Cuando en febrero de 2010, en plena crisis económica, saltó la noticia de la venta millonaria (concretamente 74.200.000 euros) de El hombre que camina (L'Homme qui marche, según el título original en francés) en la londinense sala Sotheby’s, el público en general (que el aficionado ya lo conocía) se volvió hacia el artista de origen suizo Alberto Giacometti (1901-1966), creador de la obra de arte (una escultura en broce de más de un 1,80 m. de altura) más cara vendida en una subasta hasta el momento.
Giacometti, algo parecido a una biografía
Nacido en el seno de una familia de artistas suizos, desde muy joven se manifestó su vena creadora fomentada, en este caso, por todos los miembros del clan. Como era costumbre en la época, con tan solo veintiún años, nada más terminada su formación académica convencional, se traslada a París, centro de la vanguardia artística e intelectual de la época.
Y es allí, en los cafés bohemios de Montparnasse, en París, donde entra en contacto con los que luego han ocupado páginas enteras en los libros de historia: desde Pablo Picasso a Max Ernest, pasando por Jean-Paul Sartre y todos los artistas, abanderados por André Bretón, adscritos al surrealismo.
Tras la Segunda Guerra Mundial y un breve paso por Suiza, se instala en París donde se casa. Su mejor fue su musa. Tuvo la infinita paciencia de servir de modelo para el artista propiciando un aumento exponencial de las obras.
Obras de Giacometti
Aunque Alberto Giacometti trabajó diferentes formatos (por ejemplo, el dibujo o la escritura), ha entrado en los libros de arte por sus particulares esculturas y, sobre todo, por aquellas en las que se representa la figura humana en actitud de caminar.
En estas obras se realza sobremanera las extremidades inferiores de tal modo que se muestran desproporcionadas con respecto al resto del cuerpo, en una clara alegoría de la capacidad del ser humano para avanzar y, por tanto, para superar adversidades y complejos.
Hay críticos que relacionan El hombre que camina con la muerte, la atracción del abismo y la conciencia certera del fin, pero el acto de moverse, de poner un pie tras otro, según la simbología universal, se refiere a esa capacidad innata del ser humano por superar adversidades, penalidades y contratiempos.
El acto mismo de la creación es un caminar, un andar, un avanzar y un trasladarse a otros mundos desconocidos.
Como todos los artistas de esta época, Giacometti estaba vinculado a los movimientos del surrealismo. A partir de Freud, con la definición del subconsciente e inconsciente y la apertura de los mundos posibles devenidos con los sueños, los artistas se vuelcan hacia esa realidad que está en el revés de las cosas.
La percepción ya no es lo tangible y cotidiano. Siempre hay algo más allá desconocido y oculto. El arte actúa como vasos comunicantes entre un mundo y otro. Así se expresaba Giacometti en 1931 en la revista El surrealismo al servicio de la Revolución.
Deseaba actuar como un demiurgo, como un mago que abriera ese camino desconocido y llegó a decir, incluso, que la ejecución misma de la obra de arte era casi molesta. A toda costa quería trasladar lo que bullía en su cabeza al objeto.
Caminar, moverse, andar, trasladarse, abrir puertas, ir hacia al otro lado… lo que el arte hace en todo momento y Giacometti nos mostró con sus grandes esculturas. El hombre que camina.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla