Nómadas digitales, así son los retos de esta nueva tribu

Nómadas digitales

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Candela Vizcaíno

 

Tras la pandemia, es el término de moda y los políticos de medio mundo se han acogido a los supuestos beneficios de los nómadas digitales sin pararse a pensar en las consecuencias que podrían acarrear a ciertas ciudades ya tensionadas. Eso sí, lo que hay detrás de ellos es tan tentador (por lo que supone de aventura apasionante) que todos quieren formar parte de esta nueva tribu humana. Así que vamos despacito y desgranamos conceptos que inviten a la reflexión.  

¿Quiénes son los nómadas digitales y qué tienen en común entre ellos? 

Son personas jóvenes, libres, solteras, sin familia (que es muy difícil llevar esta vida con niños a cuestas), con amplia formación y con empleos que permiten el teletrabajo. Este puede ser por cuenta propia o bien de empresas que ya han entendido que hay que perseguir objetivos más que el presencialismo trasnochado. Definidos de este modo, ya entendemos que los nómadas digitales forman parte de una exclusiva clase media-alta (cuando no alta), con una formación de primer nivel (en la mayoría de casos provienen de padres con estilo cosmopolita) y libres desde el punto de vista personal. Y hago mucho hincapié en esto último porque es bastante difícil ir de un sitio a otro con niños en edad escolar demando modelos de vida sedentarios.  

Estos nuevos nómadas, si por algo se caracterizan de forma colectiva, es por tener un alto poder adquisitivo, bien sea porque sus nóminas son abultadas o bien sea porque hay un respaldo familiar o patrimonial detrás. Y dicho esto, de aquí su interés para atraerlos hacia ciudades que, por sus características, quieren ser los nuevos destinos de moda para esta nueva tribu líquida. Buenos Aires, por poner un caso, ya ha iniciado un plan en este sentido. Destinos, a priori, golosos para esta (casi) nueva clase social serían Málaga, Barcelona o Lisboa con servicios no solo turísticos sino también para un público cosmopolita que puede permitirse el lujo de vivir de aquí para allá.   

Lo de tener familia se hace un poco complicado por el asunto de los colegios y ese afán que tienen los pequeños por lo conocido. Y, por supuesto, ese trajín de estar en constante movimiento sin los estándares de comodidad y seguridad a los que estamos acostumbrados en Occidente solo puede sostenerse desde el punto de vista económico. ¿Hay mucha gente que cumpla estos requisitos? Pues sí, claro que sí, quizás muchísima. Y estos son los que se han embarcado a la aventura de moda del siglo XXI del nomadismo, aunque solo sea por un tiempo en sus vidas. Que esto habrá que evaluarlo en una década y ya se verá en qué ha quedado el fenómeno social del que todos hablan.  

No todo es oro que reluce para esta nueva tribu

La imagen más manida y llevada de los nómadas digitales es la de gente guapa y feliz como una perdiz en una playa paradisiaca con un portátil muy cerca. ¿Quién iba a decir que no a ese mantra del trabajo sin esfuerzo, a ganar dinero mientras uno se divierte? Sin embargo, esa imagen dista mucho de la vida aristocrática que quieren vendernos. ¿Por qué? Porque el ser humano, allá en la Prehistoria, se hizo sedentario por algo y ese algo es no estar al albur de los elementos que te niegan el refugio y la comida sin previo aviso. Y eso supone, ya lo sabemos, tras siglos de civilización, la muerte para ti y los tuyos.  

Aunque este colectivo empieza a organizarse a través de espacios compartidos, la primera prueba a la que se enfrenta el nómada digital es la de la soledad. Bien es verdad que puede estar en contacto con su familia vía online, no vamos a negarlo, pero que le pierda el cariño al apego. Hay quienes esto lo llevan bien o no están agarrados al cordón umbilical del clan. La soledad supone que te la tienes que apañar por tus propios medios pase lo que te pase. Y en ese pase lo que te pase puede ser que te rompas una pierna y que no tengas el seguro médico adecuado. ¡Ojo con esto porque puede llevarse por delante el patrimonio que tengas acumulado según en qué país te encuentres!   

Ni que decir tiene que los ingresos mensuales deben asegurarse con la mayor inteligencia posible pero eso también vale si no vas a salir del pueblo en el que naciste. La soledad tiene muchas aristas desconocidas para quienes no se han sumergido de lleno en estas aguas. Y una de ellas la dificultad para encontrar compañeros de viaje en el amplio sentido del término. Paso de puntillas por la imposibilidad de sacar adelante una familia porque entiendo que buena parte de los miembros de esta nueva tribu habrán aparcado el deseo de esta experiencia. Así que en unas décadas los testimonios de un porcentaje de estos nuevos nómadas digitales nos dirán que se les ha pasado el tiempo para encontrar pareja y no digamos ya el asunto descendencia que requiere (y más tal como está evolucionando la sociedad del siglo XXI) de una vida asentada. ¡Por supuesto que serán muchos que renunciarán a la aventura de la maternidad y/o paternidad! Y, además, con elevados estándares de conciencia plena. Sin embargo, aventuro que también habrá quienes, llegados a una edad, añoren eso que perdieron y no podrán tener. Y vaya por delante que, aunque no respondo al perfil de joven para insertarme en esta comunidad, no niego que la fórmula de vida me atrae bastante, tanto como para pensármelo.

¿Son los nómadas digitales la solución o el problema a ciertas comunidades?

¿Y los destinos? ¿Y el tiempo? Supongo que todo dependerá del que se meta en esta aventura, que habrá quienes estén años en una ciudad mediterránea y otros que no aguanten ni una semana.  

Al día de hoy es difícil hacer una prospección del número de individuos que han elegido este modelo de vida. Lo que sí hay son voces en su contra y eso que el fenómeno no ha hecho más que despegar.  Las primeras han sido precisamente en España, en Canarias, donde el gobierno regional se ha lanzado a su caza sin calibrar las consecuencias. En Buenos Aires, con la gentrificación de Puerto Madero, por poner un caso o los precios desorbitados de Palermo, nos encontramos a una población local que no ve con tan buenos ojos esta invasión. Un tanto de lo mismo está sucediendo con las zonas céntricas de México D.F. Lisboa, Oporto o Barcelona.   

La población local (con el avance del turismo) ve como se le hace imposible subsistir en barrios que hasta hace nada eran populares y comienza a no disimular un rechazo a esta nueva fórmula de asentamiento de una sociedad líquida que ha dado un paso más. Y no solo se trata de la subida de los precios de la vivienda que es progresivamente prohibitiva sino también al aumento de los servicios básicos sin tener asegurada una contrapartida. Porque, ¿dónde pagan los impuestos quienes se quedan en Madrid o en Sevilla un mes? Si uno de estos nómadas digitales (siendo sueco) se rompe una pierna en Lisboa, ¿dónde se manda la factura? Con toda probabilidad, no todos tendrán un seguro médico que cubra todas las circunstancias y todos los rincones del planeta. 

Aunque ciertos políticos ven en los nómadas digitales una nueva gallina de oro, están empezando a hablar pesimistas que no lo ven tan reluciente. Si son pocos y no exigen servicios caros (y el más oneroso es el asunto médico), será una nueva forma de cosmopolitismo más allá de las asimiladas por la población local. Las ciudades de moda se llenarán aún más de gente guapa, educada y de todos los colores. Dudo, con los datos que he podido recabar, que este tipo de aventureros elijan la España vaciada para asentarse (esa es otra fórmula de vida) o pueblos perdidos de la mano de Dios en cualquier punto del planeta. Por ahora, los nombres son siempre los mismos: Buenos Aires, México DF,  Cancún, Lisboa, Oporto, Sevilla, Málaga, Barcelona, Estambul… y poco más. Lo demás es turismo de un mes. Cuando un universitario cosmopolita se lleve en un pueblo unas cuantas semanas sin el ambiente al que está acostumbrado, no tardará nada en coger el petate para plantarse en otro sitio que para eso pertenece a la nueva tribu de los nómadas digitales, la que todos aman sin conocerla.    

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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