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Georgia O’ Keeffe, la pintora norteamericana de las flores

Georgia O’Keeffe

Georgia O’Keeffe

Candela Vizcaíno

 

Y no solo de las flores, aunque sus lienzos con calas, rosas y otras plantas son conocidos incluso para el público no experto en arte. Sin embargo, las obras de Georgia O’Keeffe, a pesar de estar catalogadas como modernistas o simbolistas, reflejan un mundo extremadamente personal. La artista innova, como veremos, no solo utilizando las técnicas de la fotografía sino que se adentra en un mundo espiritual pergeñado de mística. En sus últimos trabajos, los realizados en Nuevo México, los espacios adquieren la categoría de arquetipos universales. A pesar de que podemos adivinar algunos movimientos de la vanguardia histórica (la abstracción en sus primeras obras e, incluso, la estética del futurismo en sus paisajes urbanos) la obra de Georgia O’Keeffe es tan individual que se resiste a encasillarse.  

Biografía apresurada de Georgia O’Keeffe

Nace en el estado de Wisconsin en 1887 y en 1905 (con 18 años) está matriculada en el Instituto de Arte de Chicago y en 1905 se traslada a Nueva York donde estudia en la Art Students League. A pesar de este salto en la escena social (va quedándose progresivamente atrás el veto a las mujeres a los estudios superiores tal cual le sucedió a Mary Cassat), Georgia O’Keeffe no recibió, en principio, la misma acogida que sus compañeros varones. Ajena a cualquier grupo artístico comienza a frecuentar la galería de Alfred Stieglitz (1864-1949) y a su dueño con quien llegaría a formar pareja a pesar de la diferencia de edad. 

Su primera gran muestra es de 1917 en la galería 291 y en 1924 estaba casada con Stieglitz quien, a pesar de su madurez, no dudó en serle infiel a Georgia. La artista no supo encajar el golpe emocional y cayó en una depresión tan profunda que requirió internamiento (extremo común en la época). Por consejo de varias amigas, a partir de 1929, pasa largas temporadas en Nuevo México a cuyo paisaje desértico y a sus montañas cae totalmente rendida. Tanto es así que esta naturaleza adquiere el rango de divino llegando, incluso, a obsesionarse con la reproducción de todos y cada uno de sus elementos. El lugar fue una fuente de atracción personal tan fuerte que, tras la muerte de Stieglitz en 1949, se traslada definitivamente y allí muere en 1986. Para entonces será una pintora tan reconocida que en Santa Fe se inauguró un museo únicamente con sus obras.

Las obras de Georgia O’Keeffe antes de Nuevo México 

Las primeras obras de la artista, las de la década de los años diez, está fuertemente impregnada de la abstracción e influenciada de la estética y los modos de la fotografía. Fue Stieglitz quien, de alguna manera u otra, la alentó en este camino. Así, tanto sus paisajes urbanos como las flores por las que ya muestra preferencia parecen amplificadas como si se hubieran sometido a la acción de un teleobjetivo. Aunque iría abandonando progresivamente ese hacer estilístico, de alguna manera u otra, esta línea se encuentra en toda su obra. El foco en el detalle o en un elemento (que puede ser una flor o un cráneo) es parte característica de las obras de Georgia O’Keeffe. Los colores, como en Música Azul y Verde, quieren ser representación de ideas intangibles y abstractas. Y esta característica será una constante en toda su obra, aunque se adentre en el realismo. 

Música Azul y Verde de  Georgia OKeeffe 1921 

Menos conocidos son sus paisajes urbanos de la década de los veinte, cuando ya residía en Nueva York y se dedicó a pintar sus altos edificios y los primeros rascacielos. El lienzo se llena con estas construcciones que están tratadas de manera geométrica poniendo el foco en un punto. En Nueva York I, por ejemplo, pintado en 1926, el hormigón parece formar un rayo de luz que termina en una diminuta y frágil farola pintada con todo detalle. Las ventanas cerradas o el choque de la luz también son recurrentes en estos paisajes urbanos. Las obras no recogen el ruido o el ajetreo cotidiano de una urbe moderna sino que se recrea en elementos de la arquitectura eliminando cualquier rastro de presencia humana. Esto será una constante en su estética. Y la artista así nos sumerge en un mundo inquietante en el que el hacer de la raza humana queda aparcado cuando no silenciado. 

Dos calas sobre fondo rosa 1928 

A finales de la década, realiza sus obras más famosas en las que son protagonistas las flores. Estas aparecen amplificadas en extremo y concentradas en un elemento sencillo. El uso del color se hace sublime con veladuras exquisitas que van creando capas de tonalidades. Las obras adquieren la categoría de poemas casi ya que el simbolismo primigenio (evidente en las calas por poner un caso) es evidente. No encontramos en la obra de Georgia O’Keeffe rastro dramático a pesar de la intensidad de las mismas. La naturaleza se muestra en esplendor con una mirada subjetiva original y personal.  

Nuevo México en la obra de Georgia O’Keeffe 

Desde 1929 y, especialmente, a partir de la década de los cincuenta la artista crea obras con un fuerte trasfondo místico. La influencia del desierto, de la gran llanura, de los espacios de la inmensidad la hacen entrar en una espiritualidad profunda que refleja en sus telas. Se obsesiona con la montaña de tal manera que llega a decir que ha realizado una alianza con Dios. Así, se le entregará este espacio natural si la pinta muchas veces. Y eso hace siguiendo casi un acto ritual.  

Paralelamente, de las flores pasa a los huesos, a las carabelas de animales que salen a su paso. Estos elementos adquieren un fuerte trasfondo simbólico al convertirse en un hilo invisible que lleva desde la vida (donde aún están presentes) hasta un más allá desconocido e inasible. Progresivamente, su técnica se simplifica en extremo llenando el lienzo de colores planos. Ese minimalismo nos lleva intuitivamente por el camino de la espiritualidad, una característica general que trasmite el conjunto de la obra de Georgia O’Keeffe. 

OKeeffe: Mi Cabaña 

En Mi covacha (o cabaña) el lienzo llega a la estética naif casi haciendo la pincelada larga y matizando de color las paredes de la casa. La luz se ha concentrado en el cielo y se ha eliminado cualquier atisbo de sombra. Como en la inmensa mayoría de obras de Georgia O’Keeffe los elementos adquieren ese papel comunicador entre lo tangible, real o terreno y lo inasible desconocido. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

 

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