El mito de Eros y Psique es uno de los más recurrentes no solo de la literatura griega sino de la de todos los tiempos de la cultura occidental. Fue retomado, incluso, en la Edad Media a pesar de su preferencia por lo santo cristiano. Y es, además, uno de los favoritos en la lírica renacentista llegando intacto hasta el siglo XX.
Los protagonistas del mito: Eros y psique
Eros es el dios del amor, conocido como Cupido en Roma. Se representa como un niño travieso o como un joven de gran belleza provisto de hermosas alas con las que puede alzar el vuelo. Va ataviado con un arco y carcaj de flechas distintas. Unas están emponzoñadas con el veneno del desprecio, el asco e, incluso, el odio. Otras están cubiertas por las mieles del amor, el deseo y la pasión desenfrenada. Tradicionalmente se ha representado a este dios como un diablillo que va lanzando flechas indiscriminadamente y, por tanto, creando conflictos amorosos de todo tipo. Así, por recordar una de sus aventuras, apareció en el camino de Dafne y Apolo inmiscuyéndose en este cortejo divino. Eros, por rivalidad con Apolo, lanzó una flecha envenenada a la ninfa y otra de lujuria al dios. De resultas, de este desaguisado de Cupido, Apolo persiguió a la carrera a la desdichada Dafne. La ninfa pide ayuda a los dioses que, apiadados por sus súplicas ante el inminente rapto, la convirtieron en árbol de laurel. Este mito viene a colación simplemente para hacer notar el carácter de Eros, entre irracional y caprichoso. El dios del Amor fue fruto de los amores adúlteros de Afrodita (casada con Hefesto) y Ares, el Marte romano y dios de la guerra. Creció arropado y mimado por su madre sobresaliendo por su belleza y seducción entre todos los dioses del Olimpo.
Por su parte, Psique, era una simple mortal, una princesa, la tercera hija del rey de Anatolia. Como su compañero inmortal, la joven tenía tal gracia y hermosura que todos los muchachos del reino la pretendían. Eran tal el fervor que tenían por Psique que, incluso, los hombres se olvidaron de rendir tributo a la diosa Afrodita. Enfadada la diosa por tal osadía y celosa de las capacidades seductoras de la joven, aunque esta era una doncella, decidió castigarla. Así, obligó a su hijo Eros a que desplegara todo su ferocidad psicológica contra ella. Sin embargo, ante los bellos atributos espirituales de la joven y su radiante belleza, Cupido cayó rendido de amor ante Psique. Ni que decir tiene que la diosa Afrodita aumentó aún más su divina cólera por tal desafío de la joven, aunque ella no fuera consciente de los retos a los que se enfrentaba.
El mito de Eros y Psique
En busca de marido, el rey lleva a su hija al Oráculo de Delfos y allí las sibilas anticipan un inquietante futuro para Psique. No se casaría con ningún príncipe o noble. El rey debería llevarla a la cima de un monte y abandonarla para que un ser monstruoso y feroz la tomara como esposa. El rey cumplió la profecía hecha por Apolo y la desdichada Psique aceptó lo que creía un cruel destino. Con gran pesar y lamentos, la princesa fue conducida a la cima de una montaña donde fue abandonada, bellamente engalanada, entre lágrimas y tristezas. Sin embargo, su destino era bien distinto, ya que Céfiro, el viento, la arrastró por las nubes hasta llevarla a un hermoso palacio rodeado de un prado donde unos sirvientes invisibles le susurraban a Psique que estaban allí para servirle.
Todo era lujo, belleza y vida regalada para la princesa de día. Al caer la noche, yacía con su esposo sin poder contemplar el auténtico aspecto físico de este. Y el enigmático compañero no era otro que el bellísimo y arrebatador Eros que había conseguido engañar, una vez más, a su madre. El pacto con Psique era sencillo: ella podía disfrutar de todas las dulzuras de su amor, de su susurro delicado, de sus caricias acompasadas, del lujo extremo ofrecido por un dios mientras que la joven no osara mirarle a la cara. Por eso, Eros abandonaba el lecho conyugal cada amanecer.
Sin embargo, Psique que ha pasado a la historia como el símbolo del alma, de la vida y, también de la curiosidad que adorna a los mejores miembros de la raza humana, empezó a impacientarse y estaba deseosa de conocer la verdadera naturaleza de su esposo. Además, como se aburría tanto de día y echaba de menos a sus dos hermanas mayores, rogó a Eros que permitiera la visita de las otras princesas. Estas habían sido desposadas con dos ancianos que, aunque ricos, no podían ofrecer las maravillosas riquezas y exquisiteces de un dios como Eros.
Acepta el esposo la visita de sus cuñadas y estas, maravilladas por el lujo en el que vive Psique, movidas por la envidia, empiezan a malmeter. Y lo hacen de la peor manera posible, ya que convencen a la princesa de que su esposo es una serpiente a la que debe dar muerte contraviniendo, así, el pacto expreso con Eros, ya que no debía ver quien era a la par que permitía que este abandonara el lecho al amanecer.
Las aventuras de amor entre Eros y Psique
Así, Psique, movida por su tremenda curiosidad y por las insidias de sus hermanas, una noche coge una lámpara y se acerca a Eros. Ante la impresionante belleza de su amado, se queda extasiada olvidándose de todo. Tal es su arrobo que, al no tener cuidado, quema con el aceite del candil a Eros, que se despierta sobresaltado por tal terrible dolor. Al daño físico se une la decepción por la traición de Psique huyendo de su lado. Este momento del mito clásico ha sido recogido en infinidad de poemas de la literatura europea, como el reproducido a continuación de Lope de Vega.
No de otra suerte Psiques, deseosa
de ver al niño Amor, su esposo oculto,
con la luz de los ojos, amorosa,
adivinaba el regalado bulto;
y menos de su padre temerosa,
que la obligaba tan lascivo insulto,
rindió toda la fuerza a los sentidos,
del imperio del alma desasidos.
López de Vega: La Filomena
Apenada hasta la extenuación por la terrible consecuencia de su acto, la princesa implora a los dioses que vuelva su amado. Sin embargo, Afrodita vuelve a malmeter y esta vez con razón. Sin embargo, desde el Olimpo, Zeus interviene en favor de la muchacha y le impone una serie de pruebas para que demuestre que es merecedora del amor de Eros. La primera de ellas consiste en clasificar kilos y kilos de semillas que Psique, con ayuda divina, consigue completar. Más tarde, es obligada a bajar a los infiernos donde habita Perséfone para que esta le regale parte de su belleza. La hija de Cibeles, conmovida por la pasión de la muchacha, encierra parte de sus dones en una caja y Psique logra salir del inframundo. Sin embargo, una vez más le pica la curiosidad y no puede dejar de mirar lo que hay en la caja. Es en ese momento cuando cae rendida en un profundo sueño del que parece que no podrá despertar jamás.
Así, la encuentra Eros, a la orilla de un río rodeada de flores y mariposas. Arrastrado por el amor que siente por la joven princesa la besa tan apasionadamente que logra revivirla. Esta escena es recogida en una obra de gran belleza de Antonio Canova (1755-1822), una de las más sublimes de la escultura neoclásica. Ese beso resucitador de Eros, también, puede considerarse el hipotexto del cuento tradicional de Blancanieves, envenenada por celos, y vuelta a la vida por la gracia del amor.
El mito de Eros y Psique es uno de los pocos que tienen final feliz de la tradición clásica tan dada a las metamorfosis en el lado humano. Eros pide a los dioses que permitan la inmortalidad de Psique ya que la muchacha, con sus pruebas, se ganó ese don. Y así lo hacen permitiendo que los enamorados estuvieran juntos eternamente. Hermes, el dios de los caminos con alas en los pies, arrastra a la joven hasta al Olimpo. Allí hay preparada una fiesta en su honor donde se le ofrece el néctar de la inmortalidad que Psique bebe.
Y, por último, algunas fuentes clásicas apuntan a que ambos tuvieron una hija de nombre Hedoné (de donde proviene la palabra y el concepto de hedonismo) o Volupté para los romanos. El mito de Eros y Psique, nos dice, en definitiva, de la unión y de la comunión de dos facetas fundamentales del espíritu humano. Por un lado, Psique es la curiosidad, es la vida, es el alma mientras que Eros es el amor y la pasión. Ambos forman el tándem perfecto, la consumación que lleva a la ansiada felicidad.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla