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Hécate es una diosa menor de la mitología griega asociada a los muertos, los infiernos, la magia y la brujería. Es una titánide; esto es, su concepción es anterior a la lucha mantenida entre los titanes y los dioses. Ganaron estos últimos y Zeus se convirtió en rey del Olimpo. De representación compleja y de simbolización aún más contradictoria, no se conoce con exactitud su origen (a pesar de que los mitos la sitúan entre la estirpe de los titanes). Los investigadores no se ponen de acuerdo con su procedencia y lo mismo sitúan la divinidad en el panteón griego que en el egipcio como en el de Anatolia. No es de extrañar esta disconformidad ya que Hécate evolucionó a lo largo de los siglos y su culto llegó incluso hasta la Edad Media. Es uno de los personajes de Macbeth, una de las grandes obras de William Shakespeare. Y fue recuperada por el Romanticismo literario y su gusto por los seres del más allá, las brujas y las hechiceras. 

Hécate la triple diosa 

Desde antiguo se la ha representado como si fueran tres mujeres, con tres caras y apariencias distintas que giran alrededor de una columna. Una lleva una antorcha, otra una serpiente y otra una espada, elementos con tan fuerte simbolismo que llegan a actuar hasta como arquetipos  según la definición de C.G. Jung.  

Hécate es la diosa de los muertos y de los infiernos. Se diferencia de Perséfone (esposa, sobrina y rehén de Hades) porque esta última solo permanece en el inframundo una estación (el invierno).  Cuando asciende a la tierra tiene lugar el proceso de floración de primavera, la germinación del verano y la cosecha del otoño. Hécate,  sin embargo, es más compleja a pesar de ser una diosa menor. Más que la diosa del infierno, es la reina de las criaturas fantasmales, de los muertos que no encuentran descanso,  de los magos que se empañan en doblegar las leyes de la naturaleza, de las brujas que manejan tanto plantas venenosas como hierbas medicinales. Se hace acompañar por yeguas, por lobos y por perros, animales psicopompos.  Esto es, que comunican los distintos mundos, los que están divididos por fronteras inexpugnables (la muerte de la vida). 

Gusta de moverse en la noche. Hécate es una diosa lunar y también ctónica (que pertenece a las esferas desconocidas e inferiores del mundo). En un principio se asociaba a la fertilidad, al proceso de descomposición necesario para crear una nueva vida. Sin embargo, muy pronto Hécate se convirtió en la triple diosa y como tal adquirió todos los atributos de la existencia, los luminosos y los sombríos. Es compleja y contradictoria.  

Como triple diosa, Hécate representa las tres fases de la vida: crecimiento, decrecimiento y desaparición. Cada una de las caras o modelos femeninos adquiere una de estas etapas. Sin embargo, el número tres no acaba aquí ya que une los tres niveles del universo: el inframundo o los infiernos, la tierra y los cielos. Por eso, se aparece en las encrucijadas, allí donde las brujas gustan de buscar sus ingredientes para sus pócimas mágicas. Y, además, se produce en todas las direcciones, tanto en horizontal como en vertical.  

La complejidad simbólica de la diosa Hécate 

Aunque se la asocia con los elementos negativos, oscuros y destructores de la existencia, hay un punto positivo en ella. Es malhechora y también benefactora y no solo de las fuerzas fantasmales.  Preside la germinación, la que se produce después de un proceso de descomposición. Está presente en los nacimientos, entre los marineros y prefiere la prosperidad y la abundancia, aunque para ello haya que recurrir a la magia. 

Aunque presenta dos aspectos opuestos; uno de ellos es benévolo y bienhechor: preside las germinaciones y los nacimientos, protege las navegaciones marítimas; acuerda la prosperidad, la elocuencia, la victoria,  las mieses y pescas abundantes, guía hacia la vía órfica de las purificaciones; por contra, el otro aspecto es temible e infernal: es la diosa de los espectros y pavores nocturnos… fantasmas y monstruos terroríficos… es la maga por excelencia, la maestra en brujería. Se la conjura para los encantamientos, los filtros de amor o la suerte. 

P.  Lavedan: Diccionario ilustrado de la mitología y de la antigua Grecia y Roma 

Hécate es la diosa de las brujas 

Y aquí entramos en otro aspecto de esta divinidad poliédrica en extremo. Es la maga de la noche, asociada la Luna y,  por tanto, al inconsciente, a lo oculto, al conocimiento que no se rige por la razón. Es aquí donde aparecen monstruos y fieras que nos dice de nuestra psique más caótica. Hécate, por tanto, se asimiló a la reina de las brujas, a las que cruzan la noche a la luz lunar, a las que ponen en evidencia nuestros vicios y pecados al sacarlos a la luz, a las que recurren a la magia o a las plantas que se encuentran en los caminos para doblegar la voluntad de los hombres. Ella es el caos pero también el inicio de todo orden.  

Hécate, la diosa de los muertos es la de las tres caras y el símbolo del número tres es casi unánime en todas las culturas. Es el orden que une (cual triángulo) dios, el universo y la raza humana. El tres es la suma de uno y dos (el cielo y la tierra). Y así Hécate es la triple diosa que comunica las fuerzas del infierno con las de la luna y se detiene en las encrucijadas.  Tal poder, a pesar de ser una divinidad menor, le lleva a ese calificativo de bruja con el que las civilizaciones de todos los tiempos han señalado cualquier elemento femenino que no se atiene a lo estipulado, a lo que se encuentra dentro de las fronteras de la sociedad. 

Tanto la pintura del Romanticismo como la literatura a partir del siglo XIX, en esa búsqueda de las fuerzas desconocidas de la naturaleza,  se afanaron por retratar lo otro, lo que se encuentra más allá, lo que da libertad. Por eso fueron favoritos temas que se adentraban en la ultratumba, en las peripecias de los espíritus, en los fantasmas, en las ruinas, en el universo de las brujas ajenas a las imposiciones sociales. Y la figura de Hécate, la triple diosa de los muertos, se ajustaba perfectamente a este afán de descubrir qué había más allá. Con las vanguardias, como la totalidad de los mitos clásicos, su nombre fue olvidado para retomarse ya en el siglo XXI como personaje principal de videojuegos, cine de fantasía o cómics.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

 

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Hécate es una diosa menor de la mitología griega asociada a los muertos, los infiernos, la magia y la brujería. Es una titánide; esto es, su concepción es anterior a la lucha mantenida entre los titanes y los dioses. Ganaron estos últimos y Zeus se convirtió en rey del Olimpo. De representación compleja y de simbolización aún más contradictoria, no se conoce con exactitud su origen (a pesar de que los mitos la sitúan entre la estirpe de los titanes). Los investigadores no se ponen de acuerdo con su procedencia y lo mismo sitúan la divinidad en el panteón griego que en el egipcio como en el de Anatolia. No es de extrañar esta disconformidad ya que Hécate evolucionó a lo largo de los siglos y su culto llegó incluso hasta la Edad Media. Es uno de los personajes de Macbeth, una de las grandes obras de William Shakespeare. Y fue recuperada por el Romanticismo literario y su gusto por los seres del más allá, las brujas y las hechiceras. 

Hécate la triple diosa 

Desde antiguo se la ha representado como si fueran tres mujeres, con tres caras y apariencias distintas que giran alrededor de una columna. Una lleva una antorcha, otra una serpiente y otra una espada, elementos con tan fuerte simbolismo que llegan a actuar hasta como arquetipos  según la definición de C.G. Jung.  

Hécate es la diosa de los muertos y de los infiernos. Se diferencia de Perséfone (esposa, sobrina y rehén de Hades) porque esta última solo permanece en el inframundo una estación (el invierno).  Cuando asciende a la tierra tiene lugar el proceso de floración de primavera, la germinación del verano y la cosecha del otoño. Hécate,  sin embargo, es más compleja a pesar de ser una diosa menor. Más que la diosa del infierno, es la reina de las criaturas fantasmales, de los muertos que no encuentran descanso,  de los magos que se empañan en doblegar las leyes de la naturaleza, de las brujas que manejan tanto plantas venenosas como hierbas medicinales. Se hace acompañar por yeguas, por lobos y por perros, animales psicopompos.  Esto es, que comunican los distintos mundos, los que están divididos por fronteras inexpugnables (la muerte de la vida). 

Gusta de moverse en la noche. Hécate es una diosa lunar y también ctónica (que pertenece a las esferas desconocidas e inferiores del mundo). En un principio se asociaba a la fertilidad, al proceso de descomposición necesario para crear una nueva vida. Sin embargo, muy pronto Hécate se convirtió en la triple diosa y como tal adquirió todos los atributos de la existencia, los luminosos y los sombríos. Es compleja y contradictoria.  

Como triple diosa, Hécate representa las tres fases de la vida: crecimiento, decrecimiento y desaparición. Cada una de las caras o modelos femeninos adquiere una de estas etapas. Sin embargo, el número tres no acaba aquí ya que une los tres niveles del universo: el inframundo o los infiernos, la tierra y los cielos. Por eso, se aparece en las encrucijadas, allí donde las brujas gustan de buscar sus ingredientes para sus pócimas mágicas. Y, además, se produce en todas las direcciones, tanto en horizontal como en vertical.  

La complejidad simbólica de la diosa Hécate 

Aunque se la asocia con los elementos negativos, oscuros y destructores de la existencia, hay un punto positivo en ella. Es malhechora y también benefactora y no solo de las fuerzas fantasmales.  Preside la germinación, la que se produce después de un proceso de descomposición. Está presente en los nacimientos, entre los marineros y prefiere la prosperidad y la abundancia, aunque para ello haya que recurrir a la magia. 

Aunque presenta dos aspectos opuestos; uno de ellos es benévolo y bienhechor: preside las germinaciones y los nacimientos, protege las navegaciones marítimas; acuerda la prosperidad, la elocuencia, la victoria,  las mieses y pescas abundantes, guía hacia la vía órfica de las purificaciones; por contra, el otro aspecto es temible e infernal: es la diosa de los espectros y pavores nocturnos… fantasmas y monstruos terroríficos… es la maga por excelencia, la maestra en brujería. Se la conjura para los encantamientos, los filtros de amor o la suerte. 

P.  Lavedan: Diccionario ilustrado de la mitología y de la antigua Grecia y Roma 

Hécate es la diosa de las brujas 

Y aquí entramos en otro aspecto de esta divinidad poliédrica en extremo. Es la maga de la noche, asociada la Luna y,  por tanto, al inconsciente, a lo oculto, al conocimiento que no se rige por la razón. Es aquí donde aparecen monstruos y fieras que nos dice de nuestra psique más caótica. Hécate, por tanto, se asimiló a la reina de las brujas, a las que cruzan la noche a la luz lunar, a las que ponen en evidencia nuestros vicios y pecados al sacarlos a la luz, a las que recurren a la magia o a las plantas que se encuentran en los caminos para doblegar la voluntad de los hombres. Ella es el caos pero también el inicio de todo orden.  

Hécate, la diosa de los muertos es la de las tres caras y el símbolo del número tres es casi unánime en todas las culturas. Es el orden que une (cual triángulo) dios, el universo y la raza humana. El tres es la suma de uno y dos (el cielo y la tierra). Y así Hécate es la triple diosa que comunica las fuerzas del infierno con las de la luna y se detiene en las encrucijadas.  Tal poder, a pesar de ser una divinidad menor, le lleva a ese calificativo de bruja con el que las civilizaciones de todos los tiempos han señalado cualquier elemento femenino que no se atiene a lo estipulado, a lo que se encuentra dentro de las fronteras de la sociedad. 

Tanto la pintura del Romanticismo como la literatura a partir del siglo XIX, en esa búsqueda de las fuerzas desconocidas de la naturaleza,  se afanaron por retratar lo otro, lo que se encuentra más allá, lo que da libertad. Por eso fueron favoritos temas que se adentraban en la ultratumba, en las peripecias de los espíritus, en los fantasmas, en las ruinas, en el universo de las brujas ajenas a las imposiciones sociales. Y la figura de Hécate, la triple diosa de los muertos, se ajustaba perfectamente a este afán de descubrir qué había más allá. Con las vanguardias, como la totalidad de los mitos clásicos, su nombre fue olvidado para retomarse ya en el siglo XXI como personaje principal de videojuegos, cine de fantasía o cómics.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

 

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Atenea no es solo la diosa griega de la sabiduría, de las artes nobles de la guerra o de la artesanía sino también la protectora de los héroes, tal como nos narra la Odisea de Homero. Representada como una bella mujer joven y virgen, su culto y figura evolucionó conforme lo hacía la sociedad griega. Protectora de varias ciudades, especialmente de Atenas, se la muestra en las obras de arte ataviada con casco, protegida con un escudo que luce la imagen de Medusa, una de las gorgonas,y una lanza. Se hace acompañar de un mochuelo. Atenea nace sin intervención femenina directamente de la cabeza de su padre, Zeus, rey del Olimpo, tras un solo golpe de hacha forjada por Hefesto. En la tradición romana la diosa adquiere el nombre de Minerva. 

Atributos y protección de Atenea

Es una diosa compleja de múltiples atributos que, de alguna manera u otra, resume los logros de la civilización clásica. Su evolución supone tanto una espiritualización como una elevación física. Además, su nacimiento, así de la cabeza del principal dios del Olimpo, nos dice de su intelectualidad y de la luz que expande sobre la raza humana. Conforme iba avanzando la cultura griega, a Atenea se le otorga más atributos. Así, se convierte en la protectora de los niños y ampara la fecundidad a pesar de su virginidad. Además, aunque es la diosa de la guerra, es la entendida en sentido noble, ya que se pone siempre de parte de los trabajos en favor de la paz. 

Atenea es asociada no solo con la sabiduría sino también con la pureza y los grandes dones espirituales. No se mezcla en amoríos, ni con otras divinidades ni con los humanos. No cae en venganzas e iras. Aunque castigue, siempre hay un poso de conmiseración en su figura. Cuando nació, Atenas, su ciudad, se sepultó con un manto de nieve de oro, en un símbolo perfecto de evolución, abundancia y poderío. 

Atenea es la protectora de las artes, de la artesanía, de todo aquello bello que sale de la civilización de forma noble y sin subterfugios. Todo en la diosa Atenea, como en su hermano Apolo, nos remite a la noción de luz, a la nueva vida, a la creación, a la superación y al crecimiento espiritual. Ataviada con un casco, se hace acompañar de un mochuelo, según han interferido los naturalistas por monedas y obras de arte. Llegados a esta punto hay que hacer notar que el significado del búho o de la lechuza con los que esta ave se confunde a veces es distinto al de esta especie de menor tamaño y oriunda del área mediterránea. El mochuelo es ingenioso, rápido y talentoso.  

En una mano esgrime una larga lanza y se protege con un escudo con la imagen de Medusa, que petrificaba a quien la mirara. Las serpientes que este monstruo oscuro lucía en su cabeza también tienen una simbolización compleja, ya que nos remite al cambio, a la transformación, a la superación de las limitaciones de la tierra. Y con ellas se arroga también Atenea, la diosa griega de la sabiduría.  

Algunos relatos en los que aparece Atenea 

Aracne y su metamorfosis 

Ovidio (siglo I) nos narra la caída en desgracia de Aracne. Era una tejedora tan habilidosa y talentosa que cayó en el pecado de la soberbia.  Ante la belleza de sus obras, tal cual una narcisista descerebrada, retó a la misma Atenea a superarla con un tapiz. La diosa acepta y realiza una obra en la que narra los inicios de los tiempos paganos. Mientras tanto, Aracne se enfrasca en una trabajo de gran hermosura y complejidad deteniéndose, sin pudor, en los detalles más escabrosos de las vidas divinas. Y ya sabemos que estos personajes gustaban de amoríos, infidelidades y mentiras. Así,  Aracne incluye las metamorfosis de Zeus para unirse con Leda o Danae. Enfurecida Atenea por tal atrevimiento, le hace notar la arrogancia y Aracne responde con burlas. Sin embargo, la joven, una vez recapacita sobre su actitud, se arrepiente tanto de su comportamiento que se suicida con una soga. Conmovida Atenea por la respuesta de la joven, con una melaza mágica convierte la cuerda en un hilo y a la muchacha en una araña. Este mito es recogido por distintos artistas a partir del Renacimiento para poner de manifiesto los peligros de la condescendencia y la arrogancia. Una de las obras maestras de esta temática clásica es Las Hilanderas o la fábula de Aracne de Velázquez que se custodia en el Museo del Prado.

Tiresias, ciego por Atenea 

Era un viejo un poco rijoso, aunque sabio, que se dedicó a espiar a la diosa mientras esta se bañaba desnuda. Enterada Atenea, lo maldice y lo deja ciego. Sin embargo, tras este acto de ira, movida por la conmiseración que le era característica y tras los ruegos de las ninfas, regala a Tiresias el don de la profecía para compensarle por la ceguera.  

Atenea en el mito de Casandra 

Cuando Casandra, maldita por Apolo, no fue escuchada por su pueblo y sufrió la violación que antecedió a su asesinato, Atenea entró en tal cólera que envió un tormenta de tal intensidad que puso en peligro todos los barcos del puerto.  

En el origen del nombre Pallas Atenea 

Son distintas las versiones que intentan explicar el nombre de Pallas antecediendo al de Atenea. Un relato apunta a que Pallas era una ninfa niña amiga de Atenea y que la diosa la mató accidentalmente. Fue tal el dolor por el daño causado que desde entonces, y en su honor, lleva su nombre. Otros autores apuntan al gigante Pallas que sucumbió, en justo combate, ante la diosa. Esta le arrancó la piel para lucirla como vestido. Esta última versión, sin embargo,  no cuadra con el carácter inteligente, racional y pausado de la diosa, ya que nos sumerge en una acción brutal y violenta que no se corresponde con los atributos de Atenea, la diosa griega de la inteligencia.  

Sentido simbólico de la diosa griega Atenea  

Con todo lo expuesto, no es de extrañar que el sentido simbólico de Atenea sea complejo. Es una diosa virgen que protege con sabiduría las artes y la civilización. Es una figura, en definitiva, con un claro propósito y acción benefactora hacia la raza humana. 

Es la joven armada que defiende las alturas -en todos los sentidos del término, físico y espiritual- donde ella se ha establecido.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

Se vale de serpientes para proteger y protegerse. Se han encontrado imágenes de la diosa con un cinturón y el resto del ropaje con la imagen de este animal. En su honor, los días de su festividad, se hacían pastelillos  con estas formas. Servían en parte de amuleto y en parte de recuerdo de su protección hacia Erictonio, el fundador de Atenas. La diosa, siendo niño, lo había escondido de sus enemigos en un cofre guardado por una serpiente.

La cabeza terrorífica de Medusa que luce su escudo es como un espejo de la verdad, para combatir a sus adversarios y petrificarlos de horror frente a su propia imagen. Gracias a tal escudo que de ella recibe prestado Perseo puede acabar con la horrenda Gorgona. Atenea es asimismo la diosa victoriosa, gracias a  la sabiduría, el ingenio y la verdad. Incluso la lanza que lleva en la mano es un arma de luz, que separa y horada las nubes cual relámpago; es un símbolo vertical, como el fuego y como el eje. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos 

Es la diosa de la victoria, de las alturas, de la elevación, de la luz que disipa la oscuridad. Protege a los héroes que se valen de artes nobles. Se aleja de la brutalidad y de la manipulación. Todo en ella es inteligencia, sabiduría y creatividad. Además, el sentido simbólico, casi arquetípico de la diosa Atenea va evolucionando conforme lo hace civilización griega. Así, se va volviendo más etérea, una deidad en búsqueda de lo bueno y de la verdad alejándose, progresivamente, del salvajismo de los primeros siglos. Atenea, en definitiva, es la sensatez, la fuerza de la conciencia, la psiquis armonizada, la sublimación de los instintos en favor de la razón y el orden.  La diosa griega representa el constante combate espiritual para no caer en los vicios y poder mantenerse siempre en las esferas de las virtudes prácticas.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Atenea no es solo la diosa griega de la sabiduría, de las artes nobles de la guerra o de la artesanía sino también la protectora de los héroes, tal como nos narra la Odisea de Homero. Representada como una bella mujer joven y virgen, su culto y figura evolucionó conforme lo hacía la sociedad griega. Protectora de varias ciudades, especialmente de Atenas, se la muestra en las obras de arte ataviada con casco, protegida con un escudo que luce la imagen de Medusa, una de las gorgonas,y una lanza. Se hace acompañar de un mochuelo. Atenea nace sin intervención femenina directamente de la cabeza de su padre, Zeus, rey del Olimpo, tras un solo golpe de hacha forjada por Hefesto. En la tradición romana la diosa adquiere el nombre de Minerva. 

Atributos y protección de Atenea

Es una diosa compleja de múltiples atributos que, de alguna manera u otra, resume los logros de la civilización clásica. Su evolución supone tanto una espiritualización como una elevación física. Además, su nacimiento, así de la cabeza del principal dios del Olimpo, nos dice de su intelectualidad y de la luz que expande sobre la raza humana. Conforme iba avanzando la cultura griega, a Atenea se le otorga más atributos. Así, se convierte en la protectora de los niños y ampara la fecundidad a pesar de su virginidad. Además, aunque es la diosa de la guerra, es la entendida en sentido noble, ya que se pone siempre de parte de los trabajos en favor de la paz. 

Atenea es asociada no solo con la sabiduría sino también con la pureza y los grandes dones espirituales. No se mezcla en amoríos, ni con otras divinidades ni con los humanos. No cae en venganzas e iras. Aunque castigue, siempre hay un poso de conmiseración en su figura. Cuando nació, Atenas, su ciudad, se sepultó con un manto de nieve de oro, en un símbolo perfecto de evolución, abundancia y poderío. 

Atenea es la protectora de las artes, de la artesanía, de todo aquello bello que sale de la civilización de forma noble y sin subterfugios. Todo en la diosa Atenea, como en su hermano Apolo, nos remite a la noción de luz, a la nueva vida, a la creación, a la superación y al crecimiento espiritual. Ataviada con un casco, se hace acompañar de un mochuelo, según han interferido los naturalistas por monedas y obras de arte. Llegados a esta punto hay que hacer notar que el significado del búho o de la lechuza con los que esta ave se confunde a veces es distinto al de esta especie de menor tamaño y oriunda del área mediterránea. El mochuelo es ingenioso, rápido y talentoso.  

En una mano esgrime una larga lanza y se protege con un escudo con la imagen de Medusa, que petrificaba a quien la mirara. Las serpientes que este monstruo oscuro lucía en su cabeza también tienen una simbolización compleja, ya que nos remite al cambio, a la transformación, a la superación de las limitaciones de la tierra. Y con ellas se arroga también Atenea, la diosa griega de la sabiduría.  

Algunos relatos en los que aparece Atenea 

Aracne y su metamorfosis 

Ovidio (siglo I) nos narra la caída en desgracia de Aracne. Era una tejedora tan habilidosa y talentosa que cayó en el pecado de la soberbia.  Ante la belleza de sus obras, tal cual una narcisista descerebrada, retó a la misma Atenea a superarla con un tapiz. La diosa acepta y realiza una obra en la que narra los inicios de los tiempos paganos. Mientras tanto, Aracne se enfrasca en una trabajo de gran hermosura y complejidad deteniéndose, sin pudor, en los detalles más escabrosos de las vidas divinas. Y ya sabemos que estos personajes gustaban de amoríos, infidelidades y mentiras. Así,  Aracne incluye las metamorfosis de Zeus para unirse con Leda o Danae. Enfurecida Atenea por tal atrevimiento, le hace notar la arrogancia y Aracne responde con burlas. Sin embargo, la joven, una vez recapacita sobre su actitud, se arrepiente tanto de su comportamiento que se suicida con una soga. Conmovida Atenea por la respuesta de la joven, con una melaza mágica convierte la cuerda en un hilo y a la muchacha en una araña. Este mito es recogido por distintos artistas a partir del Renacimiento para poner de manifiesto los peligros de la condescendencia y la arrogancia. Una de las obras maestras de esta temática clásica es Las Hilanderas o la fábula de Aracne de Velázquez que se custodia en el Museo del Prado.

Tiresias, ciego por Atenea 

Era un viejo un poco rijoso, aunque sabio, que se dedicó a espiar a la diosa mientras esta se bañaba desnuda. Enterada Atenea, lo maldice y lo deja ciego. Sin embargo, tras este acto de ira, movida por la conmiseración que le era característica y tras los ruegos de las ninfas, regala a Tiresias el don de la profecía para compensarle por la ceguera.  

Atenea en el mito de Casandra 

Cuando Casandra, maldita por Apolo, no fue escuchada por su pueblo y sufrió la violación que antecedió a su asesinato, Atenea entró en tal cólera que envió un tormenta de tal intensidad que puso en peligro todos los barcos del puerto.  

En el origen del nombre Pallas Atenea 

Son distintas las versiones que intentan explicar el nombre de Pallas antecediendo al de Atenea. Un relato apunta a que Pallas era una ninfa niña amiga de Atenea y que la diosa la mató accidentalmente. Fue tal el dolor por el daño causado que desde entonces, y en su honor, lleva su nombre. Otros autores apuntan al gigante Pallas que sucumbió, en justo combate, ante la diosa. Esta le arrancó la piel para lucirla como vestido. Esta última versión, sin embargo,  no cuadra con el carácter inteligente, racional y pausado de la diosa, ya que nos sumerge en una acción brutal y violenta que no se corresponde con los atributos de Atenea, la diosa griega de la inteligencia.  

Sentido simbólico de la diosa griega Atenea  

Con todo lo expuesto, no es de extrañar que el sentido simbólico de Atenea sea complejo. Es una diosa virgen que protege con sabiduría las artes y la civilización. Es una figura, en definitiva, con un claro propósito y acción benefactora hacia la raza humana. 

Es la joven armada que defiende las alturas -en todos los sentidos del término, físico y espiritual- donde ella se ha establecido.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

Se vale de serpientes para proteger y protegerse. Se han encontrado imágenes de la diosa con un cinturón y el resto del ropaje con la imagen de este animal. En su honor, los días de su festividad, se hacían pastelillos  con estas formas. Servían en parte de amuleto y en parte de recuerdo de su protección hacia Erictonio, el fundador de Atenas. La diosa, siendo niño, lo había escondido de sus enemigos en un cofre guardado por una serpiente.

La cabeza terrorífica de Medusa que luce su escudo es como un espejo de la verdad, para combatir a sus adversarios y petrificarlos de horror frente a su propia imagen. Gracias a tal escudo que de ella recibe prestado Perseo puede acabar con la horrenda Gorgona. Atenea es asimismo la diosa victoriosa, gracias a  la sabiduría, el ingenio y la verdad. Incluso la lanza que lleva en la mano es un arma de luz, que separa y horada las nubes cual relámpago; es un símbolo vertical, como el fuego y como el eje. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos 

Es la diosa de la victoria, de las alturas, de la elevación, de la luz que disipa la oscuridad. Protege a los héroes que se valen de artes nobles. Se aleja de la brutalidad y de la manipulación. Todo en ella es inteligencia, sabiduría y creatividad. Además, el sentido simbólico, casi arquetípico de la diosa Atenea va evolucionando conforme lo hace civilización griega. Así, se va volviendo más etérea, una deidad en búsqueda de lo bueno y de la verdad alejándose, progresivamente, del salvajismo de los primeros siglos. Atenea, en definitiva, es la sensatez, la fuerza de la conciencia, la psiquis armonizada, la sublimación de los instintos en favor de la razón y el orden.  La diosa griega representa el constante combate espiritual para no caer en los vicios y poder mantenerse siempre en las esferas de las virtudes prácticas.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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La Atlántida es una isla imaginaria (aunque se busca incansablemente su emplazamiento desde el Renacimiento) descrita por Platón (427-347 a.C.) en su obra inacabada Critias o La Atlántida. Es uno de sus últimos diálogos basado en el relato del sofista Critias (460-403 a.C.), tío carnal del gran filósofo griego, quién además, lo tomó de una supuesta tradición oral recogida por Solón de Atenas (640 -559 a.C.) Era este uno de los Siete Sabios de Grecia quien, sin base historiográfica alguna para sostener esta hipótesis, recogió la descripción de unas perdidas estelas grabadas. Estas, supuestamente, se conservaban en Egipto y, al día de hoy, ni han podido ser recuperadas ni se han hallado trazas de restos. Así que con estos datos vamos por partes y desmenuzamos lo que se sabe de la Altántida, un auténtico paraíso sobre el planeta Tierra hundida en el mar por la soberbia de los hombres. Su historia acaeció, más o menos, sobre el sexto milenio antes de Cristo. 

Origen y situación de la Atlántida de Platón  

La Atlántida era una isla remota, emplazada más allá de las columnas de Hércules (esto es, Cádiz, en el extremo occidental de Europa). La isla estaba bajo la protección Poseidón, dios de los mares y allí vivían los hijos que había tenido con una mortal de nombre Clito. La Atlántida es descrita como un lugar de gran belleza en el que las altas montañas estaban rodeadas por un valle en el que se había construido (por obra humana) tres anillos concéntricos con canales de agua. Estos servían tanto para la defensa como para la irrigación de sus cultivos. De resultas de la protección de Poseidón y de las innovadoras obras de ingeniería acometidas en la isla, la Atlántida disponía de riquezas de todo tipo. 

Además, estas estaban completados por un sistema de gobierno regido por sabios que se reunían cada cierto tiempo (cinco o siete años) para impartir justicia. Por los textos de Platón que nos han llegado sobre la Atlántida, al parecer, la corrupción y el nepotismo eran ajenos a la gobernanza de la isla. 

Los habitantes habían adquirido riquezas en tal abundancia, como nunca sin duda antes de ellos ninguna casa real las poseyera semejantes y como ninguna las poseerá probablemente en el futuro… cosechan dos veces al año los productos de la tierra: en invierno utilizaban las aguas del cielo; en verano las que daba la tierra dirigiendo sus corrientes fuera de los canales. 

Platón: La Atlántida o Critias  

Y en el mismo texto Platón describe con todo lujo de detalle cómo se realizaban las reuniones que aportaban paz, prosperidad y justicia a la Atlántida. 

Cuando llegaba la obscuridad y el fuego de los sacrificios se había enfriado, se vestían todos con unas túnicas muy bellas en azul obscuro y se sentaban en tierra, en las cenizas de su sacrificio sagrado. Entonces, por la noche, después de haber apagado todas las hogueras alrededor del santuario, juzgaban y eran juzgados, si alguno de entre ellos acusaba a otro de haber delinquido en algo. Hecha justicia, grababan las sentencias, al llegar el día sobre una tablilla de oro, que consagraban en memoria, lo mismo que sus ropas. 

Platón: La Atlántida o Critias 

Sin embargo, los atlantes (habitantes de este lugar paradisiaco cercano a la utopía) comenzaron a corromperse conforme se iba degradando la estirpe divina de Poseidón. Tanto fue así que se enfrascaron en una guerra que, según las versiones, fue con Grecia o con Egipto o con los pueblos orientales europeos. De resultas de esta confrontación y también de la ira de Poseidón (que castigó a sus descendientes por alejarse del buen juicio y del amor a las leyes) la Atlántida fue presa de un gran maremoto y todo el territorio, en cuestión de días, pereció hundido en el fondo del océano. Este, desde ese momento, fue bautizado con el nombre de Atlántico.  

El mito de la Atlántida a lo largo de la historia

Si bien al día de hoy se celebran sesudos congresos y costosas expediciones arqueológicas en busca de este lugar mítico, no se ha podido encontrar rastro alguno de su existencia. Además, por el tono irónico (con una fuerte base política) del escrito de Platón, los investigadores serios (los que se atienen a la evidencia) entiende la Atlántida como una suerte de mito. Este viene a simbolizar el paraíso perdido o la tierra utópica donde la inteligencia, la razón y las virtudes son los pilares del gobierno y de la coexistencia social. 

Sin embargo, la Atlántida de Platón ha dado para hacer correr ríos de tinta, especialmente a partir del Renacimiento, cuando se vuelve a la historia, la filosofía y la literatura griega o romana. A partir del siglo XV (con la ayuda de la imprenta) se difunde la cultura clásica y la Atlántida vuelve a ser objeto de ilusión de eruditos, poetas y artistas. Su fascinación continúa a lo largo de los siglos y llega casi incólume al siglo XXI, cuando la moderna arqueología saca a la luz los últimos restos ocultos de antiguas civilizaciones. Y la Atlántida lo es como la que más. Sin embargo, no se han encontrado trazas de su existencia. 

En este orden de cosas, se ha llegado a apuntar que la Atlántida estaba situada en Creta. Y el relato parece responder a un suceso dramático confirmado por la biología y la geología, ya que la isla se vio afectada por los efectos de un volcán cuya erupción enfrió y oscureció el planeta al completo. Eso sucedió en el segundo milenio antes de Cristo. También se han realizado excavaciones en las Azores o en las Canarias intentando encontrar los vestigios de esta civilización perdida entre sus montañas de origen volcánico y rodeadas por mar. Por supuesto, no hay nada concluyente ni se han hallado siquiera restos de textos antiguos que, siendo más cercanos a la historia del lugar, avalaran, de alguna manera u otra, su existencia.  

La Atlántida de Platón como mito de una edad de oro perdida 

Me hago cargo del juicio y debemos aceptar que este emplazamiento hay que entenderlo en la órbita de los mitos, de los relatos que se pierden en la historia del tiempo y que intentan explicar el mundo y su origen. Hasta que no haya una prueba concluyente de su existencia, debemos entender la historia de esta tierra como un símbolo de la utopía. Esto es, de un no lugar perfecto regido por la justicia y la abundancia.  

Así la Atlántida evoca el tema del Paraíso, el de la Edad de Oro, que se encuentra en todas las civilizaciones, sea al albor de la humanidad, sea a su término. Su originalidad simbólica entraña la idea de que el paraíso reside en la predominancia en nosotros de nuestra naturaleza divina.

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

Además, si nos atenemos a las definiciones de la moderna psicología, la Atlántida de Platón funciona como un auténtico arquetipo. Es ese lugar perfecto que funciona mientras está regido por las virtudes del buen hacer, de la justicia, de la laboriosidad y del ingenio. Cuando estos se olvidan llegan los vicios de la arrogancia del narcisista, la pereza o el afán de apropiación. Y todo esto abona el camino para su perdición. La Atlántida, además, no solo puede ser entendida, desde el punto de vista simbólico, como un modelo social pionero para las fórmulas de la república sino también como un espacio personal perfecto o ideal en el que, con agradecimiento, nunca perdamos la guía de una vida recta. Este emplazamiento mítico, por lo demás, está hoy más vivo que nunca y no solo por la multitud de estudios costosos que se realizan en su búsqueda sino también en forma de decorado de videojuegos, películas de cine, títulos literarios y cómics. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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La Atlántida es una isla imaginaria (aunque se busca incansablemente su emplazamiento desde el Renacimiento) descrita por Platón (427-347 a.C.) en su obra inacabada Critias o La Atlántida. Es uno de sus últimos diálogos basado en el relato del sofista Critias (460-403 a.C.), tío carnal del gran filósofo griego, quién además, lo tomó de una supuesta tradición oral recogida por Solón de Atenas (640 -559 a.C.) Era este uno de los Siete Sabios de Grecia quien, sin base historiográfica alguna para sostener esta hipótesis, recogió la descripción de unas perdidas estelas grabadas. Estas, supuestamente, se conservaban en Egipto y, al día de hoy, ni han podido ser recuperadas ni se han hallado trazas de restos. Así que con estos datos vamos por partes y desmenuzamos lo que se sabe de la Altántida, un auténtico paraíso sobre el planeta Tierra hundida en el mar por la soberbia de los hombres. Su historia acaeció, más o menos, sobre el sexto milenio antes de Cristo. 

Origen y situación de la Atlántida de Platón  

La Atlántida era una isla remota, emplazada más allá de las columnas de Hércules (esto es, Cádiz, en el extremo occidental de Europa). La isla estaba bajo la protección Poseidón, dios de los mares y allí vivían los hijos que había tenido con una mortal de nombre Clito. La Atlántida es descrita como un lugar de gran belleza en el que las altas montañas estaban rodeadas por un valle en el que se había construido (por obra humana) tres anillos concéntricos con canales de agua. Estos servían tanto para la defensa como para la irrigación de sus cultivos. De resultas de la protección de Poseidón y de las innovadoras obras de ingeniería acometidas en la isla, la Atlántida disponía de riquezas de todo tipo. 

Además, estas estaban completados por un sistema de gobierno regido por sabios que se reunían cada cierto tiempo (cinco o siete años) para impartir justicia. Por los textos de Platón que nos han llegado sobre la Atlántida, al parecer, la corrupción y el nepotismo eran ajenos a la gobernanza de la isla. 

Los habitantes habían adquirido riquezas en tal abundancia, como nunca sin duda antes de ellos ninguna casa real las poseyera semejantes y como ninguna las poseerá probablemente en el futuro… cosechan dos veces al año los productos de la tierra: en invierno utilizaban las aguas del cielo; en verano las que daba la tierra dirigiendo sus corrientes fuera de los canales. 

Platón: La Atlántida o Critias  

Y en el mismo texto Platón describe con todo lujo de detalle cómo se realizaban las reuniones que aportaban paz, prosperidad y justicia a la Atlántida. 

Cuando llegaba la obscuridad y el fuego de los sacrificios se había enfriado, se vestían todos con unas túnicas muy bellas en azul obscuro y se sentaban en tierra, en las cenizas de su sacrificio sagrado. Entonces, por la noche, después de haber apagado todas las hogueras alrededor del santuario, juzgaban y eran juzgados, si alguno de entre ellos acusaba a otro de haber delinquido en algo. Hecha justicia, grababan las sentencias, al llegar el día sobre una tablilla de oro, que consagraban en memoria, lo mismo que sus ropas. 

Platón: La Atlántida o Critias 

Sin embargo, los atlantes (habitantes de este lugar paradisiaco cercano a la utopía) comenzaron a corromperse conforme se iba degradando la estirpe divina de Poseidón. Tanto fue así que se enfrascaron en una guerra que, según las versiones, fue con Grecia o con Egipto o con los pueblos orientales europeos. De resultas de esta confrontación y también de la ira de Poseidón (que castigó a sus descendientes por alejarse del buen juicio y del amor a las leyes) la Atlántida fue presa de un gran maremoto y todo el territorio, en cuestión de días, pereció hundido en el fondo del océano. Este, desde ese momento, fue bautizado con el nombre de Atlántico.  

El mito de la Atlántida a lo largo de la historia

Si bien al día de hoy se celebran sesudos congresos y costosas expediciones arqueológicas en busca de este lugar mítico, no se ha podido encontrar rastro alguno de su existencia. Además, por el tono irónico (con una fuerte base política) del escrito de Platón, los investigadores serios (los que se atienen a la evidencia) entiende la Atlántida como una suerte de mito. Este viene a simbolizar el paraíso perdido o la tierra utópica donde la inteligencia, la razón y las virtudes son los pilares del gobierno y de la coexistencia social. 

Sin embargo, la Atlántida de Platón ha dado para hacer correr ríos de tinta, especialmente a partir del Renacimiento, cuando se vuelve a la historia, la filosofía y la literatura griega o romana. A partir del siglo XV (con la ayuda de la imprenta) se difunde la cultura clásica y la Atlántida vuelve a ser objeto de ilusión de eruditos, poetas y artistas. Su fascinación continúa a lo largo de los siglos y llega casi incólume al siglo XXI, cuando la moderna arqueología saca a la luz los últimos restos ocultos de antiguas civilizaciones. Y la Atlántida lo es como la que más. Sin embargo, no se han encontrado trazas de su existencia. 

En este orden de cosas, se ha llegado a apuntar que la Atlántida estaba situada en Creta. Y el relato parece responder a un suceso dramático confirmado por la biología y la geología, ya que la isla se vio afectada por los efectos de un volcán cuya erupción enfrió y oscureció el planeta al completo. Eso sucedió en el segundo milenio antes de Cristo. También se han realizado excavaciones en las Azores o en las Canarias intentando encontrar los vestigios de esta civilización perdida entre sus montañas de origen volcánico y rodeadas por mar. Por supuesto, no hay nada concluyente ni se han hallado siquiera restos de textos antiguos que, siendo más cercanos a la historia del lugar, avalaran, de alguna manera u otra, su existencia.  

La Atlántida de Platón como mito de una edad de oro perdida 

Me hago cargo del juicio y debemos aceptar que este emplazamiento hay que entenderlo en la órbita de los mitos, de los relatos que se pierden en la historia del tiempo y que intentan explicar el mundo y su origen. Hasta que no haya una prueba concluyente de su existencia, debemos entender la historia de esta tierra como un símbolo de la utopía. Esto es, de un no lugar perfecto regido por la justicia y la abundancia.  

Así la Atlántida evoca el tema del Paraíso, el de la Edad de Oro, que se encuentra en todas las civilizaciones, sea al albor de la humanidad, sea a su término. Su originalidad simbólica entraña la idea de que el paraíso reside en la predominancia en nosotros de nuestra naturaleza divina.

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

Además, si nos atenemos a las definiciones de la moderna psicología, la Atlántida de Platón funciona como un auténtico arquetipo. Es ese lugar perfecto que funciona mientras está regido por las virtudes del buen hacer, de la justicia, de la laboriosidad y del ingenio. Cuando estos se olvidan llegan los vicios de la arrogancia del narcisista, la pereza o el afán de apropiación. Y todo esto abona el camino para su perdición. La Atlántida, además, no solo puede ser entendida, desde el punto de vista simbólico, como un modelo social pionero para las fórmulas de la república sino también como un espacio personal perfecto o ideal en el que, con agradecimiento, nunca perdamos la guía de una vida recta. Este emplazamiento mítico, por lo demás, está hoy más vivo que nunca y no solo por la multitud de estudios costosos que se realizan en su búsqueda sino también en forma de decorado de videojuegos, películas de cine, títulos literarios y cómics. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Tres eran las Hespérides, las ninfas que guardan las estrellas de la tarde. Como espíritus protectores de la naturaleza eran jóvenes de gran belleza, delicada sutileza y adornadas con virtudes y gracia. Era su padre Atlas, el titán condenado a separar la tierra de los cielos y a llevar el peso del firmamento sobre sus espaldas tras la rebelión fallida contra Zeus y los dioses del Olimpo. A pesar de tal trabajo, se unió en amores con Héspero, estrella de la tarde. Y de aquí nacieron las Hespérides. Estas habitaban en un jardín tan hermoso que se asemejaba al paraíso donde crecían manzanas de oro que otorgaban la inmortalidad. Un dragón fiero e insomne guardaba sus puertas. Así que de primeras tenemos, por tanto, tal cúmulo de símbolos en el jardín de las Hespérides que este espacio mítico adquiere múltiples sentidos superpuestos.  

El mito representa la existencia de una especie de paraíso, objeto de los deseos humanos, y una posibilidad de inmortalidad (la manzana de oro); el dragón designa las terribles dificultades de acceso a este paraíso; Heracles el héroe que triunfa sobre todos los obstáculos. El conjunto es uno de los símbolos de la lucha del hombre para llegar a la espiritualización que le asegurará la inmortalidad.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

¿Cómo se formó el jardín de las Hespérides de la mitología? 

En el inicio de los tiempos paganos, cuando los dioses crean todo lo que está en el Universo infinito y se separan de los hombres (aunque no renuncian a amoríos, celos, pasiones y venganzas), Zeus (el dios del rayo y jefe del Olimpo) se casa con Hera (diosa de la familia, el matrimonio y la vida ordenada). A la boda están invitados todos los dioses y héroes y cada uno de ellos aporta un regalo. Gea, diosa de la tierra, queriendo ofrecer también un presente a los mortales, regala un manzano mágico cuyos frutos otorgan la vida eterna. Entusiasmada Hera, pide permiso para plantar el árbol. Al parecer, este va creciendo y se va extendiendo hasta crear un auténtico jardín de plantas maravillosas donde crecen árboles con manzanas de oro que, al morderlas, otorgan la inmortalidad.  

Para evitar que estos frutos mágicos sean robados, el jardín es vallado y se invita a vivir a las Hespérides, las hijas del condenado Titán. Las bellas ninfas se dedican a retozar, a cantar y a comer de las frutas que allí crecen. Tal emplazamiento paradisiaco tiene que estar guardado por un ser fiero que dé miedo. Así, los dioses dejan un violento dragón que es prácticamente una mascota para las Hespérides ya que con ellas se muestra manso y amigable. Sin embargo, todo extraño que ose adentrarse en este espacio perecerá bajo sus garras. Este dragón, además, no duerme y no descansa aunque sí es mortal. 

¿Dónde está situado el jardín de las Hespérides? 

Los textos de la historia y de la literatura griega que han llegado hasta nosotros a través de retazos en los libros medievales son claros con el emplazamiento. Todos coinciden en situarlo en el extremo occidental del mundo, en el sur, en la tierra fértil que bordea el Atlas. Y esto es la Península Ibérica, el trozo de mundo que baña el Guadalquivir (hoy ocupado por Sevilla, CádizCórdoba o Granada). Es la tierra que, siglos después, los árabes, al llegar a ella, también coincidieron en su esencia paradisíaca. No en vano, Al-Andalus significa Paraíso como lo es el jardín de las Hespérides. 

Puedes buscar este emplazamiento en esta bella tierra. Lamentablemente, hace mucho que ha desaparecido. Eso ocurrió cuando Heracles (o Hércules romano) se enfrascó en sus doce trabajos. El penúltimo consistía en matar al dragón y robar todas las manzanas de oro. Así lo hizo. Quedó muerta la bestia y el jardín sagrado profanado. Sin más frutos todo se secó, se perdió y se olvidó. ¿O no?  

El jardín de las Hespérides en el arte 

La Edad Media supuso el avance del cristianismo y se arrinconan los mitos paganos. Estos pervivieron únicamente tras los muros de monasterios y conventos donde se copiaban pacientemente todo aquello que llegaba a sus scriptoria. Durante esos siglos, la historiografía entendió el mito del jardín de las Hespérides como una suerte de paraíso pagano en el que el dragón era el trasunto de la serpiente bíblica. Recuperado en el Renacimiento, la iconografía fue favorita para los artistas del prerrafaelismo y su gusto por retratar lánguidas muchachas de belleza inefable en espacios naturales de sublime hermosura. Al día de hoy, el topónimo subsiste en los modernos cómics y videojuegos junto con todos los seres híbridos rescatados de la cultura clásica pagana.  

El símbolo del jardín de las Hespérides

Aunque hay investigadores que apuntan a que, en verdad, en el jardín crecían naranjas en lugar de manzanas, es esta fruta la que ha pervivido en la tradición. Actúa como un símbolo primigenio del paraíso o casi como un arquetipo según C.G.Jung. Es un lugar sobre la tierra y, por tanto, condicionado por la mortalidad y la finitud. Sin embargo, sus frutos (las manzanas de oro) otorgan esa trascendencia que solo se puede conseguir a través de la espiritualidad. Como símbolo primigenio que es, la manzana tiene sentidos contrapuestos, ya que también es la causante (según la tradición bíblica) de todo el mal que acaece a la raza humana. Su fruto genera el afán de conocimiento que no es más que la semilla de la desobediencia y de la libertad. Sin embargo, esto supone, también, la caída, el fin de la inocencia, el pecado y, en último extremo, la expulsión. 

Según el análisis de Paul Diel la manzana, por su forma esférica, significaría globalmente los deseos terrenales o la complacencia en tales deseos. La prohibición pronunciada por Yahvéh pondría en guardia al hombre contra el predominio de esos deseos, que lo arrastrarían hacia una vida materialista por una especie de regresión, en sentido opuesto a la vida espiritualizada, que es el sentido de la evolución progresiva. Esta advertencia divina da a conocer al hombre esas dos direcciones y a escoger entre la vía de los deseos terrenos y la de la espiritualidad. La manzana sería el símbolo de semejante conocimiento y de la aparición de la necesidad de escoger.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Las manzanas de oro del jardín de las Hespérides también otorgan la inmortalidad y la única manera de sobrevivir en el paraíso donde crecen es atenerse a las leyes impuestas por los dioses. Es imposible que estas permanezcan lozanas y con todo su poder más allá de las fronteras sagradas. Estamos, por tanto, ante la luz y las sombras de todo espacio paradisíaco. La felicidad, por tanto, solo es posible dentro de los muros. Esto es, si queremos vivir en el emplazamiento del paraíso hay que renunciar al afán de conocimiento (de lo que se encuentra más allá) y, en último extremo, a la libertad. El jardín de las Hespérides, por tanto, al ser la simbolización del paraíso, nos invita a elegir entre la obediencia (para quedarse en él) o el afán de conocimiento que antecede a la libertad. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

 

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Tres eran las Hespérides, las ninfas que guardan las estrellas de la tarde. Como espíritus protectores de la naturaleza eran jóvenes de gran belleza, delicada sutileza y adornadas con virtudes y gracia. Era su padre Atlas, el titán condenado a separar la tierra de los cielos y a llevar el peso del firmamento sobre sus espaldas tras la rebelión fallida contra Zeus y los dioses del Olimpo. A pesar de tal trabajo, se unió en amores con Héspero, estrella de la tarde. Y de aquí nacieron las Hespérides. Estas habitaban en un jardín tan hermoso que se asemejaba al paraíso donde crecían manzanas de oro que otorgaban la inmortalidad. Un dragón fiero e insomne guardaba sus puertas. Así que de primeras tenemos, por tanto, tal cúmulo de símbolos en el jardín de las Hespérides que este espacio mítico adquiere múltiples sentidos superpuestos.  

El mito representa la existencia de una especie de paraíso, objeto de los deseos humanos, y una posibilidad de inmortalidad (la manzana de oro); el dragón designa las terribles dificultades de acceso a este paraíso; Heracles el héroe que triunfa sobre todos los obstáculos. El conjunto es uno de los símbolos de la lucha del hombre para llegar a la espiritualización que le asegurará la inmortalidad.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

¿Cómo se formó el jardín de las Hespérides de la mitología? 

En el inicio de los tiempos paganos, cuando los dioses crean todo lo que está en el Universo infinito y se separan de los hombres (aunque no renuncian a amoríos, celos, pasiones y venganzas), Zeus (el dios del rayo y jefe del Olimpo) se casa con Hera (diosa de la familia, el matrimonio y la vida ordenada). A la boda están invitados todos los dioses y héroes y cada uno de ellos aporta un regalo. Gea, diosa de la tierra, queriendo ofrecer también un presente a los mortales, regala un manzano mágico cuyos frutos otorgan la vida eterna. Entusiasmada Hera, pide permiso para plantar el árbol. Al parecer, este va creciendo y se va extendiendo hasta crear un auténtico jardín de plantas maravillosas donde crecen árboles con manzanas de oro que, al morderlas, otorgan la inmortalidad.  

Para evitar que estos frutos mágicos sean robados, el jardín es vallado y se invita a vivir a las Hespérides, las hijas del condenado Titán. Las bellas ninfas se dedican a retozar, a cantar y a comer de las frutas que allí crecen. Tal emplazamiento paradisiaco tiene que estar guardado por un ser fiero que dé miedo. Así, los dioses dejan un violento dragón que es prácticamente una mascota para las Hespérides ya que con ellas se muestra manso y amigable. Sin embargo, todo extraño que ose adentrarse en este espacio perecerá bajo sus garras. Este dragón, además, no duerme y no descansa aunque sí es mortal. 

¿Dónde está situado el jardín de las Hespérides? 

Los textos de la historia y de la literatura griega que han llegado hasta nosotros a través de retazos en los libros medievales son claros con el emplazamiento. Todos coinciden en situarlo en el extremo occidental del mundo, en el sur, en la tierra fértil que bordea el Atlas. Y esto es la Península Ibérica, el trozo de mundo que baña el Guadalquivir (hoy ocupado por Sevilla, CádizCórdoba o Granada). Es la tierra que, siglos después, los árabes, al llegar a ella, también coincidieron en su esencia paradisíaca. No en vano, Al-Andalus significa Paraíso como lo es el jardín de las Hespérides. 

Puedes buscar este emplazamiento en esta bella tierra. Lamentablemente, hace mucho que ha desaparecido. Eso ocurrió cuando Heracles (o Hércules romano) se enfrascó en sus doce trabajos. El penúltimo consistía en matar al dragón y robar todas las manzanas de oro. Así lo hizo. Quedó muerta la bestia y el jardín sagrado profanado. Sin más frutos todo se secó, se perdió y se olvidó. ¿O no?  

El jardín de las Hespérides en el arte 

La Edad Media supuso el avance del cristianismo y se arrinconan los mitos paganos. Estos pervivieron únicamente tras los muros de monasterios y conventos donde se copiaban pacientemente todo aquello que llegaba a sus scriptoria. Durante esos siglos, la historiografía entendió el mito del jardín de las Hespérides como una suerte de paraíso pagano en el que el dragón era el trasunto de la serpiente bíblica. Recuperado en el Renacimiento, la iconografía fue favorita para los artistas del prerrafaelismo y su gusto por retratar lánguidas muchachas de belleza inefable en espacios naturales de sublime hermosura. Al día de hoy, el topónimo subsiste en los modernos cómics y videojuegos junto con todos los seres híbridos rescatados de la cultura clásica pagana.  

El símbolo del jardín de las Hespérides

Aunque hay investigadores que apuntan a que, en verdad, en el jardín crecían naranjas en lugar de manzanas, es esta fruta la que ha pervivido en la tradición. Actúa como un símbolo primigenio del paraíso o casi como un arquetipo según C.G.Jung. Es un lugar sobre la tierra y, por tanto, condicionado por la mortalidad y la finitud. Sin embargo, sus frutos (las manzanas de oro) otorgan esa trascendencia que solo se puede conseguir a través de la espiritualidad. Como símbolo primigenio que es, la manzana tiene sentidos contrapuestos, ya que también es la causante (según la tradición bíblica) de todo el mal que acaece a la raza humana. Su fruto genera el afán de conocimiento que no es más que la semilla de la desobediencia y de la libertad. Sin embargo, esto supone, también, la caída, el fin de la inocencia, el pecado y, en último extremo, la expulsión. 

Según el análisis de Paul Diel la manzana, por su forma esférica, significaría globalmente los deseos terrenales o la complacencia en tales deseos. La prohibición pronunciada por Yahvéh pondría en guardia al hombre contra el predominio de esos deseos, que lo arrastrarían hacia una vida materialista por una especie de regresión, en sentido opuesto a la vida espiritualizada, que es el sentido de la evolución progresiva. Esta advertencia divina da a conocer al hombre esas dos direcciones y a escoger entre la vía de los deseos terrenos y la de la espiritualidad. La manzana sería el símbolo de semejante conocimiento y de la aparición de la necesidad de escoger.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Las manzanas de oro del jardín de las Hespérides también otorgan la inmortalidad y la única manera de sobrevivir en el paraíso donde crecen es atenerse a las leyes impuestas por los dioses. Es imposible que estas permanezcan lozanas y con todo su poder más allá de las fronteras sagradas. Estamos, por tanto, ante la luz y las sombras de todo espacio paradisíaco. La felicidad, por tanto, solo es posible dentro de los muros. Esto es, si queremos vivir en el emplazamiento del paraíso hay que renunciar al afán de conocimiento (de lo que se encuentra más allá) y, en último extremo, a la libertad. El jardín de las Hespérides, por tanto, al ser la simbolización del paraíso, nos invita a elegir entre la obediencia (para quedarse en él) o el afán de conocimiento que antecede a la libertad. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

 

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Los faunos en la mitología y en la literatura griega eran seres híbridos, mitad humanos y mitad animales de carácter juguetón y, aunque irascibles en momentos puntuales, pacíficos. A pesar de que su origen es incierto, se cree que estos personajes provienen de la Arcadia griega, una de las regiones del Peloponeso asemejada en la cultura occidental a una suerte de paraíso sobre la tierra. Se confunden con los sátiros, aunque difieren en aspecto físico, en carácter y también en sentido simbólico. Para complicar aún más la confusión, además, se asemejan al dios Pan, el más conocido de los faunos con una desgraciada historia de amor recogida en las Metamorfosis de Ovidio (siglo I). El término proviene etimológicamente de Fauno, un dios menor o rey (según otras versiones) protector de los bosques, la vida salvaje y los rebaños a los que ayudaba para que no enfermaran y procrearan abundantemente. 

Características físicas de los faunos de la mitología  

Los faunos son siempre representados como niños crecidos, adolescentes o adultos jóvenes y siempre de sexo masculino. Tienen un carácter juguetón y en cierto modo lascivo, ya que gustan de perseguir (en plan amoroso) a todo tipo de ninfas. Con cuerpo y brazos humanos, sus piernas son patas y pezuñas de cabra. Tienen una pequeña cola en el extremo inferior de la espalda y lucen cuernos y orejas caprinas. Al contrario que los sátiros (que suelen representarse como individuos adultos, obscenos y con pies humanos) su sonrisa es pícara sin llegar al vicio de la lujuria de los sátiros. Los faunos de la mitología son, por tanto, seres inocentes, sencillos y disfrutones. Se suelen abrigar con pieles y se adornan la cabeza con racimos de uvas y pequeñas ramas de pino. 

Viven en los bosques y allí protegen los árboles, los rebaños, los animales y los elementos de la naturaleza (ríos, piedras o cuevas). Aunque son tímidos, se mezclan con los seres humanos ya que no suponen ningún peligro extremo más allá de una travesura picarona. Y todos ellos gustan de flirtear con todo tipo de ninfas (de los árboles, de los ríos o de las fuentes) con quienes se unen (en plan amoroso) con frecuencia. 

Descripción anímica y simbólica de los faunos

Los faunos tienen un carácter burlón, distendido, simpático y, cuando no están persiguiendo a ninfas y náyades, se dedican a gastar bromas a los humanos escondiendo pequeñas cosas  o confundiendo a aquellos que se atreven a adentrarse en el bosque. Aunque se han asemejado a los sátiros, no tienen el carácter lascivo y lujurioso de estos ya que no caen en el rapto o en la violación. Son de carácter más bien seductor y protector. Escuchan los susurros del bosque y advierten a los humanos de los peligros que acechan a los rebaños.  

El más famoso de los faunos es el dios Pan, protector de los bosques y enamorado de la ninfa Siringa. Sin embargo, esta no correspondía a dichas pretensiones y un día que huía de los requerimientos del fauno cayó al río Ladón hasta ahogarse a pesar de sus gritos de auxilio. Tras su muerte, fue de tal intensidad el llanto de sus hermanas que los dioses se apiadaron de la bella ninfa convirtiéndola en una cañaveral. Con sus ramas, Pan se hizo una flauta (la flauta de Pan) y con ella tocaba bellas melodías que le recordaba la voz de su amada. 

Personificación de la vida pastoril, medio bestia, medio hombre, y dios de las grutas y de los bosques, Pan inventa la flauta, para solaz de los dioses, las ninfas, los hombres y los animales. 

Jean Chevalier: Diccionario de los símbolos 

Al confundirse todos los faunos de la mitología con Pan, el más famoso de ellos, estos suelen representarse con la flauta, un símbolo de aire, de viento, de la voz que susurra o embriaga de forma placentera. Por eso, los faunos en su totalidad, se asimilan a los fastos del dios Dionisio (o Baco romano). Es este el protector del vino, de la fiesta desordenada, del caos necesario para que suceda al orden. Los faunos se han representado en la mitología y en la literatura (como en la famosa Hypnerotomachia Poliphili, uno de los libros más misteriosos de la historia e impreso a inicios del Renacimiento) siguiendo el cortejo de Dionisio. Es en esta época cuando estos personajillos entran a formar parte de la novela pastoril o de la poesía renacentista. Su protagonismo continúa en la historia del arte hasta bien entrado el siglo XIX, con el modernismo y su gusto por este tipo de seres mitológicos. A partir de las vanguardias históricas el tema decae hasta retomarse, ya en época contemporánea, en forma de personajes del cine de fantasía, cómics o videojuegos.  

En este sentido, hay que entender las figuras de los faunos de la mitología como seres juguetones de los bosques, dados a los placeres sencillos del amor y la música, dispuestos a apuntarse a fiestas desordenadas. Su espíritu burlón, por otro lado, no les impide ejercer una labor protectora hacia las criaturas de los bosques y los rebaños. Por eso, se han representado en el arte como seres que gustan de las sombras, de la siesta, de los ríos, del sol, de la música y de la buena vida que ofrece la naturaleza.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Los faunos en la mitología y en la literatura griega eran seres híbridos, mitad humanos y mitad animales de carácter juguetón y, aunque irascibles en momentos puntuales, pacíficos. A pesar de que su origen es incierto, se cree que estos personajes provienen de la Arcadia griega, una de las regiones del Peloponeso asemejada en la cultura occidental a una suerte de paraíso sobre la tierra. Se confunden con los sátiros, aunque difieren en aspecto físico, en carácter y también en sentido simbólico. Para complicar aún más la confusión, además, se asemejan al dios Pan, el más conocido de los faunos con una desgraciada historia de amor recogida en las Metamorfosis de Ovidio (siglo I). El término proviene etimológicamente de Fauno, un dios menor o rey (según otras versiones) protector de los bosques, la vida salvaje y los rebaños a los que ayudaba para que no enfermaran y procrearan abundantemente. 

Características físicas de los faunos de la mitología  

Los faunos son siempre representados como niños crecidos, adolescentes o adultos jóvenes y siempre de sexo masculino. Tienen un carácter juguetón y en cierto modo lascivo, ya que gustan de perseguir (en plan amoroso) a todo tipo de ninfas. Con cuerpo y brazos humanos, sus piernas son patas y pezuñas de cabra. Tienen una pequeña cola en el extremo inferior de la espalda y lucen cuernos y orejas caprinas. Al contrario que los sátiros (que suelen representarse como individuos adultos, obscenos y con pies humanos) su sonrisa es pícara sin llegar al vicio de la lujuria de los sátiros. Los faunos de la mitología son, por tanto, seres inocentes, sencillos y disfrutones. Se suelen abrigar con pieles y se adornan la cabeza con racimos de uvas y pequeñas ramas de pino. 

Viven en los bosques y allí protegen los árboles, los rebaños, los animales y los elementos de la naturaleza (ríos, piedras o cuevas). Aunque son tímidos, se mezclan con los seres humanos ya que no suponen ningún peligro extremo más allá de una travesura picarona. Y todos ellos gustan de flirtear con todo tipo de ninfas (de los árboles, de los ríos o de las fuentes) con quienes se unen (en plan amoroso) con frecuencia. 

Descripción anímica y simbólica de los faunos

Los faunos tienen un carácter burlón, distendido, simpático y, cuando no están persiguiendo a ninfas y náyades, se dedican a gastar bromas a los humanos escondiendo pequeñas cosas  o confundiendo a aquellos que se atreven a adentrarse en el bosque. Aunque se han asemejado a los sátiros, no tienen el carácter lascivo y lujurioso de estos ya que no caen en el rapto o en la violación. Son de carácter más bien seductor y protector. Escuchan los susurros del bosque y advierten a los humanos de los peligros que acechan a los rebaños.  

El más famoso de los faunos es el dios Pan, protector de los bosques y enamorado de la ninfa Siringa. Sin embargo, esta no correspondía a dichas pretensiones y un día que huía de los requerimientos del fauno cayó al río Ladón hasta ahogarse a pesar de sus gritos de auxilio. Tras su muerte, fue de tal intensidad el llanto de sus hermanas que los dioses se apiadaron de la bella ninfa convirtiéndola en una cañaveral. Con sus ramas, Pan se hizo una flauta (la flauta de Pan) y con ella tocaba bellas melodías que le recordaba la voz de su amada. 

Personificación de la vida pastoril, medio bestia, medio hombre, y dios de las grutas y de los bosques, Pan inventa la flauta, para solaz de los dioses, las ninfas, los hombres y los animales. 

Jean Chevalier: Diccionario de los símbolos 

Al confundirse todos los faunos de la mitología con Pan, el más famoso de ellos, estos suelen representarse con la flauta, un símbolo de aire, de viento, de la voz que susurra o embriaga de forma placentera. Por eso, los faunos en su totalidad, se asimilan a los fastos del dios Dionisio (o Baco romano). Es este el protector del vino, de la fiesta desordenada, del caos necesario para que suceda al orden. Los faunos se han representado en la mitología y en la literatura (como en la famosa Hypnerotomachia Poliphili, uno de los libros más misteriosos de la historia e impreso a inicios del Renacimiento) siguiendo el cortejo de Dionisio. Es en esta época cuando estos personajillos entran a formar parte de la novela pastoril o de la poesía renacentista. Su protagonismo continúa en la historia del arte hasta bien entrado el siglo XIX, con el modernismo y su gusto por este tipo de seres mitológicos. A partir de las vanguardias históricas el tema decae hasta retomarse, ya en época contemporánea, en forma de personajes del cine de fantasía, cómics o videojuegos.  

En este sentido, hay que entender las figuras de los faunos de la mitología como seres juguetones de los bosques, dados a los placeres sencillos del amor y la música, dispuestos a apuntarse a fiestas desordenadas. Su espíritu burlón, por otro lado, no les impide ejercer una labor protectora hacia las criaturas de los bosques y los rebaños. Por eso, se han representado en el arte como seres que gustan de las sombras, de la siesta, de los ríos, del sol, de la música y de la buena vida que ofrece la naturaleza.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Esperando a los bárbaros del poeta de Alejandría Constantino Cavafis (1863-1933) nos introduce, a través de un tema clásico e, incluso, histórico, en el asunto del otro. Los bárbaros son los otros, los que se contraponen a nosotros y, a la vez, nos reflejan, como en un espejo, lo que somos. Reproduzco el bello poema y hago un breve análisis y comentario a continuación.  

Esperando a los bárbaros de Cavafis 

 

-¿A qué esperamos congregados en la plaza? 

 

            Es que hoy llegan los bárbaros. 

 

-¿Por qué hay tan poca actividad en el Senado?

¿Por qué los senadores -sentados- no legislan?

 

            Porque hoy llegan los bárbaros. 

            ¿Qué leyes dictarían ya los senadores? 

            Cuando lleguen las dictarán los bárbaros. 

 

-¿Por qué el emperador se ha levantado tan temprano 

Y en la puerta principal de la ciudad está sentado tan solemne, en su trono, y coronado? 

 

             Porque hoy llegan los bárbaros. 

             Y nuestro emperador está esperando para

              recibir a su jefe. Incluso ha preparado 

              un pergamino para él. Y en él le ha conferido 

              nombramientos y títulos sin cuento. 

 

-¿Por qué nuestros dos cónsules y los pretores han salido hoy

con sus togas recamadas de púrpura? 

¿Por qué esos brazaletes de tantas amatistas

Y anillos de esmeraldas destellantes? 

¿Por qué empuñan bastones tan preciosos labrados

maravillosamente en oro y plata? 

 

              Porque hoy llegan los bárbaros, 

              y esas cosas deslumbran a los bárbaros. 

 

-¿Por qué los dignos oradores no vienen como siempre a lanzar

sus discursos, a soltar peroratas? 

 

               Porque hoy llegan los bárbaros, 

                y elocuencia y arengas les aburren. 

 

-¿Por qué surge de pronto esa inquietud

y confusión? (¡Qué gravedad la de esos rostros!)

¿Por qué rápidamente calles y plazas se vacían

y todos vuelven a casa pensativos? 

 

                 Porque ya ha anochecido y no llegan los bárbaros. 

                 y desde las fronteras han venido algunos 

                 diciéndonos que no existen más bárbaros. 

 

Y ahora ya sin bárbaros ¿qué será de nosotros? 

Esos hombres era una cierta solución. 

  

Esperando a los bárbaros de Cavafis y el asunto del otro

La temática del otro, el que está enfrente, el que choca, el que ataca o agrade es recurrente en la literatura de todos los tiempos y lugares. El otro es, a la vez, la excusa para moverse y también el chivo expiatorio al que se le carga de culpas, no ya de los males que pudieran provocar, sino de nuestras propias acciones. Y es en este último sentido en el que tenemos que entender uno de los más conocidos poemas de Constantino Cavafis rivalizando en belleza y profundidad con su famoso y traducido Ítaca

Esperando a los bárbaros nos sitúa en esa antigüedad clásica tan querida por el poeta a la que nos arrastra con elementos, objetos, cargos y asuntos que rememoran otros tiempos y otros mundos posibles. Sin embargo, este puñado de versos se despega de su carácter temporal y nos pone frente a frente ante nuestra propia realidad, tal como hace la mejor literatura.  

Los bárbaros, son los extranjeros, los que viven más allá de las fronteras del mundo propio. Los bárbaros son los que llegan con una cosmovisión distinta. Y esta no tiene que ser obligatoriamente fiera, salvaje o violenta. Los bárbaros son los que no participan del sistema establecido y, por tanto, son “los otros” por excelencia.  

El otro no es más que el que nos devuelve lo que somos y no queremos aceptar. El otro es el reflejo de nuestras muchas miserias y nuestras pocas virtudes. Porque el otro, el que está fuera, el que no comporte nuestras fronteras (ya sean físicas o anímicas) no es siempre el contrapuesto. El otro es, tal como nos indica el poema Esperando a los bárbaros de Cavafis, es, también, la excusa para no cambiar, para no moverse, para no atender las obligaciones.  

El otro y su simbolismo en Esperando a los bárbaros de Cavafis  

El otro, el extranjero, el que está enfrente se presenta tanto a nivel colectivo como individual. Cuando actúa de manera personal, quien se enfrenta al reto tiene dos opciones: la integración o la contraposición. Para llevar a cabo lo primero debe realizar un proceso de búsqueda, a veces doloroso y complicado, que acabará, si hay éxito, en el autoconocimiento. Por otro lado, el choque y la confrontación únicamente beneficia al ego que se auto-exime de cualquier camino de búsqueda. Esta dicotomía también se plantea a nivel colectivo y nada más hay que recordar todos esas naciones contemporáneas que se regodean en el ataque al otro, al extranjero, al bárbaro, al distinto para justificar sus miserias. Y, es precisamente, este sentido el que encontramos en el poema de Cavafis. 

Los otros, los bárbaros, los que se encuentran al otro lado de las fronteras y de las murallas, a pesar de ser un pueblo supuestamente “enemigo” también son “la solución”. Al existir, al organizar la vida en torno a la confrontación, es fácil renunciar a las obligaciones de la libertad. Hay otras tareas más urgentes (que no más importantes) que atender. Los deberes asumidos quedan en suspenso porque la excusa es el otro. Así nos encontramos exentos de intentar, al menos, actos que impliquen progreso. A los bárbaros se les espera de muchas maneras: con la procrastinación, con la cobardía, con el negarse a mirar dentro de sí. Los bárbaros son todas aquellas cosas y personas que nos impiden seguir la llamada de la trascendencia. Sin bárbaros los miembros de la raza humana se encuentran solos ante sus propias miserias.  

El proceso de individuación efectivo -el acuerdo consciente con el propio centro interior (núcleo psíquico) o “sí-mismo”- empieza generalmente con una herida de la personalidad y el sufrimiento que la acompaña. Esta conmoción inicial llega a una especie de “llamada”, aunque no siempre se la reconoce como tal. Por el contrario, el ego se siente estorbado a causa de la voluntad o su deseo, y generalmente proyecta la obstrucción hacia algo externo. Esto es, el ego acusa a Dios, o a la situación económica, o al patrono, o al cónyuge, de ser responsable de aquello que le estorba. 

M.L. von Franz: El proceso de individuación 

 

Esperando a los bárbaros de Cavafis nos sitúa, por tanto, en el otro como complemento, en el otro como excusa, en el otro como espejo, en el otro como identificación, en el otro como el mejor modo de descargar culpas. Al fin y al cabo, son bárbaros, ajenos a la civilización conocida. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

Obras de Constantino Cavafis

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Esperando a los bárbaros del poeta de Alejandría Constantino Cavafis (1863-1933) nos introduce, a través de un tema clásico e, incluso, histórico, en el asunto del otro. Los bárbaros son los otros, los que se contraponen a nosotros y, a la vez, nos reflejan, como en un espejo, lo que somos. Reproduzco el bello poema y hago un breve análisis y comentario a continuación.  

Esperando a los bárbaros de Cavafis 

 

-¿A qué esperamos congregados en la plaza? 

 

            Es que hoy llegan los bárbaros. 

 

-¿Por qué hay tan poca actividad en el Senado?

¿Por qué los senadores -sentados- no legislan?

 

            Porque hoy llegan los bárbaros. 

            ¿Qué leyes dictarían ya los senadores? 

            Cuando lleguen las dictarán los bárbaros. 

 

-¿Por qué el emperador se ha levantado tan temprano 

Y en la puerta principal de la ciudad está sentado tan solemne, en su trono, y coronado? 

 

             Porque hoy llegan los bárbaros. 

             Y nuestro emperador está esperando para

              recibir a su jefe. Incluso ha preparado 

              un pergamino para él. Y en él le ha conferido 

              nombramientos y títulos sin cuento. 

 

-¿Por qué nuestros dos cónsules y los pretores han salido hoy

con sus togas recamadas de púrpura? 

¿Por qué esos brazaletes de tantas amatistas

Y anillos de esmeraldas destellantes? 

¿Por qué empuñan bastones tan preciosos labrados

maravillosamente en oro y plata? 

 

              Porque hoy llegan los bárbaros, 

              y esas cosas deslumbran a los bárbaros. 

 

-¿Por qué los dignos oradores no vienen como siempre a lanzar

sus discursos, a soltar peroratas? 

 

               Porque hoy llegan los bárbaros, 

                y elocuencia y arengas les aburren. 

 

-¿Por qué surge de pronto esa inquietud

y confusión? (¡Qué gravedad la de esos rostros!)

¿Por qué rápidamente calles y plazas se vacían

y todos vuelven a casa pensativos? 

 

                 Porque ya ha anochecido y no llegan los bárbaros. 

                 y desde las fronteras han venido algunos 

                 diciéndonos que no existen más bárbaros. 

 

Y ahora ya sin bárbaros ¿qué será de nosotros? 

Esos hombres era una cierta solución. 

  

Esperando a los bárbaros de Cavafis y el asunto del otro

La temática del otro, el que está enfrente, el que choca, el que ataca o agrade es recurrente en la literatura de todos los tiempos y lugares. El otro es, a la vez, la excusa para moverse y también el chivo expiatorio al que se le carga de culpas, no ya de los males que pudieran provocar, sino de nuestras propias acciones. Y es en este último sentido en el que tenemos que entender uno de los más conocidos poemas de Constantino Cavafis rivalizando en belleza y profundidad con su famoso y traducido Ítaca

Esperando a los bárbaros nos sitúa en esa antigüedad clásica tan querida por el poeta a la que nos arrastra con elementos, objetos, cargos y asuntos que rememoran otros tiempos y otros mundos posibles. Sin embargo, este puñado de versos se despega de su carácter temporal y nos pone frente a frente ante nuestra propia realidad, tal como hace la mejor literatura.  

Los bárbaros, son los extranjeros, los que viven más allá de las fronteras del mundo propio. Los bárbaros son los que llegan con una cosmovisión distinta. Y esta no tiene que ser obligatoriamente fiera, salvaje o violenta. Los bárbaros son los que no participan del sistema establecido y, por tanto, son “los otros” por excelencia.  

El otro no es más que el que nos devuelve lo que somos y no queremos aceptar. El otro es el reflejo de nuestras muchas miserias y nuestras pocas virtudes. Porque el otro, el que está fuera, el que no comporte nuestras fronteras (ya sean físicas o anímicas) no es siempre el contrapuesto. El otro es, tal como nos indica el poema Esperando a los bárbaros de Cavafis, es, también, la excusa para no cambiar, para no moverse, para no atender las obligaciones.  

El otro y su simbolismo en Esperando a los bárbaros de Cavafis  

El otro, el extranjero, el que está enfrente se presenta tanto a nivel colectivo como individual. Cuando actúa de manera personal, quien se enfrenta al reto tiene dos opciones: la integración o la contraposición. Para llevar a cabo lo primero debe realizar un proceso de búsqueda, a veces doloroso y complicado, que acabará, si hay éxito, en el autoconocimiento. Por otro lado, el choque y la confrontación únicamente beneficia al ego que se auto-exime de cualquier camino de búsqueda. Esta dicotomía también se plantea a nivel colectivo y nada más hay que recordar todos esas naciones contemporáneas que se regodean en el ataque al otro, al extranjero, al bárbaro, al distinto para justificar sus miserias. Y, es precisamente, este sentido el que encontramos en el poema de Cavafis. 

Los otros, los bárbaros, los que se encuentran al otro lado de las fronteras y de las murallas, a pesar de ser un pueblo supuestamente “enemigo” también son “la solución”. Al existir, al organizar la vida en torno a la confrontación, es fácil renunciar a las obligaciones de la libertad. Hay otras tareas más urgentes (que no más importantes) que atender. Los deberes asumidos quedan en suspenso porque la excusa es el otro. Así nos encontramos exentos de intentar, al menos, actos que impliquen progreso. A los bárbaros se les espera de muchas maneras: con la procrastinación, con la cobardía, con el negarse a mirar dentro de sí. Los bárbaros son todas aquellas cosas y personas que nos impiden seguir la llamada de la trascendencia. Sin bárbaros los miembros de la raza humana se encuentran solos ante sus propias miserias.  

El proceso de individuación efectivo -el acuerdo consciente con el propio centro interior (núcleo psíquico) o “sí-mismo”- empieza generalmente con una herida de la personalidad y el sufrimiento que la acompaña. Esta conmoción inicial llega a una especie de “llamada”, aunque no siempre se la reconoce como tal. Por el contrario, el ego se siente estorbado a causa de la voluntad o su deseo, y generalmente proyecta la obstrucción hacia algo externo. Esto es, el ego acusa a Dios, o a la situación económica, o al patrono, o al cónyuge, de ser responsable de aquello que le estorba. 

M.L. von Franz: El proceso de individuación 

 

Esperando a los bárbaros de Cavafis nos sitúa, por tanto, en el otro como complemento, en el otro como excusa, en el otro como espejo, en el otro como identificación, en el otro como el mejor modo de descargar culpas. Al fin y al cabo, son bárbaros, ajenos a la civilización conocida. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

Obras de Constantino Cavafis

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Ítaca no solo es uno de los mejores poemas de Constantino Cavafis (1863-1933) sino que se ha elevado hacia las más altas cumbres de la literatura universal. Aunque es difícil explicar las razones en literatura, no por ello debemos darnos por vencidos. Y mucho menos nada más empezar. Estos versos rememoran un mundo sensual perdido, de belleza clásica y, a la vez, nos interpela con un tema intemporal presente en el interior del alma humana: la búsqueda de la trascendencia o el encuentro con el “sí-mismo”, según la terminología de Jung. Así, y como veremos a continuación, el poema Ítaca de Cavafis nos introduce en ese particular viaje espiritual de los llamados individuos buscadores, aquellos que no temen a la soledad y se enfrascan en aventuras tanto interiores como exteriores anhelando una verdad personal, individual e intransferible. 

 

ÍTACA, el gran poema de Constantino Cavafis 

 

Cuando salgas de viaje para Ítaca, 

desea que el camino sea largo, 

colmado de aventuras, colmado de experiencias. 

A los lestrigones y a los cíclopes, 

al irascible Posidón no temas,

pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino, 

si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita

emoción te toca cuerpo y alma. 

A los lestrigones y a los cíclopes, 

al fiero Posidón no encontrarás, 

a no ser que los lleves ya en tu alma, 

a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti. 

 

Desea que el camino sea largo. 

Que sean muchas las mañanas estivales

en que -¡y con qué alegre placer!- 

entres en puertos que ves por vez primera. 

Deténte en los mercados fenicios

para adquirir sus bellas mercancías, 

madreperlas y nácares, ébanos y ámbares, 

y voluptuosos perfumes de todas las clases,

todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles. 

Y vete a muchas ciudades de Egipto

y aprende, aprende de los sabios. 

 

Mantén siempre a Ítaca en tu mente. 

Llegar allí es tu destino. 

Pero no tengas la menor prisa en tu viaje. 

Es mejor que dure muchos años

y que viejo al fin arribes a la isla, 

rico por todas las ganancias de tu viaje, 

sin esperar que Ítaca te va a ofrecer riquezas. 

 

Ítaca te ha dado un viaje hermoso. 

Sin ella no te habrías puesto en marcha. 

Pero no tiene ya más que ofrecerte. 

Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado. 

Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia, 

ya habrás comprendido el significado de las Ítacas. 

 

Análisis de Ítaca de Cavafis 

Vamos a hacer como si no supiéramos nada (ni siquiera lo básico e imprescindible de la cultura occidental) para proceder a desmenuzar (en plan esquemático) algunos elementos del poema, fundamentales para su compresión última. Llegados a este punto hay que recordar que Cavafis era un alejandrino (egipcio, por tanto) que escribía en griego, que había recibido una exquisita educación y formación en cultura clásica y que esta está presente en buena parte de sus poemas. 

1.- El texto se titula Ítaca. Es esta la tierra de la que es rey Ulises (Odiseo en griego). Por tanto, el poeta interpela al héroe de la Odisea de Homero, texto básico de la literatura griega y semilla misma de la cultura occidental. Ulises, tras la guerra de Troya (relatada en la Ilíada) intenta regresar a casa (a Ítaca) con sus tropas. Sin embargo, el viaje se vuelve tan azaroso que solo regresa (cansado, solo y viejo) pasados veinte años. Una vez allí, debe recuperar el trono que legítimamente le corresponde. Tal cual Ulises, cada uno de los individuos buscadores de la compleja raza humana (esto es, los que leen poesía) van tras su particular Ítaca, trasunto simbólico del “sí-mismo” o self según la terminología de Jung. Por tanto, y ya estoy adelantando mucho, el poeta nos interpela y se interpela en este poema y nos llama a la búsqueda de la verdad, de la reunión entre la sombra y la luz del espíritu humano.  

2.- Los lestrigones son un pueblo de gigantes antropófagos que destruyen once de las doce naves con las que Ulises y sus hombres salen de Troya. La escabechina fue tremenda y el héroe, con un único barco y con el corazón rebosante de tristeza, se pone, de nuevo en marcha hacia Ítaca, su tierra y de la que salieron para hacer la guerra. 

3.- Los cíclopes son seres fieros, gigantes también antropófagos que tienen un solo ojo en la frente sobre la línea de las cejas. Ulises pudo zafarse de uno de ellos, de nombre Polifemo, con astucia al hacerle creer que su nombre era Nadie. Así, cuando la bestia llamó a sus hermanos para que le ayudaran, solo pudo decir, en su simpleza: “Nadie me causa dolor”. Por tanto, la llamada de socorro no fue atendida y Polifemo, por la acción de Ulises, se queda ciego de su único ojo. Llegados a este punto hay que anotar que los monstruos, sean del tipo que sean, actúan a nivel de arquetipos y actúan como la simbolización de la sombra, la oscuridad, lo oculto y los tejemanejes del ego que impiden la consecución de la trascendencia. Tal como nos dice el poema, no te saldrán al paso, “a no ser que los lleves ya en tu alma”.  

4.- Posidón o Poseidón o Neptuno era el dios pagano de los mares, señor irascible de las tormentas, siempre dispuesto a causar un cruel naufragio a sus enemigos y padre de Polifemo, aunque la estirpe de los cíclopes provienen del dios del cielo y de Gea, señora de la tierra. En venganza por haber cegado a su hijo, castigó a Ulises impidiendo el regreso a casa y haciendo que, una y otra vez, se perdiera en el mar llegando a islas extrañas. Posidón o Poseidón, por tanto, “permitió” el viaje del héroe. 

5.- Los sabios de Egipto nos remite, sin duda, a esa Biblioteca de Alejandría, compendio del saber de la antigüedad donde se reunían filósofos, historiadores, poetas y botánicos. En los poemas de Cavafis se transparenta no solo un amor por la cultura clásica sino también por lo que supuso Alejandría, un cruce entre Egipto, Roma-Grecia y, en el tiempo en el que vivió, la agresiva cultura anglosajona. En otro de sus hermosos poemas, el dedicado a Amones nos dice:

… Y que tus versos, Rafael, se escriban de tal forma

que, ya sabes, nuestra vida en su interior contengan, 

y que su ritmo y cada frase muestren 

que de un alejandrino escribe alguien de Alejandría. 

 Itaca de Cavafis

Significado del poema: la búsqueda hacia el interior de sí  

El poema Ítaca de Cavafis, por tanto, nos habla de tú a tú y nos interpela a buscar nuestra particular Ítaca que no es más que el trasunto de la trascendencia, el trono que legítimamente corresponde a los individuos buscadores. Y lo hace cargado de una sensualidad oriental invitándonos a que el camino sea largo, a que no haya prisa, al conocimiento, a la experiencia y, por supuesto, al placer. No hay camino de lágrimas en Ítaca. Hay esfuerzo. Hay pruebas. Pero todos los contratiempos son excusas para la experiencia y el disfrute (“todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles”). Y ese verso puede interpretarse en el sentido literal o en el más simbólico (olor humano procedente del encuentro personal o sexual). 

…el único viaje válido es aquel que realiza el hombre en el interior de sí mismo. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Porque el viaje será por las islas azules del Egeo o del Mediterráneo donde esperan hechiceras o sirenas. Sin embargo, este no es más que el trasunto simbólico hacia el periplo interno, hacia lo más profundo del ser, hacia la esencia misma de la persona, hacia la reunión de aquello escindido y escondido que, de completarse, permite el autoconocimiento y la felicidad.  

El sentido simbólico del viaje en el poema Ítaca de Cavafis 

… el esfuerzo deliberado por trascender por medio de la transformación de uno mismo, los límites de lo dado y realizar una parcela de esa ilimitada potencialidad a través de la búsqueda de un objetivo futuro que no puede ser plenamente conocido de antemano ni definitivamente alcanzado.  

Robert M. Torrance: La búsqueda espiritual

Hay que entender que ese buscar (por medio de esa transformación propia y a través de la autosuperación de una serie de pruebas, ya sean estas de índole física o meramente espiritual)  no es lo común al ser humano. Más bien, la mayoría de los individuos pasan por la vida como “maletas en la cinta de un aeropuerto”. La búsqueda es, por supuesto, humana pero no es universalmente humana. Me explico. La gran mayoría de individuos (pertenezcan a una cultura u otra) no sienten esa necesidad de superación y auto-trascendencia y, más bien, se conforman con aquello dado, impuesto o aceptado generalmente. La generalidad se caracteriza por un conformismo que es ajeno a cualquier sistema de búsqueda, el cual casi siempre, comienza con una desobediencia, por una no-aceptación de aquello que se impone. Por tanto, el buscar no es la universalidad para convertirse en una particularidad.

La búsqueda es, esencialmente, la necesidad espiritual de aquél que desobedece, que se aparta, que no le da miedo la soledad, del que tiene imperioso deseo de diferencia y de encontrar aquello que no es común, establecido, sancionado por la legalidad o por la normativa sagrada de una comunidad dada. El buscar es la característica del héroe, como el Ulises del poema Ítaca de Cavafis. Y para realizar esa búsqueda debe emprender un duro viaje por caminos no hollados en los que acechan peligros inimaginables (lestrigones, cíclopes, un dios enfurecido…) que, necesariamente, tiene que sortear. El buscar, por tanto, no pertenece a la generalidad de los miembros de la raza humana sino a una pequeña parte de ellos. Así, un pequeño porcentaje de individuos tiene esa necesidad de buscar. El buscar es siempre individual. 

“Llegar allí es tu destino”. Alcanzar Ítaca, es la finalidad. Es la meta de la búsqueda y esta no es más que la consecución de la trascendencia, la unión con el self o “sí-mismo”, según Jung. En este sentido tengo que anotar que el viaje es un motivo recurrente a la hora de simbolizar lo que Jung denominó “proceso de individuación”, la meta hacia el encuentro con el self, el “sí-mismo”, hacia la unión del desgajamiento producido por el desconocimiento y la no aceptación del inconsciente. El símbolo más común para representar este encuentro con la propia individuación es el viaje a tierras totalmente desconocidas, tal como se ha presentado en la literatura antigua (La Odisea) o la moderna (Don Quijote de la Mancha) o la más cercana a nuestro tiempo (Ulises de Joyce, el esperpento Luces de Bohemia de Valle Inclán, etc).  

El “sí-mismo” es conocido por los pueblos primitivos. Los griegos lo denominaban daimon y los romanos genius. El “sí-mismo” es el centro del espíritu, distinto de la conciencia, es el regulador de la personalidad y se identifica con la totalidad de la psique. El “sí-mismo” puede emerger totalmente si el hombre trabaja en ello y lo lleva a su conciencia asumiendo tanto lo negativo como lo positivo del inconsciente, es decir, tras la unión del inconsciente con el consciente o, por el contrario, puede ser aplastado por el ego, con lo que el individuo quedará completamente escindido o desgajadas las partes luminosas de las oscuras.  

A través del viaje “ya habrás comprendido el significado de las Ítacas”. Y esta meta, ese emplazamiento buscado, es el símbolo de esa unión de consciente e inconsciente, de sombra y de luz que lleva a la sabiduría (“Convertido en tan sabio..”), la serenidad y, en último extremo, la felicidad. El interlocutor del poema Ítaca de Cavafis es un héroe que busca más allá de lo dado. El premio, por tanto, por tal valentía es el viaje mismo (la experiencia) y el trono que legítimamente le pertenece. Y este no es más que el encuentro con el “sí-mismo”, la reunión de la sombra y la luz, el inconsciente y el consciente, la cultura y los instintos en un mismo emplazamiento.   

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

Obras de Constantino Cavafis

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Ítaca no solo es uno de los mejores poemas de Constantino Cavafis (1863-1933) sino que se ha elevado hacia las más altas cumbres de la literatura universal. Aunque es difícil explicar las razones en literatura, no por ello debemos darnos por vencidos. Y mucho menos nada más empezar. Estos versos rememoran un mundo sensual perdido, de belleza clásica y, a la vez, nos interpela con un tema intemporal presente en el interior del alma humana: la búsqueda de la trascendencia o el encuentro con el “sí-mismo”, según la terminología de Jung. Así, y como veremos a continuación, el poema Ítaca de Cavafis nos introduce en ese particular viaje espiritual de los llamados individuos buscadores, aquellos que no temen a la soledad y se enfrascan en aventuras tanto interiores como exteriores anhelando una verdad personal, individual e intransferible. 

 

ÍTACA, el gran poema de Constantino Cavafis 

 

Cuando salgas de viaje para Ítaca, 

desea que el camino sea largo, 

colmado de aventuras, colmado de experiencias. 

A los lestrigones y a los cíclopes, 

al irascible Posidón no temas,

pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino, 

si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita

emoción te toca cuerpo y alma. 

A los lestrigones y a los cíclopes, 

al fiero Posidón no encontrarás, 

a no ser que los lleves ya en tu alma, 

a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti. 

 

Desea que el camino sea largo. 

Que sean muchas las mañanas estivales

en que -¡y con qué alegre placer!- 

entres en puertos que ves por vez primera. 

Deténte en los mercados fenicios

para adquirir sus bellas mercancías, 

madreperlas y nácares, ébanos y ámbares, 

y voluptuosos perfumes de todas las clases,

todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles. 

Y vete a muchas ciudades de Egipto

y aprende, aprende de los sabios. 

 

Mantén siempre a Ítaca en tu mente. 

Llegar allí es tu destino. 

Pero no tengas la menor prisa en tu viaje. 

Es mejor que dure muchos años

y que viejo al fin arribes a la isla, 

rico por todas las ganancias de tu viaje, 

sin esperar que Ítaca te va a ofrecer riquezas. 

 

Ítaca te ha dado un viaje hermoso. 

Sin ella no te habrías puesto en marcha. 

Pero no tiene ya más que ofrecerte. 

Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado. 

Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia, 

ya habrás comprendido el significado de las Ítacas. 

 

Análisis de Ítaca de Cavafis 

Vamos a hacer como si no supiéramos nada (ni siquiera lo básico e imprescindible de la cultura occidental) para proceder a desmenuzar (en plan esquemático) algunos elementos del poema, fundamentales para su compresión última. Llegados a este punto hay que recordar que Cavafis era un alejandrino (egipcio, por tanto) que escribía en griego, que había recibido una exquisita educación y formación en cultura clásica y que esta está presente en buena parte de sus poemas. 

1.- El texto se titula Ítaca. Es esta la tierra de la que es rey Ulises (Odiseo en griego). Por tanto, el poeta interpela al héroe de la Odisea de Homero, texto básico de la literatura griega y semilla misma de la cultura occidental. Ulises, tras la guerra de Troya (relatada en la Ilíada) intenta regresar a casa (a Ítaca) con sus tropas. Sin embargo, el viaje se vuelve tan azaroso que solo regresa (cansado, solo y viejo) pasados veinte años. Una vez allí, debe recuperar el trono que legítimamente le corresponde. Tal cual Ulises, cada uno de los individuos buscadores de la compleja raza humana (esto es, los que leen poesía) van tras su particular Ítaca, trasunto simbólico del “sí-mismo” o self según la terminología de Jung. Por tanto, y ya estoy adelantando mucho, el poeta nos interpela y se interpela en este poema y nos llama a la búsqueda de la verdad, de la reunión entre la sombra y la luz del espíritu humano.  

2.- Los lestrigones son un pueblo de gigantes antropófagos que destruyen once de las doce naves con las que Ulises y sus hombres salen de Troya. La escabechina fue tremenda y el héroe, con un único barco y con el corazón rebosante de tristeza, se pone, de nuevo en marcha hacia Ítaca, su tierra y de la que salieron para hacer la guerra. 

3.- Los cíclopes son seres fieros, gigantes también antropófagos que tienen un solo ojo en la frente sobre la línea de las cejas. Ulises pudo zafarse de uno de ellos, de nombre Polifemo, con astucia al hacerle creer que su nombre era Nadie. Así, cuando la bestia llamó a sus hermanos para que le ayudaran, solo pudo decir, en su simpleza: “Nadie me causa dolor”. Por tanto, la llamada de socorro no fue atendida y Polifemo, por la acción de Ulises, se queda ciego de su único ojo. Llegados a este punto hay que anotar que los monstruos, sean del tipo que sean, actúan a nivel de arquetipos y actúan como la simbolización de la sombra, la oscuridad, lo oculto y los tejemanejes del ego que impiden la consecución de la trascendencia. Tal como nos dice el poema, no te saldrán al paso, “a no ser que los lleves ya en tu alma”.  

4.- Posidón o Poseidón o Neptuno era el dios pagano de los mares, señor irascible de las tormentas, siempre dispuesto a causar un cruel naufragio a sus enemigos y padre de Polifemo, aunque la estirpe de los cíclopes provienen del dios del cielo y de Gea, señora de la tierra. En venganza por haber cegado a su hijo, castigó a Ulises impidiendo el regreso a casa y haciendo que, una y otra vez, se perdiera en el mar llegando a islas extrañas. Posidón o Poseidón, por tanto, “permitió” el viaje del héroe. 

5.- Los sabios de Egipto nos remite, sin duda, a esa Biblioteca de Alejandría, compendio del saber de la antigüedad donde se reunían filósofos, historiadores, poetas y botánicos. En los poemas de Cavafis se transparenta no solo un amor por la cultura clásica sino también por lo que supuso Alejandría, un cruce entre Egipto, Roma-Grecia y, en el tiempo en el que vivió, la agresiva cultura anglosajona. En otro de sus hermosos poemas, el dedicado a Amones nos dice:

… Y que tus versos, Rafael, se escriban de tal forma

que, ya sabes, nuestra vida en su interior contengan, 

y que su ritmo y cada frase muestren 

que de un alejandrino escribe alguien de Alejandría. 

 Itaca de Cavafis

Significado del poema: la búsqueda hacia el interior de sí  

El poema Ítaca de Cavafis, por tanto, nos habla de tú a tú y nos interpela a buscar nuestra particular Ítaca que no es más que el trasunto de la trascendencia, el trono que legítimamente corresponde a los individuos buscadores. Y lo hace cargado de una sensualidad oriental invitándonos a que el camino sea largo, a que no haya prisa, al conocimiento, a la experiencia y, por supuesto, al placer. No hay camino de lágrimas en Ítaca. Hay esfuerzo. Hay pruebas. Pero todos los contratiempos son excusas para la experiencia y el disfrute (“todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles”). Y ese verso puede interpretarse en el sentido literal o en el más simbólico (olor humano procedente del encuentro personal o sexual). 

…el único viaje válido es aquel que realiza el hombre en el interior de sí mismo. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Porque el viaje será por las islas azules del Egeo o del Mediterráneo donde esperan hechiceras o sirenas. Sin embargo, este no es más que el trasunto simbólico hacia el periplo interno, hacia lo más profundo del ser, hacia la esencia misma de la persona, hacia la reunión de aquello escindido y escondido que, de completarse, permite el autoconocimiento y la felicidad.  

El sentido simbólico del viaje en el poema Ítaca de Cavafis 

… el esfuerzo deliberado por trascender por medio de la transformación de uno mismo, los límites de lo dado y realizar una parcela de esa ilimitada potencialidad a través de la búsqueda de un objetivo futuro que no puede ser plenamente conocido de antemano ni definitivamente alcanzado.  

Robert M. Torrance: La búsqueda espiritual

Hay que entender que ese buscar (por medio de esa transformación propia y a través de la autosuperación de una serie de pruebas, ya sean estas de índole física o meramente espiritual)  no es lo común al ser humano. Más bien, la mayoría de los individuos pasan por la vida como “maletas en la cinta de un aeropuerto”. La búsqueda es, por supuesto, humana pero no es universalmente humana. Me explico. La gran mayoría de individuos (pertenezcan a una cultura u otra) no sienten esa necesidad de superación y auto-trascendencia y, más bien, se conforman con aquello dado, impuesto o aceptado generalmente. La generalidad se caracteriza por un conformismo que es ajeno a cualquier sistema de búsqueda, el cual casi siempre, comienza con una desobediencia, por una no-aceptación de aquello que se impone. Por tanto, el buscar no es la universalidad para convertirse en una particularidad.

La búsqueda es, esencialmente, la necesidad espiritual de aquél que desobedece, que se aparta, que no le da miedo la soledad, del que tiene imperioso deseo de diferencia y de encontrar aquello que no es común, establecido, sancionado por la legalidad o por la normativa sagrada de una comunidad dada. El buscar es la característica del héroe, como el Ulises del poema Ítaca de Cavafis. Y para realizar esa búsqueda debe emprender un duro viaje por caminos no hollados en los que acechan peligros inimaginables (lestrigones, cíclopes, un dios enfurecido…) que, necesariamente, tiene que sortear. El buscar, por tanto, no pertenece a la generalidad de los miembros de la raza humana sino a una pequeña parte de ellos. Así, un pequeño porcentaje de individuos tiene esa necesidad de buscar. El buscar es siempre individual. 

“Llegar allí es tu destino”. Alcanzar Ítaca, es la finalidad. Es la meta de la búsqueda y esta no es más que la consecución de la trascendencia, la unión con el self o “sí-mismo”, según Jung. En este sentido tengo que anotar que el viaje es un motivo recurrente a la hora de simbolizar lo que Jung denominó “proceso de individuación”, la meta hacia el encuentro con el self, el “sí-mismo”, hacia la unión del desgajamiento producido por el desconocimiento y la no aceptación del inconsciente. El símbolo más común para representar este encuentro con la propia individuación es el viaje a tierras totalmente desconocidas, tal como se ha presentado en la literatura antigua (La Odisea) o la moderna (Don Quijote de la Mancha) o la más cercana a nuestro tiempo (Ulises de Joyce, el esperpento Luces de Bohemia de Valle Inclán, etc).  

El “sí-mismo” es conocido por los pueblos primitivos. Los griegos lo denominaban daimon y los romanos genius. El “sí-mismo” es el centro del espíritu, distinto de la conciencia, es el regulador de la personalidad y se identifica con la totalidad de la psique. El “sí-mismo” puede emerger totalmente si el hombre trabaja en ello y lo lleva a su conciencia asumiendo tanto lo negativo como lo positivo del inconsciente, es decir, tras la unión del inconsciente con el consciente o, por el contrario, puede ser aplastado por el ego, con lo que el individuo quedará completamente escindido o desgajadas las partes luminosas de las oscuras.  

A través del viaje “ya habrás comprendido el significado de las Ítacas”. Y esta meta, ese emplazamiento buscado, es el símbolo de esa unión de consciente e inconsciente, de sombra y de luz que lleva a la sabiduría (“Convertido en tan sabio..”), la serenidad y, en último extremo, la felicidad. El interlocutor del poema Ítaca de Cavafis es un héroe que busca más allá de lo dado. El premio, por tanto, por tal valentía es el viaje mismo (la experiencia) y el trono que legítimamente le pertenece. Y este no es más que el encuentro con el “sí-mismo”, la reunión de la sombra y la luz, el inconsciente y el consciente, la cultura y los instintos en un mismo emplazamiento.   

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

Obras de Constantino Cavafis

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La tribu de los lestrigones aparece en el canto X de la Odisea. Son descritos por Homero como unos gigantes de gran fiereza y que practicaban la antropofagia con sus enemigos. Fueron, en última instancia, los causantes del desastre que narra este gran poema de la literatura griega, ya que destruyeron prácticamente toda la flota de barcos comandada por Ulises. Vamos por partes. 

Los lestrigones en la aventura de la Odisea  

Tras la guerra de Troya y en su viaje de vuelta a Ítaca, Ulises pidió ayuda a Eolo, dios de los vientos. Este le entregó una bolsa con los aires del oeste con una única condición: que no abriera el paquete hasta llegar a su hogar. Faltaba poco para arribar a destino cuando los hombres de Ulises, movidos por la curiosidad, abrieron la bolsa esparciendo vientos, tormentas y truenos. Y, con este estado del mar y del cielo, se perdieron, tanto que Ulises, el único superviviente de la travesía, tardó veinte años en llegar a su Ítaca amada. 

Tras perderse, los doce barcos que componían la flota comanda por Ulises llegaron al hogar de los lotófagos, de los ciclones y de los cíclopes donde se perdieron algunos hombres, ya que estos gigantes de un solo ojo también gustaban de comer carne humana. Pudieron salir huyendo sin demasiadas bajas y, a continuación, tras seis días a la deriva, arriban al país de los lestrigones. 

Estos seres fueron descritos como extremadamente rústicos y sencillos, ya que ni siquiera conocían la agricultura. Aunque con la talla de gigantes, los hombres de Ulises no se dieron cuenta de su ferocidad hasta que ya era demasiado tarde. La ciudad de los lestrigones se llamaba Telépilo de Lamos y se sitúa en la actual Sicilia.  Tenía un puerto natural en el que fueron amarradas once naves. La de Ulises se quedó al resguardo en una cueva natural, ya que no cabía en este espacio. Nuestro héroe se sube a un alcor y divisa signos de civilización. Así que manda una avanzadilla para presentar sus respetos al rey del lugar. Sabremos un poco más tarde que su nombre era Antífates.  

La destrucción causada por los lestrigones  

Envía a un heraldo de nombre desconocido y a dos hombres más. Uno es Euríloco, cuñado y lugarteniente de Ulises que es uno de los pocos supervivientes de esta aventura y también de la siguiente, la de la hechicera Circe. Avanzando en el relato de la Odisea nos enteramos que Euríloco es un ser cobarde e inconsistente. Es, en último extremo, el causante del destrozo de la última nave al aconsejar sacrificar al ganado divino y provocar la ira de los dioses. El segundo hombre era Polites que también llegó vivo a la isla de la hechicera Circe. Fue de los últimos en morir. Pues bien estos dos hombres, en ese momento de total confianza de Ulises, se adentran en el territorio de los lestrigones.  

Por el camino se encuentran a una muchacha que llenaba un cántaro de agua de una fuente y les dice que es la hija del rey. Los conduce hasta palacio y allí les recibe una giganta, la reina, que manda aviso a su esposo de la llegada de los extranjeros. Este deja apresuradamente la reunión que tenía y se dirige hacia su casa. Sin mediar más palabras, allí mismo mata y devora al heraldo de nombre desconocido. Aterrorizados, Euríloco y Polites salen corriendo intentando avisar a sus compañeros del gran peligro al que se enfrentaban.  

No sirvió de nada las carreras y el buen hacer de los dos hombres, ya que el rey de los lestrigones, Antífates, logró movilizar a todo su pueblo con grandes voces. Y todos los gigantes se dirigieron hacia el puerto cargados de grandes piedras que arrojaron sin piedad sobre los once barcos y sus tripulantes. La escabechina fue de tal calibre que todos ellos perecieron excepto los hombres que se habían quedado a resguardo y escondidos en la cueva. Euríloco y Polites pudieron alcanzar esta nave.  

Con gran dolor y pesar en el corazón, Ulises y sus hombres abandonaron el país de los lestrigones que tanto mal habían causado a sus valientes tropas. El siguiente destino fue la isla de la hechicera Circe donde permanecieron un año. Fue Polites el que convenció a su jefe de la necesidad de retomar el rumbo hacia Ítaca.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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La tribu de los lestrigones aparece en el canto X de la Odisea. Son descritos por Homero como unos gigantes de gran fiereza y que practicaban la antropofagia con sus enemigos. Fueron, en última instancia, los causantes del desastre que narra este gran poema de la literatura griega, ya que destruyeron prácticamente toda la flota de barcos comandada por Ulises. Vamos por partes. 

Los lestrigones en la aventura de la Odisea  

Tras la guerra de Troya y en su viaje de vuelta a Ítaca, Ulises pidió ayuda a Eolo, dios de los vientos. Este le entregó una bolsa con los aires del oeste con una única condición: que no abriera el paquete hasta llegar a su hogar. Faltaba poco para arribar a destino cuando los hombres de Ulises, movidos por la curiosidad, abrieron la bolsa esparciendo vientos, tormentas y truenos. Y, con este estado del mar y del cielo, se perdieron, tanto que Ulises, el único superviviente de la travesía, tardó veinte años en llegar a su Ítaca amada. 

Tras perderse, los doce barcos que componían la flota comanda por Ulises llegaron al hogar de los lotófagos, de los ciclones y de los cíclopes donde se perdieron algunos hombres, ya que estos gigantes de un solo ojo también gustaban de comer carne humana. Pudieron salir huyendo sin demasiadas bajas y, a continuación, tras seis días a la deriva, arriban al país de los lestrigones. 

Estos seres fueron descritos como extremadamente rústicos y sencillos, ya que ni siquiera conocían la agricultura. Aunque con la talla de gigantes, los hombres de Ulises no se dieron cuenta de su ferocidad hasta que ya era demasiado tarde. La ciudad de los lestrigones se llamaba Telépilo de Lamos y se sitúa en la actual Sicilia.  Tenía un puerto natural en el que fueron amarradas once naves. La de Ulises se quedó al resguardo en una cueva natural, ya que no cabía en este espacio. Nuestro héroe se sube a un alcor y divisa signos de civilización. Así que manda una avanzadilla para presentar sus respetos al rey del lugar. Sabremos un poco más tarde que su nombre era Antífates.  

La destrucción causada por los lestrigones  

Envía a un heraldo de nombre desconocido y a dos hombres más. Uno es Euríloco, cuñado y lugarteniente de Ulises que es uno de los pocos supervivientes de esta aventura y también de la siguiente, la de la hechicera Circe. Avanzando en el relato de la Odisea nos enteramos que Euríloco es un ser cobarde e inconsistente. Es, en último extremo, el causante del destrozo de la última nave al aconsejar sacrificar al ganado divino y provocar la ira de los dioses. El segundo hombre era Polites que también llegó vivo a la isla de la hechicera Circe. Fue de los últimos en morir. Pues bien estos dos hombres, en ese momento de total confianza de Ulises, se adentran en el territorio de los lestrigones.  

Por el camino se encuentran a una muchacha que llenaba un cántaro de agua de una fuente y les dice que es la hija del rey. Los conduce hasta palacio y allí les recibe una giganta, la reina, que manda aviso a su esposo de la llegada de los extranjeros. Este deja apresuradamente la reunión que tenía y se dirige hacia su casa. Sin mediar más palabras, allí mismo mata y devora al heraldo de nombre desconocido. Aterrorizados, Euríloco y Polites salen corriendo intentando avisar a sus compañeros del gran peligro al que se enfrentaban.  

No sirvió de nada las carreras y el buen hacer de los dos hombres, ya que el rey de los lestrigones, Antífates, logró movilizar a todo su pueblo con grandes voces. Y todos los gigantes se dirigieron hacia el puerto cargados de grandes piedras que arrojaron sin piedad sobre los once barcos y sus tripulantes. La escabechina fue de tal calibre que todos ellos perecieron excepto los hombres que se habían quedado a resguardo y escondidos en la cueva. Euríloco y Polites pudieron alcanzar esta nave.  

Con gran dolor y pesar en el corazón, Ulises y sus hombres abandonaron el país de los lestrigones que tanto mal habían causado a sus valientes tropas. El siguiente destino fue la isla de la hechicera Circe donde permanecieron un año. Fue Polites el que convenció a su jefe de la necesidad de retomar el rumbo hacia Ítaca.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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El mito de Galatea, Acis y Polifemo aparece en las Metamorfosis de Ovidio (siglo I). En él se narran los desgraciados amores de la ninfa Galatea y del joven mortal Acis (hijo de un fauno y de una náyade, ninfa de los ríos). La idílica relación entre ambos fue interrumpida por los celos de Polifemo, uno de los más famosos cíclopes de la historia. Vamos por partes.  

Protagonistas del mito

1.- Polifemo fue uno de los más famosos cíclopes y, como todos los de su especie, tenía un solo ojo a la altura de la frente. Era de la talla de un gigante y ejercía su fuerza con la brutalidad de un monstruo. Polifemo vivía de una forma simple en su cueva excavada en la roca cuidando del ganado y arropado por los montes de Sicilia de donde procedían todos los protagonistas. Su carácter impetuoso, instintivo, pasional y de corta inteligencia hacía que, ante cualquier contratiempo o amenaza, se pusiera a arrancar piedras para arrojarlas contra sus víctimas. Así se comportó con Ulises (el protagonista de la Odisea de Homero) y sus hombres en un intento por atraparlos (o matarlos) tras escaparse de la cueva en la que estaban prisioneros. Hay que decir que la noche antes, Ulises logró adormecerlo con vino, engañarlo, robarle sus quesos y cegarlo con una rama de olivo en llamas. Sin embargo, esta aventura sucedió después del encontronazo con Galatea y Acis, ya que, en este punto de su biografía (aunque sesgadamente) aún podía ver.   

2.- Galatea era una hermosa nereida (ninfa de los mares) siciliana dotada de una gran belleza. Aunque el cíclope Polifemo la perseguía y la requería en amores, ella lo rechazó  en contadas ocasiones, ya que tenía preferencia por Acis, un mortal. Llegados a este punto no hay que confundir a la protagonista de nuestra historia con la de Pigmalión y Galatea. Son dos seres totalmente distintos y de caracteres diferentes, ya que esta última era una escultura que, por mediación de la diosa Afrodita, toma vida. La única relación entre ambas es el nombre, común, por cierto, en las obras de lírica renacentista y de la novela pastoril.  

3.- Acis es el tercero de este triángulo amoroso. Es un apuesto joven mortal, hijo de un fauno y de una náyade que pasaba largos ratos al borde del mar. Allí conoció y se enamoró de la hermosa Galatea. 

Resumen de la fábula de Polifemo, Galatea y Acis 

Polifemo ardía de pasión por la ninfa y la requería de amores constantemente. Sin embargo, Galatea siempre conseguía zafarse de estas pretensiones. Un día que se encontraba a la orilla de la playa se encontró con Acis, un apuesto joven del que quedó prendada al instante. La pasión fue mutua y correspondida regalando felicidad y alegría a los dos amantes, que no podían presagiar el drama que se cernía sobre ellos. 

En lo alto de un risco, Polifemo espiaba los amores de los jóvenes. Carcomido por los celos, cuando ambos se solazaban y besaban arrancó una enorme piedra de la montaña y la arrojó sobre el muchacho. Mortal como era, quedó aplastado y nada pudo hacer la desdichada ninfa para regresarlo a las mieles de vida.  

Llegados a este punto las versiones difieren. Aún así todas coinciden en la posterior metamorfosis del muchacho. La más común apunta a que, conmovidos los dioses por las lágrimas amargas que derramaba la ninfa, se apiadaron de ella. Así,  la roja sangre esparcida de Acis se mezcló con el llanto doloroso de Galatea para que, bajo la piedra arrojada por Polifemo, brotara primero una fuente que iría aumentando en caudal hasta convertirse en un río azul, el Acis de Sicilia. Así, de alguna manera u otra, estarían juntos para siempre. La fábula de Polifemo y Galatea fue completada posteriormente con elementos ajenos a esta tragedia. En esta versión de la historia, tras la muerte de Acis, la ninfa se une al cíclope naciendo tres hijos.  

Estos desgraciados amores fueron del gusto de poetas y artistas plásticos a partir del Renacimiento. Y fueron protagonistas de telas y poemas. El más famoso y conocido texto en lengua castellana sobre estos desdichados amores es la Fábula de Polifemo y Galatea, una de las obras de Luis de Góngora (1561-1627), el poeta del Barroco, al que rindieron homenaje en la primera de las etapas de la Generación del 27. En el ámbito del arte plástico, a la ninfa se la suele representar dirigiendo una nave en forma de concha tirada por delfines y rodeada por numerosos cupidos y pretendientes de todas las edades y condición. Ella se resiste al amor carnal (no hizo lo mismo con Acis) buscando el platonismo que era del gusto renacentista. Una de las pinturas más famosas con esta temática es el Triunfo de Galatea (1511) de Rafael Sanzio (1483-1520) realizada, con la técnica al fresco, en la Villa Farnesina de Roma. El mito, por último, nos pone de manifiesto el carácter oscuro del cíclope que, en esencia, es el símbolo de aquello monstruoso, falto de razón y espíritu crítico del carácter humano más impulsivo.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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El mito de Galatea, Acis y Polifemo aparece en las Metamorfosis de Ovidio (siglo I). En él se narran los desgraciados amores de la ninfa Galatea y del joven mortal Acis (hijo de un fauno y de una náyade, ninfa de los ríos). La idílica relación entre ambos fue interrumpida por los celos de Polifemo, uno de los más famosos cíclopes de la historia. Vamos por partes.  

Protagonistas del mito

1.- Polifemo fue uno de los más famosos cíclopes y, como todos los de su especie, tenía un solo ojo a la altura de la frente. Era de la talla de un gigante y ejercía su fuerza con la brutalidad de un monstruo. Polifemo vivía de una forma simple en su cueva excavada en la roca cuidando del ganado y arropado por los montes de Sicilia de donde procedían todos los protagonistas. Su carácter impetuoso, instintivo, pasional y de corta inteligencia hacía que, ante cualquier contratiempo o amenaza, se pusiera a arrancar piedras para arrojarlas contra sus víctimas. Así se comportó con Ulises (el protagonista de la Odisea de Homero) y sus hombres en un intento por atraparlos (o matarlos) tras escaparse de la cueva en la que estaban prisioneros. Hay que decir que la noche antes, Ulises logró adormecerlo con vino, engañarlo, robarle sus quesos y cegarlo con una rama de olivo en llamas. Sin embargo, esta aventura sucedió después del encontronazo con Galatea y Acis, ya que, en este punto de su biografía (aunque sesgadamente) aún podía ver.   

2.- Galatea era una hermosa nereida (ninfa de los mares) siciliana dotada de una gran belleza. Aunque el cíclope Polifemo la perseguía y la requería en amores, ella lo rechazó  en contadas ocasiones, ya que tenía preferencia por Acis, un mortal. Llegados a este punto no hay que confundir a la protagonista de nuestra historia con la de Pigmalión y Galatea. Son dos seres totalmente distintos y de caracteres diferentes, ya que esta última era una escultura que, por mediación de la diosa Afrodita, toma vida. La única relación entre ambas es el nombre, común, por cierto, en las obras de lírica renacentista y de la novela pastoril.  

3.- Acis es el tercero de este triángulo amoroso. Es un apuesto joven mortal, hijo de un fauno y de una náyade que pasaba largos ratos al borde del mar. Allí conoció y se enamoró de la hermosa Galatea. 

Resumen de la fábula de Polifemo, Galatea y Acis 

Polifemo ardía de pasión por la ninfa y la requería de amores constantemente. Sin embargo, Galatea siempre conseguía zafarse de estas pretensiones. Un día que se encontraba a la orilla de la playa se encontró con Acis, un apuesto joven del que quedó prendada al instante. La pasión fue mutua y correspondida regalando felicidad y alegría a los dos amantes, que no podían presagiar el drama que se cernía sobre ellos. 

En lo alto de un risco, Polifemo espiaba los amores de los jóvenes. Carcomido por los celos, cuando ambos se solazaban y besaban arrancó una enorme piedra de la montaña y la arrojó sobre el muchacho. Mortal como era, quedó aplastado y nada pudo hacer la desdichada ninfa para regresarlo a las mieles de vida.  

Llegados a este punto las versiones difieren. Aún así todas coinciden en la posterior metamorfosis del muchacho. La más común apunta a que, conmovidos los dioses por las lágrimas amargas que derramaba la ninfa, se apiadaron de ella. Así,  la roja sangre esparcida de Acis se mezcló con el llanto doloroso de Galatea para que, bajo la piedra arrojada por Polifemo, brotara primero una fuente que iría aumentando en caudal hasta convertirse en un río azul, el Acis de Sicilia. Así, de alguna manera u otra, estarían juntos para siempre. La fábula de Polifemo y Galatea fue completada posteriormente con elementos ajenos a esta tragedia. En esta versión de la historia, tras la muerte de Acis, la ninfa se une al cíclope naciendo tres hijos.  

Estos desgraciados amores fueron del gusto de poetas y artistas plásticos a partir del Renacimiento. Y fueron protagonistas de telas y poemas. El más famoso y conocido texto en lengua castellana sobre estos desdichados amores es la Fábula de Polifemo y Galatea, una de las obras de Luis de Góngora (1561-1627), el poeta del Barroco, al que rindieron homenaje en la primera de las etapas de la Generación del 27. En el ámbito del arte plástico, a la ninfa se la suele representar dirigiendo una nave en forma de concha tirada por delfines y rodeada por numerosos cupidos y pretendientes de todas las edades y condición. Ella se resiste al amor carnal (no hizo lo mismo con Acis) buscando el platonismo que era del gusto renacentista. Una de las pinturas más famosas con esta temática es el Triunfo de Galatea (1511) de Rafael Sanzio (1483-1520) realizada, con la técnica al fresco, en la Villa Farnesina de Roma. El mito, por último, nos pone de manifiesto el carácter oscuro del cíclope que, en esencia, es el símbolo de aquello monstruoso, falto de razón y espíritu crítico del carácter humano más impulsivo.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Los cíclopes de la mitología griega eran monstruos mortales, gigantes de fuerza descomunal, antropófagos, que vivían en cuevas y cuya característica física más evidente era un solo ojo en mitad de la frente por encima de la línea de las cejas. Seres de escasa inteligencia, brutales, pasionales y destructores, manejaban el fuego, las tormentas, rayos y terremotos. Eran hijos de Urano (dios del cielo) y de Gea (diosa de la tierra). Ayudaban a Zeus con la fragua y tenían protección del señor del Olimpo hasta que Apolo los mató en venganza por el asesinato de uno de sus hijos. La tribu de los cíclopes, según la tradición clásica, estaba situada en la actual Sicilia arropada por los grandes montes de esta isla italiana. 

Han sido representados con profusión desde los inicios de la literatura griega. Aparecen en la Teogonía de Hesiodo, escrita entre el 700 y el 730 a.C, donde se narra el origen del mundo pagano. Además, el cíclope Polifemo es protagonista del Canto IX de la  Odisea de Homero. Ulises daña su único ojo y puede engañar al gigante con esa famosa frase, “Mi nombre es Nadie”. Es el protagonista de una obra de teatro de Eurípides estrenada en el 438 a.C. Aparecieron, especialmente Polifemo, el más famoso de ellos, en los poemas de Calímaco (s.III) o de Virgilio (siglo I).  Posteriormente y tras el Renacimiento, estos seres fieros y deformes fueron recogidos en poemas diversos, obras de teatro u óperas de la cultura occidental. Uno de los textos más famosos es el que narra los amores entre Polifemo, rendido ante la ninfa Galatea. Ambos son protagonistas, por poner un solo ejemplo, de una de las obras de Luis de Góngora más conocidas. Y todo ello sin contar las innumerables obras plásticas que tienen como tema central la representación e, incluso, la simbolización de los cíclopes de la mitología clásica y su mundo bestial, básico, primigenio y pasional. 

Sentido simbólico de los cíclopes en la cultura occidental 

El origen imaginario de estos monstruos, por tanto, está tan cimentado en el inconsciente colectivo y universal que llegan a funcionar como arquetipos. Son seres de fuerza descomunal y tan elementales que la mejor versión de ellos mismos se encuentra en la Odisea de Homero. Al tener un solo ojo no pueden ver más allá de lo básico, lo irracional, inconsciente, instintivo y pasional. Por ello no dudan en matar arrojando enormes piedras que mueven sin esfuerzo. Son el símbolo del estado primitivo de la humanidad, el emplazamiento en el que aún no se han desarrollado no solo todas las posibilidades de la civilización con su juegos de relaciones sociales sino también la conciencia interior por medio del autoconocimiento

Al demonio se lo representa a menudo, en la tradición cristiana, con un solo ojo en medio de la cara, lo que simboliza el dominio de las fuerzas obscuras, instintivas y pasionales. Entregadas a sí mismas, no asumidas por el espíritu, estas no pueden sino desempeñar un papel destructor en el universo y en el hombre. El Cíclope de la tradición griega es una fuerza primitiva o regresiva, de naturaleza volcánica, que no puede ser vencida más que por el dios solar, Apolo. El Cíclope reúne en él dos tradiciones, la de forjador, servidor de Zeus y de Hefaistos, que maneja el rayo para los dioses; y la del monstruo salvaje de fuerza prodigiosa, escondido en las cavernas, de las que no sale más que para cazar. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Los cíclopes en la Odisea 

Homero nos da cuenta de los cíclopes en el canto IX de la Odisea. Allí Ulises y sus hombres arriban a las tierras de estos gigantes que son retratados como seres de una enorme simpleza dedicados al pastoreo y que viven en estado salvaje sin someterse a ningún dios (trasunto del estado religioso o de trascendencia) o rey (simbolización del estado terrenal, de la civilización y del orden por la ley). Su emplazamiento es descrito en los siguientes términos: 

…desde allí, con dolor en el alma, seguimos bogando hasta dar en la tierra que habitan los fieros cíclopes, unos seres sin ley. Confiando en los dioses eternos, nada siembran ni plantan, no labran los campos, mas todo viene allí a germinar sin labor ni semillas: los trigos, las cebadas, las vides que dan un licor generoso y son nutridas tan solo por las lluvias de Zeus. Los cíclopes no tratan en juntas ni saben de normas de justicia. Habitan las cumbres de altas montañas y hacen de las cuevas su casa. Cada cual da la ley a su esposa y a sus hijos y no piensan en los otros. 

Ulises desembarca en la isla de los cíclopes junto con doce hombres y provisto de una vasija de vino. Llegan hasta la cueva de Polifemo repleta de leche y quesos de cabra. Hambrientos, los hombres se adueñan de la mercancía a pesar del parecer en contra de Ulises. En estas están cuando llega el cíclope que, henchido de ira, mata y se come a dos de los navegantes sellando la entrada de la cueva con una enorme piedra. Ante la ferocidad del gigante, Ulises empieza a urdir una artimaña. Así, emborracha al cíclope con el vino que llevaba en la vasija y que, en principio, iba a ser un regalo para los habitantes de aquella desconocida isla. Además, le dijo al monstruo que su nombre era “Nadie”, que así lo llamaba su padre y su madre cuando era pequeño. 

Cuando se adormece por los efectos del alcohol, Ulises aprovecha para prender fuego a una rama de olivo (árbol sagrado) y, a continuación, clavársela al gigante en su único ojo. A los gritos de dolor de Polifemo, los otros cíclopes comienzan a preguntar qué está sucediendo. Y el monstruo, en su simpleza, responde: “Nadie me causa dolor”. Así que los demás monstruos pensaron que aquello era una de las múltiples venganzas de los dioses. Ciego, Polifemo, al día siguiente, quita la enorme piedra que cerraba su cueva para dar de pastar a los rebaños. Ulises y sus hombres pueden escapar, por tanto, sin ser vistos. 

Polifemo se da cuenta de la huída de sus prisioneros cuando estos, a salvo en la embarcación, comienzan a burlarse del cíclope con grandes carcajadas y fuertes gritos. Es en ese momento cuando, sin ton ni son, ya que no ve, comienza a tirar piedras sobre el barco sin que ninguna llegara a alcanzarles. Atrapado en la ira y con deseos de venganza, pide al dios de los océanos que Ulises pierda su camino. Y así lo hace Poseidón haciendo que el héroe de la Odisea tardara más de veinte años en llegar a su tierra, a Ítaca, tras la guerra de Troya. 

El cíclope Polifemo enamorado de Galatea  

La siguiente historia nada tiene que ver con la anterior, aunque tiene al mismo protagonista: Polifemo, enamorado de la ninfa Galatea. Era la joven una de las cincuenta nereidas, una ninfa marina, adornada de virtudes y de inigualable belleza. No hay que confundirla con la protagonista de la historia de Pigmalión y Galatea. Nada tienen que ver y simplemente ambos personajes femeninos comparten nombre. Se movía feliz por los ríos nuestra Galatea hasta que se topó con un apuesto mortal, Acis. Ambos, tal como recoge las Metamorfosis de Ovidio (sigo I) y las obras a partir de la literatura renacentista, se correspondían en su sentimientos. Nada hacía presagiar la tragedia hasta que entra en escena el cíclope Polifemo que espiaba, desde su cueva, a la bella ninfa que se bañaba desnuda en el río. 

Preso de los celos, no puede soportar la intimidad entre ambos amantes y un día, con esas enormes piedras que ya utilizó para intentar matar a Ulises y a sus hombres, aplasta a Acis, que como mortal, fallece en el acto. Fueron tantas las amargas lágrimas de su amada Galatea que los dioses, apiadándose de los amantes, juntan, para que estuvieran así siempre unidos, la sangre del joven y las lágrimas de la ninfa transformando ambos fluidos en un río eterno.  

Esta historia fue favorita no solo de los poetas europeos sino también de pinturas y esculturas occidentales, especialmente del arte barroco. Así, llegado el siglo XVII, la narración toma un cariz totalmente distinto y desde el estilo inicial de la novela pastoril o de la lírica renacentista va evolucionando hacia un carácter truculento tan característico de esta época estilística. Por tanto, se pone el énfasis en el aspecto bestial del cíclope Polifemo contrastándolo con la dulzura y nobleza de Galatea.   

Y, por último, para terminar este resumen sobre los cíclopes de la mitología griega y su más famoso representante, Polifemo, según la tradición, Micenas y sus expresiones artísticas, con sus grandes obras arquitectónicas de piedras descomunales, fue construida por estos seres de un solo ojo. Estos, además, aparecen en la cultura popular contemporánea en títulos de anime o videojuegos reflejando siempre su carácter brutal, irracional, oscuro, imprevisible y pasional.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Los cíclopes de la mitología griega eran monstruos mortales, gigantes de fuerza descomunal, antropófagos, que vivían en cuevas y cuya característica física más evidente era un solo ojo en mitad de la frente por encima de la línea de las cejas. Seres de escasa inteligencia, brutales, pasionales y destructores, manejaban el fuego, las tormentas, rayos y terremotos. Eran hijos de Urano (dios del cielo) y de Gea (diosa de la tierra). Ayudaban a Zeus con la fragua y tenían protección del señor del Olimpo hasta que Apolo los mató en venganza por el asesinato de uno de sus hijos. La tribu de los cíclopes, según la tradición clásica, estaba situada en la actual Sicilia arropada por los grandes montes de esta isla italiana. 

Han sido representados con profusión desde los inicios de la literatura griega. Aparecen en la Teogonía de Hesiodo, escrita entre el 700 y el 730 a.C, donde se narra el origen del mundo pagano. Además, el cíclope Polifemo es protagonista del Canto IX de la  Odisea de Homero. Ulises daña su único ojo y puede engañar al gigante con esa famosa frase, “Mi nombre es Nadie”. Es el protagonista de una obra de teatro de Eurípides estrenada en el 438 a.C. Aparecieron, especialmente Polifemo, el más famoso de ellos, en los poemas de Calímaco (s.III) o de Virgilio (siglo I).  Posteriormente y tras el Renacimiento, estos seres fieros y deformes fueron recogidos en poemas diversos, obras de teatro u óperas de la cultura occidental. Uno de los textos más famosos es el que narra los amores entre Polifemo, rendido ante la ninfa Galatea. Ambos son protagonistas, por poner un solo ejemplo, de una de las obras de Luis de Góngora más conocidas. Y todo ello sin contar las innumerables obras plásticas que tienen como tema central la representación e, incluso, la simbolización de los cíclopes de la mitología clásica y su mundo bestial, básico, primigenio y pasional. 

Sentido simbólico de los cíclopes en la cultura occidental 

El origen imaginario de estos monstruos, por tanto, está tan cimentado en el inconsciente colectivo y universal que llegan a funcionar como arquetipos. Son seres de fuerza descomunal y tan elementales que la mejor versión de ellos mismos se encuentra en la Odisea de Homero. Al tener un solo ojo no pueden ver más allá de lo básico, lo irracional, inconsciente, instintivo y pasional. Por ello no dudan en matar arrojando enormes piedras que mueven sin esfuerzo. Son el símbolo del estado primitivo de la humanidad, el emplazamiento en el que aún no se han desarrollado no solo todas las posibilidades de la civilización con su juegos de relaciones sociales sino también la conciencia interior por medio del autoconocimiento

Al demonio se lo representa a menudo, en la tradición cristiana, con un solo ojo en medio de la cara, lo que simboliza el dominio de las fuerzas obscuras, instintivas y pasionales. Entregadas a sí mismas, no asumidas por el espíritu, estas no pueden sino desempeñar un papel destructor en el universo y en el hombre. El Cíclope de la tradición griega es una fuerza primitiva o regresiva, de naturaleza volcánica, que no puede ser vencida más que por el dios solar, Apolo. El Cíclope reúne en él dos tradiciones, la de forjador, servidor de Zeus y de Hefaistos, que maneja el rayo para los dioses; y la del monstruo salvaje de fuerza prodigiosa, escondido en las cavernas, de las que no sale más que para cazar. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Los cíclopes en la Odisea 

Homero nos da cuenta de los cíclopes en el canto IX de la Odisea. Allí Ulises y sus hombres arriban a las tierras de estos gigantes que son retratados como seres de una enorme simpleza dedicados al pastoreo y que viven en estado salvaje sin someterse a ningún dios (trasunto del estado religioso o de trascendencia) o rey (simbolización del estado terrenal, de la civilización y del orden por la ley). Su emplazamiento es descrito en los siguientes términos: 

…desde allí, con dolor en el alma, seguimos bogando hasta dar en la tierra que habitan los fieros cíclopes, unos seres sin ley. Confiando en los dioses eternos, nada siembran ni plantan, no labran los campos, mas todo viene allí a germinar sin labor ni semillas: los trigos, las cebadas, las vides que dan un licor generoso y son nutridas tan solo por las lluvias de Zeus. Los cíclopes no tratan en juntas ni saben de normas de justicia. Habitan las cumbres de altas montañas y hacen de las cuevas su casa. Cada cual da la ley a su esposa y a sus hijos y no piensan en los otros. 

Ulises desembarca en la isla de los cíclopes junto con doce hombres y provisto de una vasija de vino. Llegan hasta la cueva de Polifemo repleta de leche y quesos de cabra. Hambrientos, los hombres se adueñan de la mercancía a pesar del parecer en contra de Ulises. En estas están cuando llega el cíclope que, henchido de ira, mata y se come a dos de los navegantes sellando la entrada de la cueva con una enorme piedra. Ante la ferocidad del gigante, Ulises empieza a urdir una artimaña. Así, emborracha al cíclope con el vino que llevaba en la vasija y que, en principio, iba a ser un regalo para los habitantes de aquella desconocida isla. Además, le dijo al monstruo que su nombre era “Nadie”, que así lo llamaba su padre y su madre cuando era pequeño. 

Cuando se adormece por los efectos del alcohol, Ulises aprovecha para prender fuego a una rama de olivo (árbol sagrado) y, a continuación, clavársela al gigante en su único ojo. A los gritos de dolor de Polifemo, los otros cíclopes comienzan a preguntar qué está sucediendo. Y el monstruo, en su simpleza, responde: “Nadie me causa dolor”. Así que los demás monstruos pensaron que aquello era una de las múltiples venganzas de los dioses. Ciego, Polifemo, al día siguiente, quita la enorme piedra que cerraba su cueva para dar de pastar a los rebaños. Ulises y sus hombres pueden escapar, por tanto, sin ser vistos. 

Polifemo se da cuenta de la huída de sus prisioneros cuando estos, a salvo en la embarcación, comienzan a burlarse del cíclope con grandes carcajadas y fuertes gritos. Es en ese momento cuando, sin ton ni son, ya que no ve, comienza a tirar piedras sobre el barco sin que ninguna llegara a alcanzarles. Atrapado en la ira y con deseos de venganza, pide al dios de los océanos que Ulises pierda su camino. Y así lo hace Poseidón haciendo que el héroe de la Odisea tardara más de veinte años en llegar a su tierra, a Ítaca, tras la guerra de Troya. 

El cíclope Polifemo enamorado de Galatea  

La siguiente historia nada tiene que ver con la anterior, aunque tiene al mismo protagonista: Polifemo, enamorado de la ninfa Galatea. Era la joven una de las cincuenta nereidas, una ninfa marina, adornada de virtudes y de inigualable belleza. No hay que confundirla con la protagonista de la historia de Pigmalión y Galatea. Nada tienen que ver y simplemente ambos personajes femeninos comparten nombre. Se movía feliz por los ríos nuestra Galatea hasta que se topó con un apuesto mortal, Acis. Ambos, tal como recoge las Metamorfosis de Ovidio (sigo I) y las obras a partir de la literatura renacentista, se correspondían en su sentimientos. Nada hacía presagiar la tragedia hasta que entra en escena el cíclope Polifemo que espiaba, desde su cueva, a la bella ninfa que se bañaba desnuda en el río. 

Preso de los celos, no puede soportar la intimidad entre ambos amantes y un día, con esas enormes piedras que ya utilizó para intentar matar a Ulises y a sus hombres, aplasta a Acis, que como mortal, fallece en el acto. Fueron tantas las amargas lágrimas de su amada Galatea que los dioses, apiadándose de los amantes, juntan, para que estuvieran así siempre unidos, la sangre del joven y las lágrimas de la ninfa transformando ambos fluidos en un río eterno.  

Esta historia fue favorita no solo de los poetas europeos sino también de pinturas y esculturas occidentales, especialmente del arte barroco. Así, llegado el siglo XVII, la narración toma un cariz totalmente distinto y desde el estilo inicial de la novela pastoril o de la lírica renacentista va evolucionando hacia un carácter truculento tan característico de esta época estilística. Por tanto, se pone el énfasis en el aspecto bestial del cíclope Polifemo contrastándolo con la dulzura y nobleza de Galatea.   

Y, por último, para terminar este resumen sobre los cíclopes de la mitología griega y su más famoso representante, Polifemo, según la tradición, Micenas y sus expresiones artísticas, con sus grandes obras arquitectónicas de piedras descomunales, fue construida por estos seres de un solo ojo. Estos, además, aparecen en la cultura popular contemporánea en títulos de anime o videojuegos reflejando siempre su carácter brutal, irracional, oscuro, imprevisible y pasional.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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