el de San Manuel Bueno (1931), en pugna con un conflicto interior, con la angustia de los existencialistas y sin asideros donde agarrarse.  

7.- Pío Baroja (1872-1956) 

Las características de la Generación del 98 se alinean con el existencialismo y se abona con ese dolor por España que manifiestan estos autores. Pío Baroja, en su extensa obra, llega a abordar casi todos los conflictos humanos y nos presenta a personajes siempre en una encrucijada, en clara contradicción consigo mismos y en busca de una verdad personal.  

Aunque podríamos nombrar otros representantes del existencialismo (como Azorín) hay que tener en cuenta que el movimiento ha penetrado en el pensamiento de todo el siglo XX llegando incluso a las últimas décadas. Es especialmente prolífico en literatura donde lo encontramos en todas esas obras (especialmente novelas) que nos ponen por delante protagonistas en esa búsqueda de la verdad personal al margen de cualquier imposición social. Los existencialistas se centran en la vida, en la angustia o el dolor de individuos que han perdido a Dios y en conflicto perpetuo tanto con los otros como consigo mismos. El existencialismo aboga por la búsqueda personal, por el encuentro con una verdad que ya no puede ser dogma y, en este sentido, ha encontrado acomodo en el individualismo cada vez mayor del siglo XX. El mismo que alcanza su apoteosis destructiva en el XXI.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Contexto social en el que nacen los existencialistas 

A partir de la segunda mitad del siglo XIX se produce una radical transformación de la técnica, la ciencia y la ingeniería con novedosos inventos que revolucionan la percepción de la realidad. Se instala definitivamente en los estudios el método empírico y se investigan las posibilidades arquitectónicas del hierro. Aparecen la fotografía y el rudimentario cinematógrafo que trastocan radicalmente la percepción que los artistas tienen del arte y su finalidad. Andando el tiempo, ya en los albores del siglo XX, se pone sobre la mesa el concepto de inconsciente según Freud dando un vuelco al conocimiento que la raza humana tenía, para entonces, de sí misma. Todo ello se completa con cambios sociales que llegan a las revoluciones comunistas. El orden anterior alrededor de la privilegiada aristocracia (anclada en la tradición, en los derechos heredados y unida con la iglesia) comienza a deteriorarse con el empuje de una burguesía hecha a sí misma. La riqueza, por tanto, se concentra en las fábricas, en un pujante comercio internacional (incluso con la exploración de nuevos territorios) y las ideas se transforman. La sociedad cree en las posibilidades de superación propias sumergiéndose en un positivismo nunca antes visto en la historia. Paralelamente, se pierden los principios y nociones religiosas avanzando hacia el ateísmo como sentir general. 

Este orden de cosas provoca (a pesar del desarrollo material) un vacío espiritual que ya no encuentra anclaje en los dogmas religiosos tradicionales. Dios va desapareciendo de la vida de los europeos y no se produce una sustitución espiritual. La ansiada libertad preconizada por los románticos, más que una liberación de las ataduras sociales, genera angustia y dolor anímico. El extremo llega con el nihilismo; esto es, la aceptación del absurdo de la vida sin el atisbo de la trascendencia. Este sentimiento se va afianzando conforme van avanzando las décadas y llega a su cenit con las dos grandes guerras mundiales y su reguero de sangre. Es en este contexto histórico donde surgen los existencialistas, filósofos y escritores que pretenden ser un puente entre la moral impuesta por el cristianismo y el vacío destructor nihilista. El existencialismo, por tanto, es un pensamiento o una forma de estar en el mundo que se agarra a la vida para no sucumbir en el abismo de la desesperación.  

Representantes del existencialismo en filosofía 

Todos los cambios se producen paulatinamente. Nunca en la historia y en la cultura puede decirse que hay una fecha que supone un antes y un después radical para la humanidad. El terreno que abonará el concepto y la  definición de existencialismo comienza, incluso, antes de esas décadas en el campo de la filosofía.

1.- Schopenhauer (1788-1860)

Considera el mundo como representación y la única forma de llegar a la cosa en sí es a través de la voluntad. Sin embargo, con voluntad no basta para acceder al interior de los secretos del universo. Por tanto, se genera una insatisfacción que acaba en dolor. La única vía de salida es el desprendimiento al estilo de la filosofía hindú o del ascetismo.  

2.- Nietzsche (1844-1900)  

Es el filósofo que más influencia ha ejercido durante el siglo XX. Para el pensador alemán es imposible conocer el universo ni escapar de la rueda eterna del tiempo. Por eso, lo único que nos queda es la vida entendida como el bien supremo. Rechaza los valores tradicionales impuestos por la religión cristiana porque “Dios ha muerto” y la civilización europea ya no se sustenta en estos principios. Por eso, la única forma de escapar es aprehender la vida de forma individual y valiente. Distingue entre dos tipos de personas: los señores y los esclavos. Estos últimos son los que abogan por una igualdad rampante para no tener que enfrentarse a sus deseos y, por tanto, eluden toda responsabilidad. Esto es, son los que delegan su existencia en otro o en la sociedad en su conjunto. Sin embargo, los señores se comprometen consigo mismos buscando el poder que da la vida al margen de los vicios y virtudes previamente establecidos. Este superhombre encuentra la verdad en el interior de sí mismo. La figura que encarna esta nueva raza es Zaratrusta.  

3.- Sören Kierkegaard (1813-1855) 

Se aleja de los preceptos abstractos y se centra en la vida de un individuo concreto. Además, aboga por una moral, no como aceptación u obediencia, sino como asimilación de las normas para el bien común. Introduce el término de responsabilidad personal que es tan característico del existencialismo.  

4.- Martin Buber (1878-1965)  

Se da cuenta que la sociedad contemporánea (también la de hoy en día) se mueve entre dos extremos: el individualismo y el colectivismo. Este último es el que aprovechan los regímenes totalitarios de todo signo para ahogar cualquier atisbo de grandeza y libertad personal. El individualismo, por contra, lleva a la soledad más absoluta y puede desembocar en el nihilismo. La única forma de vivir una vida en plenitud es decantándose o bien por lo espiritual (el espacio interior) o una existencia en comunión con la naturaleza.  

5.- Karl Barth (1886-1968) 

De ascendencia cristiana, busca la fe por medio de la razón y la gracia. El hombre no puede conocer a Dios y la conciencia de la muerte lo arrastra hacia la espiritualidad. 

6.- Heidegger el máximo representante del existencialismo en el campo de la filosofía 

Martin Heidegger (1889-1976)  considera que el hombre ha sido lanzado al mundo (concepto que recogerá el escritor español Miguel de Unamuno). Este no es de su elección y la única manera de vivir una vida en plenitud es apelar a la conciencia personal. Es allí donde encontrará la verdad que le permita llevar una existencia auténtica.  

También hay que nombrar a Karl Jaspers (1883-1869), psiquiatra de formación, que se centra en el proceso de búsqueda espiritual.  

Representantes del existencialismo en literatura 

1.- Fiódor Dostoyevski (1821-1881), un precedente 

Los personajes de sus obras, especialmente en Los hermanos Karamazov (1880) y en Crimen y Castigo (1866), se encuentran siempre ante importantes encrucijadas morales que deben resolver por sí mismos al margen de los códigos sociales. Aunque es uno de los más importantes autores del realismo literario, en cierto punto adelanta los temas y formatos de los literatos existencialistas.  

2.- Frank Kafka (1883-1924) 

El clima angustioso y de fantasía que se representan en sus obras llega al absurdo aunque en ello vaya la vida de sus protagonistas. La soledad y la obsesión alcanzan el agobio en obras ya pertenecientes al canon universal como La metamorfosis (1915) y especialmente en El proceso (1925).  

3.- Jean Paul Sartre (1905-1980) 

A medio camino entre la literatura y la filosofía, reniega de la literatura de evasión por considerarla no apta para el conocimiento del interior humano. Obra fundamental es La náusea (1938) e imprescindibles para conocer el existencialismo son El ser y la nada (1943) y, especialmente, El existencialismo es un humanismo (1946).  

4.- Albert Camus (1913-1960) 

Considera que la vida es un absurdo y la única salida para la angustia existencial está en el deber. El deber será siempre personal, individual y consciente (nunca impuesto). Y la única forma de salvarse de la rueda de las pasiones y dar sentido a la existencia es la lucha contra las injusticias. Imprescindibles son La peste (1947), El extranjero (1942) y El mito de Sísifo (1942), simbolización de ese trabajo constante sin sentido que no permite alcanzar el objetivo, el conocimiento de la trascendencia. 

5.- Antonio Machado (1875)-1939) 

El gran poeta andaluz, uno de los mejores autores de la Generación del 98, aboga por un tiempo subjetivo, personal e individual. El tiempo no es el que marca el reloj sino el que gira en el interior de la vida de cada uno. Y todo ello lo hace con una sencillez y naturalidad extremas como los presentados en dos de sus grandes poemas: “Al olmo viejo” y “A José María Palacio”.  

6.- Miguel de Unamuno (1864-1936)

En su obra literaria se centra en el hombre real, contradictorio, con sus vicios y virtudes, siempre con una moral en constante pelea para alcanzar la verdad. Nos presenta a protagonistas, como el de San Manuel Bueno (1931), en pugna con un conflicto interior, con la angustia de los existencialistas y sin asideros donde agarrarse.  

7.- Pío Baroja (1872-1956) 

Las características de la Generación del 98 se alinean con el existencialismo y se abona con ese dolor por España que manifiestan estos autores. Pío Baroja, en su extensa obra, llega a abordar casi todos los conflictos humanos y nos presenta a personajes siempre en una encrucijada, en clara contradicción consigo mismos y en busca de una verdad personal.  

Aunque podríamos nombrar otros representantes del existencialismo (como Azorín) hay que tener en cuenta que el movimiento ha penetrado en el pensamiento de todo el siglo XX llegando incluso a las últimas décadas. Es especialmente prolífico en literatura donde lo encontramos en todas esas obras (especialmente novelas) que nos ponen por delante protagonistas en esa búsqueda de la verdad personal al margen de cualquier imposición social. Los existencialistas se centran en la vida, en la angustia o el dolor de individuos que han perdido a Dios y en conflicto perpetuo tanto con los otros como consigo mismos. El existencialismo aboga por la búsqueda personal, por el encuentro con una verdad que ya no puede ser dogma y, en este sentido, ha encontrado acomodo en el individualismo cada vez mayor del siglo XX. El mismo que alcanza su apoteosis destructiva en el XXI.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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A partir de la segunda mitad del siglo XIX en Europa comienza a sucederse una serie de innovaciones técnicas y de ingeniería que se van aupando de una forma imparable por un desconocido (hasta entonces) auge de la ciencia. Paralelamente, el viejo orden vinculado al eje aristocracia-iglesia queda dinamitado. En su lugar aparece una pujante burguesía hecha a sí misma y cuyas riquezas no tienen nada que ver con los modelos tradicionales. Es más, las plusvalías de esta nueva clase social provienen de novedosas fábricas, del comercio (incluso a partir de la exploración de nuevas tierras) y de una cosmovisión distinta a la del pasado. Los privilegios de antaño quedan abolidos y comienzan a ser sustituidos por una nueva clase social que estudia carreras prácticas en las universidades y que comienza a viajar, primero en ferrocarril y luego utilizando los primitivos aviones. En un principio (antes de las grandes revoluciones comunistas y de las dos guerras mundiales) todo esto genera un estado de euforia, de espíritu positivo y de fe en el materialismo como una forma de mejorar las condiciones de vida de la población. En definitiva, se cree a ciegas en las posibilidades infinitas de generar progreso material para el ser humano. Y se hace valiéndose del ingenio, la inteligencia y la fuerza de la raza humana. 

La importancia de la religión a la hora de entender el existencialismo y su significado

En el aire flotaba la autosuficiencia y, además, el Romanticismo, con su afán de libertad, abonó estas ideas y objetivos. Se creaban cosas maravillosas nunca vistas antes y se hacían sin la ayuda divina. Esto es, la religión cristiana pasó a ser vivida en la intimidad. La fe se va alejando de la vida pública para arrinconarse en la intimidad. Y eso cuando no desapareció del todo en ciertos ambientes. Las nuevas construcciones (como venía sucediéndose desde la arquitectura del Neoclasicismo) no tienen nada que ver ni con el poder ni con la religión. Es la época de la Torre Eiffel y no de catedrales. Es el tiempo de la cómoda casa burguesa con calefacción o rudimentarios baños y no de palacios para hacer ostentación de la opulencia. En definitiva, es la época de la fe en la humanidad y en sus posibilidades. 

Dios, por tanto, queda arrinconado. Ya no forma parte ni de la vida pública ni se acude a la religión para encontrar respuestas a las preguntas que amordazan al ser humano. Es el “Dios ha muerto” de Nietzsche (1844-1900), sabedor de que una nueva cultura se mueve por Europa. Estamos ante el superhombre (encarnado en Zaratrusta) cuyo valores éticos provienen de la libertad, la valentía y la individualidad y no impuestos por un código social.  

Sin embargo, esta transformación genera un vacío, un vacío anímico en el que la raza humana no puede verse transcendental. El espíritu así despojado de creencias religiosas se ve abocado, en primer lugar, a la angustia y, en último término, al nihilismo. Esto es, no se encuentra sentido a la existencia, la cual se antoja absurda. El avance material no genera paz a aquellos que se preguntan por algo más que la carnalidad y las cosas materiales inmediatas.  

Hacia el existencialismo  

En este emplazamiento histórico, con estos condicionantes, comienzan a surgir filósofos (y, posteriormente, literatos) que intentan dar respuestas a ese vacío que ha producido la muerte de Dios y que el avance material no puede llenar. Esto es, entendemos el concepto de existencialismo como un puente entre la fe religiosa cristiana y la angustia que puede desembocar en el nihilismo. El existencialismo, en filosofía, en literatura o como un estado de pensamiento general, supone una respuesta a los problemas indelebles de la humanidad. El existencialismo siempre es humanista y siempre quiere ofrecer salidas espirituales para no resbalarse por los acantilados del nihilismo (los mismos que provocan la desesperación, la muerte y el suicidio). 

El existencialismo es ateo aunque algunos de sus representantes pretendían llegar a la fe. También tenemos que recordar que el concepto de inconsciente según Freud comenzaría a colonizar las artes y el pensamiento nada más comenzar el siglo XX. En unas cuantas décadas, revoluciones y las dos guerras mundiales llenarían de horror no solo las calles de Europa sino también el espíritu de todos los que fueron arrojados a ese momento histórico. Sin Dios al que aferrarse y reconociendo las sombras que habitan en los recovecos del espíritu (tras Freud), la angustia solo podía ofrecer una salida a través del existencialismo. Esto es, solo se podía buscar la verdad en el interior de sí por medio de un diálogo con los propios demonios de los que la literatura de la época ha dado cuenta profusamente.  

Desde  Schopenhauer (1788-1860) pasando por Nietzsche y terminando con Sören Kierkegaard (1813-1855) se comienza a abonar el terreno del existencialismo. Posteriormente serían Martin Buber (1878-1965), Karl Barth (1886-1968) y especialmente Martin Heidegger (1889-1976) los que se afanarían por dar respuestas a esta angustia (provocada por la vida misma y la conciencia de finitud) con escritos filosóficos centrados en aquello que nos hace humanos, en un dolor que alcanza cotas insoportables o en búsqueda de trascendencia sin Dios.  

El existencialismo desde la filosofía a la literatura  

Este estado general de pensamiento se transforma en una manera de sentir (atea) y negativa (abonada por los crímenes de guerras que no cesaban) convirtiendo al hombre en un ser solitario, tan individualista que, a veces, se alcanzan las condiciones del narcisista o del psicópata. Cuando se aboga por lo colectivo (lee los fascismos o el comunismo) es para sofocar las ansias de superación en todos los sentidos posibles, tanto espiritual como material. Desde Freud el mundo de la sombra, del inconsciente emocional (y posteriormente los arquetipos de Jung) y escamoteado a la razón toma carta de naturaleza. El entendimiento se hace personal, cuando se consigue. Y esto solo es posible con la terapia o con el monólogo interior, con el diálogo con la sombra que solo pueden llevar a término valientes con madera de héroe.  

Y de todo esto se surte la literatura, especialmente la novela, con personajes contradictorios al máximo que dejan al descubierto tanto el dolor o los vicios como grandes virtudes personales. Todo ello será ajeno a las normas morales o de la tradición. El existencialismo supone un buceo individual. Así, el primer escritor que se convierte en un precedente (a pesar de pertenecer al realismo literario) es Fiódor Dostoyevski (1821-1881). Crimen y castigo (1866) y Los hermanos Karamazov (1880) hay que leerlos desde esta perspectiva. El mundo fantástico y del absurdo (a pesar de sus verosimilitud) de Frank Kafka (1883-1924), sobre todo La metamorfosis (1915) y El proceso (1925), también está teñido con el primer existencialismo literario.  

Ya en pleno siglo XX llegarían los grandes autores. Jean Paul Sartre (1905-1980) abomina de la literatura de evasión mientras que se convierte en el mejor teórico. Son obras fundamentales El ser y la nada (1943)  y El existencialismo es un humanismo (1946). Del mismo autor y en el campo literario no podemos olvidar La náusea (1938). Imprescindible también es el nombre de otro francés, Albert Camus (1913-1960) y sus obras El extranjero (1942) y La peste (1947).  

El existencialismo en España está vinculado a los autores de la Generación del 98.  El subjetivismo temporal de los delicados poemas de Antonio Machado (1875-1939) (como “Al olmo viejo” o “A José María Palacio”) encuentra formato en el existencialismo y su significado. Igual sucede con buena parte de la obra de Miguel de Unamuno (1864-1936) (quien considera que el hombre ha sido arrojado al mundo), Pío Baroja (1872-1956) o Azorín (1873-1967). 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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A partir de la segunda mitad del siglo XIX en Europa comienza a sucederse una serie de innovaciones técnicas y de ingeniería que se van aupando de una forma imparable por un desconocido (hasta entonces) auge de la ciencia. Paralelamente, el viejo orden vinculado al eje aristocracia-iglesia queda dinamitado. En su lugar aparece una pujante burguesía hecha a sí misma y cuyas riquezas no tienen nada que ver con los modelos tradicionales. Es más, las plusvalías de esta nueva clase social provienen de novedosas fábricas, del comercio (incluso a partir de la exploración de nuevas tierras) y de una cosmovisión distinta a la del pasado. Los privilegios de antaño quedan abolidos y comienzan a ser sustituidos por una nueva clase social que estudia carreras prácticas en las universidades y que comienza a viajar, primero en ferrocarril y luego utilizando los primitivos aviones. En un principio (antes de las grandes revoluciones comunistas y de las dos guerras mundiales) todo esto genera un estado de euforia, de espíritu positivo y de fe en el materialismo como una forma de mejorar las condiciones de vida de la población. En definitiva, se cree a ciegas en las posibilidades infinitas de generar progreso material para el ser humano. Y se hace valiéndose del ingenio, la inteligencia y la fuerza de la raza humana. 

La importancia de la religión a la hora de entender el existencialismo y su significado

En el aire flotaba la autosuficiencia y, además, el Romanticismo, con su afán de libertad, abonó estas ideas y objetivos. Se creaban cosas maravillosas nunca vistas antes y se hacían sin la ayuda divina. Esto es, la religión cristiana pasó a ser vivida en la intimidad. La fe se va alejando de la vida pública para arrinconarse en la intimidad. Y eso cuando no desapareció del todo en ciertos ambientes. Las nuevas construcciones (como venía sucediéndose desde la arquitectura del Neoclasicismo) no tienen nada que ver ni con el poder ni con la religión. Es la época de la Torre Eiffel y no de catedrales. Es el tiempo de la cómoda casa burguesa con calefacción o rudimentarios baños y no de palacios para hacer ostentación de la opulencia. En definitiva, es la época de la fe en la humanidad y en sus posibilidades. 

Dios, por tanto, queda arrinconado. Ya no forma parte ni de la vida pública ni se acude a la religión para encontrar respuestas a las preguntas que amordazan al ser humano. Es el “Dios ha muerto” de Nietzsche (1844-1900), sabedor de que una nueva cultura se mueve por Europa. Estamos ante el superhombre (encarnado en Zaratrusta) cuyo valores éticos provienen de la libertad, la valentía y la individualidad y no impuestos por un código social.  

Sin embargo, esta transformación genera un vacío, un vacío anímico en el que la raza humana no puede verse transcendental. El espíritu así despojado de creencias religiosas se ve abocado, en primer lugar, a la angustia y, en último término, al nihilismo. Esto es, no se encuentra sentido a la existencia, la cual se antoja absurda. El avance material no genera paz a aquellos que se preguntan por algo más que la carnalidad y las cosas materiales inmediatas.  

Hacia el existencialismo  

En este emplazamiento histórico, con estos condicionantes, comienzan a surgir filósofos (y, posteriormente, literatos) que intentan dar respuestas a ese vacío que ha producido la muerte de Dios y que el avance material no puede llenar. Esto es, entendemos el concepto de existencialismo como un puente entre la fe religiosa cristiana y la angustia que puede desembocar en el nihilismo. El existencialismo, en filosofía, en literatura o como un estado de pensamiento general, supone una respuesta a los problemas indelebles de la humanidad. El existencialismo siempre es humanista y siempre quiere ofrecer salidas espirituales para no resbalarse por los acantilados del nihilismo (los mismos que provocan la desesperación, la muerte y el suicidio). 

El existencialismo es ateo aunque algunos de sus representantes pretendían llegar a la fe. También tenemos que recordar que el concepto de inconsciente según Freud comenzaría a colonizar las artes y el pensamiento nada más comenzar el siglo XX. En unas cuantas décadas, revoluciones y las dos guerras mundiales llenarían de horror no solo las calles de Europa sino también el espíritu de todos los que fueron arrojados a ese momento histórico. Sin Dios al que aferrarse y reconociendo las sombras que habitan en los recovecos del espíritu (tras Freud), la angustia solo podía ofrecer una salida a través del existencialismo. Esto es, solo se podía buscar la verdad en el interior de sí por medio de un diálogo con los propios demonios de los que la literatura de la época ha dado cuenta profusamente.  

Desde  Schopenhauer (1788-1860) pasando por Nietzsche y terminando con Sören Kierkegaard (1813-1855) se comienza a abonar el terreno del existencialismo. Posteriormente serían Martin Buber (1878-1965), Karl Barth (1886-1968) y especialmente Martin Heidegger (1889-1976) los que se afanarían por dar respuestas a esta angustia (provocada por la vida misma y la conciencia de finitud) con escritos filosóficos centrados en aquello que nos hace humanos, en un dolor que alcanza cotas insoportables o en búsqueda de trascendencia sin Dios.  

El existencialismo desde la filosofía a la literatura  

Este estado general de pensamiento se transforma en una manera de sentir (atea) y negativa (abonada por los crímenes de guerras que no cesaban) convirtiendo al hombre en un ser solitario, tan individualista que, a veces, se alcanzan las condiciones del narcisista o del psicópata. Cuando se aboga por lo colectivo (lee los fascismos o el comunismo) es para sofocar las ansias de superación en todos los sentidos posibles, tanto espiritual como material. Desde Freud el mundo de la sombra, del inconsciente emocional (y posteriormente los arquetipos de Jung) y escamoteado a la razón toma carta de naturaleza. El entendimiento se hace personal, cuando se consigue. Y esto solo es posible con la terapia o con el monólogo interior, con el diálogo con la sombra que solo pueden llevar a término valientes con madera de héroe.  

Y de todo esto se surte la literatura, especialmente la novela, con personajes contradictorios al máximo que dejan al descubierto tanto el dolor o los vicios como grandes virtudes personales. Todo ello será ajeno a las normas morales o de la tradición. El existencialismo supone un buceo individual. Así, el primer escritor que se convierte en un precedente (a pesar de pertenecer al realismo literario) es Fiódor Dostoyevski (1821-1881). Crimen y castigo (1866) y Los hermanos Karamazov (1880) hay que leerlos desde esta perspectiva. El mundo fantástico y del absurdo (a pesar de sus verosimilitud) de Frank Kafka (1883-1924), sobre todo La metamorfosis (1915) y El proceso (1925), también está teñido con el primer existencialismo literario.  

Ya en pleno siglo XX llegarían los grandes autores. Jean Paul Sartre (1905-1980) abomina de la literatura de evasión mientras que se convierte en el mejor teórico. Son obras fundamentales El ser y la nada (1943)  y El existencialismo es un humanismo (1946). Del mismo autor y en el campo literario no podemos olvidar La náusea (1938). Imprescindible también es el nombre de otro francés, Albert Camus (1913-1960) y sus obras El extranjero (1942) y La peste (1947).  

El existencialismo en España está vinculado a los autores de la Generación del 98.  El subjetivismo temporal de los delicados poemas de Antonio Machado (1875-1939) (como “Al olmo viejo” o “A José María Palacio”) encuentra formato en el existencialismo y su significado. Igual sucede con buena parte de la obra de Miguel de Unamuno (1864-1936) (quien considera que el hombre ha sido arrojado al mundo), Pío Baroja (1872-1956) o Azorín (1873-1967). 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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No podemos entender este movimiento (que va más allá de una línea filosófica o literaria) sin adentramos en los cambios sustanciales que se producen a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Efectivamente, en torno al 1850-1860 se suceden, unos tras otros, importantes avances en la ciencia y en la ingeniería. Paralelamente, se produce una ruptura radical con los modelos sociales del pasado que quedan, definitivamente, atrás. En este sentido, la aristocracia pierde su poder en beneficio de una burguesía hecha a sí misma y, por tanto, con otros valores vitales que ya no dependen ni de la herencia ni de la tradición. El desarrollo de las condiciones de vida en las ciudades hace creer a la raza humana en sus propias posibilidades de crecimiento y expansión material que, en estos momentos, se antojan ilimitadas. En consecuencia, el ambiente se impregna de un espíritu positivista. Con positivista entendemos las oportunidades de realización de objetivos únicamente en base a la fuerza humana sin que, por primera vez en la historia de Europa, intervengan fuerzas divinas. Paralelamente, este clima racional deja a un lado los principios básicos del cristianismo sobre el que se había sustentado la cultura europea desde la primera Edad Media. Todo esto se conjuga para dejar al ser humano sin los asideros religiosos que lo habían sostenido tradicionalmente. Además, se impone el ateísmo y, también, nada más comenzar el siglo XX, se ponen las bases para el concepto de inconsciente según Freud. Y, como veremos a continuación, de todos estos condicionantes se alimenta el existencialismo

Concepto y delimitación temporal del existencialismo

Así, por un lado, se olvidan o se aparcan los preceptos cristianos que habían guiado a la sociedad europea durante siglos. Estamos ante ese “Dios ha muerto” de Nietzsche. Con esta frase el filósofo no viene a decir que niega la existencia divina sino que todos los pilares anímicos y religiosos de Europa se vienen abajo. Paralelamente al avance de las condiciones de vida, se va desarrollando un individualismo desconocido hasta entonces. La soledad entra en escena tanto en las artes plásticas como en la literatura como en la vida cotidiana, común y corriente. En este orden de cosas, cada ser individual (con las herramientas a su alcance) intenta buscar la verdad dentro de sí. Los objetivos espirituales, por tanto, por primera vez en la historia, son ajenos a los movimientos religiosos colectivos. Se lanza a cada uno de los miembros de la raza humana a la búsqueda de la trascendencia de forma personal, individual y en soledad. El vacío que ha dejado la religión, por tanto, se llena de angustia cuando no de nihilismo. Y en este orden filosófico, social y de pensamiento surge el existencialismo que pretende ser un puente entre los preceptos religiosos cristianos y la angustia nacida de su ausencia. Por eso, también se afirma que el existencialismo es un humanismo, siguiendo el título de la obra de cabecera de Jean Paul Sartre. 

El existencialismo, que no puede considerarse una línea filosófica, sino más bien un modo de estar y entender la vida misma, se amplifica con las dos grandes guerras mundiales. A esta pérdida de asidero religioso se van sumando crueldades y horrores nunca antes sufridos en la historia de la humanidad. Para la década de los cincuenta el existencialismo intenta ofrecer las últimas ideas que quedan en la sociedad antes de caer en el nihilismo, en el vacío de una vida sin objetivos y sin afán de trascendencia. De una manera u otra, el existencialismo continuó hasta el final del siglo XX, cuando nuevos saltos técnicos (el origen de Internet por ejemplo) deja a cada uno de los integrantes de la raza humana (al menos en las sociedades avanzadas occidentales) literalmente a la intemperie. Dios murió (para la gran mayoría) hacía mucho tiempo, el consuelo de lo colectivo se fue diluyendo y solo quedó un tiempo de soledad y de individualismo extremo. 

Filósofos antecedentes del existencialismo 

Todos los cambios que ha habido a lo largo de la historia se realizan poco a poco y, a veces, imperceptiblemente. En la transformación cultural, de cosmovisión y de creencias siempre se barajan condicionantes de distinta índole, desde los económicos hasta los nuevos inventos que van surgiendo en todas las generaciones. El existencialismo no es ajeno a esto. Aunque en literatura especialmente da sus frutos en el periodo comprendido entre las dos guerras mundiales y el París de los años 60, todo ello se abonó mucho antes. Resumo. 

1.- Arthur Schopenhauer (1788-1860) 

Para el filósofo alemán, el mundo es una mera representación y la única manera de llegar a la esencia, a la cosa en sí (al noúmeno) es a través de la voluntad. Esta tarea, al ser limitadas las fuerzas, produce tanto insatisfacción como dolor. Esto es, la única forma de llegar al meollo de la verdad de las cosas tangibles e intangibles del mundo exige del individuo un trabajo que le causa malestar. La única forma de liberarse de esta rueda penosa es liberarse, siguiendo las teorías budistas, de cualquier deseo e instalarse en el ascetismo previo al nirvana.  

2.- Friedrich Nietzsche (1844-1900)  

Para el gran pensador (uno de los más influyentes en el siglo XX), el valor supremo es la vida y, por tanto, todo lo que contribuya a que esta crezca debe ser considerado virtud. Niega cualquier modelo cristiano y, además, lo fía todo a la decisión individual. Nada puede imponerse puesto que Dios ya está muerto. El individuo, por tanto, tiene en sus manos las posibilidades de su libertad. Sin embargo, no todos están preparados para ese paso. Para el filósofo hay dos tipos de personas: los señores y los esclavos. Estos últimos son los envidiosos, los vagos, los resentidos, los que proclaman la igualdad para no tener que mirar en el interior de sí. Los señores son los que van en pos de la vida (en el sentido amplio del término) y el poder sin condicionantes sociales. No hay valores. Estos son creados por el hombre. Y en la cúspide estaría ese superhombre personificado por su Zaratrustra. 

3.- Sören Kierkegaard (1813-1855)

Es el más claro precedente. Va un paso más allá que Nietzsche y proclama que la filosofía tiene que servir a la vida, a las experiencias personales, al bienestar humano. La única solución para el individuo es la no aceptación de los códigos morales sin antes no media una reflexión. Por eso, aboga para hacer valer las virtudes incluso si hay que confrontarse con Dios mismo. Reconoce que un mundo que ha perdido la fe (donde no existe ni la obediencia a las normas religiosas ni el debate con la divinidad) está abocado a la angustia o al nihilismo. Para llegar a la aceptación de la finitud o a la fe religiosa, el individuo tiene que dar un salto al vacío. Es la única manera de superar la desesperación y alcanzar la plena conciencia. Una vez aquí, hay que realizar conscientemente el camino de la trascendencia. Kierkegaard admite que la pérdida de la fe genera angustia y esta lleva a quedarse en los bordes del espíritu y a regodearse con lo material, superfluo y temporal. 

4.- Martin Buber (1878-1965)  

Aboga por la idea del “encuentro personal” que únicamente se consigue mediante una vida en comunión con los principios de la naturaleza o bien con introspección espiritual (religiosa) o filosófica. Apunta que la sociedad del siglo XX se mueve entre dos extremos: el colectivismo, por un lado, que implica el nosotros y, por tanto, ahoga el yo y, por el otro, el individualismo. Este es el que ha prevalecido andando el tiempo. Si bien con el colectivismo (materializado tanto en el comunismo más severo como en el fascismo) se sofoca cualquier libertad personal. Por el contrario, con el individualismo se resbala hacia la soledad absoluta que desemboca, en casos extremos, en la conducta del narcisista y del psicópata. La única “solución” para este conflicto humano es el diálogo. Y Martin Buber lo expresa con estas bellas palabras:  

Solo entre personas autenticas se da una relacion autentica 

5.- Karl Barth (1886-1968)

Distingue entre el tiempo de los hombres (condicionado por la muerte) y el de Dios. No hay forma de superar lo perecedero si no es mediante la fe. La otra opción es el vacío. El existencialismo, por tanto, se impregna ya de espiritualismo, de uno complicado de aunar en un mundo esencialmente ateo y descreído de las enseñanzas y valores cristianos.   

Filosofía del existencialismo y Heidegger 

Con estas bases filosóficas y teniendo en cuenta (aunque sea someramente) los condicionantes históricos, el existencialismo, por tanto, puede definirse como una corriente filosófica, de pensamiento o de planteamiento ante la vida que intenta dar un cariz espiritual al racionalismo de la época. Considera que el individuo ha sido arrojado al mundo (y esto será recogido en infinidad de obras de arte) y que poco o nada puede hacer para superar la angustia si no es a través del camino de la trascendencia. 

La gran figura del existencialismo es Martin Heidegger (1889-1976) y especialmente su obra Ser y tiempo (1927). Para el pensador alemán, la razón de ser de la raza humana es la propia vida. Sin embargo, está lanzado a los condicionantes históricos. Esto es, cada individuo es una suerte de ángel caído que se debate entre el “non-serviam” de Lucifer y el afán de trascender la carnalidad. La única salida para el filósofo es el debate interno, el diálogo con la propia alma. El existencialismo, por tanto, ha tomado el camino del individualismo, de la opción personal más radical, ya que solo se salvarán (llegarán a vivir completamente) quienes tengan la valentía de bucear en sus más personales profundidades espirituales. El existencialismo, por tanto, deja aparcado cualquier código de conducta colectiva e impuesta para abogar por la búsqueda de la verdad entre los recovecos del alma humana.  

El existencialismo, por tanto, es un intento de borrar las divisiones tradiciones entre virtudes-vicios y realismo-idealismo. Es una lucha contra el nihilismo, el espacio que queda cuando se ha borrado la idea de Dios y la vida misma se concibe sin sentido. Es, en definitiva, una actitud vital (que no positiva) que se centra en los recovecos personales del espíritu. Por eso, el existencialismo tuvo una fuerte cabida en literatura a través de la puesta en escena de personajes arrojados a fronteras de todo tipo, que ahondan en el interior de sí con un detalle nunca visto en la historia. 

En esta línea, se encuentra también Karl Jaspers (1883-1969), formado en los principios del psicoanálisis y psiquiatra de formación. La única razón vital que puede admitirse es la búsqueda de trascendencia personal, el humanismo del espíritu mediante el buceo en las profundidades más oscuras del espíritu.  

Representantes del existencialismo en literatura 

1.- Fiódor Dostoyevski (1821-1881), un precedente entre el existencialismo y el realismo literario

Aunque el escritor ruso es uno de los mejores autores del realismo literario europeo, sus personajes adelantan las problemáticas humanas del existencialismo. Nos encontramos a protagonistas siempre en una encrucijada vital o moral, ante conflictos que deben resolver individualmente apelando únicamente a la conciencia personal. Reduciendo mucho, en este hilo conductor se encuentran tanto Los hermanos Karamazov (1880) como Crimen y Castigo (1866).

2.- Franz Kafka (1883-1924)  

La angustia en Kafka da un paso hacia el absurdo, hacia la incongruencia de lo imposible que, en sus relatos, de ahí la genialidad, se hace verosímil. Estamos ante una literatura de pesadilla en la que los protagonistas se encuentran atrapados en sus circunstancias personales negándoles tanto una salida airosa en el plano físico como la posibilidad de trascendencia. En este sentido, también reduciendo mucho, tenemos que entender tanto  El proceso (1925) como La metamorfosis (1915), sus dos grandes obras maestras.   

3.- Jean Paul Sartre (1905-1980) 

Entre la filosofía y la literatura, fue uno de los mayores representantes del existencialismo parisino. En su obra se transparenta un fuerte compromiso político por el que se quiere liberar al hombre de todas las ataduras impuestas por una sociedad aún anclada en los principios tradicionales. Para el escritor, el absurdo vital de una raza humana ya abiertamente atea solo puede contrarrestarse con la libertad de conciencia. Así, sus obras reflejan fuertemente la angustia existencial del individuo que se sabe (y se reconoce) sin salidas en el plano físico e intrascendente en el espiritual. Son títulos fundamentales del canon universal La náusea (1938) y Las manos sucias (1948).  Además, de Sartre son las dos obras críticas fundamentales del movimiento: El ser y la nada (1943) y El existencialismo es un humanismo (1946). He dejado esta última a continuación para el lector curioso. 

El existencialismo es un humanismo

4.- Albert Camus (1913-1960) 

Inicialmente vinculado a Sartre y a la revista Les Temps Modernes, muy pronto se decantó por la independencia más absoluta. Son obras imprescindibles del canon universal El extranjero (1942), La peste (1947) o Calígula (1945) para teatro. Para el escritor (que también realizó estudios de investigación) el absurdo de la vida no ofrece respuestas más allá del cumplimiento social. Y aquí tiene cabida la lucha contra ls injusticias y la necesaria solidaridad humana. 

El existencialismo en España 

Lo encontramos especialmente en los autores de la Generación del 98. El buceo en todas las profundidades del espíritu humano encuentra en estos escritores territorio abonado. El dolor por la situación cultural, social y económica de España se une, a veces, a un pesimismo y a una tristeza que son características de la Generación del 98. Muy resumidamente tenemos: 

1.- Miguel de Unamuno (1864-1936) 

Imbuido de los preceptos de Kierkegaard, se centra en el “hombre de carne y hueso”, con sus vicios y virtudes, con las luces y sombras que lo hacen esencialmente contradictorio. En Unamuno encontramos una lucha constante con Dios. La raza humana lo necesita para salvarse, para evadir la angustia y para encomendarse al camino de la trascendencia. En esta línea argumental hay que situar a San Manuel Bueno (1931).

2.- Pío Baroja (1872-1956) 

Fueron las lecturas de Nietzsche y Schopenhauer los que adentraron al escritor en el existencialismo. De él se ha dicho que su obra abarca todos los problemas vitales, tanto que no hay virtud, sentimiento o vicio que no hubiera tratado.

3.- Azorín (1873-1967) 

José Martínez Ruíz toma de Nietzsche la idea del eterno retorno, a la par que considera la vida como un camino frenético que desemboca en la angustia del absurdo. El tiempo en los cuentos de Castilla (1912), su obra más conocida, se convierte en auténtico personaje cuando no en protagonista.  

4.- Antonio Machado (1875-1939) 

Para el poeta de Campos de Castilla (1912) es el tiempo abstracto, el del espíritu, el de la percepción subjetiva, el que condiciona sus escritos. Sus versos sencillos intentan en todo momento aprehender lo fugaz. Quieren inmortalizar el momento logrando acertar a dar en la diana de la esencia. Y con esta premisa tenemos que leer todos sus poemas desde “Al olmo viejo” hasta los conmovedores versos en estructura epistolar de “A José María Palacio”.  

A pesar de la reducción de esta exposición, con estas notas llegamos a entender la importancia del existencialismo, de sus principios y de sus autores no solo para la filosofía sino también para la literatura europea del siglo XX. A la muerte de Dios (proclamada a los cuatro vientos por Nietzsche) se unen los horrores de las sucesivas guerras. La crueldad y la soledad de la época abonan la angustia que se hace mayor al no encontrar el consuelo religioso y al hacerse difícil el camino de la trascendencia. El existencialismo, por tanto, pretende ser ese puente entre la fe ciega y la decadencia del nihilismo. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

 

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No podemos entender este movimiento (que va más allá de una línea filosófica o literaria) sin adentramos en los cambios sustanciales que se producen a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Efectivamente, en torno al 1850-1860 se suceden, unos tras otros, importantes avances en la ciencia y en la ingeniería. Paralelamente, se produce una ruptura radical con los modelos sociales del pasado que quedan, definitivamente, atrás. En este sentido, la aristocracia pierde su poder en beneficio de una burguesía hecha a sí misma y, por tanto, con otros valores vitales que ya no dependen ni de la herencia ni de la tradición. El desarrollo de las condiciones de vida en las ciudades hace creer a la raza humana en sus propias posibilidades de crecimiento y expansión material que, en estos momentos, se antojan ilimitadas. En consecuencia, el ambiente se impregna de un espíritu positivista. Con positivista entendemos las oportunidades de realización de objetivos únicamente en base a la fuerza humana sin que, por primera vez en la historia de Europa, intervengan fuerzas divinas. Paralelamente, este clima racional deja a un lado los principios básicos del cristianismo sobre el que se había sustentado la cultura europea desde la primera Edad Media. Todo esto se conjuga para dejar al ser humano sin los asideros religiosos que lo habían sostenido tradicionalmente. Además, se impone el ateísmo y, también, nada más comenzar el siglo XX, se ponen las bases para el concepto de inconsciente según Freud. Y, como veremos a continuación, de todos estos condicionantes se alimenta el existencialismo

Concepto y delimitación temporal del existencialismo

Así, por un lado, se olvidan o se aparcan los preceptos cristianos que habían guiado a la sociedad europea durante siglos. Estamos ante ese “Dios ha muerto” de Nietzsche. Con esta frase el filósofo no viene a decir que niega la existencia divina sino que todos los pilares anímicos y religiosos de Europa se vienen abajo. Paralelamente al avance de las condiciones de vida, se va desarrollando un individualismo desconocido hasta entonces. La soledad entra en escena tanto en las artes plásticas como en la literatura como en la vida cotidiana, común y corriente. En este orden de cosas, cada ser individual (con las herramientas a su alcance) intenta buscar la verdad dentro de sí. Los objetivos espirituales, por tanto, por primera vez en la historia, son ajenos a los movimientos religiosos colectivos. Se lanza a cada uno de los miembros de la raza humana a la búsqueda de la trascendencia de forma personal, individual y en soledad. El vacío que ha dejado la religión, por tanto, se llena de angustia cuando no de nihilismo. Y en este orden filosófico, social y de pensamiento surge el existencialismo que pretende ser un puente entre los preceptos religiosos cristianos y la angustia nacida de su ausencia. Por eso, también se afirma que el existencialismo es un humanismo, siguiendo el título de la obra de cabecera de Jean Paul Sartre. 

El existencialismo, que no puede considerarse una línea filosófica, sino más bien un modo de estar y entender la vida misma, se amplifica con las dos grandes guerras mundiales. A esta pérdida de asidero religioso se van sumando crueldades y horrores nunca antes sufridos en la historia de la humanidad. Para la década de los cincuenta el existencialismo intenta ofrecer las últimas ideas que quedan en la sociedad antes de caer en el nihilismo, en el vacío de una vida sin objetivos y sin afán de trascendencia. De una manera u otra, el existencialismo continuó hasta el final del siglo XX, cuando nuevos saltos técnicos (el origen de Internet por ejemplo) deja a cada uno de los integrantes de la raza humana (al menos en las sociedades avanzadas occidentales) literalmente a la intemperie. Dios murió (para la gran mayoría) hacía mucho tiempo, el consuelo de lo colectivo se fue diluyendo y solo quedó un tiempo de soledad y de individualismo extremo. 

Filósofos antecedentes del existencialismo 

Todos los cambios que ha habido a lo largo de la historia se realizan poco a poco y, a veces, imperceptiblemente. En la transformación cultural, de cosmovisión y de creencias siempre se barajan condicionantes de distinta índole, desde los económicos hasta los nuevos inventos que van surgiendo en todas las generaciones. El existencialismo no es ajeno a esto. Aunque en literatura especialmente da sus frutos en el periodo comprendido entre las dos guerras mundiales y el París de los años 60, todo ello se abonó mucho antes. Resumo. 

1.- Arthur Schopenhauer (1788-1860) 

Para el filósofo alemán, el mundo es una mera representación y la única manera de llegar a la esencia, a la cosa en sí (al noúmeno) es a través de la voluntad. Esta tarea, al ser limitadas las fuerzas, produce tanto insatisfacción como dolor. Esto es, la única forma de llegar al meollo de la verdad de las cosas tangibles e intangibles del mundo exige del individuo un trabajo que le causa malestar. La única forma de liberarse de esta rueda penosa es liberarse, siguiendo las teorías budistas, de cualquier deseo e instalarse en el ascetismo previo al nirvana.  

2.- Friedrich Nietzsche (1844-1900)  

Para el gran pensador (uno de los más influyentes en el siglo XX), el valor supremo es la vida y, por tanto, todo lo que contribuya a que esta crezca debe ser considerado virtud. Niega cualquier modelo cristiano y, además, lo fía todo a la decisión individual. Nada puede imponerse puesto que Dios ya está muerto. El individuo, por tanto, tiene en sus manos las posibilidades de su libertad. Sin embargo, no todos están preparados para ese paso. Para el filósofo hay dos tipos de personas: los señores y los esclavos. Estos últimos son los envidiosos, los vagos, los resentidos, los que proclaman la igualdad para no tener que mirar en el interior de sí. Los señores son los que van en pos de la vida (en el sentido amplio del término) y el poder sin condicionantes sociales. No hay valores. Estos son creados por el hombre. Y en la cúspide estaría ese superhombre personificado por su Zaratrustra. 

3.- Sören Kierkegaard (1813-1855)

Es el más claro precedente. Va un paso más allá que Nietzsche y proclama que la filosofía tiene que servir a la vida, a las experiencias personales, al bienestar humano. La única solución para el individuo es la no aceptación de los códigos morales sin antes no media una reflexión. Por eso, aboga para hacer valer las virtudes incluso si hay que confrontarse con Dios mismo. Reconoce que un mundo que ha perdido la fe (donde no existe ni la obediencia a las normas religiosas ni el debate con la divinidad) está abocado a la angustia o al nihilismo. Para llegar a la aceptación de la finitud o a la fe religiosa, el individuo tiene que dar un salto al vacío. Es la única manera de superar la desesperación y alcanzar la plena conciencia. Una vez aquí, hay que realizar conscientemente el camino de la trascendencia. Kierkegaard admite que la pérdida de la fe genera angustia y esta lleva a quedarse en los bordes del espíritu y a regodearse con lo material, superfluo y temporal. 

4.- Martin Buber (1878-1965)  

Aboga por la idea del “encuentro personal” que únicamente se consigue mediante una vida en comunión con los principios de la naturaleza o bien con introspección espiritual (religiosa) o filosófica. Apunta que la sociedad del siglo XX se mueve entre dos extremos: el colectivismo, por un lado, que implica el nosotros y, por tanto, ahoga el yo y, por el otro, el individualismo. Este es el que ha prevalecido andando el tiempo. Si bien con el colectivismo (materializado tanto en el comunismo más severo como en el fascismo) se sofoca cualquier libertad personal. Por el contrario, con el individualismo se resbala hacia la soledad absoluta que desemboca, en casos extremos, en la conducta del narcisista y del psicópata. La única “solución” para este conflicto humano es el diálogo. Y Martin Buber lo expresa con estas bellas palabras:  

Solo entre personas autenticas se da una relacion autentica 

5.- Karl Barth (1886-1968)

Distingue entre el tiempo de los hombres (condicionado por la muerte) y el de Dios. No hay forma de superar lo perecedero si no es mediante la fe. La otra opción es el vacío. El existencialismo, por tanto, se impregna ya de espiritualismo, de uno complicado de aunar en un mundo esencialmente ateo y descreído de las enseñanzas y valores cristianos.   

Filosofía del existencialismo y Heidegger 

Con estas bases filosóficas y teniendo en cuenta (aunque sea someramente) los condicionantes históricos, el existencialismo, por tanto, puede definirse como una corriente filosófica, de pensamiento o de planteamiento ante la vida que intenta dar un cariz espiritual al racionalismo de la época. Considera que el individuo ha sido arrojado al mundo (y esto será recogido en infinidad de obras de arte) y que poco o nada puede hacer para superar la angustia si no es a través del camino de la trascendencia. 

La gran figura del existencialismo es Martin Heidegger (1889-1976) y especialmente su obra Ser y tiempo (1927). Para el pensador alemán, la razón de ser de la raza humana es la propia vida. Sin embargo, está lanzado a los condicionantes históricos. Esto es, cada individuo es una suerte de ángel caído que se debate entre el “non-serviam” de Lucifer y el afán de trascender la carnalidad. La única salida para el filósofo es el debate interno, el diálogo con la propia alma. El existencialismo, por tanto, ha tomado el camino del individualismo, de la opción personal más radical, ya que solo se salvarán (llegarán a vivir completamente) quienes tengan la valentía de bucear en sus más personales profundidades espirituales. El existencialismo, por tanto, deja aparcado cualquier código de conducta colectiva e impuesta para abogar por la búsqueda de la verdad entre los recovecos del alma humana.  

El existencialismo, por tanto, es un intento de borrar las divisiones tradiciones entre virtudes-vicios y realismo-idealismo. Es una lucha contra el nihilismo, el espacio que queda cuando se ha borrado la idea de Dios y la vida misma se concibe sin sentido. Es, en definitiva, una actitud vital (que no positiva) que se centra en los recovecos personales del espíritu. Por eso, el existencialismo tuvo una fuerte cabida en literatura a través de la puesta en escena de personajes arrojados a fronteras de todo tipo, que ahondan en el interior de sí con un detalle nunca visto en la historia. 

En esta línea, se encuentra también Karl Jaspers (1883-1969), formado en los principios del psicoanálisis y psiquiatra de formación. La única razón vital que puede admitirse es la búsqueda de trascendencia personal, el humanismo del espíritu mediante el buceo en las profundidades más oscuras del espíritu.  

Representantes del existencialismo en literatura 

1.- Fiódor Dostoyevski (1821-1881), un precedente entre el existencialismo y el realismo literario

Aunque el escritor ruso es uno de los mejores autores del realismo literario europeo, sus personajes adelantan las problemáticas humanas del existencialismo. Nos encontramos a protagonistas siempre en una encrucijada vital o moral, ante conflictos que deben resolver individualmente apelando únicamente a la conciencia personal. Reduciendo mucho, en este hilo conductor se encuentran tanto Los hermanos Karamazov (1880) como Crimen y Castigo (1866).

2.- Franz Kafka (1883-1924)  

La angustia en Kafka da un paso hacia el absurdo, hacia la incongruencia de lo imposible que, en sus relatos, de ahí la genialidad, se hace verosímil. Estamos ante una literatura de pesadilla en la que los protagonistas se encuentran atrapados en sus circunstancias personales negándoles tanto una salida airosa en el plano físico como la posibilidad de trascendencia. En este sentido, también reduciendo mucho, tenemos que entender tanto  El proceso (1925) como La metamorfosis (1915), sus dos grandes obras maestras.   

3.- Jean Paul Sartre (1905-1980) 

Entre la filosofía y la literatura, fue uno de los mayores representantes del existencialismo parisino. En su obra se transparenta un fuerte compromiso político por el que se quiere liberar al hombre de todas las ataduras impuestas por una sociedad aún anclada en los principios tradicionales. Para el escritor, el absurdo vital de una raza humana ya abiertamente atea solo puede contrarrestarse con la libertad de conciencia. Así, sus obras reflejan fuertemente la angustia existencial del individuo que se sabe (y se reconoce) sin salidas en el plano físico e intrascendente en el espiritual. Son títulos fundamentales del canon universal La náusea (1938) y Las manos sucias (1948).  Además, de Sartre son las dos obras críticas fundamentales del movimiento: El ser y la nada (1943) y El existencialismo es un humanismo (1946). He dejado esta última a continuación para el lector curioso. 

El existencialismo es un humanismo

4.- Albert Camus (1913-1960) 

Inicialmente vinculado a Sartre y a la revista Les Temps Modernes, muy pronto se decantó por la independencia más absoluta. Son obras imprescindibles del canon universal El extranjero (1942), La peste (1947) o Calígula (1945) para teatro. Para el escritor (que también realizó estudios de investigación) el absurdo de la vida no ofrece respuestas más allá del cumplimiento social. Y aquí tiene cabida la lucha contra ls injusticias y la necesaria solidaridad humana. 

El existencialismo en España 

Lo encontramos especialmente en los autores de la Generación del 98. El buceo en todas las profundidades del espíritu humano encuentra en estos escritores territorio abonado. El dolor por la situación cultural, social y económica de España se une, a veces, a un pesimismo y a una tristeza que son características de la Generación del 98. Muy resumidamente tenemos: 

1.- Miguel de Unamuno (1864-1936) 

Imbuido de los preceptos de Kierkegaard, se centra en el “hombre de carne y hueso”, con sus vicios y virtudes, con las luces y sombras que lo hacen esencialmente contradictorio. En Unamuno encontramos una lucha constante con Dios. La raza humana lo necesita para salvarse, para evadir la angustia y para encomendarse al camino de la trascendencia. En esta línea argumental hay que situar a San Manuel Bueno (1931).

2.- Pío Baroja (1872-1956) 

Fueron las lecturas de Nietzsche y Schopenhauer los que adentraron al escritor en el existencialismo. De él se ha dicho que su obra abarca todos los problemas vitales, tanto que no hay virtud, sentimiento o vicio que no hubiera tratado.

3.- Azorín (1873-1967) 

José Martínez Ruíz toma de Nietzsche la idea del eterno retorno, a la par que considera la vida como un camino frenético que desemboca en la angustia del absurdo. El tiempo en los cuentos de Castilla (1912), su obra más conocida, se convierte en auténtico personaje cuando no en protagonista.  

4.- Antonio Machado (1875-1939) 

Para el poeta de Campos de Castilla (1912) es el tiempo abstracto, el del espíritu, el de la percepción subjetiva, el que condiciona sus escritos. Sus versos sencillos intentan en todo momento aprehender lo fugaz. Quieren inmortalizar el momento logrando acertar a dar en la diana de la esencia. Y con esta premisa tenemos que leer todos sus poemas desde “Al olmo viejo” hasta los conmovedores versos en estructura epistolar de “A José María Palacio”.  

A pesar de la reducción de esta exposición, con estas notas llegamos a entender la importancia del existencialismo, de sus principios y de sus autores no solo para la filosofía sino también para la literatura europea del siglo XX. A la muerte de Dios (proclamada a los cuatro vientos por Nietzsche) se unen los horrores de las sucesivas guerras. La crueldad y la soledad de la época abonan la angustia que se hace mayor al no encontrar el consuelo religioso y al hacerse difícil el camino de la trascendencia. El existencialismo, por tanto, pretende ser ese puente entre la fe ciega y la decadencia del nihilismo. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

 

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El existencialismo

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Introducción y líneas generales a la teoría o filosofía de la deconstrucción propuesta por Jacques Derrida.

Si la deconstrucción nos ha enseñado algo es que la Verdad, con mayúsculas, no existe, que tras una verdad puede haber otras verdades, que tras un planteamiento puede haber otras exposiciones, otras lecturas de un mismo hecho, otros sentidos distintos.  

Este constante cuestionarse los discursos dados tiene, por supuesto, un carácter eminentemente político, puesto que, en la medida en que la realidad dada es puesta en entredicho, es re-leída o re-interpretada a la luz de nuevos criterios, deviene, casi inevitablemente, opiniones, mensajes, ontologías que no dan por bueno o por terminado el orden establecido e instaurado. Siguiendo a Jacques Derrida (1930-2004), si a través de la deconstrucción podemos alcanzar otros sentidos, tenemos que aceptar que esos otros sentidos alcanzados no pueden ser nunca definitivos, que, simplemente, son visiones, o más bien, otros caminos, otras formas de mirar, tanto la realidad circundante, como las expresiones artísticas del pasado o del presente. Así bajo la teoría o la filosofía de la deconstrucción, aunque los mensajes políticos entran en un limbo viscoso y susceptibles de interpretarse de múltiples maneras, esto alcanza la apoteosis cuando se trata de textos literarios. Si el arte es susceptible de múltiples lecturas dependiendo de la interpretación de cada momento histórico, bajo la mirada de la deconstrucción  hay que aceptar que cualquier lectura que hagamos es siempre provisional.  

¿Qué es la filosofía de la deconstrucción? 

La deconstrucción quiere volver a los orígenes de la filosofía, a ese preguntarse por el mundo sin que medie ningún tipo de condicionamiento, quiere regresar a ese dejarse invadir por la pregunta para quedarse, en algunos casos, en ella. E intenta este camino puesto que es la propia pregunta la que crea epistemología, la que hace filosofía, la que interesa.  Es decir, lo que hay que hacer es interrogar y buscar caminos alternativos, sin temer ni preocuparse por las respuestas. En definitiva las “lecturas” post-estructuralistas (las que llegan después del estructuralismo de Saussure) abogan, desde el primer momento, por el camino, por la otra o las otras formas de entender y de mirar la realidad y el arte. Las respuestas se encuentran andando los otros caminos y, en ningún momento, se preocupa por dar la respuesta acertada. 

Y esto se produce de este modo, entre otros factores, porque los filósofos de la deconstrucción aceptaron, desde el inicio de sus investigaciones, que solo se podía vivir y mirar en el camino y no para la meta. Recordemos que cualquier interpretación conseguida era, desde el principio, considerada como provisional, válida solo hasta el momento mismo que sea sustituida por otra. 

Procesos en la filosofía de la deconstrucción de Derrida

Por supuesto, este tipo de ejercicio no puede llevarnos a caer en el nihilismo estéril, sino que debe suponer un acicate para observar con atención lo que está más allá. Nos tiene que servir para el cuestionamiento, para la interrogación, para, en definitiva, y quizá sea esto lo más importante, no caer, en ningún momento, en el dogmatismo de cualquier signo. La deconstrucción, en puridad, lo que promulga es la más absoluta libertad de pensamiento, una libertad que no debe ser constreñida a ningún método establecido con anterioridad pero que, por el contrario, tiene que estar sustentada en criterios sólidos, en tesis no elegidas de forma aleatoria, al azar o de manera caprichosa. La deconstrucción, en este sentido, participa de la pragmática que tanto éxito está teniendo en las últimas décadas a la hora de afrontar los sentidos inherentes a cualquier texto ya sea éste literario, filosófico, político o publicitario.  

Este “pensar en libertad” va a conllevar en el, prácticamente, cien por cien de los casos, una lectura eminentemente política de los discursos. Y es así puesto que, al ir más allá, al colocarnos en el otro lado de la significación, siempre encontraremos un descontento, una crítica, una posibilidad de alteridad que es inherente a cualquier forma de manifestación artística. Por supuesto, estas características son mucho más acusadas en aquellas obras que, de una manera  u otra, plantean un discurso novedoso, fuera de los límites establecidos por los cánones semánticos imperantes en cada momento. Aunque la filosofía de la deconstrucción es posterior estos movimientos artísticos, no podemos perder de vista que el dadaísmo e, incluso, el surrealismo se basan en estos conceptos de fragilidad en la interpretación de la verdad de la raza humana y, especialmente, de los modelos sociales que se adoptan.  

La filosofía de la deconstrucción ha tenido bastante detractores (y también fervientes admiradores) especialmente por sustentarse en el llamado pensamiento líquido y en promulgar que no hay ninguna certeza a la hora de interpretar cualquier proceso humano.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Introducción y líneas generales a la teoría o filosofía de la deconstrucción propuesta por Jacques Derrida.

Si la deconstrucción nos ha enseñado algo es que la Verdad, con mayúsculas, no existe, que tras una verdad puede haber otras verdades, que tras un planteamiento puede haber otras exposiciones, otras lecturas de un mismo hecho, otros sentidos distintos.  

Este constante cuestionarse los discursos dados tiene, por supuesto, un carácter eminentemente político, puesto que, en la medida en que la realidad dada es puesta en entredicho, es re-leída o re-interpretada a la luz de nuevos criterios, deviene, casi inevitablemente, opiniones, mensajes, ontologías que no dan por bueno o por terminado el orden establecido e instaurado. Siguiendo a Jacques Derrida (1930-2004), si a través de la deconstrucción podemos alcanzar otros sentidos, tenemos que aceptar que esos otros sentidos alcanzados no pueden ser nunca definitivos, que, simplemente, son visiones, o más bien, otros caminos, otras formas de mirar, tanto la realidad circundante, como las expresiones artísticas del pasado o del presente. Así bajo la teoría o la filosofía de la deconstrucción, aunque los mensajes políticos entran en un limbo viscoso y susceptibles de interpretarse de múltiples maneras, esto alcanza la apoteosis cuando se trata de textos literarios. Si el arte es susceptible de múltiples lecturas dependiendo de la interpretación de cada momento histórico, bajo la mirada de la deconstrucción  hay que aceptar que cualquier lectura que hagamos es siempre provisional.  

¿Qué es la filosofía de la deconstrucción? 

La deconstrucción quiere volver a los orígenes de la filosofía, a ese preguntarse por el mundo sin que medie ningún tipo de condicionamiento, quiere regresar a ese dejarse invadir por la pregunta para quedarse, en algunos casos, en ella. E intenta este camino puesto que es la propia pregunta la que crea epistemología, la que hace filosofía, la que interesa.  Es decir, lo que hay que hacer es interrogar y buscar caminos alternativos, sin temer ni preocuparse por las respuestas. En definitiva las “lecturas” post-estructuralistas (las que llegan después del estructuralismo de Saussure) abogan, desde el primer momento, por el camino, por la otra o las otras formas de entender y de mirar la realidad y el arte. Las respuestas se encuentran andando los otros caminos y, en ningún momento, se preocupa por dar la respuesta acertada. 

Y esto se produce de este modo, entre otros factores, porque los filósofos de la deconstrucción aceptaron, desde el inicio de sus investigaciones, que solo se podía vivir y mirar en el camino y no para la meta. Recordemos que cualquier interpretación conseguida era, desde el principio, considerada como provisional, válida solo hasta el momento mismo que sea sustituida por otra. 

Procesos en la filosofía de la deconstrucción de Derrida

Por supuesto, este tipo de ejercicio no puede llevarnos a caer en el nihilismo estéril, sino que debe suponer un acicate para observar con atención lo que está más allá. Nos tiene que servir para el cuestionamiento, para la interrogación, para, en definitiva, y quizá sea esto lo más importante, no caer, en ningún momento, en el dogmatismo de cualquier signo. La deconstrucción, en puridad, lo que promulga es la más absoluta libertad de pensamiento, una libertad que no debe ser constreñida a ningún método establecido con anterioridad pero que, por el contrario, tiene que estar sustentada en criterios sólidos, en tesis no elegidas de forma aleatoria, al azar o de manera caprichosa. La deconstrucción, en este sentido, participa de la pragmática que tanto éxito está teniendo en las últimas décadas a la hora de afrontar los sentidos inherentes a cualquier texto ya sea éste literario, filosófico, político o publicitario.  

Este “pensar en libertad” va a conllevar en el, prácticamente, cien por cien de los casos, una lectura eminentemente política de los discursos. Y es así puesto que, al ir más allá, al colocarnos en el otro lado de la significación, siempre encontraremos un descontento, una crítica, una posibilidad de alteridad que es inherente a cualquier forma de manifestación artística. Por supuesto, estas características son mucho más acusadas en aquellas obras que, de una manera  u otra, plantean un discurso novedoso, fuera de los límites establecidos por los cánones semánticos imperantes en cada momento. Aunque la filosofía de la deconstrucción es posterior estos movimientos artísticos, no podemos perder de vista que el dadaísmo e, incluso, el surrealismo se basan en estos conceptos de fragilidad en la interpretación de la verdad de la raza humana y, especialmente, de los modelos sociales que se adoptan.  

La filosofía de la deconstrucción ha tenido bastante detractores (y también fervientes admiradores) especialmente por sustentarse en el llamado pensamiento líquido y en promulgar que no hay ninguna certeza a la hora de interpretar cualquier proceso humano.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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En Japón conviven desde hace siglos varias religiones: shinto o sinto, budismo, taoísmo e, incluso, cristianismo en perfecta armonía y sintonía. Más que de una creencia tenemos que hablar de un sincretismo en cuanto a la religión en Japón.  La religiosidad del pueblo nipón es una mezcla bastante curiosa de diversas religiones y de una manifestación local conocida como sintoísmo. Todas estas líneas de creencias conviven en armonía. Hacemos un breve repaso de las mismas. 

El sinto o Shinto, la religión de Japón 

El sinto (o Shinto), literalmente camino de los dioses, está estrechamente relacionado con creencias animistas y chamanistas que, a veces, se confunden con la superstición. Aún así, el sinto es una religión altamente espiritualizada centrada en una actitud vital que reverencia la naturaleza y sus leyes. De este modo, la sencillez, lo primigenio, la pureza y la armonía con el medio dado son los principios que rigen esta forma de entender lo religioso.   

 

El budismo en Japón

A esta religión autóctona se le une el budismo que fue introducido desde China a partir del año 805 por el monje Saichô. De todas las sectas budistas que fueron paulatinamente instalándose en territorio nipón, la rama zen es la que más arraigó en la espiritualidad japonesa. Ésta fue introducida por el monje Eisai (también desde China) a mediados del siglo XII justo cuando se estaba fraguando el arte del teatro Nô y el resto de las manifestaciones artísticas más conocidas de Japón (la jardinería, la ceremonia del té, la caligrafía, la poesía, etc.). Explicar el zen es querer trascender los límites de la palabra. El despertar o la liberación o el satori, al que se llega a través de la meditación y del despojamiento de toda materialidad del budismo zen no pueden ser descubiertos o descritos de forma intelectual.

La introducción de las distintas sectas budistas desde China a partir del siglo IX no significa que el pueblo nipón se adhiriera a una u otra confesión sino que, de forma espontánea, se va realizando un sincretismo paulatino entre ambas hasta llegar a una confusión total. 

El Tao y la filosofía de Confuncio, su importancia en la religión de Japón

El caos no acaba aquí, puesto que la influencia china se iría dejando sentir hasta bien entrado el siglo XVI y el entonces permeable pueblo nipón se fue empapando de las doctrinas del Tao y de Confucio de la misma manera que lo hizo antes con el budismo, es decir, tomando elementos de una y otra religión y de la filosofía ética-social confuciana. De Confucio se adopta, sobre todo, la fuerte piedad filial y el respeto a los superiores y del Tao la anulación de los contrarios para llegar a un estado de tranquilidad, armonía y quietud.

La influencia cristiana en Japón

Por si fuera poco, el cristianismo también dejó huella en territorio japonés tras las enseñanzas del santo Francisco Javier y los hermanos de la Compañía de Jesús. A pesar de las reformas operadas con la constitución de la Era Meiji (abril de 1868) en un intento por acabar con las “prácticas oscurantistas” y de la división un tanto arbitraria de las distintas confesiones religiosas en el mismo período, el pueblo nipón ha seguido siendo fiel a ese sincretismo en lo tocante a lo sagrado que hace tan difícil su descripción y, por supuesto, imposible el encasillamiento. 

Un sinfín de religiones, creencias y filosofías se mezclan para crear una idiosincrasia religiosa muy peculiar, la del pueblo japonés.

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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En Japón conviven desde hace siglos varias religiones: shinto o sinto, budismo, taoísmo e, incluso, cristianismo en perfecta armonía y sintonía. Más que de una creencia tenemos que hablar de un sincretismo en cuanto a la religión en Japón.  La religiosidad del pueblo nipón es una mezcla bastante curiosa de diversas religiones y de una manifestación local conocida como sintoísmo. Todas estas líneas de creencias conviven en armonía. Hacemos un breve repaso de las mismas. 

El sinto o Shinto, la religión de Japón 

El sinto (o Shinto), literalmente camino de los dioses, está estrechamente relacionado con creencias animistas y chamanistas que, a veces, se confunden con la superstición. Aún así, el sinto es una religión altamente espiritualizada centrada en una actitud vital que reverencia la naturaleza y sus leyes. De este modo, la sencillez, lo primigenio, la pureza y la armonía con el medio dado son los principios que rigen esta forma de entender lo religioso.   

 

El budismo en Japón

A esta religión autóctona se le une el budismo que fue introducido desde China a partir del año 805 por el monje Saichô. De todas las sectas budistas que fueron paulatinamente instalándose en territorio nipón, la rama zen es la que más arraigó en la espiritualidad japonesa. Ésta fue introducida por el monje Eisai (también desde China) a mediados del siglo XII justo cuando se estaba fraguando el arte del teatro Nô y el resto de las manifestaciones artísticas más conocidas de Japón (la jardinería, la ceremonia del té, la caligrafía, la poesía, etc.). Explicar el zen es querer trascender los límites de la palabra. El despertar o la liberación o el satori, al que se llega a través de la meditación y del despojamiento de toda materialidad del budismo zen no pueden ser descubiertos o descritos de forma intelectual.

La introducción de las distintas sectas budistas desde China a partir del siglo IX no significa que el pueblo nipón se adhiriera a una u otra confesión sino que, de forma espontánea, se va realizando un sincretismo paulatino entre ambas hasta llegar a una confusión total. 

El Tao y la filosofía de Confuncio, su importancia en la religión de Japón

El caos no acaba aquí, puesto que la influencia china se iría dejando sentir hasta bien entrado el siglo XVI y el entonces permeable pueblo nipón se fue empapando de las doctrinas del Tao y de Confucio de la misma manera que lo hizo antes con el budismo, es decir, tomando elementos de una y otra religión y de la filosofía ética-social confuciana. De Confucio se adopta, sobre todo, la fuerte piedad filial y el respeto a los superiores y del Tao la anulación de los contrarios para llegar a un estado de tranquilidad, armonía y quietud.

La influencia cristiana en Japón

Por si fuera poco, el cristianismo también dejó huella en territorio japonés tras las enseñanzas del santo Francisco Javier y los hermanos de la Compañía de Jesús. A pesar de las reformas operadas con la constitución de la Era Meiji (abril de 1868) en un intento por acabar con las “prácticas oscurantistas” y de la división un tanto arbitraria de las distintas confesiones religiosas en el mismo período, el pueblo nipón ha seguido siendo fiel a ese sincretismo en lo tocante a lo sagrado que hace tan difícil su descripción y, por supuesto, imposible el encasillamiento. 

Un sinfín de religiones, creencias y filosofías se mezclan para crear una idiosincrasia religiosa muy peculiar, la del pueblo japonés.

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Se conoce como erasmismo a la corriente de pensamiento filosófica surgida en el siglo XVI a raíz de las ideas de Erasmo de Rotterdam. En línea con los cambios operados en la época a todos los niveles, desde las artes hasta la economía, sociedad o la política en el Renacimiento, el erasmismo propugna la libertad para interpretar las Sagradas Escrituras y el retorno a los orígenes sencillos del Cristianismo, lejos de la corrupción y la degradación del papado del momento. Contrariamente, a las ideas de Lutero, el erasmismo no supuso una ruptura con la iglesia católica ni el poder de Roma, ya que buscaba una renovación en lugar del cisma que llegó con el protestantismo.  

¿Quién fue Erasmo de Rotterdam? 

 

Nació en Rotterdam en 1466 y murió en Basilea, Suiza, en 1536. Fue hijo ilegítimo de un sacerdote de Gouda y de la panadera del lugar. No obstante esa condición, su padre lo envió a estudiar con los agustinos de Stein, en cuyo convento entró con solo catorce años. Allí tuvo buenos maestros que abogaban por una nueva forma de enfrentarse a los textos sagrados y que adelantaban todos los principios sobre el hombre en el Renacimiento que, en unas cuantas décadas, cambiaría la cosmovisión en todos los órdenes desde las artes o las letras hasta la economía y lo social. 

Del convento salió para estudiar en la Universidad de París y en la de Bolonia, dos de los grandes centros europeos de la época (que aún siguen siéndolo). Durante su larga vida (para aquellos siglos) no solo se preocupó por el estudio y las reformas que debían llevarse a cabo para abandonar la escolástica medieval (como haría uno de sus discípulos Juan Luis Vives) sino que se codeó con lo más granado de la intelectualidad de la época. Fue llamado para impartir clases en Oxford y Cambridge y, una vez Carlos I ocupó el trono de España, fue nombrado consejero del rey europeo con más poder sobre sus espaldas de entonces. 

El Renacimiento supuso un vuelco en las ideas y los modos vitales vigentes desde los inicios de la Edad Media. A los nuevos inventos se sumó la imprenta que contribuyó a aumentar los libros (y por tanto el conocimiento) en un número nunca antes visto por la humanidad. Erasmo de Rotterdam se codeó con dos de los mejores impresores del momento: Froben en Basilea y Aldo Manucio, en Venecia, el mismo que inventó las ediciones críticas de bolsillo primorosamente editadas y que puso en circulación uno de los libros más extraños de la historia: Hypnerotomachia Poliphili

Erasmo de Rotterdam, además, llegó a ser rector de la Universidad de Basilea. Fue ordenado sacerdote y, a pesar de tener ese espíritu crítico contra las altas instancias de la iglesia, nunca abandonó la fe católica. Los partidarios acérrimos de Lutero le amargaron los últimos años de su vida presionándole para que se decantara por la opción del cisma, extremo que no llegó a abrazar nunca y permaneció fiel a Roma hasta su muerte.

Principios básicos del Erasmismo 

Resumiendo mucho podemos señalar los siguientes:  

1.- El erasmismo fue la doctrina filosófica-religiosa salida de una persona extremadamente culta que encontraba en el conocimiento la base para el progreso y el crecimiento espiritual. Una persona con este carácter, de extracto humilde y sin un lugar familiar concreto, solo podía defender la libertad. La misma que sustentaba todos los cambios que se produjeron durante el Renacimiento. 

2.- Esa libertad no implicaba para él una revolución total y más bien abogaba por una depuración, por apostar por una sencillez que se había perdido entre las elites poderosas. 

3.- El erasmismo se extendió, en parte, gracias a una obra extraña: los Adagia, una suerte de colección de refranes, frases, ideas cortas que empezó siendo joven y seguía añadiendo poco antes de su muerte. 

4.- Elogio de la locura, la obra más conocida de Erasmo, sigue en esta línea ya que es una crítica mordaz en plan jocoso o satírico de la sociedad de la época. Al poner al descubierto los vicios, el erasmismo solo pretendía una especie de examen de conciencia para volver a los principios básicos y primigenios del cristianismo. 

5.- En este sentido, el erasmismo propugna una sabiduría sencilla, serena y se agarra a virtudes clásicas que, según el autor, la sociedad en su conjunto había acabado aparcando a favor de vicios destructores. En esta línea se encuadra Manual del caballero cristiano o Enchiridion, obra donde se ponen las bases del saber estar y comportamiento (tanto a nivel de cortesía como el más íntimo de la lucha contra los defectos morales) de quienes pretenden cambiar el mundo sin confrontación con terceros. 

6.- Esta sabiduría serena es la que explica que Erasmo tuviera el apoyo de personas poderosas (Leon X, Tomás Moro, Carlos I, el Cardenal Cisneros…) ya que representaba el ideal de sabio clásico que avisa de las corrupciones del mundo. 

7.- En el plano religioso abogaba por una supresión de los ritos más pomposos y una vuelta a la sencillez primigenia.

8.- Aunque nunca se separó de la iglesia católica, puso los cimientos para el cisma protestante. 

Erasmismo en España 

Puede decirse que el Renacimiento en España se inicia en 1492, cuando se aúnan varios hechos históricos en el reinado de los Reyes Católicos, la toma de Granada para la causa cristiana, la concentración del poder real frente a los señores, el descubrimiento de América a ojos europeos, la Gramática de Antonio de Nebrija, colocando los cimientos del “bien decir” en lengua vulgar…. A partir de ese momento, comienza un periodo de crecimiento y desarrollo en todos los ámbitos vitales. Se crean universidades por todo el territorio español, se imprimen libros en las imprentas colocadas en cada ciudad, hay un ascenso de la burguesía y se publican obras literarias basadas en los mitos de la literatura griega (Juan de Mena por poner un caso). 

Con el ascenso en 1516 al trono de las Españas (territorios europeos y americanos) de Carlos I, el erasmismo es abrazado por toda la intelectualidad de la época ya desperdigada en centros de enseñanzas, universidades o en la misma corte. Recordemos que el emperador nombra a Erasmo consejero personal. En esta misma línea se encuentra el Cardenal Cisneros, padre espiritual de la Biblia Políglota donde se daba cabida a sabios con conocimientos de distintas lenguas (y, por tanto, orígenes).  

Erasmismo en España y Concilio de Trento 

Todo se tuerce con el Concilio de Trento (1545-1563), tras el cisma protestante y las guerras de religión que van llegando después. Carlos I jura defender los principios que se acuerdan incluso con las armas. Queda aquí plasmado la doctrina total de la iglesia católica desde el celibato, los sacramentos o la veneración mariana hasta la presencia de Cristo en la Eucaristía. España, en ese momento se aleja del erasmismo que, hasta entonces, solo había sido recogido por la elite intelectual y se erige en abanderada de la Contrarreforma.  

Con ella llegaría más poder para la inquisición y su gusto por los índices de libros prohibidos cuando no la prisión, la tortura y la hoguera (siempre por este orden). Y no había que hacer mucho para estar en su punto de mira ya que en las garras del tribunal cayeron intelectuales de la talla de Fray Luis de León o de un místico (luego doctor de la Iglesia) como San Juan de la Cruz. Con todo esa influencia que había conseguido desperdigar por aulas, talleres de imprenta y vida cotidiana el erasmismo quedó por completo relegado en España, convirtiéndose en una doctrina peligrosa para los que lo defendían o profesaban.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Se conoce como erasmismo a la corriente de pensamiento filosófica surgida en el siglo XVI a raíz de las ideas de Erasmo de Rotterdam. En línea con los cambios operados en la época a todos los niveles, desde las artes hasta la economía, sociedad o la política en el Renacimiento, el erasmismo propugna la libertad para interpretar las Sagradas Escrituras y el retorno a los orígenes sencillos del Cristianismo, lejos de la corrupción y la degradación del papado del momento. Contrariamente, a las ideas de Lutero, el erasmismo no supuso una ruptura con la iglesia católica ni el poder de Roma, ya que buscaba una renovación en lugar del cisma que llegó con el protestantismo.  

¿Quién fue Erasmo de Rotterdam? 

 

Nació en Rotterdam en 1466 y murió en Basilea, Suiza, en 1536. Fue hijo ilegítimo de un sacerdote de Gouda y de la panadera del lugar. No obstante esa condición, su padre lo envió a estudiar con los agustinos de Stein, en cuyo convento entró con solo catorce años. Allí tuvo buenos maestros que abogaban por una nueva forma de enfrentarse a los textos sagrados y que adelantaban todos los principios sobre el hombre en el Renacimiento que, en unas cuantas décadas, cambiaría la cosmovisión en todos los órdenes desde las artes o las letras hasta la economía y lo social. 

Del convento salió para estudiar en la Universidad de París y en la de Bolonia, dos de los grandes centros europeos de la época (que aún siguen siéndolo). Durante su larga vida (para aquellos siglos) no solo se preocupó por el estudio y las reformas que debían llevarse a cabo para abandonar la escolástica medieval (como haría uno de sus discípulos Juan Luis Vives) sino que se codeó con lo más granado de la intelectualidad de la época. Fue llamado para impartir clases en Oxford y Cambridge y, una vez Carlos I ocupó el trono de España, fue nombrado consejero del rey europeo con más poder sobre sus espaldas de entonces. 

El Renacimiento supuso un vuelco en las ideas y los modos vitales vigentes desde los inicios de la Edad Media. A los nuevos inventos se sumó la imprenta que contribuyó a aumentar los libros (y por tanto el conocimiento) en un número nunca antes visto por la humanidad. Erasmo de Rotterdam se codeó con dos de los mejores impresores del momento: Froben en Basilea y Aldo Manucio, en Venecia, el mismo que inventó las ediciones críticas de bolsillo primorosamente editadas y que puso en circulación uno de los libros más extraños de la historia: Hypnerotomachia Poliphili

Erasmo de Rotterdam, además, llegó a ser rector de la Universidad de Basilea. Fue ordenado sacerdote y, a pesar de tener ese espíritu crítico contra las altas instancias de la iglesia, nunca abandonó la fe católica. Los partidarios acérrimos de Lutero le amargaron los últimos años de su vida presionándole para que se decantara por la opción del cisma, extremo que no llegó a abrazar nunca y permaneció fiel a Roma hasta su muerte.

Principios básicos del Erasmismo 

Resumiendo mucho podemos señalar los siguientes:  

1.- El erasmismo fue la doctrina filosófica-religiosa salida de una persona extremadamente culta que encontraba en el conocimiento la base para el progreso y el crecimiento espiritual. Una persona con este carácter, de extracto humilde y sin un lugar familiar concreto, solo podía defender la libertad. La misma que sustentaba todos los cambios que se produjeron durante el Renacimiento. 

2.- Esa libertad no implicaba para él una revolución total y más bien abogaba por una depuración, por apostar por una sencillez que se había perdido entre las elites poderosas. 

3.- El erasmismo se extendió, en parte, gracias a una obra extraña: los Adagia, una suerte de colección de refranes, frases, ideas cortas que empezó siendo joven y seguía añadiendo poco antes de su muerte. 

4.- Elogio de la locura, la obra más conocida de Erasmo, sigue en esta línea ya que es una crítica mordaz en plan jocoso o satírico de la sociedad de la época. Al poner al descubierto los vicios, el erasmismo solo pretendía una especie de examen de conciencia para volver a los principios básicos y primigenios del cristianismo. 

5.- En este sentido, el erasmismo propugna una sabiduría sencilla, serena y se agarra a virtudes clásicas que, según el autor, la sociedad en su conjunto había acabado aparcando a favor de vicios destructores. En esta línea se encuadra Manual del caballero cristiano o Enchiridion, obra donde se ponen las bases del saber estar y comportamiento (tanto a nivel de cortesía como el más íntimo de la lucha contra los defectos morales) de quienes pretenden cambiar el mundo sin confrontación con terceros. 

6.- Esta sabiduría serena es la que explica que Erasmo tuviera el apoyo de personas poderosas (Leon X, Tomás Moro, Carlos I, el Cardenal Cisneros…) ya que representaba el ideal de sabio clásico que avisa de las corrupciones del mundo. 

7.- En el plano religioso abogaba por una supresión de los ritos más pomposos y una vuelta a la sencillez primigenia.

8.- Aunque nunca se separó de la iglesia católica, puso los cimientos para el cisma protestante. 

Erasmismo en España 

Puede decirse que el Renacimiento en España se inicia en 1492, cuando se aúnan varios hechos históricos en el reinado de los Reyes Católicos, la toma de Granada para la causa cristiana, la concentración del poder real frente a los señores, el descubrimiento de América a ojos europeos, la Gramática de Antonio de Nebrija, colocando los cimientos del “bien decir” en lengua vulgar…. A partir de ese momento, comienza un periodo de crecimiento y desarrollo en todos los ámbitos vitales. Se crean universidades por todo el territorio español, se imprimen libros en las imprentas colocadas en cada ciudad, hay un ascenso de la burguesía y se publican obras literarias basadas en los mitos de la literatura griega (Juan de Mena por poner un caso). 

Con el ascenso en 1516 al trono de las Españas (territorios europeos y americanos) de Carlos I, el erasmismo es abrazado por toda la intelectualidad de la época ya desperdigada en centros de enseñanzas, universidades o en la misma corte. Recordemos que el emperador nombra a Erasmo consejero personal. En esta misma línea se encuentra el Cardenal Cisneros, padre espiritual de la Biblia Políglota donde se daba cabida a sabios con conocimientos de distintas lenguas (y, por tanto, orígenes).  

Erasmismo en España y Concilio de Trento 

Todo se tuerce con el Concilio de Trento (1545-1563), tras el cisma protestante y las guerras de religión que van llegando después. Carlos I jura defender los principios que se acuerdan incluso con las armas. Queda aquí plasmado la doctrina total de la iglesia católica desde el celibato, los sacramentos o la veneración mariana hasta la presencia de Cristo en la Eucaristía. España, en ese momento se aleja del erasmismo que, hasta entonces, solo había sido recogido por la elite intelectual y se erige en abanderada de la Contrarreforma.  

Con ella llegaría más poder para la inquisición y su gusto por los índices de libros prohibidos cuando no la prisión, la tortura y la hoguera (siempre por este orden). Y no había que hacer mucho para estar en su punto de mira ya que en las garras del tribunal cayeron intelectuales de la talla de Fray Luis de León o de un místico (luego doctor de la Iglesia) como San Juan de la Cruz. Con todo esa influencia que había conseguido desperdigar por aulas, talleres de imprenta y vida cotidiana el erasmismo quedó por completo relegado en España, convirtiéndose en una doctrina peligrosa para los que lo defendían o profesaban.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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