Definición de existencialismo

Concepto y significado de existencialismo

Concepto y significado de existencialismo

Candela Vizcaíno

 

A partir de la segunda mitad del siglo XIX en Europa comienza a sucederse una serie de innovaciones técnicas y de ingeniería que se van aupando de una forma imparable por un desconocido (hasta entonces) auge de la ciencia. Paralelamente, el viejo orden vinculado al eje aristocracia-iglesia queda dinamitado. En su lugar aparece una pujante burguesía hecha a sí misma y cuyas riquezas no tienen nada que ver con los modelos tradicionales. Es más, las plusvalías de esta nueva clase social provienen de novedosas fábricas, del comercio (incluso a partir de la exploración de nuevas tierras) y de una cosmovisión distinta a la del pasado. Los privilegios de antaño quedan abolidos y comienzan a ser sustituidos por una nueva clase social que estudia carreras prácticas en las universidades y que comienza a viajar, primero en ferrocarril y luego utilizando los primitivos aviones. En un principio (antes de las grandes revoluciones comunistas y de las dos guerras mundiales) todo esto genera un estado de euforia, de espíritu positivo y de fe en el materialismo como una forma de mejorar las condiciones de vida de la población. En definitiva, se cree a ciegas en las posibilidades infinitas de generar progreso material para el ser humano. Y se hace valiéndose del ingenio, la inteligencia y la fuerza de la raza humana. 

La importancia de la religión a la hora de entender el existencialismo y su significado

En el aire flotaba la autosuficiencia y, además, el Romanticismo, con su afán de libertad, abonó estas ideas y objetivos. Se creaban cosas maravillosas nunca vistas antes y se hacían sin la ayuda divina. Esto es, la religión cristiana pasó a ser vivida en la intimidad. La fe se va alejando de la vida pública para arrinconarse en la intimidad. Y eso cuando no desapareció del todo en ciertos ambientes. Las nuevas construcciones (como venía sucediéndose desde la arquitectura del Neoclasicismo) no tienen nada que ver ni con el poder ni con la religión. Es la época de la Torre Eiffel y no de catedrales. Es el tiempo de la cómoda casa burguesa con calefacción o rudimentarios baños y no de palacios para hacer ostentación de la opulencia. En definitiva, es la época de la fe en la humanidad y en sus posibilidades. 

Dios, por tanto, queda arrinconado. Ya no forma parte ni de la vida pública ni se acude a la religión para encontrar respuestas a las preguntas que amordazan al ser humano. Es el “Dios ha muerto” de Nietzsche (1844-1900), sabedor de que una nueva cultura se mueve por Europa. Estamos ante el superhombre (encarnado en Zaratrusta) cuyo valores éticos provienen de la libertad, la valentía y la individualidad y no impuestos por un código social.  

Sin embargo, esta transformación genera un vacío, un vacío anímico en el que la raza humana no puede verse transcendental. El espíritu así despojado de creencias religiosas se ve abocado, en primer lugar, a la angustia y, en último término, al nihilismo. Esto es, no se encuentra sentido a la existencia, la cual se antoja absurda. El avance material no genera paz a aquellos que se preguntan por algo más que la carnalidad y las cosas materiales inmediatas.  

Hacia el existencialismo  

En este emplazamiento histórico, con estos condicionantes, comienzan a surgir filósofos (y, posteriormente, literatos) que intentan dar respuestas a ese vacío que ha producido la muerte de Dios y que el avance material no puede llenar. Esto es, entendemos el concepto de existencialismo como un puente entre la fe religiosa cristiana y la angustia que puede desembocar en el nihilismo. El existencialismo, en filosofía, en literatura o como un estado de pensamiento general, supone una respuesta a los problemas indelebles de la humanidad. El existencialismo siempre es humanista y siempre quiere ofrecer salidas espirituales para no resbalarse por los acantilados del nihilismo (los mismos que provocan la desesperación, la muerte y el suicidio). 

El existencialismo es ateo aunque algunos de sus representantes pretendían llegar a la fe. También tenemos que recordar que el concepto de inconsciente según Freud comenzaría a colonizar las artes y el pensamiento nada más comenzar el siglo XX. En unas cuantas décadas, revoluciones y las dos guerras mundiales llenarían de horror no solo las calles de Europa sino también el espíritu de todos los que fueron arrojados a ese momento histórico. Sin Dios al que aferrarse y reconociendo las sombras que habitan en los recovecos del espíritu (tras Freud), la angustia solo podía ofrecer una salida a través del existencialismo. Esto es, solo se podía buscar la verdad en el interior de sí por medio de un diálogo con los propios demonios de los que la literatura de la época ha dado cuenta profusamente.  

Desde  Schopenhauer (1788-1860) pasando por Nietzsche y terminando con Sören Kierkegaard (1813-1855) se comienza a abonar el terreno del existencialismo. Posteriormente serían Martin Buber (1878-1965), Karl Barth (1886-1968) y especialmente Martin Heidegger (1889-1976) los que se afanarían por dar respuestas a esta angustia (provocada por la vida misma y la conciencia de finitud) con escritos filosóficos centrados en aquello que nos hace humanos, en un dolor que alcanza cotas insoportables o en búsqueda de trascendencia sin Dios.  

El existencialismo desde la filosofía a la literatura  

Este estado general de pensamiento se transforma en una manera de sentir (atea) y negativa (abonada por los crímenes de guerras que no cesaban) convirtiendo al hombre en un ser solitario, tan individualista que, a veces, se alcanzan las condiciones del narcisista o del psicópata. Cuando se aboga por lo colectivo (lee los fascismos o el comunismo) es para sofocar las ansias de superación en todos los sentidos posibles, tanto espiritual como material. Desde Freud el mundo de la sombra, del inconsciente emocional (y posteriormente los arquetipos de Jung) y escamoteado a la razón toma carta de naturaleza. El entendimiento se hace personal, cuando se consigue. Y esto solo es posible con la terapia o con el monólogo interior, con el diálogo con la sombra que solo pueden llevar a término valientes con madera de héroe.  

Y de todo esto se surte la literatura, especialmente la novela, con personajes contradictorios al máximo que dejan al descubierto tanto el dolor o los vicios como grandes virtudes personales. Todo ello será ajeno a las normas morales o de la tradición. El existencialismo supone un buceo individual. Así, el primer escritor que se convierte en un precedente (a pesar de pertenecer al realismo literario) es Fiódor Dostoyevski (1821-1881). Crimen y castigo (1866) y Los hermanos Karamazov (1880) hay que leerlos desde esta perspectiva. El mundo fantástico y del absurdo (a pesar de sus verosimilitud) de Frank Kafka (1883-1924), sobre todo La metamorfosis (1915) y El proceso (1925), también está teñido con el primer existencialismo literario.  

Ya en pleno siglo XX llegarían los grandes autores. Jean Paul Sartre (1905-1980) abomina de la literatura de evasión mientras que se convierte en el mejor teórico. Son obras fundamentales El ser y la nada (1943)  y El existencialismo es un humanismo (1946). Del mismo autor y en el campo literario no podemos olvidar La náusea (1938). Imprescindible también es el nombre de otro francés, Albert Camus (1913-1960) y sus obras El extranjero (1942) y La peste (1947).  

El existencialismo en España está vinculado a los autores de la Generación del 98.  El subjetivismo temporal de los delicados poemas de Antonio Machado (1875-1939) (como “Al olmo viejo” o “A José María Palacio”) encuentra formato en el existencialismo y su significado. Igual sucede con buena parte de la obra de Miguel de Unamuno (1864-1936) (quien considera que el hombre ha sido arrojado al mundo), Pío Baroja (1872-1956) o Azorín (1873-1967). 

Por Candela Vizcaíno | Doctora en Comunicación por la Universidad de Sevilla

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