El concepto de narrador omnisciente se gesta en Europa a mediados del siglo XIX con el auge del realismo literario. Para entenderlo, tenemos que adentrarnos en una de las principales características del realismo literario: el afán de objetividad siguiendo los postulados científicos del positivismo. Por tanto, el narrador omnisciente es aquel que, para el lector, pretende desaparecer de la obra presentando los hechos y personajes según los principios de objetividad, desapasionamiento y distanciamiento que son característicos de la ciencia y la técnica. Esta figura, únicamente, se encuentra en la novela, rara vez en el teatro e imposible en la poesía. Por tanto, el narrador omnisciente conoce y plasma (sin presentarse como el yo que dicta, habla o expone) los hechos y circunstancias históricas, todos los entresijos de los personajes y también las pasiones que los persiguen.
Los retos del narrador omnisciente en la obra literaria
Dicho esto, la búsqueda de objetividad de una realidad dada solo puede ofrecerse con cierta garantía de éxito en el ámbito contemporáneo al autor, ya que requiere un minucioso proceso de observación previo. A partir de aquí, se plasma un mundo completo con todas sus clases sociales, estratos ideológicos, matices de género y creencias. Siguiendo un esquema preestablecido, como si de un plan científico se tratara, propone la acción alejándose de la subjetividad. Así, además, se ponen distancias de todo tipo con la exaltación pasional, subjetiva y personal que caracteriza el Romanticismo literario, inmediatamente anterior al realismo.
Más allá de la confrontación con sus predecesores, los autores del realismo literario pretendían, a través de la técnica del narrador omnisciente, diluirse en los avatares expuestos en el texto literario. Este objetivo llega al máximo con Flaubert, cuyas obras de crítica se posicionan en este sentido, aunque su nombre, a la postre, se encuentre grabado en oro en el parnaso artístico universal.
El narrador omnisciente nos describe hasta el mínimo detalle de los recovecos de las casas, las calles, las tabernas, las fábricas, los teatros, las inmundicias, la apariencia exterior de los protagonistas y los entresijos espirituales de sus personajes. Es la manera que tiene de acercarse a esa realidad que pretender controlar y describir en su totalidad. En principio, no toma partido. Se dedica a detallar la incipiente y agresiva sociedad capitalista europea de mediados del siglo XIX que ha abrazado los principios de la alta burguesía, ya alejada de los ideales individuales románticos. Sin embargo, a pesar de ese afán de objetividad, para el autor que está detrás del narrador omnisciente es imposible eludir sus íntimas convicciones dejando transparentar, las más de las veces, una clara crítica hacia las injusticias.
Este supuesto escollo en la búsqueda de la objetividad que pretende el narrador omnisciente es utilizado por algunos autores, como Benito Pérez Galdós, para priorizar el diálogo. En esta línea, se hace uso de un lenguaje calcado del popular o el de las clases pudientes, según corresponda a cada protagonista. Buen ejemplo de ello lo encontramos en Fortunata y Jacinta.
Y, por último, ese afán de objetividad que está detrás del uso del narrador omnisciente choca con los principios del naturalismo literario, el movimiento desgajado del realismo, abanderado por Zola y que triunfa en los últimos años del siglo XIX. El determinismo (entre social y genético) en el que creen estos autores se traspasa a los personajes. Esto por un lado, lleva a un pesimismo importante (casi resignación) y, además, destruye la objetividad. Por tanto, ese narrador omnisciente que lo sabe todo de las criaturas nacidas de la pluma del autor se abandona a un relato subjetivo, ya que está condicionado por la cosmovisión del escritor. Y, para terminar de complicar aún más esta técnica literaria, el lector, el receptor del mensaje, tiene que levantar en su imaginación aquello que el autor está emitiendo. Y lo hará conforme a la formación que posea, a los datos de su tiempo e, incluso, a sus creencias personales. Esto ya supone adentrarse en la ficción de la que estas obras literarias (y, por tanto, de ficción en tanto en cuanto son creación) querían apartarse a través de la técnica del narrador omnisciente.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla