Las fábulas tuvieron buena acogida durante el Neoclasicismo español tan dado a los escritos de índole didáctica. De la época (ya que también se realizaron durante la Edad Media) hay que destacar dos escritores: Félix María de Samaniego y Tomás de Iriarte, el autor que hoy nos ocupa.
Mínima biografía de Tomás de Iriarte
Pertenecía a familia de escritores ya que con ese apellido firmaron obras tanto un tío como tres primos. Nació en 1750 en Tenerife, aunque su familia se mudó a Madrid cuando apenas era un niño. Hay que anotar que, en su vida y trayectoria literaria, tuvo una especial significación su tío paterno don Juan de Iriarte, un erudito amante de los libros que llegó a ser miembro de la Real Academia de la Lengua y la de San Fernando. Además, se le nombró preceptor de los hijos de los duques de Béjar y de Alba, abriendo para él y para su familia las puertas de las casas aristocráticas de más renombre de Madrid. Pues bien, traigo a colación esta figura familiar porque, a su muerte, en 1771, Tomás de Iriarte ocupó uno de sus cargos vacantes, el de oficial traductor de la Secretaría de Estado. Aunque este primer puesto puede decirse que fue casi como una herencia, hizo tan bien su trabajo que posteriormente se le ofreció el puesto de Archivero del Consejo Supremo de Guerra. Eso fue en 1776 y con el sueldo pudo asegurarse una buena posición económica.
En Madrid coincidió en las tertulias (en las que se intentaban propagar las ideas ilustradas de la cultura del Neoclasicismo) e intimó con José Cadalso. Para la década de los ochenta Tomás de Iriarte (que ya había publicado la sátira Los literatos en cuaresma en 1773) era el prototipo de intelectual elegante que coleccionaba obras de arte y escribía siguiendo las características de la literatura neoclásica. Es así como lo vemos en el retrato que se conserva en el Museo del Prado y que encabeza el artículo.
Su mundo consistía en asistir a las tertulias de los ilustrados, en el estudio de la música y en el perfeccionamiento de su escritura. En 1779, publica el poema didáctico La Música a cargo del estado, tales eran sus relaciones con la élite administrativa de la época. Además, tuvo tan buena acogida crítica que fue publicado a las lenguas de cultura europeas. Sin embargo, este éxito se vio empequeñecido por la pronta fama de las Fábulas literarias, publicadas en 1782. Como otros tantos escritores españoles, se vio envuelto en un encontronazo con la Inquisición en 1786, el cual, afortunadamente, no llegó a mayores y el castigo ni siquiera se hizo público. Su delicada salud le llevó a enfermar en 1790 y, aunque buscó un clima más benigno en Sanlúcar de Barrameda, murió en Madrid en 1791. No llegó a cumplir los 41 años.
Obras de Tomás de Iriarte
1.- Hay que nombrar un número indeterminado de poemas neoclásicos entre los que se encuentran los ya mencionados La Música. También se han recogido una égloga, anacreónticas, sonetos y epigramas.
2.- La mencionada Los literatos en cuaresma, publicada en 1773.
3.- Traducción en verso del Arte poética de Horacio publicada en 1777, que fue bastante criticada y Tomás de Iriarte, al parecer, no aceptó de buen grado las críticas.
4.- Epístolas dirigidas a sus contemporáneos entre la que destaca la que tiene como protagonista a José Cadalso.
5.- Obras de teatro siguiendo la perceptiva neoclásica que tuvo un favor discreto del público. La primera de ellas, Hacer que hacemos se publicó en 1770 bajo el pseudónimo de Tirso Imareta.
6.- La comedia El señorito mimado publicada en 1783 y representada en 1788 en el Teatro del Príncipe gira alrededor de los vicios a los que se llega cuando la educación ha sido deficiente. Ni que decir tiene que la moraleja es evidente en esta obra.
7.- De temática paralela es La señorita mal criada publicada en 1788.
8.- En su retiro de Sanlúcar escribió El don de gentes dedicada a la condesa de Benavente y representada en el palacio de la aristócrata de forma privada.
9.- Y por último, hay que destacar las Fábulas literarias publicadas en 1782 que, por su importancia, merecen estudio aparte.
Las Fábulas literarias de Tomás de Iriarte
Resumiendo mucho tenemos:
1.- El género fue preferido en la Edad Media con su tendencia (a igual que en el Siglo de las Luces) a la moraleja y al didactismo. Desde entonces fue olvidado para ser retomado en España a mediados de siglo XVIII y no tratarse jamás en la historia de la literatura.
2.- Las publicadas fueron sesenta y siete a las que se añadieron nueve más después de su muerte.
3.- Todas ellas giran alrededor de la moraleja o del apercibimiento contra los vicios más comunes.
4.- Siguen las doctrinas literarias de la época según el modelo de la Poética de Luzán. En este sentido hay que destacar que son extremadamente ordenadas y, a veces, frías. Se busca la claridad y la sencillez ante todo.
5.- Todas las fábulas de Tomás de Iriarte dejan traslucir sus puntos de vista irónicos e, incluso, satíricos sobre ciertos aspectos de la condición humana. Los ilustrados españoles se cebaron, especialmente, en la pedantería de falsos sabios que no conocían ningún tema en profundidad, en las apariencias (que aún no han sido vencidas), en el afán por medrar a costa de lo que sea y en el combate contra la incultura y la superstición que rodeaban a la población general.
6.- Emplea hasta cuarenta metros distintos tanto de arte menor como mayor y la variedad es la norma. En cuanto a las estrofas tiene preferencia por la redondilla, el romance y la silva.
7.- Las Fábulas literarias de Tomás de Iriarte tuvieron tanta fama que traspasaron muy pronto las fronteras realizándose traducciones en portugués, francés, inglés, italiano y alemán.
Sin embargo, todo este éxito fue pronto olvidado por los escritores que llegaron después con otras preferencias temáticas y estilísticas. Hoy, las fábulas de Tomás de Iriarte, como otras obras del Neoclasicismo, son estudiadas como los modelos de una época. La misma que quiso avanzar llevada por la razón, la claridad, el estudio, la ciencia y el empirismo. Y, sin embargo, chocó con fuerzas tradicionalistas de gran potencia que impedían el progreso en cualquier ámbito, desde el político-social hasta el económico pasando por el cultural.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla