Conocido y reconocido por sus grandes murales de corte realista y temática social, los primeros esbozos del artista mexicano Diego Rivera (1886-1957) en las vanguardias históricas quizás pasen desapercibidos para los amantes del arte. El artista, como era común en la época, realiza un viaje de estudios por Europa y en París entra en contacto con los círculos más rompedores del arte. Picasso había inaugurado el Cubismo y a la nueva forma de crear pintura se anotaron todos los creadores que querían estar en primera fila. Diego Rivera fue uno de ellos.
Biografía mínima de los primeros años en el arte de Diego Rivera
Gracias al apoyo económico del entonces gobernador de la provincia mexicana de Veracruz, un jovencísimo Diego Rivera consigue financiación para viajar y completar sus estudios de pintura por diversos emplazamientos europeos. Recae, en una primera etapa, en Madrid donde pasa dos años completando sus estudios académicos a la par que entra en contacto con la obra de El Greco.
Pero muy pronto, el ambicioso Riviera siente que la capital de España comienza a quedarse pequeña y, tras concluir este periodo de aprendizaje y consolidación en las técnicas pictóricas, emprende un largo viaje por otras capitales europeas: Brujas, Gante, Londres y, por último, París.
El encuentro de Diego Rivera con el cubismo y Picasso en París
Y fue en París, tras sucumbir a la efervescencia cultural que, por entonces, se respiraba en sus barrios más artísticos (Montmartre y Montparnasse), donde Rivera se empapa de todas los movimientos de vanguardia que se iban gestando uno tras otro en la capital francesa.
El París de las primeras décadas del siglo XX era el de los cubistas Braque y, especialmente, Picasso, era el lugar por excelencia de la bohemia donde intentaba abrirse camino un, por entonces, desconocido Modigliani y era la ciudad de las nuevas ideas filosóficas y políticas que dominarían todo el siglo XX.
Por si esto fuera poco, comenzaban a afianzarse entre la élite cultural los movimientos de las décadas anteriores. Los malditos de finales del siglo XIX empiezan a tener, por estos años, su particular parcela de reconocimiento público. El impresionismo de un Renoir o el postimpresionismo de Cézanne se convierten en clásicos contemporáneos abriéndose, para ellos, las puertas de los museos. Sin descartar ninguna opción, Diego Rivera estudia todos estos movimientos (incluso el clasicismo de Ingres) y los va paulatinamente adaptando a su particular quehacer artístico.
La estética de las pinturas murales de Diego Rivera
El periplo europeo de Diego Rivera termina hacia el año 1922, tras un viaje por tierras italianas donde entra en contacto con los grandes muralistas antiguos del Cuatrocento. Es aquí donde Rivera encuentra lo que necesita para construir una obra personal y propia.
Aunque vuelve al caballete al final de su vida, Rivera se dedicará casi de pleno –y por ello es conocido- a los murales de grandes espacios públicos donde plasma su particular percepción del color, a la par que ensalza el trabajo en equipo o el pasado glorioso del antiguo México. Mientras que la intervención, contratado por Henry Ford, el gran magnate de la automoción, en el Detroit Institute of Art (en la línea de los postulados del Manifiesto Futurista) tiene como leitmotiv los avances de la ingeniería, el realizado en el Teatro de los Insurgentes, por el contrario, se centra en ensalzar las grandes gestas de la historia de México.
Sin duda, Diego Rivera fue un artista polifacético, de personalidad poliédrica, capaz de beber e impregnarse de diversas fuentes e incorporarlas con éxito a sus obras. Fascinado por las posibilidades de expresión de los murales, sus convicciones izquierdistas no le impidió ser crítico con el régimen soviético y sus atrocidades. Pero eso para otro día.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación