Dios Hermes de la mitología griega

Hermes, mensajero de los dioses griegos

Hermes, mensajero de los dioses griegos

Candela Vizcaíno

 

El dios Hermes de la mitología griega era el mensajero, el comunicador, el que unía los distintos reinos. Protector de los caminos y del comercio, también encuentran amparo en él todos aquellos que se valen de la astucia o del timo para sacar provecho. Por eso, era considerado el patrón de los ladrones. Si bien este es su lado oscuro, su simbolismo va más allá, ya que Hermes es el que une los universos dispares. Es capaz de cruzar todas las fronteras, negociar y llegar a acuerdos que se antojaban difíciles. Por eso es elegido para que sea el mensajero de los dioses. Habla con los hombres sobre las intenciones de los habitantes del Olimpo y es capaz de realizar provechosos contratos para todas las partes. También se atreve a hollar el inframundo donde Cerbero, el perro de tres cabezas, custodia las puertas del infierno. En Roma se transforma en Mercurio, el dios alado que lleva las noticias, el cartero real y divino. Y su culto, incluso, como veremos, se confunde con los sustratos religiosos de los pueblos celtas tras la invasión de la Galia por Julio César en el siglo I a.C.   

Hermes, mensajero de los dioses griegos 

Se le representa con un sombrero de peregrino e, incluso, con atributos agrícolas. Nos encontramos esculturas en los que Hermes aparece llevando una oveja sobre sus hombres. Así, protege el ganado en la búsqueda de pastos. Sin embargo, si por algo se caracteriza esta divinidad de los mitos clásicos es por las alas. Las lleva en el casco, en el caduceo de oro que porta y, por supuesto, en sus pies. Así, todos los símbolos y atributos del dios nos remite a la velocidad, a la carrera, a la comunicación, a los desplazamientos y a los cambios de todo tipo. Es un ser transfonterizo que lo mismo se desenvuelve con soltura en el mundo de los hombres, en el de los dioses del Olimpo o en el trato con las criaturas del inframundo. 

Cuando Hades raptó a Perséfone y se la llevó a las entrañas de la tierra para convertirla en su esposa, Deméter, la madre de la muchacha y diosa de la agricultura, entró en tal cólera que devastó por completo las cosechas. Tal fue el desbarajuste que tuvo que intervenir el mismísimo Zeus. Y para ello, envió a Hermes, mensajero de los dioses griegos. Fue él quien llegó al pacto que rige hoy en día los ciclos de la naturaleza. Así, Perséfone se quedaría en el infierno uno o dos trimestres según las versiones y viviría en la superficie con su madre el resto del tiempo. Hades cumplió su parte del trato y Deméter el suyo. Por eso, mientras la joven está en el inframundo no florecen ni crecen las plantas, ya que la naturaleza acompaña a la diosa en su tristeza. 

No fue esta la única vez que Zeus envía a Hermes a realizar alguna compleja tarea de comunicación. Así, lo mandó (en esta ocasión con engaño) a intentar convencer a Prometeo para que desistiera de entregar el fuego de los dioses a los hombres. En esta ocasión, el rey del Olimpo quiso que fuera Hermes el que se enfrentara a la profecía. La misma auguraba que la muerte le esperaba al primer dios que hablara con el titán que se aliara con la raza humana. Afortunadamente, ambos siguieron vivos y Prometeo fue liberado de su tortura infinita. 

Las otras habilidades de Hermes

Sin embargo, el mensajero de los dioses griegos no solo es un comunicador, un protector de los caminos y de las encrucijadas, allí donde hay que hacer una elección. Su papel no se reduce a las transacciones comerciales, ya que también es un hábil artesano. Es el primero que fabrica una lira con el caparazón de una tortuga y las cuerdas de bueyes que ha sacrificado él mismo. Se refugia para aprender de sus sonidos en el fondo de una gruta. Y hasta allí llega Apolo embelesado por la música divina. Hermes, el dios griego de los pactos y los acuerdos, ante el capricho de Apolo, entrega el instrumento a cambio de lecciones de adivinación y del caduceo de oro por el que es reconocido. Es de esta manera como el dios de los caminos se hace con una vara altamente simbólica en la que están enrolladas dos serpientes. Con él ya puede cruzar, definitivamente, todas las fronteras, pertenecer a todos los mundos, traspasar todas las puertas, comunicarse con dioses y hombres. Es a partir de este instante cuando Hermes se convierte, también, en el protector de aquellos que cambian de estado, de aquellos que están en perpetuo movimiento emocional y espiritual.  

La leyenda del caduceo se relaciona claramente con el caos primordial (dos serpientes se baten), con su polarización (separación de las serpientes por Hermes) y con el enrollamiento alrededor de la varita que realiza el equilibrio de las tendencias contrarias alrededor del eje del mundo, lo cual permite a veces afirmar que el caduceo es símbolo de paz. Hermes es el mensajero de los dioses y también el guía de los seres en su cambio de estado. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

El dios de los viajes también es el guía o acompañante de las almas que dejan el mundo de los vivos para adentrarse en el de los muertos. Por eso, se le denomina con el atributo psicopompo. Además, no solo es capaz de ahuyentar los espíritus y los fantasmas en esta travesía sino también conduce de manera exitosa a aquellos que se atreven a la búsqueda, ya sea esta física o espiritual.  

Hermes y Afrodita 

A Hermes se le atribuye infinidad de amantes de ambos sexos. Sin embargo, su relación amorosa más conocida es con Afrodita. Casada con Hefesto, de aspecto envejecido y dedicado a la fragua, la diosa de la sensualidad y los placeres carnales se caracterizó por sus impúdicas entregas adúlteras tanto con mortales como con dioses. Famosos y recogidos por artistas de todas las épocas fueron sus amores con Adonis y, también, con Ares, el dios de la guerra. De esta unión nació Eros, el caprichoso arquero de la pasión y el enamoramiento.  

Pues bien, la relación de Hermes y Afrodita duró tan solo una noche. Sin embargo, tuvo que ser muy apasionada ya que de esa aventura nació Hermafrodito, un bello muchacho andrógino que fue abandonado inmediatamente por su madre tras el parto. Criado por las ninfas de las montañas, sale a recorrer el mundo cuando cumple quince años. Llega hasta un lugar que hoy se identifica con Bodrum, en Turquía. Allí, sofocado por el calor, se desnuda para bañarse en una fuente de agua transparente y limpia.  

En la misma habitaba la náyade (ninfa de los arroyos y los ríos) Salmacis que queda prendada por  la sublime belleza de Hermafrodito. Sin embargo, el muchacho no tiene interés en relación carnal alguna con la joven y se va alejando de las aguas. En esto, entre en escena Eros, nacido de Afrodita y de Ares y, por tanto, hermano de Hermafrodito. Con una de sus flechas y con el espíritu burlón que le caracteriza, por la espalda, clava una flecha a Salmacis quien ya se ve envenenada de pasión hacia el bello muchacho. 

Es tal la lujuria que invade a la ninfa que invoca a los dioses para que no permitan la separación del hermoso joven. Y lo hace con estas palabras recogidas por Ovidio (siglo I) en sus Metamorfosis:  

-Oh, dioses! -prorrumpió la hembra ardiente- ¡Haced que jamás nada ni nadie me pueda separar de él! 

De nada sirvieron las súplicas de Afrodita y de Hermes ante la asamblea de los dioses para evitar lo que vendría después. Zeus concedió el deseo a la ninfa que se enlazó con Hermafrodito de tal manera que se convirtieron en un solo ser en el que estaban presentes los atributos de los dos sexos. Y así siguieron para siempre. 

Y, por último, Hermes, dios de los caminos, mensajero de los dioses, protector de los comerciantes, de los ladrones, de los que viajan (tanto en el plano físico como espiritual) llegó a territorios más allá de Grecia. Lo hizo a través de Mercurio, su correlato romano, en las filas de Julio César en sus guerras contra los celtas de la Galia. Allí, como un ente transfronterizo que era, se fusiona con Lug (quien da nombre, entre otras localidades, a Lugo o Lyon). Era este un dios mixto, mitad sabio druida mitad sátiro lascivo que manejaba tanto la medicina como la artesanía. Era, por tanto, como Hermes, un ser que recorría todas las fronteras, que pertenecía a todos los mundos sin ser de uno solo. Como el dios de la mitología griega, protegía los caminos, el comercio, los viajeros y peregrinos. Se caracterizaba por una elocuencia capaz de cerrar buenos pactos y contratos. Era igual que Hermes de la mitología griega y mensajero de los dioses quien podía negociar acuerdos difíciles con ladrones, dioses, humanos o las mismísimas criaturas que habitan el inframundo.

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

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