El jardín de las Hespérides

El jardín de las Hespérides

El jardín de las Hespérides

Candela Vizcaíno

 

Tres eran las Hespérides, las ninfas que guardan las estrellas de la tarde. Como espíritus protectores de la naturaleza eran jóvenes de gran belleza, delicada sutileza y adornadas con virtudes y gracia. Era su padre Atlas, el titán condenado a separar la tierra de los cielos y a llevar el peso del firmamento sobre sus espaldas tras la rebelión fallida contra Zeus y los dioses del Olimpo. A pesar de tal trabajo, se unió en amores con Héspero, estrella de la tarde. Y de aquí nacieron las Hespérides. Estas habitaban en un jardín tan hermoso que se asemejaba al paraíso donde crecían manzanas de oro que otorgaban la inmortalidad. Un dragón fiero e insomne guardaba sus puertas. Así que de primeras tenemos, por tanto, tal cúmulo de símbolos en el jardín de las Hespérides que este espacio mítico adquiere múltiples sentidos superpuestos.  

El mito representa la existencia de una especie de paraíso, objeto de los deseos humanos, y una posibilidad de inmortalidad (la manzana de oro); el dragón designa las terribles dificultades de acceso a este paraíso; Heracles el héroe que triunfa sobre todos los obstáculos. El conjunto es uno de los símbolos de la lucha del hombre para llegar a la espiritualización que le asegurará la inmortalidad.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos

¿Cómo se formó el jardín de las Hespérides de la mitología? 

En el inicio de los tiempos paganos, cuando los dioses crean todo lo que está en el Universo infinito y se separan de los hombres (aunque no renuncian a amoríos, celos, pasiones y venganzas), Zeus (el dios del rayo y jefe del Olimpo) se casa con Hera (diosa de la familia, el matrimonio y la vida ordenada). A la boda están invitados todos los dioses y héroes y cada uno de ellos aporta un regalo. Gea, diosa de la tierra, queriendo ofrecer también un presente a los mortales, regala un manzano mágico cuyos frutos otorgan la vida eterna. Entusiasmada Hera, pide permiso para plantar el árbol. Al parecer, este va creciendo y se va extendiendo hasta crear un auténtico jardín de plantas maravillosas donde crecen árboles con manzanas de oro que, al morderlas, otorgan la inmortalidad.  

Para evitar que estos frutos mágicos sean robados, el jardín es vallado y se invita a vivir a las Hespérides, las hijas del condenado Titán. Las bellas ninfas se dedican a retozar, a cantar y a comer de las frutas que allí crecen. Tal emplazamiento paradisiaco tiene que estar guardado por un ser fiero que dé miedo. Así, los dioses dejan un violento dragón que es prácticamente una mascota para las Hespérides ya que con ellas se muestra manso y amigable. Sin embargo, todo extraño que ose adentrarse en este espacio perecerá bajo sus garras. Este dragón, además, no duerme y no descansa aunque sí es mortal. 

¿Dónde está situado el jardín de las Hespérides? 

Los textos de la historia y de la literatura griega que han llegado hasta nosotros a través de retazos en los libros medievales son claros con el emplazamiento. Todos coinciden en situarlo en el extremo occidental del mundo, en el sur, en la tierra fértil que bordea el Atlas. Y esto es la Península Ibérica, el trozo de mundo que baña el Guadalquivir (hoy ocupado por Sevilla, CádizCórdoba o Granada). Es la tierra que, siglos después, los árabes, al llegar a ella, también coincidieron en su esencia paradisíaca. No en vano, Al-Andalus significa Paraíso como lo es el jardín de las Hespérides. 

Puedes buscar este emplazamiento en esta bella tierra. Lamentablemente, hace mucho que ha desaparecido. Eso ocurrió cuando Heracles (o Hércules romano) se enfrascó en sus doce trabajos. El penúltimo consistía en matar al dragón y robar todas las manzanas de oro. Así lo hizo. Quedó muerta la bestia y el jardín sagrado profanado. Sin más frutos todo se secó, se perdió y se olvidó. ¿O no?  

El jardín de las Hespérides en el arte 

La Edad Media supuso el avance del cristianismo y se arrinconan los mitos paganos. Estos pervivieron únicamente tras los muros de monasterios y conventos donde se copiaban pacientemente todo aquello que llegaba a sus scriptoria. Durante esos siglos, la historiografía entendió el mito del jardín de las Hespérides como una suerte de paraíso pagano en el que el dragón era el trasunto de la serpiente bíblica. Recuperado en el Renacimiento, la iconografía fue favorita para los artistas del prerrafaelismo y su gusto por retratar lánguidas muchachas de belleza inefable en espacios naturales de sublime hermosura. Al día de hoy, el topónimo subsiste en los modernos cómics y videojuegos junto con todos los seres híbridos rescatados de la cultura clásica pagana.  

El símbolo del jardín de las Hespérides

Aunque hay investigadores que apuntan a que, en verdad, en el jardín crecían naranjas en lugar de manzanas, es esta fruta la que ha pervivido en la tradición. Actúa como un símbolo primigenio del paraíso o casi como un arquetipo según C.G.Jung. Es un lugar sobre la tierra y, por tanto, condicionado por la mortalidad y la finitud. Sin embargo, sus frutos (las manzanas de oro) otorgan esa trascendencia que solo se puede conseguir a través de la espiritualidad. Como símbolo primigenio que es, la manzana tiene sentidos contrapuestos, ya que también es la causante (según la tradición bíblica) de todo el mal que acaece a la raza humana. Su fruto genera el afán de conocimiento que no es más que la semilla de la desobediencia y de la libertad. Sin embargo, esto supone, también, la caída, el fin de la inocencia, el pecado y, en último extremo, la expulsión. 

Según el análisis de Paul Diel la manzana, por su forma esférica, significaría globalmente los deseos terrenales o la complacencia en tales deseos. La prohibición pronunciada por Yahvéh pondría en guardia al hombre contra el predominio de esos deseos, que lo arrastrarían hacia una vida materialista por una especie de regresión, en sentido opuesto a la vida espiritualizada, que es el sentido de la evolución progresiva. Esta advertencia divina da a conocer al hombre esas dos direcciones y a escoger entre la vía de los deseos terrenos y la de la espiritualidad. La manzana sería el símbolo de semejante conocimiento y de la aparición de la necesidad de escoger.  

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Las manzanas de oro del jardín de las Hespérides también otorgan la inmortalidad y la única manera de sobrevivir en el paraíso donde crecen es atenerse a las leyes impuestas por los dioses. Es imposible que estas permanezcan lozanas y con todo su poder más allá de las fronteras sagradas. Estamos, por tanto, ante la luz y las sombras de todo espacio paradisíaco. La felicidad, por tanto, solo es posible dentro de los muros. Esto es, si queremos vivir en el emplazamiento del paraíso hay que renunciar al afán de conocimiento (de lo que se encuentra más allá) y, en último extremo, a la libertad. El jardín de las Hespérides, por tanto, al ser la simbolización del paraíso, nos invita a elegir entre la obediencia (para quedarse en él) o el afán de conocimiento que antecede a la libertad. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

 

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