La crítica ha venido dividiendo la literatura barroca en España (y especialmente la poesía) en compartimentos estancos. Dentro de estos los más traídos y llevados por parte de los investigadores responden a la terminología de conceptismo y culteranismo, ambos contrapuestos entre sí y, en principio, casi enfrentados. Sin embargo, como veremos inmediatamente, es imposible encontrar esa tajante división en los autores del siglo XVII. Vamos por partes.
La lengua literaria barroca
El Barroco español tuvo características propias o, más bien, amplificadas con respecto al europeo. Buena parte de ello se explica por la fuerte decadencia social, económica y política durante el siglo XVII. El ambiente era de absoluta resignación ya que no se encontraba consuelo más allá de la prometida paz tras la muerte. Este espíritu pesimista fue recogido por todos los autores de la época. Paralelamente, la desigualdad social que se sufría en España (con una opulenta y ociosa aristocracia frente a un pueblo empobrecido y embrutecido) también se traspasa al estilo barroco. Así, la inestabilidad y las sucesivas crisis se traslucen tanto en los escritos como en las artes plásticas creando, en líneas generales, obras extremas y artificiosas. Y en términos de confrontación tenemos que entender, también, el conceptismo y el culteranismo.
Muy resumidamente y en plan esquemático tenemos que ambas tendencias beben de los siguientes principios:
1.- Se abandonan las normas clásicas características de la literatura renacentista. La mesura, la elegancia y el orden no sirven para la expresión de tiempos de crisis y congoja.
2.- Se vive y se crea en una permanente contradicción. Y todo ello se transparenta en el lenguaje literario que se hace, por un lado, concentrado y, por el otro, florido y con múltiples giros estilísticos o sintácticos. A este último orden pertenece el gongorismo.
3.- El dramatismo es la línea temática del estilo barroco. Así, en las artes plásticas nos encontramos con representaciones religiosas que no escatiman en dar una versión escatológica casi de la realidad. Pongo por ejemplo nada más los cuadros de Valdés Leal y su preferencia por calaveras, descomposición y cucarachas.
4.- La intensidad supera el ámbito literario al alcanzar, incluso, la confrontación en el plano personal. Los encontronazos entre autores llegan a su apoteosis con las rivalidades entre Lope de Vega frente a Cervantes y Francisco de Quevedo contra Luis de Góngora. Lejos de quedarse en rifirrafes verbales, nuestros mejores autores se enzarzaron en desencuentros, puyas y acusaciones que hoy no dudaríamos en calificar como propias de gente tóxica. Tanto es así que lo que podríamos considerar como sano debate llegó incluso a la ponzoña espiritual, envenenando relaciones con actos de máxima crueldad. Pongo el ejemplo de Quevedo que compró (con posterior desahucio) la casa de Góngora cuando éste se arruinó. Y lo hizo simplemente para humillar a quien sentía como contrincante.
5.- Este frenesí espiritual (que empapa todos los actos de la vida) lleva a querer exprimir las posibilidades máximas del lenguaje. Se hace bien comprimiendo la frase para expresar lo máximo con los mínimos recursos (conceptismo) o bien utilizando todos los tropos posibles en un mismo texto (culteranismo).
6.- Los máximos representantes fueron, por un lado, Quevedo en el bando del conceptismo y, por el otro, Góngora en el del culteranismo. Puede decirse que este último salió peor parado ya que, a su muerte, su obra casi al completo quedó olvidada. Tuvo que esperar a los defensores de la poesía pura del finales del siglo XIX y principios del siglo XX para que sus textos fueran recuperados. En este sentido, hay que destacar la labor de los poetas de la Generación del 27 que se agruparon, precisamente, reivindicando su figura literaria.
Bases estilísticas comunes del conceptismo y culteranismo
1.- Aunque se ha querido diferenciar los dos estilos, ambos participan de una búsqueda de las posibilidades del lenguaje. El conceptismo lo hace por concentración y el culteranismo por expansión al recurrir a todas las figuras retóricas posibles y, además, de manera arriesgada.
2.- Los escritores barrocos, de una forma u otra, buscan alejarse de una realidad cruel, complicada y en perpetua crisis. Los conceptistas, como Quevedo, se decantan por la ironía, la hipérbole o la chanza mientras que los afines a Góngora se refugian en mundos posibles y utópicos.
3.- Además, ambos buscan las audacias verbales con retorcimientos, antítesis, metáforas al límite o juegos de audacia. El resultado es siempre la oscuridad y la complejidad extremas.
4.- Tanto el conceptismo como el culteranismo buscan dar salida al desasosiego vital por medio del estremecimiento. Por eso hay un gusto por cantar la fugacidad del tiempo, el ascetismo radical o la inutilidad de los trabajos de la vida real. Eran tiempos difíciles y el pesimismo había invadido toda los aspectos de la existencia mientras que las élites renunciaban a su función de liderazgo y se refugiaban en la evasión. Este modo de estar en el mundo explica, por poner uno caso, el triunfo del teatro barroco de capa y espada (en parte financiado por monarquía o alta aristocracia) y las fórmulas más rebuscadas en arquitectura.
El conceptismo
1.- De este lado, encontramos a Francisco de Quevedo con una literatura ingeniosa, reconcentrada y exprimida al máximo en sus posibilidades estilísticas. La ironía llega al cinismo, a la crítica ácida e, incluso, a buenas dosis de agresividad contenida, como la que encontramos en su novela picaresca El Buscón.
2.- Se pretende el contenido inteligente y brillante. Por eso, hay un gusto por los dobles sentidos y las paradojas, aunque también se recurre a la exageración y a la hipérbole.
3.- La crítica a la realidad es una constante, sobrepasando el cinismo para instalarse en un pesimismo de tal calado que se asume que el sufrimiento solo termina con la muerte.
4.- Aunque se utiliza un vocabulario popular, este se retuerce en asociaciones inéditas e inesperadas. Ello contribuye a la carcajada, pero no a la resuelta o liberadora, sino a la filosófica y reconcentrada.
5.- Se cortan las frases y la tristeza de la época es afín al laconismo.
El culteranismo
1.- Si en Quevedo el poco valor del mundo se convierte en resignación malhumorada, en las obras de Luis de Góngora (aunque no siempre) se opta por la evasión hacia mundos perfectos e irreales. Y, además, lo hace utilizando todos los recursos que la lengua española le ofrece.
2.- Se busca la belleza formal y artificial que no se encuentra en la realidad. A la par, se recurre a la naturaleza y a los amores platónicos para crear una poesía que está en la base de las torres de marfil que llegarán después.
3.- Hay una preferencia por las voces suntuosas, por la sonoridad en el ritmo, por el cultismo (palabras directas del latín), por el vocabulario difícil, por las metáforas audaces y por los giros brillantes.
4.- Abundan los hipérbatos y hay un gusto por el ritmo del latín que, en español, suena forzado.
5.- Los poetas del culteranismo, a igual que los del conceptismo, gustan cantar a la fugacidad de la vida, a la fragilidad de la juventud, a la inconsistencia del amor y a la brevedad de la felicidad. Por otro lado, también hay una búsqueda interior expresada con tal intensidad que supera, incluso, la mística literaria de Teresa de Ávila o Juan de la Cruz.
¿Conceptismo y culteranismo son estilos enfrentados?
La respuesta corta es no. La respuesta larga la estamos viendo. La rivalidad de ambas fórmulas estilísticas no están tan definidas y la división llega, a veces, más por los encontronazos entre autores en lo eminentemente personal que en lo puramente literario. Como señaló Rafale Lapesa, son “más teóricas que reales”. Esto es, tras un mínino análisis de las obras, nos encontramos que la división radical no es tal. Actualmente, se acepta que el gongorismo (el culteranismo) es una variedad del conceptismo. Esto es, los temas, las fórmulas y las inquietudes vitales de todos los autores del barroco español se engloban en el conceptismo. Solo algunos (Luis de Góngora, el conde de Villamediana, Soto de Rojas o Pedro de Espinosa) dan un paso hacia ese rebuscamiento literario del culteranismo. Y además lo hacen en algunas de sus obras nada más.
El conceptismo y culteranismo, aunque ponen el foco en la creación poética, traspasa distintos géneros literarios. Además, estas líneas estilísticas (mezcladas entre sí) se encuentran en distinta proporción en diferentes obras del mismo autor. Pedro Calderón de la Barca, por poner un caso, no puede catalogarse en ninguno de los dos grupos. Quevedo, en algunas de sus obras, especialmente en los sonetos amorosos o en poemas satíricos, roza el gongorismo. Y uno de los mejores poemas de Luis de Góngora termina con este hermoso verso que podemos calificar como perteneciente al conceptismo:
...
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
En definitiva, tanto los autores del conceptismo como los del culteranismo se agarran a una radicalidad en el plano formal a la hora de intentar dar salida a un sentimiento de resignación vital. En algunos casos se buscará una evasión de la realidad con juegos de artificio y, en otros, se escogerá el alivio en el ascetismo y en una invitación al carpe diem entendido este término en su acepción clásica.
Por Candela Vizcaíno | Doctora por la Universidad de Sevilla