Aunque en otros términos, el concepto de falacia es antiguo ya que fue propuesto por Aristóteles (s. IV a.C.) en su obra Retórica. En ella se distingue entre verdad y veracidad (definida, de manera reducida, como apariencia de verdad). El relato que más se aleje de la verdad (sin intención de ficción) utilizando recursos de verosimilitud se convertirá en una falacia. Son estas falsas argumentaciones, justificaciones retorcidas y sesgos informativos (normalmente intencionados) con el único fin de persuadir a un receptor (oyente, lector, auditorio u opinión pública) de que un relato, sin serlo, es verdadero. Una falacia, en definitiva, es una mentira utilizando retazos verosímiles con el fin de confundir o manipular la realidad. Es, también, una perversión informativa.
Las falacias han llegado a su cenit en la sociedad del espectáculo del siglo XXI. La información, en un porcentaje elevado de ejemplos, se ha sustituido por el histrionismo y por la necesidad de conseguir audiencia de forma inmediata.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla