Realismo y naturalismo

Realismo y naturalismo

Realismo y naturalismo

Candela Vizcaíno

 

El realismo literario surge en Francia a mediados del siglo XIX. Es un movimiento centrado eminentemente en la novela; es raro en teatro y prácticamente inexistente en poesía. Como reacción al Romanticismo literario e inspirado por los avances de la ciencia y la técnica positivista, busca crear obras artísticas siguiendo los principios de objetividad absoluta. El naturalismo, por su parte, supone una evolución o una transformación hacia posturas más radicales en esta búsqueda de la verdad, desmenuzándola hasta el más mínimo detalle. Estudiamos su evolución. 

Realismo frente a Romanticismo 

Realismo y Romanticismo, en las primeras etapas del primero, fueron de la mano para ir progresivamente desgajándose como movimientos diferenciados. Los autores del realismo literario comienzan a apartarse de la exaltación romántica, de los ideales apasionados, de la subjetividad y de la individualidad. 

Este cambio se entiende mejor cuando conocemos el trasfondo histórico que lo sustenta. Las cada vez más pobladas ciudades abrazan el incipiente capitalismo llenándose de fábricas promovidas por una pujante burguesía. Esta clase social ya nada tiene que ver con la privilegiada aristocracia que se vale de sus derechos heredados para imponer su cosmovisión. Y las transformaciones se producen a todos los niveles. La ingeniería constantemente pone inventos innovadores a disposición de la economía. Se avanza en la ciencia, en la medicina, en la óptica, en los medios de locomoción acortando distancias. Paralelamente, otra clase social se hace consciente de su singularidad y necesidades. Es el proletariado alimentado por los miles de campesinos que se trasladan desde el pueblo a la ciudad buscando un presente y futuro mejor. Todo esto crea, en un mismo emplazamiento, una amalgama de personas dispares pero hilvanadas (mediante estratos diferenciados) por el sentimiento de pertenencia de clase. Y lo social lleva siempre aparejado lo cultural y lo económico.

A este nueva realidad tienen que atenerse los escritores que, progresivamente, se alejan de la visión romántica. Las exaltaciones pasionales e individuales dan paso a la lucha organizada. Las ensoñaciones de seres fantásticos tan del gusto de la literatura nórdica y que encontramos, por poner un caso en las Leyendas de Bécquer, se aparcan para centrarse en el aquí y el ahora. El realismo es novela. Es prosa. No hay cabida para la lírica. Los autores de estas obras, utilizando la técnica del narrador omnisciente, pretenden levantar acta de «la verdad» de un emplazamiento dado con toda la complejidad de sus gentes al completo. Por eso, los recovecos, los matices, las singularidades quedan recogidas en prolijas descripciones. El afán de objetividad, por último, aparca definitivamente al yo romántico.  

Realismo y naturalismo 

Conforme nos acercamos a los últimos años del siglo XIX, el realismo en esa búsqueda de la verdad desapasionada, se adentra en el naturalismo literario abanderado por Zola. La primera novela naturalista es Thérèse Raquín de este autor francés y publicada en 1867. El escritor da un paso más y busca información de primera mano con trabajo de campo incluido, tal como propone el método científico. Paralelamente, se reproducen las formas de vida, la ideología o el lenguaje de cada uno de los personajes atendiendo a su origen y pertenencia social. Los protagonistas, a pesar de sus contradicciones eminentemente humanas, nunca son fronterizos y no participan de distintos mundos. Pertenecen a compartimentos sociales estancos cada uno con sus muchos vicios y poca virtudes particulares. Estas características del naturalismo literario llevan a asumir una suerte de «determinismo social». Por eso, los personajes se conducen casi con resignación, sin intentar modificar su conducta a lo largo de la trama. Es muy difícil poder redimirlos de los fallos y caracteres emocionales perjudiciales.  

Dicho esto, hay que anotar que este aspecto se matiza bastante en el naturalismo en España, al menos con las obras de Emilia Pardo Bazán más que con las de Benito Pérez Galdós o La Regenta de «Clarín». También en España se obvia los aspectos más groseros, chocantes y escabrosos de la realidad sin entran en detalles que en Francia gusta de desmenuzarse, llegando incluso a lo escatológico.  Además, el naturalismo abandona cualquier resquicio de mundo rural (en España hay algún ejemplo como Los pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán) en favor de los ambientes urbanos, de personajes que pertenecen al proletariado, el mismo que malvive intentando buscar un hueco en ciudades sucias y agresivas.  

Por otro lado, si el realismo se permitía algún tipo de crítica, de ironía o de humor, el naturalismo ya es un arte sobrio que pretende mostrar la realidad sin juzgarla. En este sentido, el autor busca, como el médico o el entomólogo, diseccionar y exponer, abierto en canal, el mundo que le rodea y al completo. Siempre es una realidad contemporánea que conoce a diario. No hay espacio para lo personal, para la recreación ficcional o la fantasía. Todo queda circunscrito a la miseria cotidiana del día a día. Y, por último, si en el realismo quedaba un resquicio para la esperanza, esta fue aniquilada por el naturalismo y su afán por mostrar el existir de ricos inmorales, de desdichados proletarios o de sacerdotes atrapados entre el deseo carnal y el voto de celibato. 

Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

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