El término epigrama es un cultismo proveniente del latín epigramma. La traducción literal es «yo inscribo». Y ya nos dice de lo que significa. En sus inicios y, también posteriormente, los epigramas consistían en un par de frases que se grababan en piedra para recordar algo. Como el epigrama estaba destinado a recordad, por tanto, debía ser duradero tanto en el soporte (significante) como en el contenido (significado). Por eso, se grababan en la piedra, en los mausoleos, en las estatuas conmemorativas o en los arcos de triunfo. Ese «yo inscribo» debía ser algo importante: una tumba, una escultura conmemorativa o el recuerdo de una batalla gloriosa.
Breve historia del epigrama
Así fue en sus inicios. Sin embargo, a partir del siglo IV a.C. el epigrama evoluciona y esas frases cortas ya no serían para recordar un hecho memorable o importante sino que empezó a revestirse de ironía. El «yo inscribo» se hizo personal e individual utilizándose para la crítica o la burla. Y con este sentido se lanzaron epigramas desde las tribunas del Senado como, al día de hoy, se vierten lemas cortos que sean fácil de repetir contra el contrincante político.
El epigrama se aparcó durante la Edad Media e, incluso, durante el Renacimiento en favor de otras fórmulas estilísticas. Volvió a la palestra con la literatura barroca en España y ese gusto por la confrontación entre artistas de tendencia dispares. Era el mejor método para herir al otro con dos frases cortas repletas de ironía e, incluso, de un punto de maldad. Por eso fue del gusto de Quevedo, de Góngora o, más tarde, de Fernando Leandro de Moratín. En español el epigrama toma la forma poética de redondillas o quintillas
Ejemplos de epigramas
El doctor tú te lo pones
el Montalván no lo tienes;
conque, quitándote el don,
vienes a quedar Juan Pérez.
Quevedo
UN COCINERO QUE SE HABÍA
SEPARADO DE SU MUJER
Mal a su mujer quería
un cocinero afamado,
y acaso consistiría
en que él guisados hacía
y ella algún desaguisado.
Anónimo
A la abeja semejante,
para que cause placer
el epigrama ha de ser
pequeño, dulce y punzante.
Anónimo
Con este último verso entendemos el carácter del epigrama: corto, que invite a la sonrisa y con un punto irónico e, incluso, cínico.
Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla