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Pintura en la Edad Media | Giotto, Cimabue, Simone Martini y Ambrogio Lorenzetti

Pintura en la Edad Media

Pintura en la Edad Media

Candela Vizcaíno

 

Aunque de los antiguos pueblos (me refiero a Roma o a Grecia) nos han llegado más elementos arquitectónicos o escultura que pintura, esto se debe a la durabilidad de los materiales con los que están realizados. Si bien podemos admirar maravillosas muestras de frescos pertenecientes al arte egipcio, han podido llegar hasta nosotros porque, en primer lugar, estas obras se realizaron en los interiores recónditos de tumbas que no sufrían el deterioro de los elementos. Un tanto de los mismo sucede con las pinturas rupestres prehistóricas o los frescos de las domus aristocráticas de Pompeya que la lava del Vesubio dejó enterradas. De no ser por estas circunstancias, la acción del aire, el viento e, incluso, el roce de los humanos las hubieran deteriorado tanto que, con toda probabilidad, se hubieran perdido para siempre. Un tanto de lo mismo sucede con la pintura en la Edad Media. Y por eso esta larga digresión. Se conservan las de toscas de las catacumbas, pero los frescos realizados en iglesias o viviendas aristocráticas se perdieron por ese desgaste. Por eso tenemos que esperar hasta el siglo XIII para hablar propiamente de este género medieval. A partir de esta fecha surge una serie de artistas que, o bien realizan sus obras sobre tablas (más fácil de proteger), o bien eran ya tan famosos en su época que su legado se ha cuidado al máximo. 

La pintura en la Edad Media de los retablos: el ejemplo de Cimabue 

Progresivamente y conforme nos adentramos en el siglo XII y XIII, los frescos en las iglesias fueron sustituidos por retablos con pinturas realizadas sobre madera utilizando materiales tan nobles como el lapislázuli, la cochinilla (un animal), el oro o la plata. Claramente influenciada por los iconos bizantinos, se caracterizan porque se pliegan sobre sí mismos de tal manera que la pintura queda dentro. Son bienes muebles de fácil transporte y empezaron a ser requeridos no solo para los altares de las iglesias sino también por la alta aristocracia y la monarquía como devocionarios individuales que invitaban al rezo. Los retablos alcanzaron gran predicamento durante los últimos siglos de la Edad Media y continuaron su gusto durante el Renacimiento. 

Cimabue 032 

Uno de estos primeros artistas con nombre propio de la pintura medieval fue Cimabue (conocido civilmente como Cenni di Pepo), nacido en 1204 y fallecido en 1302. Maestro indiscutible, sus obras presentan un gusto por el realismo y va abandonando los rasgos estilizados o simbólicos que había caracterizado el arte anterior. Sus crucificados (como el que se conserva en San Domenico, Arezzo) muestran una elegante torsión y gestos de sufrimiento a pesar de que aún ha utilizado trazos estilizados para el rostro. El colorido de sus obras es importante y se detiene en detalles de las ropas, el cuerpo y los gestos expresivos de los rostros. La obra de Cimabue es eminentemente religiosa y gira alrededor de la figura humana representando a Cristo, a la Virgen o a otros modelos bíblicos. Los fondos de estas obras son totalmente lisos o se completan con elementos geométricos al estilo del arte bizantino. No hay atisbo de perspectiva o de fondo en estos retablos que inauguran una fértil tradición en Europa. 

La gran obra de pintura medieval: la Capilla Scrovegni en Padua de Giotto

De distinto tenor y mucho más evolucionada en la técnica es otro ejemplo imprescindible cuando se habla de la pintura en la Edad Media: la Capilla Scrovegni de Padua ejecutada por Giotto, nacido en 1267 y fallecido en fecha incierta. El espectacular trabajo sobre fresco que sobrecoge a los que la visitan está realizado con una pericia y una emoción difíciles de encontrar en la historia del arte. El pequeño edificio exento y adyacente al Monasterio degli Eremitani está en la lista de las obras cumbres del arte Occidental y recibe cada año miles de visitantes cuidadosamente organizados por horas para evitar el deterioro de esta magna obra. 

 Huida hacia Egipto de la Capilla Scrovegni de Padua

Sobre sus muros se han ido desplegando escenas de la Biblia, de las virtudes y de los vicios con una técnica altamente estilizada. Bajo un fondo azul brillante se van narrando distintos episodios bíblicos. No solo el conseguido color contribuye a la belleza extrema de la obra, también la estilización de los rostros de los personajes que aparecen en todas las posiciones posibles. La simbolización queda aparcada y cada uno de los retratados se despliegan con rasgos fisonómicos distintos que reflejan diferentes estados de ánimo (aunque con matices). El mundo de Giotto es realista y nos remite a los tipos de su tiempo. 

 Presentación de Jesús en el Templo de Giotto

La elegancia de la Capilla de los Scrovegni de Giotto se completa con la dramatización de ciertas escenas como la estudiada de la “Matanza de los Inocentes”. Perfectamente delimitada y esquematizada nos coloca a un lado, los verdugos y, al otro, las familias aterradas por la crueldad intentando proteger, sin éxito, la vida de los niños que yacen dramáticamente en el espacio central de la escena. Este eje armónico en el que se hace hincapié en los personajes centrales situándolos en el centro también lo vemos en la “Huida a Egipto” o en “El beso de Judas”. 

 

La pintura medieval del Giotto adelanta los modos renacentistas y aunque se centra en la figura humana, en la acción narrativa bíblica para adentrarnos en aspectos emocionales, estos no aparecen de manera aislada. Siempre nos encontramos un paisaje, ya sea natural o arquitectónico o de interior, que arropa a los distintos actores, que aparecen con los ropajes propios de la Edad Media. También responden a las características de la época el mobiliario, los elementos decorativos o los edificios que completan estos frescos. Todo ello hace que el espectador se sienta identificado con la narración dramática que allí se refleja. Por último, la pincelada de Giotto sigue una de las características de la pintura medieval (e incluso de las primitivas) ya que se encuentra perfilada, delimitando los contornos, pliegues o expresiones del rostro.  

Simone Martini, otro maestro de la pintura de la Edad Media

Con Simone Martini (1284-1344) se ponen sobre el tablero (casi literalmente) las obras que harán de Florencia, Siena y el resto de la Toscana un emplazamiento preeminente en la historia del arte. Las figuras de Martini se alejan de ese realismo y cotidianidad de Giotto para adentrarse de nuevo en un universo simbólico, ideal, perfecto, intangible, etéreo y eterno.

Simone Martini: Anunciación

Su trazo es delicado, fino, perfilado y detallista. A ello se une el colorido brillante y aúreo con el que dibuja figuras delicadas presentadas en un entorno irreconocible y sin atisbo de cotidianidad. Si tomamos la Anunciación, en el retablo predomina el oro del fondo sobre el que se presenta las figuras perfectas de Gabriel y la Virgen. La espiritualidad y la religiosidad de la obra quiere alejarse del mundo profano. Por eso, no encontramos en la obra absolutamente ningún elemento que nos remita a la realidad medieval.  

La pintura medieval que anuncia el Renacimiento: Alegorías del Buen y el Mal Gobierno

Realizada por Ambrogio Lorenzetti (al parecer con ayuda de su hermano) durante los años 1337 y 1339 abre la puerta de par en par al Renacimiento. Esta gran obra de más de 14 metros realizada al fresco en el Palacio Público de Siena abandona los temas religiosos para presentar las virtudes y los vicios de una forma más cercana a la visión profana y cotidiana que a la sagrada. La recuperación de la cultura clásica comenzaba a realizarse y su conocimiento era cada vez mayor especialmente en esta parte de mundo. En este sentido, Lorenzetti refleja una realidad totalmente distinta de los grandes y pequeños retablos de los siglos anteriores. Sin abandonar el carácter moralizante, va dejando de lado las historias bíblicas o religiosas para centrarse en el aquí y el ahora, en el mundo que nos toca vivir y que puede ser mejor o peor según se gestione o se organice. Tenemos, por tanto, una visión burguesa de la vida y, también, del arte. 

Alegoría del Buen y Mal Gobierno 

La pintura medieval de las Alegorías del Buen y el Mal Gobierno presenta un universo profano claramente reconocible por el espectador en el que hay preponderancia de una cosmovisión burguesa, ciudadana y práctica. La verdad, la belleza y la felicidad (conceptos renacentistas) se encuentran en este mundo y corresponde al hombre (en todos los estratos sociales) conseguir estos fines. Aunque aún no se ha recurrido a los mitos paganos como se hará en unas cuantas décadas, la cosmovisión se aleja de ese mundo impregnado de religiosidad que caracteriza la Edad Media. Esta pintura refleja, por tanto, una realidad realista, colorida, en la que la perspectiva se consigue con un delicado juego de superposición de edificios. Los personajes se reflejan delicadamente con los ropajes de la época y los contornos están claramente delimitados. El buen gobierno siempre lleva a una sociedad armónica, carente de conflictos y en la que es posible el progreso material y espiritual. 

Sin embargo, el mal gobierno está representado de una manera más tradicional en distintos planos en el que un ser diabólico atenaza a la justicia para llenar de dolor a toda la población. Mientras que los aspectos positivos (del buen gobierno) están representados sin simbolismos y de una forma totalmente realista, la maldad está pergeñada de mitos, simbologías e iconografía universal. Los rostros de los protagonistas están claramente delimitados e incluso son reconocibles para el espectador de la época mientras que el aspecto negativo se representan de forma general. 

La obra Alegorías del Buen y el Mal Gobierno ensalza las virtudes y valores que no solo rigen al creyente cristiano sino también a cualquier persona justa. El bien común es representado con la figura de un rey que se apoya en la prudencia, fortaleza, paz, magnanimidad, templanza y justicia que son representadas de manera antropomorfa. La justicia contribuye a la concordia, imprescindible para un gobierno en paz y se alimenta de la sabiduría. 

Este mensaje ético, aún apoyándose en los fundamentos cristianos, plantea un civismo alejado de la religión que había protagonizado la pintura de la Edad Media anterior. Otros valores, otros conceptos, otra sociedad se abría paso. Y el arte, como siempre, recogía esa nueva cosmovisión. 


Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

 

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