Nada más salir del periodo Neolítico, alrededor del río Nilo, se crea una cultura impactante y rica, una de las más sugestivas de la historia de la humanidad. Ni que decir tiene que el arte egipcio se manifiesta a través de múltiples géneros, desde la escultura hasta la pintura pasando por la creación de hermosos objetos de uso cotidiano. Sin embargo, alrededor del tercer milenio antes de Cristo y hasta la llegada de este al mundo, en este emplazamiento se van levantando obras que serán la admiración de coetáneos y de aquellos que llegarán después. La arquitectura egipcia por su majestuosidad, dificultad de ejecución (tanto que aún sigue dando que estudiar a los ingenieros contemporáneos), simbolismo y por ser la manifestación de una de las primeras civilizaciones sobre el planeta Tierra aún sigue maravillando.
Antecedentes socio-políticos que explican las obras faraónicas de Egipto
Todas estas obras que se realizan, a veces, en pleno desierto sin máquinas (por supuesto) y con una gran cantidad de obreros esclavos o libres especializados no se entienden sin el sistema político que las sustentaba. El río Nilo, a lo largo de su cauce, con sucesivas inundaciones, va depositando limos fértiles que propician una rica agricultura y el pastoreo intensivo. Toda esta riqueza va creciendo progresivamente hasta configurar una casta social en la que tienen cabida artesanos, artistas o profesionales conocidos en la actualidad como liberales (médicos, escribas, constructores…) Dicho esto, el paisaje de Egipto sería hoy de otra manera si esta estructura social no estuviera bajo el dominio de un todopoderoso rey: el faraón.
Porque el faraón no solo acaparó poder en todos los órdenes (legislativo, judicial, económico…) en el plano mortal sino también en el más allá. Considerado la encarnación del dios del sol, se le rendía culto como un ser del otro mundo, el inmortal que se encuentra más allá de la corrupción de la carne. Si el faraón era un dios, toda su vida estaba centrada no solo en los asuntos de este plano sino también en la del otro lado. En esa existencia que sería eterna disfrutaría de los mismos bienes que en la actual.
De resultas de toda esta creencia nacen los procesos de momificación con el fin de que se permitiera que el cuerpo, en su tumba, pudiera realizar la metamorfosis hacia el más allá. Se crean, por tanto, oficios específicos, talleres y toda una cultura alrededor de la muerte. En ese mundo de ocaso viviría el faraón, pero también todo aquel que, en vida, se preocupara por dejar un cuerpo incorrupto y un corazón noble. Y la gran mayoría de la arquitectura egipcia se levanta para dar cabida a estas ideas.
Las pirámides, joyas de la arquitectura egipcia
Levantadas a semejanza de un búnker para albergar el sarcófago del faraón, toda en ella está diseñada con ese propósito de elevación, desde la base terrena hasta la punta que mira al cielo. Las primeras pirámides surgen a continuación de la arquitectura prehistórica innovando los procesos constructivos de una forma radical. Las primeras, las que entroncan con el Neolítico, son toscas construcciones (aunque gigantescas en sus dimensiones) en forma escalonada. Estas se conocen como mastabas y ya tenían la función de albergar sepulturas. Desde estas construcciones se van formando las conocidas pirámides de la arquitectura egipcia que llegan a medir (como la de Keops) casi 140 metros de alto.
Las pirámides son colosales moles de piedra en la que se han horadado unas redes de túneles y pasadizos con diversas funciones con el fin de alojar en el centro mismo de su interior el sarcófago del faraón. La entrada se encuentra en la base donde se situaba una pequeña capilla con las ofrendas de todo tipo (alimentos, joyas, perfumes, flores…) para el difunto. Una vez se ha recorrido el primer pasillo, este (siguiendo la estructura de la pirámide de Keops por poner un ejemplo) se bifurca en dos. Uno de ellos tiene sentido descendente y lleva a una cámara falsa con el fin de disuadir a profanadores, saqueadores y ladrones. No obstante, desde este corredor sale un conducto que desemboca en la galería principal. Esta es la misma que se recubre de yeso y se adorna con pinturas realistas y polícromas de gran belleza y pericia técnica. En las mismas se narran las aventuras del protagonista de la tumba y se reviste todo el conjunto pictórico con todos los símbolos reales. La cámara funeraria se encuentra al finalizar este corredor y aquí se depositaban en distintas estancias tanto el sarcófago como el ajuar real.
Estas joyas de la arquitectura egipcia se erigían en vida del faraón supervisando personalmente las obras, extremo que se entiende ya que sería la morada de la vida eterna. Para su construcción se requería no solo de ingeniosa ingeniería sino también de una ingente cantidad de mano de obra, la cual mayoritariamente era esclava, al menos para el trabajo más duro. Tras la muerte del faraón, todo el superávit económico de su reinado (en forma de joyas, oro y objetos preciosos) se encerraba entre la gran mole acorazada que supone una pirámide. Tanto es así que algún estudioso (con bastante ironía al respecto) ha indicado que, sin los salteadores de tumbas, Egipto no hubiera llegado a levantar sus grandes maravillas. Ellos se encargaban de poner en circulación, de nuevo, tantas riquezas que, de otra manera, hubiera quedado sepultada bajo toneladas de piedras.
Los templos en la arquitectura egipcia
Se encuentran en Luxor y Karnak, en emplazamientos considerados sagrados y fuera del runrún de las labores cotidianas. A igual que las pirámides sus medidas son colosales y están realizados siguiendo un orden matemático preestablecido. Como todo en la cultura egipcia, se rige por un fuerte simbolismo en el que cada piedra, cada color, cada columna y cada espacio tiene un sentido específico. Levantado en honor a los dioses, el interior de los mismos estaba reservado a la familia real y a los sacerdotes encargados del mantenimiento del culto.
Los dioses egipcios a los que estaban dedicados los templos
Aunque las divinidades eran múltiples, en la arquitectura egipcia sobresalen los siguientes nombres:
1.- Horus se revestía como un halcón y era el señor del cielo. Esta es la divinidad que se materializaba en la figura de los distintos faraones. Por eso, en algunas esculturas reales aparece esta bella ave.
2.- Amón-Ra es el dios del Sol, y su identificación era compleja ya que lo mismo se asemejaba al amanecer (la nueva vida) como al atardecer (la muerte y el comienzo en el más allá).
3.- Kepri, representado como un escarabajo, rige no solo el sol naciente sino todo lo que es susceptible de transformación o metamorfosis.
4.- En la estela de las Venus prehistóricas, la diosa de la fertilidad recibe el nombre de Hathor y se representa con un disco solar en la cabeza, como una vaca o con partes de ella (especialmente los cuernos).
5.- El encargado de guiar a los muertos hacia el mundo de ultratumba es Khnum bajo la apariencia de un carnero (o partes del mismo, como la cabeza), el cual gobierna una barca que se desliza por el río que traslada las almas de los difuntos.
6.- Una vez en el mundo oscuro, los espíritus que han abandonado este plano son recibidos por Anubis, con forma de chacal negro y uno de los más populares de la iconografía del arte egipcio. Él es el encargado de pesar el corazón de los que aspiran a la vida eterna. Ni que decir tiene que solo los que vienen cargados de buenas obras podrá acceder a tal don.
Características de los templos egipcios
Situados en un emplazamiento sagrado, todos ellos siguen un orden preestablecido. A ellos se accede por una majestuosa senda flanqueadas por altas columnas que, en su día, se encontraban policromadas. De estas nos encontramos tres tipos distintos. Las más sencillas tienen forma de campana invertida y en sus capiteles se grababan hojas de loto y papiros. Otras han sido labradas siguiendo el modelo de un haz de esta planta endémica del Nilo. Y, por último, las columnas más elaboradas de la arquitectura egipcia se rematan con una escultura con forma antropomorfa. Estas podían representar a una deidad o la figura del faraón.
En la entrada de estas sendas (como la del templo de Luxor) nos encontramos grandes esculturas representando al faraón en actitud estática y tocado con sus atributos reales. Este es siempre el tocado de lino a rayas azules, la figura del halcón (el dios solar Horus) o la serpiente y la corona cuya forma varía según sea el territorio sobre el que se reina. Siguiendo el simbolismo que es una de las principales características del arte egipcio, estas esculturas se realizan en piedras duras como la diorita o el granito ya que tienen que representar la eternidad, atributo con la que se revestía el dios humano tal cual era considerado el faraón.
Una vez se ha recorrido este camino de columnas, se accede a uno o varios patios sobre los que se abren (o se cierran más bien) las puertas del lugar más sagrado del templo. A este recinto solo tenían acceso los sacerdotes y la familia real. En él se adoraba la figura del dios al que estuviera dedicado el templo y esta imagen no abandonaba su lugar nada más que para contadas procesiones.
Estas, sin lugar a dudas, tenían un fuerte carácter festivo, ya que participaba todo el pueblo, aunque cada uno en un sitio determinado estando prohibido acercarse a zonas concretas. Los sacerdotes sacaban estas imágenes en procesión y las colocaban sobre barcazas ricamente adornadas que realizaban recorridos preestablecidos por el río Nilo para regresar posteriormente a su refugio sagrado.
Tebas o el Valle de las Reinas
Aunque la arquitectura egipcia no se manifiesta en todo su esplendor en este enterramiento, sí es un lugar no solo histórico sino también artístico a tener en cuenta. Situado en la orilla occidental del Nilo, se han encontrado más de cien tumbas, algunas de subyugadora belleza. Todas ellas pertenecen a miembros de la familia real. Los enterramientos se hacían en galería descendentes excavadas en la roca donde se situaba el sarcófago con todo el ajuar necesario para la vida en el más allá. Hasta esta cámara se llegaba a través de unas galerías que se revestían de yeso y se decoraban, a continuación, de forma primorosa.
Algunas obras que se han encontrado en esta necrópolis son de una belleza subyugadora a pesar de su trazo sencillo. Ejecutadas siguiendo un realismo casi naïf, las figuras humanas aparecen siempre de perfil, a igual que la representación de los distintos dioses. Junto a estas imágenes se han colocado jeroglíficos u elementos de la naturaleza en planos sin perspectiva pero con un orden concreto e, incluso, geométrico. Las obras lucen colores brillantes como el rojo (realizado con óxido de hierro), el negro (extraído del carbón tal cual nos encontramos en las pinturas rupestres), el ocre natural y también los primeros colores sintéticos para el verde o el azul.
Entre la escultura y la arquitectura egipcia: los obeliscos
Estas estructuras en forma de pirámide alargada y de altura considerable estaban dedicados al dios del sol Heliópolis. Algunos, además, se remataban con unas láminas de oro en el extremo de su punta para que el fulgor del astro rey fuera aún mayor. Las cuatro caras de piedra están labradas con jeroglíficos que recogen la rica cultura del antiguo pueblo egipcio.
Estas obras, que se situaban en emplazamientos concretos considerados sagrados, ejercieron una extraña fascinación entre los viajeros que se adentraban en Egipto cuando su poder ya había menguado o había caído. Por eso, nos encontramos ejemplos de estas enigmática fórmulas arquitectónicas en París (trasladado por el ejército de Napoleón) o en Roma. El que se emplaza en la Plaza del Pópulo de la Ciudad Eterna estaba situado en el templo de Heliópolis y mide 24 metros.
La arquitectura egipcia sigue fascinando hoy en día a todos aquellos que se interesan por el arte en general, por su complejidad estructural y por el reflejo de un mundo mítico totalmente desaparecido. Además, el emplazamiento junto al Nilo pero en el rigor del desierto, la convierte aún más en una atracción subyugadora casi. Es, sin duda, una excusa perfecta para realizar un maravilloso viaje hacia los recovecos de una cultura antigua ya extinta por completo.
Por Candela Vizcaíno, Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla.