Teatro clásico francés

Teatro clásico francés

Teatro clásico francés

Candela Vizcaíno

 

Aunque este surge a partir del siglo XVII (desde 1630 aproximadamente), las fuentes hasta llegar a lo que denominamos teatro clásico francés se retrotraen, incluso, a la Edad Media. En aquella época, los teatros (y sus representaciones) como tales no existían. Los modelos teatrales se reducían a las labores del mester de juglaría y los autos sacramentales, pequeñas piezas ligadas a la liturgia y representadas en días importantes. Sin embargo, en 1548 estos misterios quedan prohibidos porque, al parecer, no se hacían con el debido respeto. Y, como sucede con los caminos del arte tantas veces, una puerta se cierra y otra se abre. Así algunos autores empezaron a adaptar textos procedentes de la commedia dell’arte italiana y su gusto por las narraciones de enredos.  

Orígenes del teatro clásico francés

1.- Por tanto, durante el siglo XVI y la primera parte del XVII las obras y los géneros están en línea con lo que sucede en otras partes de Europa. Recordemos que es la época del maravilloso teatro isabelino en Inglaterra con Shakespeare a la cabeza y la consolidación del teatro barroco en España con nombres imprescindibles como Lope de Vega o Pedro Calderón de la Barca

2.- Son obras estas en las que se mezclan estilos, modelos, reglas y hasta géneros dificultando, a veces, la división entre comedia o tragedia. Se basan en el enredo, la confusión, los excesos llegando en Francia a lo inverosímil y sobrenatural. 

3.- Todo ello es posible porque la escena no tiene decorado y los teatros se improvisan en plazas y lugares públicos. Por tanto, existe un pacto de ficción complejo entre los actores (profesionales e itinerantes) y el público. Estos aceptan cambios de lugares y de tiempo imposibles de realizar con tramoyas básicas. A la par exigen aventuras y tramas que inviten al entretenimiento sin más.  

La transformaciones necesarias para entender el teatro clásico francés 

4.- Sin embargo, todo esto va cambiando a finales del siglo XVI, en París. Van surgiendo locales fijos y con ellos la especialización. Así tenemos el Hotel de Bourgogne donde se representan tragedias por actores profesionales de tan buen hacer que consiguen el distintivo de “troupe royale”. En el Marais se programan farsas mientras que la monarquía, en sus palacios, levantan teatros lujosos para su disfrute personal. 

5.- Todo ello contribuye a la especialización y también al desarrollo de obras complejas salidas de plumas exquisitas. Estas, además, disponen de actores profesionalizados para levantar las escenas. La industria, por tanto, está servida. Tanto es así que Luis XIV (1642-1715) da carta de protección a todos los del gremio. Por tanto, estos elementos, que están en la base, contribuyen a afianzar los modelos del teatro clásico francés.

6.- Con todos estos datos y las ayudas a más alto nivel se crean teatros fijos, cubiertos, con palcos para la aristocracia y escenas iluminadas con tramoyas complejas. Se cobra entrada y, además, cuentan con el patrocinio real. Con estos mimbres, autores, tropa y actores pueden desarrollar un estilo propio.  

Características del teatro clásico francés 

1.- Se asienta sobre lo conseguido en el Barroco a nivel de intendencia (teatros, artistas para la creación, para el atrezzo…) y de público. Sin embargo, al contrario de lo que sucede en otros puntos de Europa, muy pronto dejan de lado las historias de capa y espada, de enredo o de aventuras para crear obras con unidad estilística y con temáticas profundas. 

2.- Gracias a la protección real, se van haciendo obras complejas y ordenadas más allá de las tramas cuyo único objetivo es sacar la risa fácil. Esto es, se imponen gustos aristocráticos formados en la literatura clásica. Y estos son adaptados por el espectador popular. 

3.- Se mira hacia la literatura greco-latina, los preceptos y las reglas que conforman la cultura del Neoclasicismo de la que Francia fue abanderada. A esto se une la influencia del Discurso del Método de Descartes. Publicado en 1637, aboga por dejar todos los aspectos de la vida bajo los mandos de la razón. Y en ese todo se incluye el gusto y el arte. 

4.- El punto de inflexión para el nuevo modelo dramático se sitúa en 1636 con el estreno de El Cid de Corneille. La obra recibió la crítica de los preceptistas y, a partir de ese momento, se adoptan las reglas y las características de la literatura neoclásica. Así, en Francia, el teatro barroco se abandona por completo. 

5.- Bajo esta nueva estética se separan (casi con bisturí) los estilos y los géneros. Las tragedias siempre serán en verso, con voz grave y con temas encaminados a la reflexión espiritual o moral. No pueden entrar personajes reservados a la comedia. En este último género se refugian los personajes populares, los graciosos o los pequeños burgueses con sus preocupaciones cotidianas. Aquí sí se admite la mezcla de estilo, del verso y la prosa. También se recurre al lenguaje común. 

6.- Se adopta el ritmo de los cinco actos tomado del latino Horacio. 

7.- En nombre del buen gusto francés, que ya empezaba a cultivarse, se prohibe cualquier exceso y entre ellos se encuentran las muertes, los lances o la sangre. 

8.- La unidad llega a las tres reglas clásicas que son las que siguen: a) unidad de acción y por tanto solo se admite una única trama; 2) unidad de lugar y 3) unidad de tiempo. Así, la narración al completo debe concentrarse en un solo día y en un único emplazamiento. Con ello se propician puestas en escenas gloriosas y  extravagantes incluso desde el punto de vista formal. 

9.- Esto último, además, favoreció la concentración temática y la intensidad dramática. A la par, obliga al creador de los libretos a presentar crisis importantes. Estas deben describirse y resolverse utilizando potentes recursos literarios si quiere seguir los rígidos preceptos de las reglas. 

10.- Con estas imposiciones se desarrolló especialmente la tragedia que, con el teatro clásico francés, llegó a cotas de calidad universal.  

Autores del teatro clásico francés 

1.- Pierre Corneille (1606-1684)  

Iniciado en el teatro barroco, el punto de inflexión hacia el nuevo modelo fue el fracaso de El Cid en 1636. A partir de ese momento busca la inspiración en las tragedias de la literatura greco-romana. Sus temas favoritos son la libertad y la gloria siempre en conflicto con el deber para con la sociedad. Eso crea una profunda crisis en los personajes que normalmente se decantan por el civismo. Títulos a tener en cuenta son Horace, Polyeucte, Cinna… 

2.- Jean Racine (1639-1699)  

Nació cuando el teatro clásico francés comenzaba a afianzarse y siempre se decantó por las tragedias. A estas imprime un sello pesimista, doloroso y casi sin salida. Parece que así era el carácter del artista educado en los rigores moralistas. Sus héroes están malditos ya desde el nacimiento y siempre se debaten entre esa imposición heredada o impuestas por instancias superiores y su pasión interior. Todo ello hace posible la creación de personajes modernos, pasionales y de fuertes contradicciones. Maneja un estilo sobrio, sencillo y regido por el seguimiento a rajatabla de las reglas impuestas por el teatro clásico francés. Títulos del artista a tener en cuenta son especialmente Fedra, Andromaque, Berenice, Esther y Athalie… 

3.- Jean Molière (1622-1673)  

Es uno de los grandes escritores no solo del teatro clásico francés sino de la literatura universal. Por eso, merece estudio aparte más allá de estas notas imprescindibles para encuadrarlo en el movimiento al que pertenece. Actor tan entusiasta que murió en el escenario realizando precisamente el papel de un enfermo, tuvo un profundo contacto con las comedias populares basadas en los enredos de la commedia dell’arte. Su primer éxito fue en París en 1659 precisamente con una comedia, Las preciosas ridículas. A esta le seguiría la famosa La escuela de mujeres (1662). En todas ellas se transparenta una misoginia que era norma en la sociedad de la época. Sin embargo, el éxito de Molière y por el que ha pasado a la historia de la literatura universal radica en sus tragedias: Don Juan, Tartufo, El misántropo, El avaro...

En estas obras, Molière alcanza la cima del teatro clásico francés creando prototipos universales al presentar personajes con una fuerte contradicción interna. Al contrario que Racine o Corneille, estos están humanizados completamente presentándonos valores (los menos) y vicios (los más) morales que son comunes a la raza humana. Todo ello, por supuesto, con la grandeza temática, narrativa y estilística que nos reclama la literatura.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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