Desde las nueve, uno de los poemas de Cavafis que trata el Carpe diem
Las doce y media. Rápido ha pasado el tiempo
desde las nueve en que encendí la lámpara
y me senté aquí. Sentado sin leer,
y sin hablar. Con quién hablar
tan solo como estoy en esta casa.
La imagen de mi cuerpo joven,
desde las nueve en que encendí la lámpara,
ha venido a mi encuentro y me ha recordado
cerradas estancias perfumadas
y el placer ya pasado -¡qué placer más audaz!-
Y me trajo también ante mis ojos,
calles que ahora se han vuelto irreconocibles,
locales llenos de movimiento que su fin han visto,
y teatros y cafés que existieron un día.
La imagen de mi cuerpo joven
ha venido a traerme también las cosas tristes:
lutos de familia, separaciones,
sentimientos de los míos, sentimientos
de los muertos tan poco valorados.
Las doce y media. Cómo ha pasado el tiempo.
Las doce y media. Cómo han pasado los años.
El plazo de Nerón
No se inquietó Nerón cuando escuchó
la predicción del Oráculo de Delfos.
“Que tema los setenta y tres años.”
Tenía tiempo para gozar aún.
Treinta años tiene. Muy suficiente
es el plazo que el dios le da
para velar por futuros peligros.
Ahora a Roma regresará un poco cansado,
pero deliciosamente cansado de este viaje,
que ha sido pleno de días de placer -
en los teatros, en los jardines, en los gimnasios…
Y las tardes de las ciudades de Acaya…
Ah, el placer de los cuerpos desnudos, sobre todo…
Así piensa Nerón. Y en Hispania Galba
en secreto reúne su ejército y lo adiestra,
un anciano de setenta y tres años.
Un viejo
En la parte interior de un café bullicioso,
inclinado sobre la mesa, está sentado un viejo;
con un periódico delante, sin compañía.
Y en el desdén de la vejez toda miserias
piensa en lo poco que gozó los años
en que tuvo vigor, verbo, y belleza.
Sabe que ha envejecido mucho; lo siente, lo está viendo.
Y sin embargo el tiempo en que fue joven le parece
como si fuera ayer. Qué breve lapso, qué breve lapso.
Y piensa en cómo la Cordura le ha engañado;
y cómo se fiaba siempre de ella -¡qué locura!-,
de la mentirosa que decía: “Mañana. Tienes mucho tiempo”.
Recuerda impulsos que reprimía; y cuánta
dicha sacrificaba. De su descerebrada sensatez
cada ocasión perdida ahora se burla.
… Mas de tanto pensar y recordar
se ha mareado el viejo. Y se adormece
reclinado en la mesa del café.
Esperando a los bárbaros, uno de los poemas de Cavafis que tratan “el otro”
-¿A qué esperamos congregados en la plaza?
Es que hoy llegan los bárbaros.
-¿Por qué hay tan poca actividad en el Senado?
¿Por qué los senadores -sentados- no legislan?
Porque hoy llegan los bárbaros.
¿Qué leyes dictarían ya los senadores?
Cuando lleguen las dictarán los bárbaros.
-¿Por qué el emperador se ha levantado tan temprano
Y en la puerta principal de la ciudad está sentado tan solemne, en su trono, y coronado?
Porque hoy llegan los bárbaros.
Y nuestro emperador está esperando para
recibir a su jefe. Incluso ha preparado
un pergamino para él. Y en él le ha conferido
nombramientos y títulos sin cuento.
-¿Por qué nuestros dos cónsules y los pretores han salido hoy
con sus togas recamadas de púrpura?
¿Por qué esos brazaletes de tantas amatistas
Y anillos de esmeraldas destellantes?
¿Por qué empuñan bastones tan preciosos labrados
maravillosamente en oro y plata?
Porque hoy llegan los bárbaros,
y esas cosas deslumbran a los bárbaros.
-¿Por qué los dignos oradores no vienen como siempre a lanzar
sus discursos, a soltar peroratas?
Porque hoy llegan los bárbaros,
y elocuencia y arengas les aburren.
-¿Por qué surge de pronto esa inquietud
y confusión? (¡Qué gravedad la de esos rostros!)
¿Por qué rápidamente calles y plazas se vacían
y todos vuelven a casa pensativos?
Porque ya ha anochecido y no llegan los bárbaros.
y desde las fronteras han venido algunos
diciéndonos que no existen más bárbaros.
Y ahora ya sin bárbaros ¿qué será de nosotros?
Esos hombres era una cierta solución.
Murallas
Sin miramiento, sin pudor, sin lástima
altas y sólidas me han levantado en torno.
Y ahora, heme aquí, quieto y desesperándome.
No pienso en otra cosa: este destino me devora el alma.
porque yo muchas cosas tenía que hacer fuera.
¡Ay, cuando levantaban las murallas, cómo no me di cuenta!
Pero nunca oír ruido ni voces de albañiles.
Imperceptiblemente me encerraron fuera del mundo.
Idus de Marzo
Ten miedo a las grandezas, alma mía.
Y si tus ambiciones no las puedes
vencer, persíguelas con precauciones,
vacilante. Y cuanto más avances,
sé más escrutadora y vigilante.
Y cuando, al fin, alcances tu apogeo, César,
y adquieras la figura del hombre egregio,
vigila sobre todo entonces, al salir a la calle,
dominador insigne en tu cortejo,
si por azar de entre la multitud se te acerca
un Artemidoro, que trae una carta,
y dice apresuradamente: “Lee ahora mismo esto,
son asuntos muy graves que te atañen”,
no dejes de pararte, no dejes de aplazar
ocupaciones y entrevistas, ni de apartar
a esos que al saludarte se prosternan
(los ves más tarde); que incluso espere
el mismísimo Senado. Y, al punto, entérate
del importante escrito de Artemidoro.
El Dios abandona a Antonio, uno de los poemas de Cavafis más hermosos
Cuando de pronto, a medianoche, se oiga
un cortejo invisible que circula
con músicas excelsas, con clamores -
de tu destino que se entrega, de tus obras
que fracasaron, de los proyectos de tu vida
que tan mal te salieron, no te lamentes en vano.
Como dispuesto desde ha tiempo, como un valiente,
dile adiós a ella, a la Alejandría que se va.
Y sobre todo no te engañes, no digas
que fue un sueño, que fue un error de tus oídos;
nunca aceptes tan vanas esperanzas.
como dispuesto desde ha tiempo, como un valiente,
Como te va a ti que de ciudad tal has sido digno,
acércate con entereza a la ventana,
y oye con emoción, pero no
con súplicas y quejas de cobarde,
como un último goce los acordes,
los excelsos instrumentos del misterioso cortejo,
y dile adiós a ella, a la Alejandría que tú pierdes.
Ítaca de Cavafis, un poema que ha alcanzado el canon universal
Cuando salgas de viaje para Ítaca,
desea que el camino sea largo,
colmado de aventuras, colmado de experiencias.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al irascible Posidón no temas,
pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino,
si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita
emoción te toca cuerpo y alma.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al fiero Posidón no encontrarás,
a no ser que los lleves ya en tu alma,
a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti.
Desea que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que -¡y con qué alegre placer!-
entres en puertos que ves por vez primera.
Deténte en los mercados fenicios
para adquirir sus bellas mercancías,
madreperlas y nácares, ébanos y ámbares,
y voluptuosos perfumes de todas las clases,
todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles.
Y vete a muchas ciudades de Egipto
y aprende, aprende de los sabios.
Mantén siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Pero no tengas la menor prisa en tu viaje.
Es mejor que dure muchos años
y que viejo al fin arribes a la isla,
rico por todas las ganancias de tu viaje,
sin esperar que Ítaca te va a ofrecer riquezas.
Ítaca te ha dado un viaje hermoso.
Sin ella no te habrías puesto en marcha.
Pero no tiene ya más que ofrecerte.
Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado.
Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia,
ya habrás comprendido el significado de las Ítacas.
Dos poemas que nos hablan del espíritu y la belleza a través de las cosas
EL SOL DE LA TARDE
Este cuarto ¡qué bien me lo conozco!
Ahora lo alquilan, junto con el de al lado,
para oficinas comerciales. Toda la casa
transformada en oficinas de intermediarios,
y de comerciantes, en Compañías,
¡Ay, este cuarto, qué familiar me es!
Aquí, junto a la puerta estaba el sofá;
delante de él la alfombra turca;
cerca el estante con dos jarrones amarillos.
A la derecha, no, enfrente un armario de luna.
En el centro la mesa en que escribía;
y tres sillas de paja, grandes.
Y junto a la ventana aquella cama
en la que nos amamos tantas veces.
En algún sitio estarán aún los pobres.
Y junto a la ventana aquella cama;
el sol de la tarde le daba sólo en la mitad.
… Una tarde, a las cuatro, nos habíamos separado
por una semana solamente… ¡Ay!,
la semana aquella ha sido para siempre.
EL ESPEJO DE LA ENTRADA
La rica mansión tenía en la entrada
un espejo muy grande, muy antiguo;
por lo menos hacía ochenta años comprado.
Un muchacho bellísimo, empleado de un sastre
(los domingos, atleta aficionado),
estaba allí del pie con un paquete. Lo entregó
a alguien de la casa, que se lo llevó dentro
para traerle el recibo. El empleado del sastre
se quedó solo, y aguardaba.
Se acercó al espejo y se estuvo mirando
y se arreglaba la corbata. A los cinco minutos
le trajeron el recibo. Lo cogió y se fue.
Pero el espejo antiguo que había visto y visto,
en su existencia de tantísimos años,
miles de cosas y de rostros;
pero el espejo antiguo ahora se alegraba,
y se enorgullecía de haber acogido sobre sí
por unos instantes la armoniosa belleza.
A Amones, el poema de Constantino Cavafis que nos habla en la belleza física y artística clásicas
A AMONES,
QUE MURIÓ A LOS 29 AÑOS, EN EL 610
Te piden, Rafael, que unos versos compongas
como epitafio del poeta Amones.
Algo con mucha sensibilidad y fino. Tú podrás
-eres el indicado- escribir, como procede,
sobre el poeta Amones, uno de los nuestros.
Seguro que hablarás de sus poemas -
pero habla también de su belleza,
de su delicada belleza que amamos.
Hermoso y musical siempre es tu griego.
Pero ahora queremos toda tu maestría.
Nuestro dolor y amor pasan a una lengua extranjera.
En la lengua extranjera vierte tu sensibilidad egipcia.
Y que tus versos, Rafael, se escriban de tal forma
que, ya sabes, nuestra vida en su interior contengan,
Y que su ritmo y cada frase muestren
que de un alejandrino escribe alguien de Alejandría.
Selección por Candela Vizcaíno