Poemas de Federico García Lorca

Poemas de Federico García Lorca

Poemas de Federico García Lorca

Candela Vizcaíno

 

El aura literaria del gran poeta andaluz Federico García Lorca (1898-1936) no se ha extinguido con el paso de las décadas tras su cruel asesinato. Y más bien ha sucedido todo lo contrario,  ya que su figura artística (por mérito propio) ha ido creciendo convirtiéndose en un referente de las letras modernas. La presente selección de poemas de Federico García Lorca aspiran únicamente a mostrar al lector interesado un ramillete de versos dentro de su inmortal obra. Señero representante de la Generación del 27, buena parte de su obra no se puede entender sin la tradición cultural andaluza (alrededor de las narraciones orales o el flamenco) y tampoco sin el trasfondo de surrealismo, especialmente en Poeta en Nueva York o en Sonetos del amor oscuro. La omnipresencia de la muerte que ronda en cualquier esquina, el ambiente asfixiante que no permite el desarrollo de las pasiones, los amores prohibidos, lo oculto que no puede ser nombrado, la recurrencia a Andalucía, la musicalidad y el suspiro melancólico forman parte de la temática de la obra de Federico García Lorca. Y todo ello reconociendo que esta introducción es sencillamente eso: una reducción de una obra compleja en extremo.  

Poemas de Federico García Lorca entresacados de Poema del cante jondo 

SORPRESA

Muerto se quedó en la calle

con un puñal en el pecho.

No lo conocía nadie. 

¡Cómo temblaba el farol! 

Madre

¡Como temblaba el farolito

de la calle!

Era madrugada. Nadie

pudo asomarse a sus ojos

abiertos al duro aire.

Que muerto se quedó en la calle

que con un puñal en el pecho

y que no lo conocía nadie.

 

MEMENTO

 

Cuando yo me muera,

enterradme con mi guitarra

bajo la arena.

 

     Cuando yo me muera,

entre los naranjos

y la hierbabuena. 

 

     Cuando yo me muera,

enterradme  si queréis

en una veleta. 

     ¡Cuando yo me muera!

  

De canciones, más allá del canon literario 

 

CANCIÓN DEL JINETE

 

Córdoba.

Lejana y sola.

 

     Jaca negra, luna grande,

y aceitunas en mi alforja. 

Aunque sepa los caminos

yo nunca llegaré a Córdoba. 

 

      Por el llano, por el viento,

jaca negra, luna roja.

La muerte me está mirando

desde las torres de Córdoba.

 

     ¡Ay qué camino tan largo!

¡Ay mi jaca valerosa!

¡Ay que la muerte me espera,

antes de llegar a Córdoba! 

 

     Córdoba. 

Lejana y sola. 

 

GALÁN

 

Galán,

galoncillo.

En tu casa queman tomillo. 

 

     Ni que vayas, ni que vengas,

con llave cierro la puerta. 

 

     Con llave de plata fina.

Atada con una cinta. 

 

     En la cinta hay un letrero: 

“Mi corazón está lejos.”

 

     No des vueltas en mi calle. 

¡Déjasela toda al aire! 

 

     Galán,

galancillo.

En tu casa queman tomillo. 

 

 

DESPEDIDA

 

Si muero,

dejad el balcón abierto. 

 

     El niño come naranjas. 

(Desde mi balcón lo veo.)

 

     El segador siega el trigo. 

(Desde mi balcón lo siento.)

 

     ¡Si muero,

dejad el balcón abierto!   

Poemas de Federico García Lorca procedentes de Romancero Gitano 

 

ROMANCE SONÁMBULO 

 

A Gloria Giner

y a Fernando de los Ríos. 

 

Verde que te quiero verde.

Verde viento. Verdes ramas. 

El barco sobre la mar

y el caballo en la montaña. 

Con la sombra en la cintura 

ella sueña en su baranda, 

verde carne, pelo verde, 

con ojos de fría plata. 

Verde que te quiero verde. 

Bajo la luna gitana, 

las cosas la están mirando

y ella no puede mirarlas. 

 

               *

 

     Verde que te quiero verde. 

Grandes estrellas de escarcha,

vienen con el pez de sombra

que abre el camino del alba. 

La higuera frota su viento

con la lija de sus ramas, 

y el monte, gato garduño, 

eriza sus pitas agrias. 

¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde…?

Ella sigue en su baranda, 

verde carne, pero lo verde, 

soñando en la mar amarga. 

 

               *

     Compadre, quiero cambiar

mi caballo por su casa,

mi montura por su espejo, 

mi cuchillo por su manta. 

Compadre, vengo sangrando, 

desde los puertos de Cabra. 

Si yo pudiera, mocito, 

este trato se cerraba. 

Pero yo ya no soy yo. 

Ni mi casa es mi casa.

Compadre, quiero morir

decentemente en mi cama. 

De acero, si puede ser,

con las sábanas de holanda. 

¿no veis la herida que tengo

desde el pecho a la garganta?

Trescientas rosas morenas

lleva tu pechera blanca.

Tu sangre rezuma y huele

alrededor de tu faja. 

Pero yo ya no soy yo. 

Ni mi casa es ya mi casa. 

Dejadme subir al menos

hasta las altas barandas,

¡dejadme subir!, dejadme

hasta las verdes barandas. 

Barandales de la luna

por donde retumba el agua. 

 

               *

     Ya suben los dos compadres

hacia las altas barandas.

Dejando un rastro de sangre.

Dejando un rastro de lágrimas. 

Temblaban en los tejados

farolillos de hojalata.

Mil panderos de cristal,

Herían la madrugada. 

 

               *

     Verde que te quiero verde,

verde viento, verdes ramas. 

Los dos compadres subieron. 

El largo viento, dejaba

en la boca un raro gusto 

de hiel, de menta y de albahaca. 

¡Compadre! ¿Dónde está, dime?

¿Dónde está tu niña amarga?

¡Cuántas veces te esperó!

¡Cuántas veces te esperara,

cara fresca, negro pelo,

en esta verde baranda!

 

               *

     Sobre el rostro del aljibe,

se mecía la gitana. 

Verde carne, pelo verde,

con ojos de fría plata. 

Un carámbano de luna

la sostiene sobre el agua.

La noche se puso íntima

como una pequeña plaza. 

Guardias civiles borrachos

en la puerta golpeaban.

Verde que quiero verde.

Verde viento. Verdes ramas

El barco sobre la mar.

Y el caballo en la montaña. 

 

MUERTE DE ANTOÑITO EL CAMBORIO

 

A José Antonio Rubio Sacristán 

 

Voces de muerte sonaron

cerca del Guadalquivir.

Voces antiguas que cercan

voz de clavel varonil. 

Les clavó sobre las botas

mordiscos de jabalí. 

En la lucha daba saltos 

jabonados de delfín. 

Bañó con sangre enemiga

su corbata carmesí.

pero eran cuatro puñales 

y tuvo que sucumbir. 

Cuando las estrellas clavan

rejones al agua gris, 

cuando los erales sueñan

verónicas de alhelí, 

voces de muerte sonaron

cerca del Guadalquivir. 

 

 

 

 

 

               *

     Antonio Torres Heredia,

Camborio de dura crin, 

moreno de verde luna, 

voz de clavel varonil:

¿Quién te ha quitado la vida

cerca del Guadalquivir? 

Mis cuatro primos Heredias

hijos de Benamejí. 

Lo que en otros no envidiaban, 

ya lo envidiaban en mí. 

Zapatos color corinto. 

medallones de marfil,

y este cutis amasado

con aceituna y jazmín. 

¡Ay Antoñito el Camborio,

digno de una Emperatriz!

Acuérdate de la Virgen

Porque te vas a morir.

¡Ay Federico García,

llama a la Guardia Civil!

Ya mi talle se ha quebrado 

como una caña de maíz. 

 

               *

     Tres golpes de sangre tuvo

y se murió de perfil.

Viva moneda que nunca

se volverá a repetir. 

Un ángel marchoso pone

su cabeza en un cojín. 

Otros de rubor cansado,

encendieron un candil. 

Y cuando los cuatro primos

llegan a Benamejí, 

voces de muerte cesaron

cerca del Guadalquivir. 

Poemas de Federico García Lorca perteneciente a Poeta en Nueva York

PAISAJE DE LA MULTITUD QUE VOMITA

(ANOCHECER DE CONEY ISLAND)

 

La mujer gorda venía delante

arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores, 

la mujer gorda

que vuelve del revés los pulpos agonizantes. 

La mujer gorda, enemiga de la luna, 

corría por las calles y los pisos deshabitados 

y dejaba por los rincones pequeñas calaveras de paloma

y levantaba las furias de los banquetes de los siglos últimos 

y llamaba al demonio del pan por las colinas del cielo barrido

y filtraba un ansia de luz en las circulaciones subterránea. 

Son los cementerios, lo sé, son los cementerios

Y el dolor de las cocinas enterradas bajo la arena; 

son los muertos, los faisanes y las manzanas de otra hora

los que nos empujan en la garganta. 

 

     Llegaban los rumores de la selva del vómito 

con las mujeres vacías, con niños de cera caliente, 

con árboles fermentados y camareros incansables

que sirven platos de sal bajo las arpas de la salbia. 

Sin remedio, hijo mío, ¡vomita! No hay remedio. 

Ni el vómito del gato que se tragó una rana por descuido. 

Son los muertos que arañan con sus manos de tierra

las puertas de pedernal donde se pudren nublos y postres. 

 

     La mujer gorda venía delante

con las gentes de los barcos, de las tabernas y de los jardines. 

El vómito agitaba delicadamente sus tambores

entre algunas niñas de sangre

que pedían protección a la luna. 

¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! 

Esta mirada mía fue mía, pero ya no es mía.,

esta mirada que tiembla desnuda por el alcohol

y despide barcos increíbles 

por las anémonas de los muelles. 

Me defiendo con esta mirada

que mana de las ondas por donde el alba no se atreve,

yo, poeta sin brazos, perdido

entre la multitud que vomita, 

sin caballo efusivo que corte

los espesos musgos de mis sienes. 

 

     Pero la mujer gorda seguía delante

y la gente buscaba las farmacias

donde el amargo trópico se fija. 

Solo cuando izaron la bandera y llegaron los primeros canes

la ciudad entera se agolpó en las barandillas del embarcadero. 

 

Nueva York, 29 de diciembre de 1929

 

LA AURORA 

 

La aurora de Nueva York tiene

cuatro columnas de cieno 

y un huracán de negras palomas

que chapotean las aguas podridas. 

 

     La aurora de Nueva York gime

por las inmensas escaleras

buscando entre las aristas

nardos de angustia dibujada. 

 

     La aurora llega y nadie la recibe en su boca

porque allí no hay mañana ni esperanza posible. 

A veces las monedas en enjambres furiosos

taladran y devoran abandonados niños. 

 

     Los primeros que salen comprenden con sus huesos

que no habrá paraíso ni amores deshojados; 

saben que van al cieno de números y leyes, 

a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. 

 

     La luz es sepultada por cadenas y ruidos

en impúdico reto de ciencia sin raíces. 

Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.

Poemas de Federico García Lorca de Diván del Tamarit

 

GACELA DEL NIÑO MUERTO 

 

Todas las tardes en Granada, 

todas las tardes se muere un niño. 

Todas las tardes el agua se sienta

a conversar con sus amigos. 

 

      Los muertos llevan alas de musgo. 

El viento nublado y el viento limpio

son dos faisanes que vuelan por las torres

y el día es un muchacho herido. 

 

     No quedaba en el aire ni una brizna de alondra

cuando yo encontré por las grutas del vino. 

No quedaba en la tierra ni una miga de nube

cuando te ahogabas por el río. 

 

     Un gigante de agua cayó sobre los montes

y el mundo se anegó de sábanas y lirios. 

Tu. cuerpo, con la sombra violeta de mis manos,

Era, muerto en la orilla, un arcángel de frío. 

 

CASIDA DEL LLANTO

 

He cerrado mi balcón 

porque no quiero oír el llanto, 

pero por detrás de los muros

no se oye otra cosa que el llanto. 

 

     Hay muy pocos ángeles que canten, 

hay muy pocos perros que ladren,

mil violines caben en la palma de mi mano. 

 

Pero el llanto es un perro inmenso,

el llanto es un ángel inmenso, 

el llanto es un violín inmenso, 

las lágrimas amordazadas al viento, 

y no se oye otra cosa que el llanto. 

 

Sonetos del amor oscuro

 

TENGO MIEDO A PERDER LA MARAVILLA

 

Tengo miedo a perder la maravilla

de tus ojos de estatua, y el acento

que de noche me pone en la mejilla

la solitaria rosa de tu aliento. 

 

     Tengo pena de ser en esta orilla

tronco sin ramas; y lo que más siento

es no tener la flor, pulpa o arcilla,

para el gusano de mi sufrimiento. 

 

     Si tú eres el tesoro oculto mío, 

si eres mi cruz y mi dolor mojado, 

si soy el perro de tu señorío,

 

     no me dejes perder lo que he ganado

y decora las aguas de tu río

con hojas de mi otoño enajenado. 

 

EL POETA PIDE A SU AMOR QUE LE ESCRIBA

 

Amor de mis entrañas, viva muerte, 

en vano espero tu palabra escrita

y pienso, con la flor que se marchita, 

que si vivo sin mí quiero perderte. 

 

     El aire es inmortal. La piedra inerte

ni conoce la sombra ni la evita. 

Corazón interior no necesita

la miel helada que la luna vierte. 

 

Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,

tigre y paloma, sobre tu cintura

en duelo de mordiscos y azucenas

 

     Llena, pues, de palabras mi locura

o déjame vivir en mi serena

noche del alma para siempre oscura. 

 

Y con esa referencia de intertextualidad al conocido Noche del alma oscura, cenit de la mística de San Juan de la Cruz (que hoy da nombre a un estadio del proceso de individuación psicológica) cerramos esta selección de poemas de Federico García Lorca. En buena parte de ellos, como hemos visto, priman el pathos de la muerte, el drama de la sangre, el amor pasional que arrebata y arrastra hacia los recovecos del inconsciente. Cenit de la literatura en español, tanto su obra poética (a la par arraigada en el terruño tanto como en el cosmopolitismo) como sus obras para teatro han alcanzado el canon universal. 

Selección por Candela Vizcaíno

 

 

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