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La lírica renacentista en España se caracteriza por un fuerte influjo de los modos poéticos italianos, sobre todo de Petrarca. A principios del siglo XVI y con el reinado de Carlos I especialmente, nos encontramos una serie de poetas cultos que abandonan los modos medievales para abrazar el endecasílabo y estrofas nuevas: sonetos, tercetos, octavas reales… Por otro lado, los poemas se alejan de las narraciones medievales para girar en torno a la temática amorosa (con un fuerte sustrato de los mitos, historias, dioses y héroes de la antigüedad clásica) en un entorno natural bucólico, estilizado y platonizado.  

Orígenes de la lírica renacentista 

Aunque se considera que fue Juan Boscán el que introdujo los modos, formas y modelos de la poesía petrarquista en España, podemos encontrar algunos ejemplos con anterioridad. Bien es verdad que algunos críticos se remontan a algunos autores de la Edad Media como pudiera ser el Marqués de Santillana, pero el único que compuso versos a “la nueva manera” anterior al siglo XVI fue Juan de Mena quien se hace eco de los amores y amoríos de la literatura griega o romana. Tanto fue así que su nombre estuvo en la lista de los libros prohibidos de la Inquisición por su fuerte paganismo. 

No obstante estos ejemplos que están en la bisagra con la literatura medieval, la lírica renacentista en España comienza con la introducción de los nuevos modos por parte de Juan Boscán, amplificados hasta llegar al nivel sublime de Garcilaso de la Vega, el más excelso representante de la poesía renacentista y uno de los grandes nombres de la historia literaria en español. Es el mismo Boscán el que cuenta cómo y por qué se introduce en “la nueva manera” azuzado intelectualmente por el embajador de Venecia, Nicolás Navaggiero. Eso sucedió en la primavera de 1526 cuando las características del Renacimiento literario en España comienzan a asentarse plenamente.  

Características de la lirica renacentista 

Esta nueva forma de crear poesía nada tenía que ver con los, a veces, rudos, sencillos y populares versos medievales. Tanto es así que son totalmente distintos a los cantares de gesta épicos o las coplillas tradicionales. Los poetas de esta nueva etapa viven en un mundo en transformación en el que el poder está concentrado en manos de los reyes y hay una mayor riqueza disponible. Paralelamente, se han abandonado los estudios en los monasterios con sus correspondientes talleres donde se copiaban a mano los libros medievales. Todo eso pasó a la historia y el nuevo mundo ofrece tierras desconocidas, inventos que facilitan la vida, mayor conocimiento en farmacopea o medicina, un número de libros disponibles hasta entonces inimaginable gracias a la imprenta, formación universitaria en modernos claustros que se abren no solo en España sino en todo el territorio europeo. 

Los creadores de esta nueva poesía lírica viven y disfruta ese nuevo tiempo, ya que la gran mayoría de ellos han recibido exquisita formación en lenguas muertas y vivas, ocupan altos cargos militares, cortesanos o de diplomacia. Las lenguas vernáculas ya están plenamente formadas incluso con sus gramáticas en circulación, como la de Antonio de Nebrija, y todo ello actúa en sinergia para crear versos cultos, con un lenguaje sofisticado, siguiendo un estilo elegante repleto de metáforas y unos ritmos suaves. El público ya no sería un pueblo en busca de ocio sencillo sino pares semejantes que tanto se deleitan con esta nueva poesía como la imitan y reproducen. Resumiendo mucho, las características de la literatura renacentista se engloba en las siguientes. 

1.- Los nuevos metros y tropos de la lírica renacentista 

Se abandona totalmente los versos medievales tanto del mester de juglaría como la cuaderna vía que había caracterizado el mester de clerecía. El nuevo rey de la poesía en español será el endecasílabo que tan bellos frutos dará en ese momento y en la historia posterior. El acento, al trasladarse a la 6ª o 4ª y 8ª sílabas, imprime un ritmo suave concordante con el español ya formado plenamente. Con el nuevo verso se crean estrofas distintas que serán la base poética de nuestro idioma: el soneto, los tercetos o la lira y la silva en arte menor donde predomina el heptasílabo. Por otro lado, se recurre a un lenguaje erudito, culto, elegante plagado de suaves metáforas.  

2.- Temas favoritos de la lírica renacentista

Lejos quedaron las batallas cruentas que nos han llegado a través de un puñado de ejemplos de cantares de gesta medievales. La nueva poesía ensalza el amor mundano en el que la mujer es el centro temático ya sea para alabar su belleza como sus dones espirituales. La felicidad (concepto central del Renacimiento literario) se alcanza a través de ese sentimiento profano que, si bien está platonizado, a veces se regodea (con suavidad y elegancia) en el más carnal y terrenal. Esa narración poética, además, gira en torno a una naturaleza que está tratada de forma bucólica, amena y estilizada al máximo. Y, por último, entra a formar parte de estos poemas un mundo pagano lleno de dioses que no dudan en emparejarse con mortales, en los que las pasiones e, incluso, los vicios, son el eje principal de las historias. Todo ello borra de un plumazo la literatura didáctica o moralizante medieval para centrarse en el aquí y el ahora y en vivir la felicidad en el mundo terrenal, ideas que caracterizaban, además, el hombre en el Renacimiento y su particular cosmovisión.  

Autores de la lirica renacentista

Todos ellos, como he anotado más arriba son creadores con una formación exquisita, cultivados, cosmopolitas y conocedores de los avances (culturales, artísticos y científicos) de su tiempo. Son, además, conscientes de que están creando una poesía nueva desconocida en castellano.  

1.- Juan Boscán, el introductor de la lírica renacentista 

Aunque algunos modos ya habían sido ensayados con anterioridad, fue Juan Boscán quien, de una manera reflexiva y consciente, adopta esos nuevos modos poéticos, extremo reconocido por él mismo. 

“Estando un día en Granada con el Navagero [embajador veneciano] tratando con él en cosas de ingenio y de letras y especialmente en las variedades de muchas lenguas, me dixo por qué no provava en lengua castellana sonetos y otras artes de trobas usadas por los buenos authores de Italia, y no solamente me lo dixo assí livianamente, más aún me rogó que lo hiziese”. 

Eso fue en 1526 y Juan Boscán no tenía más de 30 años. La semilla estaba puesta y luego se reproduciría bellamente de la mano de su gran amigo Garcilaso de la Vega a quien conocería en la corte de Carlos I.  Hasta allí llegó el poeta (nacido con toda probabilidad a finales del siglo XV en Barcelona) para formarse y llegar a ser preceptor del duque de Alba. Como otros poetas del Renacimiento, su faceta intelectual corría pareja a la vida militar o diplomática. Participó, junto al emperador, en expediciones y cercos. Sus versos se publicaron por su viuda, tras su muerte en 1542, agrupados en tres libros distintos. Fue, además, el traductor de El Cortesano de Nicolás de Castiglione, manual del perfecto caballero de la época. 

2.- Garcilaso de la Vega, el mejor representante de la lírica renacentista 

Nació en Toledo en una fecha indeterminada aunque la crítica anota el año de 1501. De familia aristocrática, se educó en la corte junto con los príncipes y los mejores preceptores. De resultas de esta exclusiva formación, hizo gala no solo de dotes humanísticas, diplomáticas o artísticas sino también militares. Se casa con Elena de Zúñiga siendo un veinteañero pero su gran amor fue Isabel Freyre, aristócrata portuguesa que acompañaba a la reina como dama de compañía. Es a ella a quien dedica sus mejores versos y los más sentidos cuando fallece dejando al poeta desolado. Garcilaso de la Vega acompañó al rey en innumerables batallas, campañas y cercos muriendo en uno de ellos, en el de la Fortaleza De Muy, en octubre de 1536 tras realizar una acción suicida. 

A pesar de su corta vida y de un corpus literario pequeño, sus poemas marcan un antes y un después no solo en la lírica renacentista sino en las letras españolas. Compuso tres églogas, una epístola, cinco canciones y 38 sonetos. También se han añadido un puñado de poemas a la manera popular. Todos ellos fueron publicados por la viuda de Boscán convirtiéndose en modo poético a imitar para las generaciones posteriores. A la sencillez de su lengua, se une un estilo elegante, culto y cultivado que no cae en el forzamiento estilístico. Sus poemas amorosos están repletos de todas esas características de la lírica del Renacimiento en el que son protagonistas pastores gentiles enamorados de la belleza humana y respetuosos con una naturaleza idealizada y estilizada en extremo.  

Otros autores de la lírica renacentista 

3.- Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575)

Nacido en Granada de familia aristocrática, estudió en Salamanca e Italia. Políglota, culto y exquisito, recibió también formación militar. Todo este currículum trabajó a su favor para que fuera propuesto en delicadas misiones diplomáticas o de guerra. Con el éxito llegaron las riquezas materiales que invertía completamente en una biblioteca tan completa que, tras su muerte y legado al rey Felipe II, pasó a formar parte de los libros de El Escorial. Su obra es extensa y en ella se mezclan poemas característicos de la lírica renacentista al estilo italianizante con otros de líneas más populares, jocosas y satíricas.  

4.- Hernando de Acuña (1520-1580) 

Es otro prototipo de poeta soldado tan característico de la literatura renacentista. Sus mejores obras van en línea con los temas mitológicos tan al gusto de la época.  

5.- Gutiérrez de Cetina (1520-1557) 

Nacido en Sevilla, pasó a Las Indias donde creó el grueso de su obra donde destacó en la composición de madrigales que, posteriormente, han sido musicalizados.  

6.- Francisco de Sá Miranda (1485-1558)

De origen y lengua materna portuguesa, conocía el español tan bien que elaboró 75 composiciones en castellano. Fue, además, el introductor de los modos italianizantes en el país luso. 

Por lo demás, la lírica renacentista no solo tuvo el favor de los poetas españoles o portugueses sino que también encontró un hueco en la literatura alemana, francesa o inglesa aunque en periodos más tardíos y en ejemplos no tan sublimes como los castellanos.

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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La lírica renacentista en España se caracteriza por un fuerte influjo de los modos poéticos italianos, sobre todo de Petrarca. A principios del siglo XVI y con el reinado de Carlos I especialmente, nos encontramos una serie de poetas cultos que abandonan los modos medievales para abrazar el endecasílabo y estrofas nuevas: sonetos, tercetos, octavas reales… Por otro lado, los poemas se alejan de las narraciones medievales para girar en torno a la temática amorosa (con un fuerte sustrato de los mitos, historias, dioses y héroes de la antigüedad clásica) en un entorno natural bucólico, estilizado y platonizado.  

Orígenes de la lírica renacentista 

Aunque se considera que fue Juan Boscán el que introdujo los modos, formas y modelos de la poesía petrarquista en España, podemos encontrar algunos ejemplos con anterioridad. Bien es verdad que algunos críticos se remontan a algunos autores de la Edad Media como pudiera ser el Marqués de Santillana, pero el único que compuso versos a “la nueva manera” anterior al siglo XVI fue Juan de Mena quien se hace eco de los amores y amoríos de la literatura griega o romana. Tanto fue así que su nombre estuvo en la lista de los libros prohibidos de la Inquisición por su fuerte paganismo. 

No obstante estos ejemplos que están en la bisagra con la literatura medieval, la lírica renacentista en España comienza con la introducción de los nuevos modos por parte de Juan Boscán, amplificados hasta llegar al nivel sublime de Garcilaso de la Vega, el más excelso representante de la poesía renacentista y uno de los grandes nombres de la historia literaria en español. Es el mismo Boscán el que cuenta cómo y por qué se introduce en “la nueva manera” azuzado intelectualmente por el embajador de Venecia, Nicolás Navaggiero. Eso sucedió en la primavera de 1526 cuando las características del Renacimiento literario en España comienzan a asentarse plenamente.  

Características de la lirica renacentista 

Esta nueva forma de crear poesía nada tenía que ver con los, a veces, rudos, sencillos y populares versos medievales. Tanto es así que son totalmente distintos a los cantares de gesta épicos o las coplillas tradicionales. Los poetas de esta nueva etapa viven en un mundo en transformación en el que el poder está concentrado en manos de los reyes y hay una mayor riqueza disponible. Paralelamente, se han abandonado los estudios en los monasterios con sus correspondientes talleres donde se copiaban a mano los libros medievales. Todo eso pasó a la historia y el nuevo mundo ofrece tierras desconocidas, inventos que facilitan la vida, mayor conocimiento en farmacopea o medicina, un número de libros disponibles hasta entonces inimaginable gracias a la imprenta, formación universitaria en modernos claustros que se abren no solo en España sino en todo el territorio europeo. 

Los creadores de esta nueva poesía lírica viven y disfruta ese nuevo tiempo, ya que la gran mayoría de ellos han recibido exquisita formación en lenguas muertas y vivas, ocupan altos cargos militares, cortesanos o de diplomacia. Las lenguas vernáculas ya están plenamente formadas incluso con sus gramáticas en circulación, como la de Antonio de Nebrija, y todo ello actúa en sinergia para crear versos cultos, con un lenguaje sofisticado, siguiendo un estilo elegante repleto de metáforas y unos ritmos suaves. El público ya no sería un pueblo en busca de ocio sencillo sino pares semejantes que tanto se deleitan con esta nueva poesía como la imitan y reproducen. Resumiendo mucho, las características de la literatura renacentista se engloba en las siguientes. 

1.- Los nuevos metros y tropos de la lírica renacentista 

Se abandona totalmente los versos medievales tanto del mester de juglaría como la cuaderna vía que había caracterizado el mester de clerecía. El nuevo rey de la poesía en español será el endecasílabo que tan bellos frutos dará en ese momento y en la historia posterior. El acento, al trasladarse a la 6ª o 4ª y 8ª sílabas, imprime un ritmo suave concordante con el español ya formado plenamente. Con el nuevo verso se crean estrofas distintas que serán la base poética de nuestro idioma: el soneto, los tercetos o la lira y la silva en arte menor donde predomina el heptasílabo. Por otro lado, se recurre a un lenguaje erudito, culto, elegante plagado de suaves metáforas.  

2.- Temas favoritos de la lírica renacentista

Lejos quedaron las batallas cruentas que nos han llegado a través de un puñado de ejemplos de cantares de gesta medievales. La nueva poesía ensalza el amor mundano en el que la mujer es el centro temático ya sea para alabar su belleza como sus dones espirituales. La felicidad (concepto central del Renacimiento literario) se alcanza a través de ese sentimiento profano que, si bien está platonizado, a veces se regodea (con suavidad y elegancia) en el más carnal y terrenal. Esa narración poética, además, gira en torno a una naturaleza que está tratada de forma bucólica, amena y estilizada al máximo. Y, por último, entra a formar parte de estos poemas un mundo pagano lleno de dioses que no dudan en emparejarse con mortales, en los que las pasiones e, incluso, los vicios, son el eje principal de las historias. Todo ello borra de un plumazo la literatura didáctica o moralizante medieval para centrarse en el aquí y el ahora y en vivir la felicidad en el mundo terrenal, ideas que caracterizaban, además, el hombre en el Renacimiento y su particular cosmovisión.  

Autores de la lirica renacentista

Todos ellos, como he anotado más arriba son creadores con una formación exquisita, cultivados, cosmopolitas y conocedores de los avances (culturales, artísticos y científicos) de su tiempo. Son, además, conscientes de que están creando una poesía nueva desconocida en castellano.  

1.- Juan Boscán, el introductor de la lírica renacentista 

Aunque algunos modos ya habían sido ensayados con anterioridad, fue Juan Boscán quien, de una manera reflexiva y consciente, adopta esos nuevos modos poéticos, extremo reconocido por él mismo. 

“Estando un día en Granada con el Navagero [embajador veneciano] tratando con él en cosas de ingenio y de letras y especialmente en las variedades de muchas lenguas, me dixo por qué no provava en lengua castellana sonetos y otras artes de trobas usadas por los buenos authores de Italia, y no solamente me lo dixo assí livianamente, más aún me rogó que lo hiziese”. 

Eso fue en 1526 y Juan Boscán no tenía más de 30 años. La semilla estaba puesta y luego se reproduciría bellamente de la mano de su gran amigo Garcilaso de la Vega a quien conocería en la corte de Carlos I.  Hasta allí llegó el poeta (nacido con toda probabilidad a finales del siglo XV en Barcelona) para formarse y llegar a ser preceptor del duque de Alba. Como otros poetas del Renacimiento, su faceta intelectual corría pareja a la vida militar o diplomática. Participó, junto al emperador, en expediciones y cercos. Sus versos se publicaron por su viuda, tras su muerte en 1542, agrupados en tres libros distintos. Fue, además, el traductor de El Cortesano de Nicolás de Castiglione, manual del perfecto caballero de la época. 

2.- Garcilaso de la Vega, el mejor representante de la lírica renacentista 

Nació en Toledo en una fecha indeterminada aunque la crítica anota el año de 1501. De familia aristocrática, se educó en la corte junto con los príncipes y los mejores preceptores. De resultas de esta exclusiva formación, hizo gala no solo de dotes humanísticas, diplomáticas o artísticas sino también militares. Se casa con Elena de Zúñiga siendo un veinteañero pero su gran amor fue Isabel Freyre, aristócrata portuguesa que acompañaba a la reina como dama de compañía. Es a ella a quien dedica sus mejores versos y los más sentidos cuando fallece dejando al poeta desolado. Garcilaso de la Vega acompañó al rey en innumerables batallas, campañas y cercos muriendo en uno de ellos, en el de la Fortaleza De Muy, en octubre de 1536 tras realizar una acción suicida. 

A pesar de su corta vida y de un corpus literario pequeño, sus poemas marcan un antes y un después no solo en la lírica renacentista sino en las letras españolas. Compuso tres églogas, una epístola, cinco canciones y 38 sonetos. También se han añadido un puñado de poemas a la manera popular. Todos ellos fueron publicados por la viuda de Boscán convirtiéndose en modo poético a imitar para las generaciones posteriores. A la sencillez de su lengua, se une un estilo elegante, culto y cultivado que no cae en el forzamiento estilístico. Sus poemas amorosos están repletos de todas esas características de la lírica del Renacimiento en el que son protagonistas pastores gentiles enamorados de la belleza humana y respetuosos con una naturaleza idealizada y estilizada en extremo.  

Otros autores de la lírica renacentista 

3.- Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575)

Nacido en Granada de familia aristocrática, estudió en Salamanca e Italia. Políglota, culto y exquisito, recibió también formación militar. Todo este currículum trabajó a su favor para que fuera propuesto en delicadas misiones diplomáticas o de guerra. Con el éxito llegaron las riquezas materiales que invertía completamente en una biblioteca tan completa que, tras su muerte y legado al rey Felipe II, pasó a formar parte de los libros de El Escorial. Su obra es extensa y en ella se mezclan poemas característicos de la lírica renacentista al estilo italianizante con otros de líneas más populares, jocosas y satíricas.  

4.- Hernando de Acuña (1520-1580) 

Es otro prototipo de poeta soldado tan característico de la literatura renacentista. Sus mejores obras van en línea con los temas mitológicos tan al gusto de la época.  

5.- Gutiérrez de Cetina (1520-1557) 

Nacido en Sevilla, pasó a Las Indias donde creó el grueso de su obra donde destacó en la composición de madrigales que, posteriormente, han sido musicalizados.  

6.- Francisco de Sá Miranda (1485-1558)

De origen y lengua materna portuguesa, conocía el español tan bien que elaboró 75 composiciones en castellano. Fue, además, el introductor de los modos italianizantes en el país luso. 

Por lo demás, la lírica renacentista no solo tuvo el favor de los poetas españoles o portugueses sino que también encontró un hueco en la literatura alemana, francesa o inglesa aunque en periodos más tardíos y en ejemplos no tan sublimes como los castellanos.

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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A finales del siglo XV se da en España un cambio radical en todos los órdenes vitales desde el plano político o social hasta el cultural. La lengua estaba plenamente formada, como se recogió en la Gramática de Antonio de Nebrija, los intercambios con otros países europeos eran constantes a la par que se incentiva el papel de la diplomacia junto con la concentración del poder real. La imprenta está plenamente asentada y hay libros disponibles para satisfacer curiosidad, ocio o estudios. En este panorama se desarrolla la poesía renacentista que ya nada tenía que ver con los sencillos poemas (como los cantares de gesta medievales) compuestos para el entretenimiento popular y recitados de manera oral que habían copado el panorama lírico (épico más bien) de siglos atrás. 

Los cambios que propiciaron la poesía renacentista 

Un progreso económico y mayores periodos de paz fue la base para el nacimiento de una élite culta vinculada a las nuevas universidades, a las cortes reales, a la alta diplomacia e, incluso, codeándose con la burguesía enriquecida con emprendimientos novedosos. La mayoría de los poetas de la época tenían una exquisita formación académica con conocimientos tanto de lenguas muertas como de otras romances, estudios de historia, música o teología. Eran, en su inmensa mayoría hombres de mundo (pocos nombres de mujeres nos han llegado), vinculados al ejército o a las más altas instancias diplomáticas, cuando no a ambos menesteres a la vez.  

En este contexto llegan a España las obras de Petrarca o de Dante que se traducen, incluso, al castellano, relegando con su ejemplo los modos poéticos anteriores. Si bien Juan de Mena ya se atrevió a hacer versos siguiendo los temas mitológicos en boga y guiados por nuevos ritmos o el Marqués de Santillana, décadas antes, se había aventurado a reformular la poesía, fue Juan Boscán el que introdujo la poesía renacentista en España.  

La importancia de Boscán en la renovación de la poesía renacentista

Y dejamos hablar al poeta que así escribe tras aceptar la invitación del embajador de Venecia, Andrea Navagero en la primavera de 1526. 

“Estando un día en Granada con el Navagero… tratando con él en cosas de ingenio y de letras y especialmente en las variedades de muchas lenguas, me dixo por qué provava en lengua castellana sonetos y otras artes de trovas usadas por los buenos authores de Italia, y no solamente me lo dixo assí livianamente, más aún me rogó que lo hiciese.” 

Una de las características del Renacimiento literario es su búscada de nuevas formas, temas, ideas y modelos en los que expresar los cambios radicales en la cosmovisión de la época. El hombre en el Renacimiento se sacudía de las imposiciones medievales y buscaba una libertad que le acercara a la felicidad, concepto novedoso casi en la historia de la humanidad. Para ello, no dudaron no solo en bucear en la literatura griega o romana que había llegado hasta nosotros sino en los nuevos poetas que hacían un arte nuevo en Italia.  

Diferencias entre la poesía renacentista y la medieval 

Entendemos mejor este desarrollo cuando lo comparamos con la anterior, con los fragmentos desperdigados que nos han llegado de los autores de la Edad Media.  

1.- Los nuevos metros y tropos de la poesía renacentista

Con la introducción de los modelos italianos se adopta el endecasílabo que tantos buenos frutos va a dar a la poesía española de todos los tiempos. Este nuevo ritmo, con acentos en las 6ª o en la 4ª o 8ª sílaba, imprime una nueva musicalidad a los versos castellanos que abandonan el octosílabo medieval, el dodecasílabo e, incluso, arrincona los metros más largos (como la cuaderna vía del mester de juglaría).  

Con el endecasílabo como rey indiscutible de la poesía aparecen los sonetos, los tercetos, las octavas reales que van dando un ritmo y cadencia a los poemas largos antes desconocidos en castellano. Si por algo se caracteriza, además, la poesía renacentista es por abandonar tanto los temas como el destinatario popular que tanto peso había tenido en la literatura anterior. Y asistimos, por primera vez en castellano, a una poesía culta realizada por personas letradas que encuentran en sus pares lectores, seguidores e imitadores. Los versos se llenan, así, de metáforas, con un lenguaje artificioso a veces, de elegancia y de una visión vital que poco o nada tiene que ver con las guerras cruentas o batallas fratricidas que se han recogido en los pocos ejemplos de cantares de gesta que han llegado hasta nosotros. 

2.- Nuevas formas supone nuevos temas en la poesía renacentista

Se abandona tanto la religiosidad fervorosa de la Edad Media (que se recoge, por poner un caso, en los Milagros de Nuestra Señora) y afloran otros intereses. Estos giran alrededor de tres ejes entrelazados:  

  • El amor platónico hacia una dama cultivada, hermosa y digna de pelear por ella todas las batallas. De estas señoras se exalta no solo su belleza física sino sus virtudes espirituales que la hacen merecedora no solo de servir de musa sino también de alcanzar la visión divina. 
  • Este amor idealizado se produce siempre en una naturaleza bucólica donde todo se presta a agasajar a los enamorados. Este espacio no solo es el decorado necesario para la narración poética sino que también, en ocasiones, se convierte en auténtico protagonista.
  • En la poesía renacentista hay un gusto por los mitos, historias u obras de la antigüedad clásica. Se releen los autores griegos y latinos a la par que sus obras son sometidas a exquisitas y exhaustivas ediciones críticas desde el punto de vista filológico. Todo ello despliega ante la intelectualidad artística de la época un mundo de dioses, amores carnales, pasiones desbordadas y hedonismo del que es ajeno todas y cada una de las características de la literatura medieval. De entre todos los autores clásicos que encuentran el favor de los nuevos poetas sobresale Ovidio y, especialmente, su obra Las Metamorfosis. 

Autores de la poesía renacentista 

1.- Juan Boscán, el introductor de la poesía renacentista en España

Nacido en Barcelona en una fecha aún por determinar a finales del siglo XV (entre 1487 y 1492), pertenecía a una familia de la nueva burguesía acomodada. Gracias a hazañas militares de sus antepasados, se le admitió en la corte de los Reyes Católicos tras estudiar con Lucio Marineo Sículo. Al subir al trono Carlos I, se le encomendó el cuidado y educación del Duque de Alba. Y allí conoció a Garcilaso de la Vega con el que le unió una sincera amistad. Tal como se ha anotado anteriormente, fue el introductor en castellano de los modelos poéticos italianizantes que dejó plasmado en tres libros publicados por su viuda tras su muerte, acaecida en 1542. Además de su producción literaria tradujo El Cortesano de Castiglione, por entonces considerado el manual del perfecto caballero introduciendo también en España una forma de estar y vivir en el mundo ajena a la rudeza medieval. 

2.- Garcilaso de la Vega, uno de los mejores poetas de la historia literaria en español 

Y no solo es el más importante de la poesía renacentista en español a pesar de lo poco que escribió. Nació en Toledo, probablemente en 1501 de familia aristocrática. Por eso, tuvo una esmerada educación en la corte donde recibió una formación no solo humanística sino también militar. Seguramente todo ello influyera para que se granjeara el favor del rey que solicitó su servicio en distintas batallas (en Rodas contra los turcos, en Francia, en Italia…) Garcilaso de la Vega se casó en 1525 con Elena de Zúñiga pero su gran amor fue Isabel Freyre, dama portuguesa que acompañaba a la reina. Es a ella a la que dedica sus mejores versos y los más sentidos poemas cuando fallece. El corpus literario de Garcilaso de la Vega se condensa en 3 églogas, 2 elegías, una epístola, cinco canciones y 38 sonetos donde se despliega con maestría todos los modos y temas de la poesía renacentista en español. Murió en 1536 por las graves heridas recibidas en el asalto a la Fortaleza de Le Muy. 

3.- Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575) 

Nació en Granada y desde temprana edad se apasionó por el saber, los libros y el estudio. Todo ello no le coartó para pasar a la acción tanto en el campo diplomático como en el militar. Políglota, conocía el árabe y el hebreo. Fue llamado por el rey para realizar misiones comerciales, militares o políticas en Venecia, Roma, Inglaterra… Todo ello le permitió amasar riquezas que invirtió en una sublime biblioteca que, a su muerte, donó a Felipe II para que formara parte de los libros de El Escorial. Esta tarea en las cosas de palacio no le impidió generar una obra amplia en el que se adivina el hombre humanista con un claro propósito didáctico.  

4.- Hernando de Acuña (1520-1580) 

También fue un poeta-soldado junto a Carlos I y su hijo Felipe II. Escribió madrigales, canciones y sonetos en los que los protagonistas y la temática estaba muy influida por la literatura clásica con sus héroes, dioses y cosmovisión alrededor del disfrute del mundo y sus criaturas.  

5.- Gutiérrez de Cetina (1520-1557)

Tras seguir a la corte desde su Sevilla natal por Italia y Alemania, hizo la carrera de Las Indias donde escribió algunos de sus mejores poemas, aunque de calidad menor de los representantes de la poesía renacentista reseñados más arriba. 

6.- Francisco de Sá Miranda (1485-1558) 

A pesar de ser portugués de nacimiento y de lengua materna, conocía tan perfectamente el castellano que se atrevió a realizar algunas composiciones poéticas en español. Además, introdujo en Portugal los versos de Garcilaso de la Vega y del resto de los representantes de la poesía renacentista para que allí sirvieran de modelo para un nuevo cambio literario.  

La poesía renacentista también se desarrolló en otros países de Europa (Alemania, Inglaterra, Francia…) aunque en España no solo llegó antes sino que dio ejemplos de mayor belleza, calidad e importancia.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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A finales del siglo XV se da en España un cambio radical en todos los órdenes vitales desde el plano político o social hasta el cultural. La lengua estaba plenamente formada, como se recogió en la Gramática de Antonio de Nebrija, los intercambios con otros países europeos eran constantes a la par que se incentiva el papel de la diplomacia junto con la concentración del poder real. La imprenta está plenamente asentada y hay libros disponibles para satisfacer curiosidad, ocio o estudios. En este panorama se desarrolla la poesía renacentista que ya nada tenía que ver con los sencillos poemas (como los cantares de gesta medievales) compuestos para el entretenimiento popular y recitados de manera oral que habían copado el panorama lírico (épico más bien) de siglos atrás. 

Los cambios que propiciaron la poesía renacentista 

Un progreso económico y mayores periodos de paz fue la base para el nacimiento de una élite culta vinculada a las nuevas universidades, a las cortes reales, a la alta diplomacia e, incluso, codeándose con la burguesía enriquecida con emprendimientos novedosos. La mayoría de los poetas de la época tenían una exquisita formación académica con conocimientos tanto de lenguas muertas como de otras romances, estudios de historia, música o teología. Eran, en su inmensa mayoría hombres de mundo (pocos nombres de mujeres nos han llegado), vinculados al ejército o a las más altas instancias diplomáticas, cuando no a ambos menesteres a la vez.  

En este contexto llegan a España las obras de Petrarca o de Dante que se traducen, incluso, al castellano, relegando con su ejemplo los modos poéticos anteriores. Si bien Juan de Mena ya se atrevió a hacer versos siguiendo los temas mitológicos en boga y guiados por nuevos ritmos o el Marqués de Santillana, décadas antes, se había aventurado a reformular la poesía, fue Juan Boscán el que introdujo la poesía renacentista en España.  

La importancia de Boscán en la renovación de la poesía renacentista

Y dejamos hablar al poeta que así escribe tras aceptar la invitación del embajador de Venecia, Andrea Navagero en la primavera de 1526. 

“Estando un día en Granada con el Navagero… tratando con él en cosas de ingenio y de letras y especialmente en las variedades de muchas lenguas, me dixo por qué provava en lengua castellana sonetos y otras artes de trovas usadas por los buenos authores de Italia, y no solamente me lo dixo assí livianamente, más aún me rogó que lo hiciese.” 

Una de las características del Renacimiento literario es su búscada de nuevas formas, temas, ideas y modelos en los que expresar los cambios radicales en la cosmovisión de la época. El hombre en el Renacimiento se sacudía de las imposiciones medievales y buscaba una libertad que le acercara a la felicidad, concepto novedoso casi en la historia de la humanidad. Para ello, no dudaron no solo en bucear en la literatura griega o romana que había llegado hasta nosotros sino en los nuevos poetas que hacían un arte nuevo en Italia.  

Diferencias entre la poesía renacentista y la medieval 

Entendemos mejor este desarrollo cuando lo comparamos con la anterior, con los fragmentos desperdigados que nos han llegado de los autores de la Edad Media.  

1.- Los nuevos metros y tropos de la poesía renacentista

Con la introducción de los modelos italianos se adopta el endecasílabo que tantos buenos frutos va a dar a la poesía española de todos los tiempos. Este nuevo ritmo, con acentos en las 6ª o en la 4ª o 8ª sílaba, imprime una nueva musicalidad a los versos castellanos que abandonan el octosílabo medieval, el dodecasílabo e, incluso, arrincona los metros más largos (como la cuaderna vía del mester de juglaría).  

Con el endecasílabo como rey indiscutible de la poesía aparecen los sonetos, los tercetos, las octavas reales que van dando un ritmo y cadencia a los poemas largos antes desconocidos en castellano. Si por algo se caracteriza, además, la poesía renacentista es por abandonar tanto los temas como el destinatario popular que tanto peso había tenido en la literatura anterior. Y asistimos, por primera vez en castellano, a una poesía culta realizada por personas letradas que encuentran en sus pares lectores, seguidores e imitadores. Los versos se llenan, así, de metáforas, con un lenguaje artificioso a veces, de elegancia y de una visión vital que poco o nada tiene que ver con las guerras cruentas o batallas fratricidas que se han recogido en los pocos ejemplos de cantares de gesta que han llegado hasta nosotros. 

2.- Nuevas formas supone nuevos temas en la poesía renacentista

Se abandona tanto la religiosidad fervorosa de la Edad Media (que se recoge, por poner un caso, en los Milagros de Nuestra Señora) y afloran otros intereses. Estos giran alrededor de tres ejes entrelazados:  

  • El amor platónico hacia una dama cultivada, hermosa y digna de pelear por ella todas las batallas. De estas señoras se exalta no solo su belleza física sino sus virtudes espirituales que la hacen merecedora no solo de servir de musa sino también de alcanzar la visión divina. 
  • Este amor idealizado se produce siempre en una naturaleza bucólica donde todo se presta a agasajar a los enamorados. Este espacio no solo es el decorado necesario para la narración poética sino que también, en ocasiones, se convierte en auténtico protagonista.
  • En la poesía renacentista hay un gusto por los mitos, historias u obras de la antigüedad clásica. Se releen los autores griegos y latinos a la par que sus obras son sometidas a exquisitas y exhaustivas ediciones críticas desde el punto de vista filológico. Todo ello despliega ante la intelectualidad artística de la época un mundo de dioses, amores carnales, pasiones desbordadas y hedonismo del que es ajeno todas y cada una de las características de la literatura medieval. De entre todos los autores clásicos que encuentran el favor de los nuevos poetas sobresale Ovidio y, especialmente, su obra Las Metamorfosis. 

Autores de la poesía renacentista 

1.- Juan Boscán, el introductor de la poesía renacentista en España

Nacido en Barcelona en una fecha aún por determinar a finales del siglo XV (entre 1487 y 1492), pertenecía a una familia de la nueva burguesía acomodada. Gracias a hazañas militares de sus antepasados, se le admitió en la corte de los Reyes Católicos tras estudiar con Lucio Marineo Sículo. Al subir al trono Carlos I, se le encomendó el cuidado y educación del Duque de Alba. Y allí conoció a Garcilaso de la Vega con el que le unió una sincera amistad. Tal como se ha anotado anteriormente, fue el introductor en castellano de los modelos poéticos italianizantes que dejó plasmado en tres libros publicados por su viuda tras su muerte, acaecida en 1542. Además de su producción literaria tradujo El Cortesano de Castiglione, por entonces considerado el manual del perfecto caballero introduciendo también en España una forma de estar y vivir en el mundo ajena a la rudeza medieval. 

2.- Garcilaso de la Vega, uno de los mejores poetas de la historia literaria en español 

Y no solo es el más importante de la poesía renacentista en español a pesar de lo poco que escribió. Nació en Toledo, probablemente en 1501 de familia aristocrática. Por eso, tuvo una esmerada educación en la corte donde recibió una formación no solo humanística sino también militar. Seguramente todo ello influyera para que se granjeara el favor del rey que solicitó su servicio en distintas batallas (en Rodas contra los turcos, en Francia, en Italia…) Garcilaso de la Vega se casó en 1525 con Elena de Zúñiga pero su gran amor fue Isabel Freyre, dama portuguesa que acompañaba a la reina. Es a ella a la que dedica sus mejores versos y los más sentidos poemas cuando fallece. El corpus literario de Garcilaso de la Vega se condensa en 3 églogas, 2 elegías, una epístola, cinco canciones y 38 sonetos donde se despliega con maestría todos los modos y temas de la poesía renacentista en español. Murió en 1536 por las graves heridas recibidas en el asalto a la Fortaleza de Le Muy. 

3.- Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575) 

Nació en Granada y desde temprana edad se apasionó por el saber, los libros y el estudio. Todo ello no le coartó para pasar a la acción tanto en el campo diplomático como en el militar. Políglota, conocía el árabe y el hebreo. Fue llamado por el rey para realizar misiones comerciales, militares o políticas en Venecia, Roma, Inglaterra… Todo ello le permitió amasar riquezas que invirtió en una sublime biblioteca que, a su muerte, donó a Felipe II para que formara parte de los libros de El Escorial. Esta tarea en las cosas de palacio no le impidió generar una obra amplia en el que se adivina el hombre humanista con un claro propósito didáctico.  

4.- Hernando de Acuña (1520-1580) 

También fue un poeta-soldado junto a Carlos I y su hijo Felipe II. Escribió madrigales, canciones y sonetos en los que los protagonistas y la temática estaba muy influida por la literatura clásica con sus héroes, dioses y cosmovisión alrededor del disfrute del mundo y sus criaturas.  

5.- Gutiérrez de Cetina (1520-1557)

Tras seguir a la corte desde su Sevilla natal por Italia y Alemania, hizo la carrera de Las Indias donde escribió algunos de sus mejores poemas, aunque de calidad menor de los representantes de la poesía renacentista reseñados más arriba. 

6.- Francisco de Sá Miranda (1485-1558) 

A pesar de ser portugués de nacimiento y de lengua materna, conocía tan perfectamente el castellano que se atrevió a realizar algunas composiciones poéticas en español. Además, introdujo en Portugal los versos de Garcilaso de la Vega y del resto de los representantes de la poesía renacentista para que allí sirvieran de modelo para un nuevo cambio literario.  

La poesía renacentista también se desarrolló en otros países de Europa (Alemania, Inglaterra, Francia…) aunque en España no solo llegó antes sino que dio ejemplos de mayor belleza, calidad e importancia.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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Fue el primer filólogo en lengua castellana poniendo las bases de lo que hicieron otros grandes nombres de distintas lenguas vulgares (italiano, francés…) Es Antonio de Nebrija (1441-1522), uno de los primeros humanistas e intelectuales del recién estrenado Renacimiento en territorio español.   

La época de Antonio de Nebrija  

El reinado de los Reyes Católicos, tras la conquista de Granada en 1492, supuso el fin de las guerras y enfrentamientos nobiliarios que había caracterizado toda la Edad Media y que, de una manera u otra, se reflejaba en las principales características de la literatura medieval. Y nada más tengo que recordar los conocidos como cantares de gesta (con el epítome del Cantar del Mío Cid) centrados en las hazañas y heroicidades (pero también vilezas) del sinnúmero de señores feudales entretenidos en conspiraciones y luchas cruentas. Sin embargo, la de Antonio de Nebrija es otra época, ya que con los Reyes Católicos se instaura el centralismo en España. Este culmina con la imposición de una cultura hegemónica basada en el cristianismo y en un idioma común.  

Paralelamente, se tiene contacto con la política italiana (y sus intelectuales), se instaura la imprenta multiplicando así el saber de manera exponencial. A la par, se van creando progresivamente más universidades con su trasiego de estudiantes y su afán de conocimiento. Todo ello propicia, por tanto, que se vayan desmenuzando todos los pormenores de la lengua latina que aún seguía siendo la de cultura. Y, con los textos rescatados a través de los libros medievales, se empiece a admirar no solo la literatura griega o romana sino también todo ese mundo y sentir pagano que la misma refleja. Ni que decir tiene que personajes, mitos y relatos se acomodan en la literatura castellana progresivamente como ya hiciera Juan de la Encina, con sus églogas, consideradas la primera manifestación dramática en castellano. 

Por contra y en el lado negativo, se expulsan a los judíos y con ellos se erradica de un plumazo toda su cultura la cual solo nos ha llegado a través de unos cuantos libros científicos o de un puñado de jarchas mozárabes. A la par, la Inquisición va creciendo con fuerza con su gusto por los libros prohibidos y por silenciar a todo aquel que se atrevía a dejar opiniones incómodas de las que no se libraron, por recordar algunos ejemplos, ni los grandes místicos (como los dolorosos procesos de San Juan de la Cruz o de Fray Luis de León).  

El avance de la lengua castellana 

Si en 1492 cae el último reino nazarí de Granada, también es el año del descubrimiento de las nuevas tierras allende el gran océano. Todo ello unido al conocimiento del latín y el reconocimiento de lo que supuso de unificación (y conquista) por parte del Imperio Romano se mezcla en la corte de los Reyes Católicos. Conscientes de la importancia de un idioma común para instaurar un orden cultural y una cosmovisión social, religiosa y económica entre poblaciones diversas (desde los árabes que se habían quedado en la península hasta los nativos americanos), Isabel la Católica favorece de diversas formas los estudios de nuestro idioma.  

Y lo hace, además, cuando las universidades afianzan los estudios de retórica o gramática y cuando el primer filólogo (no solo en lengua castellana sino en todas las romances) tiene preparada su gramática, la primera en idioma vulgar y ejemplo para otros sistemas lingüísticos. Aunque en un principio, se vio en el trabajo simplemente una investigación académica como tantas otras, la reina católica (instruida en la historia y en el latín) muy pronto se convenció de su importancia como manual para homogeneizar lingüísticamente pueblos diversos y amplios. Y así se hizo en vistas del avance imparable del español en el mundo. Gran parte de ese éxito se debe al sevillano Elio Antonio de Nebrija, uno de los más importantes intelectuales de la literatura renacentista.  

Biografía de Antonio de Nebrija 

Nacido en la localidad sevillana de Lebrija en 1441 (otras fuentes aportan la fecha de 1444), al parecer, procedía de familia judía (tanto por rama paterna como materna) obligada a convertirse al cristianismo. Estudió en la universidad de Salamanca y con solo diecinueve años viaja a Italia con una beca para la prestigiosa Universidad de Bolonia. De aquí se trasladó a Roma, Padua, Pisa y Florencia donde estudió disciplinas heterogéneas (desde ciencias naturales hasta teología pasando por historia o derecho). Aunque fue un filólogo convencido (incluso algo pedante y engreído según diversos testimonios), estaba convencido de la importancia de este conocimiento amplio como base para sus estudios lingüísticos. 

Hombre de mal carácter que no dudaba en hacer ver la mediocridad de algunos miembros de los claustros universitarios tuvo algunos problemas para hacerse con cátedras importantes simplemente porque se había dedicado a cosechar enemigos. Aunque en un principio ganó una cátedra en Salamanca, pronto fue amparado por el mecenazgo de Juan de Zúñiga, a la sazón maestre de Alcántara. En 1492 tenía terminada su conocida Gramática que fue presentada a la reina Isabel. Las idas y venidas a la docencia universitaria en Salamanca fueron interrumpidas al ser nombrado cronista real y, más tarde, acogido por el cardenal Cisneros en 1502. De nuevo, su mal carácter y su prurito de hombre sabio e instruido le trajo problemas con el equipo de traductores de la Biblia Políglota al ser extremadamente crítico con la versión en hebreo.  

Como buen filólogo, era partidario de que los estudios lingüísticos y las traducciones se hicieran a partir de fuentes fiables. Tras publicar De literis hebraicis en 1515, obra pionera en su género, comenzaron los problemas con la inquisición que no veía con buenos ojos su afán por desentrañar la Biblia desde los originales hebreos. Afortunadamente para Antonio de Nebrija, su buen mentor el Cardenal Cisneros intervino favorablemente trastocando el tribunal y no llegó a pisar la cárcel ni sufrió daños mayores. Aparte de su ingente labor filológica sin descanso a lo largo de su larga vida, se empeñó como editor y mantuvo a su familia con ayuda de sus influyentes mecenas. 

Casi al final de su vida, en la Universidad de Alcalá de Henares pudo ejercer, bajo el amparo de Cisneros, la cátedra de Retórica la cual desempeñó hasta su muerte, acaecida el 2 de julio de 1522. Hoy da nombre a innumerables institutos y hasta a una afamada universidad.  

Obras de Antonio de Nebrija 

Sus amplios estudios en ciencias diversas así como su conocimiento tanto del latín como del hebreo fueron el sustrato sobre el que se levantó una amplia e importante obra divulgada en vida de este humanista que fue Antonio de Nebrija. Aparte de su participación (a medias ya que abandonó pronto el proyecto) en la Biblia Políglota destaco las siguientes, sin ánimo de ser exhaustiva. 

1.- Introduçiones in latinam gramaticam donde hace acopio de sus conocimientos de la literatura clásica. El trabajo estaba dividido en cinco libros y, posteriormente, fue traducido al castellano por el propio autor. 

2.- El mencionado De literis hebraicis que le valió un proceso inquisitorial. 

3.- Dictionarium Latino-hispanium et Hispanico-latinum. 

4.- Orthografia castellana. 

5.- Arte de la lengua castellana, la primera gramática en lengua vulgar y por la que ha pasado Antonio de Nebrija a la historia de las letras universales. De ella se sirvieron reyes y políticos para afianzar un idioma que ya había abandonado la rudeza medieval y que se encaminaba a las grandes cotas del Siglo de Oro. Antonio de Nebrija tuvo el acierto de sistematizar todo este “buen decir” y de ejemplificar la corrección de una lengua que, en el mismo año en el que apareció se expandía por medio mundo.  

La importancia de Antonio de Nebrija para la literatura, por tanto, nada tiene que ver con un proceso creativo al uso sino que se centra en su labor filológica. A pesar de todos los desencuentros con colegas y miembros de la intelectualidad de la época (a la que tildaba de mediocre) pudo desarrollar su labor investigadora casi sin pausa. Todo ello fue gracias a la visión de poderosas personalidades que entendieron la importancia (política, social, económica y también artística) de una lengua que se preparaba para ir dando grandes nombres sin pausa hasta el siglo XXI.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

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Fue el primer filólogo en lengua castellana poniendo las bases de lo que hicieron otros grandes nombres de distintas lenguas vulgares (italiano, francés…) Es Antonio de Nebrija (1441-1522), uno de los primeros humanistas e intelectuales del recién estrenado Renacimiento en territorio español.   

La época de Antonio de Nebrija  

El reinado de los Reyes Católicos, tras la conquista de Granada en 1492, supuso el fin de las guerras y enfrentamientos nobiliarios que había caracterizado toda la Edad Media y que, de una manera u otra, se reflejaba en las principales características de la literatura medieval. Y nada más tengo que recordar los conocidos como cantares de gesta (con el epítome del Cantar del Mío Cid) centrados en las hazañas y heroicidades (pero también vilezas) del sinnúmero de señores feudales entretenidos en conspiraciones y luchas cruentas. Sin embargo, la de Antonio de Nebrija es otra época, ya que con los Reyes Católicos se instaura el centralismo en España. Este culmina con la imposición de una cultura hegemónica basada en el cristianismo y en un idioma común.  

Paralelamente, se tiene contacto con la política italiana (y sus intelectuales), se instaura la imprenta multiplicando así el saber de manera exponencial. A la par, se van creando progresivamente más universidades con su trasiego de estudiantes y su afán de conocimiento. Todo ello propicia, por tanto, que se vayan desmenuzando todos los pormenores de la lengua latina que aún seguía siendo la de cultura. Y, con los textos rescatados a través de los libros medievales, se empiece a admirar no solo la literatura griega o romana sino también todo ese mundo y sentir pagano que la misma refleja. Ni que decir tiene que personajes, mitos y relatos se acomodan en la literatura castellana progresivamente como ya hiciera Juan de la Encina, con sus églogas, consideradas la primera manifestación dramática en castellano. 

Por contra y en el lado negativo, se expulsan a los judíos y con ellos se erradica de un plumazo toda su cultura la cual solo nos ha llegado a través de unos cuantos libros científicos o de un puñado de jarchas mozárabes. A la par, la Inquisición va creciendo con fuerza con su gusto por los libros prohibidos y por silenciar a todo aquel que se atrevía a dejar opiniones incómodas de las que no se libraron, por recordar algunos ejemplos, ni los grandes místicos (como los dolorosos procesos de San Juan de la Cruz o de Fray Luis de León).  

El avance de la lengua castellana 

Si en 1492 cae el último reino nazarí de Granada, también es el año del descubrimiento de las nuevas tierras allende el gran océano. Todo ello unido al conocimiento del latín y el reconocimiento de lo que supuso de unificación (y conquista) por parte del Imperio Romano se mezcla en la corte de los Reyes Católicos. Conscientes de la importancia de un idioma común para instaurar un orden cultural y una cosmovisión social, religiosa y económica entre poblaciones diversas (desde los árabes que se habían quedado en la península hasta los nativos americanos), Isabel la Católica favorece de diversas formas los estudios de nuestro idioma.  

Y lo hace, además, cuando las universidades afianzan los estudios de retórica o gramática y cuando el primer filólogo (no solo en lengua castellana sino en todas las romances) tiene preparada su gramática, la primera en idioma vulgar y ejemplo para otros sistemas lingüísticos. Aunque en un principio, se vio en el trabajo simplemente una investigación académica como tantas otras, la reina católica (instruida en la historia y en el latín) muy pronto se convenció de su importancia como manual para homogeneizar lingüísticamente pueblos diversos y amplios. Y así se hizo en vistas del avance imparable del español en el mundo. Gran parte de ese éxito se debe al sevillano Elio Antonio de Nebrija, uno de los más importantes intelectuales de la literatura renacentista.  

Biografía de Antonio de Nebrija 

Nacido en la localidad sevillana de Lebrija en 1441 (otras fuentes aportan la fecha de 1444), al parecer, procedía de familia judía (tanto por rama paterna como materna) obligada a convertirse al cristianismo. Estudió en la universidad de Salamanca y con solo diecinueve años viaja a Italia con una beca para la prestigiosa Universidad de Bolonia. De aquí se trasladó a Roma, Padua, Pisa y Florencia donde estudió disciplinas heterogéneas (desde ciencias naturales hasta teología pasando por historia o derecho). Aunque fue un filólogo convencido (incluso algo pedante y engreído según diversos testimonios), estaba convencido de la importancia de este conocimiento amplio como base para sus estudios lingüísticos. 

Hombre de mal carácter que no dudaba en hacer ver la mediocridad de algunos miembros de los claustros universitarios tuvo algunos problemas para hacerse con cátedras importantes simplemente porque se había dedicado a cosechar enemigos. Aunque en un principio ganó una cátedra en Salamanca, pronto fue amparado por el mecenazgo de Juan de Zúñiga, a la sazón maestre de Alcántara. En 1492 tenía terminada su conocida Gramática que fue presentada a la reina Isabel. Las idas y venidas a la docencia universitaria en Salamanca fueron interrumpidas al ser nombrado cronista real y, más tarde, acogido por el cardenal Cisneros en 1502. De nuevo, su mal carácter y su prurito de hombre sabio e instruido le trajo problemas con el equipo de traductores de la Biblia Políglota al ser extremadamente crítico con la versión en hebreo.  

Como buen filólogo, era partidario de que los estudios lingüísticos y las traducciones se hicieran a partir de fuentes fiables. Tras publicar De literis hebraicis en 1515, obra pionera en su género, comenzaron los problemas con la inquisición que no veía con buenos ojos su afán por desentrañar la Biblia desde los originales hebreos. Afortunadamente para Antonio de Nebrija, su buen mentor el Cardenal Cisneros intervino favorablemente trastocando el tribunal y no llegó a pisar la cárcel ni sufrió daños mayores. Aparte de su ingente labor filológica sin descanso a lo largo de su larga vida, se empeñó como editor y mantuvo a su familia con ayuda de sus influyentes mecenas. 

Casi al final de su vida, en la Universidad de Alcalá de Henares pudo ejercer, bajo el amparo de Cisneros, la cátedra de Retórica la cual desempeñó hasta su muerte, acaecida el 2 de julio de 1522. Hoy da nombre a innumerables institutos y hasta a una afamada universidad.  

Obras de Antonio de Nebrija 

Sus amplios estudios en ciencias diversas así como su conocimiento tanto del latín como del hebreo fueron el sustrato sobre el que se levantó una amplia e importante obra divulgada en vida de este humanista que fue Antonio de Nebrija. Aparte de su participación (a medias ya que abandonó pronto el proyecto) en la Biblia Políglota destaco las siguientes, sin ánimo de ser exhaustiva. 

1.- Introduçiones in latinam gramaticam donde hace acopio de sus conocimientos de la literatura clásica. El trabajo estaba dividido en cinco libros y, posteriormente, fue traducido al castellano por el propio autor. 

2.- El mencionado De literis hebraicis que le valió un proceso inquisitorial. 

3.- Dictionarium Latino-hispanium et Hispanico-latinum. 

4.- Orthografia castellana. 

5.- Arte de la lengua castellana, la primera gramática en lengua vulgar y por la que ha pasado Antonio de Nebrija a la historia de las letras universales. De ella se sirvieron reyes y políticos para afianzar un idioma que ya había abandonado la rudeza medieval y que se encaminaba a las grandes cotas del Siglo de Oro. Antonio de Nebrija tuvo el acierto de sistematizar todo este “buen decir” y de ejemplificar la corrección de una lengua que, en el mismo año en el que apareció se expandía por medio mundo.  

La importancia de Antonio de Nebrija para la literatura, por tanto, nada tiene que ver con un proceso creativo al uso sino que se centra en su labor filológica. A pesar de todos los desencuentros con colegas y miembros de la intelectualidad de la época (a la que tildaba de mediocre) pudo desarrollar su labor investigadora casi sin pausa. Todo ello fue gracias a la visión de poderosas personalidades que entendieron la importancia (política, social, económica y también artística) de una lengua que se preparaba para ir dando grandes nombres sin pausa hasta el siglo XXI.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

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Biografía de Juan de la Encina

También conocido como Juan de Fermoselle por considerarse que pudiera haber nacido en dicha localidad zamorana, conocemos su fecha de llegada al mundo (1468) pero no está claro el emplazamiento. Salamanca se encuentra como la favorita. Sí está demostrado que estudió en su Universidad, en un momento en el que se estaban forjando todas las características del renacimiento literario, artístico y filosófico. Hay quienes apuntan a que pudo estudiar con Nebrija. Mentores y maestros aparte, se graduó como bachiller en leyes y en su época de estudiante se empapó del conocimiento de la cultura pagana, no solo de la filosofía sino también de la literatura griega y romana. Por tanto, este sustrato se encuentra presente en sus obras, alejadas totalmente de la temática y cosmovisión que habían mostrado los grandes autores de la Edad Media que han llegado hasta nosotros.  

Juan de la Encina no solo ha pasado a la historia de la literatura por sus églogas sino también a la de la música por sus villancicos los cuales aún forman parte del repertorio de coros y corales actuales. Con un fino talento para el arte musical, a lo largo de su vida se presentó a distintos puestos para ocupar la plaza de cantor en destinos señalados. Sin embargo, o bien perdía la convocatoria o bien la abandonaba por un puesto más jugoso llevado por un no disimulado (ya que incluso lo deja reflejado en sus escritos) espíritu de arribismo más que de ambición. Quizás por eso desde muy joven entró al servicio de los duques de Alba buscando un mecenazgo o un apoyo económico que de otra manera sería muy difícil en la época. En este sentido, en el palacio de Fadrique Álvarez de Toledo se representaron sus primeras composiciones dramáticas en momentos señalados del calendario litúrgico (especialmente Navidad pero también en Semana Santa).  

Juan de la Encina, espíritu viajero  

Se tiene constancia de que en 1500 (quizás un año antes) se encontraba en Roma donde entró al servició de distintos y sucesivos papas: Alejandro VI, Julio II y León X. En el Vaticano desplegó sus dotes como cantor a la par que disfrutaba del ambiente de estas opulentas cortes que a veces olvidaban los principios de Cristo para relajarse en una vida hedonista en lo cultural y placentera en todos los sentidos. Allí Juan de la Encina se codeó con cardenales, príncipes y embajadores que gustaban de sus composiciones musicales y literarias.  

Al final de su vida, en 1519, se ordenó sacerdote para viajar posteriormente a Jerusalén donde celebró su primera misa. De Tierra Santa marchó a León donde obtuvo un puesto como cantor y donde murió en 1529, aunque la fecha exacta no está confirmada. La crítica ha señalado que las distintas ciudades por las que pasó dejaron un importante sustrato intelectual en Juan de la Encina. Es ineludible esta huella cuando Salamanca se abría paso como una sede internacional universitaria centrada en el estudio de los clásicos latinos y Roma (junto con Florencia) se asentaba en todos los postulados del Renacimiento que dinamitaba el mundo medieval anterior. Al enfrentarse con la sagrada Jerusalén en la senectud, la ciudad le invita a reflexionar sobre la vida, la existencia y el sentido último de nuestro paso por este mundo. 

Obras de Juan de la Encina

Todo este bagaje (el cultivado de Salamanca, el hedonista o pagano de Roma y el recogido de Jerusalén) se encuentra presente en su obra, la cual, con toda certeza y salvo algunos retazos, estaba completamente escrita antes de que cumpliera los treinta años. El resto de su vida (tal como declara en algún momento) se lo pasó Juan de la Encina intentando medrar para conseguir cargos y una existencia regalada. Es en Trivagia, poema compuesto al final de su existencia, cuando se lamenta de ese tiempo fugit (más bien perdido) y hace un acto de enmienda que no llega a cumplir. Aún así nos ha dejado importantes obras literarias y musicales por las que merece un puesto destacado en la historia del arte. Anoto: 

Obras de Juan de la Encina de poesía

1.- Cancionero de Juan de la Encina

Obra de juventud ya que fue compuesto entre los 14 y 28 años, los poemas recogidos en sucesivas ediciones fueron creados con el fin principal de insertar música. Esto es, son piezas líricas creadas para ser cantadas en momentos cruciales del calendario litúrgico. Denotan un profundo arraigo aún en la lírica medieval aunque ya se manifiesta (como en buena parte de su obra posterior) el sentir del Renacimiento. 

2.- Arte de la poesía castellana

Aunque se vislumbra algunos de los preceptos de Nebrija, aún no se ha sacudido del todo del sustrato de la poesía trovadoresca anterior. Por tanto, Juan de la Encina continúa siendo un puente artístico entre los viejos principios o características de la literatura medieval y el nuevo hacer que explota con el Renacimiento 

3.- Trivagia

Poema de senectud compuesto tras su paso por Jerusalén con un tono sobrio y de autocrítica.  

Obras de Juan de la Encina clasificadas como teatro 

Porque no podemos definirlas como obras dramáticas al estilo de un Lope de Vega por poner un caso. Son estas piezas, creaciones de transición que no han abandonado la belleza rústica de los autos sacramentales y que aún no pueden considerarse teatro en plenitud. En todas ellas (especialmente las de la primera etapa) predomina un componente narrativo sobre el diálogo que intenta salvar las condiciones en las que fueron creadas. Anoto aquí que, con toda probabilidad, estas composiciones nacieron para ser representadas en los palacios de los mecenas que trató Juan de la Encina durante toda su vida más que para un público teatral tal como lo concebimos hoy en día.  

Obras dramáticas de Juan de la Encina de la primera etapa 

1.- Églogas de Navidad que son tres y fueron representadas ese día el año 1492 en la residencia del duque de Alba. En ellas no hay empacho tanto en halagar a sus promotores como en hacer marketing de sus virtudes artísticas. Y estas líneas anteceden a la narración (más que representación) por parte de los pastores de todos los pormenores del nacimiento de Jesús. Esto es, los sucesos que se narran no tienen lugar ante el espectador y, más bien, nos cuentan o cantan una historia. 

2.- Representaciones de la Pasión y Resurrección son del mismo tenor que las anteriores ya que se relata lo acaecido en el Monte Calvario y la posterior resurrección de Cristo.  

3.- Égloga de Carnaval o de Atruejo es una de las primeras en las que predomina el tema profano. También fue representada en el palacio de los duques de Alba en 1494 y en ella se adivina el sustrato del Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita con su regocijo en la gula u otros placeres terrenales. 

4.- Auto de Repelón ofrece una narración centrada en los juegos de escarnio que se hicieron populares en los ambientes universitarios salmantinos. Sin embargo, se duda de la autoría de Juan de la Encina de esta obra tanto por el estilo como por los diversos vaivenes que sufrió en las primeras ediciones.  

5.- La Égloga de Mingo, Gil y Pascuala gira en torno a un amor profano nuevo en la literatura castellana y cuyos protagonistas son pastores envueltos en un triángulo amoroso.

6.- Triunfo del Amor fue representada ante el Príncipe Juan en 1497 y no tiene el ritmo y calidad del resto de las obras de Juan de la Encina.  

7.- Égloga de las grandes lluvias fue otra pieza para celebrar la Nochebuena (la del año 1498) en el palacio de los Alba. En ella se mezclan acontecimientos contemporáneos con la adulación a los mecenas a la par que se hace sin ningún pudor mención a asuntos profesionales del autor. Y todo ello se remata con la representación navideña propiamente dicha.  

Obras dramáticas de Juan de la Encina de la segunda etapa 

En estos tres nombres se concentra lo más granado de la producción del escritor con composiciones de ambiente pastoril en los que la cultura pagana se entremezcla con los temas populares castellanos con gran acierto estilístico. Son: 

Égloga de Fileno, Zambardo y Carroño 

Está escrita en octavas con rimas consonantes y está considerada uno de los primeros dramas completos en castellano con su exposición, nudo y desenlace. En ella Juan de la Encina no se entretiene en loas o en narraciones descriptivas. Algunos críticos han encontrado el origen de esta trama en unos de los relatos insertados en el Amadís de Gaula. En ella se resuelve de manera dramática un triángulo amoroso mientras que los personajes han sido definidos desde el punto de vista psicológico de manera afinada. De este título son estos conocidos versos: 

¡Oh montes, oh valles, oh sierras, oh llanos, 

Oh bosques, oh prados, oh fuentes, oh ríos…! 

Égloga de Plácida y Victoriano, la gran obra de Juan de la Encina

También tiene como protagonistas a pastores idealizados que se entregan al amor profano dejando atrás toda la cosmovisión medieval. En ella se invoca a la diosa Venus que impide que Victoriano (loco por la pérdida de Plácida) acabe con su vida. Al tiempo, la deidad le pide a Mercurio que resucite a la desdichada muchacha para que puedan terminar sus días en este mundo con felicidad. Aunque a ojos de los lectores del siglo XXI la temática y argumento nos puede parecer ingenua incluso, en la época (con sus procesos de censura) fue tenida por tan escandalosa que entró en el Índice de los Libros Prohibidos. 

Égloga de Cristino y Febes 

En ella se da un paso más en la representación de los goces del mundo del aquí y el ahora. Cristino, joven y hermoso, decide llevar una vida retirada como ermitaño. Sin embargo, los dioses paganos tienen otros planes para él y, a través de Cupido, es herido con una flecha de amor. De inmediato se queda prendado (no ya de una pastora más o menos idealizada) sino de una ninfa que no duda en desplegar todos sus encantos para que el joven abandone cualquier idea de vida ascética.  

Estilo artístico de Juan de la Encina 

De forma muy resumida, hay que anotar lo siguiente:  

1.- Los pastores idealizados o tomados de la tradición popular castellana son los personajes de las obras de Juan de la Encina ya sean para ser protagonistas de amores tormentosos como para narrar la vida de Cristo. 

2.- El mundo pagano cobra fuerza por primera vez en la literatura en español abandonándose a sus dioses, a su forma de vida y al goce de los sentidos. 

3.- La música es siempre una parte inherente de la lírica. 

4.- A pesar del carácter dramático (e incluso pasional) de la gran mayoría de las obras, hay pinceladas de humor y comicidad. Estas recaen siempre en personajes calificados como rústicos, simples o poco instruidos que se conducen a través de un lenguaje sencillo y libre de artificios. 

5.- El nuevo amor pasional, humano y carnal que se representan en gran parte de las églogas de Juan de la Encina manifiestan una conciencia superior, humanística y conocedora de la obra de los grandes clásicos (se ha notado especialmente Virgilio).

6.- En Juan de la Encina nos encontramos un castellano completo, complejo y plenamente formado que adelanta los grandes nombres posteriores y que nada tiene que ver con lo poco que nos ha llegado del periodo medieval.  

En resumidas cuentas, el artista se nos presenta como puente tanto entre dos mundos (el medieval que se apaga y el renacentista que nace con todo tipo de brillo) como entre dos cosmovisiones (la cristiana centrada, en esos momentos, en la renuncia y la pagana homocéntrica). Juan de la Encina, en definitiva, pone los cimientos para el desarrollo especialmente de la dramaturgia posterior que tan grandes nombre dieron sin renunciar a un estilo propio y novedoso en la literatura castellana. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla.

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Biografía de Juan de la Encina

También conocido como Juan de Fermoselle por considerarse que pudiera haber nacido en dicha localidad zamorana, conocemos su fecha de llegada al mundo (1468) pero no está claro el emplazamiento. Salamanca se encuentra como la favorita. Sí está demostrado que estudió en su Universidad, en un momento en el que se estaban forjando todas las características del renacimiento literario, artístico y filosófico. Hay quienes apuntan a que pudo estudiar con Nebrija. Mentores y maestros aparte, se graduó como bachiller en leyes y en su época de estudiante se empapó del conocimiento de la cultura pagana, no solo de la filosofía sino también de la literatura griega y romana. Por tanto, este sustrato se encuentra presente en sus obras, alejadas totalmente de la temática y cosmovisión que habían mostrado los grandes autores de la Edad Media que han llegado hasta nosotros.  

Juan de la Encina no solo ha pasado a la historia de la literatura por sus églogas sino también a la de la música por sus villancicos los cuales aún forman parte del repertorio de coros y corales actuales. Con un fino talento para el arte musical, a lo largo de su vida se presentó a distintos puestos para ocupar la plaza de cantor en destinos señalados. Sin embargo, o bien perdía la convocatoria o bien la abandonaba por un puesto más jugoso llevado por un no disimulado (ya que incluso lo deja reflejado en sus escritos) espíritu de arribismo más que de ambición. Quizás por eso desde muy joven entró al servicio de los duques de Alba buscando un mecenazgo o un apoyo económico que de otra manera sería muy difícil en la época. En este sentido, en el palacio de Fadrique Álvarez de Toledo se representaron sus primeras composiciones dramáticas en momentos señalados del calendario litúrgico (especialmente Navidad pero también en Semana Santa).  

Juan de la Encina, espíritu viajero  

Se tiene constancia de que en 1500 (quizás un año antes) se encontraba en Roma donde entró al servició de distintos y sucesivos papas: Alejandro VI, Julio II y León X. En el Vaticano desplegó sus dotes como cantor a la par que disfrutaba del ambiente de estas opulentas cortes que a veces olvidaban los principios de Cristo para relajarse en una vida hedonista en lo cultural y placentera en todos los sentidos. Allí Juan de la Encina se codeó con cardenales, príncipes y embajadores que gustaban de sus composiciones musicales y literarias.  

Al final de su vida, en 1519, se ordenó sacerdote para viajar posteriormente a Jerusalén donde celebró su primera misa. De Tierra Santa marchó a León donde obtuvo un puesto como cantor y donde murió en 1529, aunque la fecha exacta no está confirmada. La crítica ha señalado que las distintas ciudades por las que pasó dejaron un importante sustrato intelectual en Juan de la Encina. Es ineludible esta huella cuando Salamanca se abría paso como una sede internacional universitaria centrada en el estudio de los clásicos latinos y Roma (junto con Florencia) se asentaba en todos los postulados del Renacimiento que dinamitaba el mundo medieval anterior. Al enfrentarse con la sagrada Jerusalén en la senectud, la ciudad le invita a reflexionar sobre la vida, la existencia y el sentido último de nuestro paso por este mundo. 

Obras de Juan de la Encina

Todo este bagaje (el cultivado de Salamanca, el hedonista o pagano de Roma y el recogido de Jerusalén) se encuentra presente en su obra, la cual, con toda certeza y salvo algunos retazos, estaba completamente escrita antes de que cumpliera los treinta años. El resto de su vida (tal como declara en algún momento) se lo pasó Juan de la Encina intentando medrar para conseguir cargos y una existencia regalada. Es en Trivagia, poema compuesto al final de su existencia, cuando se lamenta de ese tiempo fugit (más bien perdido) y hace un acto de enmienda que no llega a cumplir. Aún así nos ha dejado importantes obras literarias y musicales por las que merece un puesto destacado en la historia del arte. Anoto: 

Obras de Juan de la Encina de poesía

1.- Cancionero de Juan de la Encina

Obra de juventud ya que fue compuesto entre los 14 y 28 años, los poemas recogidos en sucesivas ediciones fueron creados con el fin principal de insertar música. Esto es, son piezas líricas creadas para ser cantadas en momentos cruciales del calendario litúrgico. Denotan un profundo arraigo aún en la lírica medieval aunque ya se manifiesta (como en buena parte de su obra posterior) el sentir del Renacimiento. 

2.- Arte de la poesía castellana

Aunque se vislumbra algunos de los preceptos de Nebrija, aún no se ha sacudido del todo del sustrato de la poesía trovadoresca anterior. Por tanto, Juan de la Encina continúa siendo un puente artístico entre los viejos principios o características de la literatura medieval y el nuevo hacer que explota con el Renacimiento 

3.- Trivagia

Poema de senectud compuesto tras su paso por Jerusalén con un tono sobrio y de autocrítica.  

Obras de Juan de la Encina clasificadas como teatro 

Porque no podemos definirlas como obras dramáticas al estilo de un Lope de Vega por poner un caso. Son estas piezas, creaciones de transición que no han abandonado la belleza rústica de los autos sacramentales y que aún no pueden considerarse teatro en plenitud. En todas ellas (especialmente las de la primera etapa) predomina un componente narrativo sobre el diálogo que intenta salvar las condiciones en las que fueron creadas. Anoto aquí que, con toda probabilidad, estas composiciones nacieron para ser representadas en los palacios de los mecenas que trató Juan de la Encina durante toda su vida más que para un público teatral tal como lo concebimos hoy en día.  

Obras dramáticas de Juan de la Encina de la primera etapa 

1.- Églogas de Navidad que son tres y fueron representadas ese día el año 1492 en la residencia del duque de Alba. En ellas no hay empacho tanto en halagar a sus promotores como en hacer marketing de sus virtudes artísticas. Y estas líneas anteceden a la narración (más que representación) por parte de los pastores de todos los pormenores del nacimiento de Jesús. Esto es, los sucesos que se narran no tienen lugar ante el espectador y, más bien, nos cuentan o cantan una historia. 

2.- Representaciones de la Pasión y Resurrección son del mismo tenor que las anteriores ya que se relata lo acaecido en el Monte Calvario y la posterior resurrección de Cristo.  

3.- Égloga de Carnaval o de Atruejo es una de las primeras en las que predomina el tema profano. También fue representada en el palacio de los duques de Alba en 1494 y en ella se adivina el sustrato del Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita con su regocijo en la gula u otros placeres terrenales. 

4.- Auto de Repelón ofrece una narración centrada en los juegos de escarnio que se hicieron populares en los ambientes universitarios salmantinos. Sin embargo, se duda de la autoría de Juan de la Encina de esta obra tanto por el estilo como por los diversos vaivenes que sufrió en las primeras ediciones.  

5.- La Égloga de Mingo, Gil y Pascuala gira en torno a un amor profano nuevo en la literatura castellana y cuyos protagonistas son pastores envueltos en un triángulo amoroso.

6.- Triunfo del Amor fue representada ante el Príncipe Juan en 1497 y no tiene el ritmo y calidad del resto de las obras de Juan de la Encina.  

7.- Égloga de las grandes lluvias fue otra pieza para celebrar la Nochebuena (la del año 1498) en el palacio de los Alba. En ella se mezclan acontecimientos contemporáneos con la adulación a los mecenas a la par que se hace sin ningún pudor mención a asuntos profesionales del autor. Y todo ello se remata con la representación navideña propiamente dicha.  

Obras dramáticas de Juan de la Encina de la segunda etapa 

En estos tres nombres se concentra lo más granado de la producción del escritor con composiciones de ambiente pastoril en los que la cultura pagana se entremezcla con los temas populares castellanos con gran acierto estilístico. Son: 

Égloga de Fileno, Zambardo y Carroño 

Está escrita en octavas con rimas consonantes y está considerada uno de los primeros dramas completos en castellano con su exposición, nudo y desenlace. En ella Juan de la Encina no se entretiene en loas o en narraciones descriptivas. Algunos críticos han encontrado el origen de esta trama en unos de los relatos insertados en el Amadís de Gaula. En ella se resuelve de manera dramática un triángulo amoroso mientras que los personajes han sido definidos desde el punto de vista psicológico de manera afinada. De este título son estos conocidos versos: 

¡Oh montes, oh valles, oh sierras, oh llanos, 

Oh bosques, oh prados, oh fuentes, oh ríos…! 

Égloga de Plácida y Victoriano, la gran obra de Juan de la Encina

También tiene como protagonistas a pastores idealizados que se entregan al amor profano dejando atrás toda la cosmovisión medieval. En ella se invoca a la diosa Venus que impide que Victoriano (loco por la pérdida de Plácida) acabe con su vida. Al tiempo, la deidad le pide a Mercurio que resucite a la desdichada muchacha para que puedan terminar sus días en este mundo con felicidad. Aunque a ojos de los lectores del siglo XXI la temática y argumento nos puede parecer ingenua incluso, en la época (con sus procesos de censura) fue tenida por tan escandalosa que entró en el Índice de los Libros Prohibidos. 

Égloga de Cristino y Febes 

En ella se da un paso más en la representación de los goces del mundo del aquí y el ahora. Cristino, joven y hermoso, decide llevar una vida retirada como ermitaño. Sin embargo, los dioses paganos tienen otros planes para él y, a través de Cupido, es herido con una flecha de amor. De inmediato se queda prendado (no ya de una pastora más o menos idealizada) sino de una ninfa que no duda en desplegar todos sus encantos para que el joven abandone cualquier idea de vida ascética.  

Estilo artístico de Juan de la Encina 

De forma muy resumida, hay que anotar lo siguiente:  

1.- Los pastores idealizados o tomados de la tradición popular castellana son los personajes de las obras de Juan de la Encina ya sean para ser protagonistas de amores tormentosos como para narrar la vida de Cristo. 

2.- El mundo pagano cobra fuerza por primera vez en la literatura en español abandonándose a sus dioses, a su forma de vida y al goce de los sentidos. 

3.- La música es siempre una parte inherente de la lírica. 

4.- A pesar del carácter dramático (e incluso pasional) de la gran mayoría de las obras, hay pinceladas de humor y comicidad. Estas recaen siempre en personajes calificados como rústicos, simples o poco instruidos que se conducen a través de un lenguaje sencillo y libre de artificios. 

5.- El nuevo amor pasional, humano y carnal que se representan en gran parte de las églogas de Juan de la Encina manifiestan una conciencia superior, humanística y conocedora de la obra de los grandes clásicos (se ha notado especialmente Virgilio).

6.- En Juan de la Encina nos encontramos un castellano completo, complejo y plenamente formado que adelanta los grandes nombres posteriores y que nada tiene que ver con lo poco que nos ha llegado del periodo medieval.  

En resumidas cuentas, el artista se nos presenta como puente tanto entre dos mundos (el medieval que se apaga y el renacentista que nace con todo tipo de brillo) como entre dos cosmovisiones (la cristiana centrada, en esos momentos, en la renuncia y la pagana homocéntrica). Juan de la Encina, en definitiva, pone los cimientos para el desarrollo especialmente de la dramaturgia posterior que tan grandes nombre dieron sin renunciar a un estilo propio y novedoso en la literatura castellana. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla.

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El Amadís de Gaula responde al prototipo y características de las novelas de caballería que fueron tan populares a partir del siglo XV. Tanto fue así que autores tan alejados del género, como San Ignacio de Loyola o Santa Teresa de Jesús, pertenecientes a la mística literaria no tuvieron empacho en reconocer su gusto por ellas. Considerada por la crítica el cenit de las obras de este estilo,  el Amadís de Gaula se salva del escrutinio de la biblioteca de Don Quijote redundando en este juicio: 

“Es el mejor de todos los libros desde género que se han compuesto”  

Y el criterio de Cervantes no se ha movido a lo largo de los siglos. El ideal caballeresco donde un héroe individual sale en busca de justicia sin un plan establecido ofreciendo todas sus victorias a una dama se cumple punto por punto en esta saga literaria. Las novelas de caballería escritas en prosa y en lengua romance tienen un alto contenido de fantasía y de ficción que choca con el gusto por los cantares de gesta con historias tan realistas que se han considerado que fueron los periódicos de la época. Sin embargo, ambas fórmulas literarias tuvieron el favor del público. 

Orígenes de Amadís de Gaula de Garci Rodríguez de Montalvo 

Sin embargo, las novelas de caballería se extienden paralelamente al avance de la imprenta, de la burguesía y de una aristocracia refinada que dejó los modales rudos aparcados. Son obras para ser leídas de manera individual y apelan a un público más cultivado que se sacudía poco a poco el analfabetismo endémico con el que había tenido que convivir todos los autores de la Edad Media

La crítica considera que el Amadís de Gaula fue escrito alrededor de 1492, aunque la primera edición de la que disponemos data de 1508 y está impresa en Zaragoza. Está firmada por Garci Rodríguez de Montalvo del que poco o nada se sabe. A igual que sucede con el Cantar del Mío Cid, los especialistas no se ponen de acuerda en considerar a Garci Rodríguez de Montalvo un mero compilador de las tramas, su verdadero autor o, simplemente, alguien que traduce del francés (de donde, al parecer, procede la historia) resumiendo, paralelamente, la narración original. En palabras de J.L. Alborg: 

“Se desconoce, sin embargo, la fecha de la primera redacción, pero puede afirmarse con seguridad que existía antes de 1325”. 

 ¿Es Garci Rodríguez de Montalvo el autor del Amadís de Gaula? 

Por las referencias escritas (aunque no se hayan conservado ninguna de las ediciones de la obra) se tiene constancia de las aventuras del personaje en la primera mitad del siglo XIV. Por si fuera poco, tampoco hay acuerdo sobre la lengua romance de origen. Teorías hay que señalan la paternidad del texto a la literatura portuguesa o a la francesa (más factible) y es difícil que esta historia repleta de dragones, castillos encantados, magos de sabiduría inmensa y protagonistas con virtudes tan excelsas que no se encuentran en el género humano haya sido inventada al 100% por autor español, cuando una de las características de la literatura medieval en castellano es su apego al realismo.  

De Garci Rodríguez de Montalvo poco o nada se sabe más allá de que era regidor de Medina del Campo, que había servido como soldado y, por tanto, estaba imbuido de todo el ideal caballeresco. En el mismo prólogo dice que escribió la obra en la vejez, aunque la mayoría de los investigadores se inclinan por pensar que fue un resumen lo que hizo más que una novela de su invención. De hecho, reconoce que el texto que se edita fue producto de varios autores y que él solo se dedicó a enmendar, trasladar (traducir) y corregir los tres primeros libros mientras que el cuarto (Sergas de Esplandián) fue añadido sin especificar qué significa ese anexo. ¿Es creación o acaso simplemente se aumentaron las aventuras de Amadís con otras historias que circulaban en la época? Por tanto, tampoco está claro que esta saga con las aventuras del hijo de Amadís de Gaula sea de su invención y la crítica se inclina últimamente a considerarla más bien un anexo de una historia que ya circulaba por Europa.  

Resumen de Amadís de Gaula

Amadís es el fruto de amores prohibidos reales. Su padre es el Rey Perión de Gaula cuya toponimia exacta es difícil de localizar al día de hoy y su madre es Elisenda de Inglaterra. Parte de los paisajes que se describen en la obra pueden corresponder a los típicos de lo que hoy conocemos como Gran Bretaña. Su madre, para esconder esta relación, decide deshacerse del niño nada más nacer, el cual (como Moisés) es arrojado al río encerrado en una caja. De aquí es rescatado y criado por Gandales de Escocia que lo introduce en los ideales caballerescos. Siendo muy joven se enamora de Oriana, princesa de Gran Bretaña y a ella le dedica todas sus conquistas, aventuras y la justicia conseguida en sus correrías.  Una vez armado caballero es reconocido por sus padres (y con ello que es de sangre real) dando comienzo sus aventuras. 

Amadís es encantado y desencantado. Pelea con su hermano y es sometido a mil y una pruebas para demostrar que sus virtudes son tan sobresalientes que merece la mano de Oriana. Lucha con dragones y hace penitencia. Todos estos pesares son recompensados con la mano de la dama, premio final de sus trabajos. El Amadís de Gaula, además, está intercalado por otras historias que ahondan en este ideal caballeresco de sed de justicia en un mundo de fantasía en donde conviven dragones, magos, hechiceros y palacios encantados.  

El estilo de Amadís de Gaula 

1.- Como todas las novelas de caballería, el Amadís de Gaula pertenece a un género fantástico de brujas, magos, encantamientos y monstruos. 

2.- Los personajes son presentados como espíritus de bondad pura y sed de justicia perfecta o, por el contrario, como seres malvados acosados por todos los vicios posibles. Por eso Amadís, siguiendo el ideal caballeresco, es un héroe inmaculado que nunca duda en hacer el bien ni se tambalea ante sus convicciones. 

3.- Ni el Amadís de Gaula ni el resto de las novelas de caballería pueden catalogarse como literatura épica porque, si bien nos topamos a cada rato con batallas y obstáculos a superar, todo ello está adornado con personajes irreales que no corresponden a un género en el que la fortaleza, valentía o astucia son los adornos del héroe. Recordemos que Amadís de Gaula recibe ayuda de personajes sobrenaturales las más de las veces y su esfuerzo no es comparable con el que realizan los héroes típicamente épicos. 

4.- Por otro lado, la obra está pergeñada de un sentimentalismo importante siguiendo la estela del amor cortés platónico que, en ningún momento, deja entrever cualquier mínima deslealtad o cuestionamiento por parte del héroe. 

5.- Amadís representa el perfecto caballero de los nuevos ideales que iban instalándose en cortes y palacios de toda Europa. Nada en él recuerda a la rudeza de la Edad Media y su modelo de comportamiento va a influir en los lectores de la obra impregnándolos de un desconocido (hasta la fecha) sentido de la aristocracia. Así y siguiendo esta línea, Menéndez Pelayo indica: 

“De aquí que su libro adquiera tan alto valor didáctico y social y se convirtiera en el código de honor para varias generaciones, manual de buen tono, oráculo de elegante conversación y repertorio de buenas maneras. Ni siquiera El Cortesano de Castiglione le arrebató de todo esta palma”. 

Difusión, imitadores y sagas de Amadís de Gaula

Pocas oportunidades de evasión se encuentra en la literatura medieval en castellano. Quizás esta fuera una de las razones por las que el Amadís de Gaula y todos los libros de caballería que surgieron en la época tuvieran tanto éxito. 

1.- La primera historia de la saga son las “Sergas de Esplandián”, hijo de Amadís que la mayoría de la crítica consideraba que era una invención de Garci Rodríguez de Montalvo aunque, al día de hoy, se duda de este extremo. 

2.- Fue traducido en repetidas ocasiones al italiano y al francés. Y antes de que se volcaran a estas lenguas romances circularon copias en castellano. Eso provocó que el Amadís de Gaula se populariza en extremo. 

3.- A mediados del siglo XV apareció en París Le Trésor des livres de Amadís, con un resumen de sus gestas. Tuvo también una amplia difusión en Holanda e Inglaterra. 

4.- Tal éxito hizo aflorar los imitadores. Páez de Rivera escribió la continuación de las aventuras de Esplandián. Un poco más tarde apareció un nuevo personaje: el nieto de Amadís de Gaula e hijo de Esplandián, Lisuarte de Grecia. 

5.- Juan Díaz compuso un octavo libro donde el héroe muere de viajo. Parece que esto no gustó al público ya que es resucitado en un nuevo libro escrito por Feliciano de Silva.

6.- La saga se completa con la serie de palmerines: Palmerín de Inglaterra el más famoso, Pimaleón y Palmerín de Oliva. 

Amadís de Gaula, en definitiva, junto con Tirant lo Blanc (aunque este está escrito en valenciano) son los mejores libros de caballería de un género tan popular que forjó la base de la gran novela en castellano: Don Quijote de la Mancha. En la quema y escrutinio de la biblioteca del famoso hidalgo ambos se salvan de las llamas. Los demás no merecían traspasar las brumas del tiempo a decir de Cervantes. 

 

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

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El Amadís de Gaula responde al prototipo y características de las novelas de caballería que fueron tan populares a partir del siglo XV. Tanto fue así que autores tan alejados del género, como San Ignacio de Loyola o Santa Teresa de Jesús, pertenecientes a la mística literaria no tuvieron empacho en reconocer su gusto por ellas. Considerada por la crítica el cenit de las obras de este estilo,  el Amadís de Gaula se salva del escrutinio de la biblioteca de Don Quijote redundando en este juicio: 

“Es el mejor de todos los libros desde género que se han compuesto”  

Y el criterio de Cervantes no se ha movido a lo largo de los siglos. El ideal caballeresco donde un héroe individual sale en busca de justicia sin un plan establecido ofreciendo todas sus victorias a una dama se cumple punto por punto en esta saga literaria. Las novelas de caballería escritas en prosa y en lengua romance tienen un alto contenido de fantasía y de ficción que choca con el gusto por los cantares de gesta con historias tan realistas que se han considerado que fueron los periódicos de la época. Sin embargo, ambas fórmulas literarias tuvieron el favor del público. 

Orígenes de Amadís de Gaula de Garci Rodríguez de Montalvo 

Sin embargo, las novelas de caballería se extienden paralelamente al avance de la imprenta, de la burguesía y de una aristocracia refinada que dejó los modales rudos aparcados. Son obras para ser leídas de manera individual y apelan a un público más cultivado que se sacudía poco a poco el analfabetismo endémico con el que había tenido que convivir todos los autores de la Edad Media

La crítica considera que el Amadís de Gaula fue escrito alrededor de 1492, aunque la primera edición de la que disponemos data de 1508 y está impresa en Zaragoza. Está firmada por Garci Rodríguez de Montalvo del que poco o nada se sabe. A igual que sucede con el Cantar del Mío Cid, los especialistas no se ponen de acuerda en considerar a Garci Rodríguez de Montalvo un mero compilador de las tramas, su verdadero autor o, simplemente, alguien que traduce del francés (de donde, al parecer, procede la historia) resumiendo, paralelamente, la narración original. En palabras de J.L. Alborg: 

“Se desconoce, sin embargo, la fecha de la primera redacción, pero puede afirmarse con seguridad que existía antes de 1325”. 

 ¿Es Garci Rodríguez de Montalvo el autor del Amadís de Gaula? 

Por las referencias escritas (aunque no se hayan conservado ninguna de las ediciones de la obra) se tiene constancia de las aventuras del personaje en la primera mitad del siglo XIV. Por si fuera poco, tampoco hay acuerdo sobre la lengua romance de origen. Teorías hay que señalan la paternidad del texto a la literatura portuguesa o a la francesa (más factible) y es difícil que esta historia repleta de dragones, castillos encantados, magos de sabiduría inmensa y protagonistas con virtudes tan excelsas que no se encuentran en el género humano haya sido inventada al 100% por autor español, cuando una de las características de la literatura medieval en castellano es su apego al realismo.  

De Garci Rodríguez de Montalvo poco o nada se sabe más allá de que era regidor de Medina del Campo, que había servido como soldado y, por tanto, estaba imbuido de todo el ideal caballeresco. En el mismo prólogo dice que escribió la obra en la vejez, aunque la mayoría de los investigadores se inclinan por pensar que fue un resumen lo que hizo más que una novela de su invención. De hecho, reconoce que el texto que se edita fue producto de varios autores y que él solo se dedicó a enmendar, trasladar (traducir) y corregir los tres primeros libros mientras que el cuarto (Sergas de Esplandián) fue añadido sin especificar qué significa ese anexo. ¿Es creación o acaso simplemente se aumentaron las aventuras de Amadís con otras historias que circulaban en la época? Por tanto, tampoco está claro que esta saga con las aventuras del hijo de Amadís de Gaula sea de su invención y la crítica se inclina últimamente a considerarla más bien un anexo de una historia que ya circulaba por Europa.  

Resumen de Amadís de Gaula

Amadís es el fruto de amores prohibidos reales. Su padre es el Rey Perión de Gaula cuya toponimia exacta es difícil de localizar al día de hoy y su madre es Elisenda de Inglaterra. Parte de los paisajes que se describen en la obra pueden corresponder a los típicos de lo que hoy conocemos como Gran Bretaña. Su madre, para esconder esta relación, decide deshacerse del niño nada más nacer, el cual (como Moisés) es arrojado al río encerrado en una caja. De aquí es rescatado y criado por Gandales de Escocia que lo introduce en los ideales caballerescos. Siendo muy joven se enamora de Oriana, princesa de Gran Bretaña y a ella le dedica todas sus conquistas, aventuras y la justicia conseguida en sus correrías.  Una vez armado caballero es reconocido por sus padres (y con ello que es de sangre real) dando comienzo sus aventuras. 

Amadís es encantado y desencantado. Pelea con su hermano y es sometido a mil y una pruebas para demostrar que sus virtudes son tan sobresalientes que merece la mano de Oriana. Lucha con dragones y hace penitencia. Todos estos pesares son recompensados con la mano de la dama, premio final de sus trabajos. El Amadís de Gaula, además, está intercalado por otras historias que ahondan en este ideal caballeresco de sed de justicia en un mundo de fantasía en donde conviven dragones, magos, hechiceros y palacios encantados.  

El estilo de Amadís de Gaula 

1.- Como todas las novelas de caballería, el Amadís de Gaula pertenece a un género fantástico de brujas, magos, encantamientos y monstruos. 

2.- Los personajes son presentados como espíritus de bondad pura y sed de justicia perfecta o, por el contrario, como seres malvados acosados por todos los vicios posibles. Por eso Amadís, siguiendo el ideal caballeresco, es un héroe inmaculado que nunca duda en hacer el bien ni se tambalea ante sus convicciones. 

3.- Ni el Amadís de Gaula ni el resto de las novelas de caballería pueden catalogarse como literatura épica porque, si bien nos topamos a cada rato con batallas y obstáculos a superar, todo ello está adornado con personajes irreales que no corresponden a un género en el que la fortaleza, valentía o astucia son los adornos del héroe. Recordemos que Amadís de Gaula recibe ayuda de personajes sobrenaturales las más de las veces y su esfuerzo no es comparable con el que realizan los héroes típicamente épicos. 

4.- Por otro lado, la obra está pergeñada de un sentimentalismo importante siguiendo la estela del amor cortés platónico que, en ningún momento, deja entrever cualquier mínima deslealtad o cuestionamiento por parte del héroe. 

5.- Amadís representa el perfecto caballero de los nuevos ideales que iban instalándose en cortes y palacios de toda Europa. Nada en él recuerda a la rudeza de la Edad Media y su modelo de comportamiento va a influir en los lectores de la obra impregnándolos de un desconocido (hasta la fecha) sentido de la aristocracia. Así y siguiendo esta línea, Menéndez Pelayo indica: 

“De aquí que su libro adquiera tan alto valor didáctico y social y se convirtiera en el código de honor para varias generaciones, manual de buen tono, oráculo de elegante conversación y repertorio de buenas maneras. Ni siquiera El Cortesano de Castiglione le arrebató de todo esta palma”. 

Difusión, imitadores y sagas de Amadís de Gaula

Pocas oportunidades de evasión se encuentra en la literatura medieval en castellano. Quizás esta fuera una de las razones por las que el Amadís de Gaula y todos los libros de caballería que surgieron en la época tuvieran tanto éxito. 

1.- La primera historia de la saga son las “Sergas de Esplandián”, hijo de Amadís que la mayoría de la crítica consideraba que era una invención de Garci Rodríguez de Montalvo aunque, al día de hoy, se duda de este extremo. 

2.- Fue traducido en repetidas ocasiones al italiano y al francés. Y antes de que se volcaran a estas lenguas romances circularon copias en castellano. Eso provocó que el Amadís de Gaula se populariza en extremo. 

3.- A mediados del siglo XV apareció en París Le Trésor des livres de Amadís, con un resumen de sus gestas. Tuvo también una amplia difusión en Holanda e Inglaterra. 

4.- Tal éxito hizo aflorar los imitadores. Páez de Rivera escribió la continuación de las aventuras de Esplandián. Un poco más tarde apareció un nuevo personaje: el nieto de Amadís de Gaula e hijo de Esplandián, Lisuarte de Grecia. 

5.- Juan Díaz compuso un octavo libro donde el héroe muere de viajo. Parece que esto no gustó al público ya que es resucitado en un nuevo libro escrito por Feliciano de Silva.

6.- La saga se completa con la serie de palmerines: Palmerín de Inglaterra el más famoso, Pimaleón y Palmerín de Oliva. 

Amadís de Gaula, en definitiva, junto con Tirant lo Blanc (aunque este está escrito en valenciano) son los mejores libros de caballería de un género tan popular que forjó la base de la gran novela en castellano: Don Quijote de la Mancha. En la quema y escrutinio de la biblioteca del famoso hidalgo ambos se salvan de las llamas. Los demás no merecían traspasar las brumas del tiempo a decir de Cervantes. 

 

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

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Las novelas de caballería llegaron a tener tal éxito durante el siglo XV y posteriores que no hay escritor de la época que no las conociera o estuviera imbuido de sus principios, valores y aventuras. Así eran y así nos han llegado. 

Definición de las novelas de caballería

Pertenecen al género narrativo en prosa y surgen en el siglo XV superando todas las características de la literatura medieval pero aún sin entrar en la literatura renacentista. En ellas se narran (en lengua romance) las aventuras de un caballero solitario, dechado de virtudes, nobleza y arrojo en busca de aventuras (sin ton ni son y esperando que le salgan al paso) con el objetivo indiscriminado de hacer justicia. Este caballero ofrece todas sus victorias y hazañas a una dama objeto fiel de su amor. 

En contraposición a los cantares de gesta medievales, las aventuras épicas que se narran en las novelas de caballería no son reales y el periplo al completo de estos héroes, adornados con valores sobrehumanos casi, acaecen en escenarios de fantasía. Tanto es así que apenas se puede reconocer la toponimia descrita mientras dragones, magos, hechiceras y castillos encantados salen al paso del héroe.   

Origen de las novelas de caballería en castellano

Aunque los pocos ejemplos de cantares de gesta en verso de los que tenemos conocimiento pudieran ser el sustrato de las novelas de caballería, la crítica ha señalado un origen francés de las mismas. En la épica medieval gala los héroes no están presentados de una manera realista ni tan humanizados como en la castellana. En ella aparecen todos los elementos y características de estas obras y, con todo probabilidad, de Francia se importaron a todo el territorio español y gran parte del europeo. 

De hecho algunas tramas en castellano están calcadas de homólogas francesas y los héroes se repiten en distintas literaturas romances. Esto supuso  (justo cuando se abandonaban los libros medievales manuscritos y comenzaba la imprenta con el aumento exponencial de lectores) que se convirtieran en tremendamente populares en la época. Tanto fue así que autores muy alejados del género, como pudiera ser Santa Teresa de Jesús cuya obra pertenece a la mística literaria, no tuvieron empacho en reconocer su afición a las novelas de caballería. Y sin ir más lejos, Don Quijote, la gran obra narrativa de la humanidad casi, es una burla de las increíbles e imaginarias hazañas de estos héroes que sobrepasan todos los parámetros de las virtudes humanas.  

Por otro lado, las novelas de caballería en castellano surgen cuando se da una situación sociocultural propicia. El siglo XV supuso un cambio de cosmovisión entre la nobleza, enfrascada como en toda la Edad Media, en guerras fratricidas pero haciendo gala de una forma de estar alejada de la rudeza de los siglos posteriores. La monarquía va perdiendo poder y se van abandonando las grandes empresas militares hasta que son retomadas por los Reyes Católicos (la toma de Granada o la búsqueda de nuevos mundos). En esta situación, una aristocracia cultivada que conocía las letras, la historia y la filosofía (recordemos al marqués de Santillana o a don Juan Manuel por poner solo dos casos) se entretiene con el refinamiento palaciego. En este sentido, en los castillos y en las residencias nobiliarias se preparan justas poéticas, lecturas de obras antiguas, torneos deportivos o miles de juegos de ingenio. En este relajamiento de las costumbres (comparado con la dura Edad Media) nacen las novelas de caballería en castellano.  

Características de la novela de caballería principales

Dicho esto, podemos inferir algunas de las características de las novelas caballería simplemente por la descripción y formulación de las mismas. Aún así recordemos los puntos que las hacen única. 

1.- Las novelas de caballería están escritas en prosa y en lengua romance 

Si bien los pocos ejemplos de cantares de gesta que nos han llegado pudieran hacernos creer que están en el origen del género, estos son tan distintos entre sí que muy poco tienen en común. Nacen en prosa en las distintas lenguas romances que se iban afianzando en toda Europa tras arrinconar el latín a las altas esferas de intelectuales. Y, además, son libros para ser leídos, abandonando, por tanto, el carácter oral de la literatura popular medieval.  

2.- Están conformadas por ciclos larguísimos

Las novelas de caballería la forman páginas y páginas de aventuras sobrenaturales de héroes todopoderosos que ni envejecen ni se cansan ni viven nada parecido a las penas y alegrías humanas. Estas historias se iban completando, además, con tramas intercaladas de personajes secundarios. Y por si fuera poco, las aventuras iban colmando el afán lector de la época con nuevos argumentos de personajes asociados. Estos pudieran ser compañeros de batallas, amigos de la infancia, hijos o nietos de los héroes principales.  

3.- Una de las características principales de las novelas de caballería es la fantasía y las tramas imaginadas

Si por algo se caracteriza la literatura española de todos los tiempos es por su realismo, tanto que en castellano apenas hay historias en las que predominen magos de gran sabiduría, hechiceros con encantamientos, animales fantásticos imposibles de encontrar en la naturaleza, dragones destructores o lugares ocupados por ánimas o espíritus. Tanto los cantares de gesta como la producción del mester de clerecía baja a la realidad de la cotidianidad (y los milagros para la población medieval estaban en ese plano, según su cosmovisión). Para encontrar una de las más importantes características de las novelas de caballería (la imaginación y la fantasía) en la literatura posterior habría que esperar al romanticismo literario con su gusto por las historias de brujas, aparecidos, ruinas, tormentas y seres del otro lado de las cosas.  

4.- Paralelamente los héroes son presentados de una manera idealizada en extremo 

Esta falta de realismo no solo aparece en las tramas o en los emplazamientos (que son imposibles de ubicar) sino también en la personalidad de sus protagonistas. No son ya campeones de la guerra (como el Rodrigo Díaz de Vivar del Cantar del Mío Cid) que muestran sus pesares humanos a la par que se hacen con la victoria debido a arrojo, inteligencia o astucia. Por el contrario, los héroes de las novelas de caballería son un dechado de virtudes tal que a ellos no les afecta ni el frío de las nieves ni el calor del sol. Cualquier sentimiento o querencia que no esté en un nivel muy alto de espiritualidad le son ajenas y desconocidas. Tanto es así que (no sin una buena dosis de ironía) en el escrutinio de la biblioteca de Don Quijote el Tirant lo Blanc se salva porque: 

“Aquí comen los caballeros y duermen, y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que todos los demás libros deste género carecen”.  

5.- Otra de las características de las novelas de caballería principales es el canto al amor

Y es un amor concreto a una dama a la cual se homenajea constantemente y se entrega como tributo de fidelidad y entrega las victorias de todas las batallas. A igual que el caballero, estas damas aparecen idealizadas en extremo inasequibles al desgaste de la soledad o a la espera eterna de un héroe enfrascado en hacer un mundo mejor fuera de su castillo. Hasta la aparición del género, el amor en la literatura castellana era presentado de una forma más general (a la patria, a la religión, a la familia, al rey…) o de un modo más sensual o heterodoxo cuyo ejemplo más sublime es el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita. Sin embargo, en las novelas de caballería no hay lugar para la traición, la burla, el engaño o el deseo carnal. Todo en estas obras es de un platonismo nivel sublime.  

6.- Son las primeras obras en lengua romance concebidas para el puro entretenimiento 

Porque si bien las obras del mester de juglaría estaban también diseñadas para el ocio, los cantares que nos han llegado manifiestan una realidad y verosimilitud que se asemeja (con sus salvedades) a la prensa contemporánea. Los oyentes de estos poemas querían saber de las aventuras reales de los guerreros de la época. Un dragón, un mago hechicero o un encantamiento que hace volar ejércitos por los aires no sería aceptado de ninguna manera. Sin embargo, el siglo XV ya demandaba esta fantasía y el lector suscribía el pacto de ficción con naturalidad y gusto. 

7.- Nacen paralelamente a la imprenta y para ser leídas 

Gran parte de su auge se puede deber a las circunstancias alrededor. La población más pudiente abandona, no ya el analfabetismo, sino que se instruye de distintas formas, incluso estudiando en las incipientes universidades. Va avanzando la burguesía imponiendo una cosmovisión vital más centrada en el aquí y el ahora a la par que los goces de la vida comienzan a ser aceptados desde distintos puntos de vista.  

Además, la aparición de la imprenta supuso un cambio drástico en la propagación no solo de cualquier conocimiento sino también de todos y cada uno de los géneros literarios. Si los libros medievales de difícil ejecución se quedaban atrapados entre los muros de los monasterios, con la imprenta, las obras se producían a una velocidad nunca antes vista saciando la curiosidad de un número cada vez mayor de lectores. Esto supuso también que la literatura fuera abandonando paulatinamente su carácter oral para ser escuchada de forma colectiva y fuera adentrándose progresivamente en la lectura individual en solitario.  

8.- Tuvieron una gran influencia en la cultura de la época  

Todo ello supuso un cambio en la cosmovisión de la época a todos los niveles, ya que las novelas de caballería llegaron a todos los estratos de población. Se abandonan así los rigores de los héroes épicos de la primera Edad Media para resbalarse en un mundo ajeno, ameno y perfecto casi. La evasión estaba servida por tanto. 

9.- Otra de las características de las novelas de caballería es el ensalzamiento del ideal cortesano 

Porque críticos hay que defienden que estas obras influyeron con más fuerza en los modos y costumbres de la aristocracia de la época que los libros de comportamiento que nacieron paralelamente. Los ideales de virtud, arrojo, valentía, buenas maneras, modales exquisitos y un gusto por un corazón desprendido se expusieron en estos libros de caballería. El resultado fue que, de alguna manera u otra, esa gentileza (aunque fuera impostada) caló en la nobleza y en la alta sociedad de la época primero para ir llegando a todas las capas de la sociedad en última instancia.   

10.- El héroe de las novelas de caballería lucha por la gloria individual 

No es ya un capitán que dirige su ejército con un objetivo común ya fuera conquista de tierras o liberación de una religión ajena. El caballero de estos libros sale en solitario (con un escudero o un pequeño séquito) a deshacer esos entuertos que tanto gustaban a Don Quijote sin un rumbo fijo o estrategia marcada. Es un héroe que busca la gloria individual, ponerse a prueba constantemente y demostrar a la amada que es el más digno de ese admiración. Al paso le salen todo tipo de animales fantásticos, figuras fantasmagóricas, brujas o magos que unas veces le ayudan y otras veces se enfrentan. 

Ejemplos de novelas de caballerías más famosas

Se publicaron cientos de títulos en castellano y miles en toda Europa. A las aventuras de los héroes principales se les iba sumando las correrías del clan familiar, de los amigos o compañeros de alguna aventura creando sagas que se hacían casi infinitas. Por su calidad, señalo solo dos que, además, fueron las mismas que se salvaron de la quema de los libros de la biblioteca quijotesca. Con ese perdón, Cervantes reconoce la calidad de las mismas. 

1.- Amadís de Gaula, la mejor novela de caballería en castellano 

Aunque ni se saben los orígenes y también se duda de su autor, la crítica coloca el año 1492, el mismo de los descubrimientos, como el de su redacción. Sin embargo, la primera edición que nos ha llegado está impresa en Zaragoza en 1508 y el autor que aparece es Garci Rodríguez de Montalvo.  En la obra se narra las aventuras de Amadís, fruto de los amores prohibidos del rey Perión de Gaula con la princesa Elisena de Inglaterra. El joven presenta en sí todas las virtudes que adorna el ser humano en grado superlativo mientras que no le afecta ninguno de nuestros vicios. Sale en busca de justicia de una forma indefinida y su amor leal es para Oriana con quien logra casarse e, incluso, tener descendencia. Cervantes lo salva de la quema con el siguiente juicio: 

“Es el mejor de todos los libros que es género se han compuesto”.  

2.- Tirant Lo Blanc escrita en catalán y favorita de escritores y críticos

Y eso que no contó demasiado con el favor del público general, precisamente porque las aventuras del Tirant lo Blanc están narradas en un tono realista ajena al género. En esta obra, que fue traducida al francés y al italiano, se cuentan los avatares del capitán homónimo en su lucha contra los turcos. El idealismo (aún estando presente) está pergeñado con notas de la vida cotidiana y el héroe presentado de una manera humana (con sus pocos vicios y sus grandes virtudes).  

En definitiva, las novelas de caballería pueden considerarse el primer género en prosa de ficción de la literatura castellana. Su ambiente de fantasía y las virtudes sobrenaturales de sus protagonistas encandilaron a varias generaciones de lectores que se abrían a los descubrimientos y a la cosmovisión del Renacimiento.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

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Definición de las novelas de caballería

Pertenecen al género narrativo en prosa y surgen en el siglo XV superando todas las características de la literatura medieval pero aún sin entrar en la literatura renacentista. En ellas se narran (en lengua romance) las aventuras de un caballero solitario, dechado de virtudes, nobleza y arrojo en busca de aventuras (sin ton ni son y esperando que le salgan al paso) con el objetivo indiscriminado de hacer justicia. Este caballero ofrece todas sus victorias y hazañas a una dama objeto fiel de su amor. 

En contraposición a los cantares de gesta medievales, las aventuras épicas que se narran en las novelas de caballería no son reales y el periplo al completo de estos héroes, adornados con valores sobrehumanos casi, acaecen en escenarios de fantasía. Tanto es así que apenas se puede reconocer la toponimia descrita mientras dragones, magos, hechiceras y castillos encantados salen al paso del héroe.   

Origen de las novelas de caballería en castellano

Aunque los pocos ejemplos de cantares de gesta en verso de los que tenemos conocimiento pudieran ser el sustrato de las novelas de caballería, la crítica ha señalado un origen francés de las mismas. En la épica medieval gala los héroes no están presentados de una manera realista ni tan humanizados como en la castellana. En ella aparecen todos los elementos y características de estas obras y, con todo probabilidad, de Francia se importaron a todo el territorio español y gran parte del europeo. 

De hecho algunas tramas en castellano están calcadas de homólogas francesas y los héroes se repiten en distintas literaturas romances. Esto supuso  (justo cuando se abandonaban los libros medievales manuscritos y comenzaba la imprenta con el aumento exponencial de lectores) que se convirtieran en tremendamente populares en la época. Tanto fue así que autores muy alejados del género, como pudiera ser Santa Teresa de Jesús cuya obra pertenece a la mística literaria, no tuvieron empacho en reconocer su afición a las novelas de caballería. Y sin ir más lejos, Don Quijote, la gran obra narrativa de la humanidad casi, es una burla de las increíbles e imaginarias hazañas de estos héroes que sobrepasan todos los parámetros de las virtudes humanas.  

Por otro lado, las novelas de caballería en castellano surgen cuando se da una situación sociocultural propicia. El siglo XV supuso un cambio de cosmovisión entre la nobleza, enfrascada como en toda la Edad Media, en guerras fratricidas pero haciendo gala de una forma de estar alejada de la rudeza de los siglos posteriores. La monarquía va perdiendo poder y se van abandonando las grandes empresas militares hasta que son retomadas por los Reyes Católicos (la toma de Granada o la búsqueda de nuevos mundos). En esta situación, una aristocracia cultivada que conocía las letras, la historia y la filosofía (recordemos al marqués de Santillana o a don Juan Manuel por poner solo dos casos) se entretiene con el refinamiento palaciego. En este sentido, en los castillos y en las residencias nobiliarias se preparan justas poéticas, lecturas de obras antiguas, torneos deportivos o miles de juegos de ingenio. En este relajamiento de las costumbres (comparado con la dura Edad Media) nacen las novelas de caballería en castellano.  

Características de la novela de caballería principales

Dicho esto, podemos inferir algunas de las características de las novelas caballería simplemente por la descripción y formulación de las mismas. Aún así recordemos los puntos que las hacen única. 

1.- Las novelas de caballería están escritas en prosa y en lengua romance 

Si bien los pocos ejemplos de cantares de gesta que nos han llegado pudieran hacernos creer que están en el origen del género, estos son tan distintos entre sí que muy poco tienen en común. Nacen en prosa en las distintas lenguas romances que se iban afianzando en toda Europa tras arrinconar el latín a las altas esferas de intelectuales. Y, además, son libros para ser leídos, abandonando, por tanto, el carácter oral de la literatura popular medieval.  

2.- Están conformadas por ciclos larguísimos

Las novelas de caballería la forman páginas y páginas de aventuras sobrenaturales de héroes todopoderosos que ni envejecen ni se cansan ni viven nada parecido a las penas y alegrías humanas. Estas historias se iban completando, además, con tramas intercaladas de personajes secundarios. Y por si fuera poco, las aventuras iban colmando el afán lector de la época con nuevos argumentos de personajes asociados. Estos pudieran ser compañeros de batallas, amigos de la infancia, hijos o nietos de los héroes principales.  

3.- Una de las características principales de las novelas de caballería es la fantasía y las tramas imaginadas

Si por algo se caracteriza la literatura española de todos los tiempos es por su realismo, tanto que en castellano apenas hay historias en las que predominen magos de gran sabiduría, hechiceros con encantamientos, animales fantásticos imposibles de encontrar en la naturaleza, dragones destructores o lugares ocupados por ánimas o espíritus. Tanto los cantares de gesta como la producción del mester de clerecía baja a la realidad de la cotidianidad (y los milagros para la población medieval estaban en ese plano, según su cosmovisión). Para encontrar una de las más importantes características de las novelas de caballería (la imaginación y la fantasía) en la literatura posterior habría que esperar al romanticismo literario con su gusto por las historias de brujas, aparecidos, ruinas, tormentas y seres del otro lado de las cosas.  

4.- Paralelamente los héroes son presentados de una manera idealizada en extremo 

Esta falta de realismo no solo aparece en las tramas o en los emplazamientos (que son imposibles de ubicar) sino también en la personalidad de sus protagonistas. No son ya campeones de la guerra (como el Rodrigo Díaz de Vivar del Cantar del Mío Cid) que muestran sus pesares humanos a la par que se hacen con la victoria debido a arrojo, inteligencia o astucia. Por el contrario, los héroes de las novelas de caballería son un dechado de virtudes tal que a ellos no les afecta ni el frío de las nieves ni el calor del sol. Cualquier sentimiento o querencia que no esté en un nivel muy alto de espiritualidad le son ajenas y desconocidas. Tanto es así que (no sin una buena dosis de ironía) en el escrutinio de la biblioteca de Don Quijote el Tirant lo Blanc se salva porque: 

“Aquí comen los caballeros y duermen, y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que todos los demás libros deste género carecen”.  

5.- Otra de las características de las novelas de caballería principales es el canto al amor

Y es un amor concreto a una dama a la cual se homenajea constantemente y se entrega como tributo de fidelidad y entrega las victorias de todas las batallas. A igual que el caballero, estas damas aparecen idealizadas en extremo inasequibles al desgaste de la soledad o a la espera eterna de un héroe enfrascado en hacer un mundo mejor fuera de su castillo. Hasta la aparición del género, el amor en la literatura castellana era presentado de una forma más general (a la patria, a la religión, a la familia, al rey…) o de un modo más sensual o heterodoxo cuyo ejemplo más sublime es el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita. Sin embargo, en las novelas de caballería no hay lugar para la traición, la burla, el engaño o el deseo carnal. Todo en estas obras es de un platonismo nivel sublime.  

6.- Son las primeras obras en lengua romance concebidas para el puro entretenimiento 

Porque si bien las obras del mester de juglaría estaban también diseñadas para el ocio, los cantares que nos han llegado manifiestan una realidad y verosimilitud que se asemeja (con sus salvedades) a la prensa contemporánea. Los oyentes de estos poemas querían saber de las aventuras reales de los guerreros de la época. Un dragón, un mago hechicero o un encantamiento que hace volar ejércitos por los aires no sería aceptado de ninguna manera. Sin embargo, el siglo XV ya demandaba esta fantasía y el lector suscribía el pacto de ficción con naturalidad y gusto. 

7.- Nacen paralelamente a la imprenta y para ser leídas 

Gran parte de su auge se puede deber a las circunstancias alrededor. La población más pudiente abandona, no ya el analfabetismo, sino que se instruye de distintas formas, incluso estudiando en las incipientes universidades. Va avanzando la burguesía imponiendo una cosmovisión vital más centrada en el aquí y el ahora a la par que los goces de la vida comienzan a ser aceptados desde distintos puntos de vista.  

Además, la aparición de la imprenta supuso un cambio drástico en la propagación no solo de cualquier conocimiento sino también de todos y cada uno de los géneros literarios. Si los libros medievales de difícil ejecución se quedaban atrapados entre los muros de los monasterios, con la imprenta, las obras se producían a una velocidad nunca antes vista saciando la curiosidad de un número cada vez mayor de lectores. Esto supuso también que la literatura fuera abandonando paulatinamente su carácter oral para ser escuchada de forma colectiva y fuera adentrándose progresivamente en la lectura individual en solitario.  

8.- Tuvieron una gran influencia en la cultura de la época  

Todo ello supuso un cambio en la cosmovisión de la época a todos los niveles, ya que las novelas de caballería llegaron a todos los estratos de población. Se abandonan así los rigores de los héroes épicos de la primera Edad Media para resbalarse en un mundo ajeno, ameno y perfecto casi. La evasión estaba servida por tanto. 

9.- Otra de las características de las novelas de caballería es el ensalzamiento del ideal cortesano 

Porque críticos hay que defienden que estas obras influyeron con más fuerza en los modos y costumbres de la aristocracia de la época que los libros de comportamiento que nacieron paralelamente. Los ideales de virtud, arrojo, valentía, buenas maneras, modales exquisitos y un gusto por un corazón desprendido se expusieron en estos libros de caballería. El resultado fue que, de alguna manera u otra, esa gentileza (aunque fuera impostada) caló en la nobleza y en la alta sociedad de la época primero para ir llegando a todas las capas de la sociedad en última instancia.   

10.- El héroe de las novelas de caballería lucha por la gloria individual 

No es ya un capitán que dirige su ejército con un objetivo común ya fuera conquista de tierras o liberación de una religión ajena. El caballero de estos libros sale en solitario (con un escudero o un pequeño séquito) a deshacer esos entuertos que tanto gustaban a Don Quijote sin un rumbo fijo o estrategia marcada. Es un héroe que busca la gloria individual, ponerse a prueba constantemente y demostrar a la amada que es el más digno de ese admiración. Al paso le salen todo tipo de animales fantásticos, figuras fantasmagóricas, brujas o magos que unas veces le ayudan y otras veces se enfrentan. 

Ejemplos de novelas de caballerías más famosas

Se publicaron cientos de títulos en castellano y miles en toda Europa. A las aventuras de los héroes principales se les iba sumando las correrías del clan familiar, de los amigos o compañeros de alguna aventura creando sagas que se hacían casi infinitas. Por su calidad, señalo solo dos que, además, fueron las mismas que se salvaron de la quema de los libros de la biblioteca quijotesca. Con ese perdón, Cervantes reconoce la calidad de las mismas. 

1.- Amadís de Gaula, la mejor novela de caballería en castellano 

Aunque ni se saben los orígenes y también se duda de su autor, la crítica coloca el año 1492, el mismo de los descubrimientos, como el de su redacción. Sin embargo, la primera edición que nos ha llegado está impresa en Zaragoza en 1508 y el autor que aparece es Garci Rodríguez de Montalvo.  En la obra se narra las aventuras de Amadís, fruto de los amores prohibidos del rey Perión de Gaula con la princesa Elisena de Inglaterra. El joven presenta en sí todas las virtudes que adorna el ser humano en grado superlativo mientras que no le afecta ninguno de nuestros vicios. Sale en busca de justicia de una forma indefinida y su amor leal es para Oriana con quien logra casarse e, incluso, tener descendencia. Cervantes lo salva de la quema con el siguiente juicio: 

“Es el mejor de todos los libros que es género se han compuesto”.  

2.- Tirant Lo Blanc escrita en catalán y favorita de escritores y críticos

Y eso que no contó demasiado con el favor del público general, precisamente porque las aventuras del Tirant lo Blanc están narradas en un tono realista ajena al género. En esta obra, que fue traducida al francés y al italiano, se cuentan los avatares del capitán homónimo en su lucha contra los turcos. El idealismo (aún estando presente) está pergeñado con notas de la vida cotidiana y el héroe presentado de una manera humana (con sus pocos vicios y sus grandes virtudes).  

En definitiva, las novelas de caballería pueden considerarse el primer género en prosa de ficción de la literatura castellana. Su ambiente de fantasía y las virtudes sobrenaturales de sus protagonistas encandilaron a varias generaciones de lectores que se abrían a los descubrimientos y a la cosmovisión del Renacimiento.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

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Gracias a estas obras un hidalgo de La Mancha salió en post de gloria personal e individual junto a un escudero anclado en la realidad de la tierra y sus aventuras se convirtieron en la mejor novela de la historia. En la literatura castellana, salvando algunas obras puntuales, fueron las primeras obras creadas con una intención claramente de entretenimiento. Y aquí quizás resida una de las características de las novelas de caballerías principales: que abandona toda finalidad moralizante alejándose de los grandes temas de la literatura medieval. Eso no quita para que el idealismo y el afán de perfeccionamiento de los héroes caballerescos sirvieran de abono en el proceso de superación de conocidos místicos como pudiera ser Santa Teresa de Jesús o San Ignacio de Loyala.  La Doctora de la Iglesia confiesa que, en su juventud, fue ávida lectora de estas historias. Y críticos de la literatura hay quienes ven en esos ideales de superación un sustrato de las experiencias místicas que llegarían después. Sea como fuere, el tono moralizante de un don Juan Manuel, para poner un ejemplo, queda atrás y la cosmovisión que se nos presenta es totalmente distinta.  

La sociedad castellana en el siglo XV y las novelas de caballería 

Las novelas de caballería comenzaron a hacerse populares en el siglo XV, justo cuando la imprenta inicia su andadura para dejar atrás definitivamente los libros medievales que solo estaban al alcance de muy pocos. Ese punto quizás también contribuyera a su éxito y propagación. Sea como fuere, la sociedad castellana del siglo XV estaba aparcando todos los parámetros brutales de la Edad Media. La nobleza olvidaba su rudeza y se hacía cortesana a la misma velocidad que aumentaban las intrigas palaciegas y las peleas entre reinos. La monarquía perdía su papel y, paralelamente en una contradicción casi, surgían voces que abogaban por el centralismo. El avance hacia los últimos reductos de los reinos musulmanes quedó paralizado hasta el último embate de los Reyes Católicos en 1492.  

Mientras tanto, la misma nobleza que renegaba de la autoridad real se congregaba en castillos y palacios para disfrutar de grandes banquetes, justas poéticas y torneos donde se demostraba habilidad y fuerza con más espíritu deportivo que guerrero. El recogimiento religioso medieval queda, paulatinamente, apartado mientras se va descubriendo el mundo pagano de la literatura griega y latina que comenzaba a traducirse en castellano y a editarse en las incipientes imprentas. Las universidades comenzaban a plantar sus cátedras y aulas por todo el territorio español (la primera fue la de Salamanca en el siglo XIII) y la burguesía se hacía culta y letrada. Todo ello era caldo de cultivo propicio para una nueva forma de hacer literatura que dejaba a un lado la realidad más cruda resbalándose por la fantasía para solaz de lectores individuales.   

10 Características de las novelas de caballería 

1.- Surgen en el siglo XV en un ambiente cortesano

Como ya he anotado, es una literatura producto de su tiempo como lo fueron los cantares de gesta mantenidos por el mester de juglaría siglos atrás. La cosmovisión medieval iba progresivamente abandonándose y lentamente España se introducía en el Renacimiento literario con todo lo que ella implica. La imprenta hace factible un mayor número de libros. A la par que va aumentando el público alfabetizado con el auge económico burgués y la implantación de las universidades se ponen los cimientos para los descubrimientos, la incipiente ciencia, los ingenios mecánicos, la mejora de las comunicaciones, el poder centralizado… En esta situación la nobleza se vuelve más ociosa dejando la rudeza de los siglos atrás. Gusta de las fiestas palaciegas, de los modales de las justas caballerescas, de la prueba en los torneos… En este ambiente nacen las novelas de caballerías que exaltan otro ideales distintos a los de antaño. 

2.- Una de las características de las novelas de caballería es el ensalzamiento del amor 

Excepto en la poesía trovaderesca, el amor como idealización no había tenido cabida en la literatura en castellano. Los autores de la Edad Media (a excepción si acaso del Arcipreste de Hita y su obra tiene otro cariz) siempre escribían con fines moralizantes, edificantes, educativos… Sin embargo, las novelas de caballerías ensalzan el amor incondicional de un caballero hacia su dama a la cual entrega el fruto de todas sus conquistas.  

3.- El héroe caballeresco busca la gloria individual  

Los ejemplos de cantares de gesta que nos han llegado nos muestran a héroes con espíritu de soldado, con cosmovisión militar. Cualquier hazaña tenía una finalidad colectiva ya fuera patria (o terruño) o religión (la toma de territorios para la causa cristiana por poner otro caso). Eran combatientes abnegados que actuaban movidos por un honor heredado y por un deber leal a cualquier causa en la que ponían sus vidas. Sin embargo, los protagonistas de las novelas de caballerías viajan y llevan sus aventuras en solitario en busca de causas etéreas (aunque sean llevados por el afán de hacer el bien) y con un espíritu egocéntrico que adelanta los fundamentos del Renacimiento. Las peleas que libraban eran para su gloria personal y no como parte de un ejército con una causa común.  

4.- Otra de las características de las novelas de caballería es la fantasía  

Si algo caracteriza a la literatura española de todos los tiempos es su fuerte arraigo en el realismo. Tanto es así que cuesta encontrar obras en las que la fantasía sea una norma y uno de sus fundamentos. La excepción es la novela de caballerías donde los héroes se topan con monstruos inverosímiles, magos con poderes, animales fantásticos y toda suerte de seres imaginarios que acompañan (algunas veces para mal y otras para bien) al caballero en sus andanzas. 

5.- La topografía presentada es difusa y etérea 

En la misma línea con lo expuesto anteriormente, otra de las características de las novelas de caballerías es que no se reconocen como reales la toponimia presentadas en las obras. Amadís de Gaula, por poner un ejemplo de una de las mejores, viaja por toda Europa pero son lugares irreales, etéreos, irreconocibles con paisajes que difícilmente puedan encontrarse en un tour turístico contemporáneo. Los castillos están encantados. Los fantasmas y las criaturas del otro mundo conviven en armonía con personajes caracterizados con mayor realidad.  

6.- Las novelas de caballería se convirtieron en manuales del perfecto cortesano 

Porque los héroes de estas obras representaban los ideales y virtudes de los perfectos caballeros sin tacha y mácula alguna. Son personajes esforzados con modales exquisitos que no pierden la compostura en ningún momento aunque estén siendo devorados por un dragón de tres cabezas. A la par, hacen gala (y luchan por ello) de grandes ideales y una buena dosis de ánimo que lo convierten en dechados de virtudes. Inasequibles al desaliento y en ayuda a los menesterosos, su lema es la lucha por la justicia. El ideal caballeresco, por tanto, de los libros se pretendía imitar entre un público cortesano cada vez más instruido que ya rechaza la rudeza en el trato, los modales y las relaciones sociales.  

7.- Los orígenes de las novelas de caballería son franceses 

Aunque de España salieron grandes ciclos que luego se vertieron a otras lenguas romances, los orígenes se encuentran en los héroes épicos franceses. En estos poemas se encuentran personajes alejados de las características de los cantares de gesta principales. Si los castellanos pedían verosimilitud como si se tratara de las noticias de la prensa y los héroes se presentaban con toda su crudeza, en los galos todo estos caracteres estaban más endulzados. Además, en los poemas épicos castellanos no se hubiera permitido la fantasía de castillos encantados y criaturas extrañas que ayudaban a los caballeros galos en los momentos de apuros. En los españoles se exigía a los héroes un arrojo y valentía fuera de lo humano. Todo esto se trastoca con las novelas de caballerías que presentan un mundo totalmente distinto. 

8.- La mejor novela de caballería en castellano es el Amadís de Gaula 

Y tanto fue así que merece estudio individual ya que el héroe constituye un ciclo aparte y tanto fue su éxito que se contaron 50 ediciones en apenas unas cuantas décadas. El público estaba tan ansioso por conocer más aventuras que incluso el Amadís original fue resucitado después de haber sido asesinado. Las sagas en las que seguían las aventuras de su hijo o su nieto eran esperadas por los lectores ávidos de estos héroes inmaculados e irreales que dedicaban su vida al amor de una dama y a luchar por la justicia de manera abstracta.  

9.- Otra de las características de las novelas de caballería es su independencia de las historias de aventuras: el caso del Tirant lo Blanc

Este mundo de magia y de paisajes de brumas donde aparecen seres fantasiosos no tenían nada que ver con las novelas de aventuras con una meta concreta. Los caballeros andantes vagaban sin rumbo buscando deshacer cualquier entuerto (como aspiraba el antihéroe Don Quijote) que les saliera al paso. Sin embargo, el Tirant lo Blanc (escrito en catalán) es un obra que se sale del género al presentar a un militar que lucha contra los turcos y vence gracias a su ingenio, inteligencia y astucia. A pesar de que los lectores cultivados se rindieron a la gran belleza literaria de la obra, esta no tuvo el éxito de otras novelas de caballerías más imaginativas. Tanto es así que en el escrutinio de la biblioteca quijotesca, esta se salva porque  poco había podido contribuir a la perdida de la razón del héroe. 

“Aquí comen los caballeros y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que todos los demás libros deste género carecen”.  

10.- Las sagas de las novelas de caballería es otra de sus características

Las historias son larguísimas y no acaban nunca. Son auténticas series de aventuras sobre el mismo tema en los que los personajes no envejecen y se muestran inasequibles al desaliento. El público esperaba con ansiedad más y más historias tanto de los protagonistas como de sus hijos y sus nietos. El entretenimiento estaba servido porque, entre combate y combate, se intercalaban otra historias de corte amoroso que hacían las delicias de los lectores.  

Todas estas características de las novelas de caballería propiciaron que fueran las favoritas de un público lector cada vez más amplio que buscaba aventuras e ideales a la par que se evadían de la realidad. Fueron tan populares que las grandes aventuras, de una manera u otra, eran conocidas por todos. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

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Gracias a estas obras un hidalgo de La Mancha salió en post de gloria personal e individual junto a un escudero anclado en la realidad de la tierra y sus aventuras se convirtieron en la mejor novela de la historia. En la literatura castellana, salvando algunas obras puntuales, fueron las primeras obras creadas con una intención claramente de entretenimiento. Y aquí quizás resida una de las características de las novelas de caballerías principales: que abandona toda finalidad moralizante alejándose de los grandes temas de la literatura medieval. Eso no quita para que el idealismo y el afán de perfeccionamiento de los héroes caballerescos sirvieran de abono en el proceso de superación de conocidos místicos como pudiera ser Santa Teresa de Jesús o San Ignacio de Loyala.  La Doctora de la Iglesia confiesa que, en su juventud, fue ávida lectora de estas historias. Y críticos de la literatura hay quienes ven en esos ideales de superación un sustrato de las experiencias místicas que llegarían después. Sea como fuere, el tono moralizante de un don Juan Manuel, para poner un ejemplo, queda atrás y la cosmovisión que se nos presenta es totalmente distinta.  

La sociedad castellana en el siglo XV y las novelas de caballería 

Las novelas de caballería comenzaron a hacerse populares en el siglo XV, justo cuando la imprenta inicia su andadura para dejar atrás definitivamente los libros medievales que solo estaban al alcance de muy pocos. Ese punto quizás también contribuyera a su éxito y propagación. Sea como fuere, la sociedad castellana del siglo XV estaba aparcando todos los parámetros brutales de la Edad Media. La nobleza olvidaba su rudeza y se hacía cortesana a la misma velocidad que aumentaban las intrigas palaciegas y las peleas entre reinos. La monarquía perdía su papel y, paralelamente en una contradicción casi, surgían voces que abogaban por el centralismo. El avance hacia los últimos reductos de los reinos musulmanes quedó paralizado hasta el último embate de los Reyes Católicos en 1492.  

Mientras tanto, la misma nobleza que renegaba de la autoridad real se congregaba en castillos y palacios para disfrutar de grandes banquetes, justas poéticas y torneos donde se demostraba habilidad y fuerza con más espíritu deportivo que guerrero. El recogimiento religioso medieval queda, paulatinamente, apartado mientras se va descubriendo el mundo pagano de la literatura griega y latina que comenzaba a traducirse en castellano y a editarse en las incipientes imprentas. Las universidades comenzaban a plantar sus cátedras y aulas por todo el territorio español (la primera fue la de Salamanca en el siglo XIII) y la burguesía se hacía culta y letrada. Todo ello era caldo de cultivo propicio para una nueva forma de hacer literatura que dejaba a un lado la realidad más cruda resbalándose por la fantasía para solaz de lectores individuales.   

10 Características de las novelas de caballería 

1.- Surgen en el siglo XV en un ambiente cortesano

Como ya he anotado, es una literatura producto de su tiempo como lo fueron los cantares de gesta mantenidos por el mester de juglaría siglos atrás. La cosmovisión medieval iba progresivamente abandonándose y lentamente España se introducía en el Renacimiento literario con todo lo que ella implica. La imprenta hace factible un mayor número de libros. A la par que va aumentando el público alfabetizado con el auge económico burgués y la implantación de las universidades se ponen los cimientos para los descubrimientos, la incipiente ciencia, los ingenios mecánicos, la mejora de las comunicaciones, el poder centralizado… En esta situación la nobleza se vuelve más ociosa dejando la rudeza de los siglos atrás. Gusta de las fiestas palaciegas, de los modales de las justas caballerescas, de la prueba en los torneos… En este ambiente nacen las novelas de caballerías que exaltan otro ideales distintos a los de antaño. 

2.- Una de las características de las novelas de caballería es el ensalzamiento del amor 

Excepto en la poesía trovaderesca, el amor como idealización no había tenido cabida en la literatura en castellano. Los autores de la Edad Media (a excepción si acaso del Arcipreste de Hita y su obra tiene otro cariz) siempre escribían con fines moralizantes, edificantes, educativos… Sin embargo, las novelas de caballerías ensalzan el amor incondicional de un caballero hacia su dama a la cual entrega el fruto de todas sus conquistas.  

3.- El héroe caballeresco busca la gloria individual  

Los ejemplos de cantares de gesta que nos han llegado nos muestran a héroes con espíritu de soldado, con cosmovisión militar. Cualquier hazaña tenía una finalidad colectiva ya fuera patria (o terruño) o religión (la toma de territorios para la causa cristiana por poner otro caso). Eran combatientes abnegados que actuaban movidos por un honor heredado y por un deber leal a cualquier causa en la que ponían sus vidas. Sin embargo, los protagonistas de las novelas de caballerías viajan y llevan sus aventuras en solitario en busca de causas etéreas (aunque sean llevados por el afán de hacer el bien) y con un espíritu egocéntrico que adelanta los fundamentos del Renacimiento. Las peleas que libraban eran para su gloria personal y no como parte de un ejército con una causa común.  

4.- Otra de las características de las novelas de caballería es la fantasía  

Si algo caracteriza a la literatura española de todos los tiempos es su fuerte arraigo en el realismo. Tanto es así que cuesta encontrar obras en las que la fantasía sea una norma y uno de sus fundamentos. La excepción es la novela de caballerías donde los héroes se topan con monstruos inverosímiles, magos con poderes, animales fantásticos y toda suerte de seres imaginarios que acompañan (algunas veces para mal y otras para bien) al caballero en sus andanzas. 

5.- La topografía presentada es difusa y etérea 

En la misma línea con lo expuesto anteriormente, otra de las características de las novelas de caballerías es que no se reconocen como reales la toponimia presentadas en las obras. Amadís de Gaula, por poner un ejemplo de una de las mejores, viaja por toda Europa pero son lugares irreales, etéreos, irreconocibles con paisajes que difícilmente puedan encontrarse en un tour turístico contemporáneo. Los castillos están encantados. Los fantasmas y las criaturas del otro mundo conviven en armonía con personajes caracterizados con mayor realidad.  

6.- Las novelas de caballería se convirtieron en manuales del perfecto cortesano 

Porque los héroes de estas obras representaban los ideales y virtudes de los perfectos caballeros sin tacha y mácula alguna. Son personajes esforzados con modales exquisitos que no pierden la compostura en ningún momento aunque estén siendo devorados por un dragón de tres cabezas. A la par, hacen gala (y luchan por ello) de grandes ideales y una buena dosis de ánimo que lo convierten en dechados de virtudes. Inasequibles al desaliento y en ayuda a los menesterosos, su lema es la lucha por la justicia. El ideal caballeresco, por tanto, de los libros se pretendía imitar entre un público cortesano cada vez más instruido que ya rechaza la rudeza en el trato, los modales y las relaciones sociales.  

7.- Los orígenes de las novelas de caballería son franceses 

Aunque de España salieron grandes ciclos que luego se vertieron a otras lenguas romances, los orígenes se encuentran en los héroes épicos franceses. En estos poemas se encuentran personajes alejados de las características de los cantares de gesta principales. Si los castellanos pedían verosimilitud como si se tratara de las noticias de la prensa y los héroes se presentaban con toda su crudeza, en los galos todo estos caracteres estaban más endulzados. Además, en los poemas épicos castellanos no se hubiera permitido la fantasía de castillos encantados y criaturas extrañas que ayudaban a los caballeros galos en los momentos de apuros. En los españoles se exigía a los héroes un arrojo y valentía fuera de lo humano. Todo esto se trastoca con las novelas de caballerías que presentan un mundo totalmente distinto. 

8.- La mejor novela de caballería en castellano es el Amadís de Gaula 

Y tanto fue así que merece estudio individual ya que el héroe constituye un ciclo aparte y tanto fue su éxito que se contaron 50 ediciones en apenas unas cuantas décadas. El público estaba tan ansioso por conocer más aventuras que incluso el Amadís original fue resucitado después de haber sido asesinado. Las sagas en las que seguían las aventuras de su hijo o su nieto eran esperadas por los lectores ávidos de estos héroes inmaculados e irreales que dedicaban su vida al amor de una dama y a luchar por la justicia de manera abstracta.  

9.- Otra de las características de las novelas de caballería es su independencia de las historias de aventuras: el caso del Tirant lo Blanc

Este mundo de magia y de paisajes de brumas donde aparecen seres fantasiosos no tenían nada que ver con las novelas de aventuras con una meta concreta. Los caballeros andantes vagaban sin rumbo buscando deshacer cualquier entuerto (como aspiraba el antihéroe Don Quijote) que les saliera al paso. Sin embargo, el Tirant lo Blanc (escrito en catalán) es un obra que se sale del género al presentar a un militar que lucha contra los turcos y vence gracias a su ingenio, inteligencia y astucia. A pesar de que los lectores cultivados se rindieron a la gran belleza literaria de la obra, esta no tuvo el éxito de otras novelas de caballerías más imaginativas. Tanto es así que en el escrutinio de la biblioteca quijotesca, esta se salva porque  poco había podido contribuir a la perdida de la razón del héroe. 

“Aquí comen los caballeros y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que todos los demás libros deste género carecen”.  

10.- Las sagas de las novelas de caballería es otra de sus características

Las historias son larguísimas y no acaban nunca. Son auténticas series de aventuras sobre el mismo tema en los que los personajes no envejecen y se muestran inasequibles al desaliento. El público esperaba con ansiedad más y más historias tanto de los protagonistas como de sus hijos y sus nietos. El entretenimiento estaba servido porque, entre combate y combate, se intercalaban otra historias de corte amoroso que hacían las delicias de los lectores.  

Todas estas características de las novelas de caballería propiciaron que fueran las favoritas de un público lector cada vez más amplio que buscaba aventuras e ideales a la par que se evadían de la realidad. Fueron tan populares que las grandes aventuras, de una manera u otra, eran conocidas por todos. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

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Juan de Mena, con su obra cumbre El Laberinto de Fortuna (1444), es uno de los más grandes poetas en castellano adelantándose al Renacimiento literario. Gozó en vida de gran fama y alta consideración y esboza a la perfección el modelo de intelectual puro dedicado en exclusividad a los goces culturales de las letras.  

Biografía de Juan de Mena 

Nacido en Córdoba en 1411, al parecer de una familia de conversos, estudia, primero en Salamanca donde obtiene el grado de Maestro en Artes y, luego en Roma. Fue uno de los grandes intelectuales de su época con conocimientos profundos de la lengua latina que aún seguía apreciándose como la completa, formada y la digna para los temas más importantes (religiosos, filosóficos y de la incipiente ciencia). Mientras que el castellano continúa formándose y ampliándose, buena parte de los intelectuales de la época aún consideraban a las lenguas romances que se expandían por toda Europa como idiomas menores. Juan de Mena era uno de ellos. 

Debido a su amplio currículum, es nombrado secretario en “cartas latinas” por parte del rey Juan II de Castilla, puesto que ocupará durante toda su vida. Contrariamente a otros escritores de la literatura medieval tardía, como pudiera ser don Juan Manuel o el marqués de Santillana (con quien compartía amistad), Juan de Mena ni empuñó las armas ni gastó un minuto de su vida en manipulaciones o conspiraciones políticas. Todo su empeño eran los libros, las letras, el estudio, especialmente del latín y de la literatura griega o romana. Llegó, por tanto, a ser uno de los mayores conocedores de cada uno de los recovecos de las grandes obras del canon clásico que llegaban a una recién estrenada imprenta a través de los libros medievales manuscritos que aún se custodiaban en los monasterios.  

A pesar de que disfrutaba de la amistad del marqués de Santillana con quien compartía buenas conversaciones sobre literatura, fue amigo de Álvaro de Luna (a la sazón valido del rey) y no se señaló en ningún bando. Es más, críticos hay que ven en su gran obra, El Laberinto de Fortuna, una llamada de atención a los gobernantes para que dejaran a un lado la sangría de las guerras entre reinos apelando a la unión del país en todos sus aspectos.  

Aunque su obra estaba escrita con una clara intención culta y para un público selecto que nada tenía que ver con los grandes títulos del mester de clerecía (¡y no digamos ya del mester de juglaría!), su obra gozó de fama. Tanta fue que de El Laberinto de Fortuna se llegó a hacer una publicación glosada (trasunto de las ediciones críticas actuales) e impresiones corregidas.  Nebrija, en su Gramática, lo cita como ejemplo literario a seguir y como uno de los más grandes poetas en lengua castellana. Como suele ocurrir con las carambolas de la historia, su nombre quedó un poco olvidado hasta que, en pleno siglo XX, se volvió a sus versos con interés. Juan de Mena murió en Torrelaguna alrededor del año 1456, al parecer por un infarto, ya que las crónicas cuentan que sufrió un “dolor de costado”. 

Obras de Juan de Mena 

1.- Obras en prosa de Juan de Mena 

1.1. Omero Romançeado, una versión muy resumida de la Ilíada clásica.

1.2. Comentario a su poema La Coronación.

1.3.- Proemio (introducción) a petición de Álvaro de Luna a su Libro de las virtudes e claras mujeres.  

2.- Obras en verso de Juan de Mena

2.1.- Poemas siguiendo los ritmos y temas tradicionales  

En este grupo se encuentran una serie de poemas cortos, en arte menor siguiendo la línea amorosa platónica de la poesía trovadoresca sin mucho que destacar. 

2.2.- Poemas de estilo culto a la manera de los primitivos italianos 

Y fueron solo tres incluido El Laberinto de Fortuna que estudiamos aparte.  

2.2.1.- Claro-oscuro es un largo poema alegórico de temática amorosa en la línea de la poesía trovadoresca. Está escrito, por un lado, en estrofas de arte mayor de ocho versos cuando se propone describir o narrar la oscuridad del amor. Por otro lado, la luminosidad tiene voz a través de coplas de ocho sílabas. 

2.2.2.- Coronación es un poema que tuvo que ser comentado en prosa por Juan de Mena (ve 1.2. de sus obras). Está dedicado a su amigo y gran poeta el marqués de Santillana y escrito también con una profusión de alegorías y símbolos en 51 quintillas dobles de arte menor. La obra narra el camino desde el Infierno hasta el Monte Parnarso hacia donde se dirige para colmar de laureles (gloria) a su amigo el marqués de Santillana.  

El Laberinto de Fortuna de Juan de Mena 

Es la tercera obra en verso siguiendo el estilo culto italianizante de Juan de Mena. Fue la que le cosechó fama y por la que ha pasado al canon. Está compuesto por trescientas estrofas y, por eso, también se le conoce con este nombre.  

Temática de El Laberinto de Fortuna de Juan de Mena

Escrito tal cual la Divina Comedia de Dante, su hilo conductor general es de carácter mitológico e, incluso, pagano adelantando el Renacimiento. Este tema vehicular le sirve para ir narrando distintos episodios históricos. El poema comienza describiendo como el yo del poeta llega al palacio de la diosa Fortuna. Allí encuentra la “máquina mundana” conformada por tres ruedas, la del presente que está en perpetuo movimiento y las del futuro y pasado que se encuentran ambas totalmente en reposo. Para rizar el rizo, en cada una de estas tres ruedas hay siete círculos que representan los siete planetas del sistema solar (a excepción de la Tierra). En cada uno de estos círculos (7 x 3 ruedas recordemos) se encuentra un personaje con un drama individual. 

Ni que decir tiene que en la rueda del pasado se narran gestas heroicas de la antigüedad. En la del futuro ve grandes hazañas y éxitos reales en un país unido en el que se han olvidado las guerras. En las del presente narra con gran belleza hechos contemporáneos al poeta. Los versos rezuman dramatismo cuando nos sumergen, por poner un caso, en la muerte del conde de Niebla en el cerco de Gibraltar o el acto de Doña María Coronel arrojándose aceite al rostro para huir de la persecución (violación) del rey Pedro el Cruel. 

La lengua de El Laberinto de Fortuna de Juan de Mena 

1.- Escrito, por supuesto, en castellano eso no quita para que este largo poema alegórico contenga un gran número de latinismos con los que el poeta creía dignificar un idioma aún no formado y considerado rudo o vulgar. 

2.- Encontramos una gran número de imágenes alegóricas y de símbolos que eran conocidos por los lectores de su tiempo. 

3.- Frecuencia del hipérbaton latino e, incluso, del ritmo de las obras clásicas. 

4.- Juan de Mena gusta de hacer largas paráfrasis para sustituir a un nombre haciendo gala de su buen hacer y dominio no solo del castellano sino también de la lengua latina a la que idolatraba. 

5.- Gran porcentaje de oraciones subordinadas como corresponde a un creador que huye, a sabiendas, de la sencillez. 

6.- Uso de los temas mitológicos clásicos adelantándose así al Renacimiento y dejando atrás, a la par, la concepción religiosa extrema de los autores de la Edad Media

7.- La crítica ha hilado fino y encuentra bastante palabras esdrújulas que confieren un especial ritmo a este largo poema.  

Estilo literario de la obra de Juan de Mena

En palabras del maestro Dámaso Alonso, el estilo literario de El Laberinto de Fortuna de Juan de Mena se puede resumir así:  

“La ambición de Mena era esencialmente épica; necesitaba enriquecer el castellano para tener una lengua digna de cantar grandes acciones (por eso introdujo tantas voces latinas). Si la latinización a que sometió el idioma (mucho más intensa y más súbita que la de Góngora) fue poco prudente, no cabe duda de que sacó los mayores frutos que entonces se podía obtener del verso: el de arte mayor, pesado por naturaleza, Mena sabe aligerarlo, matizándolo y aumentando su poder de expresión”.  

Porque Juan de Mena se jactó en vida de escribir para una élite preparada que se deleitaba en la belleza de las palabras con una finalidad alejada del entretenimiento popular. No tuvo empacho en reconocerlo y llevarlo a la práctica. Por eso, en parte, se enfrascaba en el estudio y conocimiento de los grandes poetas latinos como el también cordobés Lucano. Sin ninguna gran historia épica que pudiera cantar (ya que su contemporaneidad estaba simplemente repleta de rencillas y mediocridad) soñaba con esta gran gesta como así dejó plasmado en la rueda del futuro de El Laberinto de Fortuna.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

 

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Juan de Mena, con su obra cumbre El Laberinto de Fortuna (1444), es uno de los más grandes poetas en castellano adelantándose al Renacimiento literario. Gozó en vida de gran fama y alta consideración y esboza a la perfección el modelo de intelectual puro dedicado en exclusividad a los goces culturales de las letras.  

Biografía de Juan de Mena 

Nacido en Córdoba en 1411, al parecer de una familia de conversos, estudia, primero en Salamanca donde obtiene el grado de Maestro en Artes y, luego en Roma. Fue uno de los grandes intelectuales de su época con conocimientos profundos de la lengua latina que aún seguía apreciándose como la completa, formada y la digna para los temas más importantes (religiosos, filosóficos y de la incipiente ciencia). Mientras que el castellano continúa formándose y ampliándose, buena parte de los intelectuales de la época aún consideraban a las lenguas romances que se expandían por toda Europa como idiomas menores. Juan de Mena era uno de ellos. 

Debido a su amplio currículum, es nombrado secretario en “cartas latinas” por parte del rey Juan II de Castilla, puesto que ocupará durante toda su vida. Contrariamente a otros escritores de la literatura medieval tardía, como pudiera ser don Juan Manuel o el marqués de Santillana (con quien compartía amistad), Juan de Mena ni empuñó las armas ni gastó un minuto de su vida en manipulaciones o conspiraciones políticas. Todo su empeño eran los libros, las letras, el estudio, especialmente del latín y de la literatura griega o romana. Llegó, por tanto, a ser uno de los mayores conocedores de cada uno de los recovecos de las grandes obras del canon clásico que llegaban a una recién estrenada imprenta a través de los libros medievales manuscritos que aún se custodiaban en los monasterios.  

A pesar de que disfrutaba de la amistad del marqués de Santillana con quien compartía buenas conversaciones sobre literatura, fue amigo de Álvaro de Luna (a la sazón valido del rey) y no se señaló en ningún bando. Es más, críticos hay que ven en su gran obra, El Laberinto de Fortuna, una llamada de atención a los gobernantes para que dejaran a un lado la sangría de las guerras entre reinos apelando a la unión del país en todos sus aspectos.  

Aunque su obra estaba escrita con una clara intención culta y para un público selecto que nada tenía que ver con los grandes títulos del mester de clerecía (¡y no digamos ya del mester de juglaría!), su obra gozó de fama. Tanta fue que de El Laberinto de Fortuna se llegó a hacer una publicación glosada (trasunto de las ediciones críticas actuales) e impresiones corregidas.  Nebrija, en su Gramática, lo cita como ejemplo literario a seguir y como uno de los más grandes poetas en lengua castellana. Como suele ocurrir con las carambolas de la historia, su nombre quedó un poco olvidado hasta que, en pleno siglo XX, se volvió a sus versos con interés. Juan de Mena murió en Torrelaguna alrededor del año 1456, al parecer por un infarto, ya que las crónicas cuentan que sufrió un “dolor de costado”. 

Obras de Juan de Mena 

1.- Obras en prosa de Juan de Mena 

1.1. Omero Romançeado, una versión muy resumida de la Ilíada clásica.

1.2. Comentario a su poema La Coronación.

1.3.- Proemio (introducción) a petición de Álvaro de Luna a su Libro de las virtudes e claras mujeres.  

2.- Obras en verso de Juan de Mena

2.1.- Poemas siguiendo los ritmos y temas tradicionales  

En este grupo se encuentran una serie de poemas cortos, en arte menor siguiendo la línea amorosa platónica de la poesía trovadoresca sin mucho que destacar. 

2.2.- Poemas de estilo culto a la manera de los primitivos italianos 

Y fueron solo tres incluido El Laberinto de Fortuna que estudiamos aparte.  

2.2.1.- Claro-oscuro es un largo poema alegórico de temática amorosa en la línea de la poesía trovadoresca. Está escrito, por un lado, en estrofas de arte mayor de ocho versos cuando se propone describir o narrar la oscuridad del amor. Por otro lado, la luminosidad tiene voz a través de coplas de ocho sílabas. 

2.2.2.- Coronación es un poema que tuvo que ser comentado en prosa por Juan de Mena (ve 1.2. de sus obras). Está dedicado a su amigo y gran poeta el marqués de Santillana y escrito también con una profusión de alegorías y símbolos en 51 quintillas dobles de arte menor. La obra narra el camino desde el Infierno hasta el Monte Parnarso hacia donde se dirige para colmar de laureles (gloria) a su amigo el marqués de Santillana.  

El Laberinto de Fortuna de Juan de Mena 

Es la tercera obra en verso siguiendo el estilo culto italianizante de Juan de Mena. Fue la que le cosechó fama y por la que ha pasado al canon. Está compuesto por trescientas estrofas y, por eso, también se le conoce con este nombre.  

Temática de El Laberinto de Fortuna de Juan de Mena

Escrito tal cual la Divina Comedia de Dante, su hilo conductor general es de carácter mitológico e, incluso, pagano adelantando el Renacimiento. Este tema vehicular le sirve para ir narrando distintos episodios históricos. El poema comienza describiendo como el yo del poeta llega al palacio de la diosa Fortuna. Allí encuentra la “máquina mundana” conformada por tres ruedas, la del presente que está en perpetuo movimiento y las del futuro y pasado que se encuentran ambas totalmente en reposo. Para rizar el rizo, en cada una de estas tres ruedas hay siete círculos que representan los siete planetas del sistema solar (a excepción de la Tierra). En cada uno de estos círculos (7 x 3 ruedas recordemos) se encuentra un personaje con un drama individual. 

Ni que decir tiene que en la rueda del pasado se narran gestas heroicas de la antigüedad. En la del futuro ve grandes hazañas y éxitos reales en un país unido en el que se han olvidado las guerras. En las del presente narra con gran belleza hechos contemporáneos al poeta. Los versos rezuman dramatismo cuando nos sumergen, por poner un caso, en la muerte del conde de Niebla en el cerco de Gibraltar o el acto de Doña María Coronel arrojándose aceite al rostro para huir de la persecución (violación) del rey Pedro el Cruel. 

La lengua de El Laberinto de Fortuna de Juan de Mena 

1.- Escrito, por supuesto, en castellano eso no quita para que este largo poema alegórico contenga un gran número de latinismos con los que el poeta creía dignificar un idioma aún no formado y considerado rudo o vulgar. 

2.- Encontramos una gran número de imágenes alegóricas y de símbolos que eran conocidos por los lectores de su tiempo. 

3.- Frecuencia del hipérbaton latino e, incluso, del ritmo de las obras clásicas. 

4.- Juan de Mena gusta de hacer largas paráfrasis para sustituir a un nombre haciendo gala de su buen hacer y dominio no solo del castellano sino también de la lengua latina a la que idolatraba. 

5.- Gran porcentaje de oraciones subordinadas como corresponde a un creador que huye, a sabiendas, de la sencillez. 

6.- Uso de los temas mitológicos clásicos adelantándose así al Renacimiento y dejando atrás, a la par, la concepción religiosa extrema de los autores de la Edad Media

7.- La crítica ha hilado fino y encuentra bastante palabras esdrújulas que confieren un especial ritmo a este largo poema.  

Estilo literario de la obra de Juan de Mena

En palabras del maestro Dámaso Alonso, el estilo literario de El Laberinto de Fortuna de Juan de Mena se puede resumir así:  

“La ambición de Mena era esencialmente épica; necesitaba enriquecer el castellano para tener una lengua digna de cantar grandes acciones (por eso introdujo tantas voces latinas). Si la latinización a que sometió el idioma (mucho más intensa y más súbita que la de Góngora) fue poco prudente, no cabe duda de que sacó los mayores frutos que entonces se podía obtener del verso: el de arte mayor, pesado por naturaleza, Mena sabe aligerarlo, matizándolo y aumentando su poder de expresión”.  

Porque Juan de Mena se jactó en vida de escribir para una élite preparada que se deleitaba en la belleza de las palabras con una finalidad alejada del entretenimiento popular. No tuvo empacho en reconocerlo y llevarlo a la práctica. Por eso, en parte, se enfrascaba en el estudio y conocimiento de los grandes poetas latinos como el también cordobés Lucano. Sin ninguna gran historia épica que pudiera cantar (ya que su contemporaneidad estaba simplemente repleta de rencillas y mediocridad) soñaba con esta gran gesta como así dejó plasmado en la rueda del futuro de El Laberinto de Fortuna.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

 

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Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana

Si el anonimato entre los grandes y pequeños autores de la Edad Media había sido la norma, con don Juan Manuel, primero, y con el marqués de Santillana, después, se impone una nueva forma de enfrentarse a la literatura. Y este modo que cambia el concepto de las letras viene, en primera instancia, por el prurito de firmar las obras y, en segunda instancia, por un deseo ferviente de distinguirse de la producción popular. Y en el caso que nos ocupa va más allá de las conocidas diferencias entre el mester de juglaría y el mester de clerecía que se habían producido siglos atrás.  

Por tanto, los creadores del recién estrenado siglo XV van poniendo las semillas para el Renacimiento literario con su radical concepción del mundo respecto a la sociedad medieval. Y, a caballo entre las principales características de la literatura medieval y la que surge con la imprenta ya asentada, se encuentra el marqués de Santillana. Aunque ha pasado a la historia (estos son las contradicciones de los siglos) por sus letrillas sencillas de corte popular que, al parecer, compuso de mala gana, quiso destacarse como un creador docto. Esto es, en todo momento entiende la literatura como un medio para inculcar moral o una enseñanza vital más que una forma de entretenimiento o solaz.  

Biografía del marqués de Santillana

Nació en 1398, cuando la Edad Media con toda su cosmovisión estaba dando sus últimos coletazos, en Carrión de los Condes. Tuvo una esmerada educación ya que su padre fue Almirante de Castilla y muy pronto entró a formar parte de la corte de Juan II. Sin embargo, el marqués de Santillana no fue un hombre cien por cien del Renacimiento. Participó de la política de su tiempo repleta de tantas intrigas, guerras fratricidas y luchas cruentas que aún están poniendo en orden estos siglos los historiadores. Como era normal, no dudó en adherirse a un bando o en otro según la conveniencia. Parece que no lo fue mal, ya que acumuló títulos (conde del Real de Manzanares, señor de Hita y Buitrago sin corta el de marqués por el que ha pasado a la historia) y también riquezas a pesar de ser enemigo declarado de uno de los hombre más poderosos de Castilla: Álvaro de Luna. Participó de las últimas batallas que ganaron territorios del sur para la causa cristiana: Huelma y Jaén abanderando el ejército como capitán mayor. Los historiadores le atribuyen no solo una enemistad manifiesta contra Álvaro de Luna sino que además, con sus actos, maquinaciones y manipulaciones, contribuyó a su caída.

Su vasto patrimonio también quedó aumentando al casarse con una de las hijas del maestre de Santiago, Catalina Suárez de Figueroa. La boda fue en Salamanca en 1412. Tuvieron seis hijos que, en parte, han pasado a la historia ya que el primogénito fue el primer duque del Infantado (Diego Hurtado de Mendoza y Suárez de Figueroa) y el último, nacido en 1428, aparece en las crónicas como el Cardenal Mendoza. 

Con las riquezas acumuladas en tantas victorias (aparte de que provenía de familia noble) y buenos negocios se hizo con una notable biblioteca de libros medievales, tan bellos como escasos. No contento con esto, mandó traducir las obras clásicas al castellano rodeándose de especialistas, entendidos, filólogos y maestros a los que mantenía a la manera de Alfonso X el sabio, pero sin llegar a la importancia de la Escuela de Traductores de Toledo. Aunque recibió una educación esmerada, parece que desconocía el latín (al menos en profundidad) y el griego, aunque sí manejaba otras lenguas romances (francés e italiano). Entre los estantes de su famosa biblioteca estaban todas las obras de la literatura clásica que eran consideradas canónicas en su tiempo en ediciones limpias y bellamente encuadernadas. Por tanto, el marqués de Santillana no solo contribuyó a la historia de la literatura en castellano al crear sus propias obras sino también a un mecenazgo generoso que propició la conservación de buena parte de los textos de la filosofía o literatura griega y latina. Murió en Guadalajara en 1458.  

Estilo y carácter de las obras del marqués de Santillana

Era don Iñigo López de Mendoza un hombre recio, sereno, poco dado a la efusividad pasional. Tanto es así que los retratos anímicos que de él nos han llegado nos muestran un alma estoica que, si bien no renegaba de los deberes políticos y militares, se entretenía con las mieles culturales. Se conserva una carta en la que se le retrata como un ser impasible dedicado al estudio y a su biblioteca. El marqués de Santillana, contrariamente a otros nombres de la literatura medieval conocidos, como pudiera ser el Arcipreste de Hita, tenía claro que los libros, la cultura y la literatura debían estar al servicio, no del solaz o del entretenimiento, sino de la más alta educación. En este sentido, se jactaba de realizar una labor de un hombre docto que no se entretenía con poemas populares basados en el regodeo del hedonismo. Su seriedad llegó a renegar incluso de sus mejores serranillas, las mismas por las que ha pasado a la historia, en uno de esas carambolas que son frecuentes a lo largo de los siglos. Siguiendo este sentir con respecto a las letras, el marqués de Santillana dividía la literatura en:  

1.- Sublime, la perteneciente a las letras clásicas escritas en griego o latín sea cual fuera la temática (incluso lasciva de la que tanto renegaba el escritor). 

2.- Mediocre, que es la compuesta siguiendo los parámetros clásicos en lengua romance y en la que entraría lo mejor de la literatura italiana del Renacimiento. 

3.- Y, por último, tenemos la ínfima, por la que ha pasado a la historia de la literatura el marqués de Santillana. Dejemos hablar al poeta al respecto para entender mucho mejor su contradicción: 

 “Ínfimos son aquellos que sin ningúnt orden, regla ni cuento facen estos romances e catares de que la gente baxa e servil se alegran”. 

Como justificación a estas palabras, en la época se consideraba que la literatura tenía que tener un sentido didáctico y moralizante si se escogía la lengua romance. De lo contrario, entraría en el mismo saco que las jarchas mozárabes o los cantares de gesta de los que se han perdido prácticamente toda la producción. Al no considerarse dignos de traspasar las brumas del tiempo ni siquiera se tomó la molestia de ponerlos por escrito y, por tanto, se perdieron para siempre.  

Obras del marqués de Santillana

1.- Obras en prosa del marqués de Santillana 

En prosa solo nos ha llegado (siguiendo el celo que empleó en mantener una excelsa biblioteca y una obra literaria firmada no hay motivo para pensar que escribiera algo más) dos títulos. El primero lleva por nombre Carta Prohemio al Condestable don Pedro de Portugal donde aparecen datos tempranos de la historia y crítica de la literatura castellana. El marqués de Santillana, que no duda en expresar su ideología (que esa es la palabra que lo define) acerca de las letras, nos deja apuntes básicos sobre la creación de la época.  

La segunda obra en prosa del marqués de Santillana se encuentra bajo la lupa de la crítica literaria ya que hay quien niega su autoría. El título ya nos da algunas pistas: Refranes que dicen las viejas tras el fuego. En ella, la primera de este cariz en castellano, se recogen los dichos populares que circulaban en la época y se aparta de ese deseo de levantar un opus culto y docto que movió al escritor.  

2.- Obras en verso del marques de Santillana 

Muchísimo más abundante aunque haya pasado a la historia por un puñado de serranillas de tipo popular, puede dividirse en tres apartados. 

2.1.- Obras del marqués de Santillana en verso siguiendo la manera italiana 

La crítica ha propuesto que estos poemas fueron escritos al final de su vida ya que conoce de manera pormenorizada cómo se componían las primeras obras del Renacimiento. Y una cosa es saber cómo se hace y otra hacerlo. Porque nuestro poeta fuerza la rima y el verso con un resultado muy poco fluido. Estamos ante poemas repletos de símbolos, escritos en arte mayor y tono grandilocuente que se nos antojan forzados desde el principio hasta el final. En este apartado destacan: 

2.1.1. Comediata de Ponça, escrito tras la batalla homónima que perdió Alfonso V de Aragón. Sus protagonistas son la madre y las nueras del rey que relatan lo sucedido tras aparecerle toda la escena en sueños. 

2.1.2. Infierno de los enamorados, siguiendo una temática muy popular en la poesía trovadoresca. Tras un sueño, el poeta se despierta en una selva bucólica donde purgan sus pecados los grandes enamorados clásicos. 

2.1.3.- Coronaçión de Mossén Jordi que es, en esencia, un panegírico. 

2.1.4.- Defunssión de don Enrique de Villena escrito en 22 octavas en arte mayor con predominio de los mitos paganos que tanto había estudiado el marqués de Santillana a través de los libros que se hacía traer desde Italia. 

2.1.5.- Cuarenta y dos sonetos fechos al itálico modo de temática diversa y los primeros en nuestra lengua siguiendo esta estrofa que llega incluso a la poesía del siglo XXI.  También tacha la crítica estos versos de poco flexibles con una rima extraña que recuerda a la gallega. 

2.2. Obras del marques de Santillana en verso siguiendo la temática didáctico-moral  

2.2.1. Diálogo de Bías contra Fortuna. Recordemos que fue uno de los llamados siete sabios de Grecia y en la obra el poeta pone en boca del filósofo lo vano, fugaz, mundano y falaz a veces de la existencia humana. 

2.2.2. En Doctrinal de privados se despacha a gusto contra don Álvaro de Luna. La crítica ha encontrado en estas 52 coplas una fuerza expresiva única que se explica, en parte, porque esta diatriba, con toda probabilidad, le salió del alma al resbalarse por el odio que mantuvo abiertamente contra el personaje.  

2.2.3.  Proverbios de gloriosa doctrina e fructuosa enseñanza dirigidos al príncipe don Enrique. Está compuesto en cien estrofas de pie quebrado. 

2.3. Obras en verso del marqués de Santillana siguiendo la estética popular

Y curiosamente son las mejores y por las que ha pasado a la historia. Que un autor tan sesudo y tan preocupado por no caer en las letras que regocija a las gentes sencillas haya llegado a los libros por aquello que combatió no deja de ser triste incluso. Aquí se engloban:  

2.3.1. Canciones y deçires. Son únicamente 19 de temática variada pero centradas en el amor cortés de línea platónica siguiendo los fundamentos de la poesía trovadoresca. 

2.3.2. Serranillas que están entre lo mejor del genero de la historia de la literatura española. En esto puñado de versos el marqués de Santillana logra cotas antes (y después) difícilmente superadas. Las protagonistas, contrariamente al trato dado por otros poetas, son presentadas (excepto en las primeras) como verdaderas damas y no como jóvenes agrestes, rudas y maleducadas. El paisaje, así como las protagonistas y el amor que se manifiesta, están estilizados y presentados de forma bucólica como si de un cuadro se tratara. 

No obstante, el marqués de Santillana, a pesar de presentar sentimientos elevados y platonizados, no olvida el realismo que es propio de la literatura castellana. Otra cosa es que estén limadas las crudezas y que todo esté dibujado en un ambiente gentil propio de los caballeros nobles. Y para muestra un botón:  

Asy concluimos

el nuestro processo

sin fazer excesso, 

e nos avenimos.

E fueron las flores

de cabe Espinama

los encubridores. 

Aún nos encontramos dos poemas más en la obra del marqués de Santillana. Se trata de dos composiciones dedicadas a sus hijas. En ellas se canta la belleza de las damas y la crítica lo pone en relación con las serranillas porque están en esta línea.  

Sospirando yva la niña, 

e non por mí,

que yo bien se lo entendí. 

Y de este tenor son los versos que se siguen leyendo en el siglo XXI del marqués de Santillana a pesar de que, en vida, se empeñó en temas mucho más sesudos y siguiendo un estilo menos fresco. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

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Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana

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Por tanto, los creadores del recién estrenado siglo XV van poniendo las semillas para el Renacimiento literario con su radical concepción del mundo respecto a la sociedad medieval. Y, a caballo entre las principales características de la literatura medieval y la que surge con la imprenta ya asentada, se encuentra el marqués de Santillana. Aunque ha pasado a la historia (estos son las contradicciones de los siglos) por sus letrillas sencillas de corte popular que, al parecer, compuso de mala gana, quiso destacarse como un creador docto. Esto es, en todo momento entiende la literatura como un medio para inculcar moral o una enseñanza vital más que una forma de entretenimiento o solaz.  

Biografía del marqués de Santillana

Nació en 1398, cuando la Edad Media con toda su cosmovisión estaba dando sus últimos coletazos, en Carrión de los Condes. Tuvo una esmerada educación ya que su padre fue Almirante de Castilla y muy pronto entró a formar parte de la corte de Juan II. Sin embargo, el marqués de Santillana no fue un hombre cien por cien del Renacimiento. Participó de la política de su tiempo repleta de tantas intrigas, guerras fratricidas y luchas cruentas que aún están poniendo en orden estos siglos los historiadores. Como era normal, no dudó en adherirse a un bando o en otro según la conveniencia. Parece que no lo fue mal, ya que acumuló títulos (conde del Real de Manzanares, señor de Hita y Buitrago sin corta el de marqués por el que ha pasado a la historia) y también riquezas a pesar de ser enemigo declarado de uno de los hombre más poderosos de Castilla: Álvaro de Luna. Participó de las últimas batallas que ganaron territorios del sur para la causa cristiana: Huelma y Jaén abanderando el ejército como capitán mayor. Los historiadores le atribuyen no solo una enemistad manifiesta contra Álvaro de Luna sino que además, con sus actos, maquinaciones y manipulaciones, contribuyó a su caída.

Su vasto patrimonio también quedó aumentando al casarse con una de las hijas del maestre de Santiago, Catalina Suárez de Figueroa. La boda fue en Salamanca en 1412. Tuvieron seis hijos que, en parte, han pasado a la historia ya que el primogénito fue el primer duque del Infantado (Diego Hurtado de Mendoza y Suárez de Figueroa) y el último, nacido en 1428, aparece en las crónicas como el Cardenal Mendoza. 

Con las riquezas acumuladas en tantas victorias (aparte de que provenía de familia noble) y buenos negocios se hizo con una notable biblioteca de libros medievales, tan bellos como escasos. No contento con esto, mandó traducir las obras clásicas al castellano rodeándose de especialistas, entendidos, filólogos y maestros a los que mantenía a la manera de Alfonso X el sabio, pero sin llegar a la importancia de la Escuela de Traductores de Toledo. Aunque recibió una educación esmerada, parece que desconocía el latín (al menos en profundidad) y el griego, aunque sí manejaba otras lenguas romances (francés e italiano). Entre los estantes de su famosa biblioteca estaban todas las obras de la literatura clásica que eran consideradas canónicas en su tiempo en ediciones limpias y bellamente encuadernadas. Por tanto, el marqués de Santillana no solo contribuyó a la historia de la literatura en castellano al crear sus propias obras sino también a un mecenazgo generoso que propició la conservación de buena parte de los textos de la filosofía o literatura griega y latina. Murió en Guadalajara en 1458.  

Estilo y carácter de las obras del marqués de Santillana

Era don Iñigo López de Mendoza un hombre recio, sereno, poco dado a la efusividad pasional. Tanto es así que los retratos anímicos que de él nos han llegado nos muestran un alma estoica que, si bien no renegaba de los deberes políticos y militares, se entretenía con las mieles culturales. Se conserva una carta en la que se le retrata como un ser impasible dedicado al estudio y a su biblioteca. El marqués de Santillana, contrariamente a otros nombres de la literatura medieval conocidos, como pudiera ser el Arcipreste de Hita, tenía claro que los libros, la cultura y la literatura debían estar al servicio, no del solaz o del entretenimiento, sino de la más alta educación. En este sentido, se jactaba de realizar una labor de un hombre docto que no se entretenía con poemas populares basados en el regodeo del hedonismo. Su seriedad llegó a renegar incluso de sus mejores serranillas, las mismas por las que ha pasado a la historia, en uno de esas carambolas que son frecuentes a lo largo de los siglos. Siguiendo este sentir con respecto a las letras, el marqués de Santillana dividía la literatura en:  

1.- Sublime, la perteneciente a las letras clásicas escritas en griego o latín sea cual fuera la temática (incluso lasciva de la que tanto renegaba el escritor). 

2.- Mediocre, que es la compuesta siguiendo los parámetros clásicos en lengua romance y en la que entraría lo mejor de la literatura italiana del Renacimiento. 

3.- Y, por último, tenemos la ínfima, por la que ha pasado a la historia de la literatura el marqués de Santillana. Dejemos hablar al poeta al respecto para entender mucho mejor su contradicción: 

 “Ínfimos son aquellos que sin ningúnt orden, regla ni cuento facen estos romances e catares de que la gente baxa e servil se alegran”. 

Como justificación a estas palabras, en la época se consideraba que la literatura tenía que tener un sentido didáctico y moralizante si se escogía la lengua romance. De lo contrario, entraría en el mismo saco que las jarchas mozárabes o los cantares de gesta de los que se han perdido prácticamente toda la producción. Al no considerarse dignos de traspasar las brumas del tiempo ni siquiera se tomó la molestia de ponerlos por escrito y, por tanto, se perdieron para siempre.  

Obras del marqués de Santillana

1.- Obras en prosa del marqués de Santillana 

En prosa solo nos ha llegado (siguiendo el celo que empleó en mantener una excelsa biblioteca y una obra literaria firmada no hay motivo para pensar que escribiera algo más) dos títulos. El primero lleva por nombre Carta Prohemio al Condestable don Pedro de Portugal donde aparecen datos tempranos de la historia y crítica de la literatura castellana. El marqués de Santillana, que no duda en expresar su ideología (que esa es la palabra que lo define) acerca de las letras, nos deja apuntes básicos sobre la creación de la época.  

La segunda obra en prosa del marqués de Santillana se encuentra bajo la lupa de la crítica literaria ya que hay quien niega su autoría. El título ya nos da algunas pistas: Refranes que dicen las viejas tras el fuego. En ella, la primera de este cariz en castellano, se recogen los dichos populares que circulaban en la época y se aparta de ese deseo de levantar un opus culto y docto que movió al escritor.  

2.- Obras en verso del marques de Santillana 

Muchísimo más abundante aunque haya pasado a la historia por un puñado de serranillas de tipo popular, puede dividirse en tres apartados. 

2.1.- Obras del marqués de Santillana en verso siguiendo la manera italiana 

La crítica ha propuesto que estos poemas fueron escritos al final de su vida ya que conoce de manera pormenorizada cómo se componían las primeras obras del Renacimiento. Y una cosa es saber cómo se hace y otra hacerlo. Porque nuestro poeta fuerza la rima y el verso con un resultado muy poco fluido. Estamos ante poemas repletos de símbolos, escritos en arte mayor y tono grandilocuente que se nos antojan forzados desde el principio hasta el final. En este apartado destacan: 

2.1.1. Comediata de Ponça, escrito tras la batalla homónima que perdió Alfonso V de Aragón. Sus protagonistas son la madre y las nueras del rey que relatan lo sucedido tras aparecerle toda la escena en sueños. 

2.1.2. Infierno de los enamorados, siguiendo una temática muy popular en la poesía trovadoresca. Tras un sueño, el poeta se despierta en una selva bucólica donde purgan sus pecados los grandes enamorados clásicos. 

2.1.3.- Coronaçión de Mossén Jordi que es, en esencia, un panegírico. 

2.1.4.- Defunssión de don Enrique de Villena escrito en 22 octavas en arte mayor con predominio de los mitos paganos que tanto había estudiado el marqués de Santillana a través de los libros que se hacía traer desde Italia. 

2.1.5.- Cuarenta y dos sonetos fechos al itálico modo de temática diversa y los primeros en nuestra lengua siguiendo esta estrofa que llega incluso a la poesía del siglo XXI.  También tacha la crítica estos versos de poco flexibles con una rima extraña que recuerda a la gallega. 

2.2. Obras del marques de Santillana en verso siguiendo la temática didáctico-moral  

2.2.1. Diálogo de Bías contra Fortuna. Recordemos que fue uno de los llamados siete sabios de Grecia y en la obra el poeta pone en boca del filósofo lo vano, fugaz, mundano y falaz a veces de la existencia humana. 

2.2.2. En Doctrinal de privados se despacha a gusto contra don Álvaro de Luna. La crítica ha encontrado en estas 52 coplas una fuerza expresiva única que se explica, en parte, porque esta diatriba, con toda probabilidad, le salió del alma al resbalarse por el odio que mantuvo abiertamente contra el personaje.  

2.2.3.  Proverbios de gloriosa doctrina e fructuosa enseñanza dirigidos al príncipe don Enrique. Está compuesto en cien estrofas de pie quebrado. 

2.3. Obras en verso del marqués de Santillana siguiendo la estética popular

Y curiosamente son las mejores y por las que ha pasado a la historia. Que un autor tan sesudo y tan preocupado por no caer en las letras que regocija a las gentes sencillas haya llegado a los libros por aquello que combatió no deja de ser triste incluso. Aquí se engloban:  

2.3.1. Canciones y deçires. Son únicamente 19 de temática variada pero centradas en el amor cortés de línea platónica siguiendo los fundamentos de la poesía trovadoresca. 

2.3.2. Serranillas que están entre lo mejor del genero de la historia de la literatura española. En esto puñado de versos el marqués de Santillana logra cotas antes (y después) difícilmente superadas. Las protagonistas, contrariamente al trato dado por otros poetas, son presentadas (excepto en las primeras) como verdaderas damas y no como jóvenes agrestes, rudas y maleducadas. El paisaje, así como las protagonistas y el amor que se manifiesta, están estilizados y presentados de forma bucólica como si de un cuadro se tratara. 

No obstante, el marqués de Santillana, a pesar de presentar sentimientos elevados y platonizados, no olvida el realismo que es propio de la literatura castellana. Otra cosa es que estén limadas las crudezas y que todo esté dibujado en un ambiente gentil propio de los caballeros nobles. Y para muestra un botón:  

Asy concluimos

el nuestro processo

sin fazer excesso, 

e nos avenimos.

E fueron las flores

de cabe Espinama

los encubridores. 

Aún nos encontramos dos poemas más en la obra del marqués de Santillana. Se trata de dos composiciones dedicadas a sus hijas. En ellas se canta la belleza de las damas y la crítica lo pone en relación con las serranillas porque están en esta línea.  

Sospirando yva la niña, 

e non por mí,

que yo bien se lo entendí. 

Y de este tenor son los versos que se siguen leyendo en el siglo XXI del marqués de Santillana a pesar de que, en vida, se empeñó en temas mucho más sesudos y siguiendo un estilo menos fresco. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

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Concluido con toda probabilidad en 1335,  El Conde Lucanor de don Juan Manuel, también conocido como Libro de Patronio, es, quizás, la obra más importante en prosa de toda la literatura medieval en castellano y, a la par, cierra un modo de enfrentarse a las letras y al arte.  

Acercamiento a Don Juan Manuel, autor de El Conde Lucanor o Libro de Patronio 

De la gran mayoría de los autores de la Edad Media poco o nada conocemos (apenas algunos nombres y fechas muy amplias) ya que, en la época, el anonimato, como forma de entrega del trabajo a Dios, era la norma. Sin embargo, de don Juan Manuel sabemos que nació en 1282, nieto del rey Fernando el Santo, conquistador de Sevilla, y sobrino del gran intelectual de la época,Alfonso X el Sabio. Perteneciente a la alta aristocracia, recibió una educación esmerada en latín, filosofía e historia amén de formación militar como correspondía a su estatus de la más alta nobleza. Además, con don Juan Manuel se rompe todos los parámetros y diferencias del mester de juglaría y del mester de clerecía. Con él la literatura evoluciona por otros derroteros mientras se va poniendo fin a un época oscura cuya cultura estaba atrapada entre los muros de los monasterios. La única luz para el pueblo llano (y gran parte de la nobleza) eran esos cantares de gesta que, de villa en villa y de camino en camino, llevaban los artistas callejeros del mester de juglaría

No obstante, don Juan Manuel, aún produciendo literatura de la denominada culta, no pertenece al mester de clerecía. Con él comienza la gran prosa en castellano a la par que, contrariamente a lo que se hacía en la época, levanta de manera consciente y cuidada toda una obra heterogénea. No es de extrañar sabiendo que fue uno de los nobles más poderosos de su época en el plano político, que acumuló títulos (Príncipe de Viana, señor de Murcia, de Villena o de Alarcón entre otros), tierras y riquezas. Fundó el monasterio de Peñafiel a su costa y allí se retiró cuando pudo abandonar las armas. En este emplazamiento, con toda probabilidad, escribió el Libro de Patronio o Conde Lucanor. 

Se casó tres veces y tuvo siete hijos, dos de ellos extramatrimoniales. La fecha de su muerte es inexacta, pero se postula el año 1349 como la más correcta. Llevó, por tanto, una vida larga y próspera que la aprovechó ampliamente. 

Otras obras de Don Juan Manuel más allá de El Conde Lucanor 

Una de las características de la literatura medieval en castellano es su carácter oral y lo poco escrito que nos ha llegado. Tanto es así que son habas contadas los títulos literarios de la época que han sobrepasado las brumas del tiempo. Si del Cantar del Mío Cid aún no estamos de acuerdo si ese Pere Abat que lo firma, es copista o creador, del mester de clerecía apenas nos han llegado un puñado de versos y, eso sí, dos grandes obras: Los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo y el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita. Sin embargo, don Juan Manuel, como señor poderoso que era y, probablemente, con la autoestima muy alta se diferencia de estos, ya que puso especial celo en el cuidado filológico y la transmisión de su obra para la posteridad. Del autor tenemos las siguientes obras: 

1.- Libro de los cantares o de las Cantigas, perdido en un incendio en monasterio de Peñafiel donde dejó depositada el total de su obra redactada de su de puño y letra. 

2.- El Libro de la caza. 

3.- La crónica abreviada.

4.- Libro de los castigos o consejos que fizo don Johan Manuel para su fijo

5.- Libro de las armas

6.- Un tratado religioso

7.- Crónica cumplida cuya autoría es discutida. 

8.- De las reglas de como se debe trovar, el cual también se ha perdido. 

9.- Libro del caballero et del escudero. 

10.- Libro de los Estados. 

11.- El Conde Lucanor o Libro de Patronio, la obra por la que ha pasado al canon literario en español. 

Características estilísticas de la obra de Don Juan Manuel  

De él se ha dicho que es “el primer escritor castellano preocupado por la posteridad y por la conservación y transmisión de sus escritos”. Por eso, nos han llegado prácticamente todas sus obras y estas, además, se han conservado en manuscritos limpios, corregidos y sin los fallos de copiado propios de la época.  De hecho, podemos disfrutar de algunas cartas en las que el autor manifiesta su prurito por la limpieza (literaria y caligráfica) de su obra y se presta a enviarla manuscrita correctamente y depurada al máximo desde el punto de vista del lenguaje. Don Juan Manuel, y es una de las primeras características de su obra, presta, por tanto, especial atención al idioma castellano que se estaba aún formando delimitando los vocablos y adaptando un lenguaje sencillo, claro y libre de cualquier artificio.  

Este perfeccionamiento tenía una finalidad y era que sus escritos llegaran a un público lo más amplio posible y que fuera aprovechada desde el punto de vista educativo por un amplio número de personas. Esto es, y aquí llega otra de las características de la obra de don Juan Manuel, su intención (a la par que literaria) fue siempre divulgativa. No es una obra creada para el regocijo u ocio sino, más bien, para el aprendizaje moral, filosófico o político. El hecho de que se presente en forma de cuentos o relatos cortos está supeditada, por tanto, a ese fin. Era, además, consciente de que los textos tenían que ser amenos, lejos de los tratados sesudos del mester de clerecía o de la filosofía clásica que se habían quedado recluidos cada vez más en las bibliotecas monacales. 

Por otro lado, tira del refranero popular, de los dichos o proverbios comunes entre las gentes sencillas de la época. Todo ello, recordemos, siempre está supeditado a un fin: a las enseñanzas en el plano moral o cívico. La moraleja, el ejemplo, el modelo a imitar, está presente no solo en El Conde Lucanor o Libro de Patronio sino en otras de sus obras.  

Guía de lectura básica de El Conde Lucanor o Libro de Patronio

1.- El Conde Lucanor es una colección de cuentos distintos unidos por una estructura simple 

Está compuesto por cincuenta relatos en prosa castellana en los que, de una manera sencilla y amena, se dan respuestas a distintos problemas tanto vitales o personales como políticos o sociales. Para ello se utilizan moralejas o ejemplos que fueron comunes en la época. Pocos o ninguno son originales y proceden de la tradición oral latina, francesa o, incluso, árabe. 

La estructura de la obra es siempre la misma. El Conde Lucanor (protagonista y a quien están dirigidas las enseñanzas de la obra) plantea una pregunta a su mentor o maestro y este responde a la problemática (en el plano vital, de amistad, de política o social) con una narración literaria. De aquí se saca una enseñanza que queda resumida al final del relato.  

2.- Una de las características básicas de El Conde Lucanor o Libro de Patronio es el influjo oriental 

Aunque en la época el concepto de autoridad era preeminente en cualquier tipo de escrito (ya fuera histórico, filosófico o literario) Don Juan Manuel escribe esta colección de cuentos como si no hubiera habido nada más antes y como si todo fuera de su invención. Y nada está más lejos de la realidad, ya que la crítica ha encontrado en ellos, en primera instancia, ecos de la tradición árabe. Es más, se han encontrado que algunos de estos relatos o ejemplos se encuentran en el Calila e Dimna o en el Barlaam y Josafat. España, en la época (aunque por poco tiempo más), aún seguía siendo la tierra de las tres culturas y todos esos relatos eran conocidos no solo por la Escuela de Traductores de Toledo sino también de forma oral.   

Américo Castro ha apuntado que igualmente procede de la tradición árabe el concepto de que a Dios se le puede servir de muchas maneras y no solo dedicando la existencia a la contemplación. No olvidemos que don Juan Manuel fue un hombre de acción (en lo militar, político y también en lo personal) y esa cosmovisión individual no chocaba con su sincera religiosidad. Su obra, de alguna manera u otra, por tanto, a pesar de esa apelación al yo más humano, es una forma de entrega a Dios, de aportar algo bueno a la sociedad que pudiera complacer a la divinidad. Y, por último, el formato de distintos cuentos con historias variadas unidos por un hilo conductor común también se remonta a la tradición árabe cuyo máximo exponente en esta línea narrativa es, recordemos, Las mil y una noches.  

3.- El Conde Lucanor o Libro de Patronio de Don Juan Manuel es una obra austera en todos los sentidos

Lejos queda el regocijo de algunos cantares de gesta, de las pequeñas jarchas que cantan las penas de amor que nos han llegado, del original Libro de Buen Amor… En la obra no hay erotismo ni placer carnal. Todo en ella está vertebrado para, de manera amena, introducir al lector en las grandes virtudes del alma y en los recovecos de los caminos de la dignidad vital como única manera de llevar una existencia plena. Esto no quita que en algunos relatos encontremos consejos prácticos o excesivamente profanos. Porque, en El Conde Lucanor, como buen político que fue don Juan Manuel, se aconseja la cautela, el silencio astuto o directamente el disimulo. Tanto es así que críticos hay que han puesto el Libro de Patronio como antecedente directo de El Príncipe de Maquiavelo. 

4.- Algunos cuentos de El Conde Lucanor o Libro de Patronio sirvieron para obras posteriores

Una obra que lleva siglos en el canon no podía dejar de influir (ya sea en estilo como en temática) en la literatura posterior. Así se han encontrado que ciertas narraciones o aspectos que transforman la narrativa anterior se encuentran en la posterior. El relato del “mancebo que se casó con una mujer muy brava” sirve de hipotexto a La fierecilla domada de Shakespeare. El cuento del pobre que comía altramuces se encuentra en La vida es sueño de Calderón. Y, por poner otro caso, Cervantes en su El retablo de las maravillas coge toda la trama del paño mágico que sirvió para engañar un rey. 

En definitiva, El Conde Lucanor o Libro de Patronio es la primera gran obra de la literatura en prosa en castellano. Como es común en la literatura medieval en romance está escrito de una forma sobria, sencilla, sin obviar todos los parámetros sociales y culturales de la época. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

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Concluido con toda probabilidad en 1335,  El Conde Lucanor de don Juan Manuel, también conocido como Libro de Patronio, es, quizás, la obra más importante en prosa de toda la literatura medieval en castellano y, a la par, cierra un modo de enfrentarse a las letras y al arte.  

Acercamiento a Don Juan Manuel, autor de El Conde Lucanor o Libro de Patronio 

De la gran mayoría de los autores de la Edad Media poco o nada conocemos (apenas algunos nombres y fechas muy amplias) ya que, en la época, el anonimato, como forma de entrega del trabajo a Dios, era la norma. Sin embargo, de don Juan Manuel sabemos que nació en 1282, nieto del rey Fernando el Santo, conquistador de Sevilla, y sobrino del gran intelectual de la época,Alfonso X el Sabio. Perteneciente a la alta aristocracia, recibió una educación esmerada en latín, filosofía e historia amén de formación militar como correspondía a su estatus de la más alta nobleza. Además, con don Juan Manuel se rompe todos los parámetros y diferencias del mester de juglaría y del mester de clerecía. Con él la literatura evoluciona por otros derroteros mientras se va poniendo fin a un época oscura cuya cultura estaba atrapada entre los muros de los monasterios. La única luz para el pueblo llano (y gran parte de la nobleza) eran esos cantares de gesta que, de villa en villa y de camino en camino, llevaban los artistas callejeros del mester de juglaría

No obstante, don Juan Manuel, aún produciendo literatura de la denominada culta, no pertenece al mester de clerecía. Con él comienza la gran prosa en castellano a la par que, contrariamente a lo que se hacía en la época, levanta de manera consciente y cuidada toda una obra heterogénea. No es de extrañar sabiendo que fue uno de los nobles más poderosos de su época en el plano político, que acumuló títulos (Príncipe de Viana, señor de Murcia, de Villena o de Alarcón entre otros), tierras y riquezas. Fundó el monasterio de Peñafiel a su costa y allí se retiró cuando pudo abandonar las armas. En este emplazamiento, con toda probabilidad, escribió el Libro de Patronio o Conde Lucanor. 

Se casó tres veces y tuvo siete hijos, dos de ellos extramatrimoniales. La fecha de su muerte es inexacta, pero se postula el año 1349 como la más correcta. Llevó, por tanto, una vida larga y próspera que la aprovechó ampliamente. 

Otras obras de Don Juan Manuel más allá de El Conde Lucanor 

Una de las características de la literatura medieval en castellano es su carácter oral y lo poco escrito que nos ha llegado. Tanto es así que son habas contadas los títulos literarios de la época que han sobrepasado las brumas del tiempo. Si del Cantar del Mío Cid aún no estamos de acuerdo si ese Pere Abat que lo firma, es copista o creador, del mester de clerecía apenas nos han llegado un puñado de versos y, eso sí, dos grandes obras: Los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo y el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita. Sin embargo, don Juan Manuel, como señor poderoso que era y, probablemente, con la autoestima muy alta se diferencia de estos, ya que puso especial celo en el cuidado filológico y la transmisión de su obra para la posteridad. Del autor tenemos las siguientes obras: 

1.- Libro de los cantares o de las Cantigas, perdido en un incendio en monasterio de Peñafiel donde dejó depositada el total de su obra redactada de su de puño y letra. 

2.- El Libro de la caza. 

3.- La crónica abreviada.

4.- Libro de los castigos o consejos que fizo don Johan Manuel para su fijo

5.- Libro de las armas

6.- Un tratado religioso

7.- Crónica cumplida cuya autoría es discutida. 

8.- De las reglas de como se debe trovar, el cual también se ha perdido. 

9.- Libro del caballero et del escudero. 

10.- Libro de los Estados. 

11.- El Conde Lucanor o Libro de Patronio, la obra por la que ha pasado al canon literario en español. 

Características estilísticas de la obra de Don Juan Manuel  

De él se ha dicho que es “el primer escritor castellano preocupado por la posteridad y por la conservación y transmisión de sus escritos”. Por eso, nos han llegado prácticamente todas sus obras y estas, además, se han conservado en manuscritos limpios, corregidos y sin los fallos de copiado propios de la época.  De hecho, podemos disfrutar de algunas cartas en las que el autor manifiesta su prurito por la limpieza (literaria y caligráfica) de su obra y se presta a enviarla manuscrita correctamente y depurada al máximo desde el punto de vista del lenguaje. Don Juan Manuel, y es una de las primeras características de su obra, presta, por tanto, especial atención al idioma castellano que se estaba aún formando delimitando los vocablos y adaptando un lenguaje sencillo, claro y libre de cualquier artificio.  

Este perfeccionamiento tenía una finalidad y era que sus escritos llegaran a un público lo más amplio posible y que fuera aprovechada desde el punto de vista educativo por un amplio número de personas. Esto es, y aquí llega otra de las características de la obra de don Juan Manuel, su intención (a la par que literaria) fue siempre divulgativa. No es una obra creada para el regocijo u ocio sino, más bien, para el aprendizaje moral, filosófico o político. El hecho de que se presente en forma de cuentos o relatos cortos está supeditada, por tanto, a ese fin. Era, además, consciente de que los textos tenían que ser amenos, lejos de los tratados sesudos del mester de clerecía o de la filosofía clásica que se habían quedado recluidos cada vez más en las bibliotecas monacales. 

Por otro lado, tira del refranero popular, de los dichos o proverbios comunes entre las gentes sencillas de la época. Todo ello, recordemos, siempre está supeditado a un fin: a las enseñanzas en el plano moral o cívico. La moraleja, el ejemplo, el modelo a imitar, está presente no solo en El Conde Lucanor o Libro de Patronio sino en otras de sus obras.  

Guía de lectura básica de El Conde Lucanor o Libro de Patronio

1.- El Conde Lucanor es una colección de cuentos distintos unidos por una estructura simple 

Está compuesto por cincuenta relatos en prosa castellana en los que, de una manera sencilla y amena, se dan respuestas a distintos problemas tanto vitales o personales como políticos o sociales. Para ello se utilizan moralejas o ejemplos que fueron comunes en la época. Pocos o ninguno son originales y proceden de la tradición oral latina, francesa o, incluso, árabe. 

La estructura de la obra es siempre la misma. El Conde Lucanor (protagonista y a quien están dirigidas las enseñanzas de la obra) plantea una pregunta a su mentor o maestro y este responde a la problemática (en el plano vital, de amistad, de política o social) con una narración literaria. De aquí se saca una enseñanza que queda resumida al final del relato.  

2.- Una de las características básicas de El Conde Lucanor o Libro de Patronio es el influjo oriental 

Aunque en la época el concepto de autoridad era preeminente en cualquier tipo de escrito (ya fuera histórico, filosófico o literario) Don Juan Manuel escribe esta colección de cuentos como si no hubiera habido nada más antes y como si todo fuera de su invención. Y nada está más lejos de la realidad, ya que la crítica ha encontrado en ellos, en primera instancia, ecos de la tradición árabe. Es más, se han encontrado que algunos de estos relatos o ejemplos se encuentran en el Calila e Dimna o en el Barlaam y Josafat. España, en la época (aunque por poco tiempo más), aún seguía siendo la tierra de las tres culturas y todos esos relatos eran conocidos no solo por la Escuela de Traductores de Toledo sino también de forma oral.   

Américo Castro ha apuntado que igualmente procede de la tradición árabe el concepto de que a Dios se le puede servir de muchas maneras y no solo dedicando la existencia a la contemplación. No olvidemos que don Juan Manuel fue un hombre de acción (en lo militar, político y también en lo personal) y esa cosmovisión individual no chocaba con su sincera religiosidad. Su obra, de alguna manera u otra, por tanto, a pesar de esa apelación al yo más humano, es una forma de entrega a Dios, de aportar algo bueno a la sociedad que pudiera complacer a la divinidad. Y, por último, el formato de distintos cuentos con historias variadas unidos por un hilo conductor común también se remonta a la tradición árabe cuyo máximo exponente en esta línea narrativa es, recordemos, Las mil y una noches.  

3.- El Conde Lucanor o Libro de Patronio de Don Juan Manuel es una obra austera en todos los sentidos

Lejos queda el regocijo de algunos cantares de gesta, de las pequeñas jarchas que cantan las penas de amor que nos han llegado, del original Libro de Buen Amor… En la obra no hay erotismo ni placer carnal. Todo en ella está vertebrado para, de manera amena, introducir al lector en las grandes virtudes del alma y en los recovecos de los caminos de la dignidad vital como única manera de llevar una existencia plena. Esto no quita que en algunos relatos encontremos consejos prácticos o excesivamente profanos. Porque, en El Conde Lucanor, como buen político que fue don Juan Manuel, se aconseja la cautela, el silencio astuto o directamente el disimulo. Tanto es así que críticos hay que han puesto el Libro de Patronio como antecedente directo de El Príncipe de Maquiavelo. 

4.- Algunos cuentos de El Conde Lucanor o Libro de Patronio sirvieron para obras posteriores

Una obra que lleva siglos en el canon no podía dejar de influir (ya sea en estilo como en temática) en la literatura posterior. Así se han encontrado que ciertas narraciones o aspectos que transforman la narrativa anterior se encuentran en la posterior. El relato del “mancebo que se casó con una mujer muy brava” sirve de hipotexto a La fierecilla domada de Shakespeare. El cuento del pobre que comía altramuces se encuentra en La vida es sueño de Calderón. Y, por poner otro caso, Cervantes en su El retablo de las maravillas coge toda la trama del paño mágico que sirvió para engañar un rey. 

En definitiva, El Conde Lucanor o Libro de Patronio es la primera gran obra de la literatura en prosa en castellano. Como es común en la literatura medieval en romance está escrito de una forma sobria, sencilla, sin obviar todos los parámetros sociales y culturales de la época. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

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