Equidna, en la mitología griega, es la madre de todos los monstruos. Los engendra junto con el gigante Tifón. Los escritos no se ponen de acuerdo sobre la estirpe de Equidna, pero sí sobre su apariencia. Era una ninfa de gran belleza de cintura para arriba con penetrantes ojos negros y hermosa cabellera rizada. Sin embargo, sus piernas eran serpientes y toda en ella ha recibido la atención de los psicoanalistas desde el inicio del concepto de inconsciente de Freud. C.G. Jung ve en esta figura un auténtico arquetipo, el de la lascivia incontrolada y, por ello mismo, solo puede engendrar monstruos. Su compañero, Tifón, enfrentado a los dioses del Olimpo, no se queda atrás, ya que es un gigante con alas que provoca terremotos, huracanes y tifones. Sus ojos de fuego destruye todo aquello en lo que se fija y también luce serpientes por piernas. De ambos nace una estirpe monstruosa que forma parte del panteón demoníaco de los mitos griegos.
Equidna y su prole de monstruos
Es la madre de Cerbero, el perro de tres cabezas que guarda el infierno, concebido junto con Tifón. Son hermanos también el león de Nemea con una piel tan gruesa que no puede ser penetrada por las flechas. Por eso, sembró el pánico en Nemea sin que nadie pudiera darle caza hasta que llegó Heracles (Hércules romano) y le dio muerte. El héroe lo desolló con sus propias garras. Utilizó su dura piel como escudo y su cabeza como yelmo. Equidna es también la madre del dragón Ladon, que guarda el jardín de las Hespérides y sus manzanas de oro que otorgan la inmortalidad.
Es la madre de la Quimera, el monstruo híbrido con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón. Escupe llamas y toda en ella es el símbolo de la vanidad. Hesíodo (s. VIII a.C) la describe con tres cabezas y su nombre se refiere a las ideas falsas, a las metas fatuas que consumen energía sin contrapunto espiritual. Fue abatida por Belerofonte a lomos de Pegaso, el cabello alado. El gran poeta sevillano Luis Cernuda (1902-1963), uno de los máximos representantes de la Generación del 27, utilizó su nombre para titular el que quizás sea su mejor libro: Desolación de la Quimera (1962), donde abre su alma en canal con versos de sublime belleza.
La Quimera es hermana de la Hidra, otro monstruo salido de las entrañas de Equidna que tiene siete o nueve cabezas que vuelven a salir si se las corta. Ella es el símbolo de los vicios mundanos y su sangre es venenosa.
Equidna engendra con Tifón a Orto, un perro de dos cabezas cuando ya había nacido Cerbero, que tenía tres. El nuevo monstruo se marcha con el gigante Gerión a guardar su ganado sagrado. Pereció bajo la fuerza de Heracles a igual que el gigante. Y con su hijo monstruoso, Ortro, el perro de dos cabezas, Equidna consumó su acto más aberrante uniéndose a él para crear la Esfinge de quien era madre y abuela a la vez. Emblema del arte egipcio, es un león gigantesco con cabeza de mujer. Se representa siempre sentada y con alas de águila. Cuida de las necrópolis de los faraones y en la mitología griega hace preguntas enigmáticas a los caminantes. Solo puede ser vencida por el intelecto, la razón y la sagacidad. Aunque luce grandes alas, estas no le sirven. Por tanto, ha perdido, como sus hermanos y sus padres, cualquier reducto de espiritualidad. Está condenada a la tierra, al lodazal de los muertos y a atemorizar a los vivos con su sombra que se expande por las arenas del desierto.
El sentido simbólico de Equidna, la madre de todos los monstruos
Su figura ha sido favorita para los primeros psicoanalistas, que han visto en la monstruosa Equidna los límites de la lascivia y los deseos descontrolados. Eso sí, hay que apuntar que esta visión no está exenta de una interpretación tremendamente patriarcal, tal cual se ha conducido la historia hasta, prácticamente, antes de ayer.
Representa el deseo terreno vanidosamente exaltado frente al espíritu…, la exaltación sentimental frente al espíritu.
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Mucho más amable es la interpretación junguiana a la luz de los avances del inconsciente colectivo ya que ve en ella la prohibición del incesto, aunque Equidna también hace saltar por los aires esta regla al unirse con su progenie para engendrar monstruos más temibles aún.
Es una hermosa joven hasta el talle, pero horrible serpiente a partir de allí. Este ser doble corresponde a la imagen de la madre: por arriba, la mitad humana, amable y atractiva; por abajo, la mitad animal, terrible, que la prohibición incestuosa transforma en animal angustiante. No pone en el mundo más que monstruos horribles, en particular Ortro, el perro del monstruoso Gerión, que fue muerto por Heracles. Por unión incestuosa con este perro, hijo suyo, Equidna engendra la Esfinge. Estos datos bastan para caracterizar la carga de líbido que produce esta última.
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Equidna, por tanto, se erige en el símbolo destructor del deseo sin límites, de las pasiones desaforadas y oscuras, de la líbido descontrolada hasta llegar, incluso, al incesto. Ella es la madre y creadora de los monstruos que habitan en las entrañas de la tierra. No en vano es su morada una cueva. Equidna, en la mitología, en la literatura griega y en la cultura occidental que toma los modelos clásicos, se erige en la aberración de los instintos. Es incapaz de una mínima elevación espiritual. Es degradada al nivel de prostituta y su progenie contribuye a crear caos, terror, miedo y, en última instancia, el apocalipsis. No se frena y no se pone límites. Por eso, solo puede parir monstruos. Casi todos los de panteón griego nacieron de ella.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla