Los antecedentes y primeras obras del teatro surrealista en Europa

Los antecedentes y primeras obras del teatro surrealista en Europa

En los albores del siglo XX, un grupo de autores impregnados por los modos y las formas del movimiento simbolista se enfrascaron en la creación de un modelo teatral que se adapta a los parámetros del surrealismo y que, de alguna manera u otra, han servido de germen para los experimentos dramáticos posteriores.

Antecedentes del teatro surrealista

La idea de que, en el escenario teatral, todo lo que en él hay actúa como símbolos se viene desarrollando desde la eclosión del movimiento literario simbolista, con Mallarmé a la cabeza. El deseo de representar el mundo interior del hombre, es decir, el de materializar las ideas más abstractas o el idealismo puro ha estado presente, de una manera u otra, en el teatro del siglo XX. Para ello se necesitaban de los símbolos. 


Estas nuevas corrientes expresivas no pueden entenderse sin la divulgación del método psicoanalista de Sigmund Freud o las teorías del inconsciente colectivo propuestas por C. G. Jung las cuales, a partir de la década de los años treinta, fueron utilizadas artísticamente por el círculo de los representantes del surrealismo. Aunque la pintura fue el modo de expresión favorita para los artistas del surrealismo, no podemos olvidar los experimentos con la escritura automática, las inquietantes puestas en escena de un buen puñado de obras de teatro y, en el campo de la cinematografía, las obras de Buñuel. Allardyce Nicoll, en su Historia del teatro mundial (1964), reconoce que el mundo propuesto por los surrealistas puede encontrar mayor acomodo en el cine que en el teatro, pero no por ello podemos obviar que los primeros experimentos se hicieron en el campo del teatro.

Las primeras obras del teatro surrealista

Antes del Manifiesto Surrealista (1924) de André Bretón, podemos rastrear dramas que se ajustan a ese deseo de búsqueda del mundo irracional, oculto y amordazado por la conciencia racional moldeada por la cultura y las imposiciones sociales. Los historiadores han señalado como antecedentes de la escritura dramática surrealista los títulos Ubu roi (1896) de Alfred Jarry o Les mamelles de Tiresias (Los pechos de Tiresias, 1917) de Guillaume Apollinaire. Justamente, para este último autor, el teatro debía evolucionar hacia un modo totalmente mental, sin decorados, sin actores incluso, hacia una forma perfecta de representación espiritual en el que, a ser posible, no interviniera ningún elemento material.

La importancia de este grupo artístico estriba en el afloramiento de un universo que, aunque inherente al ser humano, en raras ocasiones había sido puesto de manifiesto con anterioridad al surrealismo, aunque precedido por el movimiento simbolista. De hecho, los integrantes del grupo solo aceptaban como artistas válidos, es decir, afines a su pensamiento estético, a William Blake (1757-1827) y las enigmáticas tablas del pintor holandés Hieronymus Bosch (1450-1516).Posteriormente a estos primeros intentos de producción de un teatro surrealista en las primeras décadas del siglo XX y, también, tras las películas de Buñuel, el francés Jean Cocteau supo realizar obras de notable acierto estilístico como La machina infernale (La máquina infernal, 1934). Para ello, se valió del rico bagaje simbólico del mito clásico que, en esta ocasión, lo centró en la tragedia de Edipo. La parte onírica y, por tanto, irracional del hombre, que había sido amordazada en Occidente por el imperio de la razón y la filosofía cartesiana, es retomada, de nuevo, tras los estudios científicos de Freud y Jung. Todo ello contribuye a restaurar el símbolo y el mito en la vida del hombre.

A partir de la Primera Guerra Mundial, el positivismo y el cientifismo, imperante desde el Renacimiento, dan paso a un pensamiento y, por tanto, a expresiones artísticas, que no solo niegan sino que, además, exaltan los sueños, los símbolos y el mito. Los autores de teatro surrealistas no solo pusieron las bases del movimiento que descolocó la escena artística de mediados del siglo XX, sino que sus postulados en lo que a materia teatral se refiere siguen aún en vigor. Se trata de un teatro onírico, mitológico y claramente simbólico donde se remite al mundo primitivo del inconsciente colectivo. 

Por Candela Vizcaíno, Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

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