El auge de las redes sociales corre parejo al amanecer de la denominada cultura woke o wokismo, siguiendo la nomenclatura en español. En ella se engloba una serie de movimientos sociales que buscan, por cualquier medio, justicia social llegando, en una contradicción, a polarizar opiniones y políticas.
Aunque sus raíces pueden rastrearse a finales del siglo XIX con los planteamientos marxistas, la cultura woke nace en los Estados Unidos a principios del siglo XXI vinculada a movimientos reivindicativos de todo tipo. Entronca con los postulados de Martin Luther King (1974-1968) y su sueño de un mundo sin segregación racial. Desde sus inicios, sus militantes se erigen en defensores de todos aquellos que históricamente han estado más allá de las fronteras sociales por cualquier condición o creencia. El wokismo, por tanto, quiere ser el abogado defensor de los parias y miserables de la tierra. No en vano, el término woke significa despertar, entendido en el sentido de darse cuenta o de ser consciente de una realidad que, hasta el momento, había sido escatimada al conjunto de creencias aceptadas. En esta línea entra también el feminismo clásico abanderando por el MeToo, las luchas raciales del BlackLivesMatter, las reinvindicaciones de los pueblos indígenas colonizados y el colectivo LGBT+.
Definiendo la cultura woke y sus raíces
La cultura woke, por tanto, con el fin de ofrecer justicia o reparación, hunde sus raíces en la historia en una búsqueda de todos aquellos que habían sido oprimidos por el poder político imperante, descrito como heteropatriarcal, blanco y occidental. Así, todas las normas y modelos vitales estarían configurados para satisfacer a una población blanca, heterosexual, conservadora en el ámbito familiar, tradicional en las ideas, comprometida con el capitalismo y que se niega a aceptar la realidad de todos aquellos que han sido excluidos de las bondades del sistema. En este conjunto de expulsados estarían las mujeres subyugadas por imposiciones machistas, la población negra víctima del racismo, los pueblos indígenas oprimidos por el colonialismo, el colectivo LGBT+ perseguido por su tendencia sexual o de género. También se acoge a todos aquellos que tuvieron difícil acceder al centro mismo del poder por el simple hecho de que fueron convertidos en víctimas de un sistema atroz que cortaba las alas discrepantes o divergentes. La cultura woke, por tanto, apela a un despertar consciente de la realidad de víctima de aquellos que se encontraron en las fronteras sociales por una condición u otra. Hasta aquí tenemos, simplemente, un movimiento reivindicativo bajo una fuerte conciencia de justicia social, el cual apenas admite crítica.
Sin embargo y dicho esto, hay que anotar que el wokismo, desparramado por todo Occidente desde USA, ha evolucionado hacia posiciones extremas. ¿Cómo? Sencillamente reaccionando a las críticas (fundadas o no) mediante la polarización, la exclusión, la revisión histórica y, en último extremo, la cultura de la cancelación. ¿Cómo un movimiento que busca visibilidad e inclusión para aquellos que eran invisibles se acaba convirtiendo en lo mismo que combatía? La respuesta no es sencilla ya que entra en escena diversos factores.
Por un lado, tenemos lo que Zygmunt Bauman (1925-2017) denominó en su obra homónima la Modernidad líquida (1999). Resumiendo y reduciendo mucho, la sociedad ha perdido los anclajes que la sostenían. La solidez del conocimiento, de las relaciones familiares o de amistad o de la pericia laboral salta por los aires para adentrarnos en arenas desconocidas. Además, esta circunstancia ya venía abonada por las ideas anteriores propuestas por los postestructuralistas: Gilles Deleuze (1925-1995), Michel Foucault (1926-1984), Jaques Derrida (1930-2004) y Félix Guattari (1930-1992). Si Nietzsche (1844-1900) había decretado la muerte de Dios, los postestructuralistas dan un paso más y proponen que la realidad es una simple convención nacida del lenguaje. La verdad, por tanto, también está muerta. Y los mundos posibles se articulan únicamente a través de la palabra. Con todo este bagaje nace la cultura woke desarrollándose a la par que el auge de las redes sociales.
Realidad y construcción de la verdad en las redes sociales
Si la verdad no existe y la realidad se construye a través de palabras, cualquier idea, cualquier reivindicación (justa o chocante) puede ser defendida sin problemas. El fácil acceso y el carácter democrático de las redes sociales pusieron el resto para tejer discursos basados en el puro relativismo (cultural, moral o ideológico) en esa búsqueda de reparación histórica para cualquier colectivo antaño marginado. Comienza, así, el ruido mediático al convertir a esos parias de la tierra en víctimas eternas cuya reparación corre a cargo del resto del cuerpo social. En las redes sociales, a falta de argumentos sólidos, estructurados, razonados o meditados se da comienzo a una compaña múltiple en el que cualquiera se erige en víctima y se apela a esa reparación histórica. Por tanto, se impone en la sociedad líquida (en la que los anclajes de modelos sólidos no existen) una nueva verdad a través de las palabras y estas se manipulan hasta la exacerbación.
Como el fin es justo, cualquier medio es válido para conseguir esa indemnización social de agravios del pasado. En este camino, la comunicación vertida en Internet (compuesta en su mayoría de opiniones o juicios de valor) pierde su intrínseca capacidad de diálogo con el otro y con el que está enfrente para transformarse en una mera publicación de soflamas. El debate se vuelve innecesario si desde uno de los lados se asume que la verdad se construye a través de las palabras, tal como postulaban los postestructuralistas. Al negar una comunicación de ida y vuelta, el resultado es el atrincheramiento en las ideas y, en último extremo, el ninguneo del otro.
En las redes sociales, este proceso desarrollado por la cultura woke se materializa no solo en un ruido ensordecedor por el que se repiten frases tan hechas que han perdido el sentido. El razonamiento, por tanto, se queda aparcado en esa búsqueda de consignas preestablecidas que son aceptadas como verdades absolutas. Y el último paso es la burla hacia el disidente en forma del formato irónico caricaturesco del denominado meme. Este se repite una y otra vez hasta llegar, en algún caso, a la reducción personal y a la burla con tintes de crueldad. Por tanto, la cultura woke, que se origina como defensora de causas justas, olvida la crítica constructiva o esclarecedora para centrarse en ciertas características del otro que se magnifican con la única intención de deslegitimar cualquier opinión discordante.
La cancelación, el último escalón del wokismo
Los medios online actúan a modo de megáfono de este formato comunicativo que, en esencia, ha perdido la capacidad de diálogo reduciendo realidades o personalidades complejas a una característica degradante, con el único fin de ridiculizar y, por tanto, de desacreditar al que está en frente. La amplificación y la repetición hacen el resto hasta que la nueva realidad creada por estos métodos se impone como verdad absoluta. Y todo ello sin mediar razonamiento, debate o diálogo constructivo. Es en este punto donde la cultura woke se ha apartado de sus principios para convertirse precisamente en aquello que pretendía combatir. Si el wokismo surgió como un despertar a realidades personales o sociales que habían sido aparcadas o silenciadas, en su evolución pretende amordazar cualquier disidencia que ponga en cuestión cualquier parámetro de los grupos que ampara. El enfrentamiento y la polarización, al negar el diálogo, está servido. El wokismo se convierte en una tribu que abandera verdades absolutas y como tal se comporta. No hay escala de grises y todo se reduce a un blanco frente al negro. Y en la apoteosis de la contradicción, el otro se convierte en enemigo que hay expulsar fuera de las fronteras.
Y de la polarización y el enfrentamiento se pasa a la cancelación, a negar la realidad del otro o de la sociedad mayoritaria, a la revisión de la historia y a solicitar (a veces por métodos expeditivos) el olvido de hechos, de protagonistas históricos o sucesos de importancia que no se amoldan a su cosmovisión. La cancelación llega a todos los rincones y lo mismo el wokismo se ensaña con las estatuas de Cristóbal Colón por considerar al navegante prototipo del colonialismo o de Miguel de Cervantes por el tratamiento que hace a mujeres o personas que hoy entrarían dentro del grupo trans. Al negar el debate se entra en esta espiral irracional en la que se analizan hechos del pasado con la perspectiva actual. Y en una vuelta de tuerca, se silencia a personalidades de la cultura contemporánea por el mero hecho de poner en cuestión las realidades incuestionables del wokismo. Así, en una espiral de contradicción, de una reivindicación de libertad se pasa a exigir censura al disidente.
Con este planteamiento, por tanto, la cultura woke, y con ella cualquier causa justa que abandere, se deslegitima a sí misma. Este efecto en las redes sociales se está comprobando en los dos últimos años, con un número creciente de personas y entidades que abandonan estas plataformas por la imposibilidad de mantener un foro saludable bajo un intercambio razonado de opiniones. Al colonizar estos espacios se abona, además, el camino para una confrontación desde el otro lado, desde posiciones que matizan o directamente no están de acuerdo con estos postulados. En definitiva, el auge de la cultura woke no puede explicarse sin la amplificación de las redes sociales. Y estas se han visto invadidas por esta cosmovisión que, en su extremo, llega a la cancelación, antesala de la censura. En esencia, el wokismo quiere convertir lo que es particular en general sin importar los medios que haya que ejercer para conseguir dicho fin.
La música humana, las notas dispersas que juntas forman el acorde (Luis Cernuda) se ha transformado en el ruido, en el grito de guerra tribal presto a librar una batalla a muerte con el semejante. El poder de la palabra, por tanto, queda noqueado. El diálogo no es tal, ya que es un mero intercambio de ideas preconcebidas e inmutables. Se reduce a frases repetidas que no han pasado por el filtro de la razón. Son soflamas que se han quedado grabadas en un punto intermedio entre la oscuridad de los instintos emocionales y la luz de la conciencia. La última vuelta de tuerca y contradictoriamente a su origen, el wokismo llega, incluso, a negar la humanidad al contrincante. El otro se deshumaniza y se vuelve enemigo irreconciliable. La convivencia, por tanto, se rompe al negar cualquier posibilidad de entendimiento a través del diálogo.
Al negar el debate, la comunicación se reduce a una confrontación verbal en la que se recurre al uso de etiquetas tan excluyentes o más que aquellas injusticias que el movimiento combatía. Las respuestas en las redes sociales se limitan a lemas de moda repetidos como mantras, cuando no como cantos de guerra. Y la batalla es contra el sistema capitalista (sin proponer otro sistema válido), contra los modelos tradicionales y contra todos aquellos que, tal cual modernos herejes, se atreven a cuestionar los postulados del grupo. Por tanto, la cultura woke, que nació con el afán de inocular el despertar de la conciencia por las injusticias cometidas hacia unos pocos, puede convertirse, a corto plazo, en una pesadilla colectiva.
Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla y escritora con cuatro libro de ficción y más de 1000 artículos de temas de cultura publicados en la red.