El existencialismo

El existencialismo

El existencialismo

Candela Vizcaíno

 

No podemos entender este movimiento (que va más allá de una línea filosófica o literaria) sin adentramos en los cambios sustanciales que se producen a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Efectivamente, en torno al 1850-1860 se suceden, unos tras otros, importantes avances en la ciencia y en la ingeniería. Paralelamente, se produce una ruptura radical con los modelos sociales del pasado que quedan, definitivamente, atrás. En este sentido, la aristocracia pierde su poder en beneficio de una burguesía hecha a sí misma y, por tanto, con otros valores vitales que ya no dependen ni de la herencia ni de la tradición. El desarrollo de las condiciones de vida en las ciudades hace creer a la raza humana en sus propias posibilidades de crecimiento y expansión material que, en estos momentos, se antojan ilimitadas. En consecuencia, el ambiente se impregna de un espíritu positivista. Con positivista entendemos las oportunidades de realización de objetivos únicamente en base a la fuerza humana sin que, por primera vez en la historia de Europa, intervengan fuerzas divinas. Paralelamente, este clima racional deja a un lado los principios básicos del cristianismo sobre el que se había sustentado la cultura europea desde la primera Edad Media. Todo esto se conjuga para dejar al ser humano sin los asideros religiosos que lo habían sostenido tradicionalmente. Además, se impone el ateísmo y, también, nada más comenzar el siglo XX, se ponen las bases para el concepto de inconsciente según Freud. Y, como veremos a continuación, de todos estos condicionantes se alimenta el existencialismo

Concepto y delimitación temporal del existencialismo

Así, por un lado, se olvidan o se aparcan los preceptos cristianos que habían guiado a la sociedad europea durante siglos. Estamos ante ese “Dios ha muerto” de Nietzsche. Con esta frase el filósofo no viene a decir que niega la existencia divina sino que todos los pilares anímicos y religiosos de Europa se vienen abajo. Paralelamente al avance de las condiciones de vida, se va desarrollando un individualismo desconocido hasta entonces. La soledad entra en escena tanto en las artes plásticas como en la literatura como en la vida cotidiana, común y corriente. En este orden de cosas, cada ser individual (con las herramientas a su alcance) intenta buscar la verdad dentro de sí. Los objetivos espirituales, por tanto, por primera vez en la historia, son ajenos a los movimientos religiosos colectivos. Se lanza a cada uno de los miembros de la raza humana a la búsqueda de la trascendencia de forma personal, individual y en soledad. El vacío que ha dejado la religión, por tanto, se llena de angustia cuando no de nihilismo. Y en este orden filosófico, social y de pensamiento surge el existencialismo que pretende ser un puente entre los preceptos religiosos cristianos y la angustia nacida de su ausencia. Por eso, también se afirma que el existencialismo es un humanismo, siguiendo el título de la obra de cabecera de Jean Paul Sartre. 

El existencialismo, que no puede considerarse una línea filosófica, sino más bien un modo de estar y entender la vida misma, se amplifica con las dos grandes guerras mundiales. A esta pérdida de asidero religioso se van sumando crueldades y horrores nunca antes sufridos en la historia de la humanidad. Para la década de los cincuenta el existencialismo intenta ofrecer las últimas ideas que quedan en la sociedad antes de caer en el nihilismo, en el vacío de una vida sin objetivos y sin afán de trascendencia. De una manera u otra, el existencialismo continuó hasta el final del siglo XX, cuando nuevos saltos técnicos (el origen de Internet por ejemplo) deja a cada uno de los integrantes de la raza humana (al menos en las sociedades avanzadas occidentales) literalmente a la intemperie. Dios murió (para la gran mayoría) hacía mucho tiempo, el consuelo de lo colectivo se fue diluyendo y solo quedó un tiempo de soledad y de individualismo extremo. 

Filósofos antecedentes del existencialismo 

Todos los cambios que ha habido a lo largo de la historia se realizan poco a poco y, a veces, imperceptiblemente. En la transformación cultural, de cosmovisión y de creencias siempre se barajan condicionantes de distinta índole, desde los económicos hasta los nuevos inventos que van surgiendo en todas las generaciones. El existencialismo no es ajeno a esto. Aunque en literatura especialmente da sus frutos en el periodo comprendido entre las dos guerras mundiales y el París de los años 60, todo ello se abonó mucho antes. Resumo. 

1.- Arthur Schopenhauer (1788-1860) 

Para el filósofo alemán, el mundo es una mera representación y la única manera de llegar a la esencia, a la cosa en sí (al noúmeno) es a través de la voluntad. Esta tarea, al ser limitadas las fuerzas, produce tanto insatisfacción como dolor. Esto es, la única forma de llegar al meollo de la verdad de las cosas tangibles e intangibles del mundo exige del individuo un trabajo que le causa malestar. La única forma de liberarse de esta rueda penosa es liberarse, siguiendo las teorías budistas, de cualquier deseo e instalarse en el ascetismo previo al nirvana.  

2.- Friedrich Nietzsche (1844-1900)  

Para el gran pensador (uno de los más influyentes en el siglo XX), el valor supremo es la vida y, por tanto, todo lo que contribuya a que esta crezca debe ser considerado virtud. Niega cualquier modelo cristiano y, además, lo fía todo a la decisión individual. Nada puede imponerse puesto que Dios ya está muerto. El individuo, por tanto, tiene en sus manos las posibilidades de su libertad. Sin embargo, no todos están preparados para ese paso. Para el filósofo hay dos tipos de personas: los señores y los esclavos. Estos últimos son los envidiosos, los vagos, los resentidos, los que proclaman la igualdad para no tener que mirar en el interior de sí. Los señores son los que van en pos de la vida (en el sentido amplio del término) y el poder sin condicionantes sociales. No hay valores. Estos son creados por el hombre. Y en la cúspide estaría ese superhombre personificado por su Zaratrustra. 

3.- Sören Kierkegaard (1813-1855)

Es el más claro precedente. Va un paso más allá que Nietzsche y proclama que la filosofía tiene que servir a la vida, a las experiencias personales, al bienestar humano. La única solución para el individuo es la no aceptación de los códigos morales sin antes no media una reflexión. Por eso, aboga para hacer valer las virtudes incluso si hay que confrontarse con Dios mismo. Reconoce que un mundo que ha perdido la fe (donde no existe ni la obediencia a las normas religiosas ni el debate con la divinidad) está abocado a la angustia o al nihilismo. Para llegar a la aceptación de la finitud o a la fe religiosa, el individuo tiene que dar un salto al vacío. Es la única manera de superar la desesperación y alcanzar la plena conciencia. Una vez aquí, hay que realizar conscientemente el camino de la trascendencia. Kierkegaard admite que la pérdida de la fe genera angustia y esta lleva a quedarse en los bordes del espíritu y a regodearse con lo material, superfluo y temporal. 

4.- Martin Buber (1878-1965)  

Aboga por la idea del “encuentro personal” que únicamente se consigue mediante una vida en comunión con los principios de la naturaleza o bien con introspección espiritual (religiosa) o filosófica. Apunta que la sociedad del siglo XX se mueve entre dos extremos: el colectivismo, por un lado, que implica el nosotros y, por tanto, ahoga el yo y, por el otro, el individualismo. Este es el que ha prevalecido andando el tiempo. Si bien con el colectivismo (materializado tanto en el comunismo más severo como en el fascismo) se sofoca cualquier libertad personal. Por el contrario, con el individualismo se resbala hacia la soledad absoluta que desemboca, en casos extremos, en la conducta del narcisista y del psicópata. La única “solución” para este conflicto humano es el diálogo. Y Martin Buber lo expresa con estas bellas palabras:  

Solo entre personas autenticas se da una relacion autentica 

5.- Karl Barth (1886-1968)

Distingue entre el tiempo de los hombres (condicionado por la muerte) y el de Dios. No hay forma de superar lo perecedero si no es mediante la fe. La otra opción es el vacío. El existencialismo, por tanto, se impregna ya de espiritualismo, de uno complicado de aunar en un mundo esencialmente ateo y descreído de las enseñanzas y valores cristianos.   

Filosofía del existencialismo y Heidegger 

Con estas bases filosóficas y teniendo en cuenta (aunque sea someramente) los condicionantes históricos, el existencialismo, por tanto, puede definirse como una corriente filosófica, de pensamiento o de planteamiento ante la vida que intenta dar un cariz espiritual al racionalismo de la época. Considera que el individuo ha sido arrojado al mundo (y esto será recogido en infinidad de obras de arte) y que poco o nada puede hacer para superar la angustia si no es a través del camino de la trascendencia. 

La gran figura del existencialismo es Martin Heidegger (1889-1976) y especialmente su obra Ser y tiempo (1927). Para el pensador alemán, la razón de ser de la raza humana es la propia vida. Sin embargo, está lanzado a los condicionantes históricos. Esto es, cada individuo es una suerte de ángel caído que se debate entre el “non-serviam” de Lucifer y el afán de trascender la carnalidad. La única salida para el filósofo es el debate interno, el diálogo con la propia alma. El existencialismo, por tanto, ha tomado el camino del individualismo, de la opción personal más radical, ya que solo se salvarán (llegarán a vivir completamente) quienes tengan la valentía de bucear en sus más personales profundidades espirituales. El existencialismo, por tanto, deja aparcado cualquier código de conducta colectiva e impuesta para abogar por la búsqueda de la verdad entre los recovecos del alma humana.  

El existencialismo, por tanto, es un intento de borrar las divisiones tradiciones entre virtudes-vicios y realismo-idealismo. Es una lucha contra el nihilismo, el espacio que queda cuando se ha borrado la idea de Dios y la vida misma se concibe sin sentido. Es, en definitiva, una actitud vital (que no positiva) que se centra en los recovecos personales del espíritu. Por eso, el existencialismo tuvo una fuerte cabida en literatura a través de la puesta en escena de personajes arrojados a fronteras de todo tipo, que ahondan en el interior de sí con un detalle nunca visto en la historia. 

En esta línea, se encuentra también Karl Jaspers (1883-1969), formado en los principios del psicoanálisis y psiquiatra de formación. La única razón vital que puede admitirse es la búsqueda de trascendencia personal, el humanismo del espíritu mediante el buceo en las profundidades más oscuras del espíritu.  

Representantes del existencialismo en literatura 

1.- Fiódor Dostoyevski (1821-1881), un precedente entre el existencialismo y el realismo literario

Aunque el escritor ruso es uno de los mejores autores del realismo literario europeo, sus personajes adelantan las problemáticas humanas del existencialismo. Nos encontramos a protagonistas siempre en una encrucijada vital o moral, ante conflictos que deben resolver individualmente apelando únicamente a la conciencia personal. Reduciendo mucho, en este hilo conductor se encuentran tanto Los hermanos Karamazov (1880) como Crimen y Castigo (1866).

2.- Franz Kafka (1883-1924)  

La angustia en Kafka da un paso hacia el absurdo, hacia la incongruencia de lo imposible que, en sus relatos, de ahí la genialidad, se hace verosímil. Estamos ante una literatura de pesadilla en la que los protagonistas se encuentran atrapados en sus circunstancias personales negándoles tanto una salida airosa en el plano físico como la posibilidad de trascendencia. En este sentido, también reduciendo mucho, tenemos que entender tanto  El proceso (1925) como La metamorfosis (1915), sus dos grandes obras maestras.   

3.- Jean Paul Sartre (1905-1980) 

Entre la filosofía y la literatura, fue uno de los mayores representantes del existencialismo parisino. En su obra se transparenta un fuerte compromiso político por el que se quiere liberar al hombre de todas las ataduras impuestas por una sociedad aún anclada en los principios tradicionales. Para el escritor, el absurdo vital de una raza humana ya abiertamente atea solo puede contrarrestarse con la libertad de conciencia. Así, sus obras reflejan fuertemente la angustia existencial del individuo que se sabe (y se reconoce) sin salidas en el plano físico e intrascendente en el espiritual. Son títulos fundamentales del canon universal La náusea (1938) y Las manos sucias (1948).  Además, de Sartre son las dos obras críticas fundamentales del movimiento: El ser y la nada (1943) y El existencialismo es un humanismo (1946). He dejado esta última a continuación para el lector curioso. 

El existencialismo es un humanismo

4.- Albert Camus (1913-1960) 

Inicialmente vinculado a Sartre y a la revista Les Temps Modernes, muy pronto se decantó por la independencia más absoluta. Son obras imprescindibles del canon universal El extranjero (1942), La peste (1947) o Calígula (1945) para teatro. Para el escritor (que también realizó estudios de investigación) el absurdo de la vida no ofrece respuestas más allá del cumplimiento social. Y aquí tiene cabida la lucha contra ls injusticias y la necesaria solidaridad humana. 

El existencialismo en España 

Lo encontramos especialmente en los autores de la Generación del 98. El buceo en todas las profundidades del espíritu humano encuentra en estos escritores territorio abonado. El dolor por la situación cultural, social y económica de España se une, a veces, a un pesimismo y a una tristeza que son características de la Generación del 98. Muy resumidamente tenemos: 

1.- Miguel de Unamuno (1864-1936) 

Imbuido de los preceptos de Kierkegaard, se centra en el “hombre de carne y hueso”, con sus vicios y virtudes, con las luces y sombras que lo hacen esencialmente contradictorio. En Unamuno encontramos una lucha constante con Dios. La raza humana lo necesita para salvarse, para evadir la angustia y para encomendarse al camino de la trascendencia. En esta línea argumental hay que situar a San Manuel Bueno (1931).

2.- Pío Baroja (1872-1956) 

Fueron las lecturas de Nietzsche y Schopenhauer los que adentraron al escritor en el existencialismo. De él se ha dicho que su obra abarca todos los problemas vitales, tanto que no hay virtud, sentimiento o vicio que no hubiera tratado.

3.- Azorín (1873-1967) 

José Martínez Ruíz toma de Nietzsche la idea del eterno retorno, a la par que considera la vida como un camino frenético que desemboca en la angustia del absurdo. El tiempo en los cuentos de Castilla (1912), su obra más conocida, se convierte en auténtico personaje cuando no en protagonista.  

4.- Antonio Machado (1875-1939) 

Para el poeta de Campos de Castilla (1912) es el tiempo abstracto, el del espíritu, el de la percepción subjetiva, el que condiciona sus escritos. Sus versos sencillos intentan en todo momento aprehender lo fugaz. Quieren inmortalizar el momento logrando acertar a dar en la diana de la esencia. Y con esta premisa tenemos que leer todos sus poemas desde “Al olmo viejo” hasta los conmovedores versos en estructura epistolar de “A José María Palacio”.  

A pesar de la reducción de esta exposición, con estas notas llegamos a entender la importancia del existencialismo, de sus principios y de sus autores no solo para la filosofía sino también para la literatura europea del siglo XX. A la muerte de Dios (proclamada a los cuatro vientos por Nietzsche) se unen los horrores de las sucesivas guerras. La crueldad y la soledad de la época abonan la angustia que se hace mayor al no encontrar el consuelo religioso y al hacerse difícil el camino de la trascendencia. El existencialismo, por tanto, pretende ser ese puente entre la fe ciega y la decadencia del nihilismo. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

 

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