Una de las características del Romanticismo es la desmesura, en clara oposición con la cultura del Neoclasicismo y su gusto por la elegancia o el orden. A finales del siglo XVIII una nueva cosmovisión se va imponiendo en todos los órdenes de la vida: en la política, en lo social, en lo económico y, por supuesto, en lo cultural. Se entroniza la libertad, la independencia, la mezcla y se bucea en los más oscuros recovecos, no ya de los sentimientos, sino también de las pasiones. Los temas del Romanticismo, ni que decir tiene, están adscritos a esta nueva manera de estar y de entender el mundo. Muy resumidamente encontramos siete grandes bloques.
1.- Sentimiento de no plenitud
Si por algo se caracteriza el sentir romántico es por no aceptar las circunstancias de alrededor. Esto, por supuesto, devendría en una rebeldía que, a veces, se materializará de forma política aunque va más allá. Aparece la no aceptación del fin y con ella la angustia vital. Todo esto se manifiesta (en el arte y en la literatura) en una perenne melancolía y en un sentimiento de pérdida. La existencia se antoja sin sentido y, además, se escapa en suspiros constantes. De aquí proviene el gusto por las lágrimas, las tristezas o los amores desgraciados tan frecuentes en la poesía romántica. Además, no hay que perder de vista que hay una preferencia por las ruinas abandonadas, por los parajes tenebrosos, por mansiones fantasmales, por los cementerios en la noche… Para el romántico, al no encontrar la trascendencia en el mundo natural, las respuestas se le antojaba en un más allá desconocido.
2.- El desacuerdo con el mundo
Lo anterior lleva al descontento, a la queja e, incluso, a la súplica, temas del Romanticismo que se repiten constantemente. La felicidad se antoja pasajera y gustan de cantar el dolor o el sufrimiento. La muerte es una constante y, tanto en las artes plásticas como en la literatura, se justifica el suicidio como una forma de desembarazarse de las penas de este mundo. Ante este choque con el mundo (y además de forma extrema) solo cabe la evasión a tiempos pasados (hacia una idealizada Edad Media) o hacia tierras consideradas exóticas en aquel momento (las árabes). Otra forma extrema de eludir la realidad es el ascetismo. En este sentido, encontramos la figura del ermitaño abundantemente en la literatura romántica. La rebeldía (con personajes aventureros o revolucionarios) será otro modelo temático a la hora de abordar este choque vital.
3.- La exaltación de la individualidad y del yo
La evasión lleva al idealismo e, incluso, a la utopía. Y todo ello se graba en las esferas del espíritu. Se ahonda (especialmente en poesía) en el yo, en la individualidad. El artista, además, se considera alguien bendecido por los dioses. Es una suerte de genio o de demiurgo que es capaz de ver, sentir y expresar aquello oculto al común de los mortales. Se erige, y no solo en sus obras, en una suerte de comunicador entre este plano y lo oculto a la conciencia. Se ponen, así, las bases para la formulación del inconsciente según Freud. De todos modos, hay que tener en cuenta que el artista romántico está poseído por el ego. No le importa la soledad, la cual canta casi con orgullo y como una cualidad de los seres superiores. El amor se le escapa de las manos y la amistad se hace imposible. Estos espíritus vagan por la tierra buscando entre ruinas, entre tumbas e, incluso, entre seres monstruosos algo intangible reservado a las almas escogidas. Parecen revestidos de una sagrada misión cuyo objetivo es redimir al mundo. Y para conseguir esta meta no dudan en destripar todos y cada uno de sus propios sentimientos diseccionándolos con detalle y exponiéndolos al público.
4.- La defensa de la libertad
Por primera vez en la historia del arte se encumbra la libertad como valor supremo. Y esta idea traspasa las fronteras de la creación para manifestarse en la política, en lo social o en lo económico. El sistema anterior (con sus clases inmóviles y la sumisión a los poderes monárquicos y eclesiásticos) ya no sirve. El héroe romántico no asume las convenciones sociales y, además, se rebela contra la injusticia y las imposiciones. Por eso, como veremos a continuación, no se atienen a las reglas estilísticas que habían servido hasta entonces y se apuesta por la mezcla, el caos, el movimiento, la subjetividad… Abren, además, las puertas a todos los movimientos de vanguardia que llegarán décadas más tarde: fauvismo, expresionismo, cubismo…
5.- La naturaleza se reviste con sentimientos humanos
Los paisajes que se tratan, tanto en pintura como en literatura e, incluso, en los grandes jardines, se contaminan con los sentimientos humanos. Se deja aparcada cualquier mesura, cualquier llamada al orden o a la elegancia para apostar por la pasión y por el drama. Así, se eligen tormentas en momentos de gran intensidad emocional, se recorren ruinas abandonadas para buscar la verdad, se atreven a adentrarse en cementerios en medio de la noche e, incluso osan desafiar a los espíritus llamando a los muertos. Los bosques yermos, los jardines abandonados y las iglesias con sus sepulcros son temas del Romanticismo. Así, el Don Juan de Zorrilla, henchido por el ego y sin medir sus fuerzas, se mofa de los difuntos atreviéndose a retarlos incluso. Y los protagonistas de las Leyendas de Bécquer se atormentan por lo que creen, en su confusión, seres de otro mundo que intentan comunicarse con estas almas sensibles, dramáticas y… superiores.
6.- La búsqueda de lo genuino en lo popular
Y para ello se bucea en la historia, pero no en la inmediata, sino en la más antigua. Se vuelve hacia la Edad Media en una visión idealizada de castillos, princesas y caballeros. Hay un interés por lo popular, por las leyendas orales, por las canciones, por los mitos tradicionales. Estos se buscan y se recopilan. La historia sirve tanto a aquellos con ideas revolucionarias como a los conservadores. Estos últimos buscan en los tiempos pasados los valores que consideran perdidos mientras que los más rebeldes se escudan en las peculiaridades (en las diferencias) para alimentar los incipientes nacionalismos. En el plano estético se alimenta el gusto por los tipos considerados exóticos que se presentan con sus ropajes y sus costumbres. A la par, se desarrolla la novela histórica muy centrada en aventuras amorosas más que de otro tipo. La visión que se tiene de siglos pasados siempre es idealizada. El costumbrismo también nace en la época romántica.
7.- La mezcla y el caos como semilla de creación
El afán de libertad y de independencia lleva a lo novedoso, a la mezcla y, en último extremo, al caos. Se rechazan las normas y las imposiciones. Todo esto se conjuga con el espíritu rebelde, propenso al drama (llegando incluso a sentimientos tormentosos), a lo sinuoso, a la intensidad y a todo aquello que habita en las fronteras de lo permitido.
Estos temas del Romanticismo, por último, dieron pie a personajes que se encuentran en los límites de la sociedad e, incluso, de lo humano. Así, Frankenstein participa tanto de los vivos como de los muertos a igual que Drácula, incapaz de amar. El Jorobado de Notre Dame es otro personaje que ha sido expulsado de la sociedad por pecados que no ha cometido. Y un tanto de lo mismo sucede con el Fantasma de la Ópera. Todos ellos exploran cada recoveco de sus sentimientos, de sus pasiones, de sus dramas levantando un mundo tremendamente personal.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla