Poema Ítaca de Cavafis, análisis y significado

Poema Ítaca de Cavafis

Poema Ítaca de Cavafis

Candela Vizcaíno

  

Ítaca no solo es uno de los mejores poemas de Constantino Cavafis (1863-1933) sino que se ha elevado hacia las más altas cumbres de la literatura universal. Aunque es difícil explicar las razones en literatura, no por ello debemos darnos por vencidos. Y mucho menos nada más empezar. Estos versos rememoran un mundo sensual perdido, de belleza clásica y, a la vez, nos interpela con un tema intemporal presente en el interior del alma humana: la búsqueda de la trascendencia o el encuentro con el “sí-mismo”, según la terminología de Jung. Así, y como veremos a continuación, el poema Ítaca de Cavafis nos introduce en ese particular viaje espiritual de los llamados individuos buscadores, aquellos que no temen a la soledad y se enfrascan en aventuras tanto interiores como exteriores anhelando una verdad personal, individual e intransferible. 

 

ÍTACA, el gran poema de Constantino Cavafis 

 

Cuando salgas de viaje para Ítaca, 

desea que el camino sea largo, 

colmado de aventuras, colmado de experiencias. 

A los lestrigones y a los cíclopes, 

al irascible Posidón no temas,

pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino, 

si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita

emoción te toca cuerpo y alma. 

A los lestrigones y a los cíclopes, 

al fiero Posidón no encontrarás, 

a no ser que los lleves ya en tu alma, 

a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti. 

 

Desea que el camino sea largo. 

Que sean muchas las mañanas estivales

en que -¡y con qué alegre placer!- 

entres en puertos que ves por vez primera. 

Deténte en los mercados fenicios

para adquirir sus bellas mercancías, 

madreperlas y nácares, ébanos y ámbares, 

y voluptuosos perfumes de todas las clases,

todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles. 

Y vete a muchas ciudades de Egipto

y aprende, aprende de los sabios. 

 

Mantén siempre a Ítaca en tu mente. 

Llegar allí es tu destino. 

Pero no tengas la menor prisa en tu viaje. 

Es mejor que dure muchos años

y que viejo al fin arribes a la isla, 

rico por todas las ganancias de tu viaje, 

sin esperar que Ítaca te va a ofrecer riquezas. 

 

Ítaca te ha dado un viaje hermoso. 

Sin ella no te habrías puesto en marcha. 

Pero no tiene ya más que ofrecerte. 

Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado. 

Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia, 

ya habrás comprendido el significado de las Ítacas. 

 

Análisis de Ítaca de Cavafis 

Vamos a hacer como si no supiéramos nada (ni siquiera lo básico e imprescindible de la cultura occidental) para proceder a desmenuzar (en plan esquemático) algunos elementos del poema, fundamentales para su compresión última. Llegados a este punto hay que recordar que Cavafis era un alejandrino (egipcio, por tanto) que escribía en griego, que había recibido una exquisita educación y formación en cultura clásica y que esta está presente en buena parte de sus poemas. 

1.- El texto se titula Ítaca. Es esta la tierra de la que es rey Ulises (Odiseo en griego). Por tanto, el poeta interpela al héroe de la Odisea de Homero, texto básico de la literatura griega y semilla misma de la cultura occidental. Ulises, tras la guerra de Troya (relatada en la Ilíada) intenta regresar a casa (a Ítaca) con sus tropas. Sin embargo, el viaje se vuelve tan azaroso que solo regresa (cansado, solo y viejo) pasados veinte años. Una vez allí, debe recuperar el trono que legítimamente le corresponde. Tal cual Ulises, cada uno de los individuos buscadores de la compleja raza humana (esto es, los que leen poesía) van tras su particular Ítaca, trasunto simbólico del “sí-mismo” o self según la terminología de Jung. Por tanto, y ya estoy adelantando mucho, el poeta nos interpela y se interpela en este poema y nos llama a la búsqueda de la verdad, de la reunión entre la sombra y la luz del espíritu humano.  

2.- Los lestrigones son un pueblo de gigantes antropófagos que destruyen once de las doce naves con las que Ulises y sus hombres salen de Troya. La escabechina fue tremenda y el héroe, con un único barco y con el corazón rebosante de tristeza, se pone, de nuevo en marcha hacia Ítaca, su tierra y de la que salieron para hacer la guerra. 

3.- Los cíclopes son seres fieros, gigantes también antropófagos que tienen un solo ojo en la frente sobre la línea de las cejas. Ulises pudo zafarse de uno de ellos, de nombre Polifemo, con astucia al hacerle creer que su nombre era Nadie. Así, cuando la bestia llamó a sus hermanos para que le ayudaran, solo pudo decir, en su simpleza: “Nadie me causa dolor”. Por tanto, la llamada de socorro no fue atendida y Polifemo, por la acción de Ulises, se queda ciego de su único ojo. Llegados a este punto hay que anotar que los monstruos, sean del tipo que sean, actúan a nivel de arquetipos y actúan como la simbolización de la sombra, la oscuridad, lo oculto y los tejemanejes del ego que impiden la consecución de la trascendencia. Tal como nos dice el poema, no te saldrán al paso, “a no ser que los lleves ya en tu alma”.  

4.- Posidón o Poseidón o Neptuno era el dios pagano de los mares, señor irascible de las tormentas, siempre dispuesto a causar un cruel naufragio a sus enemigos y padre de Polifemo, aunque la estirpe de los cíclopes provienen del dios del cielo y de Gea, señora de la tierra. En venganza por haber cegado a su hijo, castigó a Ulises impidiendo el regreso a casa y haciendo que, una y otra vez, se perdiera en el mar llegando a islas extrañas. Posidón o Poseidón, por tanto, “permitió” el viaje del héroe. 

5.- Los sabios de Egipto nos remite, sin duda, a esa Biblioteca de Alejandría, compendio del saber de la antigüedad donde se reunían filósofos, historiadores, poetas y botánicos. En los poemas de Cavafis se transparenta no solo un amor por la cultura clásica sino también por lo que supuso Alejandría, un cruce entre Egipto, Roma-Grecia y, en el tiempo en el que vivió, la agresiva cultura anglosajona. En otro de sus hermosos poemas, el dedicado a Amones nos dice:

… Y que tus versos, Rafael, se escriban de tal forma

que, ya sabes, nuestra vida en su interior contengan, 

y que su ritmo y cada frase muestren 

que de un alejandrino escribe alguien de Alejandría. 

 Itaca de Cavafis

Significado del poema: la búsqueda hacia el interior de sí  

El poema Ítaca de Cavafis, por tanto, nos habla de tú a tú y nos interpela a buscar nuestra particular Ítaca que no es más que el trasunto de la trascendencia, el trono que legítimamente corresponde a los individuos buscadores. Y lo hace cargado de una sensualidad oriental invitándonos a que el camino sea largo, a que no haya prisa, al conocimiento, a la experiencia y, por supuesto, al placer. No hay camino de lágrimas en Ítaca. Hay esfuerzo. Hay pruebas. Pero todos los contratiempos son excusas para la experiencia y el disfrute (“todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles”). Y ese verso puede interpretarse en el sentido literal o en el más simbólico (olor humano procedente del encuentro personal o sexual). 

…el único viaje válido es aquel que realiza el hombre en el interior de sí mismo. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Porque el viaje será por las islas azules del Egeo o del Mediterráneo donde esperan hechiceras o sirenas. Sin embargo, este no es más que el trasunto simbólico hacia el periplo interno, hacia lo más profundo del ser, hacia la esencia misma de la persona, hacia la reunión de aquello escindido y escondido que, de completarse, permite el autoconocimiento y la felicidad.  

El sentido simbólico del viaje en el poema Ítaca de Cavafis 

… el esfuerzo deliberado por trascender por medio de la transformación de uno mismo, los límites de lo dado y realizar una parcela de esa ilimitada potencialidad a través de la búsqueda de un objetivo futuro que no puede ser plenamente conocido de antemano ni definitivamente alcanzado.  

Robert M. Torrance: La búsqueda espiritual

Hay que entender que ese buscar (por medio de esa transformación propia y a través de la autosuperación de una serie de pruebas, ya sean estas de índole física o meramente espiritual)  no es lo común al ser humano. Más bien, la mayoría de los individuos pasan por la vida como “maletas en la cinta de un aeropuerto”. La búsqueda es, por supuesto, humana pero no es universalmente humana. Me explico. La gran mayoría de individuos (pertenezcan a una cultura u otra) no sienten esa necesidad de superación y auto-trascendencia y, más bien, se conforman con aquello dado, impuesto o aceptado generalmente. La generalidad se caracteriza por un conformismo que es ajeno a cualquier sistema de búsqueda, el cual casi siempre, comienza con una desobediencia, por una no-aceptación de aquello que se impone. Por tanto, el buscar no es la universalidad para convertirse en una particularidad.

La búsqueda es, esencialmente, la necesidad espiritual de aquél que desobedece, que se aparta, que no le da miedo la soledad, del que tiene imperioso deseo de diferencia y de encontrar aquello que no es común, establecido, sancionado por la legalidad o por la normativa sagrada de una comunidad dada. El buscar es la característica del héroe, como el Ulises del poema Ítaca de Cavafis. Y para realizar esa búsqueda debe emprender un duro viaje por caminos no hollados en los que acechan peligros inimaginables (lestrigones, cíclopes, un dios enfurecido…) que, necesariamente, tiene que sortear. El buscar, por tanto, no pertenece a la generalidad de los miembros de la raza humana sino a una pequeña parte de ellos. Así, un pequeño porcentaje de individuos tiene esa necesidad de buscar. El buscar es siempre individual. 

“Llegar allí es tu destino”. Alcanzar Ítaca, es la finalidad. Es la meta de la búsqueda y esta no es más que la consecución de la trascendencia, la unión con el self o “sí-mismo”, según Jung. En este sentido tengo que anotar que el viaje es un motivo recurrente a la hora de simbolizar lo que Jung denominó “proceso de individuación”, la meta hacia el encuentro con el self, el “sí-mismo”, hacia la unión del desgajamiento producido por el desconocimiento y la no aceptación del inconsciente. El símbolo más común para representar este encuentro con la propia individuación es el viaje a tierras totalmente desconocidas, tal como se ha presentado en la literatura antigua (La Odisea) o la moderna (Don Quijote de la Mancha) o la más cercana a nuestro tiempo (Ulises de Joyce, el esperpento Luces de Bohemia de Valle Inclán, etc).  

El “sí-mismo” es conocido por los pueblos primitivos. Los griegos lo denominaban daimon y los romanos genius. El “sí-mismo” es el centro del espíritu, distinto de la conciencia, es el regulador de la personalidad y se identifica con la totalidad de la psique. El “sí-mismo” puede emerger totalmente si el hombre trabaja en ello y lo lleva a su conciencia asumiendo tanto lo negativo como lo positivo del inconsciente, es decir, tras la unión del inconsciente con el consciente o, por el contrario, puede ser aplastado por el ego, con lo que el individuo quedará completamente escindido o desgajadas las partes luminosas de las oscuras.  

A través del viaje “ya habrás comprendido el significado de las Ítacas”. Y esta meta, ese emplazamiento buscado, es el símbolo de esa unión de consciente e inconsciente, de sombra y de luz que lleva a la sabiduría (“Convertido en tan sabio..”), la serenidad y, en último extremo, la felicidad. El interlocutor del poema Ítaca de Cavafis es un héroe que busca más allá de lo dado. El premio, por tanto, por tal valentía es el viaje mismo (la experiencia) y el trono que legítimamente le pertenece. Y este no es más que el encuentro con el “sí-mismo”, la reunión de la sombra y la luz, el inconsciente y el consciente, la cultura y los instintos en un mismo emplazamiento.   

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

Obras de Constantino Cavafis

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