El mito del minotauro

El mito del minotauro

El mito del minotauro

Candela Vizcaíno

 

Se llamaba Asterión y era hijo de una reina, Pasifae, y el Toro de Creta, regalo del dios de los mares Poseidón a Minos, rey de Creta. Existió por una sucesión de actos abyectos y cargó, con creces, con las culpas de otros. Encerrado en un laberinto de por vida, allí le dio muerte un príncipe enemigo, Teseo, ayudado por su propia hermana, Ariadna. Sí, estamos ante el mito del minotauro, un ser fruto de una aberración, mitad hombre, mitad toro, condenado a la soledad, a la incomprensión y a la brutalidad. Esta es su historia, su leyenda y su fascinación.  

El mito del minotauro  

La historia comienza con Minos, rey de Creta, pidiendo a Poseidón ayuda para hacerse con el trono antes de tiempo. El dios de los mares le concede la petición y, a cambio, le pide que sacrifique en su honor un hermoso toro blanco que saldrá de entre la espuma de las olas. Sin embargo, Minos que se cree más listo que el mismo dios de los océanos, se guarda el hermoso animal y, en su lugar, lleva al altar un toro corriente de su ganadería. Como no podía ser de otra manera, ante la artimaña y las argucias del rey mortal, Poseidón entra en cólera y organiza una cruel venganza.  

Y lo hace por medio de Pasifae, la bella esposa de Minos. Poseidón hace que la reina quede prendada y enamorada del toro. Esta, para cumplir sus deseos, pide a Dédalo (arquitecto real) que construya un armazón en forma de vaca revestido con una piel auténtica. Allí espera al hermoso Toro de Creta y se une a él en un acto abyecto. Fruto de esa relación anti natural nace una criatura mitad humana, mitad toro. Su cabeza es de animal así como los brazos y las piernas. Su madre lo llama Asterión, a igual que su difunto abuelo paterno. 

Si embargo, la venganza de Poseidón no acaba aquí, ya que en el mito del minotauro se nos dice que este monstruo (que tiene que cargar con las culpas de otros) se alimenta de carne humana. Conforme va creciendo, sus necesidades se hacen mayores. Así que su madre pide de nuevo ayuda a Dédalo (recordemos que es el arquitecto real) y este ingenia un laberinto donde deja a la desdichada criatura, en principio, para que muriera de inanición. 

Al poco entra en escena, de nuevo, Minos (monarca de Creta y quien inició esta historia) que vence en la guerra a la vecina Atenas. Como pago, pide siete muchachos y siete doncellas cada año (aunque otras fuentes difieren en el número de sacrificados y en el periodo de tiempo). Sea cuales sean los números, Minos pide a la nación rival sangre y carne para alimentar al monstruo.  Porque estos desdichados son conducidos hasta el laberinto de Asterión donde son devorados por el minotauro.  

La casa de Asterion segun el pintor Jose Hernandez

Teseo, el hilo de Ariadna y el mito del minotauro  

Así, año tras año, se suceden los sacrificios de los jóvenes que sucumben ante las fauces del minotauro. Hasta que llega Teseo, príncipe ateniense, que se ofrece a derrotar al monstruo y acabar con la escabechina impuesta por el rey de Creta. Se presenta ante Minos y le dice que se dispone a luchar contra la bestia. No son tan fáciles las cosas en los mitos de Grecia. Y, en esa misma audiencia, aparece Ariadna, hija de Minos y, en principio, hermana de Asterión, el minotauro nacido de sucesivos actos de vileza. La joven queda prendada del príncipe enemigo y se presta a ayudarlo. Sabe por Dédalo (el constructor tanto de la vaca donde se introdujo la reina como del laberinto) que se puede salir siguiendo un hilo de lana (en otras versiones es de oro) atado a la entrada.  

Teseo toma la madeja de Ariadna y se dispone a matar al monstruo. Se adentra en el laberinto y allí, con su espada, le da muerte. Puede regresar siguiendo el hilo que va enrollando de nuevo. Afuera le espera la princesa, ansiosa por unirse al héroe, y juntos navegan hacia la isla de Naxos. Llegados a este punto, los poemas y las fuentes difieren en los sucesos posteriores, ya que entra un nuevo dios en escena. Esta vez el protagonista es Dionisio, quién se queda prendado de Ariadna. Los relatos son contradictorios, pero, al parecer, la princesa (la misma que ayudó a Teseo a matar a su hermano, al monstruo mitad hombre mitad toro) es abandonada en la isla mientras duerme. Fueron tantos los llantos de dolor al darse cuenta de su soledad (la misma que sufrió el minotauro de por vida) que Dionisio se conmovió de sus lágrimas convirtiéndola en una constelación eterna, la de Ariadna. 

El minotauro en las artes  

Hasta aquí la narración del mito que, con sus variantes, ha llegado hasta nosotros. El personaje, sin embargo, ha sobrepasado la leyenda para convertirse en un auténtico símbolo. Fruto de sucesivos actos abyectos (la mentira, la manipulación, el animalismo…) Asterión es un monstruo y, también, una víctima de los actos de los hombres y de la ira de los dioses. Es condenado a la soledad y al ostracismo debido a su naturaleza híbrida. Y es esta visión la que han recogido algunos artistas. 

Por poner un ejemplo nada más, George Frederick Watts (1817-1904), pintor que sigue las características del simbolismo, retrató a Asterión en toda su irremediable soledad. Asomado a la azotea de su palacio, mira a la inmensidad, hacia un más allá de donde es expulsado. Su emplazamiento es el de la soledad y el de la incomprensión. Del mismo tenor es el bello relato titulado precisamente “La casa de Asterión” y perteneciente a la colección de cuentos El Aleph (1949) de Jorge Luis Borges (1899-1986). El maestro nos introduce en el día a día del minotauro por medio del monólogo. Asterión, al no encontrar la compañía de un semejante, se inventa, incluso, un amigo invisible. 

Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: “Ahora volvemos a la encrucijada anterior” o “Ahora desembocamos en otro patio” o “Bien decía yo que que te gustaría la canaleta” o “Ahora verás una cisterna que se llenó de arena” o “Ya verás cómo el sótano se bifurca”. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.  

Y más adelante nos reconoce su maldición, una que no entiende y que, incluso, acepta con la esperanza de librarse de una terrible y eterna soledad.  

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. 

“La casa de Asterión” en El Aleph de Jorge Luis Borges

 

Podemos alargar la lista de obras de arte en las que se aborda el mito del minotauro desde distintas perspectivas: la animal o la humana. Esta última irremediablemente, al incidir en el carácter único del ser, nos adentra hacia el sentimiento de soledad y el de la más absoluta incomprensión.  

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla 

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