La cuarentena de los niños silenciados

La cuarentena de los niños silenciados

 

Un lugar indeterminado de España, 12 de abril de 2020, todos y cada uno de los niños de este país llevan un mes de reloj (con todos sus días y sus horas) confinados en casa. Encerrados en las cuatro paredes de su vivienda, no se les permite salir para absolutamente nada (sí a los de familias single a acompañar a su progenitor a la compra). Entre estos muros estudian (los que pueden o les llega los deberes del colegio), respiran, comen, se asean, viven como pueden con todas sus luces y sus sombras emocionales. Los que nos disponen de un patio, porche, terraza o azotea privada (que las públicas no pueden utilizarse) están condenados a no tomar ni el sol ni el aire. En este régimen carcelario se encuentran los niños en cuarentena por Covid-19 en España. No hay respiro para ellos, no hay prerrogativas, no hay piedad casi y pocos adultos llegamos a la altura de ponernos en su pellejo.  

 

Pero voy a más, los niños están confinados, enclaustrados, enrejados algunos en las cuatro paredes de su casa, en la que la situación puede ser variopinta desde una familia tóxica que se regodea en el abuso hasta la madre amorosa que intenta suplir esta prisión con dosis extraordinarias de paciencia, ánimo y empatía. Cada hogar será, por así decirlo, una galaxia propia dependiendo de la personalidad de sus miembros, de sus condiciones económicas, físicas y culturales. Sin embargo, en todas ellas hay un hilo conductor: los niños no pueden salir a la calle. La frontera es una puerta cerrada. 

La cuarentena de los niños silenciados 

Y ahora voy a más y comienzo recordando un principio de filosofía básica. Las realidades no existen hasta que no se nombran. Y ese bautizo lingüístico es lo que genera, en primera instancia, visibilidad, por utilizar un término contemporáneo. Esto es, hasta que no se puso nombre al Holocausto nazi, este no existió a ojos del mundo o hasta que no se dio voz a las mujeres maltratadas el asunto era considerado como residual o de poca importancia. Con los niños de España que llevan al día de hoy y sin visos de cambiar en el futuro inmediato un mes encerrados pasa lo mismo. No hay visibilidad para ellos en la prensa “seria”, generalista o especializada más allá de las cuatro chorradas o anécdotas que nada aportan. 

 

Pocos analistas de los llamados concienzudos se paran a reflexionar qué ocurre con estos niños prisioneros sin que no ocupen ni una sola línea de las normas que se van promulgando. Nos entretenemos con previsiones banales sobre la bolsa, el mercado laboral (ya estamos de acuerdo que nefasto al día de hoy), la economía (también aceptamos que va a ser una debacle) y nadie se pone en serio a analizar los efectos devastadores de la cuarentena en los niños. Cuando se nombra el asunto siempre de soslayo, como de pasada, como si el tema diera sarpullido. Y entiendo (y ahora me posiciono) que a algunos adultos nos está empezando a dar vergüenza el asunto, como les dio a algunos alemanes la aniquilación de los nazis o tantos otros hechos infames de la historia.  

Las noticias que te vas a encontrar son solo listas, consejos o ñoñerías al estilo del power flower sobre lo cambiados y fortalecidos que van a salir los niños después de esto. Se nos llena la boca con grandes palabras como resiliencia, empatía y términos semejantes cuando los adultos no somos capaces de aplicarnos el cuento y a poco que nos sentimos agobiados vamos al quiosco a comprar un periódico que no tenemos intención de leer.  Sin embargo, la realidad es bien distinta a este cuadro de arco iris colorido que nos quieren hacer creer. Y más bien estamos condenando a los pequeños a la sordidez del abandono más absoluto obligándolos a acatar órdenes sumisas que ellos no pueden (ni deben) entender y que algunos adultos ya estamos empezando a cuestionar desde el principio al final.  

Entre la generación Z y la generación alfa, más allá de las pantallas 

Porque esas realidades que se encuentran detrás de los balcones son muchas y distintas. Los pequeños nacidos a partir de 2005 son catalogados en lo que se denomina generación alfa. Esto es, han utilizado la primera letra del alfabeto griego para bautizarlos. Han nacido con la habilidad de moverse en un mundo online sin aprendizaje previo y son capaces de encontrar todo aquello que les interesa (desde sus juegos hasta los temas de estudio) en Internet. Sin embargo, ya se verá con el tiempo que esta forma de estar en el mundo no podrá nunca sustituir la interacción con sus semejantes y con el entorno natural. Los seres humanos (al menos en las próximas generaciones) no vamos poder renunciar (¡ni falta que hace!) a los abrazos, a la charla cara a cara, a entrar en una librería y conversar sobre una obra, a un paseo por el campo, a dejarse empapar por el agua del mar… Que nos pongan una webcam con lo bonitas que están las olas no lo suple. Es más, puede que genere un grave sentimiento de nostalgia.  

 

En esta generación alfa y la denominada como Z, que es la anteriormente anterior, hay realidades de todo tipo desde los muy pequeños que están encantados con el paro de mamá y/o papá porque puede estar con ellos hasta los adolescentes con un grupo consolidado de amigos que no pueden ver e interactuar. Están los que de manera hipócrita se saltan la cuarentena con ayuda de sus progenitores y los concienciados con la situación. Están los que tienen la suerte de poder seguir las clases online y los que no tienen medio alguno de contestar a un mail. Están los que tienen libros en casa y los que han caído en una familia tóxica al máximo. Están los que disponen de una cuenta corriente saneada y los que se dan cuenta de que sus padres no pueden llenar el frigorífico mañana. Están los que viven en una familia donde es posible el teletrabajo y los que mañana tendrán que hacer malabares de conciliación porque hay que desplazarse y no se puede recurrir a los sufridos abuelos. 

Sin embargo, en cualquiera de todas estas realidades hay un hilo conductor: no pueden salir a la calle con todo lo que ello supone para su salud psíquica y física.  

¿Qué va a ocurrir con los niños confinados en casa durante tanto tiempo? 

Ya sé que hay cobardes que no pueden soportar mirar la situación de frente. Estos dirán que los niños son fuertes, resilentes y adaptables, que no pasará nada y que todo se olvidará.  Están ya los padres de niños más movidos (o directamente con alguna problemática de conducta) que se las están viendo y deseando para conducir la situación a buen puerto. Están también los hipócritas (la forma más ruin de cobardía) que hacen trampas para saltarse el confinamiento yendo de casa en casa en la urbanización o escondiéndose en el maletero del coche si hace falta para visitar a los amigos. Estos son los que están en primera fila de los aplausos, los mismos que necesitan ser vistos para ocultar sus conducta mediante la validación de los otros. Estos son los que necesitan un artículo aparte (para otro día, lo prometo). 

La hipocresía en tiempos de pandemia se desmontará muy pronto cuando los pequeños hoy encerrados desarrollen estrés postraumático que se verá en forma de suspicacia, desconfianza, miedo y una pobre autovaloración. Cuando estos niños de la generación alfa (la primera recordemos) intenten buscar (de adultos) las razones de alguna problemática disfuncional encontrarán que nadie les atendió durante estas duras semanas, enfilando el segundo mes ya.  Se darán de bruces con una realidad cruel: que fueron silenciados por los medios de comunicación o, lo que es peor, ninguneados como si sus sentimientos no tuvieran importancia. Para eso no va a faltar mucho y en ese momento no podremos exigirles más sumisión. Ellos serán la vanguardia de la sociedad. Impondrán su forma de ver el mundo y no se van a conformar con las endebles explicaciones que les estamos dando hoy.  

 

 

Antes de que lleguemos a estos extremos (que llegaremos), ¿es mucho pedir de forma reivindicativa que los peques puedan salir una hora a dar un paseo e interactuar de modo natural con el mundo? ¿Es mucho pedir que se evalúe la necesidad de este confinamiento que ya algunos se cuestionan? ¿Es mucho pedir que ocupen unas líneas en la prensa diaria para ir evaluando sus necesidades? ¿Es mucho pedir a los que están al frente que se paren a pensar, que a sentir les va a ser difícil? Creo que no. Si no lo hacemos, es por comodidad y por cobardía. Si no lo hacemos, es por sumisión a unas normas crueles con los más débiles de la sociedad. 

 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación en Sevilla

 

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