Esta pequeña selección de los poemas de Gabriela Mistral (1889-1957), Premio Nobel de Literatura en 1945, quiere ser un mínimo acercamiento a una de las más importantes literatas hispanoamericanas. En ellos asistimos a una espiritualidad marcada por la religiosidad cristiana, a un canto a la tierra, a las gentes sencillas y, en buena de parte de ellos, se adivina el respeto por la figura de la maestra. Esta es tratada con una perspectiva que pudiéramos calificar de feminista y, también, como el nexo de unión entre un porvenir de esperanza y el alma antropológica tradicional.
MARTA Y MARÍA, uno de los poemas religiosos de Gabriela Mistral
Al Doctor Cruz Coke
Nacieron juntas, vivían juntas,
comían juntas Marta y María.
Cerraban las mismas puertas,
al mismo aljibe bebían,
el mismo soto las miraba,
y la misma luz las vestía.
Sonaban las lozas de Marta,
borbolleaban sus marmitas.
El gallinero hervía en tórtolas,
en gallos rojos y ave-frías,
y, saliendo y entrando, Marta
en plumazones se perdía.
Rasgaba el aire, gobernaba
alimentos y lencerías,
el lagar y las colmenas
y el minuto, la hora y el día.
Y a ella todo le voceaba
a grito herido por donde iba:
vajillas, puertas, cerrojos,
como a la oveja esquila;
y a la otra se le callaban,
hilado llanto y Ave-Marías.
Mientras que en ángulo encalado,
sin alzar mano, aunque tejía,
María, en azul mayólica,
algo en el aire quieto hacía:
¿Qué era aquello que no se acababa,
ni era mudado ni le cundía?
Y un mediodía ojidorado,
cuando es que Marta rehacía
a diez manos la vieja Judea,
sin voz ni gesto pasó María.
Sólo se hizo más dejada,
sólo embebió sus mejillas,
y se quedó en santo y seña
de su espalda, en la cal fría,
un helecho tembloroso
una lenta estalactita,
y no más que un gran silencio
que rayo ni grito rompían.
Cuando Marta envejeció,
sosegaron horno y cocina;
la casa ganó su sueño,
quedó la escalera supina,
y en adormeciendo Marta,
y pasando de roja a salina,
fue a sentarse acurrucada
en el ángulo de María,
donde con pasmo y silencio
apenas su boca movía.
Hacia María pedía ir
y hacia ella se iba, se iba,
diciendo: “¡María!”, sólo eso,
y volviendo a decir: “¡María!”
Y con tanto fervor llamaba
que, sin saberlo ella partía,
soltando la hebra del hábito
que su pecho no defendía.
Ya iba los aires subiendo,
ya “no era” y no lo sabía.
De Lagar
LA ESCUELA, poemas en homenaje a las maestras
A la maestra Señorita
Fidelia Valdés Pereira, Gratitud.
LA MAESTRA RURAL
A Federico de Onís
La Maestra era pura. “Los suaves hortelanos”,
decía, “de este predio, que es predio de Jesús,
han de conservar puros los ojos y las manos,
guardar claros sus óleos, para dar clara luz”.
La Maestra era pobre. Su reino no es humano.
(Así en el doloroso sembrador de Israel.)
Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano
¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!
La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida!
Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad.
Por sobre la sandalia rota y enrojecida,
tal sonrisa, la insigne flor de su santidad.
¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso,
largamente abrevaba sus tigres el dolor.
Los hierros que le abrieron el pecho generoso
¡más anchas le dejaron las cuencas del amor!
¡Oh, labriego, cuyo hijo de su labio aprendía
el himno y la plegaria, nunca viste el fulgor
del lucero cautivo que en sus carnes ardía:
pasaste sin besar su corazón en flor!
Campesina, ¿recuerdas que alguna vez prendiste
su nombre a un comentario brutal o baladí?
Cien veces la miraste, ninguna vez la viste
¡y en solar de tu hijo, de ella hay más que de ti!
Pasó por él su fina, su delicada esteva,
abriendo surcos donde alojar perfección.
La albada de virtudes de que lento se nieva
es suya. Campesina, ¿no le pides perdón?
Daba sombra por una selva su encina hendida
el día en que la muerte la convidó a partir.
Pensando en que su madre la esperaba dormida,
a La de Ojos Profundos se dio sin resistir.
Y en su Dios se ha dormido, como en cojín de luna;
almohada de sus sienes, una constelación;
canta el Padre para ella sus canciones de cuna
¡y la paz llueve largo sobre su corazón!
Como un hendido vaso, traía el alma hecha
para volcar aljófares sobre la humanidad;
y era su vida humana la dilatada brecha
que suele abrirse el Padre para echar claridad.
Por eso aún el polvo de sus huesos sustenta
púrpura de rosales de violento llamear.
¡Y el cuidador de tumbas, cómo aroma, me cuenta,
las plantas del que huella sus huesos, al pasar!
De Desolación
TRIBULACIÓN
En esta hora, amarga como un sorbo de mares,
Tú sostenme, Señor.
¡Todo me ha llenado de sombras el camino
y el grito de pavor!
Amor iba en el viento como abeja de fuego,
y en las aguas ardía.
Me socarró la boca, me acibaró la trova,
y me aventó los días.
Tú viste que dormía al margen del sendero,
la frente de paz llena;
Tú viste que vinieron a tocar los cristales
de mi fuente serena.
Sabes cómo la triste temía abrir el párpado
a la visión terrible;
¡y sabes de qué modo maravilloso hacíase
el prodigio indecible!
Ahora que llego, huérfana, tu zona por señales
confusas rastreando,
Tú no esquives el rostro, Tú no apagues la lámpara,
¡Tú no sigas callando!
Tú no cierres la tienda, que crece la fatiga
y aumenta la amargura;
y es invierno, y hay nieve, y la noche se puebla
de muecas de locura.
¡Mira! De cuantos ojos veía abiertos sobre
mis sendas tempraneras,
sólo los tuyos quedan. Pero ¡ay! Se van llenando
de un cuajo de neveras.
De Desolación
LOS QUE NO DANZAN
Una niña que es inválida
dijo: - “¿Cómo danzo yo?”
Le dijimos que pusiera
a danzar su corazón.
Luego dijo la quebrada:
-“¿Cómo cantaría yo?
Le dijimos que pusiera
a cantar su corazón.
Dijo el pobre cardo muerto:
-¿Cómo danzaría yo?
Le dijimos: -“Pon al viento
a volar tu corazón…”
Dijo Dios desde la altura:
-“¿Cómo bajo del azul?”
Le dijimos que bajara
a danzarnos en la luz.
Todo el valle está danzando
en un corro bajo el sol.
A quien falte se le vuelve
de ceniza el corazón.
De Ternura
CASAS
-Mama, tienes la porfía
de esquivar todas las casas
y de entrarte por las huertas
a hurgar como una hortelana.
¿No sabes tú que tienen dueño
y te pondrá mala cara?
A huertos ajenos entras
como Pedro por su casa.
-A unos enseñé a leer,
otros son mis ahijados
y todos por estos pastos
vivimos como hermanados,
y las santiaguinas sólo
me ven escandalizadas
y gritan ¡Válgame Dios!
o me echan perros de caza.
Pero pasaré de noche
por no verlas ni turbarlas.
¡Qué buenos que son los pobres
para ofrecer sopa y casa!
-No te entiendo, mama, eso
de ir esquivando las casas
y buscando con los ojos
los pastos o las mallacas.
¿Nunca tuviste jardín
que como de largo pasas?
-Acuérdate, me crié
con más cerros y montañas
que con rosas y claveles
y sus luces y sus sombras
aun me caen en la cara.
Los cerros cuentan historias
y las casas poco o nada.
-Y a mí que me gusta tanto
pegarme a cerco de casas
y traerte por cariño
rosas y lilas robadas.
-No es que deteste las flores,
es que me ahogan las casas.
Oye tú, cuando las hacen
desperdician las montañas,
apenas si ellos las miran
como si fueran madrastras.
-Claro, tuviste el antojo
de volver así, en fantasma
para que no te siguiesen
las gentes alborotadas,
pasas, pasas, las ciudades,
corriendo como azorada,
y cuando tienes diez cerros,
paras, ríes, dices, cantas.
-Tapa tu boca, que tú
no les pones mala cara
y gritas cuando los Andes
con veinte crestas doradas
y rojas, hacen señales
como madres que llamaran.
Yo te gano la porfía,
indito cara taimada.
¿Cómo vas a convencer
a la criada en sus faldas
y guardada de sus sombras
y de ellas catequizada?
Me duermo a veces mirándolas,
tomada, hundida en sus faldas.
Y con entregarme a ellas
mis penas se vuelven nada.
Ya no soy, sólo con ellas
y los que manan: su gracia.
-¿Qué es lo que tú llamas gracia,
pobrecita que no llevas
Sobre ti cosa que te valga?
-La gracia es cosa tan fina
y tan dulce y tan callada
que los que la llevan no
pueden nunca declararla,
porque ellos mismos no saben
que va en su voz o en su marcha
o que está en un no sé qué
de aire, de voz o de mirada.
Yo no la alcancé, chiquito,
pero la vi de pasada
en el mirar de los niños,
de viejo o de mujer doblada
sobre su faena
o en el gesto de una montaña.
Bien que me hubiese quedado
sirviéndola embelesada,
pero fue mi enemigo
la raya blanqui-dorada
de una ruta, de un río y, más
y más, un mar de palabra.
-No te entiendo ¿por qué tú
siempre andas pensando
para mí en una parada,
en hoyos de aburrimiento
de una casa y otra casa?
-Es que, como el pecador,
amo y detesto las casas:
me las quiero de rendida,
las detesto de quedada.
De Poema de Chile
Breve análisis a estos poemas de Gabriela Mistral
La chilena Gabriela Mistral nos ofrece poemas sencillos pero no por ello faltos de cuidado desde el punto de vista formal. Sus versos se inscriben en la rica tradición castellana manejando con soltura tanto los de arte mayor como los de arte menor. Predominan las redondillas, los serventesios y las cuartetas que están tratados con gran pericia y delicadeza.
Aunque no pertenecen, en puridad a la temática religiosa, sí ofrecen un profunda espiritual en la que se transparenta el dolor y la tristeza. Hay que hacer notar el sobresaliente vocabulario, a veces de raigambre local y tomado de la vida campesina y sencilla. Todo ello confiere a las frases gran brillantez y exquisitez. Algunos poemas entroncan con la tradición de la mística literaria al buscar a Dios de manera heterodoxa y siempre centrado en lo personal. Son versos, por tanto, que se alejan de lo establecido para ir en post de una divinidad que se encuentra en todos y cada uno de los rincones de la naturaleza.
Otros poemas (quizás los más conocidos) son un canto a la tierra, a su mundo, a lo sencillo, al niño inocente e ingenuo. Y, por supuesto, no faltan los de tintes feministas como los dedicados a la figura de las maestras. A ellas Gabriela Mistral las honra y las homenajea liberándolas del juicio sesgado de aquellos que solo exhiben brutalidad e incultura. Las eleva espiritualmente y pone de manifiesto la importancia para la sociedad de su tarea, ya que sus enseñanzas perduran en unos descendientes que, aunque no son propios por biología, si los son por afinidad emocional. En este sentido, la poeta se erige en una defensora de la formación, que no solo une a la maestra con sus discípulos, sino que cree que es la única vía para trascender tanto en el plano físico (por medio de la superación) como en el espiritual.
La crítica ha considerado título fundamental dentro de los poemas de Gabriela Mistral la obra Tala, publicado en 1938. La escribe en sus años errantes en Europa y en América. En el libro encontramos ese rico vocabulario americano referido a los alimentos, a los enseres sencillos o a las criaturas de la naturaleza que, lejos de referirse a una realidad material, nos adentra en lo más profundo de lo espiritual. En Lagar, publicado en Santiago de Chile en 1954, asistimos a ramalazos de corte social sin ser la poesía de Mistral de temática reivindicativa. Nos encontramos desperdigados por sus versos esa forma de vida sencilla y humilde de los pobres a la par que reivindica constantemente las figuras femeninas. Estos poemas están repletos de esa particular espiritualidad cristiana de la que hacía gala la poeta. Poema de Chile, publicado póstumamente en 1967, quiere ser un canto a su tierra, a las montañas, a sus gentes, a la inmensa geografía del país. En su opus artístico hay dos libros más, los primeros: Ternura (1924) y Desolación (1922).
Y, por último a pesar de lo reducido de esta exposición, entendemos los poemas de Gabriela Mistral en toda su dimensión con la justificación de su Premio Nobel:
… por una poesía lírica inspirada en poderosas emociones y por haber hecho de su nombre un símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano.
Selección por Candela Vizcaíno