Dios Apolo de la mitología griega y su simbolismo

Dios Apolo de la mitología griega

Dios Apolo de la mitología griega

Candela Vizcaíno

 

Es uno de los dioses más complejos del panteón pagano y personifica la luz espiritual con la que es identificado por la literatura griega. El dios Apolo de la mitología griega es el protector de las artes, de las actividades deportivas, del pastoreo, de los arqueros, de los marineros, de las cosas bellas, de la música y de todos aquellos que buscan el brillo de la trascendencia espiritual. Conduce las plagas pero también es sanador. Él es el orden, las bellas artes, la inspiración artística o creativa (junto con las nueve musas clásicas) y su culto casi rivaliza, en la antigüedad, con el ofrecido a Zeus, su padre. Es su madre Leto, hija de un titán. Por tanto tiene sangre ancestral e inmortal. Es hermano gemelo de Artemisia. Es el padre de Esculapio, el dios de la medicina. Se contabilizan más de veinte hijos nacidos de Apolo, la gran mayoría teniendo como madre alguna de las nueve musas. También ama a los hombres. 

Así era el dios Apolo de la mitología griega 

Se le representa como un hombre joven, musculado, bello, armónico y sereno portando un lira, regalo del dios Hermes, o portando un arco o una flecha que maneja a la perfección y con maestría. Su nombre aparece por vez primera en la Ilíada de Homero, luchando en el bando troyano junto a Afrodita y Ares, el dios de la guerra a pesar de que estaba prohibido inmiscuirse en las contiendas de los hombres. 

A él se dedica el oráculo de Delfos donde se guarda el ombligo del mundo, el betilo sagrado que une el inframundo con la civilización sobre la tierra. Platón, en su República se encomienda a él y lo describe como el dios de la elocuencia, del brillo en la palabra, de la sabiduría que se despega de los instintos y trasciende hacia la luz espiritual. Apolo, en la cultura clásica, por tanto, responde a un auténtico arquetipo: el de la búsqueda de espiritualidad y nobleza. No es un dios menor, ya que se recurre a su protección cuando se desea guardar algo que dignifique la civilización. También se le representa en un carro con caballos, con un halo de luz que anuncia la iluminación del alma y la superación de los vicios terrenales.  

Sentido simbólico del dios Apolo

Convendrá tener en cuenta la evolución de las mentalidades y la interpretación de los mitos para reconocer en él, mucho más tarde, a un dios solar, un dios de la luz, y para comparar su arco y sus flechas al sol y a sus rayos. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos  

Apolo, a pesar de su orgullo y de algunos aspectos violentos de su personalidad, representa la sabiduría, el equilibrio, la armonía de los deseos aunque no suprime los instintos. A pesar de ello, logra espiritualizarlos. Es la conciencia en todo aquello que hace. Es la búsqueda de la belleza, del arte, de la creación, del crecimiento y del progreso. Domina a las fieras en un claro símbolo de sublimación, convirtiéndose en pastor y protector de la ganadería (la naturaleza domeñada al servicio de la raza humana). 

Su número es el siete, el de la perfección de los griegos, puesto que une todo lo que está en la tierra mortal con el cielo divino, sagrado y eterno. En él convergen tanto lo femenino como lo masculino, la sombra con la luz. Su simbolismo, por tanto, es el de unificación, el de la unidad, el del progreso, el de la comunión entre lo oculto inconsciente con la luz de la razón. Todas sus fiestas, por tanto, se celebraban en día siete.

Dios muy complejo, horrorosamente trivializado cuando se lo reduce a un hombre joven, sabio y bello; o cuando se lo opone, simplificando a Nietzsche, a Dionisio, como la razón al entusiasmo. No, Apolo es el símbolo de un victoria sobre la violencia, de un autodominio en el entusiasmo, de la alianza de la pasión y la razón, el hijo de un dios, por Zeus y el nieto de un Titán, por Leto, su madre. Su sabiduría es el fruto de una conquista, no una herencia. Todas las potencias de la vida se conjugan en él para incitarlo a no encontrar su equilibrio más que sobre las cumbres, para conducirlo desde “la entrada de la caverna inmensa” (Esquilo) “a las cimas de los cielos” (Plutarco). Simboliza la suprema espiritualización; es uno de los símbolos más bellos de las ascensión. 

Jean Chevalier: Diccionario de símbolos 

Dafne y Apolo, una de las más tristes historias de amor de la mitología griega  

Era Dafne una ninfa de los bosques hija de un río. Dotada de una sublime belleza también hacía gala de dones espirituales. Para conservar su pureza había pedido a su padre permanecer virgen y poder dedicarse por completo a la protección de los árboles. Sin embargo, Apolo cayó rendido ante la gracia de la hermosa doncella y comenzó a requerirle amores que, sistemáticamente, la ninfa rechazaba. 

El asunto no había llegado a mayores si no hubiera intervenido en la ecuación Eros, dios del enamoramiento y de la pasión que quiso vengarse de su hermano Apolo por una disputa a nivel dios. Como buenos narcisistas, ambos se burlaban el uno del otro por el torpe manejo del arco y las flechas. Cansado Cupido de las bromas del bello Apolo, tramó su venganza cuando supo que andaba rondando a la ninfa. Así, un buen día, disparó dos flechas. La primera era de oro y estaba envenenada con las mieles de la pasión arrebatadora. La lanzó directamente a Apolo quien, de súbito, se vio repleto de una lascivia irrefrenable. La segunda flecha era de hierro y estaba emponzoñada con el asco y el desprecio. La destinataria fue Dafne que rechazó con vehemencia al dios enamorado y apasionado.  

Según cuenta Ovidio en sus Metamorfosis (siglo I), la ninfa sale huyendo de Apolo. Este la persigue a la carrera con el afán de poseerla e, incluso, violarla. Dafne pide ayuda a los dioses para librarse de tal violencia y estos conceden su deseo. Así, cuando Apolo la atrapa y la comienza a rodear con sus brazos, la doncella se convierte en un árbol de laurel que va creciendo conforme el dios riega las raíces con sus amargas lágrimas una vez es consciente del daño que ha realizado tanto a la inocente ninfa como a él mismo. En honor a la casta Dafne, las ramas inmortales del laurel son ofrecidas a los vencedores de los torneos poéticos o deportivos que el dios protege. 

Este mito clásico fue muy querido incluso por la cultura medieval ya que actúa como una alegoría perfecta de la lucha eterna de las virtudes (encarnada en Dafne) y los vicios (Apolo) que salen a la luz al menor descuido, incluso en seres con ansias de transcendencia. Uno de los más bellos poemas en lengua castellana, el Dafne y Apolo de Garcilaso de la Vega, narra este mito clásico. Y Bernini también realizó una sublime escultura (hoy en la Galería Borghese de Roma) que capta el momento de la metamorfosis en árbol. 

Y, por último, el dios Apolo de la mitología griega se contrapone, según la clasificación de Friedrich Nietzsche, a Dionisio. Él es el orden, la armonía, el conocimiento de sí y de las cosas, la libertad y la sabiduría frente al caos del dios del vino, de la fiesta, de la lujuria y de las bacanales destructivas para el espíritu. 

Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla

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