Esta brevísima relación de poemas de Juan Ramón Jiménez (1881-1958) pretende ser una mínima muestra de la compleja literatura de quién obtuviera en 1956 el Premio Nobel. Aunque es popularmente conocido por su obra Platero y yo, su poesía está impregnada de un particular misticismo. Es la suya una religiosidad tomada en sentido individual en el que el hombre se encara incluso con una divinidad moldeada a capricho del poeta. No estamos ante un ser supremo creador de las cosas sino que el poeta se erige en el hacedor de todo lo habido y por haber, incluso de ese dios (siempre en minúsculas) al que continuamente interpela. La trascendencia, el poder de la palabra, una mística muy personal y los modelos simbolistas impuestos por las vanguardias se encuentran presentes en la lírica del andaluz. Nunca abandonó sus fórmulas artísticas, incluso cuando la realidad histórica empujó al resto de escritores por otros derroteros. Estamos, por tanto, ante una literatura tremendamente personal de difícil encasillamiento.
La transparencia, dios, la transparencia
Dios del venir, te siento entre mis manos,
aquí estás enredado conmigo, en lucha hermosa
de amor, lo mismo
que un fuego con su aire.
No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo,
ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;
eres igual y uno, eres distinto y todo;
eres dios de lo hermoso conseguido,
conciencia mía de lo hermoso.
Yo nada tengo que purgar.
Todo mi impedimento
no es sino fundación para este hoy
en que, al fin, te deseo;
porque estás ya a mi lado,
en mi eléctrica zona,
como está en el amor el amor lleno.
Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia
y la de otro, la de todos,
con forma suma de conciencia;
que la esencia es lo sumo,
es la forma suprema conseguible,
y tu esencia está en mí, como mi forma.
Todos mis moldes, llenos
estuvieron de ti; pero tú, ahora,
no tienes molde, estás sin molde; eres la gracia
que no admite sostén,
que no admite corona,
que corona y sostiene siendo ingrave.
Eres la gracia libre,
la gloria del gustar, la eterna simpatía,
el gozo del temblor, la luminaria
del clariver, el fondo del amor,
el horizonte que no quita nada;
la transparencia, dios, la transparencia,
el uno al fin, dios ahora sólito en lo uno mío,
en el mundo que yo por ti y para ti he creado.
Uno de los poemas de Juan Ramón Jiménez más breves (y también de la literatura en español
I
EL POEMA
I
¡No le toques ya más,
que así es la rosa!
En lo desnudo de este hermoso fondo
Quiero quedarme aquí, no quiero irme
A ningún otro sitio.
Todos los paraísos
(que me dijeron) en que tú habitabas,
se me han desvanecido en mis ensueños
porque me comprendí mejor éste en que vivo,
ya centro abierto en flor de lo supremo.
Verdor de la primavera de mi atmósfera,
¿qué luz podrá sacar de otro verdor
una armonía de totalidad más limpia,
una gloria más grande y fiel de fuera y dentro?
Ésta fue y es y será siempre
la verdad:
tú oído, visto, comprendido en este paraíso mío,
tú de verdad venido a mí
en lo desnudo de este hermoso fondo.
Soy animal de fondo
“En fondo de aire” (dije) “estoy”,
(dije) “soy animal de fondo de aire” (sobre tierra),
Ahora sobre mar; pasado, como el aire, por un sol
que es carbón allá arriba, mi fuera, y me ilumina
con su carbón el ámbito segundo destinado.
Pero tú, dios, también estás en este fondo
y a esta luz ves, venida de otro astro;
tú estás y eres
lo grande y lo pequeño que yo soy,
en una proporción que es ésta mía,
infinita hacia un fondo
que es el pozo sagrado de mí mismo.
Y en este pozo estabas antes tú
con la flor, con la golondrina, el toro
y el agua; con la aurora
en un llegar carmín de vida renovada;
con el poniente, en un huir de oro de gloria.
En este pozo diario estabas tú conmigo,
conmigo niño, joven, mayor, y yo no me ahogaba
sin saberte, me ahogaba sin pensar en ti.
Este pozo que era, sólo y nada más ni menos,
que el centro de la tierra y de su vida.
Y tú eras en el pozo májico el destino
de todos los destinos de la sensualidad hermosa
que sabe que el gozar en plenitud
de conciencia amadora,
es la virtud mayor que nos trasciende.
Lo eras para hacerme pensar que tú eras tú,
para hacerme sentir que yo eras tú,
para hacerme gozar que tú eras yo,
para hacerme gritar que yo era yo,
en el fondo de aire en donde estoy,
donde soy animal de fondo de aire
con alas que no vuelan en el aire,
que vuelan en la luz de la conciencia
mayor que todo el sueño
de eternidades e infinitos
que están después, sin más que ahora yo, del aire.
Mínimo comentario a los poemas de Juan Ramón Jiménez
1.- Aunque adscrito a la poesía pura, su literatura participa tanto de la tradición como de la modernidad que tanto se buscaba (incluso de forma ansiosa) por los movimientos artísticos de principios de siglo XX.
2.- En los poemas de Juan Ramón Jiménez está muy presente la huella del simbolismo. Y lo está porque se niega a retratar la realidad física, tangible o natural. Incluso rehuye de un sentimentalismo personal en favor de una trascendencia, de una personal búsqueda de Dios que entronca al artista con la rica tradición de la mística literaria hispana.
3.- Sin embargo, la mística en Juan Ramón Jiménez va más allá de la heterodoxia personal que esta fórmula requiere. Asistimos a una identificación con Dios. La divinidad no es aquello a lo que se aspira conocer sino que está dentro de la mente del poeta. Dios está en ese “en el mundo que yo por ti y para ti he creado” de La transparencia, dios, la trasparencia.
4.- Estamos pues ante una religiosidad personal y contradictoria que acepta a un ser supremo pero como alguien que, de alguna manera u otra, se entiende como una mera creación humana. Es esta línea la que encontramos también en el largo poema en prosa Espacio.
5.- A pesar de los condicionantes históricos, Juan Ramón Jiménez nunca abandonó la torre de marfil de la poesía pura. Jamás se involucró en asuntos mundanos como si la literatura tuviera que está al margen de “ese lodo de la historia” en palabras de Federico García Lorca. Así, a pesar de que fue el referente indiscutible de los, por entonces, jóvenes poetas de la Generación del 27, junto con Góngora, conforme iba avanzando las primeras décadas del siglo XX, los poemas de Juan Ramón Jiménez son difíciles de adscribirse a corriente alguna.
6.- Y todo ello a pesar de que participa de todas las innovaciones que la vanguardia imprime a la literatura y a otros manifestaciones artísticas. Predomina el verso libre sin ningún tipo de formato. Eso sí, la musicalidad es siempre perfecta, armoniosa, rítmica y suave. Los juegos de palabras, las contradicciones o los quiasmos son favoritos del poeta. También encontramos vocablos inventados y una reinterpretación (nunca desconocimiento) de la gramática. Un ejemplo es “májico” en lugar de mágico que ha aparecido en uno de los poemas reproducidos.
7.- En el brevísimo El poema, aquí también editado que tantos ríos de tinta ha hecho correr, nos encontramos un ejemplo clarísimo del símbolo extremo. Juan Ramón Jiménez nos dice en la primera palabra del tema de su poema y lo hace en el título. Esto es, esta brevísima obra trata, simple y llanamente del poema, de la poesía… Y con dos versos despacha esa búsqueda de sencillez que se persigue en el oficio de la literatura. Y, a la par, nos introduce en lo intangible, en lo incognoscible, en aquello que no se puede explicar, que no se puede analizar. La rosa, trasunto del poema, debe ser admirada, gozada, disfrutada… Sin embargo, al tocarla, al manipularla, se pierde toda su belleza y trascendencia.
8.- Siguiendo esta idea se articula toda la poesía de Juan Ramón Jiménez: como un canto a algo místico, religioso, etéreo e incognoscible al que hay que acercarse con devoción religiosa y cuyo conocimiento, por supuesto, no puede venir a través de la razón.
Esta mínima selección de los poemas de Juan Ramón Jiménez es sencillamente eso: una muestra textual de uno de los grandes de la literatura universal. Sus versos quedan alejados de ese realismo que impregnaría la literatura en español (tanto en Hispanoamérica como en España) con los avatares históricos ya conocidos. Y la poesía se impregna de una realidad y de un dolor sangrante alejándose de lo místico. Sin embargo, los poemas de Juan Ramón Jiménez se encuentran en otra estela distinta, al margen de los modelos de sus contemporáneos.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla