Mitos

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El mito de Galatea, Acis y Polifemo aparece en las Metamorfosis de Ovidio (siglo I). En él se narran los desgraciados amores de la ninfa Galatea y del joven mortal Acis (hijo de un fauno y de una náyade, ninfa de los ríos). La idílica relación entre ambos fue interrumpida por los celos de Polifemo, uno de los más famosos cíclopes de la historia. Vamos por partes.  

Protagonistas del mito

1.- Polifemo fue uno de los más famosos cíclopes y, como todos los de su especie, tenía un solo ojo a la altura de la frente. Era de la talla de un gigante y ejercía su fuerza con la brutalidad de un monstruo. Polifemo vivía de una forma simple en su cueva excavada en la roca cuidando del ganado y arropado por los montes de Sicilia de donde procedían todos los protagonistas. Su carácter impetuoso, instintivo, pasional y de corta inteligencia hacía que, ante cualquier contratiempo o amenaza, se pusiera a arrancar piedras para arrojarlas contra sus víctimas. Así se comportó con Ulises (el protagonista de la Odisea de Homero) y sus hombres en un intento por atraparlos (o matarlos) tras escaparse de la cueva en la que estaban prisioneros. Hay que decir que la noche antes, Ulises logró adormecerlo con vino, engañarlo, robarle sus quesos y cegarlo con una rama de olivo en llamas. Sin embargo, esta aventura sucedió después del encontronazo con Galatea y Acis, ya que, en este punto de su biografía (aunque sesgadamente) aún podía ver.   

2.- Galatea era una hermosa nereida (ninfa de los mares) siciliana dotada de una gran belleza. Aunque el cíclope Polifemo la perseguía y la requería en amores, ella lo rechazó  en contadas ocasiones, ya que tenía preferencia por Acis, un mortal. Llegados a este punto no hay que confundir a la protagonista de nuestra historia con la de Pigmalión y Galatea. Son dos seres totalmente distintos y de caracteres diferentes, ya que esta última era una escultura que, por mediación de la diosa Afrodita, toma vida. La única relación entre ambas es el nombre, común, por cierto, en las obras de lírica renacentista y de la novela pastoril.  

3.- Acis es el tercero de este triángulo amoroso. Es un apuesto joven mortal, hijo de un fauno y de una náyade que pasaba largos ratos al borde del mar. Allí conoció y se enamoró de la hermosa Galatea. 

Resumen de la fábula de Polifemo, Galatea y Acis 

Polifemo ardía de pasión por la ninfa y la requería de amores constantemente. Sin embargo, Galatea siempre conseguía zafarse de estas pretensiones. Un día que se encontraba a la orilla de la playa se encontró con Acis, un apuesto joven del que quedó prendada al instante. La pasión fue mutua y correspondida regalando felicidad y alegría a los dos amantes, que no podían presagiar el drama que se cernía sobre ellos. 

En lo alto de un risco, Polifemo espiaba los amores de los jóvenes. Carcomido por los celos, cuando ambos se solazaban y besaban arrancó una enorme piedra de la montaña y la arrojó sobre el muchacho. Mortal como era, quedó aplastado y nada pudo hacer la desdichada ninfa para regresarlo a las mieles de vida.  

Llegados a este punto las versiones difieren. Aún así todas coinciden en la posterior metamorfosis del muchacho. La más común apunta a que, conmovidos los dioses por las lágrimas amargas que derramaba la ninfa, se apiadaron de ella. Así,  la roja sangre esparcida de Acis se mezcló con el llanto doloroso de Galatea para que, bajo la piedra arrojada por Polifemo, brotara primero una fuente que iría aumentando en caudal hasta convertirse en un río azul, el Acis de Sicilia. Así, de alguna manera u otra, estarían juntos para siempre. La fábula de Polifemo y Galatea fue completada posteriormente con elementos ajenos a esta tragedia. En esta versión de la historia, tras la muerte de Acis, la ninfa se une al cíclope naciendo tres hijos.  

Estos desgraciados amores fueron del gusto de poetas y artistas plásticos a partir del Renacimiento. Y fueron protagonistas de telas y poemas. El más famoso y conocido texto en lengua castellana sobre estos desdichados amores es la Fábula de Polifemo y Galatea, una de las obras de Luis de Góngora (1561-1627), el poeta del Barroco, al que rindieron homenaje en la primera de las etapas de la Generación del 27. En el ámbito del arte plástico, a la ninfa se la suele representar dirigiendo una nave en forma de concha tirada por delfines y rodeada por numerosos cupidos y pretendientes de todas las edades y condición. Ella se resiste al amor carnal (no hizo lo mismo con Acis) buscando el platonismo que era del gusto renacentista. Una de las pinturas más famosas con esta temática es el Triunfo de Galatea (1511) de Rafael Sanzio (1483-1520) realizada, con la técnica al fresco, en la Villa Farnesina de Roma. El mito, por último, nos pone de manifiesto el carácter oscuro del cíclope que, en esencia, es el símbolo de aquello monstruoso, falto de razón y espíritu crítico del carácter humano más impulsivo.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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El mito de Galatea, Acis y Polifemo aparece en las Metamorfosis de Ovidio (siglo I). En él se narran los desgraciados amores de la ninfa Galatea y del joven mortal Acis (hijo de un fauno y de una náyade, ninfa de los ríos). La idílica relación entre ambos fue interrumpida por los celos de Polifemo, uno de los más famosos cíclopes de la historia. Vamos por partes.  

Protagonistas del mito

1.- Polifemo fue uno de los más famosos cíclopes y, como todos los de su especie, tenía un solo ojo a la altura de la frente. Era de la talla de un gigante y ejercía su fuerza con la brutalidad de un monstruo. Polifemo vivía de una forma simple en su cueva excavada en la roca cuidando del ganado y arropado por los montes de Sicilia de donde procedían todos los protagonistas. Su carácter impetuoso, instintivo, pasional y de corta inteligencia hacía que, ante cualquier contratiempo o amenaza, se pusiera a arrancar piedras para arrojarlas contra sus víctimas. Así se comportó con Ulises (el protagonista de la Odisea de Homero) y sus hombres en un intento por atraparlos (o matarlos) tras escaparse de la cueva en la que estaban prisioneros. Hay que decir que la noche antes, Ulises logró adormecerlo con vino, engañarlo, robarle sus quesos y cegarlo con una rama de olivo en llamas. Sin embargo, esta aventura sucedió después del encontronazo con Galatea y Acis, ya que, en este punto de su biografía (aunque sesgadamente) aún podía ver.   

2.- Galatea era una hermosa nereida (ninfa de los mares) siciliana dotada de una gran belleza. Aunque el cíclope Polifemo la perseguía y la requería en amores, ella lo rechazó  en contadas ocasiones, ya que tenía preferencia por Acis, un mortal. Llegados a este punto no hay que confundir a la protagonista de nuestra historia con la de Pigmalión y Galatea. Son dos seres totalmente distintos y de caracteres diferentes, ya que esta última era una escultura que, por mediación de la diosa Afrodita, toma vida. La única relación entre ambas es el nombre, común, por cierto, en las obras de lírica renacentista y de la novela pastoril.  

3.- Acis es el tercero de este triángulo amoroso. Es un apuesto joven mortal, hijo de un fauno y de una náyade que pasaba largos ratos al borde del mar. Allí conoció y se enamoró de la hermosa Galatea. 

Resumen de la fábula de Polifemo, Galatea y Acis 

Polifemo ardía de pasión por la ninfa y la requería de amores constantemente. Sin embargo, Galatea siempre conseguía zafarse de estas pretensiones. Un día que se encontraba a la orilla de la playa se encontró con Acis, un apuesto joven del que quedó prendada al instante. La pasión fue mutua y correspondida regalando felicidad y alegría a los dos amantes, que no podían presagiar el drama que se cernía sobre ellos. 

En lo alto de un risco, Polifemo espiaba los amores de los jóvenes. Carcomido por los celos, cuando ambos se solazaban y besaban arrancó una enorme piedra de la montaña y la arrojó sobre el muchacho. Mortal como era, quedó aplastado y nada pudo hacer la desdichada ninfa para regresarlo a las mieles de vida.  

Llegados a este punto las versiones difieren. Aún así todas coinciden en la posterior metamorfosis del muchacho. La más común apunta a que, conmovidos los dioses por las lágrimas amargas que derramaba la ninfa, se apiadaron de ella. Así,  la roja sangre esparcida de Acis se mezcló con el llanto doloroso de Galatea para que, bajo la piedra arrojada por Polifemo, brotara primero una fuente que iría aumentando en caudal hasta convertirse en un río azul, el Acis de Sicilia. Así, de alguna manera u otra, estarían juntos para siempre. La fábula de Polifemo y Galatea fue completada posteriormente con elementos ajenos a esta tragedia. En esta versión de la historia, tras la muerte de Acis, la ninfa se une al cíclope naciendo tres hijos.  

Estos desgraciados amores fueron del gusto de poetas y artistas plásticos a partir del Renacimiento. Y fueron protagonistas de telas y poemas. El más famoso y conocido texto en lengua castellana sobre estos desdichados amores es la Fábula de Polifemo y Galatea, una de las obras de Luis de Góngora (1561-1627), el poeta del Barroco, al que rindieron homenaje en la primera de las etapas de la Generación del 27. En el ámbito del arte plástico, a la ninfa se la suele representar dirigiendo una nave en forma de concha tirada por delfines y rodeada por numerosos cupidos y pretendientes de todas las edades y condición. Ella se resiste al amor carnal (no hizo lo mismo con Acis) buscando el platonismo que era del gusto renacentista. Una de las pinturas más famosas con esta temática es el Triunfo de Galatea (1511) de Rafael Sanzio (1483-1520) realizada, con la técnica al fresco, en la Villa Farnesina de Roma. El mito, por último, nos pone de manifiesto el carácter oscuro del cíclope que, en esencia, es el símbolo de aquello monstruoso, falto de razón y espíritu crítico del carácter humano más impulsivo.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Los cíclopes de la mitología griega eran monstruos mortales, gigantes de fuerza descomunal, antropófagos, que vivían en cuevas y cuya característica física más evidente era un solo ojo en mitad de la frente por encima de la línea de las cejas. Seres de escasa inteligencia, brutales, pasionales y destructores, manejaban el fuego, las tormentas, rayos y terremotos. Eran hijos de Urano (dios del cielo) y de Gea (diosa de la tierra). Ayudaban a Zeus con la fragua y tenían protección del señor del Olimpo hasta que Apolo los mató en venganza por el asesinato de uno de sus hijos. La tribu de los cíclopes, según la tradición clásica, estaba situada en la actual Sicilia arropada por los grandes montes de esta isla italiana. 

Han sido representados con profusión desde los inicios de la literatura griega. Aparecen en la Teogonía de Hesiodo, escrita entre el 700 y el 730 a.C, donde se narra el origen del mundo pagano. Además, el cíclope Polifemo es protagonista del Canto IX de la  Odisea de Homero. Ulises daña su único ojo y puede engañar al gigante con esa famosa frase, “Mi nombre es Nadie”. Es el protagonista de una obra de teatro de Eurípides estrenada en el 438 a.C. Aparecieron, especialmente Polifemo, el más famoso de ellos, en los poemas de Calímaco (s.III) o de Virgilio (siglo I).  Posteriormente y tras el Renacimiento, estos seres fieros y deformes fueron recogidos en poemas diversos, obras de teatro u óperas de la cultura occidental. Uno de los textos más famosos es el que narra los amores entre Polifemo, rendido ante la ninfa Galatea. Ambos son protagonistas, por poner un solo ejemplo, de una de las obras de Luis de Góngora más conocidas. Y todo ello sin contar las innumerables obras plásticas que tienen como tema central la representación e, incluso, la simbolización de los cíclopes de la mitología clásica y su mundo bestial, básico, primigenio y pasional. 

Sentido simbólico de los cíclopes en la cultura occidental 

El origen imaginario de estos monstruos, por tanto, está tan cimentado en el inconsciente colectivo y universal que llegan a funcionar como arquetipos. Son seres de fuerza descomunal y tan elementales que la mejor versión de ellos mismos se encuentra en la Odisea de Homero. Al tener un solo ojo no pueden ver más allá de lo básico, lo irracional, inconsciente, instintivo y pasional. Por ello no dudan en matar arrojando enormes piedras que mueven sin esfuerzo. Son el símbolo del estado primitivo de la humanidad, el emplazamiento en el que aún no se han desarrollado no solo todas las posibilidades de la civilización con su juegos de relaciones sociales sino también la conciencia interior por medio del autoconocimiento

Al demonio se lo representa a menudo, en la tradición cristiana, con un solo ojo en medio de la cara, lo que simboliza el dominio de las fuerzas obscuras, instintivas y pasionales. Entregadas a sí mismas, no asumidas por el espíritu, estas no pueden sino desempeñar un papel destructor en el universo y en el hombre. El Cíclope de la tradición griega es una fuerza primitiva o regresiva, de naturaleza volcánica, que no puede ser vencida más que por el dios solar, Apolo. El Cíclope reúne en él dos tradiciones, la de forjador, servidor de Zeus y de Hefaistos, que maneja el rayo para los dioses; y la del monstruo salvaje de fuerza prodigiosa, escondido en las cavernas, de las que no sale más que para cazar. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Los cíclopes en la Odisea 

Homero nos da cuenta de los cíclopes en el canto IX de la Odisea. Allí Ulises y sus hombres arriban a las tierras de estos gigantes que son retratados como seres de una enorme simpleza dedicados al pastoreo y que viven en estado salvaje sin someterse a ningún dios (trasunto del estado religioso o de trascendencia) o rey (simbolización del estado terrenal, de la civilización y del orden por la ley). Su emplazamiento es descrito en los siguientes términos: 

…desde allí, con dolor en el alma, seguimos bogando hasta dar en la tierra que habitan los fieros cíclopes, unos seres sin ley. Confiando en los dioses eternos, nada siembran ni plantan, no labran los campos, mas todo viene allí a germinar sin labor ni semillas: los trigos, las cebadas, las vides que dan un licor generoso y son nutridas tan solo por las lluvias de Zeus. Los cíclopes no tratan en juntas ni saben de normas de justicia. Habitan las cumbres de altas montañas y hacen de las cuevas su casa. Cada cual da la ley a su esposa y a sus hijos y no piensan en los otros. 

Ulises desembarca en la isla de los cíclopes junto con doce hombres y provisto de una vasija de vino. Llegan hasta la cueva de Polifemo repleta de leche y quesos de cabra. Hambrientos, los hombres se adueñan de la mercancía a pesar del parecer en contra de Ulises. En estas están cuando llega el cíclope que, henchido de ira, mata y se come a dos de los navegantes sellando la entrada de la cueva con una enorme piedra. Ante la ferocidad del gigante, Ulises empieza a urdir una artimaña. Así, emborracha al cíclope con el vino que llevaba en la vasija y que, en principio, iba a ser un regalo para los habitantes de aquella desconocida isla. Además, le dijo al monstruo que su nombre era “Nadie”, que así lo llamaba su padre y su madre cuando era pequeño. 

Cuando se adormece por los efectos del alcohol, Ulises aprovecha para prender fuego a una rama de olivo (árbol sagrado) y, a continuación, clavársela al gigante en su único ojo. A los gritos de dolor de Polifemo, los otros cíclopes comienzan a preguntar qué está sucediendo. Y el monstruo, en su simpleza, responde: “Nadie me causa dolor”. Así que los demás monstruos pensaron que aquello era una de las múltiples venganzas de los dioses. Ciego, Polifemo, al día siguiente, quita la enorme piedra que cerraba su cueva para dar de pastar a los rebaños. Ulises y sus hombres pueden escapar, por tanto, sin ser vistos. 

Polifemo se da cuenta de la huída de sus prisioneros cuando estos, a salvo en la embarcación, comienzan a burlarse del cíclope con grandes carcajadas y fuertes gritos. Es en ese momento cuando, sin ton ni son, ya que no ve, comienza a tirar piedras sobre el barco sin que ninguna llegara a alcanzarles. Atrapado en la ira y con deseos de venganza, pide al dios de los océanos que Ulises pierda su camino. Y así lo hace Poseidón haciendo que el héroe de la Odisea tardara más de veinte años en llegar a su tierra, a Ítaca, tras la guerra de Troya. 

El cíclope Polifemo enamorado de Galatea  

La siguiente historia nada tiene que ver con la anterior, aunque tiene al mismo protagonista: Polifemo, enamorado de la ninfa Galatea. Era la joven una de las cincuenta nereidas, una ninfa marina, adornada de virtudes y de inigualable belleza. No hay que confundirla con la protagonista de la historia de Pigmalión y Galatea. Nada tienen que ver y simplemente ambos personajes femeninos comparten nombre. Se movía feliz por los ríos nuestra Galatea hasta que se topó con un apuesto mortal, Acis. Ambos, tal como recoge las Metamorfosis de Ovidio (sigo I) y las obras a partir de la literatura renacentista, se correspondían en su sentimientos. Nada hacía presagiar la tragedia hasta que entra en escena el cíclope Polifemo que espiaba, desde su cueva, a la bella ninfa que se bañaba desnuda en el río. 

Preso de los celos, no puede soportar la intimidad entre ambos amantes y un día, con esas enormes piedras que ya utilizó para intentar matar a Ulises y a sus hombres, aplasta a Acis, que como mortal, fallece en el acto. Fueron tantas las amargas lágrimas de su amada Galatea que los dioses, apiadándose de los amantes, juntan, para que estuvieran así siempre unidos, la sangre del joven y las lágrimas de la ninfa transformando ambos fluidos en un río eterno.  

Esta historia fue favorita no solo de los poetas europeos sino también de pinturas y esculturas occidentales, especialmente del arte barroco. Así, llegado el siglo XVII, la narración toma un cariz totalmente distinto y desde el estilo inicial de la novela pastoril o de la lírica renacentista va evolucionando hacia un carácter truculento tan característico de esta época estilística. Por tanto, se pone el énfasis en el aspecto bestial del cíclope Polifemo contrastándolo con la dulzura y nobleza de Galatea.   

Y, por último, para terminar este resumen sobre los cíclopes de la mitología griega y su más famoso representante, Polifemo, según la tradición, Micenas y sus expresiones artísticas, con sus grandes obras arquitectónicas de piedras descomunales, fue construida por estos seres de un solo ojo. Estos, además, aparecen en la cultura popular contemporánea en títulos de anime o videojuegos reflejando siempre su carácter brutal, irracional, oscuro, imprevisible y pasional.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Los cíclopes de la mitología griega eran monstruos mortales, gigantes de fuerza descomunal, antropófagos, que vivían en cuevas y cuya característica física más evidente era un solo ojo en mitad de la frente por encima de la línea de las cejas. Seres de escasa inteligencia, brutales, pasionales y destructores, manejaban el fuego, las tormentas, rayos y terremotos. Eran hijos de Urano (dios del cielo) y de Gea (diosa de la tierra). Ayudaban a Zeus con la fragua y tenían protección del señor del Olimpo hasta que Apolo los mató en venganza por el asesinato de uno de sus hijos. La tribu de los cíclopes, según la tradición clásica, estaba situada en la actual Sicilia arropada por los grandes montes de esta isla italiana. 

Han sido representados con profusión desde los inicios de la literatura griega. Aparecen en la Teogonía de Hesiodo, escrita entre el 700 y el 730 a.C, donde se narra el origen del mundo pagano. Además, el cíclope Polifemo es protagonista del Canto IX de la  Odisea de Homero. Ulises daña su único ojo y puede engañar al gigante con esa famosa frase, “Mi nombre es Nadie”. Es el protagonista de una obra de teatro de Eurípides estrenada en el 438 a.C. Aparecieron, especialmente Polifemo, el más famoso de ellos, en los poemas de Calímaco (s.III) o de Virgilio (siglo I).  Posteriormente y tras el Renacimiento, estos seres fieros y deformes fueron recogidos en poemas diversos, obras de teatro u óperas de la cultura occidental. Uno de los textos más famosos es el que narra los amores entre Polifemo, rendido ante la ninfa Galatea. Ambos son protagonistas, por poner un solo ejemplo, de una de las obras de Luis de Góngora más conocidas. Y todo ello sin contar las innumerables obras plásticas que tienen como tema central la representación e, incluso, la simbolización de los cíclopes de la mitología clásica y su mundo bestial, básico, primigenio y pasional. 

Sentido simbólico de los cíclopes en la cultura occidental 

El origen imaginario de estos monstruos, por tanto, está tan cimentado en el inconsciente colectivo y universal que llegan a funcionar como arquetipos. Son seres de fuerza descomunal y tan elementales que la mejor versión de ellos mismos se encuentra en la Odisea de Homero. Al tener un solo ojo no pueden ver más allá de lo básico, lo irracional, inconsciente, instintivo y pasional. Por ello no dudan en matar arrojando enormes piedras que mueven sin esfuerzo. Son el símbolo del estado primitivo de la humanidad, el emplazamiento en el que aún no se han desarrollado no solo todas las posibilidades de la civilización con su juegos de relaciones sociales sino también la conciencia interior por medio del autoconocimiento

Al demonio se lo representa a menudo, en la tradición cristiana, con un solo ojo en medio de la cara, lo que simboliza el dominio de las fuerzas obscuras, instintivas y pasionales. Entregadas a sí mismas, no asumidas por el espíritu, estas no pueden sino desempeñar un papel destructor en el universo y en el hombre. El Cíclope de la tradición griega es una fuerza primitiva o regresiva, de naturaleza volcánica, que no puede ser vencida más que por el dios solar, Apolo. El Cíclope reúne en él dos tradiciones, la de forjador, servidor de Zeus y de Hefaistos, que maneja el rayo para los dioses; y la del monstruo salvaje de fuerza prodigiosa, escondido en las cavernas, de las que no sale más que para cazar. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Los cíclopes en la Odisea 

Homero nos da cuenta de los cíclopes en el canto IX de la Odisea. Allí Ulises y sus hombres arriban a las tierras de estos gigantes que son retratados como seres de una enorme simpleza dedicados al pastoreo y que viven en estado salvaje sin someterse a ningún dios (trasunto del estado religioso o de trascendencia) o rey (simbolización del estado terrenal, de la civilización y del orden por la ley). Su emplazamiento es descrito en los siguientes términos: 

…desde allí, con dolor en el alma, seguimos bogando hasta dar en la tierra que habitan los fieros cíclopes, unos seres sin ley. Confiando en los dioses eternos, nada siembran ni plantan, no labran los campos, mas todo viene allí a germinar sin labor ni semillas: los trigos, las cebadas, las vides que dan un licor generoso y son nutridas tan solo por las lluvias de Zeus. Los cíclopes no tratan en juntas ni saben de normas de justicia. Habitan las cumbres de altas montañas y hacen de las cuevas su casa. Cada cual da la ley a su esposa y a sus hijos y no piensan en los otros. 

Ulises desembarca en la isla de los cíclopes junto con doce hombres y provisto de una vasija de vino. Llegan hasta la cueva de Polifemo repleta de leche y quesos de cabra. Hambrientos, los hombres se adueñan de la mercancía a pesar del parecer en contra de Ulises. En estas están cuando llega el cíclope que, henchido de ira, mata y se come a dos de los navegantes sellando la entrada de la cueva con una enorme piedra. Ante la ferocidad del gigante, Ulises empieza a urdir una artimaña. Así, emborracha al cíclope con el vino que llevaba en la vasija y que, en principio, iba a ser un regalo para los habitantes de aquella desconocida isla. Además, le dijo al monstruo que su nombre era “Nadie”, que así lo llamaba su padre y su madre cuando era pequeño. 

Cuando se adormece por los efectos del alcohol, Ulises aprovecha para prender fuego a una rama de olivo (árbol sagrado) y, a continuación, clavársela al gigante en su único ojo. A los gritos de dolor de Polifemo, los otros cíclopes comienzan a preguntar qué está sucediendo. Y el monstruo, en su simpleza, responde: “Nadie me causa dolor”. Así que los demás monstruos pensaron que aquello era una de las múltiples venganzas de los dioses. Ciego, Polifemo, al día siguiente, quita la enorme piedra que cerraba su cueva para dar de pastar a los rebaños. Ulises y sus hombres pueden escapar, por tanto, sin ser vistos. 

Polifemo se da cuenta de la huída de sus prisioneros cuando estos, a salvo en la embarcación, comienzan a burlarse del cíclope con grandes carcajadas y fuertes gritos. Es en ese momento cuando, sin ton ni son, ya que no ve, comienza a tirar piedras sobre el barco sin que ninguna llegara a alcanzarles. Atrapado en la ira y con deseos de venganza, pide al dios de los océanos que Ulises pierda su camino. Y así lo hace Poseidón haciendo que el héroe de la Odisea tardara más de veinte años en llegar a su tierra, a Ítaca, tras la guerra de Troya. 

El cíclope Polifemo enamorado de Galatea  

La siguiente historia nada tiene que ver con la anterior, aunque tiene al mismo protagonista: Polifemo, enamorado de la ninfa Galatea. Era la joven una de las cincuenta nereidas, una ninfa marina, adornada de virtudes y de inigualable belleza. No hay que confundirla con la protagonista de la historia de Pigmalión y Galatea. Nada tienen que ver y simplemente ambos personajes femeninos comparten nombre. Se movía feliz por los ríos nuestra Galatea hasta que se topó con un apuesto mortal, Acis. Ambos, tal como recoge las Metamorfosis de Ovidio (sigo I) y las obras a partir de la literatura renacentista, se correspondían en su sentimientos. Nada hacía presagiar la tragedia hasta que entra en escena el cíclope Polifemo que espiaba, desde su cueva, a la bella ninfa que se bañaba desnuda en el río. 

Preso de los celos, no puede soportar la intimidad entre ambos amantes y un día, con esas enormes piedras que ya utilizó para intentar matar a Ulises y a sus hombres, aplasta a Acis, que como mortal, fallece en el acto. Fueron tantas las amargas lágrimas de su amada Galatea que los dioses, apiadándose de los amantes, juntan, para que estuvieran así siempre unidos, la sangre del joven y las lágrimas de la ninfa transformando ambos fluidos en un río eterno.  

Esta historia fue favorita no solo de los poetas europeos sino también de pinturas y esculturas occidentales, especialmente del arte barroco. Así, llegado el siglo XVII, la narración toma un cariz totalmente distinto y desde el estilo inicial de la novela pastoril o de la lírica renacentista va evolucionando hacia un carácter truculento tan característico de esta época estilística. Por tanto, se pone el énfasis en el aspecto bestial del cíclope Polifemo contrastándolo con la dulzura y nobleza de Galatea.   

Y, por último, para terminar este resumen sobre los cíclopes de la mitología griega y su más famoso representante, Polifemo, según la tradición, Micenas y sus expresiones artísticas, con sus grandes obras arquitectónicas de piedras descomunales, fue construida por estos seres de un solo ojo. Estos, además, aparecen en la cultura popular contemporánea en títulos de anime o videojuegos reflejando siempre su carácter brutal, irracional, oscuro, imprevisible y pasional.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Cerbero es el perro de tres cabezas que, en la mitología griega, guarda las puertas del Tártaro, que no es más que el mismísimo Infierno. También se le conoce como Cancerbero, al unir el término can (perro) con Cerbero. 

¿Quién era (o es) Cerbero el perro monstruoso de los mitos griegos?

Pertenece a la extirpe deforme engendrada por Equidna (conocida con el sobrenombre de la Víbora) y Tifón. Era la madre una ninfa de gran belleza con profundos ojos negros que, entre otras señas, lucía serpientes por piernas. Unida eternamente al gigante Tifón, la apariencia del padre era aún más terrorífica, ya que sus enormes alas provocaban huracanes, tormentas y terremotos. Y, además, incendiaba todo aquello que se le ponía por delante con el fuego de sus ojos. Con cabeza de dragón, también tenía serpientes por piernas. No en vano, Tifón era hijo de la diosa de la tierra, Gea, y del mismísimo Tártaro, allí donde uno de sus hijos guarda, con la más agresiva de las iras, las puertas por donde deben pasar los muertos.  

La familia no se acaba aquí, ya que eran hermanos de Cerbero, de doble vínculo además; esto es, de padre y madre, la Hidra, la Quimera, la Esfinge, el León de Nemea y unos cuantos dragones y seres abominables. Todos ellos vivían en cuevas atormentando, de alguna manera u otra, a los miembros de la raza humana. Cerbero heredó de sus progenitores el aspecto deforme y el carácter fiero. Las múltiples serpientes de su lomo eran de genética materna y la cola de dragón provenía de la parte paterna. Con esta mezcla solo podía tener tres cabezas, aunque algunas versiones apuntan a cincuenta o incluso cien. Su sola visión causaba pavor, aunque, en principio, solo se enfrentaban a él los que ya habían muerto y, por tanto, poco o nada tenían que perder. Encadenado a las puertas del Infierno, dejaba pasar únicamente a aquellas almas que, según el dictamen de los dioses, se habían ganado este espacio.  

Cerbero y el último de los doce trabajos de Heracles 

Heracles, el Hércules romano, debía completar doce trabajos y domeñar a Cerbero fue el último de ellos. Con la ayuda de Atenea (la diosa de la inteligencia) y Hermes (el mensajero) se adentra en las profundidades del inframundo. Allí está prisionero Teseo, el héroe que mató al minotauro con la ayuda del hilo de Ariadna, se enfrentó a las amazonas y formó parte de la expedición de argonautas en busca del vellocino de oro. Heracles lo liberó no sin dejar parte de su cuerpo (las nalgas) en la columna a la que estaba atado. Llegados a este punto las versiones, como es frecuente en los mitos y en la literatura griega, difieren. 

Y son tan distintas que algunos investigadores defienden que Cerbero se dejó coger sin más mientras que la gran mayoría nos narra una lucha cruenta entre el perro de tres cabezas y el héroe. Heracles, para complicar la hazaña, no podía dar muerte al perro ya que había prometido al dios Hades, el del Infierno, no hacerle daño. Y ya sabía que los dioses no se andan con chiquitas cuando los mortales rompían los pactos y acuerdos. Sea como fuere, Heracles pudo coger, cazar o amansar a Cerbero y tal cual se lo presentó a Eristeo como prueba del objetivo cumplido. El rey, horrorizado por la visión y el comportamiento del animal, mandó que fuera devuelto a su lugar donde sigue al día de hoy.  

Orfeo calma a Cerbero en su búsqueda de Eurídice 

Este no fue el único encuentro de Cerbero con mortales de distinta índole. Otro capítulo de su mito fue protagonizado por Orfeo quien tañía la lira con tal talento y belleza que los animales, ante su música, quedaban amansados. Orfeo tenía un fuerte motivo para adentrarse, estando vivo, en las profundidades del Tártaro.  Su amada Eurídice había muerto (al parecer por la mordedura venenosa de una serpiente). Sin poder afrontar el duelo y el dolor por tal pérdida, llega a un acuerdo con Hades que le permite acceder a las profundidades infernales donde es conducido hasta Eurídice después de pagar el peaje al barquero Caronte. 

Con su lira, tal cual hacía con los animales, entona tal bella melodía que Cerbero queda sumido en un profundo sueño. Los dioses se apiadan de los amantes y permite que Eurídice vuelva al reino de los vivos. Sin embargo, había una condición, como siempre. Orfeo debía caminar delante y no mirar hacia atrás, hacia Eurídice, hasta que no estuvieran completamente en la superficie y todo el sol hubiera bañado el cuerpo de la mujer. Así lo hace Orfeo. Sin embargo, ya en la tierra, movido por la impaciencia se vuelve antes de tiempo. Eurídice aún tenía un pie en el inframundo y, por tanto, inmediatamente se volatizó convirtiéndose en polvo. De nada sirvieron las lágrimas de amargura de su amado quien, según otras versiones, fue castigado con este trágico final debido a su cobardía, ya que tendría que haberse dejado morir para reunirse con su amada. 

Sentido simbólico del mito 

Cerbero aún se toparía con otro mortal obligado a bajar al inframundo. La ninfa Psique, como prueba impuesta por Afrodita y para defender su amor por Eros, se enfrentó al perro de las tres cabezas. Lo hizo con la delicadeza que le caracterizaba y lo drogó utilizando una torta de cereales con miel. Con todos estos encuentros no es de extrañar que el monstruo del Tártaro, desde los inicios del mundo pagano, haya sido protagonista de obras pictóricas, esculturas o poemas. Aparece, por poner un solo ejemplo, en la Divina Comedia de Dante, en el círculo del Infierno, su hogar. Y este ser abominable es descrito en los siguientes términos: 

Cerbero ladra con tres gargantas. Ni un momento cesan la lluvia y aullidos en tormento continuo. Hiede la tierra, vertedero, lodazal, agua sucia, sumidero de dolor, soledad y desaliento. 

Desde el inicio de los tiempos se ha entendido su presencia y existencia misma como una simbolización perfecta de los horrores internos personales e individuales. Esta caracterización se hizo aún más evidente tras los estudios del inconsciente de Freud y de los arquetipos de Jung

Perro de Hades, simboliza el terror de la muerte, para aquellos que temen los Infiernos. Mas aún, simboliza los propios Infiernos y el infierno interior de cada ser humano. Es conveniente subrayar que es, en efecto, sin sus armas que Heracles consigue vencerlo por un momento; que es por una acción espiritual, el canto de su lira, como Orfeo lo aplaca un instante. Dos índices militan en favor de la interpretación neoplatónica que ve en el Cerebro el genio mismo del demonio interior, el espíritu del mal. Solo puede dominarse sacándolo del infierno y llevándolo a la tierra, es decir, por un cambio violento de medio (ascensión) y empleando fuerzas personales de la naturaleza espiritual. Para vencerlo solo se puede contar con uno mismo.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

Y Paul Dies, en su obra El simbolismo en la mitología clásica, hace suyas las palabras de Jorge Luis Borges al comparar las tres cabezas de Cerbero con las tres coronas papales. Las primeras son las guardianas del Infierno mientras que las segundas son las protectoras del cielo.  

Borges precisa que el último trabajo de Hércules fue sacar el Cancerbero a la luz del día. Dice también que Butler (Huidibras) compara las tres coronas de la tiara del Papa que es el portero del Cielo, con las tres cabezas del perro que es el portero de los Infiernos. 

Cerbero es, por tanto, la bestia interna que hay que domeñar con autoconocimiento, no sin antes enfrentarse a los peligros que supone una bajada al Infierno. Quizás por esta fuerte simbolización de carácter arquetípico, el perro mitológico de tres cabezas sigue siendo favorito en el imaginario cultural y artístico contemporáneo. Es protagonista de videojuegos, obras de anime e, incluso, su nombre es utilizado en series de fantasía como la reciente 1899. El buque en el que viajan todas esas almas perdidas (trasunto de la barca de Caronte) lleva por nombre Cerbero, el guardián de los infiernos. Y la nave anterior perdida y excusa de la trama fue bautizada con el sugestivo nombre de Prometeo, el mismo que robó el fuego de los dioses para que los hombres crearan la civilización. La dicotomía entre cielo e infierno, vida y muerte queda, por tanto, presente en la serie prometiendo mucho juego psicológico.  

Estrabón (siglo I), en su Geografía, indica que la puerta de entrada al inframundo se llama Plutonio. Allí los vapores volcánicos se encargan de dar muerte a todo aquel que se atreve a traspasarla. La localización de este importante punto fue secreta hasta el año 2012 cuando se encontró en Turquía. Allí una colosal estatua metálica de Cerbero, el perro de tres cabezas de la mitología griega, guardaba el acceso a una cueva con agua de origen volcánico. Las capas del tiempo no han podido con este ser monstruoso que aún sigue atormentando los temores más profundos de la raza humana. 

Por Candela Vizcaíno, Doctora por la Universidad de Sevilla 

 

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Cerbero es el perro de tres cabezas que, en la mitología griega, guarda las puertas del Tártaro, que no es más que el mismísimo Infierno. También se le conoce como Cancerbero, al unir el término can (perro) con Cerbero. 

¿Quién era (o es) Cerbero el perro monstruoso de los mitos griegos?

Pertenece a la extirpe deforme engendrada por Equidna (conocida con el sobrenombre de la Víbora) y Tifón. Era la madre una ninfa de gran belleza con profundos ojos negros que, entre otras señas, lucía serpientes por piernas. Unida eternamente al gigante Tifón, la apariencia del padre era aún más terrorífica, ya que sus enormes alas provocaban huracanes, tormentas y terremotos. Y, además, incendiaba todo aquello que se le ponía por delante con el fuego de sus ojos. Con cabeza de dragón, también tenía serpientes por piernas. No en vano, Tifón era hijo de la diosa de la tierra, Gea, y del mismísimo Tártaro, allí donde uno de sus hijos guarda, con la más agresiva de las iras, las puertas por donde deben pasar los muertos.  

La familia no se acaba aquí, ya que eran hermanos de Cerbero, de doble vínculo además; esto es, de padre y madre, la Hidra, la Quimera, la Esfinge, el León de Nemea y unos cuantos dragones y seres abominables. Todos ellos vivían en cuevas atormentando, de alguna manera u otra, a los miembros de la raza humana. Cerbero heredó de sus progenitores el aspecto deforme y el carácter fiero. Las múltiples serpientes de su lomo eran de genética materna y la cola de dragón provenía de la parte paterna. Con esta mezcla solo podía tener tres cabezas, aunque algunas versiones apuntan a cincuenta o incluso cien. Su sola visión causaba pavor, aunque, en principio, solo se enfrentaban a él los que ya habían muerto y, por tanto, poco o nada tenían que perder. Encadenado a las puertas del Infierno, dejaba pasar únicamente a aquellas almas que, según el dictamen de los dioses, se habían ganado este espacio.  

Cerbero y el último de los doce trabajos de Heracles 

Heracles, el Hércules romano, debía completar doce trabajos y domeñar a Cerbero fue el último de ellos. Con la ayuda de Atenea (la diosa de la inteligencia) y Hermes (el mensajero) se adentra en las profundidades del inframundo. Allí está prisionero Teseo, el héroe que mató al minotauro con la ayuda del hilo de Ariadna, se enfrentó a las amazonas y formó parte de la expedición de argonautas en busca del vellocino de oro. Heracles lo liberó no sin dejar parte de su cuerpo (las nalgas) en la columna a la que estaba atado. Llegados a este punto las versiones, como es frecuente en los mitos y en la literatura griega, difieren. 

Y son tan distintas que algunos investigadores defienden que Cerbero se dejó coger sin más mientras que la gran mayoría nos narra una lucha cruenta entre el perro de tres cabezas y el héroe. Heracles, para complicar la hazaña, no podía dar muerte al perro ya que había prometido al dios Hades, el del Infierno, no hacerle daño. Y ya sabía que los dioses no se andan con chiquitas cuando los mortales rompían los pactos y acuerdos. Sea como fuere, Heracles pudo coger, cazar o amansar a Cerbero y tal cual se lo presentó a Eristeo como prueba del objetivo cumplido. El rey, horrorizado por la visión y el comportamiento del animal, mandó que fuera devuelto a su lugar donde sigue al día de hoy.  

Orfeo calma a Cerbero en su búsqueda de Eurídice 

Este no fue el único encuentro de Cerbero con mortales de distinta índole. Otro capítulo de su mito fue protagonizado por Orfeo quien tañía la lira con tal talento y belleza que los animales, ante su música, quedaban amansados. Orfeo tenía un fuerte motivo para adentrarse, estando vivo, en las profundidades del Tártaro.  Su amada Eurídice había muerto (al parecer por la mordedura venenosa de una serpiente). Sin poder afrontar el duelo y el dolor por tal pérdida, llega a un acuerdo con Hades que le permite acceder a las profundidades infernales donde es conducido hasta Eurídice después de pagar el peaje al barquero Caronte. 

Con su lira, tal cual hacía con los animales, entona tal bella melodía que Cerbero queda sumido en un profundo sueño. Los dioses se apiadan de los amantes y permite que Eurídice vuelva al reino de los vivos. Sin embargo, había una condición, como siempre. Orfeo debía caminar delante y no mirar hacia atrás, hacia Eurídice, hasta que no estuvieran completamente en la superficie y todo el sol hubiera bañado el cuerpo de la mujer. Así lo hace Orfeo. Sin embargo, ya en la tierra, movido por la impaciencia se vuelve antes de tiempo. Eurídice aún tenía un pie en el inframundo y, por tanto, inmediatamente se volatizó convirtiéndose en polvo. De nada sirvieron las lágrimas de amargura de su amado quien, según otras versiones, fue castigado con este trágico final debido a su cobardía, ya que tendría que haberse dejado morir para reunirse con su amada. 

Sentido simbólico del mito 

Cerbero aún se toparía con otro mortal obligado a bajar al inframundo. La ninfa Psique, como prueba impuesta por Afrodita y para defender su amor por Eros, se enfrentó al perro de las tres cabezas. Lo hizo con la delicadeza que le caracterizaba y lo drogó utilizando una torta de cereales con miel. Con todos estos encuentros no es de extrañar que el monstruo del Tártaro, desde los inicios del mundo pagano, haya sido protagonista de obras pictóricas, esculturas o poemas. Aparece, por poner un solo ejemplo, en la Divina Comedia de Dante, en el círculo del Infierno, su hogar. Y este ser abominable es descrito en los siguientes términos: 

Cerbero ladra con tres gargantas. Ni un momento cesan la lluvia y aullidos en tormento continuo. Hiede la tierra, vertedero, lodazal, agua sucia, sumidero de dolor, soledad y desaliento. 

Desde el inicio de los tiempos se ha entendido su presencia y existencia misma como una simbolización perfecta de los horrores internos personales e individuales. Esta caracterización se hizo aún más evidente tras los estudios del inconsciente de Freud y de los arquetipos de Jung

Perro de Hades, simboliza el terror de la muerte, para aquellos que temen los Infiernos. Mas aún, simboliza los propios Infiernos y el infierno interior de cada ser humano. Es conveniente subrayar que es, en efecto, sin sus armas que Heracles consigue vencerlo por un momento; que es por una acción espiritual, el canto de su lira, como Orfeo lo aplaca un instante. Dos índices militan en favor de la interpretación neoplatónica que ve en el Cerebro el genio mismo del demonio interior, el espíritu del mal. Solo puede dominarse sacándolo del infierno y llevándolo a la tierra, es decir, por un cambio violento de medio (ascensión) y empleando fuerzas personales de la naturaleza espiritual. Para vencerlo solo se puede contar con uno mismo.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

Y Paul Dies, en su obra El simbolismo en la mitología clásica, hace suyas las palabras de Jorge Luis Borges al comparar las tres cabezas de Cerbero con las tres coronas papales. Las primeras son las guardianas del Infierno mientras que las segundas son las protectoras del cielo.  

Borges precisa que el último trabajo de Hércules fue sacar el Cancerbero a la luz del día. Dice también que Butler (Huidibras) compara las tres coronas de la tiara del Papa que es el portero del Cielo, con las tres cabezas del perro que es el portero de los Infiernos. 

Cerbero es, por tanto, la bestia interna que hay que domeñar con autoconocimiento, no sin antes enfrentarse a los peligros que supone una bajada al Infierno. Quizás por esta fuerte simbolización de carácter arquetípico, el perro mitológico de tres cabezas sigue siendo favorito en el imaginario cultural y artístico contemporáneo. Es protagonista de videojuegos, obras de anime e, incluso, su nombre es utilizado en series de fantasía como la reciente 1899. El buque en el que viajan todas esas almas perdidas (trasunto de la barca de Caronte) lleva por nombre Cerbero, el guardián de los infiernos. Y la nave anterior perdida y excusa de la trama fue bautizada con el sugestivo nombre de Prometeo, el mismo que robó el fuego de los dioses para que los hombres crearan la civilización. La dicotomía entre cielo e infierno, vida y muerte queda, por tanto, presente en la serie prometiendo mucho juego psicológico.  

Estrabón (siglo I), en su Geografía, indica que la puerta de entrada al inframundo se llama Plutonio. Allí los vapores volcánicos se encargan de dar muerte a todo aquel que se atreve a traspasarla. La localización de este importante punto fue secreta hasta el año 2012 cuando se encontró en Turquía. Allí una colosal estatua metálica de Cerbero, el perro de tres cabezas de la mitología griega, guardaba el acceso a una cueva con agua de origen volcánico. Las capas del tiempo no han podido con este ser monstruoso que aún sigue atormentando los temores más profundos de la raza humana. 

Por Candela Vizcaíno, Doctora por la Universidad de Sevilla 

 

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Las gorgonas de la mitología griega eran tres hermanas monstruosas cuyos cuerpos tenían un elemento animal y poderes sobrenaturales que causaban la muerte instantánea. La más famosa de las tres fue Medusa, nacida mortal. Sin embargo, petrificaba a quien osara mirarla. Todas ellas simbolizan lo monstruoso, la oscuridad, la perversión y la destrucción que hay que combatir con la luz de la verdad, el afrontamiento y la valentía. Esta interpretación simbólica no es nueva, ni siquiera a raíz de la puesta en escena de los arquetipos. Ya en la Grecia clásica eran identificadas, junto con las Furias, con la conciencia pervertida, con el lado oscuro de la personalidad. También son conocidas bajo el nombre de Arpías, término que ha entrado en el vocabulario común en español para designar a una mujer de tan mal talante que se acerca a los monstruoso. 

Interiorizadas, simbolizan los remordimientos, el sentimiento de culpabilidad, la autodestrucción del que se abandona al sentimiento de una falta considerada como inexpiable. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

 

¿Quiénes eran las gorgonas de la mitología griega?  

Eran tres hermanas monstruosas nacidas de los amores incestuosos de Ceto, diosa de los monstruos marinos, y de su hermano Forcis. Ambos habitaban las profundidades del inframundo marino. Sus hijas, representación de lo monstruoso del alma humana, son inmortales, excepto Medusa quien tiene el poder de la petrificación a través de su mirada. Las tres gorgonas lucen en sus cabellos serpientes peligrosas y prestas a emponzoñar a quien se acerque a ellas. La sangre de las tres tiene propiedades curativas y puede salvar la vida humana pero solo si se extrae de un lado, del derecho. Si se extrae la del izquierdo causa la muerte instantánea. Y todo ello hay que entenderlo al margen del daño que puedan hacer sus otros poderes.  

Euriale, una de las gorgonas con colmillos de jabalí que le sobresalían por los labios 

Ella es la simbolización de la perversión sexual y así se ha aceptado en todos los estudios tras las investigaciones sobre el inconsciente iniciados por Freud. De hecho, en representaciones posteriores se la ha asimilado a un centauro, los híbridos entre hombre y caballo, símbolos de la lascivia. Su hábitat no era ni los bosques ni las cuevas sino las entrañas de la tierra misma. Por eso, se la podía encontrar en las montañas cuyos santuarios protegía. Era la protectora del Oráculo de Delfos. Es inmortal. Así que aún debe andar rondando los templos paganos de la antigua Grecia llorando amargamente a Medusa, su única hermana mortal.  

Esteno, la más compleja de las gorgonas

Su representación es compleja ya que lo mismo es descrita como una auténtica giganta que como una hermosa doncella con manos de bronce y alas de oro. No olvidemos las serpientes de la cabeza. Según la simbología, es la representación de las aberraciones sociales. Su gran fuerza física y emocional hace que, a través de su mirada, paralice a quien se encuentre a su alrededor. Es la protectora de las pitias, las adivinadoras de los oráculos consagrados al dios solar Apolo. También es inmortal y no hay noticia que ningún héroe haya dado cuenta de ella.  

Medusa, la más famosa de las gorgonas

Medusa es la hermosa gorgona con la cabeza repleta de serpientes prestas a morder o picar. Quien la mira queda petrificado. Simbólicamente representa la peor de las perversiones, que no es más que la espiritual. Se la identifica con la vanidad, el narcisismo o la arrogancia de quién se cree superior y acaba liquidado cuando mira en el interior de sí. Medusa es el espejo que devuelve la oscuridad del alma humana. Y no lo hace para que esta salga a la luz en un intento de expiación. Es todo lo contrario. Lo que ella devuelve se queda en piedra, en eterna materia inerte. 

Es la única de las gorgonas que es mortal y de la que se tiene constancia de su fin. Es vencida por Perseo (hijo de Zeus transformado en lluvia de oro para unirse a Danae, una mortal). Ayudado por el caballo alado Pegaso, logra decapitar a Medusa. Para poder matar a la gorgona, Perseo se protege con un escudo tan brillante que se asemeja a un espejo. En él se refleja Medusa y su misma mirada la petrifica, la paraliza. Inmediatamente, Perseo le corta la cabeza con su espada, un regalo de los dioses. Anoto que en este acto se ha visto una sublimación de la vanidad. 

Perseo regala la cabeza decapitada y petrificada de Medusa a Atenea, la diosa virgen de la caza, la civilización y la inteligencia. Ella lo incorpora a su escudo y, como Medusa, logra convertir en piedra a sus enemigos.

Como premio a su valentía es metamorfoseado por Zeus en una constelación. En este sentido, Perseo recibe la misma recompensa que Ariadna, también convertida en constelación, cuyo hilo e inteligencia permitió matar otro monstruo, el minotauro. Se da también la circunstancia que Pegaso, el caballo alado que le ayuda en dicha hazaña, era hijo de Poseidón y de Medusa, aunque otras fuentes señalan a otra gorgona, Euriale, como su madre. Pegaso es el símbolo de la elevación espiritual y de la poesía y si Medusa es la conciencia pervertida, puede considerarse su reverso. 

La petrificación simboliza el castigo de la desmesura humana.

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos 

Por tanto, las gorgonas de la mitología griega son la simbolización perfecta de la sombra inconsciente, allí donde habitan los monstruos del espíritu humano y que nadie se atreve a mirar. Su sola presencia nos devuelve la realidad oscura de la raza humana. Quizás por eso, estaban vinculadas al dios solar y de la luz, Apolo, cuyos oráculos y templos protegían, aunque fuera a fuerza de matar a quien no cumpliera las normas impuestas.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Las gorgonas de la mitología griega eran tres hermanas monstruosas cuyos cuerpos tenían un elemento animal y poderes sobrenaturales que causaban la muerte instantánea. La más famosa de las tres fue Medusa, nacida mortal. Sin embargo, petrificaba a quien osara mirarla. Todas ellas simbolizan lo monstruoso, la oscuridad, la perversión y la destrucción que hay que combatir con la luz de la verdad, el afrontamiento y la valentía. Esta interpretación simbólica no es nueva, ni siquiera a raíz de la puesta en escena de los arquetipos. Ya en la Grecia clásica eran identificadas, junto con las Furias, con la conciencia pervertida, con el lado oscuro de la personalidad. También son conocidas bajo el nombre de Arpías, término que ha entrado en el vocabulario común en español para designar a una mujer de tan mal talante que se acerca a los monstruoso. 

Interiorizadas, simbolizan los remordimientos, el sentimiento de culpabilidad, la autodestrucción del que se abandona al sentimiento de una falta considerada como inexpiable. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

 

¿Quiénes eran las gorgonas de la mitología griega?  

Eran tres hermanas monstruosas nacidas de los amores incestuosos de Ceto, diosa de los monstruos marinos, y de su hermano Forcis. Ambos habitaban las profundidades del inframundo marino. Sus hijas, representación de lo monstruoso del alma humana, son inmortales, excepto Medusa quien tiene el poder de la petrificación a través de su mirada. Las tres gorgonas lucen en sus cabellos serpientes peligrosas y prestas a emponzoñar a quien se acerque a ellas. La sangre de las tres tiene propiedades curativas y puede salvar la vida humana pero solo si se extrae de un lado, del derecho. Si se extrae la del izquierdo causa la muerte instantánea. Y todo ello hay que entenderlo al margen del daño que puedan hacer sus otros poderes.  

Euriale, una de las gorgonas con colmillos de jabalí que le sobresalían por los labios 

Ella es la simbolización de la perversión sexual y así se ha aceptado en todos los estudios tras las investigaciones sobre el inconsciente iniciados por Freud. De hecho, en representaciones posteriores se la ha asimilado a un centauro, los híbridos entre hombre y caballo, símbolos de la lascivia. Su hábitat no era ni los bosques ni las cuevas sino las entrañas de la tierra misma. Por eso, se la podía encontrar en las montañas cuyos santuarios protegía. Era la protectora del Oráculo de Delfos. Es inmortal. Así que aún debe andar rondando los templos paganos de la antigua Grecia llorando amargamente a Medusa, su única hermana mortal.  

Esteno, la más compleja de las gorgonas

Su representación es compleja ya que lo mismo es descrita como una auténtica giganta que como una hermosa doncella con manos de bronce y alas de oro. No olvidemos las serpientes de la cabeza. Según la simbología, es la representación de las aberraciones sociales. Su gran fuerza física y emocional hace que, a través de su mirada, paralice a quien se encuentre a su alrededor. Es la protectora de las pitias, las adivinadoras de los oráculos consagrados al dios solar Apolo. También es inmortal y no hay noticia que ningún héroe haya dado cuenta de ella.  

Medusa, la más famosa de las gorgonas

Medusa es la hermosa gorgona con la cabeza repleta de serpientes prestas a morder o picar. Quien la mira queda petrificado. Simbólicamente representa la peor de las perversiones, que no es más que la espiritual. Se la identifica con la vanidad, el narcisismo o la arrogancia de quién se cree superior y acaba liquidado cuando mira en el interior de sí. Medusa es el espejo que devuelve la oscuridad del alma humana. Y no lo hace para que esta salga a la luz en un intento de expiación. Es todo lo contrario. Lo que ella devuelve se queda en piedra, en eterna materia inerte. 

Es la única de las gorgonas que es mortal y de la que se tiene constancia de su fin. Es vencida por Perseo (hijo de Zeus transformado en lluvia de oro para unirse a Danae, una mortal). Ayudado por el caballo alado Pegaso, logra decapitar a Medusa. Para poder matar a la gorgona, Perseo se protege con un escudo tan brillante que se asemeja a un espejo. En él se refleja Medusa y su misma mirada la petrifica, la paraliza. Inmediatamente, Perseo le corta la cabeza con su espada, un regalo de los dioses. Anoto que en este acto se ha visto una sublimación de la vanidad. 

Perseo regala la cabeza decapitada y petrificada de Medusa a Atenea, la diosa virgen de la caza, la civilización y la inteligencia. Ella lo incorpora a su escudo y, como Medusa, logra convertir en piedra a sus enemigos.

Como premio a su valentía es metamorfoseado por Zeus en una constelación. En este sentido, Perseo recibe la misma recompensa que Ariadna, también convertida en constelación, cuyo hilo e inteligencia permitió matar otro monstruo, el minotauro. Se da también la circunstancia que Pegaso, el caballo alado que le ayuda en dicha hazaña, era hijo de Poseidón y de Medusa, aunque otras fuentes señalan a otra gorgona, Euriale, como su madre. Pegaso es el símbolo de la elevación espiritual y de la poesía y si Medusa es la conciencia pervertida, puede considerarse su reverso. 

La petrificación simboliza el castigo de la desmesura humana.

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos 

Por tanto, las gorgonas de la mitología griega son la simbolización perfecta de la sombra inconsciente, allí donde habitan los monstruos del espíritu humano y que nadie se atreve a mirar. Su sola presencia nos devuelve la realidad oscura de la raza humana. Quizás por eso, estaban vinculadas al dios solar y de la luz, Apolo, cuyos oráculos y templos protegían, aunque fuera a fuerza de matar a quien no cumpliera las normas impuestas.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Aunque la leyenda del Gólem sitúa la acción en la Praga del siglo XVI, el personaje ya aparece en los libros medievales cabalísticos. Esto es, el Gólem (también escrito Golem o golem en minúsculas) es un auténtico arquetipo monstruoso procedente del folclore hebrero tradicional. Además, el vocablo ha dado nombre a una criptomoneda contemporánea, a un súper ordenador y a un videojuego. El Gólem es una creación humana, una escultura que, por medios mágicos, cobra vida revolviéndose contra su creador a pesar de que no está dotado ni de inteligencia ni de libertad. Es el símbolo perfecto de la soberbia y sus consecuencias en su afán por asemejarse a la creación divina. El Gólem de la tradición judía, además, advierte sobre los excesos narcisistas. Hoy también se toma, con sus matices, como un paralelo de la inteligencia artificial y los robots que pretenden sustituir lo mejor de la raza humana: el raciocinio, los sentimientos y la toma consciente de decisiones; los tres pilares básicos sobre los que se sostiene la libertad. 

La leyenda del Gólem de Praga 

Aunque el protagonista aparece incluso en relatos medievales apócrifos, el más conocido es el que sitúa la criatura en la Praga del rabino Judá Leví ben Betzalel. Es este un personaje real nacido en Polonia en 1520 y muerto en la actual capital de Chequia de 1609 donde ejerció como rabino con el sobrenombre de Rabbí Löw. En español aparece como Judá León. No hay constancia de que fuera capaz de crear un engendro como el descrito por la leyenda, pero ciertos hechos sí han sido confirmados por la historiografía contemporánea. Así, los mundos posibles de la ficción se enredan con la realidad complicándonos discernir dónde se encuentran las fronteras entre la invención y lo que realmente sucedió.  

Cuenta la leyenda que en tiempos de Rodolfo II (1552-1612) en la corte de Bohemia comenzaron a desaparecer algunos niños cristianos. En la versión más conocida es un solo niño. Poco faltó para que esta comunidad acusara a los judíos de secuestro y asesinato. El rey, para acallar las posibles revueltas, mandó encerrar a los hebreos en un gueto. Allí se encontraba el Rabbí Löw, conocedor de los secretos alquímicos, quien, para librar a su pueblo de esta injusticia y ayudado por otros tres o dos rabinos (depende de las fuentes), se dispuso a crear un Gólem. Con la arcilla del río Moldava crearon una escultura del tamaño de un niño de diez años y escribieron en su frente la palabra “guelem” que puede traducirse como materia viva o vida sin más. Allí, los dos o tres rabinos que acompañaban a Judá Leví realizaron sus conjuros cabalísticos moviéndose siete veces sobre la escultura hasta que ésta, como si hubiera recibido fuego, se puso roja. A continuación, el Rabbí Löw, alzando la Torá, realizó un último conjuro que insufló vida a la materia inerte. 

Con esta criatura, que no podía hablar ni sentir y solo obedecía, se dirigieron a la judería. Y allí le ordenaron buscar al niño (o los niños que depende de las versiones) que había desaparecido. Al cabo de una hora apareció con el pequeño sano y salvo y este confesó que fue sus misma familia la que que lo encerró en un sótano para poder acusar injustamente a los judíos.  

Con la libertad recobrada, el rabino asignó más tareas al Gólem, como barrer y adecentar la sinagoga o traer agua del río. Sin embargo, la criatura que entendía las órdenes de manera literal, se dedicó a sacar toda el agua posible inundando varias calles. Para colmo de males, la leyenda del Gólem (sean cual sean las fuentes) nos dice que la criatura crecía sin media amenazando con aplastar a todo aquel que se acercara a él. Así, para evitar males mayores, el rabino borró una de las letras de la frente de su creación y ahora decía muerte. Al instante, se convirtió en un montón de arena que fue encerrada con llave en el ático de la sinagoga de Praga y allí sigue hasta el día de hoy.  

Otras versiones de la leyenda del Gólem obvia la narración del falso secuestro infantil y nos dice que la criatura fue creada simplemente como un esclavo para ayudar en las penosas tareas del rabino. Sin embargo, todas comienzan y terminan en lo mismo. La criatura es creada del barro, con las palabras mágicas en la frente y tiene que ser destruída por su crecimiento desmesurado y por la amenaza que supone para la comunidad. 

El Gólem en la literatura  

Aunque el arquetipo pertenece al folclore medieval hebreo, es a partir del siglo XIX, con su gusto por las criaturas monstruosas (Frankenstein de Mary Shelley, Drácula de Bram Stoker o el Jorobado de Notre Dame de Víctor Hugo) cuando la leyenda del Gólem cobra popularidad. El principal estudio sobre esta y otras figuras semejantes es de G.G. Scholem en su obra La cábala y su simbolismo (según la traducción española de 1979). Como el personaje ha sido tratado con una profusión que sobrepasa el objeto de este artículo, nos quedamos con dos obras literarias que ilustran su trascendencia: un fragmento de un poema de Jorge Luis Borges y un acercamiento a la novela homónima de Gustav Meyerink.

1.- Gustav Meyerink (1868-1932) cosechó un notable éxito con su obra Golem publicada en 1915. El Romanticismo había dejado ese gusto por los seres fantasmales o de otro mundo. Y esto se materializó en obras en las que se difuminaba la realidad de la la ficción. Además, el concepto de inconsciente de Freud estaba sobre la mesa y los artistas se afanaban por escribir relatos en los que no había diferencia entre los sueños y la realidad o entre la locura y la cordura. Es en este emplazamiento en el que hay que insertar esta obra que recoge la leyenda del Gólem tradicional adobada con elementos imaginarios extraídos de fantásticos mundos posibles, recovecos de la cábala a la que era aficionado el autor y fantasías oníricas al estilo de simbolismo. 

2.- El poema de Borges titulado precisamente Golem y del que reproduzco un fragmento incide en el poder de la palabra. Es la palabra la que da y quita la vida, es la que nos acerca a la obra de Dios. Sin la palabra (de la que carece la criatura) la raza humana no es nada.

Sediento de saber lo que Dios sabe,

Judá León se dio a permutaciones

de letras y a complejas variaciones

y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

 

La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,

sobre un muñeco que con torpes manos

labró, para enseñarle los arcanos

de las Letras, del Tiempo y del Espacio. 

 

El simulacro alzó los soñolientos

párpados y vio formas y colores

que no entendió, perdidos en rumores

y ensayó temerosos movimientos. 

 

Gradualmente se vio (como nosotros)

aprisionado en esta red sonora

de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora, 

Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

 

(El cabalista que ofició de numen

a la vasta criatura apodó Golem;

estas verdades las refiere Scholem

en un docto lugar de su volumen.)

 

El rabí le explicaba el universo

“esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga.”

Y logró, al cabo de años, que el perverso

barriera bien o mal la sinagoga. 

 

Tal vez hubo un error en la grafía

o en la articulación del Sacro Nombre; 

a pesar de tan alta hechicería, 

no aprendió a hablar el aprendiz de hombre. 

…. 

 

Significado simbólico de la leyenda del Gólem 

El Gólem no habla, obedece de forma literal, no tiene libertad y amenaza con su tamaño creciente. Es una criatura que entra dentro del imaginario de lo monstruoso, de las fuerzas oscuras y de los seres que se encuentran al otro lado de la frontera humana. Su sola presencia nos dice, además, de la soberbia humana ya que, obviando los peligros, se invocan conjuros para competir con la obra de Dios. En palabras de Scholem, que tan bien ha estudio las formas folclóricas hebreas, el Gólem, aunque no sea capaz del mal, ya que solo obedece, su misma creación es de por sí una aberración.  

Por desgracia, estas criaturas artificiales crecen muy deprisa y alcanzan la talla de gigantes. El mago escribe entonces sobre la frente la palabra hebrea que significa muerte y el gigante se desmorona al instante y queda reducido a una masa de arcilla inerte. Pero esta masa aplasta a veces bajo su peso al mago imprudente. Si el gigante conserva la palabra vida, su potencia puede provocar las peores catástrofes, pues por sí mismo solo es capaz de malas acciones. Pero un cabalista puede dirigirlo hacia el bien, como también hacia el mal. Un golem sustituye a veces a una persona real, hombre o mujer; o bien recibe la forma de un animal, león, tigre, serpiente… El golem simboliza la creación del hombre, que quiere imitar a Dios creando un ser a su imagen, pero que no consigue con ello más que un ser sin libertad, inclinado al mal, esclavo de sus pasiones. La verdadera vida humana no procede más que de Dios. En un sentido más interno el golem no es sino la imagen de su creador, la imagen de una de sus pasiones que crece y amenaza con aplastarlo. Significa por fin que una creación puede rebasar a su autor, que el hombre no es sino un aprendiz de brujo y que, si hemos de dar crédito a Mefistófeles,  “el primer acto es libre en nosotros; somos esclavos del segundo. 

G.G. Scholem: La cábala y su simbolismo 

A propósito del efecto Gólem 

Y, por último, el efecto Gólem es un término utilizado en psicología y en pedagogía para contraponerlo al efecto Pigmalión. Este último toma nombre del mito de Pigmalión y Galatea. Enamorado el rey Pigmalión de una escultura que había realizado él mismo y cuyo nombre era Galatea, la diosa Afrodita (la del amor y la belleza) otorga vida a la obra de arte justo cuando el rey se disponía a abrazarla. El efecto Pigmalión surge a mediados del siglo XX para intentar probar la correlación entre las expectativas puestas en los niños en edad escolar y el éxito que estos logran alcanzar. El efecto Golém, como el de la leyenda, actúa de forma contraria e, incluso, perversa. Al negar las posibilidades de los talentos y las habilidades, la persona queda anulada y le es más difícil desarrollar habilidades o conocimientos.  

La leyenda del Gólem de Praga (o las versiones más antiguas de la misma) nos puede servir, también, como símbolo contemporáneo de los supuestos peligros de la inteligencia artificial, ya que nunca la raza humana ha estado tan cerca de crear vida desde la materia inerte.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Aunque la leyenda del Gólem sitúa la acción en la Praga del siglo XVI, el personaje ya aparece en los libros medievales cabalísticos. Esto es, el Gólem (también escrito Golem o golem en minúsculas) es un auténtico arquetipo monstruoso procedente del folclore hebrero tradicional. Además, el vocablo ha dado nombre a una criptomoneda contemporánea, a un súper ordenador y a un videojuego. El Gólem es una creación humana, una escultura que, por medios mágicos, cobra vida revolviéndose contra su creador a pesar de que no está dotado ni de inteligencia ni de libertad. Es el símbolo perfecto de la soberbia y sus consecuencias en su afán por asemejarse a la creación divina. El Gólem de la tradición judía, además, advierte sobre los excesos narcisistas. Hoy también se toma, con sus matices, como un paralelo de la inteligencia artificial y los robots que pretenden sustituir lo mejor de la raza humana: el raciocinio, los sentimientos y la toma consciente de decisiones; los tres pilares básicos sobre los que se sostiene la libertad. 

La leyenda del Gólem de Praga 

Aunque el protagonista aparece incluso en relatos medievales apócrifos, el más conocido es el que sitúa la criatura en la Praga del rabino Judá Leví ben Betzalel. Es este un personaje real nacido en Polonia en 1520 y muerto en la actual capital de Chequia de 1609 donde ejerció como rabino con el sobrenombre de Rabbí Löw. En español aparece como Judá León. No hay constancia de que fuera capaz de crear un engendro como el descrito por la leyenda, pero ciertos hechos sí han sido confirmados por la historiografía contemporánea. Así, los mundos posibles de la ficción se enredan con la realidad complicándonos discernir dónde se encuentran las fronteras entre la invención y lo que realmente sucedió.  

Cuenta la leyenda que en tiempos de Rodolfo II (1552-1612) en la corte de Bohemia comenzaron a desaparecer algunos niños cristianos. En la versión más conocida es un solo niño. Poco faltó para que esta comunidad acusara a los judíos de secuestro y asesinato. El rey, para acallar las posibles revueltas, mandó encerrar a los hebreos en un gueto. Allí se encontraba el Rabbí Löw, conocedor de los secretos alquímicos, quien, para librar a su pueblo de esta injusticia y ayudado por otros tres o dos rabinos (depende de las fuentes), se dispuso a crear un Gólem. Con la arcilla del río Moldava crearon una escultura del tamaño de un niño de diez años y escribieron en su frente la palabra “guelem” que puede traducirse como materia viva o vida sin más. Allí, los dos o tres rabinos que acompañaban a Judá Leví realizaron sus conjuros cabalísticos moviéndose siete veces sobre la escultura hasta que ésta, como si hubiera recibido fuego, se puso roja. A continuación, el Rabbí Löw, alzando la Torá, realizó un último conjuro que insufló vida a la materia inerte. 

Con esta criatura, que no podía hablar ni sentir y solo obedecía, se dirigieron a la judería. Y allí le ordenaron buscar al niño (o los niños que depende de las versiones) que había desaparecido. Al cabo de una hora apareció con el pequeño sano y salvo y este confesó que fue sus misma familia la que que lo encerró en un sótano para poder acusar injustamente a los judíos.  

Con la libertad recobrada, el rabino asignó más tareas al Gólem, como barrer y adecentar la sinagoga o traer agua del río. Sin embargo, la criatura que entendía las órdenes de manera literal, se dedicó a sacar toda el agua posible inundando varias calles. Para colmo de males, la leyenda del Gólem (sean cual sean las fuentes) nos dice que la criatura crecía sin media amenazando con aplastar a todo aquel que se acercara a él. Así, para evitar males mayores, el rabino borró una de las letras de la frente de su creación y ahora decía muerte. Al instante, se convirtió en un montón de arena que fue encerrada con llave en el ático de la sinagoga de Praga y allí sigue hasta el día de hoy.  

Otras versiones de la leyenda del Gólem obvia la narración del falso secuestro infantil y nos dice que la criatura fue creada simplemente como un esclavo para ayudar en las penosas tareas del rabino. Sin embargo, todas comienzan y terminan en lo mismo. La criatura es creada del barro, con las palabras mágicas en la frente y tiene que ser destruída por su crecimiento desmesurado y por la amenaza que supone para la comunidad. 

El Gólem en la literatura  

Aunque el arquetipo pertenece al folclore medieval hebreo, es a partir del siglo XIX, con su gusto por las criaturas monstruosas (Frankenstein de Mary Shelley, Drácula de Bram Stoker o el Jorobado de Notre Dame de Víctor Hugo) cuando la leyenda del Gólem cobra popularidad. El principal estudio sobre esta y otras figuras semejantes es de G.G. Scholem en su obra La cábala y su simbolismo (según la traducción española de 1979). Como el personaje ha sido tratado con una profusión que sobrepasa el objeto de este artículo, nos quedamos con dos obras literarias que ilustran su trascendencia: un fragmento de un poema de Jorge Luis Borges y un acercamiento a la novela homónima de Gustav Meyerink.

1.- Gustav Meyerink (1868-1932) cosechó un notable éxito con su obra Golem publicada en 1915. El Romanticismo había dejado ese gusto por los seres fantasmales o de otro mundo. Y esto se materializó en obras en las que se difuminaba la realidad de la la ficción. Además, el concepto de inconsciente de Freud estaba sobre la mesa y los artistas se afanaban por escribir relatos en los que no había diferencia entre los sueños y la realidad o entre la locura y la cordura. Es en este emplazamiento en el que hay que insertar esta obra que recoge la leyenda del Gólem tradicional adobada con elementos imaginarios extraídos de fantásticos mundos posibles, recovecos de la cábala a la que era aficionado el autor y fantasías oníricas al estilo de simbolismo. 

2.- El poema de Borges titulado precisamente Golem y del que reproduzco un fragmento incide en el poder de la palabra. Es la palabra la que da y quita la vida, es la que nos acerca a la obra de Dios. Sin la palabra (de la que carece la criatura) la raza humana no es nada.

Sediento de saber lo que Dios sabe,

Judá León se dio a permutaciones

de letras y a complejas variaciones

y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

 

La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,

sobre un muñeco que con torpes manos

labró, para enseñarle los arcanos

de las Letras, del Tiempo y del Espacio. 

 

El simulacro alzó los soñolientos

párpados y vio formas y colores

que no entendió, perdidos en rumores

y ensayó temerosos movimientos. 

 

Gradualmente se vio (como nosotros)

aprisionado en esta red sonora

de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora, 

Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

 

(El cabalista que ofició de numen

a la vasta criatura apodó Golem;

estas verdades las refiere Scholem

en un docto lugar de su volumen.)

 

El rabí le explicaba el universo

“esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga.”

Y logró, al cabo de años, que el perverso

barriera bien o mal la sinagoga. 

 

Tal vez hubo un error en la grafía

o en la articulación del Sacro Nombre; 

a pesar de tan alta hechicería, 

no aprendió a hablar el aprendiz de hombre. 

…. 

 

Significado simbólico de la leyenda del Gólem 

El Gólem no habla, obedece de forma literal, no tiene libertad y amenaza con su tamaño creciente. Es una criatura que entra dentro del imaginario de lo monstruoso, de las fuerzas oscuras y de los seres que se encuentran al otro lado de la frontera humana. Su sola presencia nos dice, además, de la soberbia humana ya que, obviando los peligros, se invocan conjuros para competir con la obra de Dios. En palabras de Scholem, que tan bien ha estudio las formas folclóricas hebreas, el Gólem, aunque no sea capaz del mal, ya que solo obedece, su misma creación es de por sí una aberración.  

Por desgracia, estas criaturas artificiales crecen muy deprisa y alcanzan la talla de gigantes. El mago escribe entonces sobre la frente la palabra hebrea que significa muerte y el gigante se desmorona al instante y queda reducido a una masa de arcilla inerte. Pero esta masa aplasta a veces bajo su peso al mago imprudente. Si el gigante conserva la palabra vida, su potencia puede provocar las peores catástrofes, pues por sí mismo solo es capaz de malas acciones. Pero un cabalista puede dirigirlo hacia el bien, como también hacia el mal. Un golem sustituye a veces a una persona real, hombre o mujer; o bien recibe la forma de un animal, león, tigre, serpiente… El golem simboliza la creación del hombre, que quiere imitar a Dios creando un ser a su imagen, pero que no consigue con ello más que un ser sin libertad, inclinado al mal, esclavo de sus pasiones. La verdadera vida humana no procede más que de Dios. En un sentido más interno el golem no es sino la imagen de su creador, la imagen de una de sus pasiones que crece y amenaza con aplastarlo. Significa por fin que una creación puede rebasar a su autor, que el hombre no es sino un aprendiz de brujo y que, si hemos de dar crédito a Mefistófeles,  “el primer acto es libre en nosotros; somos esclavos del segundo. 

G.G. Scholem: La cábala y su simbolismo 

A propósito del efecto Gólem 

Y, por último, el efecto Gólem es un término utilizado en psicología y en pedagogía para contraponerlo al efecto Pigmalión. Este último toma nombre del mito de Pigmalión y Galatea. Enamorado el rey Pigmalión de una escultura que había realizado él mismo y cuyo nombre era Galatea, la diosa Afrodita (la del amor y la belleza) otorga vida a la obra de arte justo cuando el rey se disponía a abrazarla. El efecto Pigmalión surge a mediados del siglo XX para intentar probar la correlación entre las expectativas puestas en los niños en edad escolar y el éxito que estos logran alcanzar. El efecto Golém, como el de la leyenda, actúa de forma contraria e, incluso, perversa. Al negar las posibilidades de los talentos y las habilidades, la persona queda anulada y le es más difícil desarrollar habilidades o conocimientos.  

La leyenda del Gólem de Praga (o las versiones más antiguas de la misma) nos puede servir, también, como símbolo contemporáneo de los supuestos peligros de la inteligencia artificial, ya que nunca la raza humana ha estado tan cerca de crear vida desde la materia inerte.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Leyenda del Gólem

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El mito de Pigmalión y Galatea está recogido en las Metamorfosis de Ovidio, uno de los pilares de la literatura clásica (griega y romana) junto con la Ilíada y la Odisea de Homero. Aunque se repite que Pigmalión era un rey griego, las últimas investigaciones nos dicen que procedía de Chipre. Esta fábula ha dado nombre al conocido en psicología y pedagogía como Efecto Pigmalión. 

El mito de Pigmalión y Galatea

Pigmalión era el triste y solitario rey de Chipre, ya que no conseguía encontrar esposa adecuada. No acababa de cuadrarle ninguna mortal aristocrática que se adaptara a sus gustos y sensibilidad artística. Consideraba a todas las féminas chismosas y superficiales. Este misógino en potencia escondía en su fuero interno un alma delicada con afán de trascendencia. Por eso, se dio por vencido y se dedicó de lleno a una de sus pasiones: la escultura. Así pasaban los días en su taller hasta que logró esculpir en un bello mármol blanco una sublime escultura femenina. Tal era la hermosura de dicha estatua que Pigmalión le puso el nombre de Galatea (ahora volveremos sobre ella para no confundirla). Además, como intentaba espantar las moscas de la soledad, le hablaba a diario acabando enamorándose de su creación. El desgraciado se sentía acompañado por su obra mucho más que con mujer de carne y hueso. Así que a ese objeto inerte le confiaba todas sus penas. La escultura, como cosa inanimada que era, no mostraba gesto alguno.  

Sin embargo, un buen día, la diosa Afrodita, la del amor, apiadada de la soledad y el terrible dolor anímico de Pigmalión le propuso concederle un deseo. El rey le pidió la vida para Galatea. Y así lo hizo la diosa no sin antes incendiar todo el taller como pago por tamaño regalo. Llegados a este punto las fuentes difieren y en otras se apuntan a que Afrodita, sin mediar palabra, cuando Pigmalión fue a abrazar la escultura, unas lágrimas se resbalaron por su rostro insuflando vida a la creación que, en ese momento, besó al desdichado rey. Sea cual sea la versión clásica, todas empiezan y acaban en el mismo punto. Galatea, una escultura obra de un rey artista y solitario,  gracias a la intercesión de la diosa Afrodita, toma vida. Retazos de libros medievales incluso apuntan a que ambos fueron padres de un hijo y una hija. 

En cuanto a Galatea, no hay que confundirla con la de la fábula del gigante Polifemo (el que tenía un solo ojo) recurrente en la literatura clásica e, incluso, en la occidental. Ambos, por poner un solo ejemplo, son los protagonistas de una de las obras de Luis de Góngora. La ninfa del poeta barroco nada tiene que ver con la escultura que Afrodita dio vida. Simplemente comparten nombre.  

El sentido simbólico de Pigmalión y Galatea 

Pigmalión es la representación de esas almas exquisitas y sublimes enfrascadas en una carrera constante por una perfección imposible de encontrar en las cosas del mundo. La búsqueda se vuelve tan infructuosa que el único camino que encuentran es el refugio en la creación artística. La belleza, por tanto, no se encuentra en la naturaleza sino en la obra del hombre. Y, por supuesto, con la ayuda de los dioses, ya sea por medio de la inspiración, el talento o una combinación de estos dones. 

Galatea se encuentra al otro lado de la frontera de la vida. Es una cosa inerte. Sin embargo, se convierte en una mujer por mediación del amor, de la pasión o del deseo, que todas estas versiones podemos encontrar en el mito.  

Esa transformación de la obra de arte en un ser vivo (con dones superiores a los ofrecidos por la naturaleza misma) fue recurrente entre los artistas desde el Renacimiento, cuando se vuelve a la cultura clásica. Sin embargo, el mito de Pigmalión y Galatea ha tomado relevancia en el siglo XX a partir de una obra de teatro y de posteriores estudios en el ámbito de la psicología y de la incipiente pedagogía. George Bernard Shaw (1856-1950) estrena en 1913 una obra de teatro con el título de Pigmalión. Posteriormente, la misma fue adaptada al cine por George Cukor (1899-1983)  bajo el título de My Fair Lady (1964) con Audry Hepburn (1929-1993) como protagonista. Esta obra contemporánea nos muestra un aspecto distinto del mito ya que Eliza (trasunto de Galatea) es transformada, no por la intercesión de los dioses, sino por un método formativo y educativo creado por el Profesor Henry Higgins (trasunto del artista Pigmalión). Esto es, el rey artista ha devenido en un científico (un lingüista) y la escultura es una muchacha de clase baja sin instrucción que puede competir en talento, saber estar y belleza con los miembros de la clasista élite inglesa. Es en este sentido en el que hay que entender los estudios posteriores en el ámbito de la psicología y la pedagogía.  

El efecto Pigmalión 

El efecto Pigmalión comenzó a estudiarse a partir de los años cincuenta del siglo XX cuando una serie de educadores y psicólogos apuntaron a que los rendimientos escolares estaban condicionados por las perspectivas de éxito y fracaso que se ponían sobre los pequeños. Esto es, los prejuicios (tanto en sentido positivo como negativo) haría que un alumno rindiera más o menos. El efecto Pigmalión, además, puede decirse que es la base del coaching contemporáneo que pone el foco en una sana autoestima y en el autoconocimiento para que las circunstancias externas no condicionen las opciones de plenitud.   

Aunque pueda parecer complejo, el efecto Pigmalión nos viene a poner en evidencia que hay una correlación entre lo que se espera de un individuo concreto (especialmente de un niño) y los resultados que llega a obtener para sí y para la sociedad. Así, si una familia pone el foco en la obligatoriedad de una educación universitaria, ese niño o niña (aunque venga al mundo con una inteligencia mediocre) tendrá muchas probabilidades de alcanzar ese hito en su vida. Por el contrario, en entornos conformistas se estará machacando a la criatura con metas de poca altura que serán las que, a la postre, llegue a obtener. Estas familias no se preocuparán por crear en sus retoños, no ya una obra de arte, tal como nos cuenta el mito de Pigmalión o Galatea, sino que impedirán (las más de las veces por desconocimiento más que por desidia) que salga a la luz la mejor versión de sus vástagos. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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El mito de Pigmalión y Galatea está recogido en las Metamorfosis de Ovidio, uno de los pilares de la literatura clásica (griega y romana) junto con la Ilíada y la Odisea de Homero. Aunque se repite que Pigmalión era un rey griego, las últimas investigaciones nos dicen que procedía de Chipre. Esta fábula ha dado nombre al conocido en psicología y pedagogía como Efecto Pigmalión. 

El mito de Pigmalión y Galatea

Pigmalión era el triste y solitario rey de Chipre, ya que no conseguía encontrar esposa adecuada. No acababa de cuadrarle ninguna mortal aristocrática que se adaptara a sus gustos y sensibilidad artística. Consideraba a todas las féminas chismosas y superficiales. Este misógino en potencia escondía en su fuero interno un alma delicada con afán de trascendencia. Por eso, se dio por vencido y se dedicó de lleno a una de sus pasiones: la escultura. Así pasaban los días en su taller hasta que logró esculpir en un bello mármol blanco una sublime escultura femenina. Tal era la hermosura de dicha estatua que Pigmalión le puso el nombre de Galatea (ahora volveremos sobre ella para no confundirla). Además, como intentaba espantar las moscas de la soledad, le hablaba a diario acabando enamorándose de su creación. El desgraciado se sentía acompañado por su obra mucho más que con mujer de carne y hueso. Así que a ese objeto inerte le confiaba todas sus penas. La escultura, como cosa inanimada que era, no mostraba gesto alguno.  

Sin embargo, un buen día, la diosa Afrodita, la del amor, apiadada de la soledad y el terrible dolor anímico de Pigmalión le propuso concederle un deseo. El rey le pidió la vida para Galatea. Y así lo hizo la diosa no sin antes incendiar todo el taller como pago por tamaño regalo. Llegados a este punto las fuentes difieren y en otras se apuntan a que Afrodita, sin mediar palabra, cuando Pigmalión fue a abrazar la escultura, unas lágrimas se resbalaron por su rostro insuflando vida a la creación que, en ese momento, besó al desdichado rey. Sea cual sea la versión clásica, todas empiezan y acaban en el mismo punto. Galatea, una escultura obra de un rey artista y solitario,  gracias a la intercesión de la diosa Afrodita, toma vida. Retazos de libros medievales incluso apuntan a que ambos fueron padres de un hijo y una hija. 

En cuanto a Galatea, no hay que confundirla con la de la fábula del gigante Polifemo (el que tenía un solo ojo) recurrente en la literatura clásica e, incluso, en la occidental. Ambos, por poner un solo ejemplo, son los protagonistas de una de las obras de Luis de Góngora. La ninfa del poeta barroco nada tiene que ver con la escultura que Afrodita dio vida. Simplemente comparten nombre.  

El sentido simbólico de Pigmalión y Galatea 

Pigmalión es la representación de esas almas exquisitas y sublimes enfrascadas en una carrera constante por una perfección imposible de encontrar en las cosas del mundo. La búsqueda se vuelve tan infructuosa que el único camino que encuentran es el refugio en la creación artística. La belleza, por tanto, no se encuentra en la naturaleza sino en la obra del hombre. Y, por supuesto, con la ayuda de los dioses, ya sea por medio de la inspiración, el talento o una combinación de estos dones. 

Galatea se encuentra al otro lado de la frontera de la vida. Es una cosa inerte. Sin embargo, se convierte en una mujer por mediación del amor, de la pasión o del deseo, que todas estas versiones podemos encontrar en el mito.  

Esa transformación de la obra de arte en un ser vivo (con dones superiores a los ofrecidos por la naturaleza misma) fue recurrente entre los artistas desde el Renacimiento, cuando se vuelve a la cultura clásica. Sin embargo, el mito de Pigmalión y Galatea ha tomado relevancia en el siglo XX a partir de una obra de teatro y de posteriores estudios en el ámbito de la psicología y de la incipiente pedagogía. George Bernard Shaw (1856-1950) estrena en 1913 una obra de teatro con el título de Pigmalión. Posteriormente, la misma fue adaptada al cine por George Cukor (1899-1983)  bajo el título de My Fair Lady (1964) con Audry Hepburn (1929-1993) como protagonista. Esta obra contemporánea nos muestra un aspecto distinto del mito ya que Eliza (trasunto de Galatea) es transformada, no por la intercesión de los dioses, sino por un método formativo y educativo creado por el Profesor Henry Higgins (trasunto del artista Pigmalión). Esto es, el rey artista ha devenido en un científico (un lingüista) y la escultura es una muchacha de clase baja sin instrucción que puede competir en talento, saber estar y belleza con los miembros de la clasista élite inglesa. Es en este sentido en el que hay que entender los estudios posteriores en el ámbito de la psicología y la pedagogía.  

El efecto Pigmalión 

El efecto Pigmalión comenzó a estudiarse a partir de los años cincuenta del siglo XX cuando una serie de educadores y psicólogos apuntaron a que los rendimientos escolares estaban condicionados por las perspectivas de éxito y fracaso que se ponían sobre los pequeños. Esto es, los prejuicios (tanto en sentido positivo como negativo) haría que un alumno rindiera más o menos. El efecto Pigmalión, además, puede decirse que es la base del coaching contemporáneo que pone el foco en una sana autoestima y en el autoconocimiento para que las circunstancias externas no condicionen las opciones de plenitud.   

Aunque pueda parecer complejo, el efecto Pigmalión nos viene a poner en evidencia que hay una correlación entre lo que se espera de un individuo concreto (especialmente de un niño) y los resultados que llega a obtener para sí y para la sociedad. Así, si una familia pone el foco en la obligatoriedad de una educación universitaria, ese niño o niña (aunque venga al mundo con una inteligencia mediocre) tendrá muchas probabilidades de alcanzar ese hito en su vida. Por el contrario, en entornos conformistas se estará machacando a la criatura con metas de poca altura que serán las que, a la postre, llegue a obtener. Estas familias no se preocuparán por crear en sus retoños, no ya una obra de arte, tal como nos cuenta el mito de Pigmalión o Galatea, sino que impedirán (las más de las veces por desconocimiento más que por desidia) que salga a la luz la mejor versión de sus vástagos. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Casandra era una princesa troyana, hija de los reyes Hécuba y Príamo. Aparece nombrada en la Ilíada por Homero en el marco de las guerras entre griegos y troyanos. Casandra era una sacerdotisa que adivinó la trampa del famoso caballo de madera. Desafortunadamente, ya estaba maldita y nadie creyó lo que decía. A pesar de sus premoniciones, su pueblo fue aniquilado tras perder la guerra. 

El mito de Casandra 

Casandra era la princesa troyana sacerdotisa encargada del templo de Apolo. Existen varias versiones sobre cómo adquirió el don de la profecía y también cómo lo perdió. La más extendida de la literatura griega es la que alude al pacto entre la mortal y el dios Apolo. Ella había prometido tener relaciones con el dios y convertirse en su amante si le otorgaba el don de adivinar el futuro.  Sin embargo, una vez Casandra obtiene lo que quería no cumple su parte del pacto. Apolo, enfurecido, la maldice escupiéndole en la boca. Desde ese momento cualquier palabra que saliera de la boca de la princesa era considerada una locura y nadie creería en ella.  

La tragedia llega con la guerra entre troyanos y griegos. Estos últimos construyen un caballo de madera con el interior hueco donde se aposta el ejército. Dejan el ingenio a las puertas de la muralla enemiga y hacen creer a los troyanos que es un regalo de los dioses. Estos, confiados, lo introducen en la ciudad y, al caer, la noche, de forma sigilosa, abandonan la panza del caballo de madera para incendiar la ciudad. Casandra vio lo que el ejército griego estaba tramando. Sin embargo, nadie de los de su pueblo creyó sus palabras tachándola de loca. Cuando todos fueron aniquilados, el dolor de Casandra fue doble: por su maldición y por la muerte de los suyos.  

Existen varias versiones sobre la muerte de Casandra y todas apuntan a una violenta e, incluso, a una violación.  Por tanto, el mito de Casandra nos habla de una princesa troyana, sacerdotisa en el templo y escogida por Apolo gracias a su belleza, que vivió la peor vida posible por no cumplir el pacto con la divinidad. 

El mito de Casandra a la luz de los símbolos 

El mito de Casandra nos habla del don de la profecía, de poder adivinar el futuro y, también de saber la verdad oculta. Este es el lado luminoso. La princesa es capaz de ver aquello oculto a los demás. Tiene el don de los escogidos, los que desentrañan las distintas capas de los hechos, las personas y las cosas. El lado oscuro nos habla de una maldición, ya que Casandra no solo no puede comunicar aquello que sabe sino que, además, la tachan de loca abundando aún más en el sentido simbólico del personaje. El loco, en las culturas antiguas, era el que vivía ajeno a las normas sociales, el que veía aquello que nadie puede ver y el que entendía la verdad desde una perspectiva original. Sin embargo, Casandra sufre aún más, ya que no es validada en ningún momento. Es apartada del emplazamiento que le corresponde hundiéndola aún más en la desesperación. 

Complejo de Casandra según la psicología 

Con los avances sobre el inconsciente según Freud y, especialmente, a partir de la propuesta sobre los arquetipos de C.G. Jung, surgen en el siglo XX una serie de especialistas que interpretan los mitos clásicos con una nueva visión. Uno de ellos es Gastón Bachelard, el mismo que propuso en la década de los cincuenta el término complejo de Casandra para una patología psicológica. Si bien, como la princesa griega, no gozó del favor de los investigadores hasta el siglo XXI, cuando la soledad y la incomprensión van haciendo mella en un número creciente de individuos. 

El complejo de Casandra afecta tanto a hombres como a mujeres que se caracterizan por una gran sensibilidad, inteligencia y dotes de observación. Todo ello propicia que sean capaces de elaborar complejos y acertados análisis sobre situaciones de la realidad cotidiana. Sin embargo, como la princesa troyana, pocos atinan a hacerse entender o comprender. Esto es, estos individuos siempre van a contracorriente de lo aceptado socialmente aún proponiendo visiones más que razonables de ciertas realidades. Este choque entre la íntima creencia individual y el rechazo social lleva a una situación de progresiva tristeza, autoestima baja, soledad y aislamiento. Las personas que, como en el mito de Casandra, padecen este complejo psicológico sufren por esa incomunicación, por ese cortocircuito entre aquello que quieren expresar y la poca acogida que sus palabras surten en su entorno. Se sienten eternamente incomprendidas, ninguneadas e invalidadas. Normalmente cursan con episodios de tristeza y depresión. La característica anímica más extendida es la soledad y el aislamiento que conllevan un importante sufrimiento espiritual.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Casandra era una princesa troyana, hija de los reyes Hécuba y Príamo. Aparece nombrada en la Ilíada por Homero en el marco de las guerras entre griegos y troyanos. Casandra era una sacerdotisa que adivinó la trampa del famoso caballo de madera. Desafortunadamente, ya estaba maldita y nadie creyó lo que decía. A pesar de sus premoniciones, su pueblo fue aniquilado tras perder la guerra. 

El mito de Casandra 

Casandra era la princesa troyana sacerdotisa encargada del templo de Apolo. Existen varias versiones sobre cómo adquirió el don de la profecía y también cómo lo perdió. La más extendida de la literatura griega es la que alude al pacto entre la mortal y el dios Apolo. Ella había prometido tener relaciones con el dios y convertirse en su amante si le otorgaba el don de adivinar el futuro.  Sin embargo, una vez Casandra obtiene lo que quería no cumple su parte del pacto. Apolo, enfurecido, la maldice escupiéndole en la boca. Desde ese momento cualquier palabra que saliera de la boca de la princesa era considerada una locura y nadie creería en ella.  

La tragedia llega con la guerra entre troyanos y griegos. Estos últimos construyen un caballo de madera con el interior hueco donde se aposta el ejército. Dejan el ingenio a las puertas de la muralla enemiga y hacen creer a los troyanos que es un regalo de los dioses. Estos, confiados, lo introducen en la ciudad y, al caer, la noche, de forma sigilosa, abandonan la panza del caballo de madera para incendiar la ciudad. Casandra vio lo que el ejército griego estaba tramando. Sin embargo, nadie de los de su pueblo creyó sus palabras tachándola de loca. Cuando todos fueron aniquilados, el dolor de Casandra fue doble: por su maldición y por la muerte de los suyos.  

Existen varias versiones sobre la muerte de Casandra y todas apuntan a una violenta e, incluso, a una violación.  Por tanto, el mito de Casandra nos habla de una princesa troyana, sacerdotisa en el templo y escogida por Apolo gracias a su belleza, que vivió la peor vida posible por no cumplir el pacto con la divinidad. 

El mito de Casandra a la luz de los símbolos 

El mito de Casandra nos habla del don de la profecía, de poder adivinar el futuro y, también de saber la verdad oculta. Este es el lado luminoso. La princesa es capaz de ver aquello oculto a los demás. Tiene el don de los escogidos, los que desentrañan las distintas capas de los hechos, las personas y las cosas. El lado oscuro nos habla de una maldición, ya que Casandra no solo no puede comunicar aquello que sabe sino que, además, la tachan de loca abundando aún más en el sentido simbólico del personaje. El loco, en las culturas antiguas, era el que vivía ajeno a las normas sociales, el que veía aquello que nadie puede ver y el que entendía la verdad desde una perspectiva original. Sin embargo, Casandra sufre aún más, ya que no es validada en ningún momento. Es apartada del emplazamiento que le corresponde hundiéndola aún más en la desesperación. 

Complejo de Casandra según la psicología 

Con los avances sobre el inconsciente según Freud y, especialmente, a partir de la propuesta sobre los arquetipos de C.G. Jung, surgen en el siglo XX una serie de especialistas que interpretan los mitos clásicos con una nueva visión. Uno de ellos es Gastón Bachelard, el mismo que propuso en la década de los cincuenta el término complejo de Casandra para una patología psicológica. Si bien, como la princesa griega, no gozó del favor de los investigadores hasta el siglo XXI, cuando la soledad y la incomprensión van haciendo mella en un número creciente de individuos. 

El complejo de Casandra afecta tanto a hombres como a mujeres que se caracterizan por una gran sensibilidad, inteligencia y dotes de observación. Todo ello propicia que sean capaces de elaborar complejos y acertados análisis sobre situaciones de la realidad cotidiana. Sin embargo, como la princesa troyana, pocos atinan a hacerse entender o comprender. Esto es, estos individuos siempre van a contracorriente de lo aceptado socialmente aún proponiendo visiones más que razonables de ciertas realidades. Este choque entre la íntima creencia individual y el rechazo social lleva a una situación de progresiva tristeza, autoestima baja, soledad y aislamiento. Las personas que, como en el mito de Casandra, padecen este complejo psicológico sufren por esa incomunicación, por ese cortocircuito entre aquello que quieren expresar y la poca acogida que sus palabras surten en su entorno. Se sienten eternamente incomprendidas, ninguneadas e invalidadas. Normalmente cursan con episodios de tristeza y depresión. La característica anímica más extendida es la soledad y el aislamiento que conllevan un importante sufrimiento espiritual.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Encontramos el mito de Eco y Narciso con sus desgraciados amores y dramático final en las famosas Metamorfosis de Ovidio (s. I d.c.) Su desventurada historia de desamor nos sirve para entender el sentido simbólico del eco, ese sonido que se repite cuando nos encontramos en una montaña o en un lugar lo suficientemente amplio que permita el rebote de la vibración. Las aventuras de Narciso, y nos adelantamos, han dado, incluso, nombre a una patología psicológica, la del narcisista, el que solo se ama a sí mismo. Así, una vez más, la mitología y la literatura griega nos ayudan a entender tanto los orígenes del mundo pagano como su explicación de los vicios y virtudes de la raza humana. Empecemos por el principio. 

El mito de Eco y Narciso y su desgraciado final  

El primer acto de la historia tiene como protagonista a Eco. Era esta una hermosa ninfa de las montañas bendecida con una bella voz y una delicada conversación. Su talento era tal que se comunicaba, incluso, con los animales. Eco vivía feliz con sus hermanas disfrutando de sus exquisitas historias hasta que un buen día Zeus apareció por las montañas. El dios del Olimpo no se lo ocurrió otra cosa que dedicarse a flirtear con todas las ninfas allí congregadas y haciendo uso de todos los placer posibles (incluido el carnal) para divertirse con ellas. Estos devaneos llegaron a oídos de Hera, esposa de Zeus y diosa del matrimonio, el hogar, los partos y el amor convencional. 

Y con la entrada de la diosa en la acción comienza el segundo acto y el meollo del drama. Eco, a solicitud de Zeus, cuando Hera apareció por las montañas para pillar a su marido in fraganti, se dedicó a dar cháchara a la diosa con el único fin de entretenerla. Así, Zeus podía solazarse con mayor tranquilidad. Furiosa Hera por el indigno comportamiento de la ninfa, hizo lo que hacían las diosas paganas: maldecirla de por vida de la peor forma posible. Le robó lo que más amaba: el don de la voz y su habilidad para la conversación. Y desde ese momento, Eco estuvo condenada a repetir las últimas palabras de su interlocutor sin poder emitir, nunca más, ningún mensaje propio. Compungida y entristecida al máximo, Eco se apartó de sus hermanas las ninfas y se recluyó en una cueva con la única compañía de los animales del bosque donde se fue apagando poco a poco. 

El tercer acto añade un nuevo personaje y más tensión al drama. Así apagada y entristecida pasaba Eco sus días hasta que apareció junto al río el joven y bellísimo Narciso. El joven estaba dotado de tal hermosura que hombres, mujeres y ninfas quedaban rendidos ante él. Sin embargo, tal como nos narra el mito de Narciso, la respuesta por parte del muchacho siempre era el desdén. Y lo era porque prefería cazar a solas por el bosque a la compañía humana. Además, no le importaba el daño que su despecho causaba en otros. Sin embargo, Eco, abrumada por la soledad y obnubilada por la belleza de Narciso, un buen día se atrevió a comunicarse con el hermoso joven. Y lo hizo a través de los animales del bosque que le hacían compañía. La respuesta del joven no se hizo esperar burlándose de las intenciones amorosas de la ninfa.  

Entramos en el último acto y desenlace del drama. Los dioses, hartos de tanto desdén por parte de Narciso, hicieron que éste, un día que iba a beber agua del arroyo, se enamora de su imagen. Tal fue su pasión por el reflejo que las aguas devolvían que se acercó más y más a besar a aquel muchacho de hermosura divina y que no era otro que él mismo. Con la intención de besar el reflejo, siguió acercándose más y más hasta que se precipitó sobre el abismo y se ahogó. Apiadados los dioses y para que no se perdiera su belleza, su cuerpo sin pulso, fue transformado en la flor del narciso. Así se recordaría a todos los que bordeen las orillas de los arroyos en busca de amor egoísta que el castigo divino será la aniquilación del cuerpo y del alma. Eco, por su parte, rota de dolor por la muerte del muchacho, también recibió la piedad de los dioses y fue metamorfoseada en el eco de las montañas.  

Sentido simbólico del mito de Eco y Narciso  

De Narciso 

El mito de Narciso ha sido ampliamente estudiado por la psicología tras la definición del inconsciente de Freud. Se ha asemejado al que, patológicamente, solo mira por sí y para sí. En las últimas décadas, además, la personalidad narcisista copa trabajos de todo tipo por el destrozo que causa a su alrededor y por su progresivo auge en la sociedad contemporánea. Narciso se burla de la ninfa, de su amor y se ríe de su condición (el eco) que es, además, un castigo de los dioses. Su falta de empatía llega a tal nivel que únicamente podría enamorarse de sí mismo. Y eso fue lo que hizo. Sin embargo, su pasión (como ocurre siempre) fue su perdición y castigo. 

Esta flor también recuerda -pero a un grado inferior de  simbolización- la caída de Narciso en las aguas donde se mira con complacencia: de ahí viene que lo hayan reducido, en las interpretaciones moralizantes, al emblema de la vanidad, del egocentrismo, del amor y de la satisfacción de uno mismo… El agua sirve de espejo, pero un espejo abierto  a las profundidades del yo: el reflejo del yo que allí miramos revela una tendencia a la idealización. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Aunque este es el sentido simbólico aceptado mayoritariamente, los poetas simbolistas vieron en el personaje una representación holística de la condición humana. Narciso, bello y único, quiere fundirse con la creación divina y la única forma que tiene es morir para, eternamente, formar parte de la naturaleza. 

El menor suspiro

Que yo exhalare

Vendría a quitarme

Lo que yo adoraba

Sobre el agua azul y blonda

Y cielos y bosques

Y rosa del onda

 

Paul Valéry: Narciso 

De Eco 

La ninfa de las montañas no ha generado tanta literatura (ni artística ni científica) como su compañero de drama. Eco es la representación de la cháchara hueca, de la conversación que nada aporta, de la palabrería utilizada para la manipulación. Tiene un don (el de la comunicación y, además, Ovidio nos recuerda que la llevaba a cabo con especial belleza) y lo desperdicia para contribuir a la lujuria de Zeus y, precisamente, con sus hermanas. Al malgastar su talento para la mentira, Hera (la diosa del hogar y la familia) la castiga a no poder emitir ningún mensaje, a no poder utilizar aquello que la hace especial. A partir de ese instante, debe ponerse siempre en el papel del receptor y repetirá siempre sus últimas palabras. Ni siquiera le fue permitido el silencio. De artista de la palabra pasó a repetir, a plagiar. El castigo se ahonda con la separación de quienes habían formado parte de su mundo, con la soledad y con el aislamiento.  

A pesar de que se enamora, la ilusión por compartir se desvanece con las burlas del muchacho y con su muerte. El dolor fue del intensidad que los dioses se apiadaron de su sufrimiento. Para librarla de una vida de desesperación, los dioses llevan a cabo la metamorfosis que se narra en el mito de Eco y Narciso recogido por Ovidio. Permanecerá para siempre en las montañas (lugar donde pertenece) repitiendo la voz humana y recordándonos su leyenda. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Encontramos el mito de Eco y Narciso con sus desgraciados amores y dramático final en las famosas Metamorfosis de Ovidio (s. I d.c.) Su desventurada historia de desamor nos sirve para entender el sentido simbólico del eco, ese sonido que se repite cuando nos encontramos en una montaña o en un lugar lo suficientemente amplio que permita el rebote de la vibración. Las aventuras de Narciso, y nos adelantamos, han dado, incluso, nombre a una patología psicológica, la del narcisista, el que solo se ama a sí mismo. Así, una vez más, la mitología y la literatura griega nos ayudan a entender tanto los orígenes del mundo pagano como su explicación de los vicios y virtudes de la raza humana. Empecemos por el principio. 

El mito de Eco y Narciso y su desgraciado final  

El primer acto de la historia tiene como protagonista a Eco. Era esta una hermosa ninfa de las montañas bendecida con una bella voz y una delicada conversación. Su talento era tal que se comunicaba, incluso, con los animales. Eco vivía feliz con sus hermanas disfrutando de sus exquisitas historias hasta que un buen día Zeus apareció por las montañas. El dios del Olimpo no se lo ocurrió otra cosa que dedicarse a flirtear con todas las ninfas allí congregadas y haciendo uso de todos los placer posibles (incluido el carnal) para divertirse con ellas. Estos devaneos llegaron a oídos de Hera, esposa de Zeus y diosa del matrimonio, el hogar, los partos y el amor convencional. 

Y con la entrada de la diosa en la acción comienza el segundo acto y el meollo del drama. Eco, a solicitud de Zeus, cuando Hera apareció por las montañas para pillar a su marido in fraganti, se dedicó a dar cháchara a la diosa con el único fin de entretenerla. Así, Zeus podía solazarse con mayor tranquilidad. Furiosa Hera por el indigno comportamiento de la ninfa, hizo lo que hacían las diosas paganas: maldecirla de por vida de la peor forma posible. Le robó lo que más amaba: el don de la voz y su habilidad para la conversación. Y desde ese momento, Eco estuvo condenada a repetir las últimas palabras de su interlocutor sin poder emitir, nunca más, ningún mensaje propio. Compungida y entristecida al máximo, Eco se apartó de sus hermanas las ninfas y se recluyó en una cueva con la única compañía de los animales del bosque donde se fue apagando poco a poco. 

El tercer acto añade un nuevo personaje y más tensión al drama. Así apagada y entristecida pasaba Eco sus días hasta que apareció junto al río el joven y bellísimo Narciso. El joven estaba dotado de tal hermosura que hombres, mujeres y ninfas quedaban rendidos ante él. Sin embargo, tal como nos narra el mito de Narciso, la respuesta por parte del muchacho siempre era el desdén. Y lo era porque prefería cazar a solas por el bosque a la compañía humana. Además, no le importaba el daño que su despecho causaba en otros. Sin embargo, Eco, abrumada por la soledad y obnubilada por la belleza de Narciso, un buen día se atrevió a comunicarse con el hermoso joven. Y lo hizo a través de los animales del bosque que le hacían compañía. La respuesta del joven no se hizo esperar burlándose de las intenciones amorosas de la ninfa.  

Entramos en el último acto y desenlace del drama. Los dioses, hartos de tanto desdén por parte de Narciso, hicieron que éste, un día que iba a beber agua del arroyo, se enamora de su imagen. Tal fue su pasión por el reflejo que las aguas devolvían que se acercó más y más a besar a aquel muchacho de hermosura divina y que no era otro que él mismo. Con la intención de besar el reflejo, siguió acercándose más y más hasta que se precipitó sobre el abismo y se ahogó. Apiadados los dioses y para que no se perdiera su belleza, su cuerpo sin pulso, fue transformado en la flor del narciso. Así se recordaría a todos los que bordeen las orillas de los arroyos en busca de amor egoísta que el castigo divino será la aniquilación del cuerpo y del alma. Eco, por su parte, rota de dolor por la muerte del muchacho, también recibió la piedad de los dioses y fue metamorfoseada en el eco de las montañas.  

Sentido simbólico del mito de Eco y Narciso  

De Narciso 

El mito de Narciso ha sido ampliamente estudiado por la psicología tras la definición del inconsciente de Freud. Se ha asemejado al que, patológicamente, solo mira por sí y para sí. En las últimas décadas, además, la personalidad narcisista copa trabajos de todo tipo por el destrozo que causa a su alrededor y por su progresivo auge en la sociedad contemporánea. Narciso se burla de la ninfa, de su amor y se ríe de su condición (el eco) que es, además, un castigo de los dioses. Su falta de empatía llega a tal nivel que únicamente podría enamorarse de sí mismo. Y eso fue lo que hizo. Sin embargo, su pasión (como ocurre siempre) fue su perdición y castigo. 

Esta flor también recuerda -pero a un grado inferior de  simbolización- la caída de Narciso en las aguas donde se mira con complacencia: de ahí viene que lo hayan reducido, en las interpretaciones moralizantes, al emblema de la vanidad, del egocentrismo, del amor y de la satisfacción de uno mismo… El agua sirve de espejo, pero un espejo abierto  a las profundidades del yo: el reflejo del yo que allí miramos revela una tendencia a la idealización. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Aunque este es el sentido simbólico aceptado mayoritariamente, los poetas simbolistas vieron en el personaje una representación holística de la condición humana. Narciso, bello y único, quiere fundirse con la creación divina y la única forma que tiene es morir para, eternamente, formar parte de la naturaleza. 

El menor suspiro

Que yo exhalare

Vendría a quitarme

Lo que yo adoraba

Sobre el agua azul y blonda

Y cielos y bosques

Y rosa del onda

 

Paul Valéry: Narciso 

De Eco 

La ninfa de las montañas no ha generado tanta literatura (ni artística ni científica) como su compañero de drama. Eco es la representación de la cháchara hueca, de la conversación que nada aporta, de la palabrería utilizada para la manipulación. Tiene un don (el de la comunicación y, además, Ovidio nos recuerda que la llevaba a cabo con especial belleza) y lo desperdicia para contribuir a la lujuria de Zeus y, precisamente, con sus hermanas. Al malgastar su talento para la mentira, Hera (la diosa del hogar y la familia) la castiga a no poder emitir ningún mensaje, a no poder utilizar aquello que la hace especial. A partir de ese instante, debe ponerse siempre en el papel del receptor y repetirá siempre sus últimas palabras. Ni siquiera le fue permitido el silencio. De artista de la palabra pasó a repetir, a plagiar. El castigo se ahonda con la separación de quienes habían formado parte de su mundo, con la soledad y con el aislamiento.  

A pesar de que se enamora, la ilusión por compartir se desvanece con las burlas del muchacho y con su muerte. El dolor fue del intensidad que los dioses se apiadaron de su sufrimiento. Para librarla de una vida de desesperación, los dioses llevan a cabo la metamorfosis que se narra en el mito de Eco y Narciso recogido por Ovidio. Permanecerá para siempre en las montañas (lugar donde pertenece) repitiendo la voz humana y recordándonos su leyenda. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Las amazonas de la mitología griega eran una mujeres guerreras que vivían apartadas de los hombres conforme sus propias reglas y normas sociales. 

Las amazonas guerreras 

Su pueblo se sitúa en un lugar indeterminado fuera de las fronteras de Grecia. Unos apuntan al norte de Libia, otros a la costa norte de Turquía a orillas del Mar Negro y otros a Asia Menor. De hecho, el término amazonas, según la etimología, procedería del indo-iraní. Y es aquí donde se han encontrado tumbas de mujeres ataviadas con armas de guerra, como el arco y la flecha. Sin embargo, según estas pocas evidencias científicas, no podemos asegurar al cien por cien su existencia (más o menos ficticia), ya que una cosa es intervenir en los procesos de caza y/o partidas militares y otra muy distinta conformar una sociedad como la recogida por la mitología y la literatura griega.  

Según los retazos que nos han llegado, las amazonas constituían una sociedad eminentemente femenina de mujeres guerreras. Solo se unían con extranjeros a quienes ellas mismas buscaban para, posteriormente, abandonar con sus padres, mutilar para que fueran sirvientes o directamente asesinar a sus hijos varones. Educarían a sus hijas en el arte de la guerra y como personas totalmente independientes. Cuentan las leyendas que eran hábiles con el caballo (y de aquí viene el término amazonas aplicado a las artes de la equitación) y con el arco y la flecha. Para poder moverse con más facilidad, se amputaban un pecho. El arte posterior las ha representado con una salvaje belleza y sin ningún tipo de mutilación.  

Las investigaciones antropológicas sobre las amazonas de la mitología griega se basan en el concepto de inconsciente colectivo propuesto por C.G. Jung. Ven en ellas una evolución de las sociedades matriarcales, autosuficientes tanto en el ámbito económico como en el de autoprotección. Habrían desaparecido con la evolución que supuso el auge de las cada vez mayores y pujantes ciudades-estados con su consiguiente especialización profesional.  

Hipólita, la reina de amazonas en la mitología griega

De entre todas las amazonas destaca la figura de Hipólita, mítica entre las míticas, ya que se codeó, guerreó y, al parecer, amó a héroes de la mitología clásica. Vamos con la historia. 

Hipólita es hija del dios Ares, el de la guerra, y de la reina amazonas Oretra, una mortal. Como regalo, su padre le entrega un cinturón mágico del que estudiaremos su sentido simbólico a continuación. Hipólita estaba tranquila siguiendo e imponiendo las normas de su comunidad hasta que Heracles desembarca en las costas de su reino. Es este, recordemos, hijo de Zeus, el dios máximo del Olimpo y de la princesa mortal Alcmena. Como es el fruto de un adulterio, Hera, esposa de Zeus y diosa de la familia, los partos, el hogar y la feminidad tradicional, lo odia a muerte. Este aspecto también es importante en el mito.  

Pues bien, este héroe, Heracles, arriba a las costas del reino de las amazonas dirigido en ese momento por la reina Hipólita. Su misión es robar el cinturón sagrado con propiedades mágicas que Ares entregó a la reina de las amazonas. Le acompaña en la travesía el rey de Atenas Teseo, el mismo que dio muerte a Asterión, el minotauro, ayudado por el hilo de Ariadna. La presentación de los personajes es importante porque, sin ellos, no se entiende el drama que llega a continuación.  

Llegados a este punto las versiones del mito difieren. Unos apuntan a que Hipólita, rendida de amor, le entrega generosamente el cinturón a Heracles. Este pone rumbo hacia tierras griegas dejando a la reina tan desconsolada que muere de pena. Es una versión, sin ánimo de sacar la vena feminista, que no casa con el carácter de las amazonas guerreras que nos retrata la mitología griega. En otras, nos dice que  Hipólita con quien se casa es con Teseo. Y que este abandona a la reina tras concebir un hijo (de nombre Hipólito) para casarse con Fedra. Y esta Fedra era princesa de Creta, hermana de Ariadna y de Asterión y del minotauro. Hipólita, llevada por el despecho, la humillación, la ofensa y la ira, irrumpe en el banquete de bodas de Fedra y Teseo donde es acorralada por el ejército griego, asesinada y despojada de su cinturón mágico. Este es entregado a Heracles para que complete así su noveno trabajo de los doce encomendados.  

De la reina de las amazonas hay otra versión en la que interviene la diosa Hera. Esta, para malmeter entre Hipólita y Heracles el cual odia a muerte (ya que, recordemos, es el hijo de su esposo con una mortal), provoca una riña entre ambos pueblos y, posteriormente, la guerra. Una subversión apunta a que, en la refriega, la hermana de Hipólita, Antíope, es raptada. Los griegos ponen como condición para su rescate el cinturón. Una subversión de esta subversión nos dice que la famosa trifulca en el banquete de bodas entre Teseo y Fedra fue, sencillamente, una operación de rescate fallida por parte de las amazonas. La última subversión (guerra entre ambos pueblos promovida por Hera) apunta a que las amazonas sencillamente perdieron la guerra en esta trifulca tomando Heracles el cinturón mágico como botín de guerra. Y consigue, además, terminar su noveno trabajo. Esto es, en esta última versión se completa con la intervención de la diosa Hera. Esta no puede permitir que una mujer fuerte caiga rendida ante el héroe y menos ante el que ella aborrece tanto. Por eso, desata una riña entre ambos séquitos, entre las amazonas y los griegos, y la reina de las amazonas muere a manos de Heracles. La diosa prefiere la muerte de Hipólita ante que la capitulación de su especial feminidad.  

Las amazonas según la simbología 

Dicho esto, las amazonas, sea cual fuera el destino de la reina Hipólita en su lucha contra Heracles, entraron en el imaginario colectivo como mujeres guerreras ajenas a la división social y familiar de los griegos. Al organizarse sin varones, se situaron en las fronteras de todo lo permitido. Por tanto, en la sociedad patriarcal y esclavista griega, eran otro enemigo a abatir casi como los monstruos que enviaban los dioses de vez en cuando. Hipólita estaba protegida por el cinturón mágico que le entregó su padre, el dios de la guerra, recordemos. Al perderlo (ya sea porque se lo arrebatan en la trifulca tras su muerte o porque lo entrega generosamente por amor), deja su vida y su pueblo en manos del enemigo, totalmente vendido y al borde de la extinción.  

Si nos referimos al simbolismo del cinturón, dar el propio cinturón es abandonarse a uno mismo; no es solamente renunciar al poder. Para Hipólita es abandonar su condición misma de amazona y entregarse a Heracles. Hera, que pasa por simbolizar la feminidad normal, enseña, impidiendo la dádiva del cinturón, que ella quiere, no la conversión, sino la muerte de la mujer viril; por otra parte, en su odio a Heracles, que Zeus tuvo de otra mujer, no quiere que tenga éste la felicidad de recibir el cinturón de una mujer. La amazona simboliza la situación de la mujer que, conduciéndose como hombre, no logra ser admitida ni por las mujeres, ni por los hombres, y que tampoco consigue vivir como mujer, ni como hombre. En último extremo, expresa el rechazo de la feminidad y el mito de la imposible sustitución de su naturaleza real por su ideal viril.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

[Siguiendo el ocultismo antiguo] las amazonas serían en el orden metafísico, símbolo de las fuerzas psíquicas estelares que giran en el éter alrededor del paraíso de los dioses para guardarlo y defenderlo.  

Lanoe-Villène: El libro de los símbolos  

También se han asemejado a las valquirias nórdicas, aunque estas son unas deidades más complejas y más cercanas al ideal patriarcal, el mismo que relega a la mujer a mera proveedora de placer tanto en esta vida como en la de más allá. Sin embargo, las amazonas de la mitología griega se han presentado como un símbolo si no de libertad, sí de independencia con respecto a los roles patriarcales impuestos. Dinamitan todos los patrones aceptados para asumir tanto el papel masculino como el femenino. Son guerreras y también bellas. Por tanto, mujeres que son objeto de deseo por parte de los héroes clásicos. Y otra asunto es su peculiar organización social que, por ser tan diferente, debía ser destruída. Esa fue la misión de Heracles en su noveno trabajo.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Las amazonas de la mitología griega eran una mujeres guerreras que vivían apartadas de los hombres conforme sus propias reglas y normas sociales. 

Las amazonas guerreras 

Su pueblo se sitúa en un lugar indeterminado fuera de las fronteras de Grecia. Unos apuntan al norte de Libia, otros a la costa norte de Turquía a orillas del Mar Negro y otros a Asia Menor. De hecho, el término amazonas, según la etimología, procedería del indo-iraní. Y es aquí donde se han encontrado tumbas de mujeres ataviadas con armas de guerra, como el arco y la flecha. Sin embargo, según estas pocas evidencias científicas, no podemos asegurar al cien por cien su existencia (más o menos ficticia), ya que una cosa es intervenir en los procesos de caza y/o partidas militares y otra muy distinta conformar una sociedad como la recogida por la mitología y la literatura griega.  

Según los retazos que nos han llegado, las amazonas constituían una sociedad eminentemente femenina de mujeres guerreras. Solo se unían con extranjeros a quienes ellas mismas buscaban para, posteriormente, abandonar con sus padres, mutilar para que fueran sirvientes o directamente asesinar a sus hijos varones. Educarían a sus hijas en el arte de la guerra y como personas totalmente independientes. Cuentan las leyendas que eran hábiles con el caballo (y de aquí viene el término amazonas aplicado a las artes de la equitación) y con el arco y la flecha. Para poder moverse con más facilidad, se amputaban un pecho. El arte posterior las ha representado con una salvaje belleza y sin ningún tipo de mutilación.  

Las investigaciones antropológicas sobre las amazonas de la mitología griega se basan en el concepto de inconsciente colectivo propuesto por C.G. Jung. Ven en ellas una evolución de las sociedades matriarcales, autosuficientes tanto en el ámbito económico como en el de autoprotección. Habrían desaparecido con la evolución que supuso el auge de las cada vez mayores y pujantes ciudades-estados con su consiguiente especialización profesional.  

Hipólita, la reina de amazonas en la mitología griega

De entre todas las amazonas destaca la figura de Hipólita, mítica entre las míticas, ya que se codeó, guerreó y, al parecer, amó a héroes de la mitología clásica. Vamos con la historia. 

Hipólita es hija del dios Ares, el de la guerra, y de la reina amazonas Oretra, una mortal. Como regalo, su padre le entrega un cinturón mágico del que estudiaremos su sentido simbólico a continuación. Hipólita estaba tranquila siguiendo e imponiendo las normas de su comunidad hasta que Heracles desembarca en las costas de su reino. Es este, recordemos, hijo de Zeus, el dios máximo del Olimpo y de la princesa mortal Alcmena. Como es el fruto de un adulterio, Hera, esposa de Zeus y diosa de la familia, los partos, el hogar y la feminidad tradicional, lo odia a muerte. Este aspecto también es importante en el mito.  

Pues bien, este héroe, Heracles, arriba a las costas del reino de las amazonas dirigido en ese momento por la reina Hipólita. Su misión es robar el cinturón sagrado con propiedades mágicas que Ares entregó a la reina de las amazonas. Le acompaña en la travesía el rey de Atenas Teseo, el mismo que dio muerte a Asterión, el minotauro, ayudado por el hilo de Ariadna. La presentación de los personajes es importante porque, sin ellos, no se entiende el drama que llega a continuación.  

Llegados a este punto las versiones del mito difieren. Unos apuntan a que Hipólita, rendida de amor, le entrega generosamente el cinturón a Heracles. Este pone rumbo hacia tierras griegas dejando a la reina tan desconsolada que muere de pena. Es una versión, sin ánimo de sacar la vena feminista, que no casa con el carácter de las amazonas guerreras que nos retrata la mitología griega. En otras, nos dice que  Hipólita con quien se casa es con Teseo. Y que este abandona a la reina tras concebir un hijo (de nombre Hipólito) para casarse con Fedra. Y esta Fedra era princesa de Creta, hermana de Ariadna y de Asterión y del minotauro. Hipólita, llevada por el despecho, la humillación, la ofensa y la ira, irrumpe en el banquete de bodas de Fedra y Teseo donde es acorralada por el ejército griego, asesinada y despojada de su cinturón mágico. Este es entregado a Heracles para que complete así su noveno trabajo de los doce encomendados.  

De la reina de las amazonas hay otra versión en la que interviene la diosa Hera. Esta, para malmeter entre Hipólita y Heracles el cual odia a muerte (ya que, recordemos, es el hijo de su esposo con una mortal), provoca una riña entre ambos pueblos y, posteriormente, la guerra. Una subversión apunta a que, en la refriega, la hermana de Hipólita, Antíope, es raptada. Los griegos ponen como condición para su rescate el cinturón. Una subversión de esta subversión nos dice que la famosa trifulca en el banquete de bodas entre Teseo y Fedra fue, sencillamente, una operación de rescate fallida por parte de las amazonas. La última subversión (guerra entre ambos pueblos promovida por Hera) apunta a que las amazonas sencillamente perdieron la guerra en esta trifulca tomando Heracles el cinturón mágico como botín de guerra. Y consigue, además, terminar su noveno trabajo. Esto es, en esta última versión se completa con la intervención de la diosa Hera. Esta no puede permitir que una mujer fuerte caiga rendida ante el héroe y menos ante el que ella aborrece tanto. Por eso, desata una riña entre ambos séquitos, entre las amazonas y los griegos, y la reina de las amazonas muere a manos de Heracles. La diosa prefiere la muerte de Hipólita ante que la capitulación de su especial feminidad.  

Las amazonas según la simbología 

Dicho esto, las amazonas, sea cual fuera el destino de la reina Hipólita en su lucha contra Heracles, entraron en el imaginario colectivo como mujeres guerreras ajenas a la división social y familiar de los griegos. Al organizarse sin varones, se situaron en las fronteras de todo lo permitido. Por tanto, en la sociedad patriarcal y esclavista griega, eran otro enemigo a abatir casi como los monstruos que enviaban los dioses de vez en cuando. Hipólita estaba protegida por el cinturón mágico que le entregó su padre, el dios de la guerra, recordemos. Al perderlo (ya sea porque se lo arrebatan en la trifulca tras su muerte o porque lo entrega generosamente por amor), deja su vida y su pueblo en manos del enemigo, totalmente vendido y al borde de la extinción.  

Si nos referimos al simbolismo del cinturón, dar el propio cinturón es abandonarse a uno mismo; no es solamente renunciar al poder. Para Hipólita es abandonar su condición misma de amazona y entregarse a Heracles. Hera, que pasa por simbolizar la feminidad normal, enseña, impidiendo la dádiva del cinturón, que ella quiere, no la conversión, sino la muerte de la mujer viril; por otra parte, en su odio a Heracles, que Zeus tuvo de otra mujer, no quiere que tenga éste la felicidad de recibir el cinturón de una mujer. La amazona simboliza la situación de la mujer que, conduciéndose como hombre, no logra ser admitida ni por las mujeres, ni por los hombres, y que tampoco consigue vivir como mujer, ni como hombre. En último extremo, expresa el rechazo de la feminidad y el mito de la imposible sustitución de su naturaleza real por su ideal viril.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

[Siguiendo el ocultismo antiguo] las amazonas serían en el orden metafísico, símbolo de las fuerzas psíquicas estelares que giran en el éter alrededor del paraíso de los dioses para guardarlo y defenderlo.  

Lanoe-Villène: El libro de los símbolos  

También se han asemejado a las valquirias nórdicas, aunque estas son unas deidades más complejas y más cercanas al ideal patriarcal, el mismo que relega a la mujer a mera proveedora de placer tanto en esta vida como en la de más allá. Sin embargo, las amazonas de la mitología griega se han presentado como un símbolo si no de libertad, sí de independencia con respecto a los roles patriarcales impuestos. Dinamitan todos los patrones aceptados para asumir tanto el papel masculino como el femenino. Son guerreras y también bellas. Por tanto, mujeres que son objeto de deseo por parte de los héroes clásicos. Y otra asunto es su peculiar organización social que, por ser tan diferente, debía ser destruída. Esa fue la misión de Heracles en su noveno trabajo.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Ovidio (43 a.C - 17 d.c) en sus Metamorfosis nos narra el mito de Dafne y Apolo que tan buenas obras (como veremos) ha dado a las artes posteriores. Todo empezó con una disputa de corte narcisista a nivel dios entre Eros y Apolo. ¿Qué sucedió? Pues que el dios de la música y las artes (Apolo) se burló de Eros (el del enamoramiento, recordemos) por su manejo del arco y las flechas. Y este, en cruel venganza, disparó dos flechas distintas: una de hierro emponzoñada con el odio y la otra de oro untada con las mieles de la más arrebatadora pasión. La primera la dirigió a la ninfa Dafne y la segunda al dios que lo retaba. Y con esta riña comienza el mito. 

Los protagonistas del mito de Apolo y Dafne 

¿Quién era Dafne de la mitología griega? 

Era una ninfa de los bosques, hija de un río (las versiones difieren en los nombres de sus progenitores) y orgullosa de su esencia. Dotada de gracia y gran belleza física, pidió a su padre permanecer soltera para poder, así, dedicarse a la caza y a las artes, tal cual hacía la diosa Artemisa, a la sazón hermana gemela de Apolo. Su deseo fue concedido y, a pesar de su hermosura y virtudes, fue capaz de alejar a múltiples pretendientes hasta el suceso entre Eros y Apolo con las flechas envenenadas que nos ocupa hoy.  

¿Y Apolo?  

Es uno de los dioses paganos más complejos de la mitología, ya que se asemeja al sol. Protector de la caza, los bosques y las artes, se ha representado como un hombre joven, bello, fuerte y ágil. Además, como veremos a continuación, es una de las figuras de la mitología griega con mayor representación en la cultura occidental. Para nuestra narración, únicamente hay que apuntar que antes de que fuera herido por la flecha de oro de Eros ya estaba enamorado de la ninfa Dafne y había sido rechazado en múltiples ocasiones. 

Seguimos con el mito de Dafne y Apolo  

El cortejo de Apolo hacia Dafne terminó con las flechas de Eros. El dios de la música y las artes fue herido con las de oro que insufló una pasión arrebatadora hacia la ninfa Dafne que ya había sido inoculada con la del desprecio y el odio. Apolo corre tras la muchacha con el afán de raptarla e, incluso, violarla. Al verse alcanzada por el dios, Dafne implora a los dioses su salvación (en otras versiones se apunta a su padre) y estos le conceden el deseo. La convierten en árbol de laurel justo con los brazos de Apolo rodeaban a la bella ninfa. 

El dolor y la tristeza de Apolo, al darse cuenta del mal que había causado, fueron de tal intensidad que sus amargas y divinas lágrimas regaron el árbol de laurel en el que Dafne se había convertido. Fue en ese momento cuando juró y prometió dedicar sus hojas perennes e inmortales a los vencedores de los torneros artísticos y deportivos que él mismo protegía.  

El simbolismo del mito de Dafne y Apolo 

Esta metamorfosis de Ovidio (como el resto de ellas) fue de especial agrado en el cristianismo occidental, ya que la narración nos pone frente a frente ante la lucha entre las virtudes (la virginal Dafne) contra los vicios (la lujuria de Apolo). Fue recogido por la cultura medieval posterior y el mito ampliamente difundido, además, en el Renacimiento. 

Apolo simboliza el sol, la luz, la música, las artes, la caza. Él es la sabiduría capaz del disfrute de los dones de la vida sin caer en las bajezas de los vicios decadentes que representa Dionisio (el caos, el vino, la fiesta desordenada…) Apolo fue del agrado, incluso, para la mentalidad cristiana medieval ya que supone una trascendencia desde los instintos hasta la espiritualidad. Sin embargo, debido a un error, participa en la destrucción de lo que más ama. Su simbolismo ha sido resumido con notable acierto por Jean Chevalier en los siguientes términos:  

Dios muy complejo, horrorosamente trivializado cuando se lo reduce a un hombre joven, sabio y bello; o cuando se lo opone, simplificando a Nietzsche, a Dionisio, como la razón al entusiasmo. No, Apolo es el símbolo de la victoria sobre la violencia, de un autodominio en el entusiasmo, de la alianza de la pasión y la razón, el hijo de un dios, por Zeus y el nieto de titán, por Leto, su madre. Su sabiduría es el fruto de una conquista, no una herencia. Todas las potencias de la vida se conjugan en él para incitarlo a no encontrar su equilibrio más que sobre las cumbres, para conducirlo desde “la entrada de la caverna inmensa” (Esquilo) “a las cimas de los cielos” (Plutarco). Simboliza la suprema espiritualización; es uno de los símbolos más bellos de la ascensión humana.  

Y, en palabras de Platón (en La República), a Apolo había que consagrar todo aquello de bueno que despega a la humanidad de su terrenalidad para acercarse a los dioses.  

Corresponde a Apolo, el Dios de Delfos, dictar las más importantes, las más bellas, las primeras leyes. 

- ¿Cuáles son estas leyes? 

- Aquellas que contemplan la fundación de los templos, los sacrificios, y en general el culto de los dioses, los demonios y los héroes, y también las tumbas de los muertos y los honores que conviene rendirles para que nos sean propicios; pues estas cosas, nosotros las ignoramos: y, fundadores de un Estado, no nos remitiremos, si somos sabios, a ningún otro, y no seguiremos a otro intérprete de no ser el del país; pues este dios, intérprete tradicional de la religión, se ha establecido en el centro y en el ombligo de la tierra para guiar al género humano. 

El mito de Dafne y Apolo, por tanto, ha sido del agrado de la cultura occidental cristiana por la inmensa contradicción que subyace en él. En la narración es la ninfa la virtuosa y el dios que debía proteger a los mortales de los peligros de los instintos el que causa la destrucción y, además, por un acto de lascivia. Al querer imponerse cruelmente por la fuerza se queda sin aquello que más ama. De aquí viene la transformación del laurel en árbol sagrado, eterno, inmortal y perenne como una forma de sublimar un acto deleznable.  

El laurel, como todas las plantas de hoja perenne, se refiere al simbolismo de la inmortalidad; simbolismo que sin duda no escapó a los romanos cuando vieron en él el emblema de la gloria, tanto de los ejércitos como del espíritu. El laurel se tenía además por protector contra el rayo […] Arbusto consagrado a Apolo, simboliza la inmortalidad adquirida por la victoria. Por esto su follaje sirve para coronar a los héroes, a los genios y a los sabios. Árbol apolíneo, significa también las condiciones espirituales de la victoria, la sabiduría unida al heroísmo […] El laurel simboliza las virtudes apolíneas y la participación en tales virtudes por el contacto con la planta consagrada. 

Jean Chevalier 

El mito de Dafne y Apolo en las artes occidentales 

Estos profundos sentidos simbólicos del relato mítico recogido por la literatura griega ha propiciado que fuera favorito (como las transformaciones de Zeus) en las artes occidentales. Para no alargar este texto, indico simplemente dos obras de primer orden:  Dafne y Apolo de Bernini y el Soneto XIII de Garcilaso de la Vega (1501-1536). 

Dafne y Apolo de Bernini  

Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), revolucionó el arte barroco con sus cuatro esculturas (1621-1625) basadas en personajes clásicos grecorromanos para el Palacio Borghese, en Roma. Entre ellas se encuentra la maravillosa Apolo y Dafne. Realizada en mármol blanco, capta (con una sutiliza y movimientos extremos) el instante en el que la ninfa, atrapada por el dios, se va convirtiendo en árbol del laurel ante sus gritos desgarradores. Con esta obra el maestro se aparta de la sobriedad de la escultura griega en la que se había inspirado con anterioridad para regalarnos una obra plástica y expresiva al máximo. La obra es la que abre este texto.  

Dafne y Apolo en el más hermoso soneto de Garcilaso de la Vega

La lírica renacentista europea se caracteriza por la búsqueda del amor profano, la reivindicación de las lenguas vulgares y un retorno a la serenidad clásica. En este sentido, se valen de los mitos grecorromanos (sin abandonar el cristianismo) para sustentar esta nueva cosmovisión. En esta línea, se encuentra uno de los más hermosos poemas de uno de los más ilustres poetas en español de todos los tiempos (Garcilaso de la Vega) que tiene como protagonista la desdichada narración de Dafne y Apolo. 

SONETO XIII

     A Dafne ya los brazos le crecían 

y en luengos ramos vueltos se mostraban, 

en verdes hojas vi que se tornaban

los cabellos que el oro oscurecían; 

     de áspera corteza se cubrían 

los tiernos miembros que aún bullendo estaban; 

los blandos pies en tierra se hincaban 

y en torcidas raíces se volvían.

     Aquel que fue la causa de tal daño, 

a fuerza de llorar, crecer hacía 

este árbol, que con lágrimas regaba. 

     ¡Oh miserable estado, oh mal tamaño, 

que con llorarla crezca cada día

la causa y la razón por que lloraba!

En estos versos, el poeta se identifica plenamente con el dolor de un dios que ha contribuido a la destrucción de aquello que más ama. El mito de Dafne y Apolo, por tanto, nos introduce en esas dicotomías morales que, hasta el Neoclasicismo incluso, gustaban a artistas, intelectuales y poetas. Estamos, en definitiva, ante la batalla de las virtudes frente a los vicios, causantes estos de la pérdida de todo lo bueno a lo que puede aspirar el alma humana, especialmente el amor y la trascendencia. 

Imagen y texto por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Ovidio (43 a.C - 17 d.c) en sus Metamorfosis nos narra el mito de Dafne y Apolo que tan buenas obras (como veremos) ha dado a las artes posteriores. Todo empezó con una disputa de corte narcisista a nivel dios entre Eros y Apolo. ¿Qué sucedió? Pues que el dios de la música y las artes (Apolo) se burló de Eros (el del enamoramiento, recordemos) por su manejo del arco y las flechas. Y este, en cruel venganza, disparó dos flechas distintas: una de hierro emponzoñada con el odio y la otra de oro untada con las mieles de la más arrebatadora pasión. La primera la dirigió a la ninfa Dafne y la segunda al dios que lo retaba. Y con esta riña comienza el mito. 

Los protagonistas del mito de Apolo y Dafne 

¿Quién era Dafne de la mitología griega? 

Era una ninfa de los bosques, hija de un río (las versiones difieren en los nombres de sus progenitores) y orgullosa de su esencia. Dotada de gracia y gran belleza física, pidió a su padre permanecer soltera para poder, así, dedicarse a la caza y a las artes, tal cual hacía la diosa Artemisa, a la sazón hermana gemela de Apolo. Su deseo fue concedido y, a pesar de su hermosura y virtudes, fue capaz de alejar a múltiples pretendientes hasta el suceso entre Eros y Apolo con las flechas envenenadas que nos ocupa hoy.  

¿Y Apolo?  

Es uno de los dioses paganos más complejos de la mitología, ya que se asemeja al sol. Protector de la caza, los bosques y las artes, se ha representado como un hombre joven, bello, fuerte y ágil. Además, como veremos a continuación, es una de las figuras de la mitología griega con mayor representación en la cultura occidental. Para nuestra narración, únicamente hay que apuntar que antes de que fuera herido por la flecha de oro de Eros ya estaba enamorado de la ninfa Dafne y había sido rechazado en múltiples ocasiones. 

Seguimos con el mito de Dafne y Apolo  

El cortejo de Apolo hacia Dafne terminó con las flechas de Eros. El dios de la música y las artes fue herido con las de oro que insufló una pasión arrebatadora hacia la ninfa Dafne que ya había sido inoculada con la del desprecio y el odio. Apolo corre tras la muchacha con el afán de raptarla e, incluso, violarla. Al verse alcanzada por el dios, Dafne implora a los dioses su salvación (en otras versiones se apunta a su padre) y estos le conceden el deseo. La convierten en árbol de laurel justo con los brazos de Apolo rodeaban a la bella ninfa. 

El dolor y la tristeza de Apolo, al darse cuenta del mal que había causado, fueron de tal intensidad que sus amargas y divinas lágrimas regaron el árbol de laurel en el que Dafne se había convertido. Fue en ese momento cuando juró y prometió dedicar sus hojas perennes e inmortales a los vencedores de los torneros artísticos y deportivos que él mismo protegía.  

El simbolismo del mito de Dafne y Apolo 

Esta metamorfosis de Ovidio (como el resto de ellas) fue de especial agrado en el cristianismo occidental, ya que la narración nos pone frente a frente ante la lucha entre las virtudes (la virginal Dafne) contra los vicios (la lujuria de Apolo). Fue recogido por la cultura medieval posterior y el mito ampliamente difundido, además, en el Renacimiento. 

Apolo simboliza el sol, la luz, la música, las artes, la caza. Él es la sabiduría capaz del disfrute de los dones de la vida sin caer en las bajezas de los vicios decadentes que representa Dionisio (el caos, el vino, la fiesta desordenada…) Apolo fue del agrado, incluso, para la mentalidad cristiana medieval ya que supone una trascendencia desde los instintos hasta la espiritualidad. Sin embargo, debido a un error, participa en la destrucción de lo que más ama. Su simbolismo ha sido resumido con notable acierto por Jean Chevalier en los siguientes términos:  

Dios muy complejo, horrorosamente trivializado cuando se lo reduce a un hombre joven, sabio y bello; o cuando se lo opone, simplificando a Nietzsche, a Dionisio, como la razón al entusiasmo. No, Apolo es el símbolo de la victoria sobre la violencia, de un autodominio en el entusiasmo, de la alianza de la pasión y la razón, el hijo de un dios, por Zeus y el nieto de titán, por Leto, su madre. Su sabiduría es el fruto de una conquista, no una herencia. Todas las potencias de la vida se conjugan en él para incitarlo a no encontrar su equilibrio más que sobre las cumbres, para conducirlo desde “la entrada de la caverna inmensa” (Esquilo) “a las cimas de los cielos” (Plutarco). Simboliza la suprema espiritualización; es uno de los símbolos más bellos de la ascensión humana.  

Y, en palabras de Platón (en La República), a Apolo había que consagrar todo aquello de bueno que despega a la humanidad de su terrenalidad para acercarse a los dioses.  

Corresponde a Apolo, el Dios de Delfos, dictar las más importantes, las más bellas, las primeras leyes. 

- ¿Cuáles son estas leyes? 

- Aquellas que contemplan la fundación de los templos, los sacrificios, y en general el culto de los dioses, los demonios y los héroes, y también las tumbas de los muertos y los honores que conviene rendirles para que nos sean propicios; pues estas cosas, nosotros las ignoramos: y, fundadores de un Estado, no nos remitiremos, si somos sabios, a ningún otro, y no seguiremos a otro intérprete de no ser el del país; pues este dios, intérprete tradicional de la religión, se ha establecido en el centro y en el ombligo de la tierra para guiar al género humano. 

El mito de Dafne y Apolo, por tanto, ha sido del agrado de la cultura occidental cristiana por la inmensa contradicción que subyace en él. En la narración es la ninfa la virtuosa y el dios que debía proteger a los mortales de los peligros de los instintos el que causa la destrucción y, además, por un acto de lascivia. Al querer imponerse cruelmente por la fuerza se queda sin aquello que más ama. De aquí viene la transformación del laurel en árbol sagrado, eterno, inmortal y perenne como una forma de sublimar un acto deleznable.  

El laurel, como todas las plantas de hoja perenne, se refiere al simbolismo de la inmortalidad; simbolismo que sin duda no escapó a los romanos cuando vieron en él el emblema de la gloria, tanto de los ejércitos como del espíritu. El laurel se tenía además por protector contra el rayo […] Arbusto consagrado a Apolo, simboliza la inmortalidad adquirida por la victoria. Por esto su follaje sirve para coronar a los héroes, a los genios y a los sabios. Árbol apolíneo, significa también las condiciones espirituales de la victoria, la sabiduría unida al heroísmo […] El laurel simboliza las virtudes apolíneas y la participación en tales virtudes por el contacto con la planta consagrada. 

Jean Chevalier 

El mito de Dafne y Apolo en las artes occidentales 

Estos profundos sentidos simbólicos del relato mítico recogido por la literatura griega ha propiciado que fuera favorito (como las transformaciones de Zeus) en las artes occidentales. Para no alargar este texto, indico simplemente dos obras de primer orden:  Dafne y Apolo de Bernini y el Soneto XIII de Garcilaso de la Vega (1501-1536). 

Dafne y Apolo de Bernini  

Gian Lorenzo Bernini (1598-1680), revolucionó el arte barroco con sus cuatro esculturas (1621-1625) basadas en personajes clásicos grecorromanos para el Palacio Borghese, en Roma. Entre ellas se encuentra la maravillosa Apolo y Dafne. Realizada en mármol blanco, capta (con una sutiliza y movimientos extremos) el instante en el que la ninfa, atrapada por el dios, se va convirtiendo en árbol del laurel ante sus gritos desgarradores. Con esta obra el maestro se aparta de la sobriedad de la escultura griega en la que se había inspirado con anterioridad para regalarnos una obra plástica y expresiva al máximo. La obra es la que abre este texto.  

Dafne y Apolo en el más hermoso soneto de Garcilaso de la Vega

La lírica renacentista europea se caracteriza por la búsqueda del amor profano, la reivindicación de las lenguas vulgares y un retorno a la serenidad clásica. En este sentido, se valen de los mitos grecorromanos (sin abandonar el cristianismo) para sustentar esta nueva cosmovisión. En esta línea, se encuentra uno de los más hermosos poemas de uno de los más ilustres poetas en español de todos los tiempos (Garcilaso de la Vega) que tiene como protagonista la desdichada narración de Dafne y Apolo. 

SONETO XIII

     A Dafne ya los brazos le crecían 

y en luengos ramos vueltos se mostraban, 

en verdes hojas vi que se tornaban

los cabellos que el oro oscurecían; 

     de áspera corteza se cubrían 

los tiernos miembros que aún bullendo estaban; 

los blandos pies en tierra se hincaban 

y en torcidas raíces se volvían.

     Aquel que fue la causa de tal daño, 

a fuerza de llorar, crecer hacía 

este árbol, que con lágrimas regaba. 

     ¡Oh miserable estado, oh mal tamaño, 

que con llorarla crezca cada día

la causa y la razón por que lloraba!

En estos versos, el poeta se identifica plenamente con el dolor de un dios que ha contribuido a la destrucción de aquello que más ama. El mito de Dafne y Apolo, por tanto, nos introduce en esas dicotomías morales que, hasta el Neoclasicismo incluso, gustaban a artistas, intelectuales y poetas. Estamos, en definitiva, ante la batalla de las virtudes frente a los vicios, causantes estos de la pérdida de todo lo bueno a lo que puede aspirar el alma humana, especialmente el amor y la trascendencia. 

Imagen y texto por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Dafne y Apolo

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